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Lo que saco como escritor no da para un sitio de más postín, tampoco para uno
de menos… en realidad no da para nada. Y aquí, al menos, el Escocés me
invita de vez en cuando.
Su particular calvario comenzó como suelen comenzar los calvarios. Sin avisar.
Era noche sin luna, sin viento y sin olas. Era una noche negra como boca de
lobo. Era una noche ideal para estar amarrado en puerto. Sólo que no estaban
en puerto, sino que el USS Sigsbee se encontraba en plena misión de escolta
en algún punto entre las islas Marshall y el quinto infierno. Los vigías del buque
estaban alerta. Siempre lo estaban, aunque no habían sufrido ataques en lo
últimos días, los informes de inteligencia descartaban presencia enemiga en la
zona y no se divisaba nada en el horizonte. Todo parecía indicar que sería una
noche tranquila. Una noche ideal para que un marinero de primera categoría
pudiera estar en su puesto esperando pacientemente a que pasara su turno.
En esa noche sin luna, Hugo Williams estaba de guardia en cubierta, fumando
distraídamente un cigarrillo que no terminaba de prender del todo. No le
quedaban más de diez minutos de tedio y ya se hacía a la idea de dormir el
resto de la noche en su camastro. Miró por la borda hacia la sombra de la
noche y tiró la colilla al mar. Hubo una luz cegadora y se produjo una explosión
que hizo temblar todo su cuerpo.
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Hugo “Insumergible” Williams
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Hugo “Insumergible” Williams
El Atlántico Norte es famoso por sus icebergs de puro hielo. Ese año, además,
será recordado como uno de los años más fríos de la historia. El Peisinoe, un
barco mercante en el que Hugo ejercía de adjunto del oficial de derrota, por
suerte, no chocó con ninguna masa de hielo flotante. Incluso dejaron atrás el
peligro sin ni siquiera un susto o un percance. Pero una zona de aguas bajas, o
de rocas altas, que también puede ser, se llevó una buena parte del casco muy
cerca de Groenlandia. Las cartas de navegación tenían un error y, para más
INRI, el faro de la costa se había apagado. Las aguas heladas del Atlántico
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Hugo “Insumergible” Williams
La prensa, incluido yo, volvió con el tema otra vez. Pero tanta popularidad no
hacía sino recordar a todo el mundo que cada tripulación que había compartido
barco con Hugo estaba en el fondo del mar. Ser compañero de “El Maldito” era
tener todas las papeletas para terminar como alimento para peces. Y ser
alimento para peces no es algo que guste trabajando en el mar. Ningún
marinero quería compartir barco con Hugo. Ni siquiera una barca de remos en
la feria. Teniendo en cuenta que ser marinero era lo único que Hugo sabía
hacer, y siendo, además, tan mala publicidad para los intereses de la Perkings
& Co, fue despedido fulminantemente. Le dieron un sobre con dinero y una
recomendación enérgica para que no volviera a poner un pie en un barco.
Ahora, Hugo “El maldito” Williams bebe solo en una mesa del rincón, alejado de
todos y de todo. Sus ojos azules miran a lo lejos, quizá viendo de nuevo las
pequeñas islas del Pacífico o los enormes hielos flotantes a la deriva del
Atlántico. Se mesa con su enorme mano, aún fuerte y curtida, como toca
siendo un marinero, la espesa barba que el tiempo, o quizá el peso de su
historia, ha vuelto blanca. Y bebe. Bebe lentamente pero sin parar.
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Con paso seguro se dirige a la barra, muy cerca de donde estoy, y donde el
Escocés limpia un vaso con un trapo. Los dos hombres se miran y, sólo un
observador muy entrenado, se daría cuenta de una mirada difícil de identificar
en los ojos de ambos.
- ¿Puedo sentarme?
- Allá usted, señor Perkings…. Ya sabe lo que dicen sobre mí.
- Eso son supersticiones baratas de gente sin cultura.
- Ya. ¿Qué quiere?
- ¿Puedo invitarle a un trago?
- No es de buena educación rechazar un trago. Pero me imagino que no
vendrá sólo a eso.
- Efectivamente. Tengo un negocio que proponerle.
- ¿A mí?
- Creo que cometimos un error echándole. Es usted un hombre valioso y,
por así decirlo, con una cualidad "muy especial". Pero estoy dispuesto a
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Hugo “Insumergible” Williams
El Señor Perkings saca un fajo de dinero y lo pone sobre la mesa. Son billetes
de los grandes, de los que no se ven en La Taberna muy habitualmente. Fuera
del reservado grande, se entiende.
Epílogo
Hugo Williams, pone en el título de capitán que tengo colgado en mi camarote.
Necesito tenerlo ahí, para convencerme de que ese soy yo. Que Hugo
“Insumergible” Williams es el capitán de este barco. Que Hugo “El Maldito”
navega otra vez. Sujeto en la mano el compás con el que hace un momento he
terminado de calcular la distancia que resta para terminar el viaje. No quedan
muchas millas para llegar a puerto, si mis cálculos son precisos. No queda
mucho, siempre y cuando no pase nada. Y no tendría por qué pasar nada,
porque llevamos una semana navegando y la travesía ha sido plácida, casi
aburrida.
No lo hago por dinero. El Señor Perkings puso una enorme cantidad encima de
la mesa, sobre todo una vez que me negué a aceptar el trabajo. Y puso más,
hasta que no pude rechazarlo. Pero en el fondo tiene razón: las supersticiones
son absurdas, la suerte no existe. En realidad tampoco lo hago por el título de
capitán. A estas alturas eso da igual. Lo hago por volver a navegar. Por sentir
la libertad que sólo la mar es capaz de hacerme sentir. Por volver a estar vivo.
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Hugo “Insumergible” Williams
Por puro formalismo grito las órdenes precisas para que cambien las velas.
Ninguno entiende lo que digo, pero todos son marineros experimentados. La
maniobra es rápida aprovechando que todavía hay cierta calma, aunque el
viento empieza a soplar con fuerza casi en el mismo instante en que terminan
la operación. Quizá, con suerte, ese viento nos ayude a salir de la tormenta. Se
nota que los marineros chinos saben de esto. Sin tener que decir nada
comienzan a rizar al máximo la vela mayor y sacan de la bodega un tormentín,
por si el foque es demasiado trapo. Espero que no tengan familia. Pero no, no
puedo permitirme tener estos pensamientos.
Me dirijo a la caña del timón, donde el chino que hace de timonel se esfuerza
por mantener el rumbo. Le ayudo. Ya hay demasiado viento.
Una voz, por encima del viento, me saca de mis pensamientos. La persona a la
que transporto ha salido a la cubierta del barco. La única persona en toda la
nave que habla mi idioma. Hay mucha tensión en su voz.
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Hugo “Insumergible” Williams