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La policía tiene que salir de la UPR pero hay que luchar para que este “desmantelamiento” de la
UPR no se nos aparezca, otra vez, como un asunto de la política gubernamental de algún
cuatrienio.
“Para tratar de contestar esta pregunta, humildemente propongo otra: ¿a cuál revolución se le
está pidiendo al pueblo unirse?: ¿Cuál es el proyecto político y social que se pretende? ¿qué
proyecto de país se articula detrás del llamado estudiantil en contra de la cuota? ¿el de las
uniones que no pudieron ponerse de acuerdo ni siquiera en los puntos de salida de una marcha?
¿el de dirigentes que atropellaron sus uniones en huelgas sumamente cuestionadas por sus
matrículas? ¿el de un independentismo débil y de una retórica nacionalista deficiente? ¿o el de
un socialismo fragmentado con escaso historial de luchas convincentes?” (Otero-Garabís)
Más que naturalizar o fantasear con el ethos de ese pueblo que no se levanta, quizás habría que
relacionarse con la tesitura de sus no-respuestas, de sus silencios, de sus ruidos imposibles. La
pregunta betanciana por el no levantamiento del pueblo puertorriqueño ante su situación
colonial, puede ser enfilada también hacia el horizonte negativo donde Palés Matos preguntaba
por el ethos comunitario puertorriqueño:
En el yermo de un continente,
El silencio o el vacío de esos discursos como el balido contranatural, sinestético del cabro
boricua en Palés, anotan el territorio ético donde palpita una potencia e impotencia nuestras.
Creo en el poder y en la reverberación política de las imágenes. Siempre son heterogéneos los
factores que afectan su recepción y estimulan su uso. Pero que otro intelectual puertorriqueño
tenga el coraje de señalar esto (sé que se ha dicho antes, ahora y en otros circuitos) en días
cuando un pueblo en el Medio Oriente se galvaniza luego de que un vendedor ambulante,
humillado por una policía que lo abofetea en público, se prende en fuego frente a una agencia
gubernamental; que una voz pregunte por la catástrofe imaginaria de los proyectos alternativos
puertorriqueños en días cuando una plaza multitudinaria truena ante la voluntad gerontocrática
de un tirano US sponsored, dice demasiado de la soledad de la UPR, de la condición de su res
publica y de la intemperie crítica que ocupan las preguntas inconvenientes de un profesor.
¿De qué sirve triunfar en una huelga, en un paro o hasta en una revolución si los ganadores
carecen de un proyecto intelectual y político que haga posible vivir, pensar de otro modo, de un
modo que no sea siempre ese abismarse en la misma burundanga? Es más ¿para que pasarle la
mano al fracaso, si este no inaugura nuevas formas de elucidar verdades, de hacer justicia? El
ensayo de Juan además es consciente del efecto que ya tiene su gesto entre amigos y colegas.
Dice: “hay mucho que indagar antes de condenar a quien no actúa del modo esperado. Condenar
al que no piensa como uno, puede ser indicio del fracaso del propio discurso y de la propia
acción.” Añado que no sólo es indicio, es la certificación misma de la derrota de esos discursos.
Es, además (me temo), algo peor, es la remesa política con la que estos sectores aceitan hoy la
maquinaria del poder en Puerto Rico.
¿Por qué los “enemigos”, los miembros del partido de oposición no se han movilizado ante la
penuria de estos días: la descomposición del orden populista que fundaron? ¿Por qué no “toman”
la palabra, por qué de alguna manera se presentan multitudinariamente en la UPR y le dañan el
paseo a la policía? ¿Por qué, los vela güiras de cualquier pelambre, ni tan siquiera han querido
aprovechar la ocasión para sacarle millaje político a esta situación? ¿Dónde están los enemigos
del gobernador, aún esos que dentro su propio partido, añoran desplazarlo? ¿Dónde está esa
cristiandad nuestra que tanto poder maneja? ¿Por qué esta situación no se les manifiesta como
una oportunidad política para públicamente poner en entredicho esta gobernabilidad? Me temo
que el espectáculo de la fuerza de choque vociferando y golpeando estudiantes encuentra
aplausos y motivos de jodedera entre la mayoría. Rubén Ríos Ávila ha escrito con lucidez sobre
de donde viene el malestar, también podríamos asomarnos al carácter compulsorio del goce y sus
continuas administraciones. Con el mandato del goce coincide el silencio que emana de una
fantasía destrozada en la UPR.
No solamente suman más lo que están de acuerdo con la intervención policíaca, también se
amparan en un ethos nacional apuntalado por quienes lo padecen. Contrario a los estereotipos de
los bien pensantes, estos trucutús manejan argumentos y lógicas avaladas por una comunidad que
decide. (Siempre podemos polemizar con sus criterios o preguntar si existe tal criterio.) El
silencio que rodea la fantasía populista rota es también signo del conservadurismo, de la
moronización rampante y hasta del carácter reaccionario del demosboricua. Sus argumentos
(pues como se sabe la afasia dice) necesitan ser enfrentados con razonamientos, estéticas,
palabras que disientan de las certidumbres y dogmas de esa comunidad. Las consignas, las
ritualizaciones del sacrificio o de la superioridad moral o física de algún bando siempre
cristalizan lo mismo. Cabe, además, la posibilidad de que haya triunfado la peor de las
alternativas o ¿es que necesitamos ir preparando ya las futuras conmemoraciones y vigilias ante
los mártires de la UPR? Tanto la retórica patriótica, los refritos de la cultura izquierdista de los
años 70’s y 80’s como el espectáculo banal de algún “darse a la comunidad” son parte de esta
lógica de sujeción, de moralización cuasi-eclesiástica. No son actos de libertad, ni de
transformación. Los movimientos históricos que han triunfado exponiendo sus cuerpos a los
abusos y macanazos policíacos sumaban cuerpos, no mermaban el número de sus miembros
según pasaban los días. Igual hay situaciones que piden otras respuestas.
No pueden defender hoy la Universidad con efectividad los que en el pasado la despreciaron con
su silencio. Poco pueden ayudar los que se echan al lado cuando pide la palabra la cultureta anti-
intelectual que la mediocrizó en el aula y en las oficinas administrativas. Digamos, por ahora,
que carecen de legitimidad y de imaginación política. Sus reclamos, por ejemplo, anti-
autoritaritarios son un chiste de mal gusto. De igual manera, aquellos que han adorado la UPR
como a otro miembro de su familia o como si siguiera siendo casa de trascendencias y rituales
inmortales, los que de verdad han trabajado con y por ella, poco podrán hacer por ella mientras
sigan sosteniendo una concepción panegírica de la misma. Como si la crisis reciente le otorgara a
dicha concepción una renovada efectividad que nunca tuvo.
Hoy llegan a darle el tiro de gracia a la UPR y parece que “lo universitario”, que la vigencia
incuestionable de este o aquel departamento, de este o aquel programa de repente han sido
emboscados con todo su vigor soterrado, palpitantes todavía en la eternidad incomprendida y
olvidada de sus logros. Vienen a finiquitar un cuerpo institucional agonizante que, sin embargo,
parece, entre la verba de algunos de sus defensores, hasta entusiasta, saludable y en plenos
poderes. ¿Cree alguien que el elogio de esta “enorme familia nuestra” o la alabanza de pasadas
glorias y visitantes premiados es hoy, ante estos burócratas y sus policías, una estrategia, o lo que
es más importante, una apuesta política que de alguna manera haga posible una mejor
Universidad cuando se retiren los guardias?
El profesorado tendrá, de algún modo, que responsabilizarse de sus límites, acuerdos y sus “qué
se le va a hacer, eso es lo que hay” cuando desee imaginar otra Universidad. ¿Cuántos pueden
enumerar las múltiples “posiciones” de esos profesores que viven como una caída o una suerte
de “defección” el hecho de ser profesores, que preferirían ser performers, guerrilleros, próceres,
payasos, cineastas, cantantes, curas o misioneros a tiempo completo? ¿Cuántos centros de
investigación existen donde no se investiga ni se publica? La chapucería y el aborrecimiento con
los que enfrentaban sus labores, como la puesta en práctica de medidas represivas o de exclusión
ante los desempeños de otros colegas porque sus preocupaciones intelectuales no coincidían con
la Universidad “de la que somos parte”, inscriben un desmantelamiento histórico de larga
duración. ¿Cuántas plazas se le otorgaron a amigos, o a casi-profesores (Tío Nobel dixit) por
razones que nada tienen que ver con el rigor, la productividad o la seriedad? ¿Cuántos dejaron de
leer, de conversar con sus estudiantes? ¿Cuántos y cómo le cerraron el paso a los que tenían
ganas de hacer otra cosa? ¿Cuántos escudan su ineptitud o su estreñimiento detrás de la “libertad
de cátedra” o del reglamento?
Ponderar esta situación es mirarle la cara a la poderosa cultura anti-intelectual que hegemoniza
los modos de la conversación en Puerto Rico. La fuerza y extensión de las prácticas anti-
intelectuales no son un fenómeno exclusivo de Puerto Rico ni de la que se presenta siempre
como su mejor Universidad. Las razones para el crecimiento y vitalidad de las prácticas anti-
intelectuales se encuentran en variadas disciplinas, discursos y espacios. Se trata de un orden
discursivo que amelcocha, ningunea o acosa cualquier complejidad, que hace fetiche de
cualquier identidad y que en la UPR ha sido sostenido por varias décadas en “ambos lados” de la
“brecha”. Pensar esta cultura es un acto político dirigido a transformar la naturaleza del saber, el
poder y la violencia en el mundo contemporáneo. No deja de perturbar (ya que no sorprende) que
las universidades sigan prestándose como espacios privilegiados, como campos de tiro donde
paradójicamente hace cátedra, donde practica esta cultura. Allí donde la especificidad intelectual
de un discurso académico esté siempre vistiéndose con los ropajes de otros menesteres o
fantasías, o dejándose canibalizar por protocolos o templates, ya sea del mercado o del activismo
político rancio, el desalojo de sus saberes es un evento irremediable.
Ante “los ajustes” de la horda privatizadora, los trucutús productivistas con la boca llena de
vocablos como “eficiencia”, “excelencia”, “calidad”, “productividad”, habría que ponerse a
discutir cómo esos términos “pasaron” a ser caballos de batalla de la “administración”, de qué
manera se los manejaba (si se los manejaba) antes, y cómo o cuándo se los maneja ahora. Pensar
en esto no es meramente “hacerse la autocrítica” o alinear culpables (demasiados religiosos hay
ya), sino identificar la condición del discurso intelectual que circula por la UPR y sus relaciones
con la cultura del poder en la isla. ¿De qué manera las intervenciones críticas, en su diversidad,
han sido regimentadas, vaciadas y neutralizadas en la misma Universidad? La anhelada
corporatización de los modos de evaluar el quehacer académico encontrará en la UPR un
terrenito desyerbado, si quieren, heredará un quiosco maltrecho pero todavía de pie, en ese vacío
que el ninguneo y el desprecio por la complejidad intelectual han despejado. Esta situación es
verificable en variadas instancias que van desde la ocupación de los espacios deliberativos de la
facultad, la inexistencia o incoherencia en la aplicación de criterios reales y equitativos para la
evaluación del trabajo académico, hasta la no-preparación diaria de algún curso introductorio.
La supeditación de la especificidad de los reclamos políticos de los universitarios bajo protocolos
estatales, jurídicos o sindicales explica, en parte, sólo en parte, la desarticulación de esos
proyectos que redefinirían las posibilidades de futuro y las polémicas productivas que crean una
Universidad. De igual modo me parece un error grave no calibrar los efectos del acomodo
político-partidista o la protección, entre la pena y la condescendencia, de la sambumbia
patriotera o la mediocridad criolla que siempre obtienesu permanencia. La falta de sofisticación
intelectual de colegas y administradores para apreciar la especificidad del trabajo docente en
tantas facultades o programas, el cierre temático e intelectual de “nuevas plazas” o el desaliento a
la productividad de su cuerpo docente es un fracaso histórico de la UPR, no el resultado de
alguna ordenanza.
Es muy difícil imaginar otra UPR sin mirar a la cara a esta culturita política, nombrarla,
atravesarla y enfrentar su dominio.
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1 Comentarios:
En lo respectivo al claustro: Les dijo vagos…y no me parece que sea algo que la gente no sepa
(por lo menos los que se han cuestionado la permanencia de algunos) ahora, la preguntita
quisquillosa: ¿Cuántos de ellos leyeron esto?
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