11- La pintura del Cinquecento: Leonardo, Rafael y
Miguel Ángel.
Dentro del estilo artístico que conocemos como
Renacimiento, que surge en Italia a principios del s. XV y que continuará hasta finales del s. XVI, suelen distinguirse tres etapas, Quattrocento, Cinquecento y Manierismo. El tema que nos ocupa se refiere a la segunda etapa, que es la fase de plenitud del estilo, y más concretamente a la pintura, lo que no deja de ser significativo, porque ésta fue un gran campo de renovación dentro del Renacimiento. Pero, si tenemos que situarnos cronológicamente, al contrario de lo que ocurre en el Quattrocento, la etapa “clásica” del Renacimiento, no ocupa todo el siglo, sino sólo el primer cuarto, puesto que, tras la muerte de Rafael, y el saqueo de Roma, pasaremos a la fase “barroquizante” del estilo, el Manierismo, que influirá, sobre todo, en el último de los autores citados, Miguel Ángel. A lo largo de este tema, trataremos los siguientes apartados: • El Cinquecento, características y circunstancias en las que se desarrolla. • Leonardo: Su faceta pictórica. • Rafael: La plenitud del clasicismo. • Miguel Ángel: La escultura en la pintura. Y comenzando por las características, hay que decir que el Cinquecento lleva al máximo los logros del siglo anterior, cambiando la perspectiva lineal por la perspectiva aérea; logrando unas composiciones muy estudiadas pero de una aparente sencillez; y utilizando técnicas como la del esfumato y el dominio del óleo y sus veladuras (no menos de treinta, decía Rafael), que van a hacer que sus personajes prácticamente respiren, en contraposición a esas figuras monumentales pero un tanto pétreas del Quattrocento. Además, por supuesto, hay que mencionar aspectos de la pintura del Cinquecento que son comunes a la arquitectura y la escultura de todo el Renacimiento, esto es, la búsqueda de la armonía, la proporción, el orden y en suma, la belleza, dentro de un espíritu científico y erudito, y de una cultura antropocéntrica. De esta forma, trataban los artistas de esta época, de continuar con el ambiente cultural de la época clásica, tras el “paréntesis” de la Edad Media. Pero también hay que mencionar las circunstancias en las que el genio de estos autores se desarrolló, y llevó al estilo renacentista a su momento culminante, esto es, el cambio de mecenazgo, de las repúblicas del Norte de la actual Italia, a la ciudad de Roma, con el papa Julio II. Así, el primer autor que nos ocupa, Leonardo,(1452- 1519) comenzará en el taller florentino de Verrochio, coincidirá allí con Miguel Ángel y con Rafael, a principios del s. XVI, influyéndose mutuamente, al mismo tiempo que conocían la obra de los maestros del Quattrocento, pero marchará después a Roma, estableciendo un estilo propio, donde huirá de los a prioris de sus maestros y buscará respuestas en la misma Naturaleza, con la perspectiva aérea y el citado esfumato, que introduce la atmósfera en el cuadro, a través de la indefinición de los contornos, además de penetrar en el estado anímico del personaje, cuidando mucho los gestos y las miradas, y dándole, finalmente, más vida. Será a partir de 1480, cuando empiece su etapa de madurez, en su estancia en Milán, con obras como La Virgen de las Rocas, donde la dulzura propia de Leonardo se manifiesta ampliamente, pero también la integración de la figura en su entorno, la profundidad del cuadro, y los gestos naturales de los personajes. O la Santa Cena, donde prolongó el espacio físico donde se hallaba instalada (el refectorio de Santa María delle Grazie). Pero como hemos dicho, a principios del Cinquecento, se instala en Florencia, y de esa etapa es la obra que ha quedado como icono de la cultura popular, la Gioconda, que junto con su Santa Ana, son ejemplos del dominio de la técnica citada del esfumato. Además, en Santa Ana, observamos la composición piramidal típica del Cinquecento, a lo que el autor añade los gestos con los que se entrelazan los personajes, de hecho esta obra influirá en toda la pintura de este momento. Terminará trabajando para la corte francesa, lo que explica la actual ubicación de alguna de sus obras y como sabemos, no se limitará a la pintura, sino que su figura permanecerá como paradigma del hombre polifacético renacentista. El siguiente autor del que tenemos que tratar, es Rafael (1483-1520), cuyo mérito fue ya reconocido en vida, lo que justifica los numerosos encargos y los discípulos que continuaron su obra. Entre sus obras, hay que citar los frescos de gran formato como los de las estancias vaticanas, los retratos, sobre todo los relacionados con el Papa y sus cardenales y por supuesto sus cuadros religiosos, con sus famosas madonas, de un clasicismo y belleza extraordinarios. En efecto, la belleza y clasicismo de sus cuadros, son sus características principales, con un ejemplar equilibrio entre lo pagano y lo religioso, lo intelectual y lo popular o entre el color y la línea. De su periodo en Umbría, nos queda entre otras, su obra Los desposorios de la Virgen, donde ya se vislumbra su maestría, pero es su periodo florentino el que más le influye, al asimilar las técnicas antes mencionadas de Leonardo. A partir de 1508 se instalará en Roma, donde terminará de manera brillante pero prematura, su carrera. Allí es el mencionado Julio II el que le encarga pintar las estancias vaticanas, y Rafael resuelve muy bien un programa pictórico de múltiples personajes y crea una iconografía de personajes situados en el cielo, que influirá después en el Barroco. Por otro lado, se ve la influencia de Bramante en las arquitecturas que enmarcan sus obras. En cuanto a sus madonas, irá pasando del esquema piramidal y más terrenal que se inició en el Quattrocento, como la Madonna del jilguero, al modelo que tanto se verá en el Barroco de una Virgen más celestial suspendida entre ángeles y nubes. Por último, nos queda hablar de Miguel Ángel, autor que siempre se consideró a sí mismo, un escultor, pero que nos ha dejado obras pictóricas fundamentales en la Hª del Arte, entre las que están por supuesto, el techo y el muro del Juicio Final en la Capilla Sixtina, pero también otras, como el Tondo Doni. Es importante señalar que mientras muchos de sus proyectos escultóricos quedaban inacabados, sus programas pictóricos, sí fueron completados, por lo que aquí se ve en gran medida la perfección de sus obras maestras, aunque su carácter escultórico siempre nos recuerda la verdadera vocación del artista. Desde sus primeras obras, (el relieve de La Virgen de la Escalera) ya observamos unas figuras monumentales, hercúleas, y no es sólo por la influencia de sus esculturas, sino que Miguel Ángel se vio también influido por el neoplatonismo florentino, y trató siempre de reflejar lo que para él era la belleza en su estado de perfección. Cuando comienza su carrera pictórica, con el Tondo Doni, ya es un autor maduro, y trata de dar una gran plasticidad a su obra, unos cuerpos desnudos muy clasicistas, pero al mismo tiempo, adopta una novedad que da un toque intelectual, la forma esférica. Entre 1508 y 1512, pinta la Capilla Sixtina, encargo hecho por el citado Papa Julio II. En ella, Miguel Ángel desplegó un complejo programa pictórico, diseñando una bóveda compartimentada por arcos, adaptando las escenas al espacio. Allí nos mostrará tres trípticos, dedicados a la creación, la creación del hombre, y al pecado, pero también incorporará otras figuras (sibilas, profetas) que le valdrán para hacer un estudio completo de la anatomía humana, y que nos hacen remontarnos al periodo griego. En conjunto, todo el programa iconográfico está prefigurando la llegada de Cristo y su sacrificio. Cuando vuelve a Roma para pintar el juicio Final, (1536-1541), el programa iconográfico se cierra, ya que el Juicio Final termina la historia de la salvación, pero el estilo ha cambiado radicalmente, estamos ya en la estética manierista, con sus espirales, con su apariencia dramática y su espacio infinito, sin los acotamientos de la bóveda. Así, gracias a su larga y prolífica vida, Miguel Ángel nos permite ver la evolución del ambiente humanista del Renacimiento pleno, al ambiente que se preparaba para la contrarreforma a mediados del s. XVI. En cualquier caso, la pintura del Cinquecento, que no sólo se ciñe a los tres autores en los que nos hemos centrado, sino que tiene otros componentes igualmente espléndidos (como la pintura veneciana), nos muestra en todo su esplendor los logros del Renacimiento, que serán continuados aunque bajo otras circunstancias diferentes, hasta la pintura impresionista del s. XIX, en un afán continuo de representar la realidad, continuando con el legado de la etapa clásica. Y aunque algunos postulados del s.XX renieguen de esa búsqueda, las obras de estos autores siguen siendo las más admiradas del mundo.