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Tema 9. La Restauración y su sistema político.

Llamamos “Restauración” al periodo de tiempo de la Historia de España comprendido


entre 1874 y 1931. Durante esta etapa se sucedieron los reinados de Alfonso XII (1874-
85), la regencia de María Cristina de Habsburgo (1875-1902) y el reinado de Alfonso
XIII (1902-31), dentro del cual podemos distinguir la etapa de la dictadura de Primo de
Rivera.

1.- Las bases doctrinales de la Restauración


Cansada la sociedad española de los ensayos políticos del Sexenio Revolucionario, fue
tomando cuerpo la idea, hábilmente dirigida por Antonio Cánovas del Castillo, de
restaurar la monarquía legítima de los Borbones en la persona del príncipe Alfonso, hijo
de Isabel II. Tras superar no pocos impedimentos, y aprovechando el desgaste político
de la dictadura del general Serrano, gran parte del Ejército, la aristocracia, la burguesía
terrateniente, los hombres de negocios, la Iglesia (buscando retomar la influencia social
perdida),…, decidieron que ya era hora de restaurar la monarquía, paso necesario para
acabar definitivamente con los carlistas, con la insurrección cubana y con el problema
obrero y campesino.

Cánovas, que preparaba el regreso del príncipe con gran prudencia, redactó el
1/XII/1874 el Manifiesto de Sandhurst, firmado por el infante Alfonso desde la
academia militar británica, en el que se exponían las líneas maestras de la futura
restauración monárquica: monarquía constitucional y democrática, pluripartidista,
católica y liberal, aparte de expresar la voluntad de integrar en el nuevo régimen buena
parte de los progresos políticos recogidos en el Sexenio. Esta predisposición hacia una
monarquía parlamentaria acabó por volcar a la opinión pública a favor de la
restauración monárquica.

La idea de Cánovas era que la restauración se produjera de manera pacífica y sin


intervención militar para evitar futuros recelos, pero ello no fue posible ya que el
general Arsenio Martínez Campos se pronunció en Sagunto a favor del príncipe y del
restablecimiento de la monarquía. El gobierno de Serrano, ante el masivo apoyo del
Ejército y la ausencia de protestas populares, no opuso resistencia al pronunciamiento.
Cánovas, aunque disgustado por la forma en que se había producido todo, formó un
gabinete de regencia el 31 de diciembre, comunicando a Alfonso XII su proclamación
como rey. El 9 de enero de 1875, Alfonso XII entraba triunfalmente en Madrid,
ganándose pronto la simpatía popular y el respaldo de la mayoría de la clase política.

Los principales fundamentos del sistema de la Restauración, ideados por Cánovas,


se pueden resumir en los siguientes:

• La Restauración no era sólo la vuelta de la legítima dinastía borbónica (para


Cánovas, gran conocedor de la Historia de España, la Monarquía era
consustancial a la historia española y formaba el pilar básico en que se asentaba
el país), sino el intento por superar la inestabilidad política del periodo anterior y
conseguir la paz social y política del país.

• Había que asentar firmemente la Monarquía como forma del Estado, fuera de
toda discusión y por encima de las leyes e incluso de la Constitución. Pensaba en

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una Monarquía que compartiera la soberanía con las Cortes, que dispusiera de
amplias competencias y, sobre todo, que desempeñara un papel protagonista de
conciliación en la vida política.

• Civilismo frente a militarismo (el poder civil por encima del militar). El Ejército
debía volver a los cuarteles y cumplir su misión constitucional. Los altos
mandos debían abandonar la vida política.

• La vida política se basa en el llamado “posibilismo canovista”, según el cual


había que organizar un sistema político que fuera igualmente válido para los
antiguos moderados, unionistas, progresistas y demócratas, con la única
condición de que aceptaran la Monarquía y la alternancia en el gobierno. Se
impone un pacto entre todas las fuerzas políticas que quedaría fundamentado en
la elaboración de una nueva Constitución de consenso que fuera duradera, que
permitiera gobernar a partidos distintos y que acabara definitivamente con el
pronunciamiento como vía para la toma del poder.

2.- La Constitución de 1876


La nueva Constitución fue gestada ya en 1875 al margen de las Cortes, cuando el propio
Cánovas encomendó a una asamblea de ex senadores y ex diputados monárquicos la
elaboración de un borrador constitucional que recogiese el proyecto político canovista.
En diciembre se convocaron elecciones a Cortes constituyentes por sufragio universal,
tal como establecía la Constitución vigente de 1869, en un nuevo intento de respetar al
máximo la legalidad. En la práctica, sin embargo, las elecciones fueron ya manipuladas
para asegurar una amplia mayoría a los candidatos canovistas e inaugurar así lo que
sería la práctica electoral típica de la Restauración. Así, no es de extrañar que el 30 de
junio de 1876 el nuevo texto constitucional fuera fácilmente aprobado.

Fue concebida como un acertado equilibrio entre la moderada de 1845 y la


revolucionaria de 1869, de tal forma que fuera aceptada por cualquier grupo político
que aceptase la Monarquía restaurada y el sistema liberal. Por eso fue un texto de
contenido ecléctico, con el objeto de permitir gobernar de manera estable a todas las
tendencias. Consta de 89 artículos distribuidos en 13 Títulos. Presenta dos partes
fundamentales: en la primera se hace una declaración de los derechos individuales; en la
segunda se establecen todos los mecanismos políticos y legales necesarios para el
funcionamiento y consolidación del régimen.

Siguiendo el modelo de la de 1869, el primer título se dedica a los derechos


individuales: seguridad personal, inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia,
libertad de conciencia, de expresión, derecho de reunión y asociación,… El problema es
que, como en la de 1845, la concreción de estos derechos se remite a la aprobación de
leyes posteriores, y éstas, en su mayor parte, tendieron a restringirlos, especialmente los
derechos de imprenta, expresión, asociación y reunión.

El espíritu del liberalismo doctrinario de 1845 proporciona al nuevo texto un aspecto


moderado y conservador. Así, queda definido implícitamente el principio de soberanía
compartida del rey con las Cortes. El rey es inviolable e irresponsable, sanciona y
promulga las leyes, disuelve las Cortes (tiene que convocar unas nuevas en el plazo de
tres meses) y tiene derecho a veto por una legislatura. Tanto las Cortes como el Rey
tienen la iniciativa legal.

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Se establecen unas Cortes bicamerales, compuestas por un Congreso (1 diputado por
cada 50.000 habitantes, elegidos por sufragio directo. La Constitución no fija el sistema
de votación, por lo que será el partido gobernante quien decida, a través de la ley
electoral, si será por sufragio censitario o universal) y un Senado [compuesto por tres
tipos de senadores: por derecho propio (Grandes de España, capitanes generales del
Ejército…), los grandes contribuyentes, y los elegidos por el rey y por las corporaciones
(léase Iglesia, Universidades). No tenía gran influencia en la política nacional]. Las
Cortes discuten y aprueban las leyes, intervienen en la sucesión a la Corona, en la
minoría de edad y en las Regencias.

El poder ejecutivo lo ejerce la Corona a través de los ministros, que responden ante
las Cámaras. El Rey elige libremente al Jefe de Gobierno y no es responsable ante las
Cortes.

El poder judicial queda reforzado en su independencia y se reafirma la unidad de


códigos, al quedar suprimidos los fueros vascos.

Ayuntamientos y Diputaciones quedan bajo control gubernamental. Se remite su


funcionamiento a leyes orgánicas, que posteriormente los desarrollarán en sentido
conservador y centralista.

La cuestión religiosa fue de nuevo polémica. El Congreso se dividió entre los


defensores de la unidad católica y los partidarios de la tolerancia dentro de la línea de la
Constitución de 1869. El problema se solucionó mediante una fórmula ecléctica: se
reconoció la confesionalidad católica del país y la garantía del sostenimiento del culto y
clero, pero a cambio se permitían otros cultos siempre que respetaran la moral católica y
que no hicieran manifestación pública de su fe.

Complemento de la Constitución fue la Ley Electoral de 1878, de tipo censitario


pues sólo podía votar el 5% de la población. El sistema introduciría con los progresistas
el sufragio universal masculino para mayores de 25 años (1890).

3.- El funcionamiento del sistema. Bases sociales e institucionales

3.1- Los partidos políticos dinásticos


Son, junto a la Iglesia y el Ejército, uno de los pilares fundamentales del nuevo régimen.
La admiración que sentía Cánovas por el parlamentarismo inglés, y teniendo en cuenta
las propias experiencias parlamentarias españolas anteriores, le llevaron a concebir el
funcionamiento de la vida política española sobre la base de dos partidos políticos que,
aceptando la legalidad constitucional, se alternasen en el poder pacíficamente cuando
uno de ellos perdiera la confianza regia y parlamentaria. Además, ambos partidos
debían comprometerse a respetar la obra legislativa de su predecesor. Los principales
partidos dinásticos fueron:

• Partido Conservador: liderado por Cánovas, se gestó a partir de la asamblea


de notables alfonsinos que preparó el texto constitucional, integrando a antiguos
moderados, los unionistas, alguna facción del progresismo y la Unión Católica
de Alejandro Pidal (grupo más reaccionario y católico). Su ideología se basaba
en los principios del liberalismo doctrinario (sufragio censitario, exclusivismo

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de la religión católica, restricción de libertades y proteccionismo económico). Su
base social estaba en las grandes fortunas terratenientes e industriales, las clases
altas y medias urbanas y los militares de alta graduación. Tras el asesinato de
Cánovas en 1897 le sucedió al frente del partido Francisco Silvela.

• Partido Liberal-Fusionista: formado por varias corrientes políticas cuyo


núcleo fundamental era el antiguo Partido Constitucional, formado durante el
reinado de Amadeo I por progresistas y algunos miembros de la Unión Liberal.
Tras aceptar la nueva Constitución consiguió el apoyo de otros grupos a su
derecha e izquierda, como los radicales de Cristino Martos y los posibilistas de
Castelar, hasta que en mayo de 1880 se unificaron en el Partido Fusionista,
futuro Partido Liberal. Apoyados por militares de baja graduación, clases
urbanas medias-bajas y revolucionarios, su base programática se fundamenta en
la obtención del sufragio universal masculino, la libertad de cultos, la libertad de
cátedra y prensa y la política económica librecambista. Su líder más destacado
fue Práxedes Mateo Sagasta, pero también hay que destacar a otros como el
general Martínez Campos y Segismundo Moret.

El éxito del turnismo pacífico estuvo basado en el perfecto entendimiento entre


Cánovas y Sagasta, y entre ambos con Alfonso XII, primero, y con doña María Cristina
después, ambos respetuosos siempre con la Constitución.

3.2- La oposición política


Establecida la Constitución, Cánovas estableció la distinción entre los partidos políticos
que estaban dentro o fuera del sistema, en función de la aceptación o no de la monarquía
restaurada y su dinastía. Los partidos antidinásticos, o simplemente ilegales, más
importantes son los siguientes:

• Carlistas o tradicionalistas: fieles al pretendiente Carlos VII, aceptan el


sistema monárquico pero no a la rama alfonsina. En franca decadencia, su
derrota militar en 1876 no supuso su desaparición como opción política, pero
provocó una crisis interna que no superó hasta más adelante. Hasta 1888 hubo
una gran desorganización y divisiones internas, la cual se consumó con la
escisión de los integristas de Cándido Nocedal, muy arraigados en el País
Vasco y Navarra, partidarios de la no participación en la vida política e
intransigentes en todo lo relacionado con la religión católica. A partir de 1890 se
abre una segunda etapa de predominio de los llamados neocatólicos, partidarios
de adaptarse a la nueva situación y participar en la vida política. Su expresión
organizativa fue la Unión Católica de Alejandro Pidal, partido apoyado por la
jerarquía católica, y que participará en alguno de los gobiernos conservadores de
Cánovas.

• Republicanos: tras el fracaso de la I República, el republicanismo español tardó


mucho en rehabilitarse y constituir una alternativa política, a pesar de que
muchos de sus ideales (anticlericalismo, reformismo social,…) se mantuvieron
vivos en ciertos sectores de la prensa, de la intelectualidad y de las
universidades.

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Durante gran parte de la Restauración el republicanismo se nos presenta muy
fragmentado, sobre todo por razones ideológicas [fundamentalmente en torno a
la organización centralista o federal del Estado y a la estrategia para alcanzar el
poder (insurrección o medios electorales). A partir de los años ochenta muchos
republicanos se incorporarían al régimen de la Restauración, lo que debilitaría
políticamente aún más al movimiento], y personales. Cada uno de los grandes
líderes republicanos del Sexenio dirige su propio partido. Así, podemos
encontrar los siguientes:

 Posibilista o republicano histórico: dirigido por Castelar, se mostraba


favorable a una democracia conservadora. Acabaría por unirse al Partido
Liberal.

 Partido Federal: liderado por Pi y Margall, era el más organizado y el


más cercano a las asociaciones obreras, buscando un reformismo social
que armonizara los intereses del capital y del trabajo. Sin embargo, el
plantear las reformas sociales desde un punto de vista burgués le restó
muchos apoyos entre las clases obreras, que prefirieron marcharse al
PSOE, que se presentaba como un partido exclusivamente obrero.

 Partido Centralista: liderado por Salmerón.

 Partido Progresista-Demócrata: dirigido por Ruiz Zorrilla, defendía el


cambio de régimen a través de acciones subversivas y pronunciamientos.

Tras volver a la legalidad en 1881, en las distintas elecciones celebradas en


adelante los republicanos consiguieron algunas actas de diputados, participando
más a título personal que como miembros de alguno de estos partidos. A pesar
de los intentos para establecer una unidad de acción republicana, la unificación
no se produjo hasta la aparición de Unión Republicana en 1903. Más tarde
surgirían nuevos movimientos republicanos, como el lerrouxismo en Barcelona
y el blasquismo en Valencia, dirigidos, respectivamente, por Alejandro Lerroux
y Vicente Blasco Ibáñez.

• El movimiento obrero: las posibilidades de acción del movimiento obrero


durante la Restauración eran pequeñas, pues las libertades de asociación,
expresión y reunión estaban limitadas, y además el régimen no se preocupó
demasiado por integrarlo en el sistema político. A este marco general hay que
añadir la fuerte división interna que presentaba el movimiento obrero español
desde los años setenta, con la formación de dos corrientes ideológicas totalmente
distintas:

 Anarquistas: tras la disolución de las asociaciones dependientes de la


Internacional en 1874, los distintos grupos anarquistas pasaron a la
clandestinidad, situación en la que permanecieron hasta 1881, cuando
Sagasta hizo que el anarquismo volviera a la legalidad. El resultado de
ello fue la formación de la Federación de Trabajadores de la Región
Española (FTRE) y la incorporación masiva de nuevos afiliados. Los
dirigentes catalanes, obreros industriales, optaron por abandonar la idea
de la destrucción del Estado y organizar una resistencia solidaria y

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pacífica, cosa a la que se negaron los dirigentes andaluces, campesinos,
partidarios del uso de la violencia como único medio eficaz de cambio.
Esta disparidad de opinión llevó a la ruptura entre ambos grupos, de tal
forma que mientras los grupos catalanes y madrileños optaron por el uso
de la huelga general, los anarquistas andaluces se agruparon en
sociedades secretas y decidieron actuar como grupos subversivos.

 Partido Socialista Obrero Español: el socialismo se limitaba, en 1874,


a unos reducidos núcleos de seguidores de las ideas marxistas refugiados
en la clandestinidad en torno a la Asociación de Arte de Imprimir. Su
presidente, el tipógrafo gallego Pablo Iglesias, convenció a sus
compañeros de la necesidad de formar un partido, y así el 2 de mayo de
1879 se formó el PSOE, con un programa marxista inspirado en los
acuerdos de la Internacional donde destacaba la necesidad de la
participación política de la clase trabajadora a través de un partido obrero
que fuera capaz de enfrentarse con el sistema político y económico
vigente para conseguir transformarlo radicalmente. Desde sus inicios
quedó confirmado como un partido exclusivamente obrero que pretendía
enfrentarse a los partidos burgueses en la lucha por el poder a través de
las elecciones. Tras la crisis económica de 1887 el partido decide fundar
su propio sindicato, la Unión General de Trabajadores (UGT), donde
se reunían las diversas sociedades y federaciones de oficios con un fin
puramente económico: la mejora de las condiciones de vida y de trabajo
de los obreros, y ello a través de la negociación, las demandas al poder
político y la huelga. A partir de 1891 el partido se centró en obtener
algún escaño en el Parlamento, pero los escasos resultados obtenidos le
llevaron a colaborar con los republicanos, formando en 1910 la
conjunción republicano-socialista, que supuso un importante crecimiento
numérico del partido y permitió conseguir el primer diputado socialista,
Pablo Iglesias.

3.3- Bases sociales


El sistema canovista contaba con una amplia base social integrada por los mandos
militares, la burguesía terrateniente y los hombres de negocios, convencidos de que la
restauración borbónica garantizaba el orden del país, necesario para la buena marcha de
los negocios. A estos grupos se sumaron los sectores industriales, la mediana y pequeña
burguesía urbana y rural, así como las altas jerarquías eclesiásticas. La masa del
campesinado se mantuvo afín o indiferente, al igual que el proletariado urbano; ambos
fueron ganados progresivamente por las ideas socialistas y anarquistas.

Muy importante fue también el apoyo institucional prestado por el Ejército (que se
convierte en garante del orden público durante la Restauración) y la Iglesia (que se
dedica durante este periodo a intentar reconquistar la influencia perdida, sobre todo a
través del renacimiento cuantitativo y cualitativo de las órdenes religiosas,
especialmente las dedicadas a la enseñanza y a la caridad).

3.4- El funcionamiento del sistema: el “encasillado”, el “pucherazo”y el caciquismo


Se hacía necesario para que el sistema funcionara que los partidos dinásticos gobernaran
contando con la mayoría en las Cámaras parlamentarias. El sistema del turnismo de los
partidos funcionaba de arriba abajo: los partidos conservador y liberal se cedían el poder

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periódicamente el uno al otro por acuerdo mutuo o por desgaste interno, no por un
cambio de opinión de la población, por lo que se necesitaba un fraude en las elecciones.

El procedimiento adoptado para que el partido encargado de formar gobierno y de


convocar elecciones resultara siempre vencedor de las elecciones es el siguiente.
Convocadas las elecciones, el ministro de la Gobernación fabricaba los resultados
electorales mediante el “encasillado”, es decir, decidía los diputados que iban a ser
elegidos por cada distrito electoral en función de los acuerdos que se pactaban en la
cúspide de los partidos [esto era más fácil en los distritos rurales (más del 80% del
electorado), pues los urbanos (el llamado “voto verdad”, de apenas un 20% del total)
eran más difíciles de controlar]. A continuación, el gobernador civil de cada provincia
manipulaba las elecciones previo acuerdo con los caciques comarcales y municipales,
a los que compraba los votos que éstos conseguían de sus conciudadanos a cambio de
prebendas, favores o coacción. Si estas medidas no daban el resultado previsto se
recurría al “pucherazo” (aparecían más votos que electores, destrucción de actas, votos
de fallecidos,…).

Pero, ¿qué era el caciquismo y quiénes eran los caciques? El caciquismo fue un
hecho sociopolítico que se manifestó en España desde mediados del s. XIX hasta el
primer tercio del s. XX, consistente en el control del poder en determinadas zonas, sobre
todo rurales, por personas de gran influencia y prestigio social. Era un residuo de las
antiguas relaciones señoriales, y suponía la dependencia personal y el dominio del
cacique sobre sus clientes. Con todo, no fue un fenómeno exclusivo de España ni de la
Restauración.

Los caciques eran, en principio, miembros de una élite local o comarcal,


normalmente jefe local de uno de los dos partidos políticos, y que actuaba como
intermediario entre el Estado y su comunidad. Los caciques, por tanto, eran las personas
más influyentes de su comunidad, aunque no necesariamente los más ricos, y en la
práctica, los agentes políticos encargados de recopilar los votos y amañar las elecciones
para el correspondiente diputado oficial. Relacionados con el gobernador civil
respectivo o con influyentes personajes de Madrid, se convertían en dispensadores de
favores y prebendas a cambio de votos, generando así una clientela adicta a su persona.

El caciquismo y la farsa electoral llevaban en sí el germen de la crisis del sistema de


la Restauración, de tal forma que tras el descalabro de 1898 se les señaló como uno de
los “males de la patria”. El sistema del encasillado propiciaba la imposición de
diputados no nacidos en el distrito por el que era elegido (el “diputado cunero”), por lo
que no solían preocuparse de los problemas de sus representados. Además, este sistema
de influencias daba lugar a un poder arbitrario e inmoral que mediatizaba la vida de la
nación y propiciaba el enchufismo, el padrinazgo y la corrupción, que se convirtió en un
elemento cotidiano de la vida de los españoles.

4.- El reinado de Alfonso XII (1875-85)

4.1- El gobierno Cánovas (1875-81)


Durante los primeros años del reinado de Alfonso XII gobiernan los conservadores de
Cánovas, dedicados fundamentalmente a reforzar el control del Estado. Sus actuaciones
más importantes fueron tres:

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• Final del conflicto carlista (1876): con el concurso del propio monarca, que
pocos días después de su llegada al trono visitó el frente del Norte y ordenó una
ofensiva general, el Ejército logró vencer los últimos focos de resistencia carlista
en el Maestrazgo, Seo de Urgel y Norte peninsular, obligando a Carlos VII a
huir a Francia tras su rendición (Manifiesto de Somorrostro). El final de la
guerra trajo como consecuencia la reforma del régimen foral vasco, que fue
abolido no tanto como castigo por el apoyo a la causa carlista sino como una
necesidad del Estado liberal para consolidarse mediante la unificación legal de
todo el territorio nacional. Lo más importante de esta modificación fue la
adopción de una fórmula intermedia: la obligación por parte de las Vascongadas
de contribuir con contingentes de soldados para el servicio militar, y el
establecimiento de los conciertos económicos especiales (1878), que aún se
mantienen (por esta fórmula, los impuestos vascos no son cobrados por la
Hacienda estatal sino por cada una de las diputaciones vascas, quienes aportarían
después a las arcas del Estado el cupo acordado como contribución a los
presupuestos generales).

• Pacificación de Cuba: tras acabar con los carlistas, España pudo enviar más
tropas para sofocar la rebelión cubana. Hay que destacar aquí la habilidad
política del general Martínez Campos, que consiguió firmar con los rebeldes
cubanos la Paz de Zanjón (1878), por la que se prometía a los cubanos una
mayor independencia de la metrópoli, reformas legales y una amplia amnistía a
los sublevados, incumplidas posteriormente.

• Reformas administrativas y políticas: dirigidas a reforzar el control del Estado


sobre los distintos ámbitos de la vida del país, consolidando el régimen mediante
la centralización administrativa. Las reformas más destacadas fueron:

- Ley de 1876 de control de los ayuntamientos: sustitución de


gobernadores civiles, presidentes de Diputación y alcaldes por hombres
afines a la Corona. Se restringía la participación ciudadana en las
elecciones de los cargos municipales, se atribuía a la Corona el
nombramiento de los alcaldes para poblaciones de más de 30.000
habitantes, y además es el Gobierno quien aprueba los presupuestos
provinciales y municipales.

- Ley de Imprenta (1879): consideraba delito cualquier crítica a la


Monarquía o al sistema político de la Restauración; se establece la
censura previa a los impresos de menos de 200 páginas, lo que
significaba el control de todos los folletos y periódicos del país. Se
decretó el cierre de numerosos periódicos, en especial los de tendencia
republicana y demócrata. La Iglesia recuperó la potestad para censurar
libros que atentaran contra la moral y las buenas costumbres. Se
impusieron estos mismos criterios en la enseñanza secundaria y
universitaria, violando la libertad de cátedra establecida en la
Constitución. El conflicto provocaría problemas en la Universidad y la
fundación de la Institución Libre de Enseñanza (su idea básica era la
de mejorar al ser humano a través de la educación, la tolerancia, la
enseñanza laica, la secularización de la ciencia, aperturismo hacia
Europa,… Creada por Francisco Giner de los Ríos, daría origen a otra

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entidad fundamental en la cultura española: la Residencia de
Estudiantes).

- Otras medidas: restitución en sus empleos, nombramientos y grados a


militares y funcionarios que lo habían perdido en el Sexenio; eliminación
del matrimonio civil, restaurando la exclusiva validez del eclesiástico; se
restablece el Concordato con el Vaticano con la devolución a la Iglesia
de los pocos bienes aún no vendidos y la garantía de las aportaciones a la
Iglesia católica.

Como puede observarse, las medidas del gobierno de Cánovas suponían en principio
una vuelta al pasado, pero como tampoco se quería romper con todos los avances
revolucionarios del Sexenio, la aplicación de las medidas represivas fue selectiva y, en
general, suave. Además, se dictó una amplia amnistía y se mantuvo el contacto con los
líderes progresistas y demócratas para conseguir que aceptaran la Monarquía y se
sumaran al nuevo proyecto constitucional.

4.2- El gobierno Sagasta (1881-84)


La tensión que generaba la política restrictiva de los conservadores todavía se dejó
sentir durante el primer gobierno de los liberales de Sagasta, a pesar de que se anularon
algunas de ellas, especialmente las que recortaban la libertad de expresión y cátedra.
Sagasta permitió incluso que las asociaciones obreras y republicanas se reunieran con
libertad, al tiempo que amnistiaba a los dirigentes republicanos. Sin embargo, sus
temores a que una apertura excesiva pudiera alarmar a los grupos sociales dominantes,
unido a la recesión económica entre 1882 y 1884, produjeron tres hechos de
considerable importancia que precipitaron la caída de su gobierno y dieron paso a un
nuevo periodo conservador:

• “La Mano Negra” en Andalucía (1883): fue un asunto turbio, inventado o


magnificado por la policía en torno a una sociedad secreta de dicho nombre
controlada por los anarquistas que actuaron en la provincia de Cádiz. Según la
policía, esta organización pretendía asesinar mediante actos terroristas a
terratenientes andaluces. Fuera verdad o no, se tomó como pretexto para
condenar perseguir al anarquismo en todo el país.

• Huelga de tipógrafos en Madrid: causada por la incapacidad del gobierno para


atenuar la recesión económica de principios de los años ’80. Aparece por
primera vez en escena el PSOE de Pablo Iglesias.

• Intento de pronunciamiento republicano de 1883: fue reprimido con dureza


por Sagasta, quien pidió la pena de muerte para sus cabecillas.

Ante la debilidad mostrada por el Gobierno de Sagasta, el rey decidió llamar al


gobierno a Cánovas (enero de 1884), que volvió a ejercer un férreo control sobre la
prensa y se enfrentó a nuevos conatos de sublevación republicana y a la oposición de la
Universidad (cierre de la Universidad de Madrid a comienzos del curso 1884-85).

Tras dos años de gobierno conservador, Alfonso XII muere en noviembre de 1885
debido a la tuberculosis.

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5.- La Regencia de María Cristina de Habsburgo (1885-1902)
Muerto prematuramente el joven rey, su esposa María Cristina de Habsburgo asumió la
regencia en nombre de sus dos hijas pequeñas y del vástago que llevaba en sus entrañas.
Extranjera y sin experiencia política, heredaba además un panorama político no muy
prometedor por cuanto que el sistema canovista no estaba aún consolidado y no se sabía
qué sexo tendría el futuro vástago. Ante esta situación, Cánovas y Sagasta establecieron
un acuerdo, el llamado Pacto del Pardo, por el cual ambos partidos se comprometían a
apoyar la regencia, a mantener el turnismo y a no echar abajo la legislación que cada
uno de ellos aprobara durante su mandato. El acuerdo fue decisivo para garantizar la
estabilidad del régimen bajo la larga regencia, pero contribuyó a la definitiva
consolidación del caciquismo y del régimen que lo sustentaba.

Desde el momento de la muerte del rey forma gobierno el liberal Sagasta gracias a
que Cánovas le cede el poder. Se inicia así el llamado “Parlamento Largo” de Sagasta
(1885-90), caracterizado por una gran labor reformista:

• Ley de imprenta: mayor libertad de expresión, aunque siempre con el límite de


no cuestionar a la Monarquía, pero que unida a la libertad de cátedra, permitió
un importante florecimiento cultural en los años siguientes.

• Reforma militar: impulsada por el general Cassola, iba dirigida a instaurar el


servicio militar obligatorio, con lo que se eliminaba de paso la redención del
servicio militar a cambio de dinero (práctica común entre las clases
acomodadas). La reforma no pudo prosperar al oponerse a ella gran parte del
Ejército, los conservadores y el propio gobierno.

• Ley de Asociaciones de 1887: hizo posible que las organizaciones obreras


fueran legalizadas, abandonando la clandestinidad. Desarrollo y expansión del
movimiento obrero.

• Ley de restablecimiento de los juicios con jurado de 1888.

• El Código Civil de 1889: pieza fundamental en la cosolidación del Estado


liberal. Consagraba legalmente un orden social basado en la primacía del
derecho y la propiedad individual. Se contemplaba también la coexistencia legal
del matrimonio católico y el civil.

• Ley de Sufragio Universal de 1890: importantísima ya que ponía al descubierto


la verdadera realidad del caciquismo: que éste no era una invención de Cánovas,
sino algo consustancial a la realidad social del país. El derecho al voto se
ampliaba a todos los varones mayores de 25 años, pero las prácticas caciquiles
no desaparecían, por lo que la importancia real de esta ley es muy cuestionable.

Las primeras elecciones por sufragio universal, celebradas en 1890, dieron la victoria
al gobierno recién formado de nuevo por Cánovas (1890-92), quien se centrará en
algunas reformas de corte económico.

En diciembre de 1892 Sagasta formó de nuevo gobierno y volvió a ganar las


elecciones, aunque con la sorpresa de la incorporación al Parlamento de varios
diputados republicanos. Lo más destacable de su mandato fue el proyecto de reforma

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para la administración y gobierno de Cuba que intentó hacer el ministro de Ultramar,
Antonio Maura, que tropezó con la oposición cerrada de los intereses indianos, viéndose
obligado a dimitir posteriormente. En marzo de 1895, un mes después de la nueva
insurrección en Cuba, Cánovas fue llamado a formar gobierno en un intento por
solucionar el problema en la isla. Las medidas militares tomadas para reprimir el
levantamiento, unido a la acción del gobierno contra los anarquistas en el “Proceso de
Montjuich”, llevaron al asesinato de Cánovas en 1897 y a la formación de un nuevo
gobierno dirigido por Sagasta, que tendría que hacer frente a la pérdida de las últimas
colonias y a la crisis posterior.

El régimen de la Restauración sufriría un gran varapalo con la muerte de sus dos


principales personajes en 1897 y 1903, pero iniciaría con sus sucesores otra etapa que,
bajo el reinado de Alfonso XIII, vendría determinada por un nuevo pensamiento y una
nueva actitud, el Regeneracionismo.

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