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Creemos también que los diversos aspectos que forman la personalidad, las
dificultades y logros de las vidas singulares y comunitarias se encuentran configurados
desde una determinada experiencia sociocultural, que no se identifica con otras. Por eso,
todo intento de formación que no sea capaz de reconocer esta impronta, afirmar lo que
ésta posee de valioso y rechazar lo que en ella rechaza al Dios vivo, no podrá producir
frutos estables.
Nos animamos a proponer una figura del NOA, con una aguda conciencia de
su carácter de conjetura. Sin embargo, nos es ineludible presentarla, pues consideramos
que muchísimas de las dificultades en la formación sacerdotal, como también muchísimas
dificultades que concluyen en sufrimiento y desconcierto profundo de las vidas singulares
y comunitarias, tienen su origen en una inadecuada presencia y hasta el olvido de la
identidad cultural de la región. Nuestras palabras no tienen aquí ninguna pretensión
científica, por eso no establecen demarcaciones entre franjas sociológicas diversas, ni
diversidad de etnias o culturas. Han preferido situarse en el plano de una descripción que
unifica matices diversos, con aguda conciencia de su inadecuación respecto a una
presentación minuciosa y detallada. Sin embargo, las palabras que a continuación
esbozamos forman parte de nuestras convicciones más arraigadas y como tales las
exponemos, pues el dolor de los nuestros las ha impuesto a nuestra conciencia.
Nuestra identidad resulta así aquello que no es dicho por los otros, pero
también aquello que nosotros mismos no podemos terminar de decir, aquello que aún no
podemos afirmar y hacer valer. Todos nuestros procesos llevan la continua contraposición
entre lo que significa ser nosotros y la superpuesta presencia, interacción o palabras de
aquellos a quienes consideramos otros. Nos ocurre con el puerto; nos ocurre con las
capitales de provincia respecto al interior; nos ocurre con el orden mundial; pero, lo que es
más importante aún, nos ocurre también internamente, en el interior de nuestras
instituciones sociales, políticas y económicas, en el interior de nuestro sistema educativo,
en el interior de nuestros movimientos eclesiales, en el interior incluso de nuestra vida
familiar. Nos animamos a señalar que, así como en otros medios socioculturales la
alteridad se encuentra casi totalmente desdibujada, el NOA argentino presenta algo
semejante a un agobio de la alteridad. La alteridad está siempre presente, no
fundamentalmente en su carácter positivo (aunque también lo esté), sino en su posibilidad
de opresión, avasallamiento, incomprensión radical.
La inserción con un todo social más amplio no sólo está mediatizado por esta
exigencia ética, sino por una forma peculiar de entender la subsistencia. Habitualmente
todo aquel que trabaja posee un fortísimo gravamen familiar o relacional (mantiene a
muchos, consigue educación para otros, busca trabajo para otros, saca créditos por otros,
etc). Esto no es sólo solidaridad: implica también la presencia de muchos que no pueden
insertarse directamente en un todo más amplio que el de su familia, y por ende, siempre
van a ser mediatizados por ella. Esta forma de vínculo es el sustituto de adecuadas
políticas sociales, de empleo, de satisfacción de necesidades primarias y, dentro de sus
límites, altamente exitoso.
El NOA se presenta también como una región que desplaza todo límite, hasta
prácticamente anularlo o volverlo insignificante. Los límites del tiempo se corren, de
manera que los hechos se producen cuando y si la gente llega. Los límites que marcan la
identidad de una función o una relación se corren, de manera que lo experimentado es
que los otros piden que uno no sea nada específicamente para poder dar paso a muchas
otras funciones o a todas las que sean necesarias (maestra, pero a la vez enfermera;
sacerdote, pero a la vez gestor; coordinador de un grupo, pero a la vez constructor de su
casa, etc.). Los límites que delinean un espacio privado y uno público se disuelven o
confunden; o se vuelven porosas en grado tal que tienden a anularse. Los límites
familiares se distienden, de manera que tal que dan cabida a muchos no vinculados por la
sangre o unidos por ella muy lejanamente. Este desplazamiento de los límites y su
ampliación torna muy difícil la planificación y proyección de actividades, la concentración
de funciones, la identidad personal o institucional, la distribución del tiempo. De manera
semejante, muchas actitudes o costumbres, aparentemente muy alejadas a las
recientemente descriptas, pueden relacionarse con esta matriz de sentido. Es difícil ubicar
los vínculos porque una sexualidad difusa produce incestos, violaciones, hijos que son
hermanos, sobrinos que son hijos, niñas que son madres, animales que son compañeros
sexuales. Los límites no se pueden mantener y una profunda indistinción sumerge todo en
una unidad colectiva confusa, que vuelve difícilmente discernible la identidad personal; y
precisamente por ello, más cohesionado el vínculo comunitario. Los límites espaciales y
temporales se viven como una coerción exterior que impide la espontaneidad de la vida:
todos los plazos caen, todos los horarios se desplazan, los espacios privados son
difícilmente asimilables. La privacidad como límite de la propia existencia es difícilmente
concebible y el espacio requerido para la soledad adquiere fácilmente connotaciones
éticas negativas (en palabras de la cotidianeidad, quien quiere estar solo desprecia a los
otros o se cree más que ellos). Es necesario preguntarse también si los fenómenos de
alcoholismo y adicción (con la obvia reserva de sus constitutivos psíquicos individuales),
no presenta en el NOA ciertos rasgos que proceden de su experiencia vital colectiva.
Pues muchas veces son interpretados como aquello que permite seguir viviendo
(sobrevivir), o lo que permite aguantar los límites de la realidad concreta o aquello que
exalta los vínculos y su cohesión. En un marco de profunda dependencia vital, toda otra
dependencia afirma y reitera la anterior.
Por último, cabe decir que las mujeres y hombres del NOA poseen un hondo
sentido del misterio y sacralidad de la realidad, fuertemente asociado a la persistencia de
una religiosidad ctónica y materna. Eso equivale a señalar que se experimentan como
vinculados (religados), como receptores de una vida que les ha sido entregada, como
integrantes de un misterio de comunión que los abarca y nos traspasa, como partícipes
del misterio de la vida y de la muerte de todo lo que los rodea, como prolongación
humana, sufriente o exuberante, de la vibración de la tierra. Ello produce una
connaturalidad con el misterio, lo cual, si bien resulta una brecha ya abierta para el
Mensaje, es también un obstáculo profundo, pues el Misterio del Dios Vivo no es una
prolongación del sentido de misterio natural de la vida, ni puede ser reducido a él.
Porque formar un sacerdote para este pueblo, y no para otro, supone formar a
quien abrirá esta experiencia de vida y de comunidad de la vida (con el correlato
intrínseco de la muerte) a Quien es la Vida, a Quien ha atravesado ya la muerte y vive. Es
decir, supone formar a quien se animará a anunciar la Muerte y la Resurrección. Los
seminaristas no deben temer el contacto con las manos del Dios viviente: es María, su
Madre, aquella en la que su pueblo ha guarecido su soledad y su desamparo, aquella que
lo ha consolado cuando sólo sentía un dolor sin límites, aquella en la que sí se ha
animado a confiar; es ella quien arrima las manos y el dolor al abrazo cálido de Jesús, el
Cristo.
De ahí que la formación de los seminaristas del NOA deba hacerse cargo del
discernimiento de ciertas prácticas habituales imperantes en su experiencia familiar:
a. el acaparamiento de la mayor parte de las fuerzas vitales de
sus miembros en la simple construcción del “estar juntos”
(“apachetados”);
b. la opacidad de lo objetivo, producida por la atención casi
exclusiva a los hechos de la vida familiar, y el consecuente
debilitamiento de la construcción del mundo (ciencia,
tecnología, orden social objetivo);
c. el rechazo a toda ruptura y conflicto, en orden a la preservación
del núcleo familiar, incluso si aquéllas se debieran a lo más
genuinamente cristiano o lo más altamente humano que uno de
sus miembros pudiera sostener o anhelar;
d. la laxitud en las exigencias morales, que transforma toda
interpelación moral y todo esfuerzo de superación en una
conducta violatoria del rígido código de lealtad endógena que
regula su vida íntima;
e. la lealtad comprendida como valor superior a todo otro valor y
como expresión decisiva de pertenencia fundamental y/o
excluyente;
f. el desprecio a todo vínculo institucional o social más amplio, si
éste pudiera resultar una amenaza o una contradicción a su
subsistencia, leyes internas o voluntad de sus miembros.