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SALUD MENTAL, AUTORIDAD Y EDUCACIÓN

HÉCTOR GALLO 1
“Hay que producir justo lo necesario para seducir al amo moderno;
ya que quiere que seamos eficaces, podemos demostrarlo,
pero sin ningún afán excesivo por entrar en esta lógica que conlleva
en sí misma, o puede conllevar consecuencias terribles”
Eric Laurent

INTRODUCCIÓN

Tanto autoridad como salud mental son palabras que para nosotros son familiares y al
mismo tiempo controvertidas, porque ninguna de las dos posee un sentido univoco, razón por la
cual se constituyen en campos de reflexión que componen un terreno abierto a distintos
acercamientos. Ni la autoridad ni la salud mental pueden ser pensadas sin tener en cuenta que es
indispensable crear las condiciones necesarias para favorecer “la construcción de una pragmática”
que permita sean puestas en acto en distintos ámbitos y contextos. Un punto de encuentro entre
salud mental y autoridad, es que en los dos casos se trata de elaborar una respuesta que implique un
control y cierta disciplina que permita ordenar aquello que involucra desorden público.
Dado que la autoridad no es única, sino que hay varios tipos, se partirá de una definición
general pero útil a nuestra reflexión porque contiene aspectos que pueden encontrarse en “todos los
casos particulares, […]”.2 En cuanto a la salud mental, nuestro punto de partida tiene que ver más
con preguntas que con definiciones, pues en tanto en nuestra concepción de ser humano le damos
existencia teórica y práctica a la pulsión, esta es considerada un elemento incurable de la
subjetividad e imposible de someter completamente a ninguna autoridad. La pulsión es la principal
enemiga de la autoridad y por lo tanto de la salud mental, porque se opone a la vida sin excesos, sin
trastornos y sin trasgresión.

OFERTAS DE LA SALUD MENTAL Y LA AUTORIDAD

No es ético que un psicoanalista lacaniano que es llamado a trabajar por la salud mental de
la población en una institución, se posicione como si fuera una autoridad y menos que asuma la
oferta de felicidad “generalizada de la sociedad industrializada”. Enrique Rivas, en una discusión
con Jacques- Alain Miller en su texto titulado “La Transferencia negativa”, dice que por dicha
oferta constituirse en un reto imposible de cumplir, “retorna como síntoma en los trabajadores de la
salud mental”.3
Convocados institucionalmente para cumplir con una oferta ilusoria, los trabajadores de la
salud mental no tienen más remedio que asumirla con desconfianza, además del estrés que implica
tener que medir el impacto para justificar su función. Que se deba medir cuánto disminuyó la
violencia intrafamiliar, el maltrato, los embarazos adolescentes o las adicciones en tal o cual
población en la que se llevó a cabo una intervención, supone cierta sospecha en quienes exigen
dicha medición para justificar el dinero gastado, en quienes la hacen y en la misma población objeto
del trabajo. Como la sospecha consiste en que para todos es evidente que se tropezará con un

1
Sociólogo. Psicólogo. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la NEL-Medellín.
Profesor del Departamento de psicoanálisis, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Antioquia. Doctor
Sobresaliente Cun Laude en Psicoanálisis, Universidad Autónoma de Madrid.
e.mail: hectorgallo1704@yahoo.com.mx
2
Kojeve, A., La noción de autoridad. Buenos Aires : Nueva visión, 2005. Pág. 35.
3
Miller, J-A., La transferencia negativa. Buenos Aires : Editorial Tres Haches, 2000. Pág. 25.
imposible del que no se sabe cómo dar cuenta, lo que se produce es inquietud e indefinición acerca
de cuál podría ser “la actitud que el profesional de la salud mental debe tener actualmente”.4
El psiquiatra de la actualidad ha heredado “la gestión de la oferta industrial, porque ha
pasado “de agente de control y exclusión del enfermo mental […]”, 5 a hacer creer que puede
responder a la demanda de felicidad. Ningún psiquiatra con un poco de sensatez creerá que tiene
posibilidad de lograr que una persona que viene a verlo o una población considerada en riesgo
logrará, tal como lo plantea la Organización Mundial de la Salud, un “estado optimo de bienestar
psíquico, social y físico”.6
Si en la salud mental se tropieza con un imposible que retorna como síntoma que se
manifiesta bajo la forma de sospecha, ¿qué sucede con la autoridad? Alexandre Kòyeve, un filósofo
ruso que vivió desde joven en Francia y orientó a Lacan en la lectura de Hegel, nos aporta una
definición de autoridad que si bien no se basa en una oferta imposible de cumplir -como si lo hace
la OMS cuando define la salud mental en términos de un bienestar ininterrumpido-, al menos resulta
bastante exigente para quien pretenda impartirla.
Si para la OMS hay salud mental solo allí donde reina el bienestar, para Kojeve existe
autoridad sólo “allí donde hay movimiento, cambio, acción (real o al menos posible): […] la
autoridad pertenece a quien hace cambiar, […] es, en lo esencial, activa y no pasiva”, 7 y sólo se
tiene sobre lo que puede reaccionar. Anota, además, que en la autoridad participan mínimo dos
elementos, uno que es agente y otro que se coloca en calidad de subordinado y sobre el cual actúa el
primero, que sería “el “soporte” real de cualquier autoridad […]”.8
Una premisa de la salud mental es ajustarse a los ideales contemporáneos de normalidad. Es
premisa de la autoridad la exclusión de la pasividad. Si la función del agente de la salud mental es
adaptar, la de quien representa la ley y ejerce autoridad es constituirse en agente de un cambio.
Merece ser autoridad quien incentiva un movimiento y tiene el valor de ser un autor, un fundador o
un descubridor. La autoridad es la posibilidad que tiene un agente de actuar sobre los demás (o
sobre otro), sin que esos otros reaccionen contra él pese a ser capaces de hacerlo”.9 En otras
palabras, no hay autoridad sin un padre con capacidad de ponerse a la altura de lo que se espera de
él.
Que el movimiento, la actividad, el cambio, y la capacidad de ser autor, sean atributos de la
autoridad, quiere decir que no es posible plantearla como un derecho de los padres, educadores o
gobernantes; hay que obtenerla y merecerla. La autoridad no cumple su verdadera función creadora
sino en la medida en que sea aplicada a alguien con posibilidad de reaccionar, criticar y cuestionar.
Allí donde la autoridad es acogida pasivamente, como es el caso de la que se ejerce mediante
sugestión hipnótica, adoctrinamiento, presión y amenaza, desaparece la invención que la legitima.
La autoridad no es aplicable a alguien que ha perdido la salud mental, ni a un retardado y
menos a alguien sin derecho a revelarse. La autoridad exige que su agente esté dispuesto y en
condiciones de enfrentar los riesgos propios de un lugar desde el cual hay que responder con
argumentos y no con violencia a objeciones y cuestionamientos. La autoridad es una potestad que
se obtiene; la salud mental no es una potestad, sino aquello que permite alcanzar cierta paz y
mantener el equilibrio de la justa medida.
Dado que la definición de salud mental que promulga la OMS ignora que no es posible
alcanzar la satisfacción plena de la pulsión, se ajusta más al ideal que a la realidad. La elaboración
de Kojeve sobre la autoridad es más ajustada a la realidad porque no deja por fuera lo pulsional.
Kojeve tiene en cuenta la existencia de un sujeto que se insubordina, exige y no se muestra pleno
4
Ibid.
5
Ibid.
6
Ibid.
7
Kojeve, Op. Cit. Pág. 35
8
Ibid.
9
Véase la Presentación de Francoise Terré del Texto de Alexander Kojeve, La noción de autoridad. Pág. 17
de paz y bienestar, porque sabe que debe someterse a una ley que lo incomoda e incluso castiga en
caso de transgredirla.
Siguiendo a Kojeve, un tirano que se hace obedecer por la fuerza o alguien que repite como
un eco las ordenes de otro, no merece que se le reconozca autoridad. “Toda autoridad humana
existente debe tener una causa, una razón o una justificación de su existencia: una razón de ser”.10
Un ser pasivo y conforme que se resiste al cambio, un copiador que hace las cosas en serie o se
conforma con aplicar modelos de acción, un experto que pretende imponer su autoridad intelectual
a partir un ya lo sé y no de un quiero seguir sabiendo, no podrá tener autoridad basada en el respeto
y la admiración.
La relación que cada ser humano establece con la autoridad y con la salud mental, depende
de su experiencia subjetiva y social. Esta experiencia se compone para cada uno de su historia
familiar, y en ella cuentan sus manifestaciones sexuales y agresivas, las expectativas de futuro que
tenga, el sentido que tiene la vida que lleva, lo que le hace sufrir y estar conforme o inconforme
consigo mismo, las elecciones amorosas que hace, lo que emociona o entristece y también aquello
que aburre, produce tedio, desengaña o entusiasma y apasiona.
La autoridad del músico, del pintor, el poeta o el psicoanalista, en tanto se funda en un
movimiento creador, pasa por la fuerza de una invención y no por la firma de un funcionario
público. La creación es la única razón de ser de la autoridad que puede llegar a tener un artista, se le
acata si irradia una pasión estética cuando se ve confrontado con su acto. La transmisión de su
pasión creadora, la capacidad de convertir lo obsceno en sublime, es lo que convierte al artista en
digno de respeto, en un ejemplo viviente de por qué la verdadera autoridad nada tiene que ver con
la amenaza, el miedo o el terror. La autoridad del psicoanalista está basada en su responsabilidad de
transmitir un deseo cada vez que actúa y su salud mental depende de que en efecto no ceda en este
deseo.
Al maestro de música o de arte, se le respeta por admiración. Su enseñanza, si bien ha de
servirse de otros maestros y de técnicas sistematizadas, por ningún motivo deberá descuidar su sello
propio, que es el encargado de darle identidad a lo que hace. El artista no es amigo de ajustarse en
su enseñanza a rituales protocolarios, porque se opone a la masificación de sus alumnos. Para lograr
ocupar un verdadero lugar de autoridad, hay que estar en condiciones de permitirle al otro captar
dónde está la razón de ser de la autoridad que se pretende ejercer sobre él, y para dar testimonio de
que se tiene salud mental hay que mostrar que se cuenta con bienestar

LA REACCIÓN A LA AUTORIDAD COMO ENFERMEDAD


Y EL LUGAR DESDE EL CUAL SE HABLA

La reacción crítica de niños y adolescentes contra quien representa la autoridad, se lee


actualmente como un problema de salud mental. Quien no obedece sin objetar, aquel que responde,
crítica, cuestiona y es rebelde, se dice que padece un “trastorno negativista desafiante”. En cambio
el niño que se deja influenciar desmedidamente por uno de los progenitores, hasta el punto de que
sea transformada su conciencia porque es puesto a obedecer ordenes sin crítica ni reserva, así sean
inadecuadas o perjudiciales para sí mismo o para el otro progenitor -que, por ejemplo, ha entrado en
litigio con quien hace de manipulador-, se dice que padece un “síndrome de alienación parental”. El
niño rebelde y desafiante padece un trastorno por desadaptación a la norma y el niño sometido, un
síndrome por demasiada adaptación a las intenciones dañinas del otro del que depende
emocionalmente.
Qué tanto la critica a la autoridad como su ausencia sean convertidas, en su orden, en signo
de una perdida de salud mental, da cuenta de que no parece haber posibilidad de quedar a salvo de
enfermedad. Desde el psicoanálisis se propone concebir al niño que critica la autoridad, no como un

10
Ibíd.
desadaptado que carece de salud mental, sino como estandarte de quien pide le sea justificado el
poder al que debe someterse.
Hoy se habla de la autoridad a niños y adolescentes desde distintos lugares. Están, por
ejemplo, los pastores de iglesias cristianas que reconocen como única autoridad respetable la divina,
que también es una fuerza curativa a la que se acude cuando se pierde la salud mental por causa de
algún maleficio. Esta autoridad es inatacable y no hay que justificarla porque depende de una
verdad que no necesita ser demostrada. La autoridad del dictador se basa en el terror, la vigilancia
permanente y el castigo ejemplar. Los educadores que se creen más adelantados que sus alumnos
adolescentes, pensarán que esto basta para tener autoridad sobre ellos.
Los científicos del comportamiento humano dirán que quien puede ver el fondo de las cosas
y tiene una visión superior de todo lo que lo rodea, merece ser acatado y obedecido. El juez dice
que es autoridad porque al ejecutar penas administra justicia, el miembro de un grupo armado ilegal
porque brinda seguridad y tiene el poder de amenazar con “acostar” al que reaccione. En cuanto a la
amistad, no es un buen lugar para ejercer autoridad, sino para declarar una complicidad en el goce.
Qué tipo de autoridad de los padres y educadores contribuye a la salud mental de los niños
y adolescentes, es algo que vale la pena preguntarse en estos tiempos en donde estas figuras parecen
tener numerosos inconvenientes subjetivos para ser agentes de la ley. Algo que un padre y un
educador no debe olvidar, es que un adolescente tiene derecho a resistirse a ser gobernado a partir
de una autoridad caprichosa o de un Manual de convivencia en el cual no se sienta representado ni
tenga posibilidad de discutir. Si se pretende que el Manual de convivencia sea vehículo de
autoridad, entonces deberá ser elástico, dispuesto al cambio, a la creatividad y la invención, porque
la realidad escolar no es estática sino dinámica.

AUTORIDAD Y CIUDADANÍA

Desde el punto de vista de la formación ciudadana de un adolescente, la principal


responsabilidad de los padres, del educador y el gobernante, es hacerse cargo de transmitir una
autoridad que, en lugar de destruir los vínculos, más bien los regule y ayude a resolver
civilizadamente los conflictos que les son propios. La autoridad, dentro de un contexto democrático
y de construcción de sociedad civil, no ha de ser puesta al servicio de incentivar, propiciar o
provocar violencia, dominación arbitraria y crueldad, sino de atenuar estos fenómenos
antidemocráticos e inscribirlos bajo ordenamientos amables y tranquilos.
Cada que alguien se presenta con un semblante que permite designarlo como agente de la
ley, es menester preguntarse de qué se autoriza el personaje para ejercerla. Según Kojeve,11 el padre,
por ejemplo, contaría con el apuntalamiento de la tradición para ejercer autoridad sobre el hijo. Pero
como en la actualidad la tradición se ha debilitado y el padre debe cumplir tantas exigencias que
difícilmente logra ponerse a la altura de éstas, suele quedar reducido a ser un don nadie con más
posibilidades de ser burlado e ignorado que acatado.
Cuando se trata, por ejemplo, de una pareja heterosexual que ha concebido hijos, la
autoridad no se le conferirá a los progenitores sino en la medida en que cada integrante de la pareja,
haga valer con sus actos civilizados y su compromiso el lugar de padre y madre en la familia. De no
lograrlo, sea por desidia, debilidad psíquica, perversión o irresponsabilidad, se verá truncado el paso
simbólico necesario para que una persona, localizada nominalmente en un lugar de poder, se haga
acreedora de los meritos requeridos para que se le reconozca como alguien que dicta las normas,
aspira a hacerlas cumplir y a que se las respete.
En los momentos actuales es frecuente escuchar que padres, educadores y gobernantes han
perdido autoridad, ya no se cree en ellos, se les desafía, son objeto de burla y no son respetados y
admirados como antes por niños y adolescentes. A menudo se les denuncia y acusa de presentar
comportamientos inadecuados y de tener actitudes o procedimientos que les restan meritos, los deja
11
Ibíd. Pág. 19.
sin atributos y los disminuye con respecto a la función de autoridad que les corresponde realizar en
los lugares donde se desempeñan.
De las consideraciones anteriores, se desprende que la autoridad y el poder no son
instintivos, no se heredan a través de los genes y tampoco son dispositivos cerebrales, sino
culturales. Autoridad y poder no se sostienen por si solos, no son eternos porque pueden debilitarse
y hasta perderse si no se cultivan.
En nuestro medio, la autoridad de padres y maestros vive amenazada, entre otras razones
por factores de orden social y político. Hay comunas y regiones en donde la autoridad y el orden no
dependen del Otro estatal, ni de la familia ni el educador, sino de pequeños amos idealizados o
amenazantes, que se han apoderado de los medios para dominar arbitrariamente la voluntad de las
personas.
Un síntoma del debilitamiento estructural de la autoridad legítimamente constituida es, en
nuestro medio, la llamada parapolítica y la dominación abierta o solapada de un pequeño jefe que
gobierna a capricho en no pocos espacios de la ciudad y el campo. En cuanto a la escuela y la
familia, el síntoma del mismo debilitamiento, como ya se dijo al comienzo, es la supuesta
hiperactividad de aquellos niños que no acatan la norma, que viven fuera de control y son
indomables.

LA AUTORIDAD QUE SE DESAUTORIZA, ENLOQUECE

Cuando la autoridad se vuelve dudosa, se pierde el reconocimiento simbólico del poder que
se detenta, el ideal se ensombrece y la posibilidad de crear vínculos pacíficos se doblega y hunde.
Allí donde un adolescente no cree en la autoridad de sus superiores, pierde la confianza en sí mismo
y en el otro, cuestiona lo que le parezca legislador, pierde el entusiasmo y empieza a debilitarse el
deseo de ser alguien ajustado a un orden.
No se piensa desde el psicoanálisis que si se recupera el respeto por la autoridad ha de
mejorarse la salud mental de la población o que así los adolescentes van a vivir acorde con las
expectativas de los adultos. Si bien la autoridad ha declinado, no hay que pretender volver al valor
de la reverencia para así recuperar el respeto perdido. Dado que ya no se vive en la época del rey
supremo, cuya salud era la única que preocupaba, hay que aceptar que la autoridad no implica la
obligación de ser escuchada u obedecida. La autoridad debe dar la posibilidad de ser puesta en
cuestión, ha de soportar que tenga contradictores, además, allí donde la figura de autoridad no
responde por lo que le toca como artífice y fundador de algo, merecido es que pierda los atributos
simbólicos que le sirven de sostén.
En nuestro tiempo, las figuras de la paternidad -los padres, el educador, el gobernante-,
parecen contar con poca salud mental y han perdido legitimidad en el ejercicio de la autoridad. En
muchos casos son percibidos, sobre todo por los adolescentes, como farsantes que adoptan una falsa
apariencia y confunden autoridad con sometimiento. Es común que hoy las figuras de autoridad no
logren de los adolescentes y de la ciudadanía, un consentimiento que consiste en que el subordinado
diga: yo te concedo un lugar de ley y acepto la subordinación que la legitimidad de tu autoridad
requiere para poder gobernar. Ante este fracaso, no queda otro remedio que suponer cada vez más
trastornados a los niños y a los adolescentes.

Si la autoridad que introduce un orden no es legitimada como poder regulador de las


relaciones en juego en cada ocasión, los mandatos que se produzcan serán experimentados como
una invasión persecutoria, un maltrato, una humillación que justifica el desacato, la desobediencia,
la protesta y la agresividad del inconforme. Esta agresividad se expresa de diversas maneras, entre
las cuales podemos incluir la inquietud corporal del hiperactivo que no deja dar clase o que impone
el desorden en cualquier lugar.
De aquellos niños y adolescentes que se muestran inquietos y no atienden los mandatos del
superior, no diremos que están trastornados, sino que su angustia corporal es una respuesta al hecho
de que no ven en los superiores gente activa que produzca cambios y sean creativos.
El aferramiento a modelos educativos estandarizados limita la creatividad y la invención,
haciendo que se pierda un atributo fundamental que sirve de sostén a la autoridad. Vivimos en una
época en que la autoridad no contribuye a la salud mental de la población porque, en el caso del
contexto educativo, se pretende hacer valer lo que se enseña a partir de formas mecánicas ajustadas
al imperativo de obtener logros preestablecidos. Estos modelos son antidemocráticos, porque al
estar basados en la productividad, anulan el derecho a disentir y acaban con la fuerza de los
argumentos.
En una sociedad civilizada y democrática, no hay ejercicio posible de la autoridad por fuera
del asentimiento de aquel a quien se aplica la ley. El niño hiperactivo suele ser alguien que no da su
asentimiento a la norma que le demanda su acogida, precisamente porque no viene de alguien que
sea capaz de capturar su atención, de contar con él como un ser particular y no como parte de una
masa de los tratados por igual. Mientras un niño no reconozca a quien detenta la autoridad como su
representante legitimo, no le dará crédito ni fe, lo vera como un impostor a desafiar y que merece el
ridículo.
El maltrato, el uso de la fuerza, el autoritarismo, la arbitrariedad y el atropello de los
derechos, es lo que vemos proliferar, allí donde quien ocupa el lugar de mando no tiene o ha
perdido el crédito necesario para transmitir la ley. Si la ley busca imponer renuncias individuales
que permitan la formación de sociedad civil, sociedad en donde todos han de renunciar a aquello
que sea un atropello para sus próximos, cada superior debe evitar creerse una encarnación de la ley
que representa. Hay que demostrar por qué se presume que se tiene autoridad y dar cuenta por qué
se merece ocupar este lugar de privilegio.
El ejercicio de la autoridad familiar y educativa se ha vuelto una empresa muy compleja,
porque ya no se goza de un poder ilimitado sobre hijos y alumnos, ni se cuenta con tradiciones que
ordenen el comportamiento, más allá de posibles tiranías individuales y de algún tipo de justicia
privada que atropella los derechos de los ciudadanos.
Con la introducción histórica de los derechos del niño, hoy transformados en derechos de la
infancia y de la adolescencia, los poderes ilimitados del padre, de la madre y del profesor,
encontraron un límite. Algunos niños incorregibles han llevado éste límite hasta su máxima
expresión, pues han logrado que las figuras de autoridad se tornen impotentes frente a los caprichos
que a menudo les son planteados.
Mientras más impotente resulte la autoridad familiar y escolar, más trastornos de conducta
se producirán en los niños y adolescentes, menos confianza en las instituciones culturales y mayor
tendencia a reunirse en bandas, barras bravas, tribus urbanas, grupos armados ilegales y sectas
satánicas, en donde el que domina es un Otro oscuro que induce a lo peor.
Ahora bien, cuando se trata de la sexualidad infantil, del embarazo adolescente, de la
agresividad y las adicciones, temas que el discurso oficial exige sean tratados preventivamente en
los colegios y universidades, mediante campañas educativas que son más informativas que
formativas, es un grave error servirse de supuestos expertos que se encargarán de dar la explicación
de lo que sucede y de aportar la solución del problema. Quien sin ningún pudor se hace llamar
experto en los temas humanos antes señalados, puede considerarse un estafador, pues se ubica como
un sujeto que sabe realmente y no que se supone que sabe.
Un estafador, en el caso de los temas antes referidos, es aquel que cobra por adoptar una
apariencia de sabio o de científico y le hace creer al incauto, o a quien le invita a una institución
educativa cumpliendo con una exigencia oficial, que con prácticas relacionadas con un saber hacer
repetido todo puede resolverse. Lo propio de los expertos es ubicarse “en el lugar del Otro que sabe
y desde allí envían un mensaje de sometimiento desde un saber ya adquirido, […]”.1 Este mensaje
1
Miller, Jacques-Alain, “La transferencia negativa”. Buenos Aires : Editorial tres Haches, 2.000. Pág. 39
que delata la prepotencia de su saber y la insistencia en imponerlo mediante sugestión, está
destinado al aplastamiento del deseo al cual se opone aquel que dice no estar de acuerdo, no por el
mero hecho de oponerse sino por impedir que se elimine el circuito del deseo. La transferencia
negativa del que se opone a la sugestión que mata el deseo, es para el psicoanalista signo de salud
mental.
En mi calidad de analista, diré que frente al drama de la falta de autoridad, más vale cultivar
un deseo de saber que estar llamando expertos que en la contemporaneidad están al servicio de la
pereza. Un padre, un educador, un gobernante y un psicoanalista perezoso, son de lo peor, pues si
eligieron dedicarse a profesiones imposibles, lo mínimo que tienen que demostrar es que son
deseantes que con su perseverancia han vencido la pereza que no aporta la más mínima autoridad.

Gallo, Héctor
"Salud mental, autoridad y educación". 1. ed. Medellín: 2010. pp. 97- 108.
En: Ruiz L., Adolfo. El silencio de los síntomas: la salud mental. Serie Cursos Introductorios No. 3.
Ed. NEL-Medellín,
Octubre de 2010. 145 p.

El Directorio de la NEL-Medellín, Adolfo Ruiz L. Editor y compilador del libro y el autor,


autorizan la difusión virtual de este texto.

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