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Debe hacerse constar que el concepto de aquelarre –también sabbat o sinagoga, en referencia explícita
a las perseguidas tradiciones “infieles” del judaísmo- tal y como es conocido en la actualidad fue en gran
medida ideado y publicitado por la propia Inquisición. Resulta indudable que ante las primeras
persecuciones más o menos templadas de la brujería y la hechicería, las personas aficionadas a estas
prácticas debieron constituirse en grupos cerrados que las llevaban a la práctica en la clandestinidad, pero
esto, más que para aliviar la presión jurídica sobre ellos, alentó sobremanera la imaginación de juristas,
teólogos sacerdotes y estudiosos de la materia, que idearon la imagen actual del aquelarre como la
reunión impía de un grupo de brujas y hechiceros perfectamente organizado, en la que se invocaba al
diablo, se realizaban toda suerte de prácticas lujuriosas y criminales y, al fin, se parodiaba la actividad de
la propia Iglesia para con Dios.
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El éxito del Malleus Maleficarum queda confirmado con un dato: entre 1487 y 1669 vivió nada menos
que 29 ediciones, 16 de ellas en alemán (Pacho, A. (1975); “La bula Summis Desiderantes de Inocencio
VIII. Mito y realidad”. En: Brujología. Congreso de San Sebastián. Madrid, Seminarios y Ediciones S.A. pp.
291-296).
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de Platter inspiró a otros como Burton (1577-1640), quien esbozó la idea de que la
enfermedad mental aparecía mediante la combinación de elementos psíquicos y
sociales, o Paolo Zacchia (1584-1659), a quien puede considerarse con la publicación de
sus Quaestiones Medico-Legales como gran precursor de la psiquiatría jurídica. Las
aportaciones de este último inspiraron en gran medida el devenir de la comprensión de
la mentalidad criminal y fueron reformuladas a posteriori en varias ocasiones. Zacchia
clasificó las enfermedades mentales en tres grandes bloques, estimando criterios para
la imputabilidad delictiva de los sujetos cuyas conductas criminales pudieran deberse a
cualquiera de las dolencias descritas:
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Tampoco está de más mencionar que la Inquisición española no necesitaba inventar herejes a los que
enviar a la hoguera en la medida que contaba, y en abundancia, con un material privilegiado para sus
autos de fe: moriscos, judíos y conversos.
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Hemos visto que durante el siglo XVIII tiene lugar un cambio de enorme
relevancia en la consideración del delito: No es sólo que la caza de brujas haya entrado
en el ámbito de la marginalidad jurídica, sino también que el resto de los delincuentes
comunes (generalmente considerados vagos, vagabundos, ladrones, mendigos,
prostitutas, etc.) comienzan a ser vistos desde un prisma pretendidamente humanitario
que da pie a una proliferación sin precedentes de instituciones asistenciales. Con
anterioridad, el grueso del cuerpo social estimaba que la superpoblación es sólo una
fuente de perjuicios, y las clases pudientes se mostraban hostiles al desarrollo de las
instituciones caritativas y de asistencia social. Así se justifica ideológicamente la
literatura en contra de los vagabundos y la lucha contra las innobles costumbres de los
mendigos4. La reversión paulatina de esta mentalidad, sumada a la nueva idea del
crimen como problema de salud pública, contribuyó en gran medida al nacimiento de
instituciones sociales destinadas a la atención de los más desfavorecidos.
4
Geremek, B. (1991). La estirpe de Caín. Madrid, Mondadori, p. 156.
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enfermos mentales. Figura más institucional que práctica en la medida que las nuevas
instituciones para alienados parecían requerir de un nuevo elenco de profesionales.
Battie, a la sazón autor del que muchos autores consideran primer manual de psiquiatría
moderno, A Treatise on Madness (1758), fue de los pocos que realmente creyeron en el
humanismo propugnado por la Ilustración a la hora de dirigir el tratamiento de los
pacientes a su cuidado. La idea del trato humanitario hacia el alienado –o moral
management- encontró oídos en otros avanzados a su tiempo como el también británico
Tuke, Langerman y Reil (Alemania), Chiaruggi (Italia), Rush (Estados Unidos) y Pinel
(Francia), quienes trataron de aplicar en el desempeño de sus funciones, así como en
sus respectivos hospitales, el humanitarismo propugnado por Battie.
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Con el paso del tiempo, la mayor parte de las definiciones del problema, que
ha recibido también otras muchas nomenclaturas como la de alienación moral, locura
moral, imbecilidad moral o trastorno de personalidad antisocial, han partido de estos
vectores diseñados por Pinel, si bien matizados por la aportación de otros como Prichard
y Nicholson5.
La idea de que se pueden “leer” los rostros y cuerpos de las personas, y de que
ello nos abrirá las puertas a la comprensión de sus almas, mentes y conductas se
remonta ya a la antigüedad grecolatina. Uno de los textos más antiguos que se conocen
sobre esta materia, y que probablemente haya sido el más influyente es la conocido
como Physiognomia (siglo III a. C.). Aunque erróneamente atribuido a Aristóteles
durante siglos, la autoría del escrito es anónima si bien debió, a la vista de su estilo,
escribirlo algún discípulo o seguidor de la filosofía del estagirita. El hecho es que este
libro se basa en la teoría hipocrático-galénica de los cuatro temperamentos, que
vendrían determinados por el predominio de uno de los cuatro humores (sangre, bilis
5
La aportación de Prichard, en 1835, abrió de par en par las puertas de una larga tendencia psiquiátrico-
psicológica en el estudio del crimen que gozó de gran consideración entre los expertos en leyes,
convirtiéndose en uno de los argumentos más habituales de los dictámenes forenses. Lo mismo puede
decirse de Nicholson, quien entre 1873 y 1875 publicó diversos trabajos en la misma línea sobre la vida
psíquica del criminal y su supuesta propensión a la locura, a la imbecilidad y a la ausencia de sensibilidad.
En efecto, la idea del delincuente como individuo carente del refinamiento intelectual y emocional preciso
para desempeñarse con normalidad llegó a alcanzar el rango de tópico.
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amarilla, bilis negra o atrabilis y flema) sobre el resto6. De este modo, el sujeto sanguíneo
sería vital y despreocupado; el colérico –aquel en el que predomina la bilis amarilla-, se
mostraría voluntarioso e iracundo; el tipo melancólico –predominio de la bilis negra-
tendería a la tristeza y el ensimismamiento; el flemático sería por lo general tranquilo.
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Los cuatro humores son el reflejo equivalente en el cuerpo humano de los cuatro elementos que, según
la tradición greco-latina, constituyen el Universo: agua, aire, tierra y fuego. Según la medicina hipocrática
la salud física consistiría en el equilibrio de los humores entretanto la enfermedad sería el resultado de su
desequilibrio. Esta doctrina dominó durante siglos la comprensión de la fisiología y de la psicología.
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A la hora de dar este último y decisivo paso, della Porta y sus seguidores seguirán
el modelo ético-moral de Aristóteles: lo superior es más elevado que lo inferior, lo que
está delante mejor que lo trasero, y lo que está a la derecha mejor que lo ubicado a la
izquierda… Todo el proceso concluye cuando, mediante este proceder axiológico, se
termina diferenciando los rasgos físicos de los hombres justos y de los injustos, de los
corruptos y de los incorruptibles, de los bondadosos y de los malvados, de los criminales,
de los afeminados, de los fuertes, y etcétera. ¿Por qué? Está claro: el alma –según
Aristóteles- es el eidos que da forma a al cuerpo (o materia) y por ello determina las
características físicas de todos los seres vivos.
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ello, pongamos un ejemplo, Dios no pondría cara de buena persona a un malvado del
mismo modo que no haría parecer desagradable a un animal benéfico. Esto introduce
un elemento nuevo en nuestra cultura: la apariencia física no solo define a la persona,
sino que también la predetermina.
Sea como fuere, la falsa idea de que los cráneos de los criminales tenían ciertas
particularidades especiales, enraizó con enorme vigor en la psiquiatría decimonónica y
fue tenida en cuenta incluso por neurólogos y patólogos de primer nivel. De tal modo,
en 1869, Wilson realizaría un estudio sistemático sobre 464 cráneos de criminales
convictos. También Thomson, un medico de prisiones escocés, quien en 1870 publicó
en el Journal of Mental Science el resultado de sus observaciones sobre la configuración
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craneana de más de 5.000 presos. No fue menos el propio Cesare Lombroso, quien
basaría en el análisis craneoscópico buena parte de su teoría acerca de la mentalidad
criminal.
La idea de partida era sencilla: Existen ciertas partes del cuerpo humano que no
sufren alteración alguna durante el curso completo de la existencia adulta del sujeto y,
por tanto, si se catalogan concienzudamente estas proporciones particulares, el
individuo queda perfectamente identificado con respecto al resto. Cada una de las
medidas corporales y su relación de proporcionalidad con respecto al resto, así como el
color de los ojos, la forma de las circunvoluciones de los pabellones auditivos y cualquier
otro elemento imaginable de la apariencia externa del delincuente, eran así
cuidadosamente recogidos en una ficha personalizada a la que, obviamente, se
adjuntaban fotografías de frente y de perfil del individuo. Con el tiempo, y gracias a la
inestimable aportación del trabajo en el campo de la dactiloscopia de pioneros como
William Herschel y Francis Galton, las fichas personalizadas de Bertillon incluyeron
también las huellas dactilares de los detenidos7.
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El interés de Galton por el método fotográfico-antropométrico de Bertillon fue tan grande que, a lo largo
de 1894, es muy probable que viajase a París para conocer al investigador francés y recibir información
de primera mano. En todo caso, ni Galton ni Herschel fueron capaces de encontrar un sistema aceptable
para la catalogación de las huellas dactilares, hallazgo conseguido por uno de los discípulos de Galton en
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Fue este triunfo el que debió animar a Bertillon a publicar en 1896 su Signaletic
instructions, including the Theory and Practice of Anthropometrical Identification9, obra
que sin embargo despertó enorme controversia científica en la medida que se hacía eco
de un buen número de elementos tomados de las, ya entonces discutidas por parte de
la comunidad científica, aportaciones de Lavater y Gall. Lo cierto es que en aquella obra,
construida desde los cientos de miles de datos estadísticos que Bertillon había podido
reunir a lo largo de años, se establecían conclusiones que iban mucho más allá de la
incuestionable utilidad práctica del sistema de medida antropométrica, al sostenerse la
tesis de que entre los criminales existía una taxonomía de rasgos físicos específicos que
permitía diferenciarlos de entre el resto de las personas de bien y, más aún, que en
función de dichos rasgos se podía determinar hacia qué tipo de delitos sentía el sujeto
especial propensión en cada caso.
Con ello se extendía otro de los graves prejuicios que han obstaculizado a lo largo
de décadas el estudio sensato de la mente y la conducta criminales: Que el aspecto
materia dactiloscópica, el criminólogo inglés Edward Henry [Scott, H. (comp.) (1964). Enciclopedia del
crimen y los criminales. Barcelona, Editorial Ferma, p. 64, y pp. 75-76].
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Con anterioridad a la propuesta de Alphonse Bertillon, los delincuentes de cualquier especie eran
marcados como el ganado con toda suerte de tatuajes por la propia policía a fin de tener una especie de
control del individuo en el caso de ser reincidente. Esta es una de las razones –aunque no la principal- de
que la práctica del tatuaje a fin de cubrir las marcas policiales proliferase entre los criminales y, con ello,
el tatuaje en sí mismo se convirtiera en un estigma social.
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Chicago, The Werner Company.
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4. La explicación eugenésica
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Cornwell, P. (2003). Retrato de un asesino. Jack el destripador, caso cerrado. Barcelona, Ediciones B, p.
141. La cursiva es del original.
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Preocupación que arrancó justamente en el cambio de siglo, a raíz de la Revolución Industrial y el
consiguiente debate político-social relativo a la igualdad de derechos y oportunidades. La controversia
llevó a Thomas Malthus a publicar su célebre –mil veces defendido por los partidarios del liberalismo en
materia económica y otras tantas atacado por sus opositores- Ensayo sobre el principio de la población
(Madrid, Akal, 1990). Una obra, por cierto, que Darwin reconoció como muy inspiradora durante la
gestación de su propia teoría.
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Galton, F. (1883). Inquiries into human faculty and its development. London, Macmillan.
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Así las cosas, no cabía la menor duda de que las conductas criminales serían a
todas luces malformaciones psíquicas hereditarias (algo así como predisposiciones
genético-mentales) que, una vez manifestadas, con el paso de las generaciones, lejos de
corregirse en una familia o comunidad irían siempre a peor. A nadie podrá extrañar por
tanto que a partir de este momento comience a hablarse de políticas de esterilización y
control reproductivo de los individuos indeseables o poco aptos.
5. La Escuela Positiva
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positivistas en el Derecho penal de medio mundo y algunas de sus ideas clave, como la
del criminal nato, permanecen vigentes –si bien con matices- en la mentalidad de un
buen número de investigadores de la conducta criminal en particular, y la génesis del
crimen en general –por no hablar de la opinión pública.
Cesare Lombroso
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Lombroso, C. (1896-1897). L’Uomo delinquente: In rapporto all’antropologia, alla giurisprudenza ed alle
discipline carcerarie (5ª edición, vol. 3). Fratelli Bocca, Torino. La primera edición de 1876 apareció en
Milán, Ed. Hoepli. La quinta, aquí referida, fue encabezada como El crimen. Causas y remedios, y matiza
en gran medida el planteamiento biologicista y psicologicista de las cuatro primeras añadiendo elementos
sociales y ambientales, de suerte que Lombroso suavizaba en gran medida el determinismo de sus
primeras posiciones.
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fundó en 1867 la Revista Trimestral Psiquiátrica, primera de estas características en Italia.
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Añadiremos en este punto que los comentarios sexistas que jalonan la obra de
Lombroso, así como de buena parte de sus seguidores, no sólo son resultado efectivo
de la época en que se realizaron, sino que también muestran claramente su propia
consideración acerca de la mujer, ya arraigada en la juventud15. Este tipo de ideas
eclosionarían con la publicación de un volumen dedicado al crimen femenino, La donna
delinquente (1893), en el que estableció, entre otras cosas, que las mujeres no delinquen
violentamente tanto como los hombres por la sencilla razón de que ocupan un lugar
inferior en la escala evolutiva. De este modo, el atavismo se manifiesta en ellas a través
de una potenciación de los más bajos instintos y, en consecuencia, son más viciosas que
el varón, de suerte que tienden a prostituirse antes que, por ejemplo, a matar.
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Con tan sólo veinte años, Lombroso se empeño en desarrollar una teoría con la que demostrar que la
mujer estaba reñida con la inteligencia.
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Los mattoides son aquellos individuos que no manifiestan rasgos claros de demencia ni poseen dolencia
alguna de carácter psicofisiológico, pero que aun así muestran tendencias impúdicas y una personalidad
disoluta incapaz, en la mayor parte de las circunstancias, de aceptar normas o llevarse por el sentido
común. A este tipo de sujetos Maudsley los calificó como de temperamento alocado y otros, como Cullere,
los denominaron fronterizos. Hoy en día, todavía subsisten en el catálogo de las enfermedades mentales
(DSM IV-TR) bajo la nomenclatura de trastorno antisocial de la personalidad.
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tendencia hacia el crimen que en la mayor parte de los casos le lleva a él por
razones generalmente insignificantes. Para Lombroso existen tres subtipos
dentro de este: pseudocriminales (no son peligrosos y delinquen por motivos
extraordinarios como el deber, la honra, etc.); criminaloides (un punto
intermedio entre el delincuente nato, el ocasional y el hombre normal que
llega al crimen impelido por circunstancias adversas, o bien, por efecto
mimético. Tendente a los vicios, si se le observa detenidamente muestra
claras muestras de degeneración física y psíquica); y habituales
(aparentemente normales, sin taras precisas o significantes, han pasado la
mayor parte de su vida en un ambiente difícil, peligroso, hostil que finalmente
les lleva al delito. Se trata por tanto de criminales de raíz ambiental).
6. Somatotipos y biotipos
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Goring, Ch. (1913). The English Convict: A Statistical Study. His Majesty’s Stationery Office, London.
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Se ha tomado como referencia la 4ª edición española de 1967: Constitución y carácter: Investigaciones
acerca del problema de la constitución y de la doctrina de los temperamentos. Barcelona, Labor.
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existía una unidad morfológica, fisiológica y psicológica tan fuerte en el ser humano que
las reacciones temperamentales, en el fondo, no eran otra cosa que un reflejo de su tipo
corporal.
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Hooton, E. (1939). The American Criminal: An Anthropological Study. Cambridge (MA), Harvard
University Press.
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Biotipología de la que han formado parte autores tan destacados en la materia que nos
ocupa como W. H. Sheldon, principal continuador del trabajo de Hooton desde el ámbito
de la embriología. En efecto, en opinión de Sheldon, autor de Variedades de delincuencia
en los jóvenes (1949), la conducta criminal se desarrolla a partir de las particularidades
del blastodermo20 durante el periodo embrionario del individuo. El blastodermo cuenta
con tres capas concéntricas de blastómeros a las que se denomina sucesivamente
endodermo (desde el que se origina el aparato digestivo), mesodermo (desde el que se
desarrollan huesos, músculos y tendones) y ectodermo (desde el que parte el desarrollo
del tejido nervioso y la piel). Así, Sheldon establece que desde el predominio en el
desarrollo fetal de cada una de estas capas de blastómeros parten tres tipologías
somáticas del individuo: la ectomórfica, la mesomórfica y la endomórfica.
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El blastodermo es el acumulamiento celular del embrión cuando se encuentra en estado de blástula.
Está conformado por una o varias capas de blastómeros, o células resultantes de la división celular del
huevo tras la fecundación, dispuestos periféricamente en torno a una cavidad a la que se denomina
blastocele. La blástula es la fase embrionaria precoz que sigue inmediatamente a la segmentación del
óvulo (o conformación de la mórula).
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Glueck, S. y Glueck, E. (1956). Physique and Delinquency. New York, Harper & Bros.
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