14 :ev 13 al 19 de marzo de 2011
ANIVERSARIO MUERTE BEATA RAFAELA YBARRA
HOMILIA POR ROBERTO OCTAVIO GONZÁLEZ NIEVES, OFM
ARZOBISPO METROPOLITANO DE SAN JUAN DE PUERTO RICO
Cuanta alegría siento hoy, de estar
en medio de todos y todas ustedes, de la
querida comunidad escolar de Ángeles
Custodios. Nos hemos reunido hoy para la
celebración de la Santa Misa. En la Misa,
nos unimos en la oración y culto a Dios
para la fracción del pan, tal y como Jesús
nos lo pidió hace casi dos mil años cuando
dijo: “Haced esto en memoria mía”. Pues
hoy, en su memoria nos reunimos para ali-
mentarnos con el pan de su Cuerpo y de
su Sangre, y también para alimentarnos
con el pan de su Palabra. De todo corazón
agradezco la gentil invitación para estar
con ustedes, y agradezco la presencia de
las religiosas de los Ángeles Custodio, la
Hna. Julia José, la Delegada para Puerto
Rico, de la Hna. María Aranzazu, de la fa-
cultad, empleados y sobre todo, de nues-
tros estudiantes.
Me imagino que todos y todas saben
la ocasión que nos mueve a reunirnos hoy
para la celebración de esta misa. Pues en
el día de ayer, la Beata Rafaela Ybarra
cumplió 111 años de haber muerto. Pero,
no es que estemos celebrando la muerte
de la Beata, sino que, todo lo contrario,
estamos celebrando la fecha en que me-
diante su muerte, nació a una nueva vida,
la vida del cielo, la vida que ella tanto la
anheló. Pues la muerte en Cristo, debe ser
motivo de alegría porque es nuestro paso
a la vida eterna.
Leyendo sobre su biografía, la Beata
Rafaela Ybarra, nació de una familia de
dinero y acomodada en España en el 16
de enero de 1843. Ella estaba conscien-
te del peligro que corre la juventud, que,
en busca de una mejor situación de vida,
acude a la capital donde sólo encuen-
tran explotación, pobreza y marginación,
acompañado de grandes peligros. Como
cristiana, sintió el impulso de ayudar y
COLEGIO ÁNGELES CUSTODIOS
VIERNES 25 DE FEBRERO DE 2011
socorrer a los jóvenes, especialmente, a
los menos afortunados, por lo que puso a
disposición de los pobres todo su dinero y
sus energías; va a las calles, recoge a las
jóvenes que acuden en busca de trabajos,
les busca empleo, y continua trabajando
con ellas hasta que les proporciona un
hogar y un trabajo digno. Todo esto sin
descuidar su vida familiar como esposa
y madre, se dedica a una vida intensa
de apostolado interviniendo en todas las
obras de beneficencia que por entonces
se llevaban a cabo en Bilbao.
Uno de sus grandes apostolados
fue la fundación en Bilbao en 1899 del
Colegio Ángeles Custodios. Desde ese
entonces, la familia de las religiosas de los
Ángeles Custodios, ha seguido ese her-
moso y valioso apostolado de ayudar a la
juventud mediante la educación católica.
En Puerto Rico, hemos sido bendecidos
con la presencia de las religiosas de los
Ángeles Custodios y el establecimiento de
su colegio en la Arquidiócesis y que tiene
52 años de fundado.
Como dije al principio, se cumplieron
111 años de la muerte de la Beata Rafaela
Ybarra, y nosotros en este aniversario la
recordamos. Pero, no la recordamos con
pena, ni con tristeza; todo lo contrario, la
recordamos con gozo y alegría, y damos
gracias a Dios por el don que nos brindó
en Rafaela Ybarra. La recordamos y la mi-
ramos como un ejemplo digno a imitar en
nuestros días. La situación de peligro que
se encontraba la juventud en tiempos de
la Beata Rafaela no es tan diferente a la
que vivimos en nuestros tiempos en nues-
tro Puerto Rico.
Todos en Puerto Rico, incluyendo
a ustedes queridos jóvenes, estamos
viviendo en un contexto social y cultural
que tiende a excluir a Dios de todo: de la
familia, de la economía, del gobierno, del
arte, de la política, aún de las fiestas re-
ligiosas como son la Navidad y Semana
Santa. Es más, se tiende a ridiculizar todo
aquello que sea religioso, incluyendo el
comportamiento de las personas.
Hoy, mirando a la Beata Rafaela Ybarra,
me atrevo ver en su impresión su continua
preocupación por la juventud, como tam-
bién lo están preocupadas las religiosas
de su congregación y como lo estamos
todos preocupados en la Iglesia por nues-
tros niños y jóvenes.
Hoy vengo ante ustedes, para decir-
les que Jesús es el custodio por excelen-
cia de cada uno de ustedes y nos envía
a sus ángeles para que nos custodien y
también envía a personas para que sean
custodios como lo fue Rafaela Ybarra.
Ese Jesús, que una vez se dirigió a un
Joven y le dijo que lo siguiera, es el mismo
Jesús que se acerca e intima con ustedes
en la Eucaristía, es el mismo Jesús que
los llama y los invita a seguirlo y a perma-
necer en Él.
“Donde Dios no está presente, no
puede haber nada bueno”, dijo el Papa
Benedicto XVI. Dios debe estar presente
en cada corazón, en cada hogar, en cada
matrimonio y familia, en cada escuela,
universidad y centros de trabajo. La pre-
sencia de Dios nos transforma, nos cam-
bia, nos invita a vivir en la luz, y nos mueve
hacia el amor, hacia el servicio, hacia el
perdón.
Fue la presencia de Dios que movió a
la Beata Rafaela a dejar la comodidad de
las riquezas y la impulsó a darse, a servir,
a preocuparse por el prójimo. Esa misma
presencia de Dios ha movido a otros y
otras tantas personas a ser mejores y a lu-
char para que otros sean mejores como le
sucedió a Madre Teresa de Calcuta, a San
Francisco de Asís y a jóvenes como Santa
Teresita. Dios no es como las cosas que
se deterioran con el tiempo, ni como las
San Juan
músicas y los artistas que pasan de moda.
Dios es un ser vivo, que ama, que es eter-
no y que es capaz de trasformarnos. Para
ello es necesario un encuentro personal e
íntimo con Él, como le sucedió a Rafaela
Ibarra. Del encuentro con Dios, la persona
humana sale engrandecida, sale bendeci-
da, todo es ganancia, todo es hermosura.
San Pablo en su carta a los Gálatas nos
dice: “Ambicionad los carismas mejores”.
¿Cuál es el mejor carisma? Tener amor:
amor a Dios, amor a sí mismo y amor al
prójimo. Eso hizo la Beata Rafaela y eso
debemos hacer todos. “Amas y haz lo que
quieras”, decía san Agustín. El amor ver-
dadero nos mueve al servicio, nos mueve
a la caridad y solidaridad, nos mueve al
por las diócesis
perdón y a la compasión.
Jesús nos dice: “El que quiera venir
conmigo, que se niegue a sí mismo, que
cargue con su cruz y me siga”. Negarse a
sí mismo, significa poner en primer lugar
a Dios y alejarse de todo aquello que nos
aparte de su amor, de su paz y de su per-
dón. Cargar con la cruz significa, soportar
el peso de lo que la renuncia al pecado
y los placeres nos cuesta. Vivir la fe no
es siempre fácil; el servir a los demás nos
cuesta, el perdonar conlleva sacrificio y
transformación, pero a la larga, ganamos
pues no hay mayor satisfacción que vivir
en el amor de Dios.
Que imitando las virtudes de amor y
servicio que llevaron a la Beata Rafaela
a alcanzar la gloria, nosotros y nosotras
también, mediante el amor y el servicio,
podamos crecer en la santidad y así llegar
a morar en la Casa del Señor por años sin
término.