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Vigencia del Epicureismo

¿Por qué dedicarse en los albores del tercer milenio a


indagar en el pensamiento de un hombre del siglo III a.C.?. Se
podrían esgrimir toda una serie de argumentos en favor de la
riqueza, de la profunda sabiduría y del sentido que el
epicureismo puede tener para las encrucijadas de la actualidad.
Serían todos ellos legítimos. Pero creo que hay una respuesta
que abarca y contiene a todas las demás. Ella es que el
agotamiento de proyectos humanos sustentados en las tesis
antagónicas al epicureismo, nos deberían llamara a reflexionar
sobre una visión del mundo, y del sentido del hombre, tan
radicalmente diferente, y que tanto a insistido en los peligros de
elegir los caminos que Occidente a transitado en todos estos
siglos. Caminos que, por otra parte, sólo hoy evidencian de un
modo dramático las consecuencias apocalípticas que podían
deparar. El proyecto epicúreo todavía es viable, no solamente
porque no clausura el futuro, sino fundamentalmente porque
dignifica cada presente.
Una multitud de causas determina el pensamiento de los
hombres. Entre pensamiento y vida cotidiana se genera una dia-
léctica que da como resultado el mutuo determinarse. El mundo
hace al pensamiento y el pensamiento hace al mundo. Mundo y
pensamiento devienen el uno en el otro y conforman así la
totalidad en movimiento. Detrás de lo cotidiano se esconden los
interrogantes más profundas, detrás de la más alta especulación
se presenta el reclamo de la cotidiano.
El tiempo de transformación biológica de la especie se da
en termino de millones de años. Esas transformaciones, quedan
marcadas en cada individuo como el legado de una forma de
preservación. Sin embargo, así como hay una memoria bioló-
gica del aprendizaje para la supervivencia, no parece haber una
memoria histórica sobre el aprendizaje de la cultura. Los hom-
bres parecen repetir hasta el hartazgo los caminos equivocados
de la destrucción, la muerte y el autoexterminio. Podríamos
afirmar que estamos en presencia de un doble papel de la cul-
tura; por un lado, como reproductora de formas dadas, y por el
otro, como reflexión, crítica y acción frente a dichas formas. La
cultura, como el rostro de Jano, tiene dos caras similares y
opuestas.
Cuando la vida toma conciencia de sí misma, cuando la ra-
zón tiene que dar cuenta de la muerte, de la fugacidad de la
existencia, de la necesidad de la lucha, de la fragilidad humana,
de la imposibilidad de dar respuesta a las interrogantes más
angustiantes; el corazón del hombre se precipita en la desespe-
rada búsqueda de apaciguamiento de esos dolores. Nacen así los
mitos ; que dan lugar a los ritos y las ceremonias, también a las
supersticiones, las religiones, y otras formas que, cuando se pre-
sentan con el absolutismo clausurante de la certeza, se
convierten en la justificación para el exterminio de lo diferente,
que es vivido como una amenaza a la integridad y la seguridad.
El hombre es como un niño atemorizado que se resiste a
enfrentar los peligros del mundo, en este caso, el de la
incertidumbre. Podríamos definir al ser adulto como aquel que
ha tomado conciencia de sí y de su situación, que puede evaluar
su entorno y dar respuestas a los problemas que se le presentan,
que es capaz de elegir y asumir las consecuencias de esa
elección, que tiene el temple para enfrentar la adversidad, el
ánimo para vivir la alegría y la tristeza, autonomía en sus actos,
capacidad para el auto sostenimiento, y una ética que le permita
reconocer y distinguir a las fuerzas vitales de las necrófilas.
Sólo unos pocos hombres alcanzan este estado. La gran mayoría
de la humanidad se debate en una situación infantil, a la que la
someten, por un lado sus propios temores, y por el otro, las
grandes fuerzas que operan en la naturaleza y en el interior de la
sociedad. Grupos de interés sacan partido de esa situación de
indefensión en la que se encuentran las grandes mayorías. Esta
relación se sustenta en el rol de padres orientadores que se
atribuyen quienes se creen llamados, por sentirse superiores al
común, a ordenar las vidas de los demás, (en el mejor de los
casos, por lo menos desde el punto de vista ético, ya que poseen
esa convicción), o de quienes se creen en el derecho de servirse
de los otros por el poder que les confieren la fuerza, el linaje, la
raza, o la simple posición social. En general, su hegemonía es

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posible cuando las mayorías sometidas se encuentran
sumergidas materialmente en la precariedad y espiritualmente
en el pensamiento mágico. En torno a este problema podemos
reconocer (con todos los matices del caso) dos grandes
corrientes: una que se afana por la reproducción de este orden y
otra que lucha por la liberación de esas redes de sujeción.
Podríamos afirmar que hay dos planos de la lucha entre los
hombres, uno inmediato, que revela el intento de supremacía de
proyectos hegemónicos, y otro que hace al trasfondo de esas
luchas, en el que se presenta la necesidad de la especie de
superarse a si misma, de salir del estado de confusión infantil
para alcanzar la madurez. En el marco de lo que tiende a la
reproducción de los vínculos tutelares y de la convalidación
entre opresores y oprimidos se pueden distinguir también dos
orientaciones. Por un lado la barbarie de la imposición por las
armas, de la violencia física y el terror. Por el otro, el de la
razón “sacralizada” en el discurso de ciertas y determinadas
ideologías. Ambas, suelen aunarse en la razón de Estado.
A los efectos de este trabajo nos interesaremos por estas
últimas, es decir, nos ocuparemos de la filosofía epicúrea y del
lugar que ella ocupa como contestataria de esa razón
“sacralizada”; como una doctrina que lucha contra la supersti-
ción y el pensamiento mágico, paro también contra las filoso-
fías reproductoras de sistemas que convalidan los estamentos y
las tutelas.
Muchas formas de pensar el mundo no encuentran en su
época la recepción que podría demandar su originalidad o su
importancia, muchas quedan olvidadas, aunque latentes, para
que otros hombres las hagan resurgir cuando la historia este en
condiciones de albergarlas. En la historia hay intentos que
triunfan e intentos que fracasan, y si bien esto es un hecho,
triunfo y fracaso se convierten en derroteros de procesos que
pueden conducir a un mejoramiento de los vínculos y de las
relaciones entre los hombres, es decir, a un mejoramiento de la
humanidad como especie, o por el contrario a un rebajamiento
que lo acerca a la abyección y a la autodestrucción. En este
sentido, lo que pasa, no es porque merezca pasar, sino que sim-
plemente queda sepultado por un devenir que no siempre trae

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consigo lo mejor.
Los hombres luchan permanentemente los unos contra los
otros; por intereses materiales, por convicciones políticas, por
disputas de credo, por intereses crueles y mezquinos o por cau-
sas justas y nobles. Pero el ámbito de esas luchas no es sola-
mente el campo de batalla o el escenario de la política, también
lo es, y fundamentalmente el de las ideas. Esas ideas son parte
de las luchas, y la forma de justificar la supremacía económica
y política de los sectores dominantes. Tales ideas conforman
supuestos, principios, cosmovisiones o más sencillamente ideo-
logías. Estas se incrustan en las conciencias de un modo no
reflexivo, incluso como actos reflejos, y se expresan en muchos
casos en la forma ilegítima del dogma.
También una forma de analizar la historia humana es
investigando la lucha entre las diversas ideologías, pues
depende de su resultado, la dirección que ha de tomar el curso
de los acontecimientos, y explica las causas de las
contradicciones en otros ámbitos.
El caso de la filosofía epicúrea es particular. Su doctrina
parece haber tenido una profunda difusión. Centros epicúreos
surgían en todo el mundo antiguo, y se dice que llego a tener
muchos a adherentes. Se tiene conocimiento que Epicuro fue
muy prolífico en su producción intelectual, a pesar de ello son
en realidad muy pocas las obras que de él se conservan. Este
hecho no nos debe extrañar, si pensamos que la doctrina epicú-
rea surge y se desarrolla en la lucha contra la superstición y la
ignorancia, pero también contra algunas de las doctrinas
antagónicas que constituyeran el derrotero racional y moral de
occidente: el platonismo y el aristotelísmo ; las ideas que van a
dar origen el cristianismo. Quedan así por lo menos señalados
algunos de los motivos por los cuales de su obra se conserva tan
poco.
Por otra parte, en lo que hace a su doctrina, se puede ad-
vertir que fuera fruto del momento histórico que se vivía. Gue-
rras y revueltas permanentes cambios constantes en el poder,
vandalismo, incendios, saqueos, miseria, hambre y muerte, el
asedio permanente, y la amenaza de una invasión que pudiera
someter definitivamente al pueblo, y acabar con la libertad que

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todavía permitía prácticas políticas que se habían generado en el
pasado. La luminosa y prodiga Atenas del siglo de Pericles ya
era sólo un recuerdo. La crisis que se perfilaba en tiempos de
Platón y frente a la cual éste reaccionara con su obra "La Repú-
blica”, ya no es viable. Esta, es un modelo arquetípico que tenía
la pretensión de conciliar una realidad social decadente con el
ideal político que instrumentase un orden “racional”, piramidal
y autoritario que ya no será posible por el grado de disolución
social. El sueño del líder de la Academia, ya no tiene lugar ni
siquiera cuando él lo piensa, en un mundo que aspira a las cosa
más elementales, garantías para la vida y satisfacción de las
necesidades básicas. En este sentido, se puede afirmar que, si el
pensamiento de Platón se centra en una salida política de la
crisis social, mediante la fortificación del Estado, el epicu-
reísmo en cambio ofrece a la creciente masa de desposeídos y
desesperanzados una alternativa de vida que la polis no pudo
garantizar.
En aquel momento de Atenas los pobres aumentaban día a
día al establecerse legislaciones gravosas, y al limitar la catego-
ría de ciudadano a aquellos que fuesen poseedores de una for-
tuna elevada, esto hacía que se redujera el poder a sectores cada
vez más restringidos. La vieja democracia ateniense cede su lu-
gar a los gobiernos oligárquicos, cada vez más preocupados por
garantizar sus privilegios. La perdida de los bienes materiales
implicaba también la perdida de los derechos cívicos. Frente a
las ambiciones de poder del siglo V, de lujos y extravagancias;
comida, techo y abrigo parecían los ideales de felicidad del
siglo de Epicuro.
El proyecto político de una polis próspera, con un fuerte
espíritu comunitario, idealizado por el platonismo, deja su lugar
a una búsqueda de salida individual. En tal sentido, tanto el epi-
cureísmo, cuanto el estoicismo, se constituyen como doctrinas
de la desesperanza social, de la falta de expectativas en el ser
colectivo, haciendo un llamado a la reserva ética del hombre
como sujeto. Apelan, más que al componente real humano, a la
potencialidad interior para construir un hombre esencialmente
moral. Por supuesto, que desde dos visiones que si bien tienen
puntos de contacto, son diametralmente opuestas en cuanto a

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cuestiones esenciales, tales como por ejemplo: el modo de
elaborar esos contenidos morales para vivir la existencia, y la
concepción sobre el sentido de la actividad política.

Pero Farrington, quién está más cerca de las hipótesis que


aquí se pretenden defender, también afirma que Epicuro no es
un anarquista, sino un reformador. Trataré de demostrar que
este es un concepto erróneo, en tanto que no puede entenderse
como reforma la negación misma del Estado y de los principios
tanto legales como morales que lo sustentan. Y qué, la
expansión epicúrea y su proyección a lo largo de 700 años no
puede ser consecuencia, sino de la intención de generar víncu-
los sociales opuestos al orden estatal. La confirmación de esta
hipótesis permitiría realizar una lectura diferente de algunos
aspectos centrales del pensamiento del filosofo del Jardín, pues
si esta hipótesis fuera demostrada, deberían reconsiderase al-
gunas de las interpretaciones más difundidas sobre el conjunto
de su filosofía.
Es en el seno de esa realidad social, ya en plena disolu-
ción, a la que hacíamos referencia, donde el pensamiento de
Epicuro se agudiza, y busca dar, a la vida cotidiana y al hombre
sin horizontes, el auxilio de una sabiduría, que en principio,
permita eliminar el dolor que produce el temor.
El desterrar el temor por medio del conocimiento no es
algo nuevo, pero sí es nuevo que la fuente y origen de todo pen-
sar no tenga más motivo que la felicidad de un cuerpo y un
alma que se conciben como mortales.
He aquí una concepción original y revolucionaria. Una
doctrina para la que no hay vida de ultratumba, ni trasmundo, ni
sentido ulterior, ni teleologísmo; que no cae en la amargura de
los estoicos, ni en el facilísimo de los sofistas; que no arroja
todo fuera de sí, ni apuesta a fuerzas mágicas o místicas; sino
que asigna al hombre la responsabilidad de la construcción de
su propio destino, sin otra expectativa que la realización misma
de su vida. Recoge lo mejor del humanismo socrático, pero
también lo trasciende, porque procura, mediante el conoci-

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miento, producir una sabiduría que de cuenta de la posibilidad
de vivir una vida sabia bella y justa en el marco de la finitud y
de lo que está llamado a desaparecer. El optimismo socrático es
el de la expectativa por trascender la muerte, el optimismo
epicúreo es el de la celebración y la alegría por la vida misma,
sin negar la muerte, (contracara del platonismo) y sin que ella
pueda empalidecer el gozo de la vida. Mas, no es este opti-
mismo expresión de una vitalidad, pura emoción e instinto ; es
en realidad manifestación de las fuerzas vitales en armonía con
la naturaleza, en expresiones que abarcan tanto a la física
cuanto a la razón y que son producto de rigurosas y sistemáticas
reflexiones elaboradas con el cuerpo y con el alma y
sustentadas por convicciones éticas.
Muchos comentaristas nos trasmiten la imagen de un
Epicuro alejado del mundo, desentendido de los avatares de la
vida social, reconcentrado en sus especulaciones, con una
predica a sus seguidores al modo de un líder religioso, tratando
de apartar sus miradas de la decadencia de las instituciones
políticas. Más, Epicuro no se pone de espaldas a la política, es
un militante activo en contra de la política. Insiste en que esta
actividad no solamente no trae aparejada la felicidad para los
hombres, sino que es causa de rivalidades, codicia, envidias y
traiciones, ansias de riqueza y poder, y que su consecuencia es
necesariamente el dolor, producto de las presiones y angustias
del espíritu. La doctrina de la amistad epicúrea no cuestiona
sólo el orden político, sino más profundamente las formas de
vida y las morales que producen tales sistemas. Muchos
comentaristas niegan que el suyo sea un pensamiento en contra
de los sistemas establecidos. Esta idea tiene origen en que se
reconoce como algo alternativo lo que se quiere poner, o se
estima debe ser puesto, “en lugar de”, y no lo que es negación y
apertura a instancias esencialmente diferentes. Es verdad que el
epicureísmo se opone a la política, pero el hecho de que no
proponga una alternativa política, no quiere decir que no tenga
una posición respecto de como deben los hombres ordenar sus
vidas.
Además, cuando se afirma que la filosofía de Epicuro es

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menos un sistema de pensamiento que un sistema de vida,1 no
se es justo con el filósofo del Jardín. Su pensamiento constituye
un verdadero y complejo sistema: sólido, coherente, que
articula con rigor y belleza ; ética, física, y teoría del
conocimiento. Pero además, tiene la maravillosa virtud de no
ser reflexión cuya abstracción se desentiende de las necesidades
más auténticas e íntimas del hombre. En alguna medida, esas
consideraciones sobre el pensamientio de Epicuro, son producto
de concebir a los grandes sistemas del mundo, a los grandes
relatos sobre el sentido de la realidad en relación a algún tipo de
trascendencia o sentido ulterior, y descalificando las cosas
“pequeñas” y fugaces las consideran innecesarias e
inesenciales. Los grandes sistemas que han tenido predicamento
y se han derramado sobre las sociedades a lo largo de los
tiempos, son aquellos que han ofrecido alguna forma de
trascendencia, ya se encuentre esta en la inmortalidad del alma
o en la proyección de la historia.
Afirmar que la filosofía de Epicuro es menos que un
sistema de pensamiento, un sistema de vida, es minimizar una
idea gigantesca, maravillosa, y es descalificar un pensamiento
que se inserta en la realidad material, concreta, humana; que
descubre que la vida puede ser fugaz, que el sentido de un acto
se agota en sí mismo, pero que en esto puede haber belleza y
alegría, y que la inmanencia, que el hecho de no poder esperar
nada más, fuera de ella misma, no la invalida ni impide el goce.
Detrás de ese discurso se instala la idea de que un sistema de
vida es una opción personal, una manera de vivir, una especie
de gusto por ciertos hábitos. En tanto que un sistema de
pensamiento es una cosmovisión que indica las verdades
últimas y trascendentes. Un sistema de vida, sería para esas
concepciones, algo casi doméstico, en tanto que un sistema de
pensamiento, es lo verdaderamente serio e importante. En este
sentido, el discurso de Epicuro es inquietante. No se propone
1 “Desde 322 hasta su establecimiento en Atenas (verano 306),
Epicuro vivió, pues en Asia Menor, en Colofón primero, después en
Mitilene de Lesbos y en Lámpsaco junto al Helesponto. Allí elaboró
su doctrina, que es menos un sistema de pensamiento que un sistema
de vida.

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imponer un sentido de la trascendencia en lugar de otro, hace
algo que el deseo de poder y que los proyectos de dominación
no pueden aceptar, renuncia a ella. La trascendencia, y las
formas de alcanzarla, impone jerarquías, establece diferencias,
instituye órdenes subordinantes. La inmanencia pone a todos los
hombres en un pie de igualdad, con ella, los actos humanos no
serán calificados para el otorgamiento de un premio o un
castigo, simplemente tendrán repercusiones directas para una
vida feliz o desdichada.
Occidente recoge toda una larga tradición de fascinación
por la trascendencia. Esto se expresa en los sistemas filosóficos
que considera como superiores, en la forma y el culto de sus
religiones, en sus proyectos políticos, en sus conductas sociales,
y también en las angustias y desconciertos que le llevan a
entretejer utopías con la mirada siempre en el futuro,
desconociendo el presente. Todos esos grandes sistemas
ficcionales, idealistas, han degenerado necesariamente en
prácticas autoritarias, en posiciones dogmáticas, en conductas
homicidas y genocidas. Todos ellos esconden algo que Epicuro
combatió, el temor a la muerte y a la necesidad. Esos sistemas
las niegan, y al negarlas los confirman y valídan. El
epicureísmo las incorporar como parte inseparable de la vida,
las integra como dimensiones que no deben ser vistas como
degradación de lo humano, porque los constituyen y le dan lo
esencial a su ser.
Entre otros pensadores de la modernidad, la fuerte cohe-
rencia del materialismo epicúreo parece haber atraído a Marx.
Ambos son representantes en distintas épocas de doctrinas ma-
terialistas, y no es casual que en escritos tan tempranos Marx
haya estudiado en profundidad la filosofía epicúrea. En efecto,
en una comparación entra la filosofía de la naturaleza de
Epicuro, y la de Demócrito consiste su tesis doctoral. La inten-
ción de Marx en ese trabajo, es demostrar que la física de Epi-
curo no es un plagio de la de Demócrito, como sostenían algu-
nos comentaristas, y que, por al contrario, hay en la concepción
de la filosofía de la naturaleza de Epicuro elementos contrarios
a la física democrítea.
Por otra parte, el materialismo y toda doctrina afín han re-

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presento el lado oscuro, y oculto del pensar. Se lo asoció con lo
degradado y vulgar, se le hizo cargar con el estigma de la here-
jía, se la persiguió por atentar contra el orden establecido. Re-
cordemos que el poder político y el religioso estuvieron prácti-
camente unidos desde el origen de la civilización hasta la Revo-
lución Francesa y que durante todo ese tiempo, en marcos histó-
ricos y temporales diferentes, contraponer una cosmovisión
distinta a la ideología dominante no podía ser únicamente
establecido como una diferencia de conceptos, sino como
oposición a los dioses o a Dios, y era considerado como un
atentado en contra de las figuras de quienes detentaban el poder,
es decir, de los que se atribuían el derecho al poder, por ser los
portadores de saberes vedados al común y adquiridos miste-
riosamente.
La ciencia moderna se constituye en lucha con esos pode-
res. El trascendentismo medioeval condenó a la ciencia a la pos-
tergación. El "cabe pues afirmar sin miedo a equivocarse, que
Epicuro es el inventor de la ciencia empírica de la naturaleza,
de la psicología empírica", como afirma Hegel en sus
lecciones, puede ser un tanto audaz, pero en realidad es la in-
dicación de que por lo menos ciertos desarrollos vinculados a la
razón y a la ciencia se vieron desalojados a lo largo de varios
siglos del centro de la reflexión. No se pretende afirmar aquí
que las ciencias experimentales modernas se hubieran
desarrollado dos milenios antes, ni tampoco que ella sea he-
redera del epicureísmo. La ciencia moderna adolece del sentido
integral, ético y existencial que tenía para Epicuro. Ella produce
conocimiento para el tratamiento instrumental de la naturaleza y
las sociedades, la ciencia epicúrea, en cambio, pretendía
producir sabiduría que le permitiera al hombre vivir de acuerdo
a la naturaleza. A la ciencia actual le interesa el conocimiento
para el dominio, a la epicúrea le interesaba el saber para la
felicidad.
El materialismo, como ideología con sus plenos derechos,
esto es, como forma de pensamiento de las ciencias, como con-
cepción del mundo, como forma de vida, tuvo que esperar hasta
los tiempos contemporáneos para resurgir en medio de otro tipo
de crisis social. Los sensualistas y enciclopedistas franceses, los

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filósofos naturalistas del siglo XIX, los anarquistas y
socialistas, recibieron influencia directa o indirecta del
epicureísmo.
Todavía en el siglo XIX y de principios a mediados del si-
glo XX encontramos los grandes sistemas del mundo, las gran-
des cosmovisiones idealistas y materialistas, la expectativa de
un sentido y una dirección de la historia en la realización de
proyectos definidos desde la razón y la voluntad humana. Un
tiempo que desde la construcción de teorías podía parecerse a
aquel en que se construyeron los grandes sistemas de la anti-
güedad, el platonismo y el aristotelísmo. Estos sistemas tienen
en común reflexionar sobre la crisis y plantear alternativas a su
salida. La República de Platón, como señala Lewis Mumford es
un constructo del mismo tipo que el que los totalitarismos del
siglo XX, nazis, fascistas o estalinistas realizaron realmente.
La crisis del marxismo a fines de la década del setenta, la
caída de los sistemas socialistas tras el derrumbamiento del
muro de Berlín y la desintegración de la URSS, no trajo apa-
rejado el triunfo de un modelo sobre otro, sino el agotamiento
del socialismo real frente a un capitalismo que tiene la fuerza
para durar más en su agonía, pero que de ningún modo se ha
presentado como algunos lo han querido mostrar, esto es, como
el fin de la historia y el triunfo del modelo que trae la solución a
los problemas del hombre. En realidad no hay modelos, no hay
espectativas de futuro; hay una progresiva degradación social,
hay carencia para las grandes mayorías de las cosas más
elementales. Ellas quisieran simplemente no tener hambre, no
tener frío, no tener sed. Pero ni siquiera esto se les quiere dar.
En este sentido, estos tiempos actuales se parecen a los de Epi-
curo, pero lo que no se vislumbra, es un pensamiento como el
de aquél. No hay una doctrina de la sabiduría capas de advertir
sobre los peligros de un hedonismo ciego y egoísta que sólo
puede terminar en la autodestrucción. No hay un espíritu
reflexivo capas de indicarnos el sentido que el conocimiento y
la ciencia deben tener para vivir con belleza y sabiduría. Las
palabras parecen haberse agotado, no hay credibilidad en los
discursos porque ellos no se conectan con aspectos vitales, no
son indicadores de una realidad más allá de sí mismos, sino que

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se diluyen en una trama a veces tan rebuscada como estéril, que
no da cuenta de nada.
Es por ello que repensar a Epicuro y su doctrina tiene el
valor de lo actual, de lo inmediato. No extraviarnos en el análi-
sis de la partícula kai, al modo de exhumación de un cadáver
que ni siquiera hiede, sino entender que hay cosas en el largo
aprendizaje que venimos realizando que es imperioso recordar.
Sólo podemos tener futuro en la medida en que seamos capaces
de aprender de nuestro pasado, tanto personal como humano, y
la filosofía de Epicuro es uno de los capítulos más ricos de
nuestra historia, de los más importantes, y un instrumento para
reconocer caminos que quizás nos hubieran conducido a un
destino mejor.
Es también objetivo del presente trabajo rastrear en la
filosofía de la naturaleza de Epicuro, en su concepción atomista,
en su teoría del conocimiento, y en su ética, la génesis de un
pensamiento materialista coherente y sistemático. La
sistematicidad es una de los puntos que intentaremos demostrar,
pero también lo vincularemos al mismo tiempo al incipiente
pensamiento del joven Marx, donde el materialismo es todavía
una tendencia, pues conserva una fuerte influencia hegelianea.
Sin embargo hemos de advertir que ya se perfilaba en su
discurso el pensamiento que diera origen a su doctrina. No
trataremos de demostrar sí las aseveraciones de Marx en cuanto
a su tesis son acertadas o no, sino que trataremos, apenas, de
establecer el vínculo entre estos dos materialismos, indagar que
concepciones están detrás de ellos, y en cierto sentido tratar de
comprender el materialismo desde el punto de vista histórico y
filosófico. En este sentido, debemos tener presente que el
discurso materialista no surge como especulación pura, esto es,
a la forma del ídealismo que pone toda objetividad dentro de un
fundamento autosuficiente y necesario, siendo el pensamiento
un aspecto de lo que desde un principio se toma como identi-
dad. El materialismo muchas veces se construye en la reflexión
crítica sobre la realidad, y en la polémica y el debate con las
posiciones idealistas que también la constituyen.
Si podemos establecer nexos entre la doctrina materialista
de Epicuro y el materialismo de Marx y algunos otros

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pensadores de la modernidad, resulta también muy tentador
vincular la doctrina del placer de Epicuro con la teoría del
placer de Freud. En cuanto a éste, como negar que su teoría
psicoanalítica ha revolucionado la ciencia psicológica y que su
pensamiento, (aunque él no lo haya querido, porque, como lo ha
manifestado, no le interesó encontrar correlatos filosóficos)
tiene una serie de presupuestos fuertes que pueden suscribirse a
doctrinas materialistas. Por otra parte, sacando a los sensualistas
franceses, y al sensualismo de Feuerbach, o al Marqués de
Sade, no encontramos doctrinas que se ocupen del placer, y sus
connotaciones en la conformación humana.
Serán pues todos estos los hilos conductores que trazarán un
itinerario que entrecruzará algunos de los momentos de un
pasado lejano y otros más inmediatos en el devenir del
materialismo. Se nos presentan muchos problemas comunes a
toda investigación, a toda indagación que pretenda rescatar con
seriedad vínculos a veces tan obscurecidos y deformados por la
tradición. ¿Cómo rescatar un pensamiento conformado en otra
realidad sin deformarlo? ¿Cómo ser fiel a sus ideas sin
repetirlas punto por punto? ¿Cómo producir un encuentro
enriquecedor sin perdernos en la paráfrasis ni en la
ventriloquia? Este es el desafío.

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