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“La primitiva Liturgia según Lucas”

En el caso de que necesitáramos situar el punto focal de la primitiva Liturgia, de


la primitiva estructura de la “Misa” nos veríamos abocados a leer la perícopa de los
discípulos de Emaús en el Evangelio de Lucas. Los discípulos se habían alejado ya del
culto sacrificial del Templo, no obstante, la Muerte de Cristo aún no había cobrado el
carácter Pascual que con el tiempo llegaría a ser su más significativa interpretación. En
el contexto de la cena comunitaria se reunían para celebrar la “tõdã”, la acción de
gracias, según el mandato del Maestro. Acudían en día del Sábado a la Sinagoga donde
participaban de la lectura de las Sagradas Escrituras y de su interpretación. Cuando el
judaísmo, receloso, introdujo la “Birkat Ha-Minim”, bendición dirigida contra los
“herejes” que se habían convertido al cristianismo, fórmula impronunciable para los
cristianos, la lógica interna de la celebración se resquebrajó. El distanciamiento respecto
de la Sinagoga y el desarrollo de la idea del “octava dies” como tiempo fijado por la
Resurrección del Señor, como “Día del Señor”, culminaron en la necesidad de adoptar
una forma propia de Liturgia.

Tras la Resurrección y dentro del tiempo de las apariciones de Jesús a los


discípulos destaca este episodio en que los de Emaús salen de Jerusalén abatidos por los
recientes sucesos. ¡Habían confiado tanto en un Mesías libertador tras la entrada triunfal
en la Ciudad Santa! El Señor Resucitado se acerca a ellos, sin darse a conocer porque
“sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.” (Lc 24,16) En el trayecto,
Cristo les explica las Escrituras haciéndoles ver que todo lo que había padecido estaba
prefigurado desde antiguo. “Desde Moisés hasta los Profetas” dice San Lucas; la clara
conciencia del deber de la predicación de la Buena Nueva explicada desde una relectura
cristiana del Antiguo Testamento marca la pauta de lo que con el tiempo conoceremos
como Liturgia de la Palabra.

Al caer la noche los discípulos de Emaús ruegan a Su compañero de viaje:


“Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.” (Lc, 24, 29). Al
sentarse a la mesa, nos dice el evangelista, el Señor tomó el pan, lo bendijo y, tras
partirlo se lo entregó. Al momento ellos lo reconocieron y entonces, según el relato
evangélico, desapareció de su lado. La presencia eucarística era ya una realidad; la
figura humana, por tanto, debía desaparecer como desaparecen tras el Paño Humeral las
manos del sacerdote que eleva el Ostensorio que custodia el Cuerpo de Cristo. Y en este
hito queda estructurada y consolidada la Liturgia Eucarística que se verá enriquecida
por el Canon fijado por el capítulo 11 de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios.

La Comunidad, la Iglesia, adquiere su forma autónoma de Liturgia y sobre este


elemento constitutivo y basal comienza a caminar sin titubeos tal como el Señor se lo
había mandado para que “se predicara en su nombre la conversión para perdón de
los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.”

Mª del Carmen Feliu Aguilella

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