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La realidad y el deseo
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España jugó como un reloj contra Suiza. Movió el balón igual que un equipo europeo de
máxima calidad. La maquinaria, entendida como una inteligencia conjunta, hizo que el
balón sólo circulase en un sentido. Después vino la derrota. Los suizos, movidos por la
furia, provocaron una jugada poco metódica. Un jugador llamado Gelson Fernandes, de
hiriente estirpe ibérica y ojos tomados por la sorpresa, nos dio la puntilla. Siempre
llegamos tarde. Hemos aprendido a hacer un fútbol calculador cuando la furia está de
moda en el norte.
Los ingleses, inventores del fútbol, favorecieron así que los niños españoles de la
posguerra aprendiesen a jugar en unas calles prehistóricas. La famosa furia española,
ese bajar la cabeza y salir disparados a la portería contraria, se debe a que las calles,
poco acostumbradas a los coches, estaban llenas de piedras. Al fútbol se jugaba sin
poder levantar la cabeza, mirando al suelo, para evitar un tropezón. El primer coche
aparcado en mi barrio tardó poco en llamarse La marrana. El dueño, cada vez que los
niños le dábamos un balonazo, salía al balcón para gritarnos que no le “jodiésemos la
marrana”.
Llegó la democracia, y con ella la entrada en Europa, y las ayudas económicas, y los
polideportivos, y las nuevas infraestructuras, y los monitores, y las porterías con red.
Las cajas de cartón, los abrigos en el suelo y los charcos desaparecieron en el olvido.
Unos niños bien alimentados aprendieron a jugar al fútbol sin temer a las piedras o a los
ingleses. El masculino dio paso al femenino, el rojo a la roja, y los sueños políticos más
ambiciosos se disolvieron en el orgullo suave de una selección capaz de instalarse en la
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revolucionario que la defensa de los derechos humanos. Y a eso se dedicó, con tozudez
Santos celebra una
de hombre de otro tiempo en medio de la frivolidad, entre admiraciones y críticas. Hay victoria aplastante en
mucha gente interesada en desacreditar a los escritores que mantienen su mirada Colombia
política, como si la conciencia hubiese que dejarla enterrada en un tiempo remoto y lo 11 comentarios
moderno fuese vivir en la prisa líquida de la nada. Contra esa gente se levantaba cada
mañana el autor de La balsa de piedra.
Porque las ilusiones colectivas son una tarea solitaria. De pronto podemos quedarnos Yihad
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limitaba con naturalidad a cumplir con su deber y distinguir el sol y la lluvia, el olivo y el
girasol, la decencia o la degradación, la compasión o la crueldad. Era un poeta.
10 comentarios
Vivir de pie 13
Jun
2010
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Europa es una palabra con prestigio porque nos recuerda a la Ilustración, y a las suecas
libres que iluminaban las playas del franquismo, y a los valores democráticos en nuestra
edad de las tinieblas. Pero hoy la palabra Europa significa otra cosa. Hemos creado una
realidad neoconservadora, y las pocas huellas que quedaban del sueño democrático y
social están a punto de ser exterminadas en el altar de los mercados. A golpe de
renuncias políticas, de imperios mediáticos, de reformas laborales, de precariedad en los
puestos de trabajo, de flexibilidades mercantiles y de leyes en favor de la economía
especulativa, hemos creado una Europa en la que sólo nos queda sonreír como muertos
vivientes. Lo que está en huelga general es el civismo. Pero esta realidad no es una
fatalidad. Alguien debe volver a la política y decir que el rey está desnudo. Es el
momento de atreverse a recuperar el discurso, el momento de volver a definir palabras
como Europa, socialismo y explotación. No basta con abrigarse en el pesimismo. Vamos
a vivir de pie, en vez morir de rodillas.
14 comentarios
La corrupción y la política 06
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La realidad y el deseo http://blogs.publico.es/luis-garcia-montero/
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Las ferias del libro mezclan la literatura pública con las historias privadas. Por eso
pertenecen sobre todo a los lectores que piden una firma y hablan de sus recuerdos.
Conviene no desatender el valor simbólico de estos testimonios, que convierten en
páginas de vida propia las palabras de unos autores afortunados.
Mi padre tenía la costumbre de leer en alto sus poemas preferidos. Con voz teatral,
dramatizaba los tonos y las sílabas para crear efectos sentimentales en sus hijos. Le
oigo todavía recitar la Canción del pirata, de Espronceda, y juro que le obedecían las
nieblas, las banderas negras y los vientos. Daban ganas de ser pirata. Una tarde de
verano, mientras rompía un castigo y saltaba por la ventana de mi cuarto para irme con
la pandilla a jugar en las alamedas del río Genil, comprendí con exactitud lo que
significaba romper el yugo del esclavo. Mi padre había creado efectos con su voz para
que yo me pusiera en el lugar de Espronceda. Era un camino de vuelta, porque
navegaba de regreso por las mismas aguas imaginarias que Espronceda había utilizado
para ponerse en el lugar de su pirata. El caso es que gracias al nervio sonoro y libre de
los versos aprendí el significado de la rebeldía y otras muchas cosas sobre el poder
noble del amor y las cadenas humillantes del miedo.
También aprendí a quedarme suspendido en un argumento. Cuando veo a mis hijas
zapear con el mando de la televisión, huir de un canal a otro, suelo ponerme nervioso,
porque desde niño me acostumbré a quedarme atrapado en los argumentos. Sé que las
cosas tienen un planteamiento, un nudo y un desenlace. Entrar en un argumento es
hacerse responsable de su final, admitir la parte de la historia que nos toca más allá de
cada instante. Me resulta imposible dejar a nadie con la palabra en la boca.
La soledad habitada de los lectores esconde una paradoja. La lectura es el ejercicio que
nos ayuda a conocernos a nosotros mismos cuando nos ponemos en el lugar de los
otros. El arte de la poesía, como escribió Borges, nos ofrece el espejo en el que
descubrimos nuestro propio rostro. El autor aprende mucho de sí mismo al ordenar sus
pasiones e imaginar la butaca ocupada por su lector ideal. Y el lector de carne y hueso
convierte en vida la lectura cuando se apropia de la exaltación, las melancolías, las
heridas o las indignaciones que cuentan las historias.
Hay que ser muy reaccionario para negar la importancia de las nuevas tecnologías. Pero
hay que ser muy imprudente para no advertir los peligros de la tecnología como
definición única del progreso. Deberíamos tomarnos más en serio el sentido profundo de
la lectura, porque en él se encierra la razón última del contrato social moderno.
Aprendemos a borrar parte de nuestra identidad para vivir en el espacio público de los
libros, que nos ayudan a conocernos a nosotros mismos cuando vivimos las historias de
los otros. Somos ciudadanos gracias a un mecanismo muy parecido al que nos hace
enamorarnos de Fortunata o despreciar a Juanito Santa Cruz en la novela de Galdós.
Borramos un poco nuestra identidad sin renunciar a ser nosotros mismos. Aceptamos un
espacio común que no nos exige renunciar a nuestra conciencia.
El prestigio social del mundo científico es tan fuerte que las teorías literarias
pretendieron durante años imitar sus metodologías, olvidándose del significado
humanista de la lectura. El acto de sentir, de interpretar, de responsabilizarse de los
finales, de ponerse en el lugar del otro para decidir sobre uno mismo, es cuando menos
tan necesario como los descubrimientos de las leyes científicas. Ahí descansa la
dimensión ética que necesitamos para que la ciencia y el progreso no se conviertan en
nuevas formas de superstición y esclavitud mercantil.
A mi hija Elisa le gusta Miguel Hernández. Yo leo ahora en voz alta las Nanas de la
cebolla. Y las leo con voz dramática, buscando efectos. No pretendo que sea poeta o
profesora de literatura, pero me gustaría que aprendiese algunas cosas. Por ejemplo,
que las historias tienen planteamiento, nudo y desenlace, y que si queremos conocernos
a nosotros mismos debemos compartir las palabras de los otros. Por muy rápido que
vaya la historia, debemos evitar que se fragmenten nuestras experiencias, las rebeldías
de un autor, un pirata y un lector, o los recuerdos de un abuelo, un padre y una hija.
5 comentarios
Geografía e Historia 23
May
2010
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Pensar en la izquierda 16
May
2010
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Sería un error explicarnos el cambio de rumbo en la política económica del Gobierno con
la idea simple de que Rodríguez Zapatero ha traicionado sus promesas y sus principios.
La situación es más grave: no ha podido cumplir sus promesas, no ha podido mantener
sus principios, no ha podido oponerse al peso real de los mercados financieros, no ha
podido defender los deseos de los ciudadanos que todavía albergan la ilusión de que los
parlamentos y sus representantes políticos trabajen para ellos, para solucionar sus
problemas. La realidad está gobernada por los especuladores y las democracias actuales
parecen muy heridas.
Estamos obligados a abrir una meditación seria sobre la política para iniciar el proceso
de protagonismo social de la izquierda, y me parece imprescindible tener en cuenta
algunas cosas. Primero: huyamos del todos son iguales. Los partidos socialdemócratas,
sus dirigentes y sus bases necesitan ocupar un lugar decisivo en este proceso, y deben
asumirlo ellos mismos si quieren sobrevivir como instancias de poder en el huracán
neoliberal. Segundo: no se trata de una aventura española, sino europea, en la que los
sindicatos deben tomar cartas inmediatas en el asunto. Como no consolidemos en
Europa un espacio público capaz de defender los derechos cívicos y laborales ante la
globalización económica, cualquier batalla estará perdida. Y tercero: las alternativas a la
izquierda de los partidos socialdemócratas no pueden convertirse en la estación residual
de votos desencantados o de viejas nostalgias. Por el contrario, necesitan hacerse
votables por sí mismas, como fuerzas activas y convincentes de renovación y
transformación del pensamiento de la izquierda.
Sólo así conseguiremos que dejen de ser inútiles las buenas intenciones de un
presidente y todos nuestros votos.
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5 de 7 21/06/2010 0:17
La realidad y el deseo http://blogs.publico.es/luis-garcia-montero/
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La realidad es un ámbito flexible, pero terco. Los que necesitan mentir para imponer sus
leyes pueden permitirse el lujo de negar la realidad. Pero los que pretenden ofrecer
respuestas a las exigencias de la vida, por muy soñadores que sean, conviene que
piensen con los pies en la tierra. El movimiento sindical español, en una situación social,
política y económica muy difícil, está dando un ejemplo de realidad. Es el único ámbito
institucional significativo que se empeña todavía en hacer Estado, soportando con
prudencia y firmeza un momento muy difícil.
Cuando los poderes económicos han querido utilizar la crisis de manera irresponsable
para conseguir interesados desgastes políticos, los sindicatos han puesto los pies en la
tierra y han pedido diálogo y acuerdos sociales. Cuando la derecha ha pretendido utilizar
las aguas revueltas en beneficio de su propia pesca, agudizando sin lealtad ninguna las
dificultades del sistema productivo del país, los sindicatos se han negado a convocar una
huelga general y han pedido de manera responsable que no se quiera salir de la crisis
recortando los derechos de los trabajadores.
Los sindicatos soportan campañas de desprestigio muy fuertes. Pero conviene que las
utopías de la izquierda teórica y pura no caigan en la trampa de los neoliberales que
procuran negar la realidad en busca de sus propios intereses, porque los pies en la tierra
de los sindicatos, preocupados por cosas tan cotidianas como una salario, un despido,
una pensión o una edad de jubilación suponen un referente imprescindible a la hora de
repensar la política y las ilusiones cívicas en el momento actual.
¿Por qué son tan molestos los sindicatos? En primer lugar, porque el Estado del
bienestar confió la desmovilización política de los ciudadanos a las comodidades y las
ofertas de la sociedad de consumo.
Cuando los nuevos códigos de las especulaciones financieras han herido de muerte los
amparos del bienestar, la desmovilización sólo puede sostenerse en la división de los
trabajadores, su inseguridad económica y su miedo a perder un puesto de trabajo.
Resulta molesta una movilización sindical que agrupa a los damnificados y procura
mantener las seguridades sociales ante la ley salvaje del más fuerte.
Pero es que, además, los sindicatos llevan las discusiones teóricas sobre la libertad del
mercado al espacio concreto de las empresas, un lugar en el que ya no importa sólo la
fluidez del dinero, sino el rostro humano de la gente. Los trabajadores forman parte de
una empresa, y recordar eso significa que un sistema productivo no es aceptable si se
basa en la degradación permanente de las condiciones laborales de los ciudadanos.
Los sindicatos son molestos porque el debate sobre la crisis, de forma interesada, ha
cambiado de perspectiva. Si en un primer momento se analizaron las causas (la
desregulación y el desplazamiento de la economía productiva por la economía
especulativa), ahora sólo interesa el camino que debe elegirse para salir del paso. Y hay
muchos intereses neoliberales que pretenden utilizar el desconcierto social para
perpetuar y acentuar los valores que están en el origen del naufragio.
Los que creemos que esta crisis no es sólo económica, sino sobre todo de valores
políticos y sociales, vemos en los sindicatos el único ámbito social que pretende todavía
consolidar un Estado. Hay que salir de la crisis haciendo Estado, no agravando las
consecuencias de su desmantelamiento.
Necesitamos incluso que esta labor de hacer Estado se internacionalice, empezando por
Europa, para que la realidad globalizada de la economía conviva con unos espacios
públicos sólidos que amparen a los ciudadanos y permitan la renovación y la vigencia del
verdadero deseo político en una democracia real.
El crédito o el descrédito de los sindicatos es hoy la línea roja que separa la sociedad
democrática de la farsa neoliberal. Cuidémoslos, sean cuales sean sus logros
inmediatos. Conviene mirar a los ojos y escuchar cuando hablan a Ignacio Fernández
Toxo y a Cándido Méndez.
20 comentarios
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