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Apuntes sobre la dimensión digital

Gustavo Víctor Casillas Lavín

El dominio del empirismo en la sociedad occidental alteró el significado antiguo de


la medida. En el caso del estudio de la relación entre el ser humano y la
computadora se considera de forma casi exclusiva parámetros físicos o
cuantitativos de la interacción; sin embargo, existen aspectos cualitativos de la
experiencia humana que se ven empobrecidos por este tipo de análisis.

La medida

A la entrada del templo de Apolo, en Delfos, se podían leer dos inscripciones que
han sido consideradas, a lo largo de los siglos, como el non plus ultra de la
sabiduría. Estas inscripciones se complementaban mutuamente, y su comprensión y
puesta en práctica se consideraba de enorme valor para la persona.

Una de ellas, tal vez la más famosa hasta nuestros días, rezaba Gnothi Seauton
(Γνώθι Σεαυτόν): “conócete a ti mismo”. Diferentes autores coinciden en que el
auto-conocimiento es una verdadera prueba de sabiduría que implica la sensatez
del juicio ante las propias acciones y las acciones de otros, ya que sólo
conociéndose a uno mismo es posible valorar a los demás.

El reconocimiento de los propios límites físicos, intelectuales o emocionales, así


como de las propias capacidades, permite a la persona una acción más efectiva y
una vida más plena. El auto-conocimiento permite valorar las propias virtudes y
debilidades, facilitando de esta forma la superación del individuo.

Por otro lado, en la segunda inscripción se podía leer Meden Agan (Μηδέν Άγαν):
“todo con medida”. A diferencia de la primera inscripción, que fue exaltada por el
propio Sócrates, esta última frase permaneció prácticamente ignorada en
occidente, hasta que las autoridades sanitarias impusieron restricciones a la
mercadotecnia de las bebidas alcohólicas, a fines del siglo XX.

Para comprender la importancia de esta frase, más allá de la recomendación


publicitaria que compite con los ya clásicos “aliméntate sanamente” o “come frutas
y verduras”, es importante tener en cuenta que, como certeramente señala David
Bohm en La totalidad y el orden implicado, el concepto de medida entre los griegos
antiguos no se refería a la comparación de un objeto con un patrón externo o
unidad... “este último procedimiento se consideraba más bien como una forma de
exteriorizar una ‘medida interna’ más profunda, que tenía un papel esencial en
todas las cosas.” (Bohm, 1980:44).

Siguiendo con el mismo autor: “Podemos asomarnos un poco a este modo de


pensar cuando consideramos los significados primitivos de ciertas palabras. Así, la
palabra latina mederi, que significaba ‘curar’ (raíz de la moderna ‘medicina’), se
basa en una raíz que significa ‘medir’. Esto refleja el concepto de que se
consideraba la salud física como el resultado de un estado de orden y medida
interiores en todas las partes y procesos del cuerpo. También la palabra
‘moderación’, que describe una de las más importantes nociones antiguas de virtud,
tiene la misma raíz, y muestra que se consideraba esta virtud como el resultado de
una medida interna subyacente a las acciones sociales y al comportamiento del
hombre. La palabra ‘meditación’, que también tiene la misma raíz, supone una
especie de ponderación (pesaje) o medida de todo en el proceso del pensar, que
llevará a las actividades internas de la mente a un estado de armoniosa medida.
Así, física, social y mentalmente, la conciencia de la medida interna de las cosas fue
considerada como la clave esencial de una vida saludable, feliz y armoniosa.”
(Bohm, 1980:45)

De esta forma, para los antiguos visitantes del oráculo en Delfos, si algo iba más
allá de su medida propia se encontraba fuera de armonía y estaba destinado a
perder su integridad.

Es por esta razón que el reconocimiento de que todo tiene una medida y la
valoración de la justa dimensión de cada cosa es una prueba de sabiduría similar o
equivalente al auto-conocimiento. Y es, al mismo tiempo, su complemento, ya que
no es posible conocer o conocerse si se ignora la medida interna de aquello que
concierne a la propia persona.

La medida así entendida supone una expresión de sabiduría, “una forma de


penetrar en la esencia de todas las cosas, y que la percepción del hombre, al seguir
los caminos que le señala, será clara y, por consiguiente, producirá una acción
generalmente ordenada y una vida armoniosa.” (Bohm, 1980:46)

Lograr darle su justa dimensión a cada cosa es producto de “una forma de observar
que tiene que adecuarse al conjunto de la realidad en la cual se vive...” (Bohm,
1980:47-48)
No debemos olvidar que la etimología de nuestra modernísima “razón” es,
precisamente, ratio o proporción y se encuentra íntimamente relacionada con este
concepto de medida: la relación armónica de cada cosa respecto al todo. De esta
forma podemos suponer que la frase “el mundo es racional” tendría un significado
muy diferente para el antiguo visitante que comprendiera el mensaje a la entrada
del oráculo, que el que tendría para un científico decimonónico heredero de
Descartes.

Si regresamos con Bohm: “Claro está que, según fue transcurriendo el tiempo, esta
noción de medida fue cambiando gradualmente, perdió su sutileza y se fue
haciendo relativamente grosera y mecánica… Así, la medida llegó gradualmente a
enseñarse como una especie de regla que debía ser impuesta desde fuera al ser
humano, quien, a su vez, imponía la correspondiente medida, física, social y
mentalmente, a cualquier contexto en el cual estuviera trabajando.” (Bohm,
1980:46-47)

Más aún: “Como resultado de ello, las ideas predominantes acerca de la medida ya
no fueron en lo sucesivo que consistiesen en formas de observar. Antes bien
aparecieron como ‘verdades absolutas acerca de la realidad tal como es’…” (Bohm,
1980:47)

Al parecer la medida pasó, de esta forma, de ser una cualidad intrínseca de las
cosas a ser una cantidad verificable, comparable con otras magnitudes
establecidas. La medida se entiende entonces no como cualidad sino como
cantidad.

Probablemente el desconocimiento o la incomprensión del concepto primigenio de


medida sea origen de algunas de las características de nuestra sociedad
contemporánea: la estandarización, la desmesura y el dominio del empirismo.

La estandarización es la imposición de una misma medida para todas las cosas


dentro de una categoría. De esta forma se establece una ‘norma’ que todos los
individuos deben cumplir a riesgo de ser considerados anormales: fuera de la
norma o estándar impuesto.

La industrialización presupone la estandarización de los objetos, fruto de la


producción mecánica; pero también de los individuos, de las sociedades, del
tiempo, de las actividades humanas, de la vida misma. A este respecto, Lewis
Mumford señala en Técnica y civilización que, a partir del siglo XVII, “La nueva
burguesía, en la oficina y en la tienda, redujo la vida a una rutina cuidadosa e
ininterrumpida. Tanto por lo que se refiere al negocio como a las comidas y al
placer; todo era medido cuidadosamente... Pagos cronometrados, contratos
cronometrados, trabajo cronometrado, comidas cronometradas: a partir de este
periodo nada estaba completamente libre del calendario o del reloj.” (Mumford,
1979:57)

A partir de esa época, para los individuos de esta sociedad, “… todos sus impulsos
se encontraban ya bajo la regla del peso y la medida y la cantidad: el día y la vida
estaban completamente regimentados.” (Mumford, 1979:58)

De esta forma, en nuestra sociedad es común compartir medidas y establecer


cantidades a modo de norma, como podemos apreciar en horarios, tallas, productos
idénticos, cantidades de alimentos o bebidas que deben ingerirse o la dimensión de
los espacios que habitamos. Estas son sólo algunas de las múltiples formas en que
una medida es impuesta como algo ajeno al individuo.

Por contraste la desmesura, falta de medida o exceso es palpable en la obsesión de


nuestra cultura por las grandes distancias, las enormes cantidades, romper los
límites de velocidad, el consumo desbordado, la obesidad y el incremento de las
adicciones. En este sentido, los libros de records Guiness son un pálido registro de
algunos de los excesos en que puede caer el ser humano en la actualidad.

Es interesante notar que la prohibición es, en este sentido, otra cara más de la
desmesura, como lo podemos apreciar cuando el excesivo celo por la salud física
lleva a la prohibición de determinados alimentos o sustancias. Y las prohibiciones
en nuestra cultura parecen multiplicarse de manera proporcional a la desmesura:
exageradamente.

Por otra parte, el dominio del empirismo ha sido característico del desarrollo
científico-técnico que, heredero de Descartes, considera que para conocer el mundo
basta con contar, medir y pesar a todas las entidades que se extienden (res
extensa) y tienen, por tanto, dimensión.

Ya Galileo haría la distinción entre las propiedades cuantificables de las cosas, como
el tamaño y el peso, y aquellas que, dependiendo sólo de los sentidos, debían ser
desechadas. De esta forma, los colores, sabores, olores y sonidos pasarían a ser
consideradas “cualidades que no están realmente presentes en los objetos externos
como tales sino que aparecen solamente en nuestras percepciones”. (Haugeland,
2001:27)

Sin embargo, sería el filósofo inglés John Locke quien designaría a los dos grupos
como propiedades primarias y propiedades secundarias, respectivamente. El
desarrollo científico-técnico occidental se sustenta en este principio de que “las así
llamadas cualidades sensibles (colores, olores, cosquilleos, y otras cosas por el
estilo) no existen en los objetos, sino sólo en quienes las perciben” (Haugeland,
2001:27), y que, por tanto, es necesario descartarlas para conocer la verdadera
naturaleza de las cosas, expresada en propiedades perfectamente cuantificables,
esto es: medibles.

Nuevamente, de acuerdo con Mumford, uno de los principios de las ciencias físicas
en esa época consistió en “la eliminación de las cualidades, y la reducción de lo
complejo a lo simple atendiendo sólo a aquellos aspectos de los hechos que
pudieran pesarse, medirse o contarse, y a la especie particular de secuencia de
espacio-tiempo que pudiera controlarse y repetirse”, y en conjunto con lo anterior
la “concentración en el mundo externo, y eliminación o neutralización del
observador respecto de los datos con los cuales trabaja”. (Mumford, 1979:61)

No es casual, entonces, que “cuando se fundó en Inglaterra la Royal Society, las


humanidades fueron excluidas intencionadamente”. (Mumford, 1979:64)

No sería sino hasta el siglo XX que las ciencias físicas, en voz de los investigadores
que desarrollaron la mecánica cuántica, reconocieron el papel del observador en los
resultados obtenidos y el hecho de que no hay medición que no altere lo observado.

Sin embargo, como mencionamos anteriormente, parece que la medida pasó de ser
una cualidad de las cosas a ser una cantidad verificable. En este sentido es una
paradoja de nuestra sociedad el hecho de que los sistemas de calidad sean
básicamente cuantitativos: se mide la calidad de servicio a través de parámetros
arbitrarios como la cantidad de tiempo transcurrida desde que la persona ordena
hasta que finalmente recibe el producto, o la cantidad de veces que se le
interrumpe para preguntarle “¿está todo bien?, ¿desea algo más?”
Lo digital

¿Y por qué viene a cuento lo digital en todo esto?

En primer lugar, porque al parecer lo digital es consecuencia natural de este


proceso de cuantificación. Para Nicholas Negroponte la esencia del mundo digital
consiste en “el cambio de los átomos por los bits” (Negroponte, 1996), siendo éstos
últimos cantidades que representan alguna característica o entidad del mundo
físico. El fundamento de la computación es la idea de información digital, gracias a
la cual un arreglo numérico representa algún aspecto de una entidad física o
conceptual. (Varela, 1997)

Podemos suponer que sin este proceso de cuantificación derivado del empirismo no
habría surgido la necesidad histórica del procesamiento de enormes volúmenes de
información, esto es: de datos, de cantidades. Por otro lado, el mundo digital
significó, a su vez, el nacimiento de nuevas cantidades, nuevas medidas.

Ahora tenemos nuevas medidas, esto es, cantidades verificables: ya sea el número
de ciclos del procesador (“¿a cuántos Gigas corre tu compu?”), el número de bytes
de un archivo (“¿cuántos Megas tiene la presentación?”) o la cantidad de píxeles de
una imagen. Estas medidas son importantes, porque nos hablan de la eficiencia del
equipo o nos permiten optimizar algunos aspectos relativos a su uso, por ejemplo el
despliegue de imágenes en pantalla.

Cabe mencionar, sin embargo, que inclusive en este punto, es fácil encontrarse con
presentaciones o sitios de internet cuyos autores carecen del conocimiento o
capacidad técnica para dar una medida apropiada a las imágenes, animaciones o
textos incluidos en el producto digital. Y, como todos hemos experimentado alguna
vez, es muy molesto esperar tanto tiempo para que aparezca una pantalla que
probablemente ni siquiera alcancemos a leer o ver adecuadamente.

De esta forma, las diferentes medidas de lo digital afectan nuestra experiencia


como usuarios, es decir, como aquellos seres humanos en contacto con la
tecnología.

Las primeras aproximaciones a la relación hombre-computadora desarrolladas


desde la ergonomía hacían referencia en forma casi exclusiva a cuantificaciones
físicas de este tipo: cuántos píxeles mide el botón, cuántos colores presenta, cuánto
tiempo se tarda en desplegar en pantalla y otras similares.

Sin embargo, es indudable que existen otras dimensiones que afectan igualmente a
la relación hombre-computadora. Se desarrolló de esta forma una aproximación
denominada cognitiva donde adquieren importancia aspectos como la comprensión
que tiene el usuario de las tareas que debe realizar, la cantidad de información que
puede percibir sin saturación, o el número de posibilidades simultáneas de
interacción, por ejemplo.

Actualmente se considera además que existen componentes emotivos o afectivos


que brindan sentido a la experiencia del usuario como conjunto. Cabe mencionar
que este enfoque que se centra en los aspectos emocionales tiene un desarrollo
reciente y no ha sido plenamente adoptado por algunos autores.

Entre quienes nos dedicamos al diseño de productos digitales es común considerar


que la experiencia del usuario o la calidad de la interacción deben ser valoradas
cuantitativamente, ya sea que se trate de su aspecto físico, cognitivo o bien de su
componente emocional.

De esta forma, para apreciar los cambios emocionales de la persona se considera la


lectura de respuestas fisiológicas cuantificables: sudoración, ritmo cardiaco,
contracción muscular, potencial eléctrico cerebral, y otros. A pesar de que
diferentes autores reconocen que estos cambios fisiológicos presenten dificultades
para su análisis e interpretación (Ward y Marsden, 2004).

Particularmente, es ampliamente reconocido que las lecturas fisiológicas tienden a


ser inconsistentes: diferentes lecturas proveen indicadores contradictorios. Existen
diferencias notorias entre individuos en lo que se refiere a su respuesta fisiológica e
inclusive, una misma persona bajo las mismas condiciones experimentales puede
dar lecturas diferentes en diferentes ocasiones. De esta forma, la distinción entre lo
que es y lo que no es significativo en las series de datos fisiológicos implica
consideraciones arbitrarias acerca de magnitudes, latencias y duración de los
cambios. (Scheirer et al. 2002)

Asimismo, se ha señalado que las condiciones experimentales alteran la propia


respuesta emocional que se desea estudiar, por lo cual es difícil extrapolar los
resultados. La experiencia cotidiana de las personas al usar la computadora y los
ambientes donde ocurre esta experiencia no permiten el control de los cambios
fisiológicos que se pretende tomar como parámetros de la interacción. (Ward y
Marsden, 2004)

En lo personal me parece interesante mencionar que la mayoría de los autores no


considera útil o importante el relato del usuario acerca de su experiencia. Lo que la
persona cree, piensa o siente acerca de su interacción con la computadora no es
tomado en cuenta o es considerado como algo secundario respecto a los
parámetros que se pueden cuantificar. Las medidas fisiológicas adquieren primacía
al identificar aspectos que los usuarios no mencionan en su relato, ya sea por que
lo olvidan o por que no lo consideran significativo (Ward y Marsden, 2004).

Pero por encima de todo, es pertinente mencionar que actualmente no se cuenta


con un modelo teórico medianamente claro sobre los tópicos que se pretende
estudiar, referidos a la relación emocional entre el usuario y los dispositivos
digitales.

Chistian y Antie señalan, recientemente, que no existe una fundamentación


conceptual que permita estructurar las emociones, lo cual debiera ser un pre-
requisito para la obtención, almacenamiento y procesamiento de datos. A pesar de
que la psicología cuenta con una gran cantidad de modelos sobre la emoción, el
campo de estudio de la interacción entre el ser humano y la computadora ha
carecido de un modelo teórico que funcione como fundamento de la investigación
(Christian y Antje, 2006).

Es por lo menos intrigante considerar el curso de acción que consiste en tomar


lecturas de diferencias fisiológicas para demostrar el efecto emocional que tiene la
computadora en el ser humano, que se interprete, analice y se obtengan
conclusiones a partir de esos datos sin tener una idea clara de cuál es su significado
o de qué son las emociones. Como señala Muller, sin una teoría de las emociones
como guía no es posible seleccionar estados emocionales diferentes para ser
contrastados. Diferentes teorías ofrecen caracterizaciones diferentes de la emoción,
diferentes caracterizaciones llevan a expectativas diferentes sobre las respuestas
emocionales y éstas a su vez sugieren comparaciones experimentales diferentes
(Muller, 2004).

Si, como sugiere la revisión realizada hasta el momento, no se cuenta con un


marco teórico para el trabajo de recopilación de datos fisiológicos, y si la
recopilación, interpretación y análisis de los datos se encuentra sujeta a criterios
arbitrarios, entonces no existe razón alguna para considerar de mayor valía este
proceso cuantitativo que el relato mismo de la persona.

Al parecer el dominio del empirismo nos ha llevado a la incapacidad para


comprender íntegramente la experiencia misma del ser humano y el papel que
juegan las emociones en esta experiencia, en este caso particular cuando se
encuentra frente a la computadora. Ciertamente, ni la dimensión física de los
objetos digitales (los 32 píxeles que mide el icono en la pantalla), ni la
cuantificación de las reacciones fisiológicas (el pico en la secuencia numérica) nos
han proporcionado mayor conocimiento de nosotros mismos, ni la sabiduría para
estimar la medida de las cosas.

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