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LA AUTORIDAD PASTORAL
Es inconcebible la acción eficaz de un dirigente si éste carece de determinadas
potestades. Pero es cierto igualmente que dicha acción puede malograse si se tiene un
concepto erróneo de la autoridad o se abusa de ella
Concepto de autoridad
Una de las más adecuadas al sentido bíblico es la dada en primer lugar por el Oxford
Dictionary (Concise): “Poder, derecho a exigir obediencia”.
La palabra más usada en el Nuevo Testamento es exousía (del verbo exesti, ser legal).
Originalmente tenía el significado de permiso o libertad para hacer algo; pero su sentido
evolucionó hacia el derecho de ejercer funciones de poder o de gobierno, la facultad de
una persona para dar órdenes que otros deben cumplir.
Sin embargo, para que la autoridad resulte benéfica, debe estar cimentada en principios
de verdad y de justicia. Si faltan éstos, la autoridad se corrompe y da lugar a las
mayores calamidades sociales.
La autoridad de la iglesia
1) La autoridad de Jesucristo. Es inherente a su identidad divina en igualdad con el
Padre (Jn. 5:19) y confirmada en su condición de Mediador perfecto
2) La autoridad del Espíritu Santo. Él es el único Vicario de Cristo dado a la
Iglesia. Como sustituto suyo, enseña y guía a los discípulos al conocimiento de
la verdad (Jn. 14:26; 16:13)
3) La autoridad de los apóstoles recibieron una autoridad especial por delegación
del Señor. Habrían de actuar como sus representantes (Mt. 10:1, 40). Por sus
funciones únicas, serían considerados fundamento de la Iglesia
Esta autoridad de los apóstoles fue única, intransferible. No se ha perpetuado a
través de sucesores, como pretende la Iglesia Católica Romana, sino por medio
de sus escritos contenidos en el Nuevo Testamento. Esto nos lleva a otro plano
de autoridad.
La autoridad de la Sagrada Escritura Algunos teólogos protestantes liberales,
siguiendo la línea de Sabatier, han abogado por una autoridad de la conciencia y de la
razón. Pero la verdad es que sólo la Escritura, bajo la dirección del Espíritu Santo,
constituye la única autoridad para la guía doctrinal y moral de la Iglesia. Sólo a través
de sus páginas podemos conocer el testimonio profético y apostólico. Como decía
Lutero, “la Iglesia no puede crear artículos de fe; sólo puede reconocerlos y confesarlos
como un esclavo lo hace con el sello de su Señor”.
Su naturaleza
La autoridad de un ministro del Evangelio le es otorgada por su Señor La Iglesia debe
conservar siempre su identidad; debe ser una comunidad de hombres y mujeres
redimidos por Jesucristo, santificados por el Espíritu, guiados por la Palabra para
reconocer y honrar los dones que, comunitariamente, les son concedidos. Entre esos
dones están los ministros del Evangelio
Su finalidad
la autoridad ministerial no tiene otro objeto que la edificación de la iglesia (II Co. 10:8;
13:10; Ef. 4:12) cualquier inclinación a usarla para satisfacer ansias de vanagloria o de
dominio sobre la congregación es un pecado de perfidia, en contraposición con una
democracia poco bíblica, puede caerse en una “oligocracia” (gobierno en manos de unos
pocos) poco espiritual en la que predomina el afán de mando. Toda distinción poco
cuidada entre clero y laicado es peligrosa
También es importante que las funciones de gobierno se lleven a cabo con participación
de miembros espiritualmente dotados para ello. De aquí que en las iglesias que tienen
un solo pastor éste sea asistido en sus funciones de dirección por un consejo de ancianos
o de diáconos. En la medida en que estos hombres hacen aportaciones valiosas –
mediante sugerencias, iniciativas, consejos, críticas y una acción responsable – y no son
meros peones o figuras de adorno en torno al pastor, el gobierno de la iglesia se
robustece. Siempre es conveniente que la autoridad pastoral sea una autoridad
compartida.