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Dr.

Néstor
Néstor J. Morales Velásquez
Velásquez
Inpreabogado Nº
Nº 17.840

jurisetdejuris@gmail.com
www.yoteloaseguro.blogspot.com

Tema 1: Principio de la libre contratación de las partes

Los desmanes que han cometido las empresas aseguradoras,


en nombre del principio de la libre contratación entre las partes

No hay lugar a dudas, la doctrina desde hace mucho tiempo ha catalogado al contrato de seguros
como un contrato de adhesión, preimpreso por las empresas aseguradoras, a cuyas cláusulas el asegurado
debe acogerse sin tener la posibilidad de hacer modificación alguna a las mismas. Esto limita totalmente
el principio jurídico de la libre contratación entre las partes, -tan tomado en cuenta para su beneficio por
las empresas de seguros-, cuando tratan de imponer el contrato de seguros o alguna cláusula del mismo
en los Tribunales de la República.
En el tiempo que llevamos trabajando la materia, aproximadamente treinta y cuatro (34) años,
hemos visto como sólo ciertos corredores y agentes exclusivos con años de experiencia y en especial las
empresas de corretaje de seguros, –ámbito en donde dimos nuestros primeros pasos en este iter-, se
atreven a tratar de modificar ciertas cláusulas del contrato, más las empresas aseguradoras se niegan a la
modificación de la totalidad de las mismas, amén de que deben hacer trámites en la Superintendencia de
Seguros para tal fin, para cada modificación al contrato que sea realizada.
Por ser un contrato de adhesión sólo se le presenta al asegurado en la mayoría de los casos para
que sea firmado por él, sin que medie en momento alguno discusión sobre el contenido del contrato en
sus distintas cláusulas, sólo se discute la suma asegurada, los riesgos a amparar y el costo de la prima, ya
que las coberturas, por lo general, las sugiere el vendedor del seguro, entre las distintas opciones que
ofrece la empresa o empresas de seguros con las cuales trabaja.
El contrato de adhesión es un contrato cerrado, en el cual los adquirentes del servicio no tienen
opción alguna y deben aceptar el contrato tal y como está redactado.
Al tratarnos el tema de los “Límites a la libertad contractual” el ilustre autor italiano Francesco
Messineo, en su obra “Doctrina General del Contrato”, Tomo I, nos señala lo siguiente:
“Como hay varias acepciones del concepto de libertad contractual, así hay varios
significados del concepto de límite a la libertad contractual.
a) Un primer límite está constituido por los casos en que –aun bajo los presupuestos
de validez fijados por la ley (véanse arts. 1341 y 1342 y Cap. VIII, ns.14-18)- el
esquema del contrato está preparado, en todo o en parte, por uno solo de los
contratantes, de manera que el otro no sea admitido a concurrir a su determinación.
(Fin de la cita). (Obra y autor citados, página 18 y 19, Ediciones Jurídicas Europa-
América, Buenos Aires 1.952).
Más adelante el insigne autor, al referirse a “La libertad de contratar y sus límites”, nos señala
lo que a continuación se transcribe:
“(...) (Omissis) Libertad de contratar es, pues, libertad de estipular o no estipular:
el contrato es un acuerdo (cfr. Cap. I, n. 3) y, por tanto, algo a que no puede ser
obligado; es “ley entre las partes”, pero sólo después que ha sido estipulado. Por lo
tanto, la libertad de contratar se explica ya con la mayor amplitud en todo el campo
contractual; y es la regla: donde ella no obre y donde falte la espontaneidad del
actuar de las partes, queda excluida (como veremos, cfr., Cap. I, n. 7) la figura del
contrato. (...) (Omissis)” (Fin de la cita).
Es muy concreto este autor, ya que este límite a la capacidad de contratar, en el caso que nos
ocupa, lo establecen las empresas aseguradoras al imponer, el contrato de seguros, el cual no puede ser
discutido en cuanto a los términos de las respectivas cláusulas predispuestas, ya que esto es totalmente
rechazado por las empresas aseguradoras, aduciendo que ese contrato está debidamente autorizado por la
Superintendencia de Seguros.
Como señalamos en nuestro escrito anteriormente publicado, ya el Tribunal Supremo de Justicia
en la célebre sentencia de los créditos indexados o créditos mexicanos, dijo:
“Ni la autonomía de la voluntad, ni la libertad contractual pueden lesionar los
beneficios que produce el Estado Social, contrariándolo, al contribuir a
discriminaciones, subordinaciones, ruptura de la justicia social o
desigualdades lesivas, por desproporcionadas, para una de las partes del
contrato en materia de interés social. (...) (Omissis).” (Fin de la cita; los
subrayados y resaltados son míos) (Sentencia N° 85 de la Sala Constitucional
del Tribunal Supremo de Justicia, de fecha 24 de Enero del año 2.002).
El insigne maestro Gert Kummerow en su obra “Algunos Problemas Fundamentales Del
Contrato Por Adhesión En El Derecho Privado”, página 126:
“(...) (Omissis) Especial atención ha merecido siempre la supervigilancia que la
administración ejerce sobre las condiciones generales de contratos elaborados por
concesionarios de servicios públicos o por empresas cuyas actividades se ha
estimado favorecen un interés general. Las condiciones generales, que se incorporan
a los contratos individuales celebrados entre la empresa y los particulares, no pueden
ser modificados sino mediante autorización de los organismos administrativos.
Queda así vedado a la empresa pactar con los interesados una modificación que
altere las reglas básicas vigentes. (....) (Omissis)” (Fin de la cita) (obra y autor
citados, Editorial Pierre Tapia, Caracas 1.981, pagina 196).
Como bien puede observarse, ya en el año 1938 esta normativa legal, igual al artículo 66 actual,
existía en nuestra legislación, prohibiendo en forma expresa, que sin el consentimiento del Estado
Venezolano se efectuasen modificaciones del contrato de seguros, aún y cuando las partes estuvieran de
acuerdo en ello; pero esto en momento alguno le quita la asignación al contrato de seguros como
contrato de adhesión, pues en el mismo, aún y cuando el Estado participa en la autorización de las
cláusulas por intermedio de la Superintendencia de Seguros, por lo general las cláusulas, salvo algunas
modificaciones, son redactadas por los aseguradores, basándose en modelos extranjeros por lo general.
Como señalamos anteriormente, en los contratos de seguros el principio de la autonomía de la
voluntad de las partes no es aplicable, en esta apreciación no estamos solos, ya que autorizados
tratadistas europeos están contestes (Gabriel Avilés Cucurella y José María Pou de Avilés en su obra
“Derecho Mercantil”, página 622, Editado por J. Ma Bosch, Barcelo España, 1959; asimismo, Manuel
Broseta Pont, “Manual de Derecho Mercantil”, página 470, Editorial Tecnos, Madrid 1.974) y este
criterio hay que adminicularlo con el contenido de la sentencia antes señalada, emanada de la Sala
Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, lo que la hace de estricto cumplimiento tanto para los
particulares como para todas las Salas del referido Tribunal y para los demás Tribunales de la República,
tal y como lo expresa el artículo 335 de nuestra constitución Nacional.
También señalamos, que el contrato bancario es considerado por esta jurisprudencia como de
interés social y se basa en el artículo 7 de la Ley de Protección del Consumidor y del Usuario; dicho
artículo dice y cito: “Las personas naturales y jurídicas que se dediquen a la comercialización de bienes
y prestación de servicios públicos, como la banca y otros entes financieros, las empresas de seguros y
reaseguros (...) (Omissis) (Fin de la cita, el resaltado es mío)”.
Esto quiere decir, que los contratos de seguros también son de interés social, ya que las empresas
de seguros se encuentran debidamente indicadas en el cuerpo de esta norma legal que toma el Tribunal
Supremo en Sala Constitucional, para basar su fallo; por lo tanto la decisión antes señalada también
afecta el contrato de seguros y es de estricta observancia por los Tribunales de la República, ya que
emana de la Sala Constitucional (Art. 335 C.N.).
Esta concepción social y sus desigualdades, aplicable al contrato de adhesión por parte de nuestro
Máximo Tribunal, no es novedosa, ya en el año 1.956 el maestro Gert Kummerow, en su tesis de
Doctorado por ante la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela, que fue ordenada
publicar por su contenido por el jurado calificador, manifestaba:
“Los abusos a que ha llevado la aplicación de la autonomía de la voluntad como
elemento de la formación de los contratos y las mutaciones económicas y sociales
del presente siglo, provocaron una reacción mayoritaria, por parte de la doctrina
tradicional, con miras a evitar, en lo posible, que la desigualdad material de los
sujetos pudiese significar a la larga una desigualdad jurídica.” (Fin de la cita)
(Obra y autor citados, página 52, Editorial Jurídica Pierre Tapia, Caracas, 1.981).
El alegato de las empresas de seguros, utilizando a su libre albedrío el Principio de la Libertad de
Contratar, para así imponer cláusulas que no han sido aprobadas por la Superintendencia de Seguros,
violando el dispositivo del artículo 66 de la Ley de la materia, debe ser desechado por los jueces, ya que
en el contrato de seguros no existe tal principio, pues tal libertad de contratar no se aplica en esta
relación contractual de adhesión, ya que el asegurado no interviene en la redacción del contrato y no
puede hacerle o sugerirle modificación alguna.
Par dejar claro lo que significa para el Tribunal Supremo la superioridad en la relación
contractual, traemos a colación otra parte de la sentencia antes trascrita, la cual es del tenor siguiente:
“(...) Omissis) Se trata de evitar los perjuicios derivados de una desigualdad en las
relaciones, proveniente de que una de las partes se encuentra en una posición
dominante ante otras que forman un grupo o clase social, porque dichas relaciones,
de carecer de tutela efectiva, generaría una situación desproporcionadamente
ventajosa para quien se encuentra naturalmente en la posición dominante sobre los
miembros de las clases o grupos que en tal relación, les correspondería estar en
situación de inferioridad. No se trata sólo de la desproporción que puede existir
entre el poderoso económico que explota a los menesterosos, sino que puede
ocurrir en otras relaciones donde por motivos tecnológicos o de otra índole, una de
las partes del contrato, debido a sus posición, lesiona en su calidad de vida, al otro
contratante, quien incluso podría formar parte del grupo privilegiado, pero que en
este tipo de relación queda igualado a la masa explotable. Ello puede ocurrir –por
ejemplo- con consumidores de bienes, cuya publicidad masiva y subliminal los
presiona inconscientemente a su adquisición; o con usuarios de servicios públicos
necesarios o de bienes esenciales de amplia distribución, que no reciben dichos
servicios o bienes en la calidad y condiciones requeridas, ni dentro de una relación
de armonía entre lo recibido y lo pagado por ello; o con aquellos a quienes
colectivamente se les sorprenda en la buena fe, al no prestarle la información
comprensible y necesaria, abusando de la ignorancia y obteniendo sobre ellas
leoninas ventajas (...) (Omissis)” (Fin de la cita).
Como bien se desprende de la lectura de la sentencia en cuestión, la debilidad jurídica no viene
dada porque se trate de personas de escasos recursos económicos, que contratan con una poderosa
empresa de seguros con recursos ilimitados, ya que esta debilidad se trata de la posición dominante que
da el contrato de adhesión al cual tiene que sumirse la parte contratante –el asegurado-, sin poder obtener
ningún beneficio para sí, ya que le es imposible discutir su contenido con la empresa de seguros, aún y
cuando el asegurado tenga una posición económica privilegiada. Esto es así, ya que a las más poderosas
empresas y hasta los entes del Estado venezolano que contratan con las empresas aseguradoras, se les
impone por igual, las condiciones preimpresas de los contratos de seguros, sin darles la posibilidad de
discutir su contenido, ni de modificarlo, ni de intervenir en la redacción del mismo, lo que los deja en
estado de inferioridad jurídica, aplicándose por tanto lo dicho por Messineo en su obra ya citada, que en
este tipo de contrato existe un límite al principio de la libertad de contratar, que tienen las partes según la
ley.
Pero además, las aseguradoras incluyen en el contrato de seguros cláusulas extremadamente
amplias en su interpretación y que han sido impuestas por las empresas aseguradoras, -como es el caso
de Cirugía Plástica; Hechos de la Naturaleza, Defecto Congénito, entre otras-, violando así la Máxima
Buena Fe que envuelve al contrato de seguros, que exige, entre otras cosas que las cláusulas del contrato
de seguros no sean lesivas para el asegurado y que las mismas sean claras, precisas, diáfanas y sin dejar
lugar a dudas. Dejar que el asegurador utilice este tipo de cláusulas para englobar un sin número de
conceptos en una sólo expresión -como las antes utilizadas en el ejemplo dado-, viola la exigencia de la
Máxima Buena Fe, que exige que las exclusiones sean claras, precisas, diáfanas y sin dejar lugar a
dudas; en su obra “El Contrato de Seguros”, Luis Ruiz Rueda al hablarnos de este tipo de expresiones,
nos señala lo siguiente:
“Así pues, si en una póliza se emplea la fórmula “este seguro sólo cubre los eventos
debidos a caso fortuito, no quedan excluidos los debidos a culpa por dos razones:
1) (...) (Omissis); y 2) porque semejante redacción no llena el requisito que el
artículo 59 de la L.C.S. –artículo 557 de nuestro Código de Comercio (agregado
nuestro)- exige para la eficacia de las cláusulas de exclusión: que sean claras y
distintas, sino por el contrario, es notablemente imprecisa, dada la variedad de
doctrina acerca del concepto de caso fortuito. (Fin de la cita, el subrayado y
resaltado es nuestro) (Obra y autor citados, página 59 Editorial Porrúa, S.A.,
México 1978).
Siguiendo el ilustre criterio del autor mejicano, los conceptos anteriormente citados como
ejemplo por nosotros, en el decurso de este documento, tales como: “Defectos Congénitos”; “Hechos de
la Naturaleza”; “Cirugía Plástica o Cosmética” etc., son términos indefinidos, ya que existen miles de
hechos que pueden enclavar en estos conceptos y no por eso se deben considerar excluidos cada uno de
ellos; por el contrario, la exclusión debe ser hecha en el contrato en forma expresa, precisa, clara,
diáfana y sin dejar lugar a dudas, pues, en caso contrario, se estaría ante un riesgo amparado por la falta
de exclusión expresa de él, tal y como lo exige el Principio de la Universalidad de los Riesgos,
contemplado en el seguro de daños y de personas en el artículo 557 del Código de Comercio vigente.
Hemos mantenido ante los Tribunales el criterio, que estos son conceptos jurídicos
indeterminados del contrato de seguros; al definir estos conceptos, el ilustre tratadista venezolano,
Arístides Rengel Römberg, en su obra “Tratado de Derecho Procesal Civil Venezolano”, nos dice lo
siguiente:
“Según este autor –refiriéndose a Henke- el concepto jurídico indeterminado, por
su “carácter abierto”, es utilizado por el legislador para transferir al juez el hacer
concreta una norma, y por la remisión a valores y reglas extrajurídicas, manda al
juez, que al determinar el derecho, se orienta por valores culturales, principios
experienciales de las ciencias naturales, reglas de la vida económica, exigencias de
la ética social, etc., tales como “tolerabilidad”, “equidad”, “buena fe”, “buen padre
de familia”, que sirven al juez para la determinación del derecho, completando o
integrando la norma que le remite a esos conceptos. (Fin de la cita) (Obra y autor
citados, Tomo III, página 362, Editorial Ex Libris, Caracas, 1991).
Se puede observar, que al igual que otro tipo de conceptos de este género, el juzgador también en
el caso de los seguros, debe orientarse por los valores culturales, principios experienciales de las ciencias
naturales, reglas de la vida económica, exigencias de la ética social y debe además aplicar los principios
jurídicos de la tolerabilidad”, “equidad”, “buena fe”, para poder interpretar las cláusulas del contrato de
seguros que utilizan estos términos imprecisos.
Como bien asienta Sánchez Calero en su obra citada, el asegurador es el poderoso
jurídicamente hablando en la relación contractual, pero este poder también se observa en el hecho del
conocimiento del alcance de la protección ofrecida; es decir, que el asegurador es el que coloca las
condiciones, términos y cláusulas de la póliza y además es el que sabe y conoce a cabalidad el alcance y
valor de cada término expresado en el contrato, el contenido y alcance de cada una de las cláusulas del
mismo y tiene pleno conocimiento de lo que está prohibido por el Principio de la Máxima Buena Fe, el
uso de aquellas cláusulas lesivas para los asegurados (Obra y autor citados, página 480), pero además
por ser conocedor de las normas legales que rigen el contrato de seguros, sabe que no puede modificar el
contenido del mismo en sus condiciones esenciales, sin la previa autorización de la Superintendencia de
Seguros (cfr. Manuel Broseta Pont, “Manual de Derecho Mercantil”, página 469).
Como puede observar el lector, el denominado Principio de la libertad de contratar entre las
partes en el contrato de seguros, es una mera utopía, ya que esta no existe; y como dije, es sólo el
asegurador, en los juicios a través de la historia jurídica venezolana, el que ha utilizado el término para
que los jueces acepten que el asegurado consintió las cláusulas ilegales impuestas al asegurado, que van
en contra del la Ley de Empresas de Seguros y Reaseguros que exige que las modificaciones del
contenido esencial del contrato, incluyendo esencialmente las cláusulas de exclusión del mismo, sean
previamente autorizadas por la Superintendencia de Seguros para que tengan validez.
Pero además, estas cláusulas ilegales, por ser ilegales desde su inicio, por la aberrante violación
del artículo 66 de la Ley Orgánica de Empresas de Seguros y Reaseguros por parte de las empresas
aseguradoras y por violación de la Máxima Buena Fe que envuelve el contrato de seguros, es nula de
nulidad absoluta desde el inicio, es decir, desde su propia inclusión en el contrato y no desde que la
autoridad judicial así lo determine por sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada, ya que el
Principio de la Máxima Buena Fe le exige al asegurador que en vez de restringir los beneficios que
la ley le da al asegurado, por el contrario, se los amplíe.

Cuestión Previa Extemporánea:

La demandada opone in limini litis una cuestión previa que sólo puede de alegarse antes de
contestar a la demanda –como es el caso del numeral 3° del artículo 346-, tal y como lo expresa el
artículo 352 del Código de Procedimiento Civil para que sea resuelta por sentencia y no al fondo como
lo pretende la demandada.
El artículo 361 ibídem, es totalmente claro cundo dice: “(...) (Omissis) Junto con las defensas
invocadas por el demandado en la contestación ala demanda podrá este hacer valer la falta de
cualidad o la falta de interés en el actor o en el demandado para intentar o sostener el juicio, y las
cuestiones a que se refieren los ordinales 9°, 10 y 11 del artículo 346, cuando estas últimas no las
hubiese propuesto como cuestiones previas. (...) (Omissis)” (Fin dela cita).

Por otra parte, el artículo 350 ibídem dice que esta cuestión previa del numeral 3° del artículo
3460 es subsanable por la parte actora y esto lo ha manifestado en sentencia de fecha 7 de Abril del año
2003, con ponencia del Presidente de la Sala Iván Rincón Urdaneta, el Tribunal Supremo de Justicia en
Sala de Constitucional, al decir la sentencia del expediente 02-0547 lo siguiente:

“MOTIVACIONES PARA DECIDIR

Visto lo anterior, pasa esta Sala a decidir la presente consulta y en tal sentido observa:

Sobre el principio antiformalista de proceso, establecido en los artículos 26 y 257 del Texto
Constitucional, esta Sala, en sentencia Nº 289/2002 del 7 de marzo de 2002, Caso: Agencia Ferrer
Palacios, delimitó las facultades del juez constitucional cuando esté en presencia de alguno de
estos vicios en el proceso.

Precisó la Sala, lo siguiente:

“La justicia constituye uno de los fines propios del Estado Venezolano, conforme lo estatuye el
artículo 2 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, fin que realiza a través
del proceso, como un instrumento fundamental.

El propio Texto Constitucional se ha encargado de desarrollar las garantías y principios que


deben imperar en todo proceso, dentro de las cuales se encuentran la garantía de una justicia “sin
formalismos o reposiciones inútiles” o la del no sacrificio de la justicia por “la omisión de
formalidades no esenciales”, previstas expresamente en sus artículos 26 y 257.

De allí que, por mandato constitucional, el principio de la informalidad del proceso se constituye
en una de sus características esenciales.

El principio de la informalidad del proceso ha sido estudiado por la doctrina y la jurisprudencia


constitucional, como un elemento integrante del derecho a la tutela judicial efectiva,
específicamente al derecho de acceso a la justicia, pues debe garantizársele a todo ciudadano que
desee someter un asunto a los órganos jurisdiccionales, que obtendrá una respuesta motivada,
proporcionada y conforme al ordenamiento legal preexistente.

A la par del derecho del justiciable a obtener un pronunciamiento de fondo, el propio


ordenamiento jurídico ha establecido una serie de formalidades que pueden concluir con la
terminación anormal del proceso, ya que el juez puede constatar que la irregularidad formal se
erige como un obstáculo para la prosecución del proceso.

Así, el juez puede constatar el incumplimiento de alguna formalidad y desestimar o inadmitir la


pretensión de alguna de las partes, sin que ello se traduzca, en principio, en una violación al
derecho a la tutela judicial efectiva, ya que esas formalidades han sido establecidas como una
protección de la integridad objetiva del procedimiento.

Pero no todo incumplimiento de alguna formalidad puede conducir a la desestimación o


inadmisión de la pretensión, ya que para ello el juez debe previamente analizar: a) la finalidad
legítima que pretende lograse en el proceso con esa formalidad; b) constatar que esté legalmente
establecida, c) que no exista posibilidad de convalidarla; d) que exista proporcionalidad entre la
consecuencia jurídica de su incumplimiento y el rechazo de la pretensión. (resaltado de la Sala)
Solamente cuando el juez haya verificado que no se cumplan con los elementos antes descritos es
que debe contraponer el incumplimiento de la formalidad con el derecho fundamental a la tutela
judicial efectiva, específicamente de acceso a la justicia, para desechar o inadmitir la pretensión
del justiciable y en caso de dudas interpretarse a favor del accionante, ello en cumplimiento del
principio del pro actione.

Resulta pertinente citar sentencia del Tribunal Constitucional Español Nº 90/1983 del 7 de
noviembre de 1983, que precisó:

Ya que constitucionalmente no son admisibles aquellos obstáculos que pueden estimarse


excesivos, que sean producto de un innecesario formalismo y que no se compaginen con el
derecho a la justicia o que no aparezcan justiciados y proporcionados conforme a las finalidades
para las que se establecen, que deben ser, en todo caso, adecuadas al espíritu constitucional,
siendo en definitiva el juicio de razonabilidad y proporcionalidad el que resulta transcendente.

De allí que para poder desestimar o inadmitir la pretensión del justiciable tenga que analizarse
los elementos descritos en párrafos anteriores, para luego determinar si esos eran formalismos
intrascendentes o no esenciales, caso en el cual el proceso debe seguir, o por el contrario si esos
formalismos era trascendentes o esenciales, caso en el cual, puede terminarse el proceso
anticipadamente”.

A juicio de esta Sala, la sentencia accionada en amparo dictada el 2 de febrero de 2001, por el
Juzgado Octavo de Primera Instancia en lo Civil, Mercantil y del Tránsito de la Circunscripción
Judicial del Area Metropolitana de Caracas, transgredió el derecho al no formalismo en el proceso,
al declarar con lugar la cuestión previa de legitimidad del apoderado de la actora, cuando antes de
proferida tal decisión, había sido presentado nuevo poder donde se subsanaba tal supuesto
vicio en el mandato.” (Fin de la cita) (www.tsj.gov.ve ).
En el caso de marras, al presentarse el Abogado Jesús Augusto Blanco en el presente juicio con
documento poder de los hijos de mi representada en fecha 6 de Agosto del año 2003, y al hacerse parte
en el presente juicio de acuerdo a los establecido en el artículo en el artículo del Código de
Procedimiento Civil, y formalizar ante este Tribunal la cesión de derechos a favor de su madre Evelyn
Sanpedro de Lozada, que hicieron los mencionados hijos del matrimonio Lozada-Sampedro en el
escrito presentado, subsanaron con tal conducta el defecto que se alegara por la demandada al
oponer tal cuestión previa, aún y cuando tal alegato de la demandada se hizo en contra legem y
extemporáneamente, ya que –como anteriormente lo dije- ha de haberse opuesto tal cuestión previa
antes de ser contestada la demanda y no conjuntamente con esta y así pido que el Tribunal a su digno
cargo lo establezca en la sentencia a dictar.

Alegato dela demandada de la Caducidad de la Acción:

El alegato de la caducidad explanado por la demandada en su escrito de contestación de la


demanda es a todas luces impertinente, ya que la demanda se introdujo dentro del año y no un día
después, como lo alega la demandada en su escrito de contestación de demanda.
La Ley Procesal Civil es sumamente clara, esta indica en su artículo 200 que “En los casos de los
dos artículos anteriores, cundo el vencimiento del lapso ocurra uno de los días exceptuados del cómputo
por el artículo 197, el acto correspondiente se realizará en el día laborable siguiente.”. A partir de la
fecha del siniestro, la muerte del finado que ocurrió en fecha 16 de Junio del año 2.001, se procedió a
computar el año de acuerdo con la cláusula de la póliza, pero el día 16 de Junio del año 2002, cayó día
domingo, es decir no computable para el lapso de acuerdo a lo establecido en el artículo 197 antes
señalado. La demanda se introdujo en distribución en fecha 17 de Junio del año 2002, el primer día
laborable siguiente, lo que evidencia la diligencia que se tuvo en evitar esta situación. Es archi conocido
que la doctrina y la jurisprudencia patria al igual que la extranjera, han dicho que la caducidad se
interrumpe con la introducción dela demanda, y este requisito se cumplió en tiempo hábil, tal y
como antes rotulé.
Empero además, como expresé en el libelo de la demanda, en fecha 17 de Diciembre del año
2001, procedí a asesorar a la viuda del señor Carlos Lozada y se decidió remitir una correspondencia de
reconsideración a la empresa aseguradora, alegando que la Endocarditis Bacteriana producida por el
Staphylococcus Áureus no se encuentra expresamente excluida de la póliza y que la cláusula que
excluye cualquier secuela, complicación o enfermedad a consecuencia del reemplazo Valvular Aórtico,
es una cláusula nula debido a que la misma es obscura, imprecisa, equívoca y que deja lugar a dudas, lo
que contraviene el contenido del artículo 557 del Código de Comercio –hoy artículo 46 de la nueva Ley
del Contrato de Seguros- y el artículo 581 en su último aparte del mismo Código principio éste que hoy
es recogido por el artículo 4° numeral 4° del mencionado Decreto Ley del Contrato de Seguros-.
Por otra parte, se le hace notar a la empresa aseguradora, que ella ya había reconocido
tácitamente la procedencia del siniestro, al cancelar parte del mismo. Anexo la misiva recibida por
Multinacional de Seguros C.A. en fecha 19 de Diciembre del año 2001 marcada “J”
Con fecha 13 de Marzo del año 2.002 la empresa aseguradora nos remite una
correspondencia ratificando su rechazo, basándose para ello nuevamente en las ilegales cláusula
de exclusión indicadas en los cuadros Póliza-Recibo de ambas pólizas y en el anexo 001/97, tal y
como se desprende de la misiva que se anexa marcada “K” al libelo de demanda. A partir de esta
última fecha, ya que la empresa aseguradora aceptó la reconsideración del rechazo, es que se podría
computar el lapso de la ilegal cláusula de caducidad -violadora de la buena fe que envuelve el
contrato de seguros- y no a partir de la fecha del siniestro, ya que con la reconsideración se modificó
el término previsto en el contrato y así lo ha determinado en reiteradas ocasiones la doctrina y la
jurisprudencia nacional y extranjera en casos similares –ver sentencia de fecha 22 de Septiembre de
1.975, emanada del Juzgado Superior Primero en lo Civil y Mercantil de la Circunscripción
Judicial del Distrito Federal y Estado Miranda, Ramírez y Garay, sentencia N° 294-75, páginas 17
a la 19, Tomo XLVIII, Tercer Trimestre del año 1.975-.
Por tanto, considero ciudadano Juez, que el alegato de la demandada debe ser desechado por
impertinente; pero además, por que la cláusula de caducidad es totalmente nula de nulidad absoluta, por
violadora de la Máxima Buena Fe que envuelve el contrato de seguros, por las siguientes razones:

Nulidad de la Cláusula de Caducidad por violar la Máxima Buena Fe del Contrato de Seguros:
El artículo 576 del Código de Comercio, indica el lapso de prescripción en los contratos de
seguros, este artículo indica:
“Las acciones resultantes del seguro terrestre, salvo el de transporte, prescriben
por tres años a partir del suceso que da nacimiento a ellas.” (Fin dela cita).
El lapso legal que estipula este artículo es de tres años, a partir de la ocurrencia del siniestro y
este lapso es de prescripción y no de caducidad, ya que, como veremos más adelante, los lapsos de
caducidad indicados en los contratos de seguros, que reducen en forma ostensible este lapso legal, son
nulos de nulidad absoluta por violatorios de la máxima buena fe que envuelve el contrato de seguros.
En este mismo orden de ideas, los artículos 131 y 132 del mencionado Código, son del siguiente
tenor:
“Artículo 131.- Las acciones provenientes de actos que son mercantil para una
sola de las partes se prescribe de conformidad con la ley mercantil.
Artículo 132.- La prescripción ordinaria en materia mercantil se verifica por el
transcurso de diez años salvo los casos para los cuales se establece una
prescripción más breve por este Código u otra ley. (Fin de las citas).
El artículo 2° del mismo cuerpo legal, indica en una larga enumeración, cuales son los actos de
comercio y entre ellos, en el numeral 12 indica: “los seguros terrestres, mutuos o a prima, contra las
pérdidas y sobre las vidas.” (Fin de la cita).
Como se puede observar, la cláusula de caducidad rebaja en forma sustancial, el lapso legal que
establece el artículo 576 del Código de Procedimiento Civil en detrimento de los derechos del asegurado
y en beneficio para el asegurador, quien ante un descuido del asegurado puede alegar, como en el caso
de autos, la ilegal cláusula.
Pero la jurisprudencia del nuestro Máximo Tribunal, ha ido en auxilio de los asegurados y en
sentencia de fecha , la Magistrada Cecilia Sosa en el caso de , contra , rechazó la caducidad
contractual en el contrato de seguros por las siguientes razones:

La Buena Fe y la Caducidad Contractual:


El Dr. Isaac Halperín, en su obra titulada “Seguros”, al hablarnos sobre el concepto de la Buena
Fe que rige en el contrato de seguros, nos señala lo siguiente:
“Respecto del tomador, el asegurador debe conducirse con la mayor lealtad posible en todo cuanto se
refiere a la ejecución de sus obligaciones y a la interpretación del contrato, cuya comprensión
generalmente escapa a la capacidad del tomador y por su naturaleza del contrato de masa, de
condiciones generales uniformes (en principio) e impuestas al asegurado. (Fin de la cita) (Obra y autor
citados, ]Ediciones De Palma, Buenos Aires, Argentina, 1.972, pág. 39).
Por su parte el neogranadino Hernán Fabio López Blanco, en su obra, “Comentarios al Contrato
de Seguros”, al referirse al mismo tema, nos señala lo siguiente:
“Naturalmente, no solo el seguros sino todo negocio jurídico parte de la buena fe,
de la ausencia de intención dolosa, de ánimo de defraudar. Empero, dentro
del capo que barca el seguro el concepto adquiere connotación más
estricta porque, a diferencia de muchos contratos en que la habilidad o
suspicacia de las partes pueden llevarlas a obtener ciertas ventajas amparadas
por la ley, en el contrato de seguros, donde es necesario tomar como base la
buena fe, la ubérrima bona fides de que se habla, son drásticamente

sancionadas conductas acaso irrelevantes en otros negocios


jurídicos (...) (Omissis)
(...) (Omissis) Y es que, lo que en un contrato de compraventa pudiera
considerarse como habilidad en un contratante, en el seguro podría ser evidente
mala fe. (...) (Omissis).
(...) (Omissis) En suma, si en los contratos en general se exige la buena fe, en el

seguro la exigencia es máxima: tanto en el solicitante como en el


asegurador debe campear la pulcritud moral e intelectual. Por eso son
igualmente reprobables los reticentes y las aseguradoras que, ocurrido el

siniestro, buscan toda clase de argumentos evasivos para no cumplir


con su obligación (...) (Omissis). (Fin dela cita) (Obra y autor citados, páginas
26 y 27, Editorial Temis, Bogotá, Colombia, 1.982).
Por su parte el ilustre tratadista español Dr. Joaquín Garríguez, en su enjundiosa obra
“Contrato de Seguros Terrestres”, al hablar sobre el tema de la Buena Fe, nos hace el siguiente
comentario:
“(...) (Omissis) En primer lugar porque el contrato de seguros es un contrato
celebrado en masa en el que se ofrece la característica propia del contrato de
adhesión, esto es, la subordinación del contratante a las condiciones contractuales
redactadas unilateralmente por la empresa aseguradora. Esta característica exige,
por parte de la empresa una exquisita observancia de la buena fe, que es
incompatible con las cláusulas lesivas para el asegurado, o simplemente
obscuras. Contra los abusos posibles en esta forma de contratación, el
Derecho ha reaccionado con diversos sistemas preventivos y represivos (...)
(Omissis) (Fin de la cita).
Empero, más adelante en esta excelente obra, el mencionado autor español nos hace mención a lo
siguiente:
“(...) (Omissis) Algunos se formularon ya en el Derecho civil para la contratación
en general. Es el caso del artículo 1.288 de nuestro Código Civil cuando dice que
“la interpretación de las cláusulas oscuras de un contrato no deben favorecer a la
parte que hubiese causado la oscuridad” –artículo 581 de nuestro Código de
Comercio en su parte fina (agregado nuestro)-. Otros se formulan en las leyes
modernas para defender al contratante con las empresas del peligro de abuso
inherente a la llamadas “condiciones generales del contrato”. En resumen,
desde el punto de vista de la empresa de seguros, la buena fe consistirá en
cerciorarse de que el otro contratante conoce y entiende todas las cláusulas
del contrato y que ninguna de ellas es peligrosa, lesiva u onerosa, ni
redactadas en términos oscuros (...) (Omissis). (Fin dela cita) (Obra y autor
citados, páginas 57 y 58, Imprenta Aguirre, Madrid, España, 1.973).
Este mismo criterio fue sustentado en Colombia por el finado profesor Efrén Osas G., en su obra
“Teoría General del Seguro”, añadiendo el citado autor, siguiendo a Garríguez, lo siguiente:
“(...) (Omissis) Pero a esta misma lealtad debe corresponder el asegurador en
la concepción de la póliza y en la ejecución del contrato, evitando cláusulas
lesivas para el asegurado o simplemente obscuras e incompatibles con la
exquisita observancia de la buena fe, como anota el profesor GARRÍGUEZ”
(Fin dela cita) (Obra y autor citados, Editorial Témis, Bogotá, Colombia , 1.991,
pág. 45, Primer Tomo).
La doctrina nacional y extranjera que han escrito sobre el tema y que anteriormente hemos
reseñado, aunada a las decisiones de los Tribunales de la República y de la extinta Corte Suprema de
Justicia, el contrato de seguros, como antes se señaló, es un contrato de Uberrimae Bonae Fides, lo que
exige una interpretación más delicada, fina, exquisita y estricta del concepto de Buena Fe, llegándola a
catalogarla de Máxima Buena Fe.
En sentencia de fecha 3 de Agosto del año 1977, el Juzgado Superior Octavo en lo Civil y
Mercantil de la extinta Circunscripción Judicial del Distrito Federal y Estado Miranda, hizo un estudio
preciso y por demás ajustado a derecho del concepto de la Buena Fe, en el juicio seguido por Textilera
Mary Paz contra C.A. de Seguros La Seguridad; dicha decisión precisa lo siguiente:
“(...) (Omissis) Es una cosa sabida que el principio de la buena fe tiene
vigencia y domina el campo de las obligaciones y constituye un elemento
valorativo de la conducta de las personas, por cuya virtud ha de entenderse
que en la asumición (sic) de obligaciones se actúa con rectitud y honradez
y con la “convicción de que se hace o posee alguna cosa con derecho
legítimo”; o dicho en otros términos, ignorando el vicio de que pudiera adolecer
la relación de que deriva el derecho en la obligación. (Aún cuando la generalidad
de los autores sostiene que el principio dela buena fe no es rasgo característico del
contrato de seguro, dentro del ámbito de las relaciones derivadas del dicho
contrato tiene la más frecuente aplicación, hasta el punto de que los riesgos
asumidos por el asegurador se precisan y definen con base a las declaraciones del
asegurado). Las expresiones de la doctrina en cuanto al principio de la buena
fe, son concordantes ya se ha considerado desde el punto de vista de la moral
como desde el punto de vista jurídico y se lo distingue de el (sic) primer caso
como valoración de conducta y se encuentra en la actitud del hombre como
expresión de honestidad, veracidad, lealtad, etc.; y en segundo por
cuanto cae el acto de que se trate bajo el juzgamiento que define un punto de
vista determinado, un tipo de modelo o categoría de obrar y desde ese
punto de vista interesa destacar la consideración adecuada respecto del acto que
ha de calificarse de buena o mala fe. La buena fe como elemento de valoración
de la conducta se relaciona con la totalidad del ordenamiento jurídico y se

alude expresamente a ella en situaciones concretas y se le


atribuyen efectos jurídicos en forma literal, como ocurre,
concretamente, en cuanto atañe al contrato de seguros, a pesar de
que en doctrina se sostenga que el principio de la buena fe no es rasgo
característicos de los contratos de seguros, sino que dentro del ámbito de las
relaciones derivadas de dicho contrato, tiene la más frecuente aplicación.
En el trabajo publicado por el Dr. Ernesto Eduardo Boga (Enciclopedia
Omeba- voz Buena Fe) se lee: “Se muestra como convicción o conciencia de no
perjudicar a otro, de no defraudar la ley; en la honesta y leal

concertación y cumplimiento de los negocios jurídicos. Si se manifiesta


en la actitud del que procede por error o por ignorancia , pero con una convicción
de que las cosas son como aparecen y no ha mediado el ánimo de perjudicar, los
vicios y defectos que obstan a la validez del acto, se purgan. La buena fe es la
justa opinión de que lo que se ha hecho se tenía el derecho de hacer o es la
ignorancia del vicio que afecta el acto”.
Estas expresiones doctrinarias que el Tribunal ha glosado no significan
conceptos nuevos ni se refieren a conceptos de la que la doctrina universal
entiende como buena fe, por lo cual el Tribunal, al glosarlos, se solidariza con
ellos, para concluir, además, en el sentido de que quien obró, en concepto de que
tenía el derecho de obrar así, o ignorando el vicio, la creencia a la ignorancia
debió ser sincera, es decir, dicho con las mismas palabras del citado autor, que
“No basta con la mera creencia librada a la subjetividad del agente para la
existencia de la buena fe, sino que es preciso que el agente ponga la diligencia
necesaria para alcanzar, aún cuando no lo consiga, un exacto conocimiento de las
cosas que patentice en el resultado negativo para conocer lo verdadero, un
esfuerzo inoperante dentro de lo normal”. Es decir, que no vale, para la
existencia de la buena fe lo meramente subjetivo, la sola creencia de quien
considera su conducta ajustada a derecho, sino que hace falta, además, la
concurrencia de un elemento de valoración de esa conducta en cuanto
justifique por la diligencia empleada para convencerse del verdadero estado
de las cosas, diligencia que se mide al compararla con la que se exige al
hombre medio, a un buen padre de familia”. (Fin dela cita).
Más adelante, la mencionada sentencia de la Superioridad Octava en lo Civil y Mercantil de la
extinta Circunscripción Judicial del Distrito Federal y Estado Miranda, retoma el punto dela buena fe e
indica lo siguiente:
“(...) (Omissis) La circunstancia de que en materia de seguros la buena fe
valoradora de conducta, no permite afirmar que la beuna fe está siempre de
parte de la entidad aseguradora, sino de parte, siempre, de una conducta
diligente.(...) (Omissis) (Fin de la cita, los resaltados son míos) (Ramírez y Garay,
Tomo LVII, año 1.977 sentencia 377-77, páginas 166 a la 169, Editado por
Ramírez y Garay, Caracas, 6 de Diciembre de 1.978).
Por su parte nuestro Máximo Tribunal, en sentencia del año 1.988 en Sala de Casación Civil, con
ponencia del difunto Magistrado Trejo Padilla, dijo lo siguiente:
“(...) (Omissis) La aplicación de la referida cláusula Decimoquinta, ante la
presencia de los tres indicios, precisos, graves y concordantes resulta contraria -
evidentemente- a la nota de la buena fe que caracteriza el contrato de seguros.
Esta nota impone una conducta proba, correcta por las partes. (...) (Omissis).
Más adelante dice la señalada sentencia de nuestra antigua Corte Suprema de Justicia, que:
“(...) (Omissis) La actitud de la aseguradora al rescindir el contrato debe
tenerse como una forma de escapar a su obligación. Con el agravante de
dejar al descubierto al asegurado, precisamente ante la ocurrencia del hecho
fortuito e incierto que el trataba de proteger son su seguro. (...) (Omissis)
Como se ha visto, el caso se trata de la simple aplicación abusiva de una
cláusula contractual y sus implicaciones. (Fin de la cita) (Jurisprudencia de la
Corte Suprema de Justicia, Oscar Pierre Tapia, Editorial Jurídica Pierre Tapia,
Caracas, 1988, páginas 281 a la 292).
Ilustra aún más esta exposición de la nulidad de la cláusula de caducidad, el comentario que hace
en su obra el tratadista Río Platense Dr. Amadeo Soler Aleu, cuando trata el tema de la buena fe; dicho
autor señala lo que a continuación se transcribe:
“La buena fe no es un rasgo particular que caracterice el contrato de seguros sino
que domina todo el derecho de las obligaciones. La buena fe, referida al
contrato de seguros, significa atribuir a sus cláusulas no solo lo que está
explicito, sino también lo que está implícito en ellas; atribuir a sus cláusulas
el sentido lógico que fluye de su espíritu, más que de su letra; es decir,
considerar el objeto –fin social del instituto. La buena fe –lealtad de los
sujetos- es el elemento que hay que ponderar para evaluar la conducta de los
sujetos y su buena o mala fe. (Fin de la cita).
Pero más delante en su obra, el citado autor Río Platense nos hace la reseña de lo que ha dicho la
Jurisprudencia de su país, la cual indica:
“En materia de seguros la buena fe a que deben ajustarse los contratos
requieren atribuir a sus cláusulas el sentido que fluye de su texto y

no el inflexible que emana de su letra. (...) (Omissis) Es incuestionable


que el asegurador, con respecto al tomador, debe conducirse con buena fe y
lealtad en todo lo que se refiere a la ejecución de sus obligaciones y a la
interpretación delas cláusulas de la póliza.” (Hasta aquí la cita) (Autor citado,
“El Nuevo Contrato de Seguros”, Editorial Astrea, Buenos Aires, Argentina,
1.978, página 17).
Por su parte el Dr. Isaac Halperín, en su obra “Lecciones de Seguros”, al referirse a las
“Sanciones por el Incumplimiento”, nos indica:
“Cuando la ley prevé la sanción esta no puede ser agravada por el

contrato; sólo puede modificarse a favor del asegurado.” (Fin de la cita, el


subrayado y resaltado es mío) (Obra y autor citados, página 51, Editorial
Depalma, Buenos Aires.-Argentina, 1.981).
Tomando en cuenta estas enseñanzas, nos atrevemos a señalar, que las cláusulas de caducidad
establecidas en las pólizas de seguros, como es el caso que nos ocupa, van en contra de los intereses del
Débil Jurídico (asegurado) y lo que hacen es beneficiar los oscuros intereses de los aseguradores, que
con este tipo de cláusulas que rebajan en forma sustancial el lapso de tres (3) años que le concede la Ley
al asegurado en su beneficio, por un lapso groseramente menor de un (1) año agravando sustancialmente
el término que le concede la ley al asegurado y disminuyéndoselo considerablemente, en forma por
demás soez.
Como bien asienta el Dr. Isaac Halperín -co-redactor de la Ley de Contrato de Seguros de
la República Argentina y para muchos uno de los suramericanos más conocedores de la materia
de seguros-, el plazo que le concede la ley al asegurado no se puede rebajar en las cláusulas
contractuales de seguros, por el contrario sólo se puede ampliar en el contrato llamado póliza,
como un beneficio más que le otorga el asegurador al asegurado, más nunca lo contrario.
Aquí no valdría alegar por parte de la empresa aseguradora, que esta cláusula está autorizada por
la Superintendencia de Seguros, ya que el bienestar del Débil Jurídico está por encima del contrato, y
sobre todo, en este tipo de relación, en la cual el Estado Venezolano, le está otorgando una concesión a
la empresa aseguradora para que ejerza una función social, que le pertenece por derecho al Estado, tal y
como lo ha establecido la famosa sentencia de los Créditos Indexados emanada de la Sala Constitucional
del Tribunal Supremo de Justicia a la que haremos referencia más adelante.
La cláusula es nula de nulidad absoluta, desde el inicio del contrato, ya que viola el principio de
la Máxima Buena Fe que envuelve todo el contrato de seguros, pues pretende cercenarles sus derechos
al asegurado que le otorga la ley (art. 576 del C. Com.), lo que va en contra de lo expresado en la
sentencia del Juzgado Octavo Superior de la antigua Circunscripción Judicial del Distrito Federal y
Estado Miranda, que antes traje a colación, cuando reseñó lo que indica el Dr. Ernesto Eduardo Boga
(Enciclopedia Omeba- voz Buena Fe) se lee: “Se muestra como convicción o conciencia de no
perjudicar a otro, de no defraudar la ley; en la honesta y leal concertación y cumplimiento de
los negocios jurídicos; es evidente que con esta práctica ilegal de las empresas aseguradoras, se trata de
lesionar a otro y a todas luces de defraudar la ley que beneficia al asegurado y así pido sea decidido
por este Tribunal a su digno cargo en la sentencia a dictar.

La Repetida violación del artículo 66 de la Ley de Empresas de Seguros y Reaseguros (LESR), por
parte de las aseguradoras y sus consecuencias jurídicas.
El contenido del artículo 66 de la LESR es de vieja data, ya que las leyes anteriores, hasta la Ley
que se encuentra en los actuales momentos en suspenso por parte del Tribunal Supremo de Justicia en
Sala Constitucional, han reproducido el texto en cuestión con algunas variaciones, empero con la misma
esencia, cual es, que la empresa aseguradora no puede modificar el contrato de seguros previamente
aprobado por la Superintendencia de Seguros, a través de anexos, sin la previa autorización de ésta
última. El Decreto Ley suspendido, habla de la nulidad de este tipo de cláusulas extras, por ser
violatorios al artículo que nos ocupa, y son las empresas aseguradoras, quienes valiéndose de su
superioridad, debido a que imponen las reglas del contrato, las que se han dedicado a esta práctica mal
sana.
Este tipo de práctica ilegal de la empresa aseguradora viola el Principio Jurídico de la Uberrimae
Bonae Fidei o Máxima Buena Fe, que envuelve al contrato de seguros. Este principio, fuerte en su
esencia, es tan frágil, que como dije en una oportunidad ante el Tribunal 10° Superior, que una brizna de
paja al viento lo puede romper. Cualquier actuación ilegal de las empresas aseguradoras, que son las que
conocen las leyes que rigen el contrato de seguros y que deben aplicarlas fielmente, viola este principio.
Cualquier interpretación abusiva por parte de la empresa aseguradora de las cláusulas del contrato a su
favor, viola este principio y también el Principio Constitucional del Débil Jurídico.
Al hablarnos de la Buena Fe, el difunto autor colombiano J Efrén Ossa G, en su obra “Teoría
General del Seguro”, “El Contrato”, Tomo II, páginas 44 y 45 nos señala lo siguiente:
“X. De buena fe.
Como todos los contratos. Sólo que el seguro lo es en más alto grado, uberrimae
fidei, lo que tiene un fundamento ostensible en la intangibilidad de la mercancía que
constituye su objeto y en la imprecisa consistencia de los elementos que utilizan para
regular el precio de ella. (...) (Omissis).
Se puede agregar que todo lo que el seguro tiene de peculiar en su
conformación jurídica corresponde a la uiberrima fides que lo caracteriza, a lo
menos desde el punto de vista ético, frente a los demás actos de la vida civil o
mercantil.
Este atributo de la buena fe, no es tan solo peculiar del seguro sino de todos los
contratos civiles (C.C., art. 1603) y mercantiles (C. de Co. art. 8711) subraya, en el
que ocupa nuestra atención, que el asegurador se halla hasta cierto punto
particularmente en lo que atañe a la declaración del riesgo y a la prevención del
siniestro, “a merced del asegurado”, quien, objeto de tal grado de confianza, debe
comportarse con absoluta lealtad.
Pero esta misma lealtad debe corresponder al asegurador en la concepción
de la póliza y en la ejecución del contrato, evitando cláusulas lesivas para el
asegurado o simplemente oscuras e incompatibles con la exquisita observancia de
la buena fe, como anota el profesor Garriguez.” (Fin de la cita) (Obra y autor
citados, Editorial Temis, Bogotá-Colombia 1991).
Más el autor español Joaquín Garríguez, citado por Ossa, en la obra del primero de los
nombrados denominada “Contrato de Seguro Terrestre”, nos dice lo siguiente:
“ (...) (Omissis) 1) En primer lugar porque el seguro es un contrato celebrado
en masa en el que se ofrece la característica propia del contrato de adhesión, esto es,
la subordinación del contratante a las condiciones contractuales redactadas
unilateralmente por la empresa aseguradora. Esta característica exige, por parte de
la empresa, una exquisita observancia de la buena fe, que es incompatible con las
cláusulas lesivas para el asegurado, o simplemente oscuras. Contra los abusos
posibles en esta forma de contratación, el Derecho ha reaccionado con diversos
sistemas, preventivos y represivos. (...) (Los medios represivos son de variada
naturaleza. Algunos se formularon ya en el Derecho civil, para la contratación en
general. Es el caso del artículo 1.288 de nuestro Código civil cuando dice que “la
interpretación de las cláusulas oscuras de un contrato no deberá favorecer a la parte
que hubiese ocasionados la oscuridad” –en el mismo sentido el artículo 581 de
nuestro Código de Comercio (agregado mío)-. Otros se formulan en las leyes
modernas para defender al contratante con las empresas del peligro de abuso
inherente a las llamadas “condiciones generales del contrato”. En resumen, desde el
punto de vista de la empresa de seguros, la buena fe consistirá en cerciorarse de
que el otro contratante conoce y entiende todas las cláusulas del contrato y que
ninguna de ellas es peligrosa, lesivas u onerosa, ni redactadas en términos
oscuros.” (Fin de la cita, el subrayado y resaltado es mío) (Obra y autor citados,
página 58, Talleres Gráficos Aguirre, Madrid, 24 de Febrero de 1973).
La empresa aseguradora es, la perfecta conocedora de las normas que rigen la materia y el
contrato de seguros, el cual explota a discreción, previa concesión del Estado venezolano; como perfecta
conocedora de las leyes, sabe a cuáles sanciones se expone por su incumplimiento, por lo que debe ceñir
su comportamiento, basado en el principio de la Ubérrima Buena Fe, en un apego total a las normas
jurídicas que rigen la materia, ya que ella es la que conoce la ley que rige la actividad aseguradora
y no el asegurado, que por lo general en su necesidad de cobertura, va como oveja al matadero
alentado por promesas incumplidas en muchos casos de los productores de seguros, que siempre he
considerado que hacen lo que las aseguradoras ordenan, ya que están hechos a su imagen y semejanza,
pues –por lo general- no tienen la menor idea de lo que expresan las normas jurídicas en materia de
seguros, toda vez que esto no es de su incumbencia y para ellos no tiene interés. Lamentablemente en la
mayoría de los casos -salvo excepciones-; a ellos lo que los motiva y les interesa es el beneficio
económico que producen las ventas, lo que se considera lógico, pues de ello viven.
El insigne maestro Gert Kummerow en su obra “Algunos Problemas Fundamentales Del
Contrato Por Adhesión En El Derecho Privado”, página 126:
“Para la doctrina tradicional, la exoneración de la responsabilidad que puede nacer
a cargo de un sujeto –sea esta contractual o delictual- no puede admitirse porque
se desconocería un principio de eminente Orden Público según el cual: nadie
puede excusarse de las consecuencias que originan sus propios actos o el
incumplimiento de las relaciones jurídicas que lo ligan con otro sujeto.” (Fin de la
cita).
Más adelante el insigne autor, al referirse a la intervención del Estado en los contratos por
adhesión, nos señala lo siguiente:
“(...) (Omissis) Especial atención ha merecido siempre la supervigilancia que la
administración ejerce sobre las condiciones generales de contratos elaborados por
concesionarios de servicios públicos o por empresas cuyas actividades se ha
estimado favorecen un interés general. Las condiciones generales, que se incorporan
a los contratos individuales celebrados entre la empresa y los particulares, no pueden
ser modificados sino mediante autorización de los organismos administrativos.
Queda así vedado a la empresa pactar con los interesados una modificación que
altere las reglas básicas vigentes. Un claro ejemplo de esas limitaciones puede
observarse en la Ley sobre Inspección y Vigilancia de las empresas de Seguros
(venezolana) de 18 de julio de 1938 –hoy artículo 66 de la Ley del 94 (agregado
mío)-. Los artículos 22 y 23 de esta Ley imponen el deber, a cargo de las empresas
aseguradoras, de someter a la aprobación del Ministerio de Fomento –hoy Ministerio
de Finanzas (agregado mío)- no sólo los modelos de las pólizas, tarifas y tablas de
coeficiente, sino también la propaganda, carteles y prospectos del ramo de seguros a
que se dedican. El Ministerio de Fomento, correspectivamente, puede negar la
aprobación de los documentos o pedir que se los modifique de conformidad con las
pautas que trace. Tales normas confieren al Ministerio de Fomento un amplio margen
para apreciar las pólizas, y las condiciones generales de los contratos, responden a las
finalidades que deben orientar a los aseguradores y a la reglamentación contenida en
el Código de Comercio. (....) (Omissis)” (Fin de la cita) (obra y autor citados,
Editorial Pierre Tapia, Caracas 1.981, pagina 196).
Como bien puede observarse, ya en el año 1938 esta normativa legal, igual al artículo 66 actual,
existía en nuestra legislación, prohibiendo en forma expresa, que sin el consentimiento del Estado
Venezolano se efectuasen modificaciones del contrato de seguros, aún y cuando las partes estuvieran de
acuerdo en ello, ya que en los contratos de seguros el principio de la autonomía de la voluntad de
las partes no es aplicable (en ello están contestes Gabriel Avilés Cucurella y José María Pou de Avilés
en su obra Derecho Mercantil, página 622), tal y como lo indicó nuestro Tribunal Supremo de Justicia en
Sala Constitucional en su famosa sentencia de los créditos indexados del año antes pasado cuando dijo y
cito:
“Ni la autonomía de la voluntad, ni la libertad contractual pueden lesionar los
beneficios que produce el Estado Social, contrariándolo, al contribuir a
discriminaciones, subordinaciones, ruptura de la justicia social o desigualdades
lesivas, por desproporcionadas, para una de las partes del contrato en materia
de interés social. (...) (Omissis).” (Fin de la cita; los subrayados y resaltados son
míos) (Sentencia N° 85 de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de
Justicia, de fecha 24 de Enero del año 2.002).
Esta sentencia basa su apreciación, en el Principio del Estado Social de Derecho y en el
Principio Constitucional del Débil Jurídico establecido en el artículo 21 numeral 2° del texto
Constitucional y toma como ejemplo entre otras leyes, la Ley de Protección al Consumidor cuando nos
dice:
“Dentro de las protecciones a estos “débiles”, la Constitución de 1999, establece
Derechos Sociales, los cuales por su naturaleza son de interés social; mientras
que otras leyes señalan expresamente materias como de interés social; los
débiles, en un subyugamiento que alienta perennemente una crisis social. o se
refieren a la protección de personas que califican de débiles jurídicos (artículo
6.3 de la Ley de Protección al Consumidor y al Usuario, por ejemplo). De esta
manera se va formando un mapa de quiénes son los sujetos protegidos por el
Estado Social. (...) (Omissis).” (Fin de la cita).
Esta decisión emanada de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, es de
estricto cumplimiento por parte de todos los jueces de la República, a tenor de lo expresado en el
artículo 335 de nuestra Carta Fundamental.
Como puede observarse, la decisión transcrita hace mención expresa al artículo 7 de la Ley de
Protección del Consumidor y del Usuario, dicho artículo dice y cito: “Las personas naturales y
jurídicas que se dediquen a la comercialización de bienes y prestación de servicios públicos, como la
banca y otros entes financieros, las empresas de seguros y reaseguros (...) (Omissis) (Fin de la cita, el
resaltado es mío)”.
Se aprecia de la lectura del artículo en cuestión, que el sector seguros está enclavado en esta
normativa legal que ha sido señalada por el Magistrado Ponente en la transcrita decisión, como
empresas encargadas de prestar servicios públicos y por lo tanto, que deben de cumplir estas
directrices que dicta la Constitución y las leyes a favor del débil jurídico.
Estas normativas legales esgrimidas por los Magistrados sentenciadores en el fallo reproducido,
le son totalmente beneficiosas a las posibles pretensiones de cualquier asegurado ante el abuso de los
aseguradores, que rechazan los siniestros sin ningún asidero legal, aplicando a veces, cláusulas de
exclusión que no fueron aprobadas debidamente por la Superintendencia de Seguros y que ellos
valiéndose de su superioridad, -como antes dije- imponen al Débil Jurídico en la relación contractual,
que debe aceptarlas, ya que si no las acepta, no se le otorgará el contrato de seguros. Pero además,
muchas veces por no decir todas, abusan las aseguradoras en la interpretación del contrato de seguros
haciendo una interpretación por demás extensiva a algunas cláusulas o palabras de la póliza, como por
ejemplo la frase “Cirugía Cosmética, Plástica o Estética” e interpretan para su beneficio el contenido de
estos conceptos, abusando en su aplicación y rechazando cualquier cosa que se le parezca a este tipo de
cirugía, sin entrar a estudiar a profundidad el caso en cuestión.
Pero además incluyen en el contrato de seguros cláusulas por demás extremamente amplias y que
han sido aceptadas por las empresas aseguradoras, como es el caso de Cirugía Plástica; Hechos de la
Naturaleza, Defecto Congénito, entre otras. Ya se presentó un caso de múltiples rechazos de siniestros
por los sucesos del Litoral Central en el año 2000, en que las aseguradoras alegando la falta de la
cláusula inundación en muchos casos y en otros el concepto de hechos de la naturaleza, rechazaron a
discreción los siniestros. Más como dije en la página web, www.hablandodeseguros.com, en aquella
oportunidad –lo que causó gran polémica entre los lectores de la página en cuestión-, estos siniestros se
encontraban amparados, pues se debieron a un “deslave o derrubio” y estos conceptos no se encontraban
expresamente excluidos de las pólizas, aplicándose por lo tanto el contenido del articulo 557 del Código
de Comercio, que acoge el Principio de la Universalidad de los Riesgos, principio este que indica que
todo lo que no esté excluido expresamente del contrato de seguros está amparado por el mismo.
En nuestra legislación vigente, la Ley de Protección al Consumidor y al Usuario del año 1.995,
nos señala en el artículo 19 que: “Los contratos de adhesión serán redactados en términos claros e
impresos en caracteres visibles y legibles que faciliten su compresión por el consumidor.”. Por su
parte el artículo 20 indica: “Las cláusulas que en los contratos de adhesión implicaren limitaciones a
los derechos patrimoniales del consumidor, deberán ser impresas en caracteres destacados, que
faciliten su inmediata y fácil comprensión.” Por otra parte, el artículo 21 del mismo cuerpo legal, nos
señala que: “No surtirán efecto alguno las cláusulas o estipulaciones en los contratos de adhesión
que: (...) (Omissis) 5. Estén redactadas en términos vagos o imprecisos; o no impresos en caracteres
legibles, visibles y destacados que faciliten su compresión.” (Fin de la cita, el resaltado es mío).
Como bien indica el artículo 8 de la ley antes señalada, los derechos de los consumidores y
usuarios consagrados en esa ley son irrenunciables, y se considerarán nulas las estipulaciones que
establezcan la renuncia a tales derechos o el compromiso de no ejercerlos en instancias administrativas o
jurisdiccionales.
Todo esto nos lleva a concluir, que las cláusulas de exclusión de la póliza que no fueren
debidamente autorizadas por las Superintendencia de Seguros o aquellas que aún siendo autorizadas por
este ente administrativo, no sean claras, precisas, diáfanas y que no dejen lugar a dudas en cuanto a los
términos indicados en las exclusiones, son totalmente nulas de nulidad absoluta, por ser vagas,
imprecisas, ambiguas y oscuras, sobre la base de lo establecido en los artículos antes señalados y en el
supuesto negado que los Tribunales las declaren como válidas, éstas deben ser interpretadas por ellos a
favor del asegurado y en contra del asegurador como bien lo indica el artículo 581 del Código de
Comercio que dice en su texto, que: “(...) (Omissis) Toda oscuridad, o duda a que de lugar la póliza se
interpretará a favor del asegurado” (Fin de la cita), y, además no surten ningún efecto jurídico en el
contrato, por violatorias de los Principios del Débil Jurídico y de la Máxima Buena Fe que los exige el
contrato de seguros, ya que no fueron debidamente autorizadas en algunos casos por el ente
administrativo correspondiente, sino impuestas por la empresa de seguros en el contrato que ella misma
redacta, como lo han manifestado en reiteradas ocasiones los autores que en este escrito he traído en
respaldo a mis alegatos.

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