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Tema 12. El movimiento obrero en la España del s.

XIX

1.- Las primeras sociedades obreras

1.1- Causas del desarrollo del movimiento obrero


Podemos sintetizar las causas del desarrollo del movimiento obrero en las siguientes:

• Una expansión económica falta de solidez, que no es capaz de afrontar las


necesidades de una población en crecimiento.

• Los problemas sociales de las clases populares se agudizan cada vez más,
tanto en las grandes ciudades (paro, pésimas condiciones de vida,…) como en
las zonas rurales, especialmente en el Sur, donde los bajos jornales o la
temporalidad del empleo producen condiciones de vida miserable.

• Una burguesía cada vez más poderosa y que no quiere renunciar a mantener
su status social. Así, renuncia a examinar la realidad social del país y a realizar
cualquier tipo de transformación que pueda poner en peligro su situación
privilegiada.

• Un proletariado en formación que va tomando conciencia de su dura


situación, lo cual manifiesta a través de movilizaciones reivindicativas, y que va
a encauzarse en las nuevas organizaciones obreras que se van a ir formando.

• Unos gobiernos que se desentienden de los problemas sociales, no acometen


ninguna reforma social y reprimen el movimiento obrero si altera el orden
público.

1.2- Antecedentes
A partir de 1830 se aceleró el proceso de concentración fabril, sobre todo por el
desarrollo de la industria del algodón y la aparición de la primera siderurgia. Ello
propició la llegada masiva a las ciudades de miles de trabajadores agrícolas, que hizo
crecer a los barrios periféricos en unas condiciones ínfimas de salubridad.

Los que conseguían un trabajo en la naciente industria aguantaban unas condiciones


laborales insoportables: largas jornadas laborales, escasas condiciones higiénicas y de
seguridad, salarios bajísimos que apenas daba para sobrevivir,… En estas condiciones
miserables los índices de delincuencia eran elevadísimos. Ante esta situación, los
trabajadores no sabían muy bien qué hacer, y más cuando tras la eliminación de los
gremios habían desaparecido los antiguos sistemas de asistencia y socorro mutuo que
garantizaban al trabajador frente a las adversidades.

A pesar de la existencia de casos de resistencia obrera al cambio que suponía pasar


del régimen gremial al de la fábrica, asociados generalmente a la tipología de los
luditas o “rompedores de máquinas” británicos (incendio de la fábrica Bonaplata en
Barcelona, 1835), las primeras reivindicaciones sociales obreras dan sus primeros pasos
en los años treinta en Cataluña cuando aparecen las llamadas “sociedades de

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resistencia” en el ámbito de los obreros de la industria textil, sociedades meramente
reivindicativas en materia económica, sin ninguna definición ideológica.

También es ahora, en plena guerra carlista, cuando penetran en España las ideas del
llamado “socialismo utópico”, un socialismo tímidamente crítico con la emergente
sociedad capitalista que cree que la ciencia y el progreso junto con la solidaridad
pondrían fin a todos los problemas de las clases proletarias. El socialismo utópico del
francés Fourier es el primero que entra en nuestro país debido al regreso de los
exiliados por el absolutismo fernandino, reclamando una mejor distribución de los
beneficios económicos, un mayor desarrollo de la agricultura y la industria (aunque con
predominio de la primera) y una organización social basada en los falansterios
(sociedades cerradas de unas 1600 personas dedicadas a labores agrícolas en la cual
todas las funciones sociales estarían repartidas). Los primeros ecos de estas doctrinas
aparecerán en Barcelona y sobre todo en Cádiz gracias a la labor de hombres como
Joaquín Abreu o Manuel Sagrario de Veloy, quien intentó formar un falansterio en las
cercanías de Jerez que fue prohibido por el gobierno. Así mismo se difundieron las
ideas de otros ideólogos afines al socialismo utópico como las ideas comunistas de
Cabet, Owen, Blanqui o Proudhon (éstas últimas ligadas ya con el republicanismo).

Aparte, se trató de obtener de las autoridades el derecho de asociación, y de los


patronos, aumentos de jornal, lo que cristalizó fugazmente con la promulgación de la
Ley de 1839, que autorizaba la creación de sociedades con fines benéficos o de ayuda
mutua. Así, a partir de entonces la lucha obrera se llevó a acabo a través de la creación
de Sociedades de Socorros Mutuos, Asociaciones Culturales,…, etc. En 1844 los
moderados las prohibieron, y la mayoría de ellas pasaron a la clandestinidad.

A pesar de los reiterados esfuerzos de los distintos gobiernos por evitar el auge de las
asociaciones obreras, éstas siguieron creciendo con el apoyo de los nuevos partidos
políticos, como el demócrata y el republicano. Hasta 1854, sin embargo, la mayoría de
los obreros no comprendían contra quién enfrentaban sus intereses. Hicieron causa
común con sus patronos y se opusieron a los gobiernos progresistas reclamándoles el
mantenimiento del proteccionismo. Atribuían erróneamente las crisis industriales y los
bajos salarios a la competencia inglesa. Sólo había reivindicaciones salariales, de
seguridad en el trabajo o de horarios.

Hay que esperar al Bienio Progresista para que de forma definitiva los trabajadores
separen su movilización de la de los patronos. Es de destacar ahora la revolución
obrera de VII/1854, ligada al pronunciamiento militar conocido como “La
Vicalvarada”. Tras participar en la revolución apoyando a los progresistas, el
movimiento obrero cobró un gran desarrollo. Durante todo el año se sucedieron las
protestas contra la generalización de hiladoras y tejedoras mecánicas (selfactinas), y los
disturbios llevaron a frecuentes choques en la calle contra las tropas. En 1855 la
conflictividad creció y la movilización obrera se extendió a toda la ciudad de Barcelona.
La violenta reacción del gobierno llevó a que los obreros se enfrentaran a las tropas
enviadas por Espartero en las calles, llegando a un acuerdo final para mantener los
sueldos y los convenios colectivos hasta que las Cortes aprobaran una nueva
reglamentación laboral. Las quejas obreras, apoyadas por miles de firmas recogidas por
todo el país, se centraban en pedir el reconocimiento al derecho de asociación, la
reducción de la jornada laboral a diez horas, el mantenimiento de los salarios, el derecho
de negociación colectiva, el establecimiento de tribunales paritarios para dirimir los

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conflictos,… El proyecto de Ley del Trabajo finalmente aprobado no recogió estas
aspiraciones, defendiendo los intereses de los patronos. La conflictividad siguió
aumentando en el año 1856 ante el intento de la patronal de aumentar la jornada laboral
de los sábados. El clima se fue deteriorando en todo el país hasta que el golpe de Estado
de julio desencadenó el levantamiento de barricadas y el combate en las calles contra los
golpistas. Sin embargo, con la vuelta de Narváez fueron prohibidas de nuevo las
asociaciones obreras.

El resultado del Bienio fue demostrar a los trabajadores que el partido progresista
defendía los intereses de los patronos. En adelante el movimiento obrero se politizó
abiertamente y sus dirigentes pasaron a apoyar al partido demócrata y a los
republicanos, que incluyeron algunas reivindicaciones obreras en sus programas. No
obstante, la acción obrera disminuyó durante los años de la Unión Liberal, en parte por
la represión gubernamental, en parte porque se supo desviar la atención hacia los
conflictos exteriores, y en parte por la bonanza económica de aquellos años. A destacar
que en 1861 más de 15.000 firmas de obreros pidieron a las Cortes la libertad de
asociación para los trabajadores. No se concedió, pero se adoptó cierta tolerancia ante el
asociacionismo obrero, especialmente en las grandes zonas fabriles. De esta forma, en
1865 se pudo convocar un Congreso Obrero que reunió a unas cuarenta sociedades. El
Congreso se desarrolló sin incidentes y en él se acordó formar una federación de
asociaciones obreras y centros obreros en aquellas localidades donde hubiera más de
una sociedad; también se acordó pedir al gobierno la libertad de asociación.

1.3- El movimiento obrero a partir de 1868: marxismo y anarquismo


Paso adelante en el movimiento obrero internacional se produce en 1864 con la
celebración en Londres de la primera reunión de la Asociación Internacional de
Trabajadores (AIT), pero no será hasta 1868 cuando en España asistamos al verdadero
comienzo del desarrollo del movimiento obrero.

En efecto, en ese año el Gobierno Provisional revolucionario decreta la libertad de


asociación y reunión, lo que da paso a que aparezcan las proscritas asociaciones
obreras, y además se producen los primeros contactos con la AIT y con las dos grandes
corrientes de pensamiento presentes en ella, anarquismo y marxismo, que llegan a
España con una escasa diferencia de años.

La penetración de las ideas anarquistas es deudora del viaje de propaganda que, a


instancias de Bakunin, llevó a cabo el napolitano Giuseppe Fanelli, que llega a España
en octubre de 1868 con el objetivo de organizar la sección española de la Internacional
sobre la base de las tesis anarquistas. Gracias a la ayuda de ciertos republicanos
influyentes que le pusieron en contacto con los miembros más activos de los sindicatos
y centros demócratas federados españoles, realizó una importante actividad informativa
en Barcelona y Madrid, donde muy pronto empezaron a funcionar las primeras
secciones. Mientras, aparecieron nuevos diarios obreros y se extendieron por todo el
país numerosas huelgas y protestas, cada vez más desligadas del movimiento
republicano, al que consideraban burgués.

En junio de 1870 se celebró en Barcelona el I Congreso de la Sección española de


la Internacional. El Congreso reguló la organización de secciones y federaciones de
oficios, y fijó objetivos sindicales (mejora de las condiciones de vida de los obreros) y
políticos (la revolución). También estableció un Consejo Federal en Madrid, y la

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mayoría catalana impuso la orientación anarquista de no colaboración ni alianza con las
fuerzas políticas burguesas. Así pues, la presencia en España del movimiento obrero
internacional se concreta en una fuerte presencia del pensamiento anarquista, que caló
hondo en la clase obrera española debido al resentimiento de los trabajadores hacia los
dirigentes republicanos y por la decepción popular con la Revolución de 1868, que
separó al movimiento obrero de un republicanismo que permanecía indiferente ante las
luchas sindicales.

La recepción del marxismo en España se produjo en el mismo contexto de división


entre marxistas y anarquistas que se estaba produciendo en el seno de la AIT. La llegada
de Paul Lafargue y la adhesión de los redactores de “La Emancipación” (1872) a los
planteamientos marxistas encontraron su continuidad en la formación de la Nueva
Federación Madrileña, que pronto se convirtió en la sección española del ala marxista
de la Internacional.

El estallido de la revolución de la Comuna de París creó un clima de terror entre la


burguesía española que trajo como consecuencia que las Cortes disolvieran la AIT en
España (1872), comenzando de nuevo la represión del movimiento obrero. Se
prohibieron las reuniones y las huelgas, se cerraron los periódicos obreros,… Con la
formación de la I República, las asociaciones obreras van a seguir en su mayoría los
designios anarquistas de no participar en la votación para formar Cortes constituyentes,
aunque el anarquismo andaluz sí va a participar. A pesar de que el movimiento cantonal
no contó con el respaldo de los dirigentes de la Internacional, muchos obreros
internacionalistas participarán activamente en el movimiento cantonal,
fundamentalmente en Sevilla, Málaga y Valencia. Esa participación fue utilizada por los
sectores conservadores para presentar la insurrección cantonal como un movimiento
revolucionario, e incluir a la Internacional en la subsiguiente represión. Tras haber
sofocado la insurrección, el gobierno de Serrano decretó, en enero de 1874, la
disolución de la Internacional. Para entonces la mayoría de sus dirigentes, tanto de la
Internacional como de la Nueva Federación socialista madrileña, habían pasado a la
clandestinidad.

Durante los años posteriores, el movimiento obrero español adquirió su definitiva


caracterización. Al hilo de la escisión producida en la AIT, presenciamos la ruptura del
internacionalismo español en dos tendencias, la anarquista (mayoritaria en el Levante y
la Baja Andalucía) y la socialista (Madrid y núcleos mineros e industriales de Asturias y
Vizcaya. La materialización de la misma tuvo lugar en el Congreso de Zaragoza (1872).
Desde este momento el grueso del movimiento obrero español optó por el anarquismo,
mientras que los socialistas acabarían fundando el Partido Socialista Obrero Español.

1.4- El movimiento obrero en el último cuarto del s. XIX


Con la llegada de la Restauración el movimiento obrero sufrió un duro golpe. Al
restringirse el derecho a voto, los obreros quedaron fuera de la política hasta finales de
los años ochenta, cuando tras la promulgación de la Ley de Asociaciones (1887) y la
Ley del Sufragio Universal (1890) se extendió el movimiento sindical. La mayor parte
del movimiento obrero se inclinó hacia el sector anarquista, en tanto que los marxistas
fundaron en 1879 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en torno a la figura
de los tipógrafos Pablo Iglesias y Jaime Vera, partido que defendía la lucha pacífica,
las reformas graduales y la participación en las elecciones para llevar a los obreros al
poder. Al ser minoritario dentro del movimiento obrero tendrá muchas dificultades para

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imponerse al anarquismo, y se extenderá fundamentalmente en el País Vasco, Asturias y
Madrid. En 1888 fundarán la Unión General de Trabajadores (UGT), sindicato
socialista encargado de la defensa de los trabajadores del partido. En 1890 se celebró
por primera vez el 1º de Mayo, siguiendo la consigna de la II Internacional. Desde
entonces el partido comenzó a presentar candidatos a las elecciones, y en las
municipales del año siguiente consiguieron obtener varios concejales en algunas de las
grandes ciudades. La guerra de Cuba afianzó aún más la posición del partido. Se
opusieron al servicio militar discriminatorio y denunciaron la guerra como imperialista
y antisocial. El hecho de no tener ninguna responsabilidad en el desastre de 1898 sería
decisivo para popularizar la imagen del partido y aumentar su afiliación a principios de
siglo.

Por su parte, los anarquistas consiguen reconstruir la antigua Federación de


Trabajadores de la Región Española (1881), aprovechando que se han recuperado los
derechos de reunión y expresión. Se extenderá sobre todo en Cataluña, Aragón, Levante
y entre los campesinos y jornaleros andaluces. La Federación va a tener más problemas
que el PSOE por su carácter radical, siendo reprimida en muchos lugares ante el temor
de los terratenientes a que provocaran ocupaciones de fincas o estallidos de violencia.
La represión policial justificó las ideas revolucionarias de quienes veían que los únicos
medios de lucha contra la burguesía eran el atentado y la violencia, unido a una fuerte
labor de propaganda. Esta política, sin embargo, va a provocar el debilitamiento de la
lucha obrera y del terrorismo anarquista en los años noventa, puesto que aunque se
multiplicaron los atentados anarquistas (atentado al general Martínez Campos, ataque
con bombas al Liceo de Barcelona, y asesinato de Antonio Cánovas), la dura represión
del gobierno puso freno relativamente a la actividad terrorista. No será hasta 1911
cuando los anarquistas funden su propio sindicato, la Confederación General de
Trabajadores (CNT), y años más tarde la Federación Anarquista Ibérica (FAI),
partidaria de la acción violenta para acabar con el Estado burgués.

También intentan organizarse a final de siglo movimientos obreros de inspiración


católica, a partir de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, en la que, tras
denunciar al socialismo y hacer una moderada crítica al sistema capitalista, animaba a
encauzar a través de los Evangelios los intentos de mejorar la vida de la clase obrera. En
España estas organizaciones católicas no arraigaron apenas porque a finales de siglo era
muy difícil que obreros y jornaleros relacionaran el cristianismo con las reformas
sociales. Sin embargo, no faltaron los esfuerzos de sacerdotes entusiastas como el padre
Vicent, fundador de los Círculos Católicos Obreros en Levante y Cataluña.

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