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Raúl Zurita
Universidad Diego Portales
sabemos que ese final nos está borrando en todos los bordes que
trazan las letras negras del poema.
En el anverso de Montalbetti (y de la diafanidad autorreflexiva
de Antonio Cillóniz, precisa hasta lo magistral en su libro Según la
sombra de los sueños), la poesía de Isaac Goldemberg ha asumido
desde el comienzo la construcción de un significado. Lo primero
que ella nos dice –como en su propia narrativa, como en la narra-
tiva en general– es que las frases ya están escritas, que las pala-
bras son más o menos esas, que la tradición nos ha entregado
también ciertas formas, porque sólo a partir de la certeza en ellas
podremos encontrar las significaciones que borrarían de un plu-
mazo las mismas palabras que anunciaron esas significaciones. Es
el tema de la resurrección. Lo que deslumbra de poemas como “La
última cena” o “Mail de Dios a los pueblos elegidos” es su fuerza, la
contracción de sus imágenes, pero incluso más allá de eso, es que
desde el lenguaje lo que se tematiza es finalmente la abolición de
todo lenguaje. Es una suerte de tentación de lo sagrado que tal
como en sus creyentes ocupa cuerpos concretos, también ocupa pa-
ra enunciarse las palabras que nos fueron dadas porque a ellas
también les está prometido encarnarse en un cuerpo nuevo. La
poesía de Goldemberg, la más radical de todas al plantear de he-
cho, en la concreción del poema, el absoluto acuerdo entre las pa-
labras y lo que nombran, recuerda el tema del soneto LXXVI de
Shakespeare (donde se nos dice precisamente que la única manera
de nombrar los sentimientos de siempre son las palabras que los
nombran desde siempre) y en su sentido más despojado y precario,
nos vuelve a decir que vivimos vidas incompletas, o lo que es lo
mismo, que vivimos vidas que requieren aún de la fe en los poe-
mas. Que en la palabra resurrección está efectivamente la resu-
rrección.
En un sentido figurado, esa posibilidad de resurrección es lo
que también puede leerse en José Antonio Mazzotti, salvo que esa
posibilidad nos remite a un orden textual. Es la apuesta por la po-
sibilidad de resignificar citando en el espacio de su escritura las
grandes escrituras que nos preceden. A diferencia de Mirko Lauer
y en el extremo opuesto de Goldemberg, Mazzotti realiza una suer-
te de reconstrucción que se va permanentemente erosionando,
arrasando como si en las grandes referencias, Dante, Petrarca,
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Al final
una termina
masturbándose
con un pedazo de espejo
se rompe
se sangra
Lo encontré de ocasión
No me quería
NOTAS:
1. La idea de un poema de autoría múltiple está planteada en Zurita (2004:
10ss.). Véase también Véjar (2003) y Lange (2005: 19).
2. La relación Ercilla e historia está analizada extensamente en Jocelyn-Holt
(2004: 338ss).
3. En Raúl Zurita: Cantares, pp. 19-22. En adelante toda página entre parén-
tesis refiere a esta antología.
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