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Memoria de Andrés Castro

Magaly Muguercia

Hubo una vez un movimiento teatral que se cansó de hacer dos solitarias funciones al

mes. Los artistas querían que la ciudad fluyera hacia los teatros, con naturalidad. La

ciudad era La Habana y finalizaban los años cuarenta del siglo pasado.

Entonces, unos entusiastas fundaron una compañía diferente, para hacer “teatro

de arte” con elenco fijo y ofreciendo funciones diarias a un módico precio de taquilla.

Dicen que las dos primeras funciones del Grupo Escénico Libre, que así se llamó la

nueva institución, fueron notables.1 Se hicieron en el Palacio de los Yesistas, salón

arrendado a un gremio obrero en un barrio popular. Hacia allá se fueron los habitués del

teatro habanero acompañados de algunos vecinos curiosos del barrio. Costaba cincuenta

centavos la función.

La sede provisoria de GEL no pudo ser más habanera: en sus tiempos, por Xifré

y Maloja se paseaba Cecilia Valdés. Hoy es el corazón de Centro Habana.

Aquel grupo nuevo estrenó a Lorca, a Chéjov, a O'Neill y a Tennessee Williams.

Se dice que su mayor éxito fue La más fuerte, de O’Neill, monólogo a cargo de la joven

debutante Elvira Cervera. Era muy raro en aquel tiempo ver a actrices negras haciendo

“teatro serio”. Otro debut ocurrió ese mismo año con Recuerdo de Berta, de Tennessee

Williams, ópera prima como director de Vicente Revuelta. Vicente tenía 20 años.

1
Agradezco este dato puntual, pero también otros muchos infiltrados en este texto,
al sitio web de Rosa Ileana Boudet: Lanzar la flecha bien lejos.
Pero la sala era alquilada... GEL resistió siete meses de función diaria antes de

disolverse. Los pioneros fundadores se llamaban: Eduardo Manet, Matilde Muñoz,

Clara Ronay, Carlos Malgrat, Antonia Rey y... Andrés Castro.

Dice Eduardo Manet que algún día en Cuba habrá que levantarle un monumento

a Francisco Morín, a Modesto Centeno y a Andrés Castro.1

Andrés se había iniciado como actor en la compañía de Violeta Casal y Lorna de

Sosa (actriz cubana famosa, y directora norteamericana). Hacia 1947 se marcha a Nueva

York y allí permanece dos años como estudiante del legendario Dramatic Workshop,

que dirigía Piscator. ¿Alcanzó a tener de maestra a Stella Adler? Con seguridad cruzó

un saludo con Arthur Miller o Tennessee Williams o con estrellas de la pantalla como

Marlon Brando, formadas allí. Lo cierto es que, de su primera incursión por aquel

Village de posguerra — memorables vanguardistas y pléyade de exiliados europeos —

regresó a la isla con un oficio muy maduro y una actriz española invitada, que se quedó

trabajando en los teatros cubanos durante veinte años.

Fue entonces que ocurrió la historia de GEL, que ya contamos. Cerrado GEL, de

inmediato Andrés Castro funda la Compañía Dramática Cubana Las Máscaras. Era la

noche del primero de noviembre de 1950, y representaron, siguiendo la tradición, el

Don Juan Tenorio, de Zorrila. Enseguida viene el segundo estreno y Las Máscaras da a

conocer a la actriz española con una Yerma que se mantuvo 32 noches consecutivas en

cartelera y se volvió leyenda. La diva era Adela Escartín.

Que la mitología de Adela y su Yerma no nos haga olvidar que el protagónico

masculino era Vicente Revuelta y la coreografía, de Ramiro Guerra.

Cuenta este fundador de la danza moderna en Cuba:

1
Entrevista a Eduardo Manet, por William Navarrete, París, 28 de agosto de 2001,
en http://www.elateje.com/0201/entrevistas020101.htm

2
[...] En Las Máscaras me relacioné con la técnica de Stanislavski a través de

Andrés Castro, que había sido alumno de la Escuela Piscator en Nueva York, y

estaba interesado en crear un movimiento de teatro en Cuba con parámetros

que no estuvieran en uso. [...] me adentré en el trabajo de utilización de la voz,

el cuerpo, el movimiento, la acción y otros elementos que me abrirían nuevas

perspectivas en cuanto a su utilización escénica... 1

¿Cuándo conoció María Elena Molinet un teatro por dentro? Cuando estudiaba

en San Alejandro y vio a dos condiscípulos de la escuela pintar los telones y vestidos

para aquella Yerma.

En 1951 Abelardo Estorino y Raúl Martínez se conocieron en Las Máscaras,

veinteañeros.

En 1953 Las Máscaras inició una larga gira por toda la isla. Los acompañaba

Heberto Dumé, discípulo de Andrés Castro, diez años antes de estrenar su famosa

versión escénica de Las impuras.

De regreso de este recorrido por 19 ciudades de la isla, Las Máscaras retomó su

empeño de repertorio, teatro estable y función diaria, pero no tenía local.

En 1954 (seguimos alquilados en Xifré y Maloja) Andrés Castro dirige el

estreno mundial de Lila la mariposa, de Rolando Ferrer. Allí debuta como actor Enrique

Pineda Barnet. Tenía catorce años y Ferrer había escrito el papel de Marino para él. La

escenografía fue de Raúl Martínez — extraordinario telón del mar habanero — y

asombró a su propio creador: “Cuando se apagaron las luces y se levantó el telón, me

percaté, asombrado, de que mi obra se convertía en un gran cuadro, predominando por

1
Citado por Fidel Pajares, en “Ramiro Guerra: sentirme en las raíces”, revista
Conjunto (La Habana), no. 126.

3
encima de los actores...”.2 Protagonismo del mar en la escena cubana, quizá el primero,

realizado para el teatro por Rolando Ferrer, Andrés Castro y Raúl Martínez.

En 1955 Andrés Castro le encargo a la que fue después decana del vestuario

teatral en Cuba su primer trabajo profesional: el diseño de vestuario de La debilidad

fatal, de George Kelly, donde María Elena Molinet se fascinó inventando para la escena

un complicado negligé.

En 1956 seguían sin sala y Las Máscaras hizo temporadas en salitas fraternas

que acogieron a Andrés Castro: Farseros, de Julio Martínez Aparicio, y Atelier, de

Adolfo de Luis. Hasta que, al fin, el director logró construir su propio teatro.

En el verano de 1957, en Primera entre A y B en el Vedado, se inauguró la sala

Las Máscaras que muchos conocimos. Era el lujo de un modernista rascacielos

habanero, frente al mar. Y era la sala mejor acondicionada de La Habana, certificó Rine

Leal en la crónica del estreno.

Así empezó una nueva historia. La flamante instalación ahora puso sus ojos en la

cartelera estadounidense. El vínculo de Andrés con Nueva York era conocido y su salita

comenzó a tener sesgo culto con alto oficio y lógica de producción empresarial.

Anunciaba sus estrenos con bombo y platillos en la prensa, recalcando la presencia en el

elenco de estrellas de la televisión. Su segundo estreno en la sala nueva fue el Orfeo

desciende, de T. Williams, en 1958, cuando todavía la obra era un éxito en la cartelera

de Nueva York. En el montaje de Andrés Castro se llamó Algo salvaje en el lugar, y

ofreció más de cien funciones consecutivas a teatro lleno.

Quizá Las Máscaras de esta época fue la primera piedra de un Broadway

caribeño que nunca sucedió.

2
Raúl Martínez, Yo publio, La Habana, Ediciones Arte Cubano, Editorial Letras
Cubanas y CNAP, 2007, p. 262. Citado por Rosa Ileana Boudet, en
http://lanzarlaflecha.blogspot.com/2008/10/yo-publio-ii.html

4
Inaugurada aquella sala, Andrés Castro quiso rodearla de ambiente cultural.

Encantado con unos dibujos del desconocido y joven Eduardo Arrocha, decidió montar

una exposición en el vestíbulo de la nueva instalación. Y fue el otro Andrés de las

Máscaras, Andrés García, escenógrafo permanente de Castro y famoso diseñador de las

portadas de Carteles, quien le dijo a Arrocha al ver sus obras: “No, usted no es pintor.

Usted es diseñador escénico. Usted no tiene que pintar, tiene que diseñar para el

teatro.”1

Cuando en 1958 Carlos Ruiz de la Tejera le pidió consejo a la gran María de los

Ángeles Santana: “¿Dónde estudio actuación?”, ella le aconsejó: “Puede ser con Vicente

Revuelta o con Andrés Castro.”2

Hacia 1957 o 1958 casi no había discusión entre los críticos: los directores

sobresalientes en el teatro habanero eran Francisco Morín, Vicente Revuelta, Adolfo de

Luis y Andrés Castro. A punto de iniciarse la era de la Revolución Cubana, Andrés era

un referente obligado y, en particular, un foco muy influyente de formación y

promoción de nuevos artistas.

Se conoce menos una faceta de Andrés Castro que se llama Antonia Rey, la

actriz, que ha navegado con éxito en el cine estadounidense. Tengo una imagen remota

de ella; quizá alguna vez la vi actuar. Pero todos los que trataron a Andrés Castro en una

relación de trabajo o personal, incluyen en el paisaje de la memoria a Antonia Rey.

“Fueron Andrés y su esposa los que...”

“Antonia Rey le dijo a Andrés...”

“No sé si fue Andrés o Antonia...”

1
Johanna Puyol, “Entrevista con Eduardo Arrocha”, en La Jiribilla (La Habana), 20-26
de enero
de 2007, http://www.lajiribilla.co.cu/2007/n298_01/298_19.html
2
En “Unipersonal de Carlos Ruiz de la Tejera”, Granma Internacional, 19 de febrero
de 2003. http://www.granma.cu/espanol/feb03/mier19/7carlos.html

5
En “La Lupe cantaba boleros”, cuenta Guillermo Cabrera Infante:

René Jordán comió con ella [la Lupe] y con la actriz Antonia Rey y su marido

el teatrista Andrés Castro, sus mejores amigos, dos días antes de morir. [...]

Poco antes de irse de Cuba los Castro le habían dado a ella un homenaje.

La primera vez que vi teatro en mi vida fue en 1961, en Las Máscaras. Andrés

ya no estaba, pero su sala seguía siendo un lugar imprescindible del teatro habanero. Y

por muchos años su salita impecable siguió adornando el rascacielos moderno frente al

Malecón... hasta que un día el rascacielos se convirtió en ministerio y se la tragó.

No sé cuándo exactamente ni cómo se fue de Cuba Andrés, pero debe de haber

sido temprano en los 60. Desde entonces se radicó en Nueva York y es uno de los

nombres obligados del teatro “latino” en los Estados Unidos. Amigos, discípulos, pero

también gente de teatro como yo, que nunca lo conocimos en persona, somos sus

herederos, por misteriosa razón de persistencia en la cultura. Lo recordamos como si lo

hubiéramos vivido, aunque no lo podamos traer en carne y hueso a esta memoria.

SANTIAGO DE CHILE, MAYO DE 2009

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