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Mirad@zul

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Edita: Consejo Evangélico de Madrid
Consejería de Educación y Cultura

Título: Mirad@zul

2001 © Pedro Tarquis Alfonso

Depósito Legal:

ISBN:

Diseño y maquetación: Imvisual Design

Impreso en Grafos, S. Coop.

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Pedro Tarquis

Mirad@zul

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Para Asun,

jardinera de flores azules en mi vida

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Presentación

Mirad@zul (Mirada azul) quiere expresar lo natural y lo espiritual del


ser humano, en una fusión armoniosa, como el horizonte que funde el
azul del océano y el cielo. Mar y cielo han sido también las paredes esféri-
cas de la tierra que me vio nacer.
Esta mirada tiene una «arroba» de preocupación por lo actual, por lo
que nos rodea. Es una expresión íntima de más de veinte años de vida
intensa, de la que forman parte inseparable mi familia y Dios de manera
esencial, especial y permanente.
Mi agradecimiento personal a Manuel García Lafuente, Consejero de
Educación y Cultura del Consejo Evangélico de Madrid, por hacer posi-
ble la publicación de esta obra. Sin duda la cultura protestante española
ha tenido más que dignos poetas contemporáneos, como Ramón Taibo,
Rodolfo Loyola y Clara Rosique, por mencionar algunos, a los que cito y
recuerdo con admiración como compañeros de viaje y alforjas.
También mi gratitud a Manuel López Rodríguez (periodista) y Asunción
Quintana (filóloga), por haber corregido y aportado su sensibilidad y
conocimientos para mejorar al borrador de este libro de poemas. Y por
último, a Manuel Espejo por haber sacado tiempo y fuerzas de su admira-
ble y ejemplar entrega, para escribir (seguro que en mitad de la noche) el
«A manera de prólogo» que inicia este libro.

Pedro Tarquis Alfonso

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A modo de prólogo

Emilio Carrere en su composición «Café galante» escribe: ¡Oh, el verso


vivido antes que rimado! Creo que la poesía de Pedro Tarquis surge, como
prefería Carrere, de lo vivido, y cuenta además, con la rima ajustada al tiem-
po y al espacio poético de sus versos llenos de musicalidad, que en este poe-
mario aparecen coleccionados en el contenido sinfónico de sus 59 poemas
bellísimos, donde la visión bíblica de la vida y los valores espirituales cita-
dos en ellos, imprimen un sello de inequívoco misticismo cristiano.
Estamos ante un poeta que no se siente ligado a rimas, ritmos o estrofas
concretas. En él la forma se acomoda al contenido, a su vivencia y estado
de ánimo. Es poeta de mirada penetrante que sabe ver en el acontecer de
hoy, el ayer trasnochado a través de la mirada del Omnipotente. «Es la
misma vieja tragedia repetida, trazada ya por la mano humana antes del
comienzo de la Historia... / ...Kaín habla hoy con acento vasco. (Asesinato de
un ertzaina).
Poeta que responde cual profeta a preguntas impregnadas de escepticis-
mo, confusión y desesperanza... ¿Hay un camino que surque la noche oscura
del alma? ¿Hay un Dios que dé vida cuando la vida se escapa? / ...sí, que hay
una luz en la noche larga. Que hay un Dios, que no estás solo, y que El es tu
respuesta... (Preguntas y respuestas)
Poeta que sabe de las mil y una telarañas de las tinieblas de la mente ante
el Rey Eterno hecho Hombre «Te he juzgado. Sí, te he hecho reo del fuego, de
la locura, del no saber, de la duda que es aguja ciega de la noche / Dicté tu sen-
tencia: / Cargué mi ira: / Olvidé tu nombre: / Caminé en el abismo: ...», que
conquista con amor el corazón para hacerlo participar del dolor sufrido
«Agonizo contigo / Culpable. Me sé culpable de no entenderte, o de querer
entenderte todo...», y llenarlo de la esperanza gozosa del Resucitado que mira

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un futuro reino de gloria. «Como Machado y su viejo olmo, esperaré aquí sen-
tado hasta que acabe tu invierno. Sé que te veré de nuevo, porque Tú siempre
resucitas cuando llegan los jazmines y los pensamientos con cada primavera».
(Maldad humana versus justicia divina).
Poeta de soledades espantadas, aferrado a la compañía perenne de la
Palabra de Dios que le sirve de brújula, marcando el rumbo de su concien-
cia en el viaje de esta breve vida terrenal. «Hoy escribo ahuyentando soleda-
des... / Varado en este océano sin vientos ni corrientes, del que tú, oh Dios, me
has hecho naúfrago y capitán / (...) me aferro a tu Palabra y mi conciencia como
brújula ardiente, como único asidero,...» (Ahuyentando soledades).
Poeta que surca la noche obscura llena de laberintos interminables, de
silencios a tantas preguntas. A veces impulsado por tormentas que amena-
zan confundir su alma. «¿Hay alguien aquí, en el horizonte de la noche, en la
antesala de lo irreal, en el absurdo de verme, en este espejo que es la vida, con
mi alma y mi rostro deformados y vacíos? / ¿Hay alguien, Dios mío? / La men-
tira se hizo mía, y yo suya. No la quiero, pero pertenezco a sus dominios. No la
amo, pero deseo la locura de su sueño» (El laberinto).
Poeta de encuentros y reencuentros anhelados y vividos en Cristo, que
conforman y transforman su vida en la presencia de Dios. «Te llamé / Te
perdí, un día quise perderte... / Te encontré. Un día me encontraste. Te dije:
¡Señor! Y mi vida fue tuya. Y tu Todo y mi nada se encontraron»
(Encuentro).
Poeta que transpira aromas que hacen recordar, entre otros, a Miguel
Hernández, Machado o Lorca: cuando escribe a su esposa, hijos, madre,
amigos; cuando hace uso de la metáfora; cuando emplea su paleta amplia
de palabras pinceladas, que dan colorido y formas a paisajes y a momentos
inolvidables, vividos en ambientes y climas distintos, espantando así el fan-
tasma de la monotonía que amenaza toda obra poética.
Son bellísimos, entre otros: el que escribe sobre su esposa y que titula
«Amada mía»: «Cuando tus ojos se hacen luz hasta tu sonrisa tiene destellos de
mar y de farolas».
El que escribe y titula «Tengo una espiga dorada», donde hace un alar-
de de síntesis poética, exquisitez inusitada, al definir a su hija mayor,
Natalia. «Tengo una espiga dorada que vuela con el viento, tan frágil como
un diamante, tan lejana como una princesa. Lleva mi sangre y, dicen, la cara
de su madre».

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El que evoca a su hija Rebeca (Veo en ti un sueño de volcanes), donde lo
poético es casi profético, describiendo una personalidad que con el tiempo
se ajusta cada vez más a la visión poética: «Veo en ti un sueño de volcanes, de
cordilleras rocosas, un huracán de rosas, una tormenta de arrayanes».
El que dedica a su hijo Oliver, recién nacido, también titulado «Hijo
mío», de contenido extenso y que recuerda a los proverbios bíblicos del
pueblo judío: «Hijo mío a veces serás feliz... / Hijo mío quiero también
que sepas... / No has venido por casualidad,... / Tú eres porque Alguien
que no conoces te ha dado la existencia. Alguien que tiñó de rojo los veri-
cuetos de tus venas, y dio alas al vuelo de tus ojos y al latir perenne de tu
esencia».
El que compone para su madre, centra su atención en sus ojos, como reza
en su título «Es en tus ojos, madre». Aquí el poeta mira con ojos de hijo a una
madre que lo tiene todo en su mirada. «En tus ojos, madre, es en tus ojos donde
leo la hondura de tu ser, donde veo surcos dolorosos con semillas que florecen como
almendros. / ...Hasta en la voz de mi recuerdo veo presente tus ojos».
O el que escribe a su amigo Gonzalo recién fallecido. Poema que estre-
mece al leerlo y revela el aprecio profundo que el poeta ha llegado a sentir
por un gaditano de cuna, atrapado por un virus de muerte, casi marginado
por la sociedad, pero huésped distinguido en el corazón del poeta. (En
Cristo se puede querer así). «Te atrapó al final el jaco malo/ malo contigo,
malo con todos./ Todos lo vimos desbocado pisotear tu sangre... / Nada más
marcharte, te lloré sin prisas, apresado en un rincón del alma».
Poeta retratista, de trazos precisos y abundantes, que busca (con acier-
to) dar a conocer el alma de los que posan en su corazón. De Henar
Corbi dice: «Te escuchan los mineros del brazo de sus hijas...», de José
Cardona «Hoy emana de su alma, porcelana rota...», de Juan A. Monroy
«Te armaste de paz y ciencia, los ojos en la mirilla de tu pluma...», de José
Mª Martínez «...su papel es... un capítulo completo y amplio del Libro del
ser y del saber...».
Concluye este poemario con un espacio dedicado a su tierra natal. En su
primer poema habla con la cordillera de Taganana. «No sé que tienes, cordi-
llera de Taganana, que atrapaste mi corazón». Y termina con otro titulado
«Cuando muera», que es una diadema de versos preciosos, apoteosis creada
para un final de conmovida entrega al Dios de «mar, cielo, beso y alba».
«Llévame al mar marinero... / Llévame allí cuando muera, llévame guanche a

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mi patria,... / Llévame, Dios, cuando muera, llévate, por tu gracia, mi alma,
que junto a ti permanezca, siempre mar. Siempre cielo, beso y alba».
En Pedro hallamos al poeta sorprendido, observador, necesitado, espe-
ranzado, salmódico, proverbial, periodista, que sabe de frustraciones,
desalientos, soledades, encuentros, amores, ausencia, amor desposado,
amistad, familia, esperanza, oración... Sin lugar a dudas, nos hallamos
ante un poeta que escribe de lo vivido, robándole tiempo al tiempo,
velando la noche con ojos de ave nocturna y manos de pluma ligera. Este
es un buen libro de versos que, como dijo Luis Fernández Ardavín (en su
elogio de la poesía), «es como un buen amigo en cuyo corazón hemos busca-
do abrigo, y que va con nosotros sin desplegar los labios». Que sea así para
todos los que lean este poemario.

Manuel Espejo Sánchez


Jerez 9 de Noviembre de 2001

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Índice

I Sed de justicia
1. Sed de justicia 21
2. Tragedia del alud de Biescas 23
3. El Rey en la Celsa 25
4. Indiferencia 27
5. Asesinato de un ertzaina 28

II Mi Padre nuestro
6. Mi Padre nuestro 31
7. No sabía nada 32
8. Preguntas y respuestas 33
9. Ven 35
10. Maldad humana versus justicia divina 36
11. El monte de la mirra 39
12. Oración del alba 41
13. En el fragor de la lucha 42
14. Luces y sombras 44
15. Yoshúa 45
16. El camino 46
17. Principio y fin 47
18. Dominus Iesus 48

III El que anda en el desierto


19. El que anda en el desierto 53
20. Ansiedad de Dios 54
21. Yo no quería ser sol 55
22. El chivo expiatorio 57
23. De la nueva libertad 59
24. Ahuyentando soledades 60
25. Quisiera pedir perdón 61

17
26. El aislamiento irrenunciable 62
27. El laberinto 63
28. El encuentro 64

IV Jardinera de flores azules


29. Jardinera de flores azules 67
30. Ausencia 68
31. Amada mía 69
32. El amor del alma descubierta 70
33. Esta noche tengo 71
34. El reencuentro 72
35. Mujer, amada mía 74
36. Un almendro ha florecido 76
37. Me clavaste, amor, tu amor 77
38. Rosa del desierto 78

V Surcos y renglones de mi vida


39. El edificador insomne 81
40. La voz del pueblo 82
41. Caminante de Machado 84
42. El hueco vivo del silencio 85
43. El centenario de "El Porvenir" 87
44. Se fue mi amigo Gonzalo 88
45. Un niño ha nacido 89
46. Enredadera loca 92
47. El amor desposado 94
48. Arroyo y olivo 95
49. Se casan los novios 97

VI Aroma familiar
50. Es en tus ojos madre 100
51. Luna llena 101
52. Abuela 103
53. Veo en ti sueños de volcanes 105

18
54. Tengo una espiga dorada 106
55. Hijo mío 107

VII Tinerfe
56. Cordillera de Taganana 111
57. La playa de Almáciga 112
58. Balcón del cielo 113
59. Llévame al mar cuando muera 114

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I Sed de justicia

21
22
Sed de justicia

Cuando la injusticia
(de tan real casi imaginaria),
te pese en el infiel de la balanza
que equilibra su cruz asimétrica,
notarás cómo todo tu peso no alcanza
a igualar la terrible métrica
de su canción lógica y arbitraria.

Puedes llamarlo Ruanda,


o el holocausto nazi,
o los desaparecidos de Argentina,
o el temor constante
que se adivina
tras la masacre
de las Torres Gemelas.
O quizás, más cercano,
con el nombre del último
inmolado
en el penúltimo atentado
de Eta.
O como el dolor íntimo
de una madre,
o el de la espera
del sufrimiento inevitable.
Tú, como yo, lo sabes.

Y ceder es creer en el destino.


Y luchar es convertirte en naúfrago
de mil mares.
Y aceptar es ser parte del dominio
de la corriente de los sarcófagos
flotantes.
Cuando la injusticia
(de tan real casi imaginaria)
llegue a emponzoñar tus aguas,

23
descubrirás una sed vital,
más necesaria:
la sed de justicia, la sed que fragua
la arquitectura honda de tu vida.
La sed que sólo sacia el manantial
de la sangre del único inocente,
Todopoderoso e impotente,
por tí y por mí masacrado.
Es la sangre del Mesías,
del judío torturado
bajo el látigo romano.
El ha roto a la injusticia su cetro,
entre el hierro de sus manos
horadadas
y el yunque del perdón de su boca.

Aunque yo aún no comprenda


(de tan real casi imaginario),
por qué Dios confió a los hombres
el control de la libertad y el arbitrio
de los otros, de los que son sus hermanos.

24
Tragedia del alud de Biescas (7 - 8 - 96)

Brama la bruma de agosto su llanto,


se desgarra la tierra, los montes se rompen.
Ruge ronco, retumba, el barranco.
En el estrecho trecho del lecho de la noche
la lluvia lo tapa todo,
la lluvia lo oculta todo,
la lluvia es un sudario blanco.

Baja la muerte cabalgando.


Galopa
la muerte, galopa desbocada
sobre caballos de roca.
Y nadie sabía nada.

La muerte blande su alfanje


de barro.
Guadaña de lodo, corre valle
abajo.
En la ladera las niñas miran y sonríen.
Las voces vibran, sueñan, callan...
no es bueno estar triste.
Y nadie sabía nada.

La muerte golpea sin ojos,


ciega de rabia.
Sólo quiere ver despojos
en el agua.
Coro ronco de hombres que gritan y lloran.
Los pinos son ataúdes o balsas,
rumor de estruendo de olas.
Y nadie sabía nada.

La muerte es ya siempre
una osamenta de barro
entre esmeraldas.

25
Anfora rota, camino gris vacío de carros
y guirnaldas.

Noventa cuerpos en el cieno.


Noventa familias desgarradas.
Noventa gélidos silencios
en el Palacio de Hielo de Jaca.
Millones de preguntas al cielo.
Y nadie sabía nada.

Señor, Tú perdiste a tu Hijo


en la noche mala.
Sabes del dolor sin resquicios
que parte las entrañas.
Por eso, algún día,
Dios mío, algún día dime por qué,
por qué nadie sabía nada.

26
El Rey en la Celsa 1

«No quedan hombres honrados».


Levantamos las cejas,
y con justa rabia y tristeza
continuamente protestamos.
«Hoy todo el mundo roba».
Corrupción y pelotazo.
No quedan sino pedazos
de lo que se llamó honor y honra.

Pero casi nadie se acuerda


de Aquel que lo dejó todo
para sumergirse en el lodo
de estas nuestras miserias.

El Rey que quiso nacer en la Celsa


de un suburbio de Belén.
No visitarla, sino ser
oriundo de su frío y su pobreza.

No salió en televisión,
ni escribió un solo libro.
Ni fundó ningún partido,
ni creó una religión.

Nosotros, los que queremos honradez,


le crucificamos un día por hereje.
Quisimos hacernos nosotros reyes,
eliminándole primero a El.

«No quedan hombres honrados....»


«Hoy todo el mundo roba...»
Aunque ya no es moda el pecado,
está presente en cada boca.
Traiciones, violencia, avaricia,
violaciones, mentiras, guerras.

27
¡Y es Navidad!
¡Qué locura de fiesta!.
¿Qué podemos celebrar, señores?
¿Queda aún algún motivo?
Sí, no se asusten, aquel Niño
aún cambia los corazones.

Aún convierte nuestros pesebres


en lugar de luz y de encuentro,
donde ángeles, sabios, pastores,
descubren que es allí, de rodillas,
donde se transforma el ser entero,
donde el mundo reencuentra valores,
donde se olvidan y perdonan pesadillas,
donde vuelve a sonreir otra vez el cielo.

Jesús es Navidad.
Gloria a Dios en las alturas./Y en la tierra paz./
Para con todos los hombres/ paz y buena voluntad.

1
Con motivo de una visita (cercana a la Navidad) que realizó Juan Carlos, rey de España,
al barrio marginal de la Celsa.

28
Indiferencia

Tenía sueños de isla y espuma.


Huía de no sé qué,
le seguía en cada pesadilla.
-Nada, no es nada- le decían.

Pero él miraba sin creerlo.


Buscaba un descanso, un vuelo nocturno.
Pero... ´'Nada, no hay salida», se decía.

Un día le encontraron dormido,


apenas un suspiro
entre dos mundos abiertos.
Dos heridas sangrantes.
Dijo el forense: -Orificio de entrada
y de salida.

Se firmó un documento, se hizo dictamen.


Todo quedó bajo un blanco mar de papeles
salpicado de tinta.
Bien ordenado en un estante,
descansando en un archivo.
Nada, no ha sido nada, se decían.

Y todo siguió adelante,


como si nada hubiese ocurrido.

29
Asesinato de un ertzaina

Es la misma vieja tragedia repetida,


trazada ya por la mano humana
antes del comienzo de la Historia...

Alzaron la pistola y la mirada,


sin permitir que la conciencia
entrase en el punto de su mira,
sin ceder un segundo en su demencia;
incluso ante la voz de la sangre de su hermano
no vieron la divina sombra de la égida;
y ante tí (en penitencia de rodillas), dispararon.

Entonces las balas, mensajeras ciegas,


te hicieron surcos sembrados de noche,
arado de hierro y plomo junto a tu coche.

Aunque nunca lo supiste, fueron manos


sabedoras de tus apellidos y tu nombre;
extendidas, como las tuyas, en diez remos de trainera;
según ellos, defensoras de tu mismo pueblo
invocando libertades de antaño,
nadie sabe con qué oscuro derecho...
Amanece. Kaín habla hoy con acento vasco.

30
II Mi Padre nuestro

31
32
Mi Padre nuestro

Padre nuestro
que estás en los cielos
de nuestro horizonte.
Santificado sea tu nombre
de los religiosos que son ateos
y de los errores
e imposiciones
de quienes creemos.

Hágase tu voluntad,
así en los cielos
como en la tierra,
por encima de credos
y de los que negocian tu nombre.

El pan nuestro
de cada día
dánoslo hoy,
y que nosotros también lo demos.

Perdona nuestras deudas


más generosamente
que nuestros teóricos perdones
a los que aún mucho nos deben
y nos son deudores.

Y no nos dejes caer


en la tentación,
ni en la terrible seudoperfección.
Mas líbranos del mal
para ser fuente de bien,
y no sólo un limpio erial.
Porque tuyo es el reino, y el poder,
y la gloria
en esta, a veces, incomprensible historia.
Por los siglos de los siglos.
Amén.
33
No sabía nada

Tendí mi mano, solté la espada,


y hallé la tuya ensangrentada.
No sabía que Tú conocías mis silencios.
No sabía que Tú también llorabas.

Silencios.
Los borbotones de silencios
se me escapaban...
lloraba.

Yo no sabía, no sabía
que los silencios llaman.
No sabía
que las palabras que no se dicen,
las que no sabemos,
son las que hablan.

No lo sabía.
No sabía nada, nada.

Te tendí una noche mi mano


y encontré la tuya, ensangrentada,
con mis silencios, como cristales rotos,
clavados hondos en tus llagas.

Entonces supe, en Tu silencio,


que sin Ti soy nada.

34
Preguntas y respuestas

Corre la sangre en atardeceres rojos,


doscientos millones cada lustro.
El sol gira en un solo segundo
siguiendo el pulso de las galaxias.
Las mareas oscilan como relojes azules.
Y todo ¿por qué?. . .

Nace el hombre de la nada


para ser un todo
que sufre, ríe y ama,
que lucha y se desengaña
hasta el fin de sus mañanas.
Y todo ¿por qué?...

Podemos descubrir misterios,


anhelar sueños,
amar intensamente durante segundos,
correr detrás de lo eterno.
Podemos imaginar respuestas,
desear cambiar el mundo.
Podemos aspirar, incluso,
a llegar a ser poetas.

Pero siempre un aliento cálido


empaña el espejo
en que se mira y respira el alma.
Un grito sofocado a voces,
un disparo sin diana.
¿Por qué? ¿por qué?
¿por qué?...

¿Hay una verdad que no esconda


una mentira solapada?
¿Hay un camino que surque
la noche oscura del alma?

35
¿Hay un Dios que dé vida
cuando la vida se escapa?

Yo te digo, en este momento,


en este minuto que nos acerca y nos separa,
que sí, que hay una luz en la noche larga.
Que hay un Dios,
que no estás solo,
y que Él es tu respuesta,
casi en silencio,
porque el Amor escucha, pero sólo habla
en la espiral del abandono.

¡Sssshhhh, espera, y calla!

36
Ven

Me clavaste tu Amor como una lanza


que me fue desgarrando el miedo,
hasta quedar palpitando fuego,
enraizando nácar.

Dulce semilla que hiere


gota a gota la roca del alma,
hasta sacar sonidos de luz,
sentimientos nobles que dicen tu nombre:
Jesús.

Ven, forja mi debilidad en el yunque del tiempo,


llena mi aljibe vacío de agua,
esparce azahar y mirra en el alba.

Ven, que ya llegan los sueños de seda,


que puedo llorar siendo hombre,
ser niño entre tus alas,
pensar libre sin condiciones ni credos,
amar al enemigo, pronunciar su nombre y el tuyo
sin avergonzarme.

Ven, Señor Jesús.

37
Maldad humana versus justicia divina

Tanto dolor, tanta maldad sin tacha,


tanta injusticia, Jesús.
Y Tú en tu trono.
Y Tú el Rey.
Y Tú con el cetro y la Ley.
Y Tú con la corona de luz blanca
sin un gesto, ni siquiera una mirada.

Te he juzgado.
Sí, te he hecho reo
del fuego,
de la locura,
del no saber,
de la duda
que es aguja
ciega de la noche.

Dicté tu sentencia: indiferencia.


Cargué mi ira: todo es mentira.
Olvidé tu nombre: sólo un Hombre.
Caminé en el abismo: me da lo mismo.

Y entonces te vi,
Jesús, hecho dolor retorcido,
culpable de maldad sin tacha,
bebiendo la injusticia
con la esponja de tu alma.

Y Tú en tu trono vertical de madera.


Y Tú el Rey de los judíos.
Y Tú con el cetro de caña,
Y Tú con la Ley esculpida
por espinas de acacia
y tatuajes de hierro.

38
La Ley humana, con su tinta roja,
va escribiendo renglones torcidos
que te surcan y esposan
cabeza, tobillos,
pecho, muñecas y espalda.

Y Tú con la corona de espinas,


sin una mirada propia o extraña
que no fuera de saña
o de lejos.
Y sigo sin entender.
Espero,
sin saber bien qué.
Agonizo contigo,
con el único juez y testigo
inocente
del dolor no compartido,
de la soledad insondable
que derrepente
te deja sin nombre y sin aire

Te asfixias...
¡Señor, te mueres!
Te aplasta la violencia,
el interés, la religión,
el fanatismo y la política
de la cobarde tradición.
Es el salto
al pozo negro de la muerte
que es ya parte de tu suerte,
Un último grito:
«¡Padre, es en tus manos
que entrego mi Espíritu!»

...Silencio, otra vez


el silencio...
EL SILENCIO.

39
Culpable. Me sé culpable
de no entenderte,
o de querer entenderte todo
sin mirarte antes a los ojos,
que ya son un anochecer
fuera del tiempo.

Como Machado y su viejo olmo,


esperaré aquí sentado
hasta que acabe tu invierno.
Sé que en este mismo trono de madera
tu dolor florecerá como un almendro,
y la injusticia se vestirá de azahares.
Y Tú, el Rey de Reyes,
borrarás todas las culpas.

Sé que, entonces,
bajo tu corona de luces,
me mirarás con esa mirada
profunda de siempre,
y me dirás al corazón:
«¡Amigo! no te creas otra vez solo,
que es tu soledad parte de mí mismo;
que el dolor que se te clava
no es un abismo
que nos separa,
sino el mal sueño del ayer
y lo falso del mañana.
¡Ven, amigo, ven!».

Y yo iré otra vez, avergonzado, cojo y torpe,


saltando ágil y feliz
en el doloroso vuelo azul de tus pisadas.

Sí, sé que yo también gritaré:


¡El Señor ha resucitado!

40
El monte de la mirra

«El Señor es mi fortaleza, que hace mis pies como de ciervas,


y en mis alturas me hace andar» (Habacuc)

Corren sobre los montes


catorce gacelas blancas
que responden por tu nombre.
Pero la última primavera
floreció una rosa negra,
entre las promesas
de futuras enredaderas,
de gladiolos y albahacas.

¿Quién enterró esta semilla?


¿Quién regó con hiel la planta,
quién hizo su savia negra
y su raiz extraña?

Corre sobre los montes


el viento del solano.
Está la tierra yerma
y el corazón de bronce,
como la pradera,
como las noches
que son eternas.
Como el llanto contenido
entre los párpados.

¿Quién golpeó en el yunque el alma


hasta derretirla,
hasta quebrantarla?
¿Quién hizo del dolor la forja
del oro y de la plata?
Corre en el aire un canto
de flauta travesera.
Es una canción que habla

41
de triunfos y promesas,
de pétalos negros transformados
en amatistas y diamantes,
en ónices y esmeraldas.
Salta sobre los valles,
recorre los collados...
es la voz de Jesús, del Amado,
que busca en el monte de la mirra
el costado traspasado y la mano herida,
la dulce compañía de Su amada.

42
Oración del alba

Cuando cada mañana sale el sol


con su péndulo de bronce,
¡gracias, Señor, porque en su luz
se esconde
una nueva promesa de tu amor!.

Gracias, oh Dios, gracias


por tenerte cada día,
porque eres compañero fiel y guía.
Porque siempre me das alas
al final de la fatiga,
porque tu voz nunca se cansa
ni tu compasión se acaba.

Gracias, oh buen Dios,


Dios de los universos, Rey de las galaxias,
Príncipe de las eternidades,
Señor de los silencios siderales.
Tu trono es de estrellas
y hasta el tiempo te rinde su esencia.

Y Tú, Jesús, Rey de reyes,


dueño de cada parte y de cada todo,
Tú has pisado esta Tierra,
y has pedido, misterio de misterios,
que sea también mi corazón tu trono.

¡Señor Jesús, ven y, te lo ruego,


reina!

43
En el fragor de la lucha

A ti y a mí me dirijo,
y a los que hayan de leer estas palabras;
a los que se encuentran en el camino
buscando una salida, a la raza humana.

Si caminas bordeando los abismos


de tu propio interior, de tu persona,
¡felicidades!, ¡estás vivo!,
y vivir es saber que hay un mañana.

No otees hacia los lados


para asustarte de las sombras,
ni hacia los tiempos pasados
para mirar tus huellas rotas.

Afronta el desafío diario


que contiene la muerte o la victoria.
Enfréntalo sin temor, sin pensarlo,
que éste es el momento de tu historia.

Camina despacio, pero no dudes.


Camina sin tregua, pero no corras.
Que dudar es el inicio de la muerte,
y correr no hace adelantar las cosas.

A pesar de ser gladiador de la vida,


rectifica, si te engañas a ti mismo.
Recuerda que siempre, más allá de tu retina,
conviven juntos gigantes y molinos.

Aprende a disfrutar de tus amigos,


a saborear el triunfo del momento,
a agradecer la sonrisa sin motivo,
a dar lo que no te será devuelto.

44
Gózate en la paz cuando te llega.
Envuélvete en el fragor de la lucha.
Duerme cuando vengan las estrellas.
Despierta, si la voz de la vida escuchas.

Te digo todo esto no por capricho,


ni por ser sabio.
Te lo digo porque Él hizo el Camino
dejando la luz en sus pisadas,
marcándolo con un reguero
de sangre y flores de Pascua.

El es la rosa roja de los vientos,


el que te guía sin tú saberlo.
El que es verdad hecha hombre,
quien sabe de la savia de tus labios,
y de la traición escondida en un beso.

«Yo soy el que soy» es su nombre,


el nombre de Jesús de Nazareth.
El que encuentra a los buscadores,
para llevarlos, de su propio laberinto,
a la luz infinita de su espacio.

45
Luces y sombras

Si las luces de la noche


se hicieran gargantas de lobos...
descansaré, Señor, en Ti sólo.
Será Tu palabra mi guía,
y tu compañía
más fuerte y segura que el roce
de la oscuridad en mis ojos.

No sé, mi Dios, para qué me tienes


aún rondando entre las horas,
guerreando entre las noches y los días.

Pero, Tú lo sabes, quiero que al cierre


de este gran teatro de mentiras,
puedas decirme «Corriste hasta el final el camino,
erraste muchas veces, pero tienes la corona de la vida».

Y ya, por siglos de luces, vivir contigo


en el constante caminar de Tu persona.

46
Yoshúa

Yoshúa es el nombre del Mesías.


El que vino en la gloria de un pesebre
para sentarse en un trono de maderos,
con corona de dolor y espinas.

Él es el Señor de estaciones y meses,


el dueño de toda la Tierra.
El que dirige con su pensamiento
el orden y el balance de la vida.

Él es el que es. El que siempre ha sido.


El que permanecerá
cuando todo parezca un sueño,
cuando la muerte se vuelva real
y la verdad humana pesadilla.

Él es quien está tan cercano


que se hace música en el silencio,
mientras se mece el recuerdo
en el laberinto verde del olvido.

Él vive como vive la luz en el cielo,


como viven en el mar las aguas.
Él es el Rey de los reyes de la historia
y el amigo que se da en cada palabra.

¡Yoshúa es Dios!
El Dios admirable y temible,
hecho amor ilimitado,
hecho Hijo del Hombre
muerto y devuelto a la vida.

¡Ante Ti se doble toda rodilla,


y toda lengua confiese
que sólo Tú eres Dios!

47
El camino

Señor,
Tú me abriste el sendero de la vida
a través de tu alma derramada,
de tu persona rota sumergida
en la muerte y el dolor sin esperanza.

Hoy proclamo que, aunque todo se derrumbe,


Tú eres mi fuerza y mi victoria.
Mi alimento es la miel de tu Palabra dulce,
que contiene el sabor de la muerte y de la gloria.

Creo en Ti, en Tu amor y en Tu justicia,


y aunque no entiendo por qué Tú me elegiste,
por encima de todo, en luces o sombras,
Tú serás mi brújula y mi antorcha.

Hoy, Señor,
muero en la cruz, contigo,
a todo lo que de Ti me separa.
Y con Tu fuerza entro en el camino
que eres Tú, Jesús, Dios vivo,
Rey de reyes, Señor y dueño de mi alma.

48
Principio y fin

Cuando era niño, y lloraba,


sin saberlo
lloraba Tu nombre.
Era una ausencia invisible,
como un aura tenue .
que se me escapaba.

Ahora sé que Tú tenías y tienes la respuesta


a cada trozo de pregunta rota,
a cada desgarro del alma,
a cada jironcillo de pena.

Ahora sé que guardaste mis sueños perdidos,


recónditos y añorados,
en el mar de los silencios azules,
en el aljibe de lo infinito.

Ahora sé que Tú tenías y tienes


el principio y el fin de mi vida.
Que para Tí todo es constante
en la melodía que toca tu mano
con dedos de siglos.

Ahora sé que todo está en Tí,


y que de Tí todo depende:
mis horas, mis recuerdos sin nombre,
mi risa y mi llanto.
Todo está en tu Libro de Amor grabado:
mi presente, mi futuro y mi pasado.
Por eso,
sólo en Tí, mi Dios, confío y espero,
sólo en Tí, Padre mío.

49
Dominus Iesus (Señor Jesús)
1

Señor Jesús, y las hogueras


para los herejes cristianos.
Sal para sus tierras,
tortura al condenado.

Señor Jesús en las almenas,


con las espadas en alto,
por dos palmos apenas
de la Tierra Santa de tu patio.

Señor Jesús, y tu sangre


en un río de sangre humana,
clamando por los perdones
que sabes que nunca llegaron.

Señor Jesús, qué lástima,


tu nombre en latín marcado
para llamar otra vez
vino al agua
y Roma al cristiano.

Señor Jesús, perdónanos,


por este “monopolio santo”
de tu patente registrada
en el Calvario.
¡Qué precio pagaste, tan alto,
para un uso tan vil, tan bajo!

Señor Jesús, que tu nombre


sea el nombre que nos una,
no en un pulso de hombres
que defienden sus capillas,
sino en la verdad última
de la noche,
en silencio y de rodillas.
1
En “homenaje” al documento elaborado por Ratzinger del mismo nombre

50
51
52
III El que anda en el desierto

53
54
El que anda en el desierto

¡Mirad! ¡Soy el que anda en el desierto!.


Mi cabeza se flanquea de blancas dunas,
y es de arena cada uno de mis huesos,
como la totalidad de mi arquitectura.

Camino, y aún no sé por qué no me derrumbo.


La esperanza es un horizonte inalcanzable.
Cualquier camino es perder el rumbo;
y esperar el espejismo mortal de un oasis.

No encuentro un solo apoyo, refugio o amigo.


Estoy y me sé solo. ¿Solo?
Ni siquiera eso. En el aislamiento en que vivo
soledad es la simple metáfora del oscuro todo.

Porque cuando de verdad se ahonda el desierto,


y te engulle, y continuamente te rompe
contra una pared de silencio y luz,
descubres el terrible y oculto misterio:
la verdadera soledad no tiene nombres.
¡Ni siquiera mi nombre! Sólo el tuyo, Jesús.
Pero no sé en qué lugar de mi te escondes,
ni cuánto más aguantaré arrastrar mi peso,
que me ancla en una pesadilla sin fin
mientras ando sobre la ceniza viva de mi tempo.

¡Miradme! Soy el que muere en las manos de Dios,


mientras, como último recurso, compongo versos
esperando que El, leyéndolos, se apiade de mí.

55
Ansiedad de Dios

Junto a mi casa, en el rígido embrión


de una arquitectura desolada,
y a la misma hora cada madrugada,
todos los perros, desesperadamente,
ladran a la pupila blanca
del cielo-noche.
Es una jungla
de ecos y de colmillos que hienden,
como arrecifes blancos, el viento
arremolinado y frío.

Gimen largamente,
en el violín de sus gargantas,
una estremecedora cantata de angustia
desde más allá de sus corazones y su tiempo.

Me estremece su coro ronco y animal,


me arranca de todo pensamiento
y me arroja en un valle nocturno
y prehistórico, donde los universos
se expresan en impulsos
de una ley astral y destructora.
Instantáneamente todo termina.
Una acerada batuta
enmudece ecos, acorta voces,
hace explotar el silencio atronadoramente.
Los corazones expanden y contraen sus cúpulas
a un nuevo compás,
hasta formar un cerco inexorable.

Sólo una estrella parece escapar, temblando,


fuera de todas las quietudes.
Y yo quisiera, cascabel y plata,
permanecer inmemorial con esa estrella.

56
Yo no quería ser Sol

Yo no quería ser sol, sino luna.


Aunque en la sangre me corrían
estrellas,
y me ardía una llama de siglos
por entre las acequias rojas
de mis venas.
Pero no quería ser sol, sino luna.

Ya me lo avisaron los girasoles


una noche
en que los relojes no tenían agujas:
Ten cuidado, niño,
mira, que sólo se ven penumbras!...
Pero yo no quería ser sol, sino luna.

Y me puse zapatos de plata,


y busqué una guitarra de cuerdas noctámbulas
para cantar en horas de vela,
junto a los faroles
de la Universitaria.
Porque no quería ser sol, sino luna.

Las luciérnagas gritaron,


entre los resplandores
de la oscuridad horadada.
Vete deprisa, vete!
Pero las miraba sin oírlas,
No sabían
que estaba en mis trece
de que, definitivamente,
no quería ser sol, sino luna.

Y se me fueron haciendo de pedernal


los labios,
y en mis ojos enraizaron penumbras.

57
Sueños locos de juncos rotos
rodearon mi cuna.

Porque no quise ser sol, sino luna.

58
El chivo expiatorio

Jesús, me hiciste libre para soñar mi dolor,


pero no para vivirlo.
Me preparaste para mirar el puñal,
pero no para asistir al final
de la trayectoria de su círculo.
Me construiste fiel al ideal,
pero minúsculo
ante la auténtica adversidad.

Sabes bien que


estoy mortalmente herido.
Soy un pequeño y marginal
náufrago que ha roto sus vínculos,
que camina en la estela del riesgo,
en la seguridad de fracasar
sin remedio, sin asilo,
sin medida, y sin sentido.

Hundido, paseo mi absurdo


ante el teatro estelar
y transitorio,
que busca adjudicar su chivo
expiatorio...
justificar su particular historia,
para mantener la gloria
del humano que se cree divino.

Extraña mezcla.
Purgatorio
al que es sincero.
Psicosis religiosa
de unos pocos
Para el resto,
vacuna y supositorio
contra el sida
de pensar las cosas...
59
No espero ni quiero entenderlo.
Pero Jesús, es verdad
que este dolor contigo
está al menos compartido.

Ni lo rompes por su mitad,


ni puedes dividirlo,
pero haces que su ecuador
gire y contigo coincida;
esperando en tu abrazo
el milagro
de otro nuevo amanecer
sin maldad,
sin flores que escondan
espinas.

60
De la nueva libertad (Soneto)

Cuento ya, día a día, y año a año,


cuatro decenas de sueños e historia
que juegan a veces en mi memoria
a ser reales o farsas de antaño.

Cercan de mi vida cada aledaño;


ya no soy sólo yo, giro en la noria
que entronca mi pena con mi gloria...
van mezcladas en un sólo rebaño.

¡Hay que ver! parece que fue sólo ayer


cuando buscaba compases de pasos
que me dieran destierro de mí mismo.

Y hoy, descubro la libertad de ser


tren en la línea que vuela el abismo
sobre los railes de mis fracasos.

61
Ahuyentando soledades

Hoy escribo ahuyentando soledades.


El tintero del firmamento delinea
manchones negros sin estrellas.
Salpica mi ausencia con calles,
con renglones que van a ninguna parte.
La soledad está en el aire.

Escribo para escucharme y saber


si aún gorgotea el pozo de mi alma,
a pesar del estío que me fragua
en el molde del ser o no ser
Golpes de silencio contra el yunque de la fe.
La soledad está en la sed.

Escribo para que alguien sepa


que nunca en la noche dan las dos,
sin que antes me clave el reloj
sus aceradas y rutinarias flechas...
el tiempo pasa, la soledad queda.
La soledad está en la espera.

Escribo porque es una forma de orar,


con mi pluma muda levantada al cielo,
volcando en el dique seco de este mar
palabras, sentires, fragmentos,
sílabas del lenguaje universal
de la frágil inmanencia.
La soledad está en mi esencia.

Varado en este océano, sin vientos ni corrientes,


del que tú, oh Dios, me has hecho
náufrago y capitán,
me aferro a tu Palabra y mi conciencia
como brújula ardiente,
como único asidero.
La soledad está en el tiempo.

62
Quisiera pedir perdón

Quisiera pedir perdón.


Decir que me arrepiento de mí
(sin disculpas, penitencias ni remiendos),
y de quien yo soy,
cuando llega el tiempo de quitarme, a solas,
la máscara ante el espejo.

Quisiera gritar que me pesa mi pasado,


no sólo por la siembra del dolor propio y del ajeno,
también por la larga espera de lo que no hice.
Y por la mentira que escondí,
y la fecha del deber de amar
que nunca llegué a escribir en mi agenda.

Quisiera pedir perdón.


Llorar, oh Dios, en tu hombro de hombre.
Saber que Tú sentiste mi dolor,
recibir Tu perfecta paz, que se me esconde
entre los repliegues de mi autocompasión
con traje de pobre.

Quisiera... pero no sé
cómo variar de una vez mi rumbo,
dejar de seguir, entre renglones torcidos,
escribiendo tumbos
en las páginas de mi historia.

Quisiera convertir mis pasos en surcos


que siembren mi ayer
en promesas futuras de azahares puros.

Quisiera...

63
El aislamiento irrenunciable

Este aislamiento irrenunciable


(que de tan mío me pertenece),
ha llegado a ser el hálito que me invade,
que me da vida y me sumerge
en la dependencia
de mis propias soledades.

Este vuelo de alas que me acarician


y me golpean
(y para el que no encuentro descanso,
ni solución, ni una simple quimera
que me haga soñar y olvidarlo),
me ha llevado a la conclusión terrible
de ser mi propia existencia.

Volar sin fin, volar siempre


más alto,
hacia la cumbre de mi derrota,
hasta la cúspide del silencio,
encarcelado
entre las alas de sueños abiertos y rotos,
que llevan al miedo
del alto páramo sin referencias ni horas.

En la antesala de la soledad de la noche


he encontrado la mía propia,
y he sabido, al menos, reconocer
que ha sido siempre parte de nuestra historia.
De Tu historia y de mi historia.

64
El laberinto

La mentira se hizo plomo derretido


y agujereó las paredes de mi alma
en una inmensa calavera:
«Muerte, anuncio muerte».

Se enredó en eslabones retorcidos


de asfixia y miedo,
y llegó hasta la luz en sus fronteras:
«Ciego, te he hecho ciego».

La mentira se hizo mía, y yo suya.


No la quiero, pero pertenezco
a sus dominios.
No la amo, pero deseo la locura
de su sueño.

¿Quién, quién me librará de este mundo


de mentira y muerte?
¿Estoy realmente solo,
atado a este péndulo que oscila
entre el vacío de la gente?

¿Hay alguien aquí, en el horizonte de la noche,


en la antesala de lo irreal, en el absurdo
de verme, en este espejo que es la vida,
con mi alma y mi rostro deformados y vacíos?

¿Hay alguien, Dios mío?

65
El encuentro

Te llamé.
Un día pude llamarte.

Te dije: ¡Jesús!
y mis ojos fueron arroyos,
y mis manos palmeras.

Te perdí,
un día quise perderte.
No dije nada,
y mis labios se esculpieron de barro.
Mis pies se enredaron
en arenas de mareas llanas
y medusas transparentes.

Te encontré.
Un día me encontraste.
Te dije: ¡Señor!

Y mi vida fue tuya.


Y tu Todo y mi nada
se encontraron.

66
IV Jardinera de flores azules

67
68
Jardinera de flores azules

Hace más de veinte años.


¿Recuerdas... ?
Jardinera de flores azules,
de árboles de hogaño,
sembradora de ternura,
soñadora ciega,
mi pequeña.

¡Dile a las aves que era verdad,


dile al viento que lo extienda.
Cuéntale a las mariposas doradas
que, aunque ellas son fugaces,
aún existe el Amor eterno!

Aunque no venga de nosotros,


sino de la fuente que brota
de nuestra derrota.

Mi pequeña.

69
Ausencia

Cuando tú te fuiste
los dinteles de mi hogar
se llenaron de añoranza,
y los aledaños de nuestra puerta
se llamaron ausencia.

Todo era tu nombre y tu falta,


el eco mudo de tu presencia.

Cuando tú te fuiste,
las estrellas tuvieron
no sé qué brillo de mar
y fulgor de nácar.

70
Amada mía

Cuando tus ojos se hacen luz,


diríase que la luna ha bajado
hasta la orilla de tus párpados.

Cuando tus ojos se hacen luz


hasta tu sonrisa tiene destellos
de mar y de farolas.

Cuando tus ojos se hacen luz


se rompen las alas negras
que amenazan la esperanza.

Le pido a Dios que me dé la llama


que encienda el relámpago invisible
de tus ojos, amada mía.
!Mi amada!

71
El amor del alma descubierta

Mujer,
te habría dicho hace once años
que son tus ojos dos puñados
de la arena negra de Anaga;
que en tu alma yace un jardín
de tajinastes, retamas y dragos.
Que guarda tu piel el aroma azul
de aquellos días lejanos.

Quizás te habría dicho, hace cinco,


que nunca fuimos del todo extraños
ni del todo conocidos.
Que juntos descubrimos la belleza oculta,
esculpida entre la lava
del desierto azafrán de Ucanca.
La que se labró con el cincel
del silencio de las noches milenarias.

Pero hoy, mujer,


en este rincón de Paracuellos
que es nuestro hogar y nuestra casa,
quiero decirte que, además,
por encima de todo aquello,
eres ahora mi cuidado.

Ahora sé que el verdadero amor


rompe el límite de los sentimientos,
hasta dejar el alma al descubierto,
Desnuda, como la playa ante el océano,
como el mar volcánico bajo la arena
estrellada del firmamento.

Es un amor sin adornos ni secretos,


que reconozco, como un ligero peso,
entre mis más instranferibles soledades.
Entre mis auténticas soledades.

72
Esta noche tengo

Esta noche tengo


unas pocas lágrimas en mi ventana,
que a1umbran caminos nuevos.

Esta noche tengo


congeladas las horas,
con la luna de péndulo.
Esta noche tengo
tu presencia en la ausencia,
y sílabas que se desgranan
en tu recuerdo.

Asun,
esta noche tengo
el hueco de tu huella,
y el brocal de tu mirada.
Y no lo llena nada, nada...
Ni siquiera este poema.

73
El reencuentro

Sin saberlo y sabiéndolo ¡estábamos tan lejos!


Nos mirábamos, nos hablábamos, y sólo
había silencio, sólo miradas.
!Qué triste fracasar en el amor,
como una primavera estremecida
de frío,
como una playa estéril esperando un mar
que nunca deja el horizonte!.

Y llegó Dios.
Y tuvo que romper cadenas de bronce,
derribar murallas oscuras,
de tanto tiempo ya sin nombre,
Sólo Él podía. Sólo su mano,
sólo su Amor podía
equilibrar planetas desencajados
en órbitas cercanas de luz.
Sólo Él, sí, sólo Él podía.
Nadie más. Tú y yo lo sabemos,

No fue en un sólo día.


Con dolor, nuestras manos
se fueron uniendo.
Quizás nos parecía compasión,
o que no había más remedio.
Las pupilas heridas
miraron las cenizas.
No había nada sano, nada hermoso.
Y sin embargo, nos amamos.
Ágape. Amor de Dios. Amor inexplicable.
Barro que se quiebra, se funde y se moldea.
Semillas secas con raíces
nuevas que se abrazan.
Sé que no es bastante, lo sé,
Sé que tienen que florecer los almendros,

74
retoñar las rosas,
encenderse los incendios.

Mi flor, mi espejo, mi ola,


Mi amor, mi niña,
mi sonrisa, mi beso,
mi reposo, mi alcoba.

Porque sé que eres tan fuerte


como pequeña y frágil
(aunque no se lo digo a nadie),
amor mío, hoy, a diez de mayo,
le pido a Él que me dé lo que necesitas,
que me siga para ti moldeando.

Porque te amo
como nunca había amado.

75
Mujer, amada mía

No existe la magia química


de un momento loco.
Ni la física del arrebato.
Sin embargo,
más que nunca me sabe a poco
mirar tu sonrisa,
besar la foto de tu recuerdo,
dormir rozando tu cuerpo,
observar tu perfil de cordillera de lava
que acaba
de establecer el sueño.
Eres un trozo de Anaga
incrustado
en mi corazón.

Mujer, amada mia,


fiel
de mi balanza.
Mi niña.
Nunca podré agradecerte bastante
tu calor, tu amistad,
tu esfuerzo compartido,
tu entrega de madre,
tu entereza en los encuentros y desencuentros
(tan breves,
tan largos)
que es la vida, nuestra vida.

Más que nunca


me sabe a miel y gofio tu voz,
tu consejo, tu trabajo.
Compartimos el presente
y el pasado,
mirando juntos
al Dios nuestro y al futuro.

76
El mismo Dios que nos unió
bajo el vuelo del compás
de las cigüeñas,
entre el verde mar
(marea de pinos y abetos)
que rodea
la ermita del Espinar.

Hace ya veinte inviernos.


¿Recuerdas?

77
Un almendro ha florecido

Un almendro ha florecido
donde tu y yo nos besamos,
junto al pino alto y aquel banco.

Después de tantos años -veinte-


de vivir rompiendo sueños
que eran falsos,
de descubrir que los besos
también son barro,
después de tanto tiempo,
hoy,
a nueve de abril, primavera,
he vuelto a visitar
aquel viejo almendro florecido,
lleno de pétalos blancos.

Y he arrancado una flor


Y la he besado.

78
Me clavaste, amor, tu amor

Me clavaste, amor, el amor hendido.


Rompiste el cristal del recuerdo transparente
y se asomaron los fantasmas del miedo,
de la propuesta del quizás en vez del siempre.

Me clavaste, amor, tu amor dolido.


Sé que te quebraste en un golpe de soledad;
y tu dolor fue la flecha de un suspiro,
que me ha dejado sin tu aire y sin tu mar.

Me clavaste, amor, el amor oculto,


y ya no hallo aquella torre que construimos
entre besos, renuncias y susurros;
entre errores, aciertos y tres hijos.

Me clavaste, amor, tu amor roto en mi herida,


y ahora sólo veo el rojo de mi sangre
que no entiende de dolor ni de recuerdos...
sólo sabe que con ella y contigo se va mi vida.

Me clavaste, amor, tu amor como un cuchillo,


y me aferro fuerte a su hoja, desesperado;
pensando que es nuestra única salida,
aunque me corte poco a poco las manos.

Me clavaste, amor, tus ojos, tu voz, tu isla,


tu cintura, tu aroma, tu tiempo, tus pequeñas mentiras.
Me ahondaste tanto... tan, tan honda es tu huella,
que sólo le pido a Dios que pasado mañana, primavera,
cada trozo roto de amor sea una nueva semilla.

Me clavaste, amor, tu amor, y tan profundo,


que en mis sueños siempre confundo
tu dolor con mi alma, y mi calor con el tuyo.

79
Rosa del desierto

Surgiste ignota
entre la lava
de muchos nombres.
Hubieras podido llamarte Anaga,
y ser roca
que atalaya la masa del aire,
que se abisma en el vacío
del vértigo y de las olas.

Pudiste ser playa,


manto rendido,
alterno anhelo y suspiro
de ser ora firme muralla de tierra,
ora azul, espuma y océano,
encadenada al ritmo
de cada marea.

Pero elegiste ser acunada


por el viento y la arena,
vestida de fuego y frío,
joya
tallada entre aristas y dunas.
Fuiste rosa
de sol y luna.
Rosa del desierto.
Fiel, sólida, hermosa,
constante,
tajinaste dorado
del tiempo.
Perenne. Como tus besos

80
V Surcos y renglones de mi vida

81
82
El edificador insomne

Para Juan Antonio Monroy

Afinador de palabras solas,


que bajo el pulso de tu trato
se fueron haciendo gramolas,
espadas, incendio, arrebato
de tu sien a una pistola.

Te armaste de paz y ciencia,


los ojos en la mirilla de tu pluma.
Entre pedazos de cadencias
fuiste arte y parte de la suma
de ésta, nuestra historia evangélica.

Arquitecto de bóvedas de papel,


edificador insomne y constante,
amador amante y fijo de lo fiel,
escultor de la tinta y del talante
que es antídoto de la hiel.

Viste al hombre desde la perspectiva


de Dios, y desde la posición serena
de tu igualdad humana desmedida.
Fue para ti cada alma una página abierta
donde sembrar la Palabra divina,
donde labrar las promesas eternas,
en los surcos y renglones que la vida
nos va escribiendo, con sus yuntas parejas
de doce bueyes incandescentes y lilas.

Juan Antonio: río, fuente, cántaro,


torbellino, relámpago, aluvión.
Se remansa el impacto de tu paso,
se serena el desafío de tu voz,
y se me antoja que, entonces, los álamos
son más cercanos a la vertical de Dios.

83
La voz del pueblo

Recordando a Henar Corbi

Es en El Bierzo,
cerca de las minas.
Franco ha muerto.
Te escuchan los mineros
del brazo de sus hijas,
de las hijas del pueblo,
de las otrora niñas de tu escuela.

Son las que aprendieron contigo


la prohibida Marsellesa,
en la enseñanza clandestina
de una maestra de pueblo.
Son ahora mujeres florecidas
en ramilletes con lazos blancos.

Tu propia voz te golpea


como un fecundo arado,
como una lanza
de esperanza,
como una tea
que arde en llamaradas
de amapolas rojas
por entre los sembrados.

Recitas más de corazón que de memoria.


Tu camino recorre
el redoble
de los aplausos que son tambores.
Eres la voz audible del corazón del pueblo.
Tiemblas desde el alma a la garganta,
como una hoja al viento:
«Hoy recuperamos la palabra;
decimos en voz alta lo que pensamos,
sin temores.

84
Sabíamos lo que éramos,
pero hoy proclamamos lo que somos,
por fin rompemos el silencio
y el miedo a hablar».

Nunca olvidaste aquel día,


en el que viviste tu destino:
expresar la partitura oculta
de todo un pueblo.
Ese pueblo que ahora
te encuentras cada tarde
en el partido, en la chabola, en la calle,
y en los tres libros que ves
cuando sueña tu alma:
Sófocles, la Biblia y la diáspora de Israel.

85
Caminante de Machado

En el homenaje a José Cardona

Caminar como viendo al Invisible.


Ser Quijote;
pero soñando realidades,
al precio de cuarenta azotes
como parte del salario.
Valor en ristre,
caminante de Machado,
luchar por lo imposible
en el laberinto hispano
del Eco de «El nombre de la rosa»

Sabemos, lo intuimos,
que varias veces le cortaron las manos,
por arrebatar a sus señores y dueños
un poco de libertad religiosa,
En esos largos momentos
lo invisible se le hacía lejano.
Y se volvían frágiles los sueños...
de cristal, como los remos de su barco.

¡Gracias! don José Cardona.


Su trabajo no ha sido en vano,
ni en vano usted ha confiado
en Dios, que siempre le sostuvo.
Hoy emana de su alma - porcelana rota -
esta fragancia, sin ancestrales humos,
de la libertad nueva que respiramos.

86
El hueco vivo del silencio

Recuerdo de Jose Mª Martínez

Hasta en su apellido,
don Jose María,
fue usted humilde y comedido.
Martínez, un sonido castellano
fructificado en la penya,
siempre afincado
sin conflicto y sin ruido,
austero vocacional
del amor y del trabajo.

Siendo la vida un suspiro,


ha sido usted siempre
el hueco vivo del silencio,
discreto y atento
al rumor de hojas de libros y escritos,
que convierte en ideas vibrantes,
tajeas y tareas de un saber mesurado
firme y tierno.

Siempre le recuerdo
cogiendo con mimo la Biblia.
Luego la acaricia, la imanta
al paso reverente de su mano.
Su mirar explícito
dice tanto con los ojos,
que necesita usted pocas palabras
para transmitir luego
el peso de lo divino
hecho suyo
a través del barro humano.

Es usted qien es
por lo que hace,
por lo que calla

87
y por lo que dice.
Su misma estirpe
es su voz disimulada,
entre tonos que la enriquecen
y distinguen.

Todos sabemos que su papel es,


más allá de ésta y otras hojas,
un capítulo completo y amplio
del Libro del ser y del saber
de nuestro tiempo cristiano.

Por eso callaré ahora yo.


Ya es suya, don José María, toda la página.
Aunque, conociéndole,
sé que la dejará discretamente en blanco
para no destacar demasiado
en el papel
de hueco del silencio vivo y sabio.

88
El centenario de «El Porvenir» 1

En memoria de la obra y familia Fliedner

Al colegio centenario, hendido por el fuego,


en su identidad y arquitectura herido,
con las primeras lluvias del otoño madrileño
algunas páginas de gloria le han salido.

Antes que el derribo de la historia


te convierta en piedra inmóvil, voz callada;
antes que te llegue del olvido la victoria,
y sea tu centenario soledad urbana,
quiero anotar en la memoria
la gracia de este homenaje de tu siglo,
y decirte que mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
un milagro para ti, en ésta tu tardía primavera.

1
Paráfrasis del poema «Al viejo olmo», de Antonio Machado, leída en la
conmemoración del centenario del colegio «El Porvenir».

89
Se fue mi amigo Gonzalo

Para mi amigo Gonzalo Suárez Nieto

Te atrapó al final el jaco malo.


Malo contigo, malo con todos.
Todos lo vimos desbocado
pisotear tu sangre.
Sangre de mi sangre, Gonzalo.
Gonzalo, ¡ya sin ti, y tú sin nosotros!
Nosotros... los que esperamos en balde
que fueras el Mío Cid, o el ave fénix de sufrimiento y oro.
Oro et laboro, Gonzalo, pero no sirvió de nada.

Nada más marcharte te lloré sin prisas,


apresado en un rincón del alma.
¡Almacenaste tanto cariño
con tu cara de niño,
con tu ayuda en idas y venidas...
avenidas de amor con rumbo fijo!

Fijo que ahora nos miras


por una mirilla celeste y lejana
que tú mismo has arreglado,
y que se enhebra en una verja gaditana.
Gonzalo. Mi amigo Gonzalo.
¡Qué malo, malo, el pasado!
Pasado hoy, ¡qué bueno será el mañana,
cuando podamos otra vez abrazarnos!

90
Un niño ha nacido

Respirar doce veces por minuto.


Absorber las luces,
para integrarlas
en imágenes cercanas.
Bombear
veinticuatro
horas
cada día
la noria
roja
de la sangre.

Soñar con el rumbo


de la noche.
Dirigir impulsos,
coordinar
continuas
coordenadas.
Equilibrar millones
de gestos
y palabras.
Sopesar decisiones
en segundos.
Decidir el futuro
de quien eres,
de tu alma.

Te espera
la mayor aventura.
Inmensa, desafiante,
ardua.
Es el París-Dakkar
de aquí mismo.
La selva
civilizada.

91
La jungla
del mar
de ideas entrelazadas.

Y tú dirías,
si pudieras,
que quiénes
son estos locos
que te lanzan
a semejantes aguas.

Te los presentaré:
Él es tu padre.
Tu protector
indispensable.
Te quiso por un deseo de amor,
decidió olvidarse
un poco de su nombre,
para equivocarse y acertar
en ese papel de amar
que se llama padre.

Y ella es
hueso de tus huesos
y sangre de tu sangre.
Te dio de sí misma
todo lo que tenía.
Rompió su molde
cómodo de mujer
para ser, también,
por ti madre.

Y aquí está el tercer


implicado en tu suerte.
Quizás no lo ves
porque es
como el cristal
de Bohemia,

92
de tan puro
transparente.
Él es tu fuente
primera
y el mástil
de tu barco.

No estimó
el aferrarse
a su condición
de Dios por ti.
Se hizo esclavo
de los hombres por ti.
Entregó su dolor
y su vida rota por ti.
Obtuvo
ante la muerte
la victoria
por ti.
Para ser tu Dios
y tu esperanza
segura.

Por eso, en el comienzo


de ésta tu historia
y tu andadura,
le pedimos a Él que cubra
con sus alas tu cuna,
y con su Amor tu mañana.
Que Dios te guarde
y dé a tus padres
manos de alfarero
y corazón de fuego.
Para que seas barro
hecho alabastro,
recipiente de aceite puro
y continente de vino nuevo.

93
Enredadera loca

Sembraste hoy un ciprés


junto a la tumba de tu madre.
Sus raíces buscarán,
entre noches insomnes,
los recuerdos que enterraste.

Sembraste hoy un ciprés


junto a la tumba de tu madre.
Un rebaño de ovejas
iba manchando de blanco
la tierra ocre de sangre;
suspendiéndola en vertical
-velo de luz, topacio
y polvo-
contra la muralla del aire.

Sembraste hoy un ciprés


junto a la tumba de tu madre.
Por entre olivos y jazmines
se fue durmiendo la tarde,
recostándose en los adoquines
de tu casa, de tu calle...
Un rebaño de cuarenta ovejas
atraviesa siempre el valle
entre suspiros de hierbabuenas y romeros,
encalando sombras, surcos y silencios.
¡Silencios!

Sembraste hoy un ciprés


junto a la tumba de tu madre.
Entre la era y el es
se te perdió la existencia,
que buscas ahora, errante,
hasta que algún día de hogaño
tu ciprés se haga lanza

94
que atraviese las estrellas;
y se enrede entre tus manos
para que descanses con ella.

Silencios...
Entre lápidas, estatuas y losas
un pequeño ciprés sueña,
enredadera loca
de pesadillas y anhelos,
con unir
-campanario mudo de verdes cigüeñas-
el confin del cielo con la tierra.

95
El amor desposado

Si conoces el vuelo de los cisnes invernales,


ya sabes
que el viaje ciego del instinto,
aunque hermoso,
no tiene alma, ni verdadero destino.
Es únicamente el retorno
al círculo constante de lo escrito.

Si has gustado el tesoro tibio del cariño,


hasta que los ojos se rayan de ternura
y el tiempo se te antoja inexistente...
ya sabes
que en el lapso de un suspiro
se abre la puerta del Cronos,
y el tiempo vuelve, y vuelve.

Si tienes en el ecuador de tu muñeca


la huella de deberes y grilletes
que atan, pero no unen,
que obligan, pero no sienten...
ya sabes
que las imposiciones,
incluso las más sublimes,
son las pesadas alas de la muerte.

Pero si en tus ojos hay un rescoldo de luz,


y en tu corazón late aún una brizna de simiente,
es que has conocido más allá de ti.
Has recibido lo que nunca fue creado.
¡Dios te ha tocado!
y en tu mirada
hay un vuelo de cisnes,
una lágrima robada al discurrir del tiempo,
y la libertad de los amaneceres.

Has conocido a Jesús,


y el que ha conocido a Jesús, ama siempre.
96
Arroyo y olivo

Sé que fue en Miranda,


a las orillas del Ebro,
que el río supo de pasos
que anunciaban
huellas de un solo sendero.
El, olivo del olivar
de los Jiménez de Vallecas,
con la gorra de militar
y Dios en su bandera.

Ella, arroyo de los Rodríguez


de la castellana estepa,
con los ojos de soñar
y una esperanza secreta:
¡quién pudiera regar
al olivo de Vallecas!

Pasaron muchos años: siete.


El de Vallecas se hizo jinete
del galope de la vida.
Y para entonces la niña
aprendió a decir !vete!
a los sueños de mentira.

Vicente es ese hombre,


y la mujer... Ruth es su nombre.
Vicente y Ruth, Ruth y Vicente.
De repente
os vemos casi como extraños.
Porque ya no sois los de hace años,
ni siquiera los de hace un momento.
Desde hoy y para siempre
seréis ya marido y mujer.
Tú, Ruth, su arroyo fiel.
Tú, Vicente, olivo fuerte

97
que da fruto y sombra a la vez.
Seréis lagar, aceite y miel,
el uno para con el otro.

Pero nunca, nunca olvidéis


que no es un imán remoto
el que dispuso vuestro abrazo,
sino Aquel que es y será testigo
de la tierra que os da cobijo
y del cielo que hoy rozáis con las manos.

98
Se casan los novios

¡Silencio!
Asistid una vez más,
a lo insólito
de que el amor no se crea
ni se destruye,
sino que sólo se transforma.
Deja, por fin, de ser anónimo,
para llamarse como la Estrella Polar.

Es un navío que zarpa,


sin destino seguro,
entre el braceo blanco de las nubes,
salpicado del vuelo de la espuma,
bajo el rumor de las palomas
que en sus velas despliegan
un velo de novia.

Incluso hay momentos


en que el Amor arraiga en el nombre
de una palabra,
de un gesto, de una persona.

¡Silencio! por favor,


no dudéis.
Que la duda engendra muerte.

Sí, lo sé, el amor a veces duerme


(hibernado y como ausente),
entre la acerada rutina
que marcan
las cuatro paredes
de los relojes
que nos gobiernan.
Nos atrapan
(tantas veces)
las telarañas que hilan

99
sus dos agujas monótonas
y perfectas.

¡Silencio!
que la libertad siempre resucita,
y otra vez viene
de la mano de los novios,
de los que creen en el otro,
en el compromiso,
en el futuro,
en el riesgo valiente,
gratuito y generoso.

¡Silencio!
no estorbéis el milagro
de dos seres que se quieren.
Que se prometen promesas imposibles.
Que se descubren únicos
entre las huellas dactilares
de millares de gentes.

¡Silencio!
No es que sueñen: se aman.
No es que sean locos: se aman.
No es algo inevitable: se aman.

¡Silencio!
El amor no se crea
ni se destruye,
solamente se transforma.

Por eso, hoy, en este breve silencio,


celebremos el sueño loco e inevitable
de que el amor es el origen y fin de la vida,
la única realidad eterna y perenne
más allá del tic-tac del tiempo.

Dios es amor,
y el que ama, en Él permanece.

100
VI Un aroma familiar

101
Es en tus ojos, madre

En tus ojos, madre, es en tus ojos


donde leo la hondura de tu ser,
donde veo surcos dolorosos
con semillas que florecen como almendros.

Es en tus ojos, madre,


donde hay una oculta felicidad
que no se explica,
donde arraigan soledades infinitas
y una inmensidad de luz.

Es en tus ojos
donde se puede leer a Dios
en palabras nunca escritas,
donde mana una fuente de vida
cuando miras
con esa mirada de estrellas
que atraviesa la noche y los abismos.

Es en tus ojos, madre,


es en tus ojos
que reencuentro la esperanza.
Hasta en la voz de mi recuerdo
veo presentes tus ojos.

102
Luna llena

Durante nueve meses has llevado


una promesa que crece,
y las semanas han granado
de luna llena
la colina blanca de tu vientre.

Al llegar la hora rota,


se te ha partido el alma
en un llanto de niño
que te llamaba.
Luego, durante toda una vida,
has sido cobijo,
amanecer y savia.

Por todo eso, en este día


que multiplica tu nombre
hasta llenar toda la casa,
quiero que sepas, madre,
que fue Dios quien te hizo
sementera, estanque y alba.
Que es Él quien tiene la esencia
de la fecundidad de tu savia.
Que es lo femenino y lo materno
imagen de Su existencia,
orfebrería de Sus manos
Que ese Dios único y eterno
mantenga limpio tu espejo
que es de Su imagen reflejo.

Madre, que en tu ser beban


las generaciones sedientas
el agua que de ti no viene,
pero que por tu seno pasa.
El agua que a vida eterna permanece
y que no se seca en las gargantas.

103
El agua de la roca fuerte herida,
del amor roto, de trozos de vida
desgajados y en el Amor unidos.
El agua del Jesús resucitado.

104
Abuela

Abuela,
se te están escapando los años
por entre las madejas
de azahar perenne, florecido
en lo alto
de esta tu tardía primavera.

Tienes en tu alma, abuela,


el ayer de lirio;
y el hoy, tan inminente,
de niña asustada que espera
el barco de la noche,
tu espalda junto al muelle
de las montañas negras
de la muerte.

Abuela,
sabes que no sólo te quiero,
sino que también soy parte
de tu sol y de tu viento.
Que llevo dentro
algo de tu dulce burla,
y de tu risa.
Como llevabas tú
el cántaro de las fuentes
de tus mayores,
y las soledades de tu isla
de Puerto Rico.

Abuela,
lo que sé de cierto,
y me descansa,
es que tienes a Jesús
en el mástil de tu barco.
Él será la vela

105
que, en la hora desvelada,
te lleve al buen puerto
de la Jerusalén nueva.
Allí descansarás,
y me recibirá tu abrazo
el mismo día que yo muera.
Abuela...

106
Veo en ti un sueño de volcanes

A mi hija Rebeca

Veo en ti un sueño de volcanes,


de cordilleras rocosas,
un huracán de rosas,
una tormenta de arrayanes.

Te miro asombrado,
como el que mira el firmamento
siempre esperando o temiendo un eclipse,
una lluvia de meteoritos;
o el vuelo fugaz, la elipse
de una estrella boreal, el mito
cenital de los movimientos
desencajando costumbres y ritos.

Contemplo tu silueta, tu rostro,


y sé que estoy en el lado de mi orilla:
el padre ante el misterio de su hija,
la distancia exacta para saberme otro,
y a la vez espuma de tu estela.
Es la inexplicable lejanía
que sólo se rompe y encuentra
en nuestra risa
y en el sueño de tus sueños, Rebeca.

Veo en ti un sueño de volcanes,


de cordilleras rocosas,
un huracán de rosas,
una tormenta de arrayanes.

107
Tengo una espiga dorada

A mi hija Natalia

Tengo una espiga dorada que vuela con el viento,


Tan frágil como un diamante,
tan lejana como una princesa.
Lleva mi sangre y, dicen,
la cara de su madre.

Ríe sólo a veces, y en los ojos tiene


una mota de isla
que le llena toda la cara.
Es parte mía...
Se llama Natalia.

108
Hijo mío

A mi hijo Oliver

Hijo mío,
soy feliz de que estés conmigo.
Quizás pocas veces te lo diga,
porque a menudo se nos olvida
hablar de lo que es realmente importante.

Por eso, hoy, a ti y a todos los hijos,


y a los hijos de los hijos,
quiero escribir este poema.

No has venido por casualidad,


ni siquiera porque tu madre y yo
quisiéramos (que quisimos).
Tampoco porque haya un destino
o una fatalidad
que nos arrastre como el río
de un reloj de arena.

Tú eres porque Alguien que no conoces


te ha dado la existencia.
Alguien que tiñó de rojo
los vericuetos de tus venas,
y dio alas
al vuelo de tus ojos
y al latir perenne de tu esencia.

Hijo mío, a veces serás feliz,


aunque la felicidad no exista.
Otras descubrirás
que el verdadero dolor
no entiende de sonrisas.
Que la noche encierra secretos.
Que aunque tenemos amigos

109
no hay amigo perfecto.
Que tampoco somos los padres
el camino, ni la verdad, ni la meta.
Que nos equivocamos
aunque deseemos no hacerlo...

Hijo mío, porque te amo


me doy cuenta de que estás ante la vida,
y que la vida misma es un reto.
Pero quiero vivirlo contigo.
Quiero que caminemos juntos,
que aprendamos a perdonarnos
y a echarnos a veces de menos.
Hijo mío, quiero también que sepas
que hay un Padre bueno
que nos ayuda en el dolor,
que no se equivoca ni yerra.
Que es todo Amor y Verdad.
Que no mira lo que los hombres miran,
ni piensa como los hombres piensan.

Que tuvo en sus manos tu embrión,


y con ellas, en cruz extendidas,
otra vez, te espera
en un rincón
o una revuelta de tu camino.

Hijo mío, a Él te encomiendo y le pido


que sea tu mejor amigo,
y el Señor de tu existencia.
A Él, que sabe lo que sueñas
porque una vez, también, fue niño.

110
VII Tinerfe

111
112
Cordillera de Taganana

No sé qué tienes,
cordillera de Taganana,
que atrapaste mi corazón.
Lo perdí entre el vértigo
de tus locos recodos verticales de lava,
entre la bruma de tus abismos,
por las enramadas de laurisilva
que te coronan de esmeralda.

Tu alto túnel es el norte de mi historia,


la contradicción de mi vida,
de la vida: primero lava esculpida,
bella y dura,
luego un anuncio de prehistoria
exuberante y verde.
Todo termina en una larga oscuridad fría,
y un inesperado estallido final de precipicios,
bosque, azul, mangos, casas blancas, playa y brisa.

Cuando muera, seré como el silbo de tus cumbres,


mitad aire, mitad misterio, mitad nube...
Las tres mitades de lo imposible.

Mientras viva, treparé por las laderas de tus faldas.


Y, a menudo, pasaré el túnel de tu cima,
siempre esperando la sorpresa que me aguarda.
Siempre confiando en el estallido de la vida.

113
La playa de Almáciga

Taganana tiene una playa


de arena negra.
Es una mulata dormida
que baila
cuando las guitarras de espuma
tocan las cuerdas
de las gaviotas blancas.

Taganana tiene una playa


con dos arrecifes de lava.
Dos Roques, dos torres
que vigilan
la mole inmensa de Anaga,
y las explosiones de los farallones
azules del agua.

Taganana tiene una playa


escondida de la isla, abierta a Africa.
De día es un jardín de arena,
de noche, un balcón con una sirena
que a veces llora y a veces canta.

Los montes de Taganana


son la concha atlántica
de una perla negra
que se llama Almáciga.

114
Balcón del cielo

Dragones verdes de Tinerfe,


dragos rojos de las Cañadas.
Tajinastes de volcanes,
bosque de vida y lava,
arraigado en un mar de nubes.
Te bebes el océano
de las aguas de la Atlántida.

Balcón del cielo,


medida del horizonte curvo
de la esfera humana,
compás de batallas milenarias
de menceyes
que duermen en el trono
de tus faldas.

Mi tiempo es tan corto,


que sólo los brazos de este poema
pueden soñar que te alcanzan.

115
Llévame al mar cuando muera

Una ola es un poema,


dos olas una montaña,
tres olas la cordillera
de espuma de Punta Brava.

Llévame al mar cuando muera,


llévame al mar marinero,
que oiga atronar las gargantas
de los cañones de las mareas.

Un pino es una lanzada verde,


dos pinos, una araucaria,
tres pinos son esmeraldas
junto al cofre abierto de Ucanca.

Llévame allí cuando muera,


llévame guanche a mi patria,
que vea el vuelo de la luna roja
por los cielos azules de Masca.

Un beso tuyo es una promesa,


dos besos una orquídea blanca,
tres besos son nuestros hijos,
nuestro hogar, nuestro Dios, nuestra casa.

Llévame en tu corazón cuando muera,


llévame amor en mi amada,
que pueda besar tu suspiro
cuando despierte el alba.

Una oración es un ruego,


dos oraciones, espada.
Tres oraciones el reto
de la noche más larga.

116
Llévame, mi Dios, cuando muera,
llévate, por tu gracia, mi alma,
que junto a ti permanezca,
siempre mar. Siempre cielo, beso y alba.

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