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1.- La población
Crecimiento relativamente lento aunque continuo hasta 1922, acelerándose a partir de
este año gracias a la mayor estabilidad social y económica del momento. En realidad, el
incremento de población debería haber sido mayor teniendo en cuenta que la
mortalidad descendió de manera acusada debido a las mejoras sanitarias (vacunas y
medidas higiénicas) y a los logros sociales conseguidos por los trabajadores esos años
(descanso dominical, regulación del trabajo infantil, reducción de jornada laboral,…).
Con todo, se mantiene una elevada tasa de mortalidad infantil, mucho mayor que en el
resto de Europa, y numerosas epidemias que son, incluso, endémicas, como la gripe.
La otra gran razón del escaso crecimiento de población fue la emigración. La falta
de un desarrollo económico paralelo al crecimiento poblacional motivó la necesidad de
buscar salidas al desempleo y a la miseria a través de las migraciones. En el interior del
país se produjo un movimiento poblacional desde las zonas agrarias del interior hacia
las zonas industriales urbanas, donde el crecimiento económico parecía asegurar el
empleo. Hacia el exterior, cerca de millón y medio de españoles marcharon desde 1900
a 1914 en dirección, fundamentalmente, de América Latina (Argentina y Brasil, sobre
todo). Durante la Gran Guerra la emigración exterior se detuvo prácticamente,
aumentando después pero con niveles más bajos ante la prosperidad de los años veinte.
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fertilizantes y maquinaria extranjeros, pero fueron incrementos insuficientes
para alimentar a una población en crecimiento, por lo que seguía siendo
necesaria la importancia de grandes cantidades de trigo del extranjero para
asegurar el abastecimiento de la población.
En el fondo del problema agrario continuaban los males del pasado. Había un
exceso de mano de obra subempleada (hacía innecesaria la aplicación de nuevas
técnicas), las labores seguían siendo muy rudimentarias, y además la estructura
de la propiedad seguía manteniendo un enorme desequilibrio caracterizado por
la presencia de los latifundios en el Sur y de minifundios en el Norte, en ambos
casos en perjuicio de las explotaciones.
Sobre esta situación actuaba una política proteccionista que, bajo el objetivo
aparente de apoyar a los pequeños propietarios, de hecho beneficiaba sobre todo
a los grandes latifundistas. Los propietarios actuaban a través de asociaciones
patronales para presionar al Gobierno en defensa de sus intereses, lo cual
conseguían a través de leyes, como la Ley de Aranceles o la Ley de Sindicatos,
ambas de 1906, o impidiendo cualquier reforma agraria frente a las demandas de
cambio que solicitaban los partidos más progresistas (sólo se fomentaban las
cooperativas como fórmula de reforma agrarias).
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Podríamos señalar una serie de características generales de la industria española
de la época:
Frente a esto, la acción del Estado siguió siendo proteccionista. También los
industriales formaron sus propias asociaciones patronales para presionar al
Gobierno, que de hecho se convirtió en el principal cliente de la industria
nacional.
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Sobre esta situación de control financiero, se produce la eclosión de la banca
privada con el nacimiento de los principales bancos del futuro, como el Banco
de Vizcaya (1901), el Banco Mercantil de Santander (1899), el
Hispanoamericano (1900) y el Español de Crédito (1902). Los nuevos bancos
orientaron su actuación a captar el pequeño ahorro, a través de una extensa red
de sucursales, para invertirlo en la industria, sobre todo en el País Vasco, donde
banqueros e industriales estaban ligados familiarmente.
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forma notable, ante lo cual muchos optaron por la emigración masiva hacia
Francia, en la mayoría de los casos clandestina y sin garantías.
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organizar mediante la creación del Consejo de Economía Nacional, a imitación
del modelo fascista italiano. Sin embargo, los enormes costes de esta política
produjeron una fuerte elevación de la deuda pública y del déficit estatal que los
distintos ministros de Hacienda, como Calvo Sotelo, fueron incapaces de frenar
por la oposición de la oligarquía a las medidas drásticas propuestas desde el
gobierno. El problema del endeudamiento recaería en los años siguientes en los
gobiernos republicanos, que se vieron muy limitados para realizar sus reformas.
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Destaca ahora el creciente y renovado protagonismo del Ejército en la vida nacional
tras el Desastre del 98 y reafirmado a partir del estallido de la guerra de Marruecos.
Entre los militares, la guerra provocó una división entre los “africanistas”, que
consiguieron rápidos ascensos en la guerra, y los “peninsulares”, que tenían sueldos
míseros y no tenían posibilidades de ascender (de aquí saldría el movimiento juntista).
Con todo, unos y otros coincidían en su sentimiento de frustración por el aislamiento
social que les provocaba su mentalidad y por ser acusados siempre de las derrotas.
Además, también era común su crítica contra el régimen parlamentario, al que acusaban
de todos los males del país. Pronto se generalizó entre los oficiales una percepción
conservadora y exclusivista del sentimiento patriótico, que desembocó en la
reivindicación del viejo intervencionismo militar, una reivindicación alentada
directamente por el propio Alfonso XIII, que gustaba de rodearse siempre de militares
de alta graduación.
Podemos considerar que la madurez del movimiento obrero español se produce con
los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona de 1909. Liderada en Cataluña por
Solidaridad Obrera (unión de todos los sindicatos catalanes en respuesta a la aprobación
de la Ley de Jurisdicciones y a la actitud del gobierno), en Madrid fue el PSOE quien
dirigiría la protesta contra la represión del gobierno Maura, con tal éxito que a finales de
año la Conjunción republicano-socialista obtendría unos resultados importantísimos en
las municipales madrileñas, confirmados al año siguiente con la obtención por parte de
Pablo Iglesias del primer acta de diputado en Cortes. El crecimiento del partido y de su
sindicato afín, la UGT, fue espectacular, sobre todo en sus feudos afines de Asturias,
País Vasco, Madrid y amplias zonas de Andalucía.
Los sindicatos anarquistas, a pesar de la persecución que habían sufrido por los
distintos gobiernos a partir de la década de 1890 por su actividad terrorista, tenían un
número importante de afiliados, sobre todo en Cataluña, Aragón, Levante y Andalucía.
En 1910 se convocó un Congreso en Barcelona del que salió la decisión de crear la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fundada formalmente en septiembre de
1911. El nuevo sindicato declaraba la huelga general revolucionaria como instrumento
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básico de lucha y rechazaba la participación en política. Sería declarada ilegal por
Canalejas, situación que se mantendría hasta 1914.
La otra vía de asociación obrera eran los sindicatos católicos, cuyo origen se
encuentra en los Círculos Católicos creados en la década de 1890 en torno a líderes de la
oligarquía, y cuyo objetivo era organizar las reivindicaciones obreras al margen del
marxismo y del anarquismo. En realidad, los sindicatos católicos funcionaron más como
cooperativas que como asociaciones reivindicativas, y arraigaron sobre todo en las
regiones del Norte y las minifundistas: Galicia, Castilla, Rioja y Navarra. En 1917, al
hilo de la agudización de las luchas sociales, se agruparon en la Confederación Nacional
Católico-Agraria. Los intentos de organizar sindicatos católicos libres, ajenos al control
de la Iglesia, fracasaron.
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prefirieron mantenerse a la expectativa, dividiéndose entre los partidarios de colaborar
con el régimen (como Largo Caballero) y los que se oponían a ello (como Fernando de
los Ríos o Indalecio Prieto). A pesar del triunfo de los primeros, para 1929 el partido era
claramente partidario de la República. Con todo, la etapa de la Dictadura no le fue nada
mal a la UGT, que aumentó considerablemente su número de afiliados. Por su parte, el
anarquismo permaneció debilitado por la persecución gubernamental y por el
enfrentamiento interno entre los partidarios de seguir con la lucha pacíficamente (con
Ángel pestaña a la cabeza) y quienes defendían la insurrección armada, una vez que el
terrorismo había demostrado su inutilidad. Los más violentos acabarían fundando en la
clandestinidad la Federación Anarquista Ibérica (FAI) en 1927. El PCE siguió siendo
un partido minoritario durante unos años más.