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

por Marina Fernández García

(Eos, la Aurora)

D
esde los inicios de la Tierra, el sol
nace y se pone todos los días, las
puertas del infierno se abren y
precediendo la salida de mi hermano Helios, cada
mañana surco los cielos con mi carro tirado por
caballos. Yo, la de sonrosados dedos anuncio la
mañana y la salida de mi hermana Selene quien
trae la noche.

Diosa titánica, hija del fuego astral, Hiperión


y la diosa de la vista, Tea, dicen que soy hermosa
y de mirada melancólica. Muchos fueron mis
amores, con algunos fui feliz, pero también por
culpa de otros fui castigada.

Fruto de uno de mis amores, el que mantuve


con Astreo nacieron cuatro de mis muchos hijos,
los cuatro vientos: Bóreas, Céfiro, Euro y Noto.
Así como los planetas y Eósforo el lucero del alba,
que alumbra con su luz el camino que yo, su
madre, tomo cada mañana para anunciar el
nacimiento de un nuevo día.

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Pero no todo fue tan próspero, uno de mis
conocidos amores fue el que mantuve con Ares,
pero la celosa amante del dios, Afrodita, nos
sorprendió y, arrastrada por los celos, su furia la
llevó a condenarme al enamoramiento eterno. El
castigo de la bellísima diosa del amor se cumplió
y a partir de entonces mi existencia se ve
marcada por el amor, un amor que aunque me
proporciona el bello don de la descendencia,
siempre se ve truncado. Así es conocido, que cada
vez que un bello joven aparece en mi vida y el
amor vuelve a surgir otra vez en mi corazón, la
llama termina acabándose, pues las desdichas
siempre ocurren. De esta manera, algunas de mis
truncadas historias son las que viví con el
gigante Orión, quien a manos de la diosa Ártemis
fue muerto; el joven y bellísimo Ganímedes, que
me fue arrebatado por Zeus, ya que quería que le
sirviese como copero en el Olimpo o Céfalo de
quien me vi privada por la desesperación
provocada por la muerte de su esposa Procris, lo
que le llevó al suicidio.

Quizá la que será mi historia más conocida es


la eterna historia que viví con Titono. De este
bello hermano de Príamo me enamoré
perdidamente y rogué al dios de dioses que le
concediese la inmortalidad a mi joven
enamorado. Zeus me concedió mi deseo, pero se

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me olvidó pedir la juventud eterna de mi amado,
por lo que cada día envejecía un poco más y mi
deseo le impedía morir. Llegó a ser un viejo
decrépito y por ello decidí convertirlo en grillo,
así mi joven amado bebe cada mañana de mis
lágrimas, el rocío de la mañana, mientras canta
su deseo de morir... y a pesar de ello, fue la
historia de amor más bella que he oído jamás y
me embauca la alegría por saber que yo, junto a
él, fui su protagonista.

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