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RECENSIONES 951

R ECENSIONES

Tres libros recientes sobre El Quijote

FRANCISCO ALONSO FERNÁNDEZ: Don Quijote y su laberinto vital. Barcelona, Anthropos


Editorial, 2005.
Francisco Alonso-Fernández, miembro de número de las Academias de Medicina y
Bellas Artes de España y emérito de Psiquiatría y Psicología Médica de la Universidad
Complutense de Madrid, publica con el título de Don Quijote y su laberinto vital un
libro impreso por la Editorial Anthropos dentro del ciclo de conmemoraciones del Cuar-
to Centenario de la aparición de la primera parte de la novela cervantina. La concepción
que tiene este psiquiatra sobre la locura de Don Quijote es interesante y novedosa. Al
exponer sus ideas señala y comparte muchos de los puntos de vista sostenidos por algu-
nos médicos y literatos de nuestros días, empeñados en “psiquiatrizar” a Don Quijote, si
se me permite esta expresión, más allá de lo que permite el estado actual de los conoci-
mientos en psicopatología y más allá también de los límites que aconseja la prudencia.
El doctor Alonso-Fernández analiza la ficción cervantina mediante la doble óptica
de la psicología clínica y el humanismo y enfoca su estudio desde tres puntos de vista
diferentes: en el plano de la realidad de Don Quijote formula el diagnóstico de “delirio
megalómano de autometamorfosis”, con el que se refiere a una modalidad extrema de los
delirios de falsa identidad de sí mismo. En el plano de lo espiritual señala el ideal del
“quijotismo” promulgado por Alonso Quijano al transformarse en Don Quijote; y en el
terreno de los mitos alude a la sabiduría de Sancho Panza entendida como símbolo de
superación moral, y se refiere a ella como “el socratismo de Sancho”.
Alonso-Fernández no pone en duda la enfermedad mental de Don Quijote. No piensa
en ella como una “locura lúcida con múltiples intervalos” como la entendió don Diego
de Miranda, ni tampoco como una “monomanía” como la consideraron muchos escrito-
res del siglo XIX que seguían las ideas médicas de Esquirol de hace doscientos años.
Descarta también lo posibilidad de que Cervantes hubiera concebido la figura de un
individuo extravagante pero en el fondo normal, o que hubiera querido describir las
hazañas y aventuras de un loco de remate. Alonso-Fernández se muestra sin embargo
“más psiquiatra” que literato en sus apreciaciones; es por ello que presenta en detalle su
“delirio megalómano de autometamorfosis”, dictamen psiquiátrico que ha ideado para
caracterizar a Don Quijote y que es, desde luego, bastante más complejo que las ideas de
los cervantistas de tiempos anteriores.
Para Alonso-Fernández Don Quijote se aparta de una realidad física para construir su
propia realidad, realidad que está constituida por sus creencias delirantes reforzadas por
distorsiones sensoperceptivas en forma de ilusiones y alucinaciones. A su entender, la
tensión dinámica existente entre la locura y la cordura del caballero andante, entre su
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desvarío y su lucidez, cristalizadas en forma de aventuras disparatadas, confiere a la vida


del hidalgo, transmutado en caballero andante en razón a su delirio anormal, una inmen-
sa grandeza en el campo de la literatura.
Señala, no sin razón, que la fórmula “locura o sensatez” en Don Quijote es un falso
dilema. La respuesta es sencilla para Alonso-Fernández: el delirio nuclear de falsa iden-
tidad de sí mismo del hidalgo manchego “no está sujeto a discontinuidad; la momentá-
nea recuperación de su cordura se produce por fuera de su delirio, dejando incólume,
aunque latente, la idea delirante de ser Don Quijote”. Piensa que es obsoleto el diagnós-
tico de “monomanía” que la tradición francesa del siglo XIX describió como un “delirio
parcial, eufórico o depresivo circunscrito a un limitado número de ideas o de afectos”; y
recuerda que fue precisamente Esquirol quien tomó a Don Quijote como ejemplo de
monomanía, aquella situación psicológica en la que se conjuga “la extravagancia amo-
rosa con la bizarría caballeresca”.
En un extenso análisis del “delirio de falsa identidad de sí mismo”, cuadro clínico
introducido en la bibliografia por Signer en 1987 en su estudio sobre el síndrome de
Capgras, sostiene que el delirio nuclear de Don Quijote abarca una transformación sub-
jetiva y objetiva de la personalidad asociada con un cambio de su identidad individual
con lo que se ajusta a la modalidad del delirio de autometamorfosis. Las ilusiones de
grandeza características de Don Quijote, bien resaltadas por Alonso-Fernández, obliga-
ban al caballero andante a preguntarle a su escudero: “Y díme, Sancho: ¿Qué es lo que
dicen de mí por ese lugar? ¿En qué opinion me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en
qué los caballeros? (Quijote II, 2). Señala finalmente que las ideas de megalomanía de
Don Quijote no le abandonaron al final de su días; es por ello que le decía a su escudero:
“Calla, Sancho, pues ves que mi reclusión y retirada no ha de pasar de un año; que luego
volveré a mis honrados ejercicios, y no me ha de faltar reino que gane y algún condado
que darte” (Quijote II, 65).
La visión que tiene Alonso-Fernández sobre la “locura” de Don Quijote es fundamen-
talmente psiquiátrica antes que literaria. Sus argumentos, a pesar de su solidez desde el
punto de vista de la psiquiatría, dejan la impresión de que la figura de Don Quijote
pudiera reducirse tan sólo al diagnóstico psicológico que le formula el gran psiquiatra.

ÁNGEL PÉREZ MARTÍNEZ: El buen juicio en El Quijote Valencia, Pre-textos, 2005.


Muy diferentes a las apreciaciones de Alonso-Fernández son los enfoques con que ha
estudiado estos problemas el filósofo Ángel Pérez Martínez. En su libro El buen juicio
en el Quijote (2005), Pérez Martínez da comienzo a su análisis refiriéndose a lo que
significa la prudencia en el sentido que le dio Santo Tomás de Aquino a esa virtud en el
siglo XIII: “La prudencia es la virtud más necesaria para la vida humana. Vivir bien, en
efecto, consiste en obrar bien. Mas, para obrar bien, no sólo se requiere la obra que se
hace, sino también el modo de hacerla, es decir: es necesario obrar conforme a una
elección recta y no meramente por impulso o pasión”.
Pérez Martínez se refiere al concepto griego de la “arete” que es aplicable al caso de
Don Quijote de la Mancha. Según este concepto, la virtud heroica es el dominio de sí
mismo y se aplica no solamente a las características guerreras sino también a las normas
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de conducta en la vida privada. La “arete” es la meta que se identifica con la hombría


paradigmática. Hacerse héroe es buscar la propia perfección, para lo cual es necesario
recorrer el sendero del conocimiento de uno mismo. Significa la búsqueda de lo más
excelso utilizando para ello la propia existencia.
La “elección recta” de que hablara Santo Tomás se aprecia en la intención del hidal-
go en “resucitar la ya muerta andante caballería” con sus indudables bondades del pasa-
do y sus excelencias de siempre: a Don Quijote “le pareció convenible y necesario, así
para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero
andante; irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a
ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban,
deshaciendo toda clase de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde, aca-
bándolos, cobrase eterno nombre y fama” (Quijote I, 13).
Don Quijote anda por los caminos de Castilla buscando ese “ideal del yo”, que está
sintetizado en un corto diálogo que sostiene con Sancho: “Muchos son los andantes,
dijo Sancho. Muchos, respondió Don Quijote, pero pocos los que merecen nombre de
caballeros” (Quijote II, 8).
El hombre es lo que hace; la intencionalidad, que en un comienzo avisora un objeti-
vo ideal, puede tornarse realidad en uno mismo y llegar entonces a ser verdaderamente
real. Alonso Quijano quiere llegar a ser un caballero andante poniendo en acto esa
intención. Transformado en Don Quijote, “imagínábase el pobre ya coronado por el
valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agrada-
bles pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en
efecto lo que deseaba” (Quijote I, 1).
“Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro” (Quijote
I, 18), le dice a su escudero con extrema prudencia y buen juicio para afirmar sus anhelos
de lograr nombre y fama con sus proezas. Don Quijote comprende bien que la acción es
la que perfecciona al hombre y le permite crecer y desarrollarse de manera idónea. En el
discurso sobre las armas y las letras (Quijote I, 37), señala con encomio que el ejercicio
de las armas es una acción integral donde el hombre entero se pone en juego no sólo en
la dimensión física sino en la del entendimiento. Para hacer esta afirmación, Cervantes
estaba respaldado por su comportamiento valeroso en la batalla de Lepanto y en las
demás acciones de su vida militar.
No se puede decir que el hidalgo fuera un ser irreflexivo que actuaba sin previsión
alguna, dice Pérez Martínez, ni tan sólo un soñador abstraído en sus propias
elucubraciones. De sí mismo tenía la idea de ser “el valeroso caballero Don Quijote de
la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones” (Quijote I, 4); y aunque no es
consciente pleno de su “locura”, sabía que sus comportamientos podían parecer extra-
ños a los ojos de los demás: “Loco soy, loco he de ser hasta cuando tú vuelvas con la
respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea”, le dice a
Sancho (Quijote I, 25).
Don Quijote no era el hombre solitario que muestra en sus conductas la patología del
insensato que se aleja de la sociedad, o que perturbado por ella es incapaz de relacionar-
se con los demás. “Su capacidad de encuentro con los otros, sostiene Pérez Martínez, se
enriquece en la amistad con Sancho y en el enfrentamiento con los desafíos desde esa
comunidad mínima”.
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Al encarnar la forma de vida del caballero andante, Don Quijote pierde la visión
objetiva de la realidad. Es un caballero andante que camina por un mundo de fantasía
donde su cosmovisión está deformada por las exigencias de ese ideal que se ha pro-
puesto. Para Don Quijote, las ventas serán castillos, los molinos gigantes, las cortesa-
nas doncellas y él mismo un caballero de fuerte brazo capaz de hacer “los más famosos
hechos de caballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo” (Quijote I, 5). A
pesar de su locura, Don Quijote asombra por sus disquisiciones, por su porte moral y
por la firmeza de sus convicciones. Y es que, en el fondo, dice Pérez Martínez, “lo
único que podemos reprocharle son sus equivocaciones respecto a la interpretación
del mundo. Pero, en cuanto a sus intenciones y valores, constituye un paradigma”.
La visión de Pérez Martínez es menos médica y más filosófica y ética que las que
muchos han tenido. Se centra en las virtudes de prudencia y buen juicio de Don Quijote
y hace de lado los aspectos psicopatológicos del protagonista de la ficción que convier-
ten las interpretaciones meramente en reflejos de lo que se ha considerado normal o
anormal a lo largo de cuatro siglos.

CARLOS CASTILLA DEL PINO: Cordura y locura en Cervantes. Barcelona, Ediciones


Península, 2005.
Carlos Castilla del Pino, que es a la vez médico y literato, ha expuesto su pensamien-
to en un libro titulado Locura y cordura en Cervantes (2005). Para este escritor, el
propósito de Cervantes en El Quijote no se centra en la locura misma sino en la vida
humana en la que la locura y otras dislocaciones a que los seres humanos nos vemos
abocados para sobrevivir, es una de sus formas o un ingrediente de ellas.
La locura no es el mero fantasear que hacemos todos. La locura consiste en darle
categoría de real a lo que es pura fantasía; y en la fantasía el hombre se torna omnipoten-
te: “Yo sé quien soy y sé que puedo ser ....”, dice Don Quijote; y en otro texto afirma: “Yo
tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia”
(Quijote I, 49). En ocasiones su fantasía le permite alcanzar algún sosiego en el momento
en que más lo necesita: “Si yo pensase que no estaba encantado y me dejase estar en esta
jaula perezoso y cobarde, defraudando el socorro que podría dar a muchos menesterosos
y necesitados que de mi ayuda y amparo deben tener a la hora de ahora precisa y extrema
necesidad...” (Quijote I, 49).
El riesgo de la locura es precisamente la curación por la realidad y de inmediato la
desgracia, afirma Castilla del Pino. Es lo que le ocurre a Don Quijote al final de su vida
cuando desaparecen sus fantasías de caballero andante y regresa a la prosaica realidad
existencial de Alonso Quijano.
Castilla del Pino señala el error de muchos al utilizar en Don Quijote categorías
diagnósticas de su patología mental. “Los diagnósticos, dice, no se formulan para
la definición de la persona sino para la catalogación y eventual tratamiento del
padecimiento que se rubrica, de ese accidente de la vida humana que es la enferme-
dad”. La locura en la obra de Cervantes no debe tomarse en un sentido médico sino
como una construcción ficcional que muestra la trascendencia del error en la cons-
trucción de la vida propia de cualquier ser humano. A Don Quijote le salva la
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índole de su propósito existencial, no el éxito en la vida que sólo obtiene en


momentos contados.
En opinión de Castilla del Pino, para Cervantes la cordura y la locura pueden coexis-
tir en un mismo individuo porque ambas son formas de actuación ante aspectos de la
propia vida de todo ser. Los seres humanos proyectan su vida sobre el modelo fantaseado
soñado para sí mismos y no sobre la conciencia real de sí mismo; en otras palabras, el
hombre intenta dejar de ser quien se es para tratar de ser el que se fantasea.
La locura de Don Quijote le lleva a actuar en el mundo que imagina para que su
actuación tenga sentido. La racionalidad, el buen sentido y la prudencia, consisten en
saber qué se desea y qué estrategias hay que utilizar para el logro de lo deseado. Para
Castilla del Pino, existen diferencias entre la imaginación y la fantasía, diferencias que
expone detalladamente en su libro para concluir: “Para Cervantes, el loco convierte su
fantasía en imaginación, como tal, susceptible de volcarse en la realidad. Concebida así,
la locura es la realización del máximo deseo de todo ser humano: ser quien desearía ser.
Por eso la locura es para Cervantes una forma de vida, al igual que lo es la cordura, de
manera opuesta; una forma de vida que, sin embargo, es desdichadamente errónea en el
caso de la locura”.
Estos tres importantes libros muestran enfoques diferentes sobre la “locura” del inge-
nioso caballero andante. Para el primero, los trastornos mentales del hidalgo son patolo-
gías verdaderas de la mente que se pueden clasificar con diagnósticos psiquiátricos
precisos. Para el segundo, los extravíos de Don Quijote deben analizarse desde el punto
de vista filosófico y moral de la prudencia y el buen juicio sin extenderse a consideracio-
nes puramente médicas. Y para el tercero, la locura de Don Quijote es una forma extrava-
gante de vivir semejante a la “insania leve” de Erasmo y a la “amabilis insania” como
llamaron a esas formas extrañas de posible locura Horacio y Lucius Calpurnius Piso en la
Roma Imperial. Son testimonios estos libros de que sobre la “locura” de Don Quijote hay
todavía mucho que decir.

Adolfo de Francisco Zea

RICARDO D. RABINOVICH-BERKMAN: Matrimonio incaico. El derecho de familia en el país


de los Incas en sus últimos tiempos. Quito, Librería Jurídica Ceballos. 2003. 166 pp.
Esta obra es la tesis doctoral del autor en la Universidad de Buenos Aires. El prólogo
de su maestro, Abelardo Levaggi, pone de presente las dificultades inherentes a una
investigación que tiene que traducir los términos culturales incaicos –o de cualquier otra
cultura no occidental– a los jurídicos de nuestra sociedad, tan arbitrarios en sus límites
como todos los demás. También existe el problema del manejo de las fuentes, que por
obvias razones no son propias o auténticamente nativas, sino españolas o mestizas,
cargadas de los prejuicios que acompañan a todo pueblo conquistador en la historia
humana.
El jurista Rabinovich, al comienzo, alerta a sus lectores sobre el escaso interés que
tiene en la Argentina el estudio del derecho prehispánico y sugiere que la discrimina-
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ción étnica es la causante principal de esa actitud. De otra parte, previene sobre el
peligro del compartimiento jurídico que es propio de la cultura occidental y que por
tanto, el aislamiento de esta materia es una proyección etnocéntrica sobre otras cultu-
ras. Sin embargo, se atreve a correr el riesgo para lograr mayor comprensión ante los
lectores.
Pero precisamente, en esta segunda advertencia se puede hallar una respuesta a su
inquietud inicial: aunque los juristas no hayan decidido estudiar los derechos
prehispánicos, como tales, los etnólogos sí lo han hecho con una perspectiva “holística”,
integrada o sistémica, dentro de la cual, lo “jurídico” no aparece como tal, sino dentro de
una estructura total, como la construyeron las mentalidades nativas.
Respecto de las fuentes utilizadas, Rabinovich confiesa su inclinación por
Huamán Poma de Ayala, dada su condición de mestizo, con fuerte raigambre incaica.
Sin embargo, esa cualidad puede verse como un arma de doble filo. Los mestizos
no solo protegen su ascendencia prehispánica, sino la española también, según las
circunstancias.
Dentro del tema concreto de la organización social, el autor destaca dos puntos
importantes. El ayllú como célula básica, entendido como grupo de descendencia, cu-
yos miembros se sienten unidos y explotan la tierra colectivamente. El otro punto es la
organización política más centralizada, el tawantisuyu, y su estrecha relación con la
religión. Y el matrimonio está contenido dentro de esos marcos. Pero ambos niveles de
organización presentan tensiones entre sí. El primero se resiste a los intentos de transfor-
mación y estatización que el segundo pretende imponer y que a la larga lo logra, pero no
puede desarraigar los sentimientos de pertenencia al ayllú, y tampoco le conviene. El
autor enfatiza el origen preincaico de esta célula de descendencia y su papel en la
organización social de los Incas, especialmente como organismo proveedor de trabajo
para el tawantisuyu.
También se aleja de la idea de Baudin respecto al carácter utilitario del matrimonio,
pero no ofrece, al menos en su lugar, ideas convincentes al respecto, y de paso tampoco
acepta que servinakuy signifique matrimonio de ensayo o período de amaño, aunque su
argumentación es reducida y no se deja plena demostración de lo contrario. Lo que sí
evidencia es que el término se refiere a matrimonio en sentido amplio.
Con base en detenido estudio de las fuentes escritas coloniales y posteriores,
Rabinovich identifica como impedimentos o mejor, limitantes del matrimonio de los
Incas, a la edad, el ligamen, la viudez, el parentesco (cercano) y la exogamia. De cada
uno de ellos hace una evaluación interesante, donde se destaca la confirmación del
permiso de la poliginia, y la endogamia de los ayllu para evitar la dispersión de la tierra.
También menciona la estricta prohibición al divorcio. Sin embargo, cuando trae a cuen-
to el caso de Ollántay para ilustrar la estricta observancia de la endogamia, no se está
refiriendo al nivel de los ayllú, que es el que ha argumentado antes, sino a exogamia de
clase y aún hasta étnica, confusión que no permite, a mi modo de ver, reafirmar la
endogamia del ayllú.
En cuanto a la celebración del matrimonio, el escritor señala lo que él denomina
secularización, o sea el papel del estado, a través de funcionarios, en la formación de las
parejas, y a la vez, la coexistencia con formas locales de reglamentación, que se distan-
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cian de los patrones centralistas. Precisamente, una de las tantas funciones del Inca era
entregar mujeres a los jefes principales y a los recién doblegados. El mandatario las
recogía, separándolas de su ayllú, con lo cual predominaba el acto de estado sobre la
célula local. Había acllas y ñustas. Las primeras, consagradas al sol, y las segundas,
princesas (sic) de casa real; en cuanto a aquellas se discute que fueran otorgadas porque
sería una degradación. La mujer principal era la concedida por el Inca, aunque las demás
conservaban sus estatus de esposas. La herencia del cargo, se hacía a través de la descen-
dencia por esa esposa principal. El pueblo o comuneros recibían esposas de parte de
funcionarios, especialmente quienes se hallaban fuera de su ayllú, en las colonias o
avanzadas de conquista.
Toda la práctica de entrega de esposas por el estado hacía parte de las políticas de
redistribución, junto con comida y artefactos. Esa entrega implicaba presencia estatal y
sujeción e interventoría del mismo, lo cual ayudaba a tener sometidos a los comuneros y
a los jefes locales. Aquí debe recordarse que el matrimonio en las sociedades no occiden-
tales es cuestión imperiosa y los solteros o solterones se ven como anormales. La pareja
reconocida es símbolo de los objetivos de proyecto social: alianzas, trabajo, reproduc-
ción física y cultural, etc. Hasta los incapacitados o discapacitados eran casados con
pares: cojos, ciegos, etc., como medida del sistema político para promover la ayuda
mutua, aunque uno podría pensar que dos ciegos muy poco pueden ayudarse, si no es
dentro de células mayores provistas por el mismo estado, lo cual no se trata en el libro.
Esto se deja de ese tamaño en el texto.
La mujer es concebida como semilla y valle y el hombre como riego y puna. Aquí,
Rabinovich se afilia a la ya conocida tesis del dualismo andino, promulgada entre otros
por Zuidema y Duviols, aunque no la desarrolla más allá de ese enunciado.
Con relación al matrimonio del Inca –Capácapo-Inca–, el autor señala la disparidad
de argumentos en el sentido de la escogencia. Por un lado, cita fuentes que aseguran que
las mujeres le eran entregadas por altos funcionarios religiosos, pero también anota que
otros sostienen que podía escogerlas dentro de las hijas de los caciques, con beneplácito
de sus familiares. Así mismo, documenta el matrimonio incestuoso con hermanas y la
extensión del mismo, o sea sororato, todo ello con la intención de tener aislado y prote-
gido al ayllú real. No sobra decir que ese matrimonio no aplicaba para el resto de la
población, pues era precisamente una manera de distinguir dignidades y mantener las
dinastías.
Más adelante y también en el tratamiento dado al matrimonio del supremo Inca,
discute Rabinovich si las mujeres que tenía eran esposas o mancebas, y tras citar algunas
fuentes, da a entender que se trataba de ambas modalidades, eso sí con la debida distin-
ción entre unas y otras, y que las segundas era posible que se diferenciaran entre las del
propio linaje y las de linajes ajenos. Menciona el caso de Huaynacápac, relatado por
Morúa. Aquel tenía como legítima mujer a Cusirimay, hermana suya, quien murió sin
dejar descendencia masculina y entonces tomó como mujer no legítima a Rahuaocllo,
madre de Huáscar.
También ilustra este tema del matrimonio del Inca con el caso del mismo Huáscar.
Este, a pesar de la resistencia de su madre, Rahuaocllo, casó con una de sus hermanas,
Chuquihuipa, pues los consejeros y los ruegos a la memoria de su padre Huaynacápac
decidieron que estaba en su derecho, por Inti y por Viracocha.
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A partir de estas informaciones tomadas del clérigo Morúa básicamente, el autor del
libro destaca varios aspectos: el boato de las ceremonias que celebraban el matrimonio
real: la discusión de si la decisión de escogencia de esposa era del propio Inca o de su
Consejo “real” con la intervención de prestigiosos miembros de la dinastía imperial, y
finalmente la penosa vida que le dio Huáscar a su legítima esposa.
En este aspecto, echamos de menos que no se haya indagado si los problemas que
ocasionaron los conflictos tuvieron alguna relación con la rivalidad de linajes del incario,
Hurín y Anán, a los cuales pertenecían Huáscar y Atahualpa.
En los tramos finales de la obra, Rabinovich da cuenta de la ausencia en las fuentes
escritas de reglas respecto a obligaciones conyugales y atribuye esa aparente negación a
que la institución matrimonial era asunto del estado e impuesta por él, pues los compro-
misos ante todo eran con esa entidad política y no expresamente entre los contrayentes.
Sin embargo, muestra algunos pasajes que pueden dar a entender tímidamente sobre la
división de funciones obvias, como la de la cocina para las mujeres. Lo que sí subraya
como algo muy evidente y reglamentado es la prohibición a la infidelidad y aporta datos
etnográficos en ese sentido, incluyendo la muerte de las adúlteras, si se les comprobaba
responsabilidad.
En las conclusiones, las cuales aparecen antes de unas páginas dedicadas a las nor-
mas relativas a la prole, el autor destaca cómo antes de la Conquista española, el matri-
monio entre los Incas tenía ante todo un carácter administrativo y jurídico y cómo quedó
transformado luego, ante todo en una institución de gran importancia religiosa. Pero
asienta, además, que muchas de las pautas de conducta y rituales se afectaron relativa-
mente poco y siguieron funcionando, así fuera en la clandestinidad. Declara en ese
sentido que el matrimonio incaico resistió a todas las persecuciones coloniales y poste-
riores, aunque no adelanta las causas de tal éxito histórico.

Jorge Morales Gómez

BUSHNELL, DAVID. Ensayos de Historia Política de Colombia, siglos XIX y XX. Medellín,
La Carreta Editores, 2006, 196 pp.
Esta compilación reúne siete ensayos referidos a una variada temática historiográfica
y a diversos periodos de la vida nacional. Originalmente seis fueron publicados en
inglés, o en español en revistas colombianas de muy difícil acceso. Trae un ensayo
inédito sobre la siempre controvertida imagen del expresidente general Santander. De
todos modos el encontrar reunidos estos ensayos del profesor Bushnell todos revisados
para esta publicación no deja de ser una novedad para los lectores conocedores de su
seria y amplia bibliografía sobre Colombia, con ese estilo ágil, directo y bien sustentado
a que nos tiene acostumbrados.
El profesor David Bushnell es Miembro Correspondiente Extranjero de la Academia
Colombiana de Historia desde hace varias décadas. Doctor en Historia de la Universidad
de Harvard, tuvo una larga trayectoria como editor de Historical Hispanic American
Review y profesor de la Universidad de Florida, E.U.A. Hasta hace pocos años dedicó
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anualmente unas semanas a visitar y escrutar archivos en Bogotá y actualizarse con sus
muchos amigos. Colombianista destacado por su objetividad y amplio conocimiento de
las fuentes historiográficas de la República. Posee como pocos un profundo conoci-
miento de los fondos documentales del Congreso Nacional y la prensa del siglo XIX y un
manejo minucioso de los comportamientos electorales del Congreso de la República en
el siglo XIX, la composición y tendencias de las votaciones.
Se le reconoce como uno de los investigadores más pertinaces de la historia política
de la Independencia y formación de los Estados Nacionales de Suramérica, con una
amplia obra. Entre sus entretenimientos, cultiva un especial interés por develar los
contextos políticos de las emisiones postales de homenaje a personajes de Colombia y
Argentina.
La publicación de este libro de ensayos tuvo diversos inconvenientes y fue un pro-
yecto frustráneo tanto para el autor como para la editorial que había publicado en Co-
lombia sus obras. Hoy aparece gracias al empeño de César Hurtado, gerente del sello La
Carreta Editores EU. La Fundación Francisco de Paula Santander tuvo intención en su
momento de publicar algunos de estos ensayos historiográficos y alcanzó a traducir
varios. Pero medió un insalvable acuerdo previo con la editorial Ancora que había
publicado Eduardo Santos y la Política del Buen Vecino en 1984 y una segunda edición
del texto ya clásico El Régimen de Santander en la Gran Colombia (1ª edición de Tercer
Mundo, 1966).
Ahora esperamos una segunda edición de Colombia. Un país a pesar de sí mismo
(1996) por editorial Planeta, muy bien recibido por los lectores en la primera.
Esta compilación abre con el ensayo “La imagen problemática del Hombre de las
Leyes” donde el autor traza un perfil de los aspectos controversiales e identifica factores
claves en el acuñamiento de la contrahecha imagen de Santander, y hace referencia a
aspectos de su vida pública y privada y de la opinión pública. Añade elementos nuevos
al texto que originalmente leyó hacia 1991 en una reunión de la Asociación de
Colombianistas, en Ibagué.
Sorprende hoy que Santander no haya logrado alcanzar el definitivo “juicio de la
historia” –como lo esperaba al final de sus días– ni agotar el escrutinio de sus detractores
de aquí o allá. A diferencia de todos sus contemporáneos. Mantuvo por siempre una
nómina de enemigos a flor de piel, pero los más agudos los ultra-integristas católicos,
así fuera “curero” en su intimidad el librepensador y agente del sensualismo de Bentham.
En cierta forma generó una urticante reacción hacia su figura histórica ese sentido de
“civilidad” tan reiterada por los apologistas del partido liberal. Entonces sus enemigos
acuñaron el término “santanderismo” como sinónimo de todos “los leguleyismos” habi-
dos y por haber. Resultan muy directos y útiles los argumentos de Bushnell, quien sabe
sopesar los cargos contra el General y sus errores políticos de su agitada vida pública. Es
sin duda este un buen texto para retomar el debate historiográfico en torno al general
Santander.
El segundo ensayo, “El desarrollo de la prensa en la Gran Colombia”, es una traduc-
ción del texto aparecido en Hispanic Historical American Review. Originalmente escrito
en inglés para su tesis de doctorado, la traducción es del autor. En esta nueva versión
reseña elementos de la obra del académico Antonio Cacua Prada, no conocidos al mo-
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mento de su redacción inicial. El texto hace un conciso y bien reseñado panorama de las
publicaciones seriadas de la década 1819-1830.
En “Los santanderistas venezolanos: un aspecto olvidado en la Historia de Colom-
bia”, se dedica a reconstruir cómo eran las relaciones del Vicepresidente Santander con
los políticos venezolanos. No siempre cordiales, aunque no tanto como en forma sim-
plista las pintan sus biógrafos. Aclarando que los venezolanos tuvieron dos carteras en
el pequeño gabinete de Santander, las secretarias de Guerra y de Relaciones Exteriores y
mantuvo seguidores frenteros en Caracas, Mérida y otras localidades de Venezuela.
“La última dictadura de Simón Bolívar. ¿Abandono o consumación de su misión
histórica?” fue publicado hace dos décadas, en Hispanic Historical American Review. El
autor actualiza ahora el texto con elementos de sus investigaciones y conceptos deriva-
dos de las polémicas recientes sobre este periodo en la vida de Bolívar. Prácticamente es
nuevo para los lectores colombianos.
“Apertura o re-apertura ¿retorno de los Gólgotas?” Es un texto que leyó en la insta-
lación de un simposio sobre economía colombiana en Lehigh University en Pennsilvania
hace un par de décadas. Reescrito para incorporar un análisis contextual del criticado
impacto del neoliberalismo y sus implicaciones en la economía nacional. Sin embargo,
no contiene referencias a los “políticas neoliberales” posteriores al inicio de los años 90.
“Regeneración filatélica” es un estudio pionero sobre las preferencias, opciones u
omisiones en la figuración de personajes en las estampillas emitidas por los Correos de
Colombia. Referido a los gobiernos de la Regeneración y Hegemonía Conservadora, con
alusiones a lo que se observa en los correos de Argentina o México con sus personajes.
Identifica las preferencias del Presidente Núñez por Nariño, Bolívar y Sucre, en la
emisión de 1886 y las relaciona con las estampillas del Centenario de la Independencia
y de antes los sellos emitidos por los gobiernos radicales. Este texto fue mi guía
metodológica para el discurso de posesión en la ACH, en 1998, como académico nume-
rario: Aproximación a personajes a través de los sellos postales colombianos y de un
ensayo publicado en la anterior entrega de este Boletín sobre la filatelia en los gobiernos
de Alberto Lleras.
Este texto será un atractivo para filatelistas y coleccionistas de sellos clásicos, ilus-
trado en dos planchas a color con 14 sellos mencionados en el ensayo.
El presidente Núñez fue el primer presidente vivo en Colombia que hizo emitir su
efigie en sellos postales al lado de Bolívar, Sucre y Nariño en 1886. Como también fue
polémico en Bogotá el acuñamiento de una moneda –bautizada por la picaresca local
como Cocobola– a la que se le atribuyó la efigie de doña Soledad Román, esposa del
presidente Núñez. Sin que se haya probado que fuera Núñez el inspirador de esta emi-
sión numismática, más bien una estrategia de los bogotanos responsables del diseño de
la moneda para congraciarse con el Presidente Núñez. Se retiró pronto de circulación.
El séptimo ensayo, “La Guerra Civil Española, 1936-1939: perspectivas colombia-
nas”, toca un tema poco trabajado por los historiadores colombianos. Reúne un caudal
de información y presenta un análisis comparativo entre el comienzo de la República
Liberal y la República Española. Estudia cómo se dio en Colombia la conformación de
preferencias y rechazos en torno a las ideologías de las fuerzas españolas contendientes
RECENSIONES 961

para establecer aquí el impacto de la guerra española en todos los órdenes, identifica el
peso específico de inmigrantes, de capitales e influjo cultural de lo español; empezando
por la preciada pureza del habla, la lengua y literatura en Colombia. Aun se estaba lejos
de las recientes inversiones financieras en el sector bancario y de las multinacionales
españolas, en la economía contemporánea del país.
Este repertorio de ensayos por la variedad del contenido atraerá a los conocedores
de la obra de Bushnell, y les permitirá acercarse a otros temas de su trabajo. A la vez que
estimulará con sus análisis, temas para nuevas investigaciones, como siempre lo han
logrado los escritos del profesor Bushnell.

Luis Horacio López Domínguez


962 BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCIII No. 835 – DICIEMBRE 2006

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