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Mirad@zul
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Edita: Consejo Evangélico de Madrid
Consejería de Educación y Cultura
Título: Mirad@zul
Depósito Legal:
ISBN:
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Pedro Tarquis
Mirad@zul
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Para Asun,
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Presentación
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A modo de prólogo
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un futuro reino de gloria. «Como Machado y su viejo olmo, esperaré aquí sen-
tado hasta que acabe tu invierno. Sé que te veré de nuevo, porque Tú siempre
resucitas cuando llegan los jazmines y los pensamientos con cada primavera».
(Maldad humana versus justicia divina).
Poeta de soledades espantadas, aferrado a la compañía perenne de la
Palabra de Dios que le sirve de brújula, marcando el rumbo de su concien-
cia en el viaje de esta breve vida terrenal. «Hoy escribo ahuyentando soleda-
des... / Varado en este océano sin vientos ni corrientes, del que tú, oh Dios, me
has hecho naúfrago y capitán / (...) me aferro a tu Palabra y mi conciencia como
brújula ardiente, como único asidero,...» (Ahuyentando soledades).
Poeta que surca la noche obscura llena de laberintos interminables, de
silencios a tantas preguntas. A veces impulsado por tormentas que amena-
zan confundir su alma. «¿Hay alguien aquí, en el horizonte de la noche, en la
antesala de lo irreal, en el absurdo de verme, en este espejo que es la vida, con
mi alma y mi rostro deformados y vacíos? / ¿Hay alguien, Dios mío? / La men-
tira se hizo mía, y yo suya. No la quiero, pero pertenezco a sus dominios. No la
amo, pero deseo la locura de su sueño» (El laberinto).
Poeta de encuentros y reencuentros anhelados y vividos en Cristo, que
conforman y transforman su vida en la presencia de Dios. «Te llamé / Te
perdí, un día quise perderte... / Te encontré. Un día me encontraste. Te dije:
¡Señor! Y mi vida fue tuya. Y tu Todo y mi nada se encontraron»
(Encuentro).
Poeta que transpira aromas que hacen recordar, entre otros, a Miguel
Hernández, Machado o Lorca: cuando escribe a su esposa, hijos, madre,
amigos; cuando hace uso de la metáfora; cuando emplea su paleta amplia
de palabras pinceladas, que dan colorido y formas a paisajes y a momentos
inolvidables, vividos en ambientes y climas distintos, espantando así el fan-
tasma de la monotonía que amenaza toda obra poética.
Son bellísimos, entre otros: el que escribe sobre su esposa y que titula
«Amada mía»: «Cuando tus ojos se hacen luz hasta tu sonrisa tiene destellos de
mar y de farolas».
El que escribe y titula «Tengo una espiga dorada», donde hace un alar-
de de síntesis poética, exquisitez inusitada, al definir a su hija mayor,
Natalia. «Tengo una espiga dorada que vuela con el viento, tan frágil como
un diamante, tan lejana como una princesa. Lleva mi sangre y, dicen, la cara
de su madre».
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El que evoca a su hija Rebeca (Veo en ti un sueño de volcanes), donde lo
poético es casi profético, describiendo una personalidad que con el tiempo
se ajusta cada vez más a la visión poética: «Veo en ti un sueño de volcanes, de
cordilleras rocosas, un huracán de rosas, una tormenta de arrayanes».
El que dedica a su hijo Oliver, recién nacido, también titulado «Hijo
mío», de contenido extenso y que recuerda a los proverbios bíblicos del
pueblo judío: «Hijo mío a veces serás feliz... / Hijo mío quiero también
que sepas... / No has venido por casualidad,... / Tú eres porque Alguien
que no conoces te ha dado la existencia. Alguien que tiñó de rojo los veri-
cuetos de tus venas, y dio alas al vuelo de tus ojos y al latir perenne de tu
esencia».
El que compone para su madre, centra su atención en sus ojos, como reza
en su título «Es en tus ojos, madre». Aquí el poeta mira con ojos de hijo a una
madre que lo tiene todo en su mirada. «En tus ojos, madre, es en tus ojos donde
leo la hondura de tu ser, donde veo surcos dolorosos con semillas que florecen como
almendros. / ...Hasta en la voz de mi recuerdo veo presente tus ojos».
O el que escribe a su amigo Gonzalo recién fallecido. Poema que estre-
mece al leerlo y revela el aprecio profundo que el poeta ha llegado a sentir
por un gaditano de cuna, atrapado por un virus de muerte, casi marginado
por la sociedad, pero huésped distinguido en el corazón del poeta. (En
Cristo se puede querer así). «Te atrapó al final el jaco malo/ malo contigo,
malo con todos./ Todos lo vimos desbocado pisotear tu sangre... / Nada más
marcharte, te lloré sin prisas, apresado en un rincón del alma».
Poeta retratista, de trazos precisos y abundantes, que busca (con acier-
to) dar a conocer el alma de los que posan en su corazón. De Henar
Corbi dice: «Te escuchan los mineros del brazo de sus hijas...», de José
Cardona «Hoy emana de su alma, porcelana rota...», de Juan A. Monroy
«Te armaste de paz y ciencia, los ojos en la mirilla de tu pluma...», de José
Mª Martínez «...su papel es... un capítulo completo y amplio del Libro del
ser y del saber...».
Concluye este poemario con un espacio dedicado a su tierra natal. En su
primer poema habla con la cordillera de Taganana. «No sé que tienes, cordi-
llera de Taganana, que atrapaste mi corazón». Y termina con otro titulado
«Cuando muera», que es una diadema de versos preciosos, apoteosis creada
para un final de conmovida entrega al Dios de «mar, cielo, beso y alba».
«Llévame al mar marinero... / Llévame allí cuando muera, llévame guanche a
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mi patria,... / Llévame, Dios, cuando muera, llévate, por tu gracia, mi alma,
que junto a ti permanezca, siempre mar. Siempre cielo, beso y alba».
En Pedro hallamos al poeta sorprendido, observador, necesitado, espe-
ranzado, salmódico, proverbial, periodista, que sabe de frustraciones,
desalientos, soledades, encuentros, amores, ausencia, amor desposado,
amistad, familia, esperanza, oración... Sin lugar a dudas, nos hallamos
ante un poeta que escribe de lo vivido, robándole tiempo al tiempo,
velando la noche con ojos de ave nocturna y manos de pluma ligera. Este
es un buen libro de versos que, como dijo Luis Fernández Ardavín (en su
elogio de la poesía), «es como un buen amigo en cuyo corazón hemos busca-
do abrigo, y que va con nosotros sin desplegar los labios». Que sea así para
todos los que lean este poemario.
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Índice
I Sed de justicia
1. Sed de justicia 21
2. Tragedia del alud de Biescas 23
3. El Rey en la Celsa 25
4. Indiferencia 27
5. Asesinato de un ertzaina 28
II Mi Padre nuestro
6. Mi Padre nuestro 31
7. No sabía nada 32
8. Preguntas y respuestas 33
9. Ven 35
10. Maldad humana versus justicia divina 36
11. El monte de la mirra 39
12. Oración del alba 41
13. En el fragor de la lucha 42
14. Luces y sombras 44
15. Yoshúa 45
16. El camino 46
17. Principio y fin 47
18. Dominus Iesus 48
17
26. El aislamiento irrenunciable 62
27. El laberinto 63
28. El encuentro 64
VI Aroma familiar
50. Es en tus ojos madre 100
51. Luna llena 101
52. Abuela 103
53. Veo en ti sueños de volcanes 105
18
54. Tengo una espiga dorada 106
55. Hijo mío 107
VII Tinerfe
56. Cordillera de Taganana 111
57. La playa de Almáciga 112
58. Balcón del cielo 113
59. Llévame al mar cuando muera 114
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I Sed de justicia
21
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Sed de justicia
Cuando la injusticia
(de tan real casi imaginaria),
te pese en el infiel de la balanza
que equilibra su cruz asimétrica,
notarás cómo todo tu peso no alcanza
a igualar la terrible métrica
de su canción lógica y arbitraria.
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descubrirás una sed vital,
más necesaria:
la sed de justicia, la sed que fragua
la arquitectura honda de tu vida.
La sed que sólo sacia el manantial
de la sangre del único inocente,
Todopoderoso e impotente,
por tí y por mí masacrado.
Es la sangre del Mesías,
del judío torturado
bajo el látigo romano.
El ha roto a la injusticia su cetro,
entre el hierro de sus manos
horadadas
y el yunque del perdón de su boca.
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Tragedia del alud de Biescas (7 - 8 - 96)
La muerte es ya siempre
una osamenta de barro
entre esmeraldas.
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Anfora rota, camino gris vacío de carros
y guirnaldas.
26
El Rey en la Celsa 1
No salió en televisión,
ni escribió un solo libro.
Ni fundó ningún partido,
ni creó una religión.
27
¡Y es Navidad!
¡Qué locura de fiesta!.
¿Qué podemos celebrar, señores?
¿Queda aún algún motivo?
Sí, no se asusten, aquel Niño
aún cambia los corazones.
Jesús es Navidad.
Gloria a Dios en las alturas./Y en la tierra paz./
Para con todos los hombres/ paz y buena voluntad.
1
Con motivo de una visita (cercana a la Navidad) que realizó Juan Carlos, rey de España,
al barrio marginal de la Celsa.
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Indiferencia
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Asesinato de un ertzaina
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II Mi Padre nuestro
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Mi Padre nuestro
Padre nuestro
que estás en los cielos
de nuestro horizonte.
Santificado sea tu nombre
de los religiosos que son ateos
y de los errores
e imposiciones
de quienes creemos.
Hágase tu voluntad,
así en los cielos
como en la tierra,
por encima de credos
y de los que negocian tu nombre.
El pan nuestro
de cada día
dánoslo hoy,
y que nosotros también lo demos.
Silencios.
Los borbotones de silencios
se me escapaban...
lloraba.
Yo no sabía, no sabía
que los silencios llaman.
No sabía
que las palabras que no se dicen,
las que no sabemos,
son las que hablan.
No lo sabía.
No sabía nada, nada.
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Preguntas y respuestas
35
¿Hay un Dios que dé vida
cuando la vida se escapa?
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Ven
37
Maldad humana versus justicia divina
Te he juzgado.
Sí, te he hecho reo
del fuego,
de la locura,
del no saber,
de la duda
que es aguja
ciega de la noche.
Y entonces te vi,
Jesús, hecho dolor retorcido,
culpable de maldad sin tacha,
bebiendo la injusticia
con la esponja de tu alma.
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La Ley humana, con su tinta roja,
va escribiendo renglones torcidos
que te surcan y esposan
cabeza, tobillos,
pecho, muñecas y espalda.
Te asfixias...
¡Señor, te mueres!
Te aplasta la violencia,
el interés, la religión,
el fanatismo y la política
de la cobarde tradición.
Es el salto
al pozo negro de la muerte
que es ya parte de tu suerte,
Un último grito:
«¡Padre, es en tus manos
que entrego mi Espíritu!»
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Culpable. Me sé culpable
de no entenderte,
o de querer entenderte todo
sin mirarte antes a los ojos,
que ya son un anochecer
fuera del tiempo.
Sé que, entonces,
bajo tu corona de luces,
me mirarás con esa mirada
profunda de siempre,
y me dirás al corazón:
«¡Amigo! no te creas otra vez solo,
que es tu soledad parte de mí mismo;
que el dolor que se te clava
no es un abismo
que nos separa,
sino el mal sueño del ayer
y lo falso del mañana.
¡Ven, amigo, ven!».
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El monte de la mirra
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de triunfos y promesas,
de pétalos negros transformados
en amatistas y diamantes,
en ónices y esmeraldas.
Salta sobre los valles,
recorre los collados...
es la voz de Jesús, del Amado,
que busca en el monte de la mirra
el costado traspasado y la mano herida,
la dulce compañía de Su amada.
42
Oración del alba
43
En el fragor de la lucha
A ti y a mí me dirijo,
y a los que hayan de leer estas palabras;
a los que se encuentran en el camino
buscando una salida, a la raza humana.
44
Gózate en la paz cuando te llega.
Envuélvete en el fragor de la lucha.
Duerme cuando vengan las estrellas.
Despierta, si la voz de la vida escuchas.
45
Luces y sombras
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Yoshúa
¡Yoshúa es Dios!
El Dios admirable y temible,
hecho amor ilimitado,
hecho Hijo del Hombre
muerto y devuelto a la vida.
47
El camino
Señor,
Tú me abriste el sendero de la vida
a través de tu alma derramada,
de tu persona rota sumergida
en la muerte y el dolor sin esperanza.
Hoy, Señor,
muero en la cruz, contigo,
a todo lo que de Ti me separa.
Y con Tu fuerza entro en el camino
que eres Tú, Jesús, Dios vivo,
Rey de reyes, Señor y dueño de mi alma.
48
Principio y fin
49
Dominus Iesus (Señor Jesús)
1
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52
III El que anda en el desierto
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54
El que anda en el desierto
55
Ansiedad de Dios
Gimen largamente,
en el violín de sus gargantas,
una estremecedora cantata de angustia
desde más allá de sus corazones y su tiempo.
56
Yo no quería ser Sol
57
Sueños locos de juncos rotos
rodearon mi cuna.
58
El chivo expiatorio
Extraña mezcla.
Purgatorio
al que es sincero.
Psicosis religiosa
de unos pocos
Para el resto,
vacuna y supositorio
contra el sida
de pensar las cosas...
59
No espero ni quiero entenderlo.
Pero Jesús, es verdad
que este dolor contigo
está al menos compartido.
60
De la nueva libertad (Soneto)
61
Ahuyentando soledades
62
Quisiera pedir perdón
Quisiera... pero no sé
cómo variar de una vez mi rumbo,
dejar de seguir, entre renglones torcidos,
escribiendo tumbos
en las páginas de mi historia.
Quisiera...
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El aislamiento irrenunciable
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El laberinto
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El encuentro
Te llamé.
Un día pude llamarte.
Te dije: ¡Jesús!
y mis ojos fueron arroyos,
y mis manos palmeras.
Te perdí,
un día quise perderte.
No dije nada,
y mis labios se esculpieron de barro.
Mis pies se enredaron
en arenas de mareas llanas
y medusas transparentes.
Te encontré.
Un día me encontraste.
Te dije: ¡Señor!
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IV Jardinera de flores azules
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68
Jardinera de flores azules
Mi pequeña.
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Ausencia
Cuando tú te fuiste
los dinteles de mi hogar
se llenaron de añoranza,
y los aledaños de nuestra puerta
se llamaron ausencia.
Cuando tú te fuiste,
las estrellas tuvieron
no sé qué brillo de mar
y fulgor de nácar.
70
Amada mía
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El amor del alma descubierta
Mujer,
te habría dicho hace once años
que son tus ojos dos puñados
de la arena negra de Anaga;
que en tu alma yace un jardín
de tajinastes, retamas y dragos.
Que guarda tu piel el aroma azul
de aquellos días lejanos.
72
Esta noche tengo
Asun,
esta noche tengo
el hueco de tu huella,
y el brocal de tu mirada.
Y no lo llena nada, nada...
Ni siquiera este poema.
73
El reencuentro
Y llegó Dios.
Y tuvo que romper cadenas de bronce,
derribar murallas oscuras,
de tanto tiempo ya sin nombre,
Sólo Él podía. Sólo su mano,
sólo su Amor podía
equilibrar planetas desencajados
en órbitas cercanas de luz.
Sólo Él, sí, sólo Él podía.
Nadie más. Tú y yo lo sabemos,
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retoñar las rosas,
encenderse los incendios.
Porque te amo
como nunca había amado.
75
Mujer, amada mía
76
El mismo Dios que nos unió
bajo el vuelo del compás
de las cigüeñas,
entre el verde mar
(marea de pinos y abetos)
que rodea
la ermita del Espinar.
77
Un almendro ha florecido
Un almendro ha florecido
donde tu y yo nos besamos,
junto al pino alto y aquel banco.
78
Me clavaste, amor, tu amor
79
Rosa del desierto
Surgiste ignota
entre la lava
de muchos nombres.
Hubieras podido llamarte Anaga,
y ser roca
que atalaya la masa del aire,
que se abisma en el vacío
del vértigo y de las olas.
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V Surcos y renglones de mi vida
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82
El edificador insomne
83
La voz del pueblo
Es en El Bierzo,
cerca de las minas.
Franco ha muerto.
Te escuchan los mineros
del brazo de sus hijas,
de las hijas del pueblo,
de las otrora niñas de tu escuela.
84
Sabíamos lo que éramos,
pero hoy proclamamos lo que somos,
por fin rompemos el silencio
y el miedo a hablar».
85
Caminante de Machado
Sabemos, lo intuimos,
que varias veces le cortaron las manos,
por arrebatar a sus señores y dueños
un poco de libertad religiosa,
En esos largos momentos
lo invisible se le hacía lejano.
Y se volvían frágiles los sueños...
de cristal, como los remos de su barco.
86
El hueco vivo del silencio
Hasta en su apellido,
don Jose María,
fue usted humilde y comedido.
Martínez, un sonido castellano
fructificado en la penya,
siempre afincado
sin conflicto y sin ruido,
austero vocacional
del amor y del trabajo.
Siempre le recuerdo
cogiendo con mimo la Biblia.
Luego la acaricia, la imanta
al paso reverente de su mano.
Su mirar explícito
dice tanto con los ojos,
que necesita usted pocas palabras
para transmitir luego
el peso de lo divino
hecho suyo
a través del barro humano.
Es usted qien es
por lo que hace,
por lo que calla
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y por lo que dice.
Su misma estirpe
es su voz disimulada,
entre tonos que la enriquecen
y distinguen.
88
El centenario de «El Porvenir» 1
1
Paráfrasis del poema «Al viejo olmo», de Antonio Machado, leída en la
conmemoración del centenario del colegio «El Porvenir».
89
Se fue mi amigo Gonzalo
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Un niño ha nacido
Te espera
la mayor aventura.
Inmensa, desafiante,
ardua.
Es el París-Dakkar
de aquí mismo.
La selva
civilizada.
91
La jungla
del mar
de ideas entrelazadas.
Y tú dirías,
si pudieras,
que quiénes
son estos locos
que te lanzan
a semejantes aguas.
Te los presentaré:
Él es tu padre.
Tu protector
indispensable.
Te quiso por un deseo de amor,
decidió olvidarse
un poco de su nombre,
para equivocarse y acertar
en ese papel de amar
que se llama padre.
Y ella es
hueso de tus huesos
y sangre de tu sangre.
Te dio de sí misma
todo lo que tenía.
Rompió su molde
cómodo de mujer
para ser, también,
por ti madre.
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de tan puro
transparente.
Él es tu fuente
primera
y el mástil
de tu barco.
No estimó
el aferrarse
a su condición
de Dios por ti.
Se hizo esclavo
de los hombres por ti.
Entregó su dolor
y su vida rota por ti.
Obtuvo
ante la muerte
la victoria
por ti.
Para ser tu Dios
y tu esperanza
segura.
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Enredadera loca
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que atraviese las estrellas;
y se enrede entre tus manos
para que descanses con ella.
Silencios...
Entre lápidas, estatuas y losas
un pequeño ciprés sueña,
enredadera loca
de pesadillas y anhelos,
con unir
-campanario mudo de verdes cigüeñas-
el confin del cielo con la tierra.
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El amor desposado
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que da fruto y sombra a la vez.
Seréis lagar, aceite y miel,
el uno para con el otro.
98
Se casan los novios
¡Silencio!
Asistid una vez más,
a lo insólito
de que el amor no se crea
ni se destruye,
sino que sólo se transforma.
Deja, por fin, de ser anónimo,
para llamarse como la Estrella Polar.
99
sus dos agujas monótonas
y perfectas.
¡Silencio!
que la libertad siempre resucita,
y otra vez viene
de la mano de los novios,
de los que creen en el otro,
en el compromiso,
en el futuro,
en el riesgo valiente,
gratuito y generoso.
¡Silencio!
no estorbéis el milagro
de dos seres que se quieren.
Que se prometen promesas imposibles.
Que se descubren únicos
entre las huellas dactilares
de millares de gentes.
¡Silencio!
No es que sueñen: se aman.
No es que sean locos: se aman.
No es algo inevitable: se aman.
¡Silencio!
El amor no se crea
ni se destruye,
solamente se transforma.
Dios es amor,
y el que ama, en Él permanece.
100
VI Un aroma familiar
101
Es en tus ojos, madre
Es en tus ojos
donde se puede leer a Dios
en palabras nunca escritas,
donde mana una fuente de vida
cuando miras
con esa mirada de estrellas
que atraviesa la noche y los abismos.
102
Luna llena
103
El agua de la roca fuerte herida,
del amor roto, de trozos de vida
desgajados y en el Amor unidos.
El agua del Jesús resucitado.
104
Abuela
Abuela,
se te están escapando los años
por entre las madejas
de azahar perenne, florecido
en lo alto
de esta tu tardía primavera.
Abuela,
sabes que no sólo te quiero,
sino que también soy parte
de tu sol y de tu viento.
Que llevo dentro
algo de tu dulce burla,
y de tu risa.
Como llevabas tú
el cántaro de las fuentes
de tus mayores,
y las soledades de tu isla
de Puerto Rico.
Abuela,
lo que sé de cierto,
y me descansa,
es que tienes a Jesús
en el mástil de tu barco.
Él será la vela
105
que, en la hora desvelada,
te lleve al buen puerto
de la Jerusalén nueva.
Allí descansarás,
y me recibirá tu abrazo
el mismo día que yo muera.
Abuela...
106
Veo en ti un sueño de volcanes
A mi hija Rebeca
Te miro asombrado,
como el que mira el firmamento
siempre esperando o temiendo un eclipse,
una lluvia de meteoritos;
o el vuelo fugaz, la elipse
de una estrella boreal, el mito
cenital de los movimientos
desencajando costumbres y ritos.
107
Tengo una espiga dorada
A mi hija Natalia
108
Hijo mío
A mi hijo Oliver
Hijo mío,
soy feliz de que estés conmigo.
Quizás pocas veces te lo diga,
porque a menudo se nos olvida
hablar de lo que es realmente importante.
109
no hay amigo perfecto.
Que tampoco somos los padres
el camino, ni la verdad, ni la meta.
Que nos equivocamos
aunque deseemos no hacerlo...
110
VII Tinerfe
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112
Cordillera de Taganana
No sé qué tienes,
cordillera de Taganana,
que atrapaste mi corazón.
Lo perdí entre el vértigo
de tus locos recodos verticales de lava,
entre la bruma de tus abismos,
por las enramadas de laurisilva
que te coronan de esmeralda.
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La playa de Almáciga
114
Balcón del cielo
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Llévame al mar cuando muera
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Llévame, mi Dios, cuando muera,
llévate, por tu gracia, mi alma,
que junto a ti permanezca,
siempre mar. Siempre cielo, beso y alba.
117
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