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Tema 9
EL RENACIMIENTO
El Renacimiento se concibe como la evolución de una realidad cultural, social y política que, originada
en la última etapa de la baja edad media, va estrechamente unida al afianzamiento de la clase burguesa
que accede a los cargos públicos antes detentados por la aristocracia y el clero. Durante el periodo
renacentista se produce una profunda renovación cultural en Europa, que tiene a la Antigüedad como
referencia obligada. Esta referencia no lleva implícita la uniformidad ya que, en cada centro creador, se
investigan diferentes y particulares tendencias del mundo antiguo. Tampoco hay una coincidencia
cronológica, sino una sucesión de periodos dotados de una peculiar caracterización..
No se debe olvidar que el concepto de Renacimiento es aplicable no solo a las artes plásticas, sino
también a la literatura, la filosofía, la política o la música. Además, existen multitud de matices
regionales, cronológicos y de diversa índole, pero en general podemos señalar los siguientes puntos
comunes:
Renovación e inspiración bajo las pautas de modelos clásicos, que no es copia de los
mismos, sino la recuperación de un modo de ser, de sentir y de expresarse. En arte se
estudian las obras que por su supervivencia puedan servir de modelo. En arquitectura
estudiando las ruinas y edificios romanos; en escultura relieves y estatuas; y en pintura, al
carecer de modelos hasta el descubrimiento de las que se hallaban en la Domus Aurea de
Nerón, acudiendo a la escultura. Roma es el modelo histórico de la grandeza política
y cultural de Italia.
No busca la paganización sino que trata de encontrar la continuación lógica entre el mundo
clásico y el mundo cristiano, entre naturaleza e historia. Los temas de la mitología clásica
convivirán con los propios de la iconografía cristiana, y esta conjunción irá encaminada a
la educación del nuevo hombre cristiano.
El Quattrocento: que coincide con el siglo XV, y cuyo centro más destacado
será Florencia.. Hay que recordar en este proceso complejo, plural y diverso, es
esencial la influencia del neoplatonismo sobre los artistas florentinos; del
aristotelismo en el mundo veneciano; y la confluencia de modos dispares
(italianos y flamencos) en la corte de Urbino. Todos ellos irán formulando el
lenguaje que culminará en la creación de un estilo único.
Dada la enorme importancia que adquiere el hecho artístico durante el Renacimiento y las
nuevas funciones que va a representar, cabe preguntarse cual es el tipo de clientes y mecenas, y
quienes realizaban los encargos, es decir los artistas.
Los artistas
Experimentan un cambio sustancial con respecto a la Edad Media. De ser un artesano anónimo
se pasa a ser artista creador, cuya individualización y personalidad tendrán una valoración y estimación
social cada vez más creciente. Es ahora responsable de su obra, y se muestra orgulloso de su creación
firmándola, incorporando su retrato (Ghiberti o Miguel Ángel), realizando comentarios escritos (Alberti
o Leonardo). Esta toma de conciencia les induce a batallar por la revalorización de las artes plásticas
para que se equiparen a la filosofía o la poesía, liberándose del control de los gremios.
Los artistas basan su lucha en la defensa del carácter científico de as artes plásticas y arguyen que
aunque precisen de un aprendizaje y una técnica, y que utilicen las manos lo verdaderamente importante
es que la creación precisa un proceso mental e intelectual. Demuestran que los conocimientos
científicos como matemáticas, óptica o geometría, anatomía o botánica, son necesarios para sus obras.
Los edificios religiosos pierden su sentido simbólico cristiano al ser la dimensión racional y
humana la que prima. Desaparece el sentido metafórico del simbolismo de la luz y se procurará una
iluminación integral y equilibrada.
En la planta siguen dos esquemas:
Longitudinal: basilical o de cruz latina, con la posibilidad de multiplicar el número de
capillas y altares. Se impone por problemas litúrgicos frente a la planta centralizada tan
querida por los teóricos. Predomina durante el Quattrocento.
Centralizada: de cruz griega o circular, será característica del Cinquecento.
Los palacios pierden su carácter militar para ser concebidos dentro de su dimensión urbana
mostrando la condición social y la dignidad de su propietario.
En San Andrés de Mantua, vuelve a utiliza el cuadrado como base modular para crear una iglesia de
una nave, con capillas laterales que evoca las basílicas constantinas y el gótico catalán. La fachada es un
gran arco de triunfo con reminiscencias del de Tito.
En la Toscana, la familia Pisano, a partir del siglo XIV había ido poco a poco sustituyendo el
estilo narrativo medieval por un arte sensorial que tiene fin en si mismo.
Si a ello añadimos el escaso interés de los artistas italianos por la creación gótica. La influencia de San
Francisco de Asís y su exaltación de la naturaleza como obra de Dios y el contacto permanente con
los restos de la escultura clásica antigua, se comprende que el Renacimiento se anticipara en estas
regiones.
Florencia será el centro creador más importante al ser el polo y filtro de todas las corrientes espirituales
de la época, alimentada e impulsada por los Médici, aunque no hay que olvidar la abundancia de
talentos creadores.
La escultura se independiza de la arquitectura siguiendo el camino abierto por la fase final
del gótico.
El artista firma su obra, que ya no es solo religiosa sino también civil, y centra su interés
en la belleza de las formas del hombre y de la naturaleza.
Introduce la perspectiva, aplicando el punto de fuga en los relieves, siguiendo la teoría de
Alberti.
Se esculpen temas religiosos, alegóricos, mitológicos, etc. y el retrato adquiere una de sus
más bellas expresiones en busca de su personalidad física y moral, en busto, ecuestre,
yacente...
Como materiales resurge el uso del bronce y se continúan empleando el mármol, la
madera, la cerámica, etc.
Puerta del Paraíso (este), llamada por Miguel Ángel “la puerta del
Cielo” está impregnada de monumentalidad e imaginación.
Renuncia a la forma cudrilobulada, para dejar cada hoja dividida en
cinco grandes recuadros, donde desarrolla una temática extraída del
Antiguo Testamento, llegando a la fusión de varias escenas en un
solo compartimiento, al adoptar los inventos espaciales de
Donatello con las perspectivas de Brunelleschi y Alberti (un espacio
sencillo, unificado y monumental).
El David. (obra PAU) Hecha en bronce, es la primera estatua exenta, desnuda, del
Renacimiento. No es un héroe resuelto y seguro de sí mismo, es un adolescente
pensativo, casi sorprendido de verse mezclado en una empresa tan
extraordinaria. El cuerpo se balancea ligeramente; la pierna, doblada no lo
sostiene, y debe hacer fuerza sobre la otra con un deslizamiento de la cadera. La
diagonal exterior de la espada, demasiado pesada, acentúa la inestabilidad y la
oscilación del cuerpo, y ésta se traduce en el móvil juego de los reflejos sobre los
tenues salientes de los músculos del tórax y del vientre o en la sombra que el ala
del sombrero hace descender sobre el rostro. Sus connotaciones humanísticas se
ponen de manifiesto por el hecho de mostrar el joven cuerpo del vencedor
desnudo, pero con botas y un sombrero típico de los campesinos toscanos (algo
anacrónico en una escultura clásica). En el aspecto moral simboliza el nuevo tipo
de héroe individual que, con su virtud es capaz de vencer al enemigo poderoso.
Donatello nos muestra a su David enseñando el cuerpo suavemente articulado,
en una armonía de movimiento muy sensual, de connotaciones praxitelianas.
San Jorge, Si la comparamos con una estatua gótica del exterior de las grandes catedrales,
podemos observar cómo Donatello rompe totalmente con el pasado. Estas estatuas góticas permanecen
a los lados de los pórticos en hileras solemnes como si fueran seres de otro mundo. Por el contrario, el
San Jorge de Donatello se levanta con firmeza sobre el suelo, con los pies pegados a tierra
resueltamente, como dispuesto a no ceder ni un palmo. Su rostro no tiene nada de la vaga y serena
belleza de los santos medievales, sino que es todo energía y concentración. Parece esperar la llegada del
monstruo para enfrentarse a él; las manos descansan sobre el escudo, pero es totalmente tensa su
actitud en una determinación de desafío. La estatua es famosa como símbolo inigualable del valor y la
intrepidez juveniles. Sin embargo, no es sólo la imaginación de Donatello lo más digno de admirar, su
facultad de corporeizar el santo caballero de espontánea y convincente manera, quiso sustituir las
delicadezas y refinamientos de sus predecesores por una nueva y vigorosa observación del natural.
Detalles como las manos o las cejas del santo revelan una total independencia de los modelos
tradicionales; demuestran un nuevo e independiente estudio de las formas reales del cuerpo humano. Si
lo comparamos con el David de 1409, observaremos cómo las piernas, que en el David constituían un
mecanismo de soporte, en el San Jorge están abiertas para soportar el peso del busto; los brazos que en
el David formaban dos arcos, aquí precisan, respectivamente, el aplomo y la ligera rotación del busto.
La cruz sobre el escudo define el eje de la figura y las dos direcciones de su desarrollo: en altura, con la
vertical del cuerpo erguido, en anchura con la horizontal de los hombros. En el David la luz fluía rápida
sobre los planos escurridizos, mientras que en el San Jorge construye el volumen.
El Gattamelata: (obra PAU) primera estatua ecuestre del
Renacimiento. Inspirada en la del emperador Marco Aurelio, presenta notables
diferencias, el emperador va desarmado, el general embutido en una armadura
donde se mezcla el estilo romano y el contemporáneo, con una enorme espada
al cinto, empuñando un bastón de mando y conduciendo un gigantesco corcel
al que mueve sin tocar las espuelas, ni las bridas. La forma es cerrada y
simplificada para dar la sensación de mayor volumen, mientras la cola, la grupa
y el cuello del caballo marcan el movimiento hacia el frente. Es una imagen del
mando más que del personaje.
En cuanto a la temática:
Religiosos: destinados a iglesias y capillas, donde a menudo se mezcla, no hay división
exacta, lo sacro y lo profano.
Mitológicos: destinados a decorar los palacios.
Retratos: destinados a exaltar, no solo las condiciones sociales y materiales del retratado,
sino su carácter y valores. El retratado se representará de diferentes modos: perfil
(siguiendo la tradición clásica de medallas y monedas) o de tres cuartos (de origen
flamenco). Los fondos pueden ser monocromos o con paisajes.
Entre sus obras religiosas destacan La Virgen de la granada y La Piedad. En cuanto a las mitológicas hay
que reseñar la Alegoría de la Primavera y el Nacimiento de Venus.
La Primavera (obra PAU) Cuando Botticelli realiza esta magna obra en pleno Renacimiento italiano
no podía ser completamente consciente de la
trascendencia que supondría para el arte posterior. Lo
primero que debiera llamar nuestra atención, en relación
con los usos de la época, es su enorme formato, la pintura
profana casi nunca utilizó estas dimensiones, que se
reservaban para la expresión de los temas sacros. Esto le
confiere un carácter de cristianización de un tema que a primera vista parece totalmente ajeno a las
creencias religiosas. Por otro lado, bien pudiera relacionarse con otro género de la época, el tapiz. Los
tapices sí tenían este gran tamaño y se dedicaban mayormente a la pintura profana, puesto que su
función era decorar muros, cerrar vanos, etc. Los mejores tapices eran los flamencos, procedentes de
Gante, Brujas y Bruselas, realizados en la lana de mejor calidad, la castellana. Su precio en el mercado
era elevadísimo, hasta el punto de que comenzó a
ser sustituido por materiales más baratos, como era
la pintura. Esta sustitución de materiales baratos -la
pintura- por caros, ya había tenido lugar en el
Gótico italiano, donde el elemento desplazado fue el
mosaico. Reforzando el paralelismo de esta obra con
el tapiz tenemos el suelo sembrado de flores, como
ocurre en La Anunciación de Fra Angelico, según el
modelo "milflores" de tejidos flamencos y franceses.
El tema del cuadro es extremadamente complejo:
abundan las figuras de la mitología clásica, pero no
componen ninguna escena conocida de los textos
clásicos, aunque parece seguro que se trata de una alegoría de carácter moral bajo la apariencia de la
El Nacimiento de Venus. (obra PAU) es una de las obras más famosas de Botticelli. Fue pintada
para un miembro de la familia Médici, para decorar uno de sus
palacios de ocio en el campo. El tema mitológico era habitual
en estos emplazamientos campestres, surgiendo imágenes como
la Primavera o Venus y Marte. Venus es la diosa del amor y su
nacimiento se debe a los genitales del dios Urano, cortados por
su hijo Cronos y arrojados al mar. El momento que presenta el
artista es la llegada de la diosa, tras su nacimiento, a la isla de
Citera, empujada por el viento como describe Homero, quien sirvió de fuente literaria para la obra de
Botticelli. Venus aparece en el centro de la composición sobre una enorme concha; sus largos cabellos
rubios cubren sus partes íntimas mientras que con su brazo derecho trata de taparse el pecho,
repitiendo una postura típica en las estatuas romanas de las Venus Púdicas. La figura blanquecina se
acompaña de Céfiro, el dios del viento, junto a Aura, la diosa de la brisa, enlazados ambos personajes
en un estrecho abrazo. En la zona terrestre encontramos a una
de las Horas, las diosas de las estaciones, en concreto de la
primavera, ya que lleva su manto decorado con motivos florales.
La Hora espera a la diosa para arroparla con un manto también
floreado; las rosas caen junto a Venus ya que la tradición dice que
surgieron con ella. Técnicamente, Botticelli ha conseguido una
figura magnífica aunque el modelado es algo duro, reforzando los
contornos con una línea oscura, como si se tratara de una estatua
clásica. De esta manera, el artista toma como referencia la
Antigüedad a la hora de realizar sus trabajos. Los ropajes se pegan a los cuerpos, destacando todos y
cada uno de los pliegues y los detalles. El resultado es sensacional pero las pinturas de Botticelli parecen
algo frías e incluso primitivas.
Resueltos los problemas técnicos (perspectiva, luz, figura humana, paisaje..) que los pintores se
plantearon en el siglo anterior, la preocupación esencial en este siglo será la del contenido más que de la
forma. El primer tercio del siglo, hacía los años veinte, recibirá el nombre de Renacimiento clasicista o
época de los genios, donde se aúnan el mundo clásico pagano y el cristianismo.
La Última Cena (obra PAU). El encargo de la Ultima Cena lo efectuó Ludovico el Moro, duque de
Milán. Lo quería para el monasterio de Santa
María delle Grazie, que había convertido en
la capilla familiar de los Sforza. El duque
solía ir a cenar los jueves con el abad, y pidió
a Leonardo que adornara la sala con este
fresco. La composición de Leonardo ha
resultado crucial. Su éxito se basa en la
fuerza psicológica de la escena. Contra lo habitual hasta el momento, el pintor no centra la escena en el
momento de la consagración del pan, la institución de la Eucaristía, sino en el momento en el que
Cristo denuncia la traición de uno de los discípulos. Ante su palabra, cada discípulo reacciona de una
manera diferente, lo que permite realizar a Leonardo un completo estudio de los temperamentos
humanos: la cólera, la sorpresa, la incredulidad, la duda... la culpabilidad. Judas no está, como
tradicionalmente, a un extremo de la mesa, sino en medio, sin hablar con nadie. No sólo eso. La manera
tradicional de organizar un grupo tan abundante en un friso horizontal, se solía colocar dos grupos de
seis a ambos lados de Cristo. Pero Leonardo los distribuye en grupos de tres. Destaca a Cristo no con
los atributos conocidos, como el halo de santidad, sino con una ventana tras él, abierta al paisaje, cuya
luz natural destaca su figura.
La composición tuvo un
enorme éxito y su repercusión
alcanzó la obra de artistas tan
consagrados como Alberto
Durero, que llegó a variar
incluso la composición de un
grabado suyo para distinguirlo
de la obra del italiano.
Su obra pasa por varias etapas, que coinciden con las diferentes ciudades en las que llevó a cabo su
trabajo:
1. Perugia: recibe la influencia de su maestro Perugino. Sus composiciones son ordenadas, simétricas,
de escenarios amplios y serenos. La figuras femeninas son reposadas y soñadoras.
La obra más significativa de esta época es Los desposorios de la Virgen (1504). La composición se
divide en dos zonas que corresponden a distintos términos espaciales. En la parte baja, un primer
plano con las figuras principales, la Virgen y san José, éste colocando el anillo matrimonial en
presencia del sumo sacerdote. La figura mariana lleva un cortejo de doncellas, mientras que san José
está acompañado por varios varones; uno de ellos rompe su vara con la rodilla, simbolizando su
renuncia a desposar a la virgen, cuya mano pretendía.
Rafael ha caracterizado a los personajes con un criterio
heterogéneo. Las figuras femeninas, el sacerdote y san José
visten "a la antigua", mientras que la indumentaria del grupo de
hombres responde a la moda italiana de los primeros años del
siglo XVI. De la misma manera trata a los personajes que
pueblan la mitad superior del cuadro, es decir, los términos que
median entre la escena principal y el templo que cierra la
composición. El pintor ha descrito con minucia y rigor este
edificio de planta poligonal de dieciséis lados, erigido sobre un
podio escalonado y cubierto por cúpula con lucernario. En torno
a su cuerpo central se desarrolla una galería porticada, cuyo
espacio interior subraya la presencia de tres figuras.
La preocupación por los conceptos espaciales lleva, asimismo, a
Rafael a mostrar el horizonte lejano a través de la puerta del
templo, abertura que facilita la conexión entre las onduladas
líneas del paisaje que se extiende a ambos lados del edificio.
Uno de los elementos más importantes de referencia espacial y
de enlace entre las figuras próximas y los restantes planos de la
composición es el pavimento de mármoles bicolores y traza geométrica. Sus piezas cuadradas se
reducen y deforman progresivamente, creando la perfecta ilusión de la distancia. Al propio tiempo,
el severo despiece lineal sirve para valorar, por contraste, la morbidez humana de las figuras, cuyos
contornos suaves se superponen a la rígida retícula.
2. Florencia: queda fascinado por la obra de Leonardo y Miguel Ángel, en particular del primero:
coloración suave, sfumatto, composición piramidal. Como retratista, mientras Leonardo se
preocupaba por alcanzar lo impalpable a él le interesa la claridad de los concreto. De esta época
destacan obras como: La Bella Jardinera, La Virgen del jilguero o el Retrato de Laura Doni.
3. Roma: llamado por el papa, los últimos años de su vida transcurren en esta cuidad, en donde
entra en contacto con el mundo clásico y con la obra de Miguel Ángel. Fruto de estos contactos su
pintura se carga de severidad, grandeza y unidad espacial. Si en la técnica del fresco muestra un
dominio absoluto y es un gran creador de temas, en los retratos está muy cerca del gusto moderno
mostrándose un agudo sicólogo y un consumado colorista. En esta época decora al fresco la Sala de
la Segnatura, siendo la obra más conocida en dicha sala La Escuela de Atenas.
El siglo XVI en Italia está dominado por el genio colosal de Miguel Ángel, cuya larga vida
obliga a dividir su obra en dos etapas marcadas por el antes y el después de 1516. Su personalidad, pudo
haber sido muy semejante a la de Leonardo, pero su modo de ver es radicalmente diferente: lo que en
Leonardo es escepticismo, interés científico por los objetos naturales, los misterios de la naturaleza, y la
supremacía de la pintura sobre las demás bellas artes; en Miguel Ángel es fe ardiente, indiferencia ante
todo lo que no sea el cuerpo humano, la búsqueda de Dios cuya intención encuentra revelada en ese
cuerpo, y la supremacía de la escultura sobre la pintura. Además la poesía (arte en el que no sobresalió
Leonardo) fue el vehículo que utilizó para sus meditaciones.
Miguel Ángel fue antes que nada escultor “nada hay más divino que el cuerpo humano”, después pintor
y, sólo obligado por las circunstancias, arquitecto. Fue un espíritu selecto y cultivado, lleno de ardor y la
pasión que siempre intentó dominar y sujetar. Sus obras tienen la melancolía de los filósofos y el lirismo
de los poetas. Si la historia del arte bascula entre el ethos y el pathos, el arte de Miguel Ángel está lleno de
pasión, dramatismo, de lo que los italianos describen gráficamente como terribilitá. Exalta por igual la
fuerza física y la espiritual pero dentro de un equilibrio que nunca se desborda.
Su formación artística la inicia en Florencia, su ciudad natal. Aprendió las técnicas pictóricas durante su
infancia con Ghirlandaio, y la escultura, con un discípulo de Donatello. Dentro del circulo de Lorenzo
el Magnífico conoció todo el arte antiguo y asistió a las polémicas neoplatónicas de la Academia
florentina.
La Piedad (obra PAU) es todavía una obra del siglo XV, llena de gracia
y delicadeza. Miguel
Angel recibió el encargo
de una Piedad en mármol
del cardenal Jean
Bilhiéres de Lagraulas
con destino al Vaticano. Orgulloso de su obra, la firmó en la banda que
cruza el pecho de la Virgen, en letras capitales. Una madre juvenil que
sostiene sobre sus rodillas el cuerpo muerto del hijo, sin insistencia ni en
uno ni en otro en expresionista dolor torturado, ni en realista diferencia
de edades, constituye una de las más serenas definiciones plásticas de la belleza neoplatónica, de la
mansedumbre consciente del humanismo cristiano. También en lo formal, con los dos cuerpos insertos
en una pirámide cerrada. La perfección anatómica del cuerpo de Cristo, la exquisitez de la Virgen cuya
mano se extiende más en exposición que con desconsuelo, la delicadeza en el tratamiento del mármol y
el contraste entre las largas líneas de la figura de Cristo y los arrugados pliegues del ropaje, producen un
impacto de belleza que Miguel Ángel no superaría nunca.
La tumba de Julio II: la concibió como un gran conjunto abierto, con tres pisos y más de cuarenta
figuras de mayor tamaño que el natural, en mármol y relieves en bronce. Acontecimientos posteriores
harán que del magnífico proyecto inicial solo quede un sepulcro mural, inacabado, existente en San
Pietro in Vincoli.
El David (obra PAU) (entre 1501 y 1504): presenta una nueva concepción de la figura del vencedor de
Goliat en donde nace ese estilo heroico por el que suele conocer al
autor. Joven, musculoso, aunque sin desarrollar del todo, con grandes
manos, pies y cabeza, está permanentemente alerta de cuerpo y espíritu,
y es capaz de comunicar la vida del espíritu a través de la belleza del
cuerpo. La escultura de más de cuatro metros de altura, es una síntesis
de Hércules y David y simboliza las dos principales virtudes cívicas del
renacimiento florentino, el coraje y la fuerza. Conocida como "El
gigante", se convirtió pronto en uno de los símbolos de la ciudad.
Erguido, David lleva la mano izquierda a la honda, que cae sobre el
hombro y la espalda, mientras que el brazo derecho pende
verticalmente. La cabeza se mueve también hacia la izquierda
ofreciendo el perfil al espectador que mira frontalmente. Una pierna,
ligeramente doblada, avanza hacia delante, mientras la otra, tensa, obliga
a una ligera comprensión del torso, a la manera de algunos kouroi
griegos. La obra está hecha para ser vista de frente y tiende a marcar lo
desmesurado de las proporciones: la mirada se desliza por las piernas y
el tronco hasta alcanzar el gesto contenido del rostro, consciente del eje
sobre el que gira, del que es ligeramente excéntrica. A diferencia de
Donatello o Verrocchio, Miguel Ángel no se ajusta a la visión tradicional
del David. Ningún indicio (salvo la honda) de la narración bíblica, y aun
esa honda no se pone en primer plano ni siquiera es fácilmente
perceptible. El David de Verrocchio, o el de Donatello, han derrotado a
Goliat, y ésa es la razón de su triunfo, de su mirada brillante, de su
satisfacción y arrogancia. Pero el David de Miguel Ángel, no está
haciendo nada, no lo ha hecho y nada indica en esta estatua que vaya a hacerlo.
La Capilla Sixtina: (obra PAU) en 1508 Miguel Ángel recibe su encargo más importante: decorar el
techo de la Capilla Sixtina, usada por los Papas para ceremonias importantes y para las deliberaciones de
los cónclaves cardenalicios. Las paredes habían sido decoradas por los más importantes pintores de la
década de los ochenta (Boticelli, Chirlandaio, Perugino)
con la técnica del fresco. El techo, una bóveda aplanada,
había sido simplemente pintada de azul con estrellas
doradas. Julio II, conocedor de su fuerza creadora, pidió a
Miguel Ángel que llevara a cabo la empresa.
El proyecto, que se inició con una propuesta muy sencilla,
terminó en una obra titánica donde se va a representar el
mundo antes de la llegada de Moisés; los dramas de la
Creación y de la Caída del hombre.
El techo fue pintado al fresco, sin apenas ayuda, en el
corto espacio de cuatro años. Toda la composición está
perfectamente interaccionada. Jamás habían sido pintados desnudos tan colosales. El poder de las
masas y la limpieza de los contornos, como las intensas expresiones no pierden ni un ápice de
efectividad a pesar de la altura. El cuerpo de Adán es el más perfecto de los creados por Miguel Ángel.
Encarna la belleza de la antigüedad clásica y la espiritualidad del cristianismo.
En toda la obra podemos observar, la novedad y grandiosidad del conjunto, el completo estudio de la
figura humana en anatomía y expresión, la variedad y sabiduría compositivas, el dominio de la
perspectiva, la potencia del dibujo, el encuadre y simulación arquitectónicos de total atrevimiento que
confiere, por su especial disposición, una especial tensión y dramatismo de lo colosal, que envuelve al
espectador y lo incluye en el dinamismo de las fuerzas desencadenadas. Es un verdadero y
deslumbrante canto al cuerpo desnudo.
A partir de los años veinte, no solo Florencia, sino toda Italia habrá perdido su libertad. La nueva
política será dictada por el emperador Carlos, y el arte se desarrolla en una atmósfera de abatimiento,
ruina económica, desconcierto y temor. Miguel Ángel se va trabajará para los Médici en una capilla
funeraria, donde entre 1520 y 1534 va a labrar los sepulcros que se hallan en la Sacristía Nueva de San
Lorenzo.
También de esta época son El Juicio final, que decora el altar mayor de la capilla Sixtina, la basílica del
Vaticano y la Piedad Rondanini.
El Juicio Final (Capilla Sixtina) (obra PAU): En 1534 Clemente VII pidió a Miguel Ángel que
pintara la Resurrección en la cabecera de la Capilla Sixtina, pero será Paulo III, el impulsor de la
Contrarreforma, quien le indicará la pintura de un gran fresco sobre el Juicio Final que será pintado
entre 1536 y 1541. Se proyectó para cubrir la pared del fondo de la Capilla hasta el arranque de la
bóveda, para lo que se tuvo que suprimir un par de ventanas, así como varias pinturas de Perugino.
Lo integran unas 400 figuras, concebidas como una composición unitaria, carente de
compartimentaciones arquitectónicas y dividiéndola en cuatro registros horizontales de figuras. Los dos
superiores están dedicados al mundo celestial, mientras que los dos inferiores al terrenal y al infierno.
Basílica de San Pedro de Vaticano (obra PAU) : En 1546 Miguel Ángel cuenta setenta y un años y
recibe el encargo de continuar las obras de San Pedro. Simplificó el diseño de Bramante. Dobló el
espesor de los cuatro pilares centrales para sostener una cúpula, a mitad de camino entre la diseñada por
Brunelleschi y la dibujada por Bramante, sobre un tambor. Antepuso al conjunto del templo un pórtico
de columnas libres. Frente a la geométrica arquitectura de Bramante, el San Pedro de Miguel Ángel es
un colosal trabajo escultórico.
La Pietá Rondanini (obra PAU) : donde la Virgen alza hacia nosotros al Cristo muerto, profetizando
su Resurrección. Son delgadas, ingrávidas, casi fantasmales. Nada queda de las grandes masas y de la
potencia y vitalidad contenida. Es su testamento artístico, poético y vital. Cincuenta años
aproximadamente separan la estatua del David de este grupo que quedó inacabado, o quiso dejarlo así.