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Jeremías nos es el profeta mejor conocido, gracias a los datos biográficos que nos ha
transmitido un testigo suyo, quizá Baruc, el que fuera su confidente y compañero de fatigas, y
gracias sobre todo a sus célebres "confesiones de Jeremías". En éstas y otras páginas similares de su
libro, Jeremías nos comunica experiencias y sentimientos muy personales, presentándosenos como
una personalidad de marcados contrastes: debilidad y fortaleza, temores y dudas, lamentos y gozos,
rebeldía contra Dios y fe suplicante en Él, su oración entre confiada y rebelde, pasión por Dios y
pasión por los seres humanos, seguridad y crisis hondas, llanto y lamentación hasta la congoja,
cariño que interpela y juicio implacable contra toda mentira e injusticia, intimidad personal y
pertenencia a la sociedad, mirada preocupada al presente y capacidad de esperanza en situaciones
límite... ¡Hondura de persona y riqueza de vida! ¡Un profeta que se expresa y se retrata a sí mismo
en sus palabras, abriéndonos una ventana a su interior! ¡Un profeta que vivió y sintió de todo en su
corazón a lo largo de unos 40 años! Por su sincero acento humano, es el profeta que más conmueve,
atrae y fascina. "Una de las personalidades más sugestivas del Antiguo Testamento", dirá L. Alonso
Schökel. Habría que compararlo con otros profetas de talla, como Moisés, Elías, Oseas (su primo
hermano espiritualmente), Isaías, Jesús, Pablo...: a cada uno le tocó vivir y actuar en un tiempo
concreto, cada uno tuvo su sello personal.
Nacido hacia el año 650 en Anatot, aldea a pocos kms. de Jerusalén, el año 627 se siente
irresistiblemente llamado por Dios, joven aún, a ser profeta. "Te escogí y te destiné a ser profeta de
naciones (Jer 1,4-10). Como a Moisés (Ex 4), le invade el pavor ante una misión que la intuye
inmensamente arriesgada por los tiempos que se avecinaban: “Yo dije: ¡Ah, Señor, mira que no sé
hablar, no paso de ser un muchacho”. Como diciendo: no valgo, soy joven, no tengo autoridad
moral ante el pueblo; ¿cómo ser portador de la palabra ante una sociedad alérgica a la misma? Pero
Dios: "No digas: soy un muchacho; adonde Yo te envíe, irás; lo que Yo te mande, lo dirás al pueblo.
No les tengas miedo: Yo estoy contigo...”. Jeremías calla y acepta. Dios ha vencido sus miedos y
resistencias y. Se reconoce formado y querido por Dios “desde el seno materno”, fortalecido como
una “muralla de bronce”. Desde ahora hay un nuevo Jeremías más fuerte que Jeremías. No es
profeta por su propia cuenta, riesgo y ganas; la iniciativa ha sido de Dios. Pero en adelante se
experimenta profeta desde sus propias entrañas, entrañas donde le ha entrado Dios y le ha
"agarrado" por dentro para su tarea, como un siglo antes a Amós (Am 7,10-17).
Jeremías no será reconocido como profeta por su pueblo. Por ello, necesitó escribir este primer capítulo de su
libro (Jer 1) como página de justificación: no es profeta de profesión o de casta (como los había), ni por propia
iniciativa y voluntad, sino por llamada de Dios. No puede olvidar ni apagar lo vivido en temprana edad, la
experiencia personal del Dios que llama y envía (algo peculiar del Dios de Israel). Sólo desde la misma podrá
legitimar tanto su ser profeta como su mensaje profético: ambos constituían su gran problema ante el pueblo y fuente
de profundos malestares personales.
No olvidará este primer encuentro con su Dios, decisivo para él. Dios le ha introducido en su propio corazón
para enviarle a su pueblo. En adelante, su vida será un diálogo con su Dios, con los seres humanos y consigo mismo.
Diálogo gozoso unas veces, tenso y doloroso otras, hondo siempre. No se le ahorrarán problemas, tensiones y crisis:
JEREMÍAS
no le fue fácil pertenecer al mismo tiempo a Dios y a los seres humanos, vivir a ambos como la doble pasión de su
vida. Su único medio para guiar al pueblo, enfrentándose a reyes y poderosos: ¡la palabra! Su fortaleza en su
atormentada existencia, Dios. Su vida vendrá a ser una dramática aventura; no la vivirá como fatalidad, ni como
destino ciego, sino como resultado de una experiencia con el Dios que llama y envía.
¡Un profeta cautivador, un libro apasionante! Habría que recordar el célebre dicho: “el estilo
es el hombre”. Sus recursos literarios son inmensos y plurales: signo de su mirada atenta y sensible
a la realidad y de su capacidad de lectura simbólica de la misma (a modo de ejemplo: Jer 1,11-
12.13-15: la visión del almendro en flor y de la olla de agua hirviente). El libro de Jer es “uno de los
libros proféticos que presenta mayor complejidad” (H. W. Schmidt). Como si a la complejidad del
corazón y de la vida del profeta Jeremías correspondiera la complejidad de su libro.
Los libros proféticos anteriores nos han dejado sospechar que plantean problemas: quiénes los han escrito, cómo
se han editado y transmitido, su autenticidad literaria, su estructura, sus varios géneros literarios, su desorden... El
problema se agrava con el libro de Is. Con el de Jer, tan complejo, tenemos cierta ventaja: a diferencia de Is,
sabemos con mayor garantía qué capítulos atribuírselos al profeta Jeremías, así como ubicarlos en los cuatro
períodos de su vida. Un libro largo (52 capítulos): comenzó a escribirlo el mismo Jeremías con la ayuda de su amigo
y secretario Baruc, mientras permanecían escondidos, amenazados ambos de muerte por el rey Joakin el año 604
(léase Jer 36); pero la formación del libro entero tuvo otras fuentes y manos.
Para los alumnos de estudios bíblicos, es importante conocer los datos sobre el libro de Jer, sus rasgos
literarios, su división, su formación a partir de varias fuentes, etc...: mirar el apéndice 1º al final de este capítulo.
En este capítulo sobre Jeremías, prestamos la atención sobre todo a los textos o fuentes A y B, las más
auténticas: pertenecen al mismo Jeremías y a algún testigo de su vida.
Para todos será útil seguir el recuadro de “los cuatro períodos de la actividad profética de Jeremías”: ver
apéndice 2º al final.
La primera etapa profética de Jeremías (627-622 ¿y siguientes?) coincide con los primeros
años de gobierno del rey Josías (640-609). (Véase el contexto histórico en el capít. 6º). Con éste,
nombrado rey a sus ocho años el año 640, el reino de Judá comienza a levantar cabeza tras más de
medio siglo de total sumisión a Asiria. Hacia los años 630, puede iniciar una agresiva política
independendista frente a ésta, incapaz ya de mantener su imperio con mano de hierro. Rompe con su
forzada política asirófila anterior, realiza una vigorosa política de fortalecimiento y prosperidad
nacionales, así como de justicia social, extiende su poder al territorio del antiguo reino hermano de
Israel y emprende (¡otro signo de voluntad de independencia!) una reforma religioso-cultual a
fondo: comenzada el año 632, la culmina en 622. Sigue en ello las pautas del libro de Dt, hallado
(en su primera parte: Dt 12-26) en el templo de Jerusalén. Quiere marcar un período totalmente
diferente del anterior, de total sumisión política y religiosa, de su abuelo Manasés (687-642) (véase
en detalle el contexto histórico del tiempo de Jeremías en el capít. 6º, y léase 2 Re 23,4-24 y 2 Cron
34-35).
Los primeros años del profeta Jeremías coinciden con la restauración política y religiosa del
joven rey Josías. La vive aún sin particular dramatismo. No han llegado todavía los tiempos
difíciles. Jeremías se dirige a los castigados supervivientes del extinguido reino del norte (Israel o
Efraín). Sus palabras de este tiempo son las de un joven profeta de unos 20-30 años: llenas de
sensibilidad y cariño (Jer 2-3 y 30-31). En su corazón y en sus palabras, Jeremías encarna y expresa
el corazón mismo de Dios para con su pueblo apaleado y escarmentado: entrañable y apasionado,
celoso y tierno al mismo tiempo, que hace oferta de un nuevo amor a la “mujer que se prostituido”,
al “hijo pródigo” que se ha marchado de casa y lo está pagando caro. Acusa, pero con ternura;
denuncia, pero sin acritud. Sobre todo invita a "volver" a Dios: ¿no sigue siendo Él “la fuente de
aguas vivas”? Su Dios está deseando volver a ser su Dios: amor de intimidad compartida y
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JEREMÍAS
esperanza de futuro. Jeremías quiere tocar el corazón de los humanos: el único lugar donde se
origina una transformación de verdad. Hay exégetas que defienden que el profeta apoyó la reforma
religiosa del rey por la ley y por las armas; en todo caso, él sigue otra línea: más allá de un cambio
de costumbres y prácticas cultuales, impuestas unas, prohibidas otras, bajo pena de muerte, desde
arriba, busca una renovación a fondo desde el interior y desde la libertad despertada al amor. Por
ello, se dirige al corazón del ser humano; pretende tocarlo; su arma para ello es su palabra, llena de
pasión de amor. ¡Muy diferente su camino del del rey Josías! ¡Y muy diferente del seguido tantas
veces por las iglesias cristianas (católica, calvinista, evangélica...) y por tantos partidos político-
religiosos!
Este primer Jeremías parece estar influido por Oseas en sus temas: relación Dios-Israel
expresado con la doble imagen de la relación “marido-mujer” y “padre-hijo”, el recuerdo del
“desierto” como el lugar de un primer idilio de amor entre Dios y su pueblo, el reproche de
idolatría, el perdón gratuito de Dios, la invitación a “volver” al primer amor... El léxico que maneja
(prostituirse, adulterar, olvidarse de Yahvé, abandonarle, ir tras otros amantes, volver, conocer...) y
el tono, de enorme fuerza interpelativa y afectiva, recuerda igualmente el de Oseas.
Las palabras de Jeremías de estos primeros años están recogidas en Jer 2-3 y 30-31 (según algunos autores, también
en 4-6). Merecen lectura personal y comentario. Habla apelando al amor histórico de Dios, por una parte, desde el dolor
y llanto de Dios, por otra.
a) En las de 2,1-4,4, Jeremías pronuncia entrañables palabras de invitación a "volver": hay que dejarse impresionar
por las mismas. Dios se pone a despertar la profundidad del ser humano, a tocar sus fibras íntimas: ¿no ha vivido
alguna vez el amor? Despertar la nostalgia de la relación vivida puede tener efectos prodigiosos en su corazón.
Jeremías nos recuerda a Oseas. ¿No es Israel como la esposa adúltera e infiel que se prostituye con "extraños" a la
vera de los caminos, quedando envilecida? ¡Qué absurdo olvidar al Dios "fuente de agua viva" para beber en pozos
de aguas pútridas y engañosas! ¡O abandonar el amor verdadero por amores bastardos! Seguir vaciedades, ¿no deja
el corazón vacío? (2,5). El Dios que habla por el corazón y las palabras del joven Jeremías es un Dios dolorido pero
amante, defraudado pero esperanzado. Un Dios que recuerda con nostalgia el amor tierno y fiel del Israel de antaño:
"recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa" en los tiempos del desierto; ¿por qué le ha dejado
prefiriendo a "dioses inútiles”? (2). “Ramera desfachatada, ¿dónde no has hecho el amor, a la vera de los caminos,
sin vergüenza alguna”, entregándote a cualquiera? Ha perdido todo derecho ante su esposo Yahvé. Con todo,
aunque no lo merezca, la invita a volver a Él, su amor primero y verdadero: "vuelve, Israel, apóstata; no os pondré
mala cara, porque soy compasivo y no guardo rencor eterno"... (3,1-5.12ss; constata la frecuencia de la palabra
shub=”volver”, y “apostatar”, con cuatro llamamientos a volver a Dios, en 3,6-4,4). O usando la otra imagen del
mismo Oseas, Israel es como el "hijo pródigo": han abandonado la casa paterna. No tiene derecho alguno a volver a
la misma; pero Dios, en puro amor gratuito, promete acogerle: puede volver; de nuevo "quiero contarte entre mis
hijos; podrás llamarme padre y no te separarás de mí". El amor de Dios y su voluntad de vida para el ser humano
son más fuertes que los yerros e infidelidades de éste (3,14-22ss).
b) Junto a las palabras de invitación, Jeremías dirige inolvidables palabras de esperanza y de promesa a ese mismo
pueblo abatido y sufriente del Norte: "No temas, Israel. Yo estoy contigo para salvarte. Te he herido; pero Yo te
curaré, sanaré tus heridas. De nuevo vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios. Con amor eterno te amo...”.
Palabras de gran sentimiento recogidas en Jer 30-31: forman el llamado “libro de la consolación”. Con los oráculos
añadidos más tarde, el conjunto 30-33 constituye “la esperanza en medio de la desolación” (Bozak).
No sabemos durante cuántos años proclamó Jeremías su palabra en los años del rey Josías. ¿Continuó después
del año 622 y siguientes, apoyando la reforma deuteronomística emprendida por el rey en ese año?, ¿o se retiró,
cesando de toda actividad profética?, ¿vivió mientras tanto en Anatot, su aldea de nacimiento, o en la capital
Jerusalén? Preguntas sin respuesta por falta de datos.
El año 609, cuando tiene unos 40 años, comienza Jeremías su segunda etapa profética.
Inesperadamente cambia totalmente el panorama: Josías, el rey que había creado tanta seguridad,
euforia y expectativas de futuro, muere en una batalla contra los egipcios. Ello originó una
verdadera crisis religiosa: “la exasperación religiosa que se desató a la muerte de Josías jamás se
exagerará en exceso” (R. Albertz). Toda su obra de reforma política, religiosa y social se viene
abajo, como todo lo impuesto desde arriba, por la fuerza de la ley y de las armas. A Judá le esperan
dramáticos veinte años. Internacionalmente se vive una permanente situación de guerra mundial;
Egipto y Babilonia implican en la misma a los pequeños estados que, además, deben pagarles
elevados tributos; los ejércitos de las grandes potencias se pasean prepotentes por sus tierras. Judá
osa dos veces rebelarse, sufriendo dos invasiones y dos conquistas de la capital Jerusalén; caen las
esperanzas nacionales; se hacen costosos y frenéticos preparativos para la guerra; se fracciona la
sociedad en bandos y partidos que politizan y crispan la crítica situación; una grave inestabilidad
social se suma a la inseguridad nacional. Jeremías comparte con su pueblo la nueva situación; trata
además de guiarlo y mantener su fidelidad a Yahvé, con la única arma de su palabra y sus gestos. Su
tarea queda dificultada por el nuevo rey Yoyaquim (609-597), un sinvergüenza de categoría: un
pequeño déspota oriental, arbitrario y prepotente, al que no le importan ni los hombres, ni Dios, ni
sus profetas. Bajo él sufrirá Jeremías más de una vez en su propia carne por cantar la verdad. Con
él comienza la pasión de Jeremías: ¡un largo via crucis para el profeta!
Son particularmente recias sus palabras contra los sacerdotes y los "profetas que anuncian paz y bienestar" en
tiempos de angustia: son "falsos profetas”, engañan al pueblo con fantasías y pseudoesperanzas; no se puede esperar
de ellos sino mentira, embuste y frustración (23,9-40; y 8,10-12; 4,9-10; 6,13-14; 2,8-9). Vendedores de ilusiones,
optimismos y soluciones fáciles los ha habido siempre; el profeta mira más hondo: canta la verdad, denuncia y
reclama soluciones a dos niveles inseparables: el de los corazones y el de las estructuras. ¿No resulta falso y efímero
todo otro camino?
Dios y el prójimo
Jeremías se parece al profeta Oseas en más de un punto: su tono emotivo, su imagen de un Dios marido defraudado
o padre dolorido que invita a “volver”, la denuncia del culto a los baales... Como aquél, es sensible a los pecados contra
el primer mandamiento: “olvidan” a Dios, no le “conocen”, “se prostituyen” con ídolos que defraudan... Pero, contra
lo que se piensa a veces, a Jeremías le duele igualmente toda forma de violencia e injusticia en la sociedad, porque le
duele a Dios. “La denuncia social es tan fundamental en la predicación de Jeremías como en la de Amós e Isaías”, dice
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JEREMÍAS
su comentador C. Westermann. ¿No está el olvido de Dios en la raíz del olvido y maltrato del prójimo? “Volver” a
Dios, “conocerle, amarle” (primer mandamiento) pasa necesariamente por la práctica de la justicia con el prójimo;
“conocerle” lleva a conocer y realizar su proyecto de una sociedad justa; Él es “el Señor que establece en la tierra la
lealtad, el derecho y la justicia y se complace en ella” (9,23; ver 4,1-2; 5,1-4.26-29; 6,6-8.13; 8,10; 9,1-9; y 2,34).
Es, ante todo, el deber del rey practicar la justicia en su gobierno; su primera preocupación deben ser los indefensos
y aplastados: “Administrad justicia cada mañana; arrancad al oprimido del poder del opresor” (21,11-12; ver Sl 72).
Alaba al difunto rey Josías porque “practicaba el derecho y la justicia, defendía la causa del humilde y del pobre”, y le
echa en cara a su hijo Joaquín su triple y flagrante injusticia: carece de una mínima sensibilidad y sentido de justicia; el
pobre le interesa un comino, sólo vive para sí: “tus ojos y tu corazón sólo buscan tu provecho, sangre inocente que
derramar, opresión y violencia que imponer”; en plena crisis general construye descaradamente un nuevo palacio para
sí con todo lujo y además sin pagar a los obreros: “edifica con injusticias y hace trabajar al obrero sin retribuirle su
sueldo” (22,13-19). Su reclamación de justicia, años más tarde, logrará por un breve tiempo la liberación de los
esclavos (34,8ss).
Hay que recordar, sobre todo, su célebre sermón contra el Templo, una de sus actuaciones más provocadoras que le
acarreará peligro de muerte (Jer 7 y 26). El pueblo se siente seguro diciendo: “templo de Dios, templo de Dios, templo
de Dios”. Como diciendo: Dios está con nosotros; hagamos lo que hagamos, “estamos seguros”, a salvo de todo
peligro. “¿No está Yahvé en Sión?” (8,19). Invocan un dogma religioso tradicional, corroborado por la historia en 701:
Dios presente en Sión, los había salvado del asirio Senakerib. Pero Jeremías grita contra su interpretación fetichista:
olvida las exigencias de justicia de Dios. Han falseado el culto y la religión. El lugar de un culto en verdad y justicia lo
han convertido en “cueva de bandidos”, en la base segura de sus operaciones criminales: les sirve para seguir
oprimiendo impunemente a los indefensos de aquella sociedad (“los forasteros, los huérfanos y las viudas”) y “para
derramar sangre inocente”. Unas veces usando la violencia; otras, las triquiñuelas de la ley,como en los tiempos de
Amós (la injusticia de cuello blanco!). Es seguridad religiosa mágica, no la propia del creyente que conoce al Dios
justo. Por ello, Dios entregará nada menos que su templo a la destrucción, por lugar sagrado que sea para ellos, gente
tan religiosa. Dios quiere la justicia con el oprimido más que templos, la preocupación por el necesitado más que
rituales fetichistas. El culto a Dios sin justicia es pura idolatría. Lo más sagrado ¿no es el ser humano? Jeremías, al
igual que los profetas Amós, Isaías y Miqueas, ha puesto el dedo en la llaga: denuncia el peligro y el pecado tan
frecuente de los hombres y pueblos religiosos de practicar el culto a Dios sin acordarse del prójimo doliente. Comienza
a pagarlo caro: como más tarde Jesús de Nazaret, por hablar contra lo más sagrado para su pueblo, será llevado al
tribunal por los jefes religiosos (Jer 26).
Jeremías está impresionado por estos panoramas de mal, de injusticia y de mentira. No hay
ningún pueblo santo, ningún período de la historia inocente y libre de injusticia. Pero ¿no hay
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JEREMÍAS
períodos de la historia de un pueblo (y de la humanidad), en que la violencia y la crueldad alcanzan
niveles escandalosos e insoportables? Jeremías se sintió intrigado por el misterio del mal y del
pecado: por su volumen, su extensión sociológica y su fuerza de contagio. ¿Cómo explicar que un
pueblo siga pertinaz por caminos que le conducen a su propia ruina?, ¿por qué esas dinámicas de
maldad, espirales de violencia desatada e imparable?, ¿o estructuras de injusticia incorregibles en un
pueblo o en la humanidad?, ¿o su capacidad de falsedad y mentira establecidas? ¡Entonces y ahora!
Jeremías caracteriza con gran riqueza de imágenes la maldad del pueblo de Dios. Y como en Oseas, en él volvemos
a hallar las varias dimensiones del pecado humano:
a) la histórica y geográfica: tiene raíces históricas antiguas y está extendido por todo el país (2,5-9; 3,2; 7,21-28;
11,6-11; 16,11-12;23,13-15...);
b) la sociológica y estructural: afecta a todas las clases sociales y tiene fuerza de contagio (9,1-8; 5,1-6; 6,6-7; 7,14;
23);
c) la sapiencial: es algo insensato, va contra el ser humano mismo (2,10-13.14-19.32; 4,22; 8,4-7; 12,13; 13,22-26;
17,12-13; 18,13-17...); las opciones de Judá son fatales: “quedará desnudada y expuesta a la vergüenza” (13,22-26);
“sembraron trigo y cosecharon cardos, quedaron baldados en balde” (12,13); apenas sugerida por Jeremías;
d) la moral: atentan contra las leyes del antiguo Derecho social (apenas sugerido en Jeremías); atentan contra el
corazón de Dios;
e) la teologal: el pecado es relacional: ingratitud e infidelidad a Dios, el amor primero (2,2-13.31-32; 3; ...);
f) y la antropológica (lo que sigue).
- La cepa selecta se ha vuelto “espino, cepa borde”, incapaz de dar uvas comestibles (2,21-22).
- Israel, en imagen más fuerte que la de prostituta, ha venido a ser para Jeremías como una camella o un asna salvaje
en celo incapaz de contenerse (2,23-24).
- "Mi pueblo es insensato, no me reconoce; son hijos necios que no recapacitan: son diestros para el mal,
ignorantes para el bien" (4,22). "Es un pueblo sin corazón e insensato, tiene ojos y no ve, tiene oídos y no oye...;
es rebelde e indómito: se rebelan y se van; no recapacitan...". Es su corazón mismo el que no funciona (5,21-
25). Los aves tienen su instinto sabio, pero “mi pueblo no comprende” (8,4-12). “Cada cual sigue la maldad de
su corazón obstinado, sin escucharme a mí” (16,12).
- "¿A quién he de hablar, a quién conjurar para que me escuche? Sus oídos están cerrados, no pueden escuchar;
toman a burla la palabra del Señor, porque ya no les agrada" (6,9-10).
- "Ya lo sé, Señor (confiesa Jeremías ante Dios), que el ser humano no es dueño de su camino, que nadie puede
enderezar su paso " (10,23).
- "¿Puede un etíope cambiar de piel o un leopardo las manchas de su pelaje? Así vosotros: habituados a hacer el
mal, ¿podréis cambiar a hacer el bien? (13,23).
- "Nada más falso y enfermo que el corazón del hombre: ¿quién lo entenderá? (17,9; y 17,1; 30,12-13; 8,4-7).
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JEREMÍAS
- "Te nombro (dice Dios a Jeremías) inquisidor de mi pueblo, para que examines y pruebes su conducta. Todos
son rebeldes y sembradores de calumnias; son bronce y hierro de mala calidad. El fuelle resopla, el plomo se
desprende del fuego; pero en vano se fatiga el fundidor: la escoria no se desprende" (6,27-30).
Para romper sus falsas seguridades, Jeremías sacude los oídos de su pueblo. Quiere hacerle
consciente del grave peligro que corre. De ahí, tanto la dureza de sus palabras, como su llanto por
él, porque no lo consigue. Lo ama con pasión y quiere salvarlo del desastre que se avecina. Le insta
a "volver” a su Dios, como los profetas anteriores Amós, Oseas, Isaías: es su gran tema,
alimentando quizá la esperanza de conseguirlo. Además de las palabras, realiza gestos: rompe un
cántaro para simbolizar que la nación no tiene arreglo (19). O renuncia a casarse y tener hijos:
significarían futuro, descendencia, continuación de la historia, pero no va a haber tal futuro (16,1-
13). Ni con palabras ni con gestos logra cambiar el comportamiento y el derrotero del pueblo, o su
“conversión” es superficial: ni arranca de una sincera confesión y arrepentimiento, ni alcanza el
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JEREMÍAS
corazón, el centro del ser humano (3,4-5; 5; 8,4-7ss). Jeremías llega al extremo de creer inútil toda
oración: no hay salida para el pueblo, ya que se resiste a cambiar; Dios mismo no puede salvar al ser
humano contra la voluntad de éste (14,11; 11,14; 7,16; al igual que Amós tiempos atrás: Am 7,1-9).
¡Inútil reprochar al pueblo y a sus clases dirigentes la mentira de su vida, la hipocresía de su culto a
Dios, la falacia de sus seguridades! “Yo sé, Señor, que el hombre no es dueño de su camino, que
nadie puede enderezar su paso” ( 10,23). De ahí su indecible dolor y su lloro.
Judá no acierta o rehusa leer los signos de los nuevos tiempos que se avecinan. Quisiera seguir siendo el de siempre.
Según Jeremías, hay novedades en la historia presente de Judá que están reclamando cambios sustanciales. ¿No llegan
momentos históricos en que el curso mismo de la historia está cambiando radicalmente y los nuevos signos están
pidiendo nuevas actitudes? Jeremías intuye que no valen ya los programas y expectativas de siempre: Dios está
removiendo la historia, está tocando sus fundamentos. Su acción reclama niveles de fe y de conducta diferentes y más
hondos.
5) Convertido en plañidera
Viendo inútil todo su esfuerzo, el profeta se desata en llanto. ¡Doloroso ver a su pueblo
marchar imparable a su ruina! Por ello, llora por él con lamento desgarrado e inconsolable:
- "¡Ay mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las paredes de mi pecho, tengo el corazón agitado, no puedo
callar, pues oigo ya el alarido de guerra... Miro a la tierra: es un caos; miro al cielo; no hay luz...” (4,19ss).
- "El dolor me abruma, mi corazón desfallece... Por la aflicción de la capital de mi pueblo ando sombrío y
angustiado" (8,18-23: leer todo).
¡Atroces la congoja y el drama interiores que abruman el corazón del profeta! Ve a su pueblo,
engañado por sus dirigentes religiosos y civiles, caminar ciego a un destino de muerte. Lo ve
"quebrantado y herido". Lo ve, sobre todo, incapaz de percibir su grave situación, incapaz por ello
de recapacitar sobre su conducta insensata (5,21-24ss).
- "¡Quién me diera una posada en el desierto para poder dejar a este pueblo y alejarme de él! Pues son todos unos
adúlteros, una caterva de bandidos...; van de mal en peor" (9,1-5ss; ver Sl 14 y 54).
- "Si no escucháis a Dios, lloraré en silencio y secreto vuestra soberbia, mis ojos se desharán en llanto..." (13,15-
17).
- "Haced venir a las plañideras...; vengan pronto y entonen una elegía, para que se deshagan en lágrimas nuestros
ojos y destilen agua nuestros párpados..." (9,9-10.16-21). Es tal la situación del pueblo que no puede sino invitar
a entonar elegías, cantos tristes.
- "Se me parte el corazón en mis adentros, se me estremecen los huesos, estoy como un borracho, vencido por el
vino... El país está lleno de adulterios, y por ello hace duelo la tierra; se difundió la impiedad por todo el país”
(23,9-15ss).
- Con ocasión de una pertinaz sequía que afecta a hombres, animales y vegetación, suplica al Señor por su pueblo;
con palabras de enorme congoja: "Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche, sin cesar, por la terrible
desgracia que hiere a la doncella de mi pueblo. Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad:
desfallecidos de hambre. Profetas y sacerdotes andan errantes y a la deriva por el país: nada saben", ni pueden
decir algo al pueblo sediento de luz (14,1-6.17-18).
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El lloro de Jeremías es el lloro de Dios mismo por “la amada de su alma” que ha estropeado
todo lo que le ha dado: su amor, la tierra, las relaciones sociales e interpersonales... (12,7-13).
Según Jeremías, es Dios mismo el que sufre, llora y se expresa en soliloquios de lamento (12,7-13;
15,5-9; 18,13-17). En otros pasajes, de clara ambigüedad literaria, no se sabe quién sufre y llora: si
Jeremías o Dios o ambos, ¡están tan identificados y superpuestos el uno con el otro! (4,19-26; 8,18-
23...). La congoja del profeta por su pueblo es la congoja de su Dios por él, y la congoja de Dios por
su pueblo la sufre el profeta en su propia carne. Éste está unas veces con Dios para dirigir desde Él
su palabra al pueblo; otras, está solidario con el pueblo que padece el mal: desorden en la sociedad,
sequía, invasión y asedio, destrucción y un porvenir abocado a la muerte. Ser humano sensible y
lleno de ternura, no puede evitar sus sentimientos de dolor, llanto y desesperanza.
Jeremías se convierte sin saberlo en figura y profecía en vivo de Jesús llorando por Jerusalén: ésta no ha oído su
mensaje de salvación, ni aceptado su oferta de un camino de vida; marcha, por ello, a la destrucción (Lc 19,41-44; y
23,27-32; 13,34-35). Ni el profeta ni Jesús han podido parar la marcha del pueblo hacia su ruina. 40 años después de la
muerte de Jesús se repitió, el año 70 d. C., la catástrofe del tiempo de Jeremías. El lloro de Jeremías es el de Jesús; el de
ambos es el de Dios.
Su oración viene a ser combate con Dios en favor del pueblo, cual Moisés en su tiempo (Ex
32), Amós (Am 7-9), Jacob (Gen 32,23ss), Abrahán (Gen 18,16ss). El profeta hace de mediador
entre Dios y los seres humanos: unas veces, subido a Dios, encarna su amor celoso y les dirige en su
nombre palabra de amor o de denuncia, de reclamación de justicia o de promesa; otras, encarnando
las situaciones y experiencias de los humanos, suplica a Dios desde su corazón angustiado y
sufriente para tocar su corazón. Profeta de Dios ante los hombres e intercesor ante Dios a favor de
ellos, incluso de sus enemigos (Jer 15,11; 18,20; como Jesús en la cruz, como Esteban al ser
apedreado: Lc 23, 33-34; Hech 7,57-60).
7) Esperanza en la desolación
¿Pudo Jeremías vivir la esperanza en tiempos nacional e internacionalmente tan turbulentos?,
¿al ver la situación real de su pueblo, abocado a la ruina?, ¿al conocer tan a fondo el corazón
humano y la hondura del mel en el pueblo mismo de Dios? ¡Imposible vivirla sin tenebrosas
sombras y tensiones en su corazón!
"Llegarán días en que cambiaré la suerte de mi pueblo, Israel y Judá... Volverá y descansará, reposará sin
alarmas de guerras, porque yo estoy contigo para salvarte... Resonarán de nuevo cánticos y gritos de fiesta... (De
nuevo) vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios... Con amor eterno te amo y te mantengo mi cariño; te
edificaré de nuevo; de nuevo tomarás tus panderos y saldrás a bailar alegremente. De nuevo plantarás viñas...
Porque yo soy un padre para Israel... Ellos volverán a ser como un huerto regado, no volverán a desfallecer...;
convertiré su tristeza en gozo, los consolaré y aliviaré sus penas... Tu futuro está lleno de esperanza... Israel es para
mí un hijo querido, un niño predilecto...; mis entrañas se conmueven, y me lleno de ternura hacia él... Yo daré de
beber a los sedientos y saciaré a los desfallecidos de hambre..." (Jer 30-31). Palabras repetidas por él más de una
vez a lo largo de su prolongada vida profética.
Además de las palabras, Jeremías realiza signos de esperanza. El signo del cántaro en las
manos del alfarero es uno de los más significativos: le salía mal al alfarero, “pero éste, con el
mismo barro, hacía entonces otra vasija, como mejor le parecía; y dice Dios: ¿no podré yo hacer
con vosotros lo mismo que este alfarero?”. ¡Signo de la esperanza inagotable de Dios en el ser
humano! Jeremías fue capaz de abrigar esperanza y expresarla ante su pueblo en el momento más
desesperado de la historia de Judá: año 587-586. No ceja en anunciar ante todos (¡hasta cinco veces
ante el rey Sedecías!) que, de no rendirse ante Babilonia, llega la catástrofe. El ejército babilonio
asedia ya la capital Jerusalén, la población se está muriendo de hambre (¡se dan casos de madres
que comen a sus hijos!), no hay salida alguna. Y he ahí a Jeremías, realizando un gesto profético,
acompañado de palabras: compra el campo de su primo, queriendo significar: hay futuro para el
pueblo; volverá del destierro, será restaurado (Jer 32; y 33). Tras el infierno de la catástrofe vendrá
la pascua de resurrección. El gesto-signo marca el momento culminante de su esperanza profética en
la desolación general. Una esperanza paradójica y teologal: “esperanza en medio de y a pesar de”,
fundada sólo en el corazón de Dios: ama al ser humano por encima de todo y puede reconducir y
reconstruir la historia de los humanos más allá de los poderes y caminos de maldad humana que la
tuercen y la deconstruyen.
Jeremías anuncia algo más que la restauración futura del pueblo: anuncia sobre todo algo
novedoso: la renovación del corazón mismo del ser humano (leer sobre todo 32,36-44; 33,1-13 y
31,31-34). La promesa de una “nueva y eterna alianza”, impresa esta vez en el corazón mismo de
los humanos, es una de las páginas nucleares e inolvidables del libro de Jer y de todo el AT
(probablemente añadida posteriormente).
Después de la destrucción total, “yo los traeré de nuevo a este lugar. Ellos volverán a ser mi pueblo y yo seré su
Dios. Les daré otro corazón y otro comportamiento, de modo que me respeten y amen toda la vida, para su bien y el de
sus hijos. Haré con ellos una alianza eterna y no cesaré de hacerles bien. Les infundiré en su interior respeto y amor a
10
JEREMÍAS
mi nombre, para que no se aparten de mí. Gozaré haciéndoles el bien” (32,36-44). ¡“Lo nuevo” de Dios! ¡Lo nuevo en
el corazón mismo del ser humano: el sueño de Dios! ¿Puede haber novedad verdadera, pueblo nuevo, humanidad nueva,
historia nueva, mientras no se renueve el ser humano en su interioridad profunda?
Jeremías no espera sólo un pueblo restaurado desde las cenizas. Más allá del nivel histórico externo, su esperanza
alcanza niveles antropológicos: el ser humano mismo será renovado desde sus entrañas. Toda reforma resulta a la
postre insuficiente sin la transformación del corazón: queda en mero cambio de comportamientos, de ordinario impuesto
por la autoridad o por la presión social, y por ello superficial y poco duradero. Sólo “educándolo”, sacando lo mejor del
mismo, se obra una verdadera transformación del ser humano desde dentro y en libertad. La reforma del rey Josías no
había valido para nada: había quedado en sumisión, en comportamientos... Por eso, “les daré un corazón nuevo, capaz
de reconocerme y amarme como a su Dios” (24,7). Jeremías descubre la ley del perdón: al pecado sigue la gracia por
pura misericordia de un Dios amor. Pero va más allá: anuncia la purificación del corazón humano enfermo y el renacer
de un corazón nuevo (ver salmo 51). El profeta tentado de “pesimismo antropológico” al analizar hasta el fondo el
pecado tanto de la sociedad como del ser humano, es, con todo, el profeta capaz de esperar de Dios una acción sanadora
en la interioridad misma de hombre:
“Haré una alianza nueva con Israel y Judá, diferente de la que hice con sus padres... Meteré mi ley en su pecho, la
escribiré en su corazón: entonces de verdad Yo seré su Dios y ellos serán, por fin, mi pueblo..., pues me conocerán, me
amarán desde sus entrañas” (Jer 31,31-34). Viene a ser “la cumbre espiritual de Jeremías” (Biblia de Jerusalén), uno
de los pasajes cumbre de todo el AT. No ya una ley divina dada desde fuera, como la del Sinaí, sino una especie de
atracción y amor impresa por Dios en las entrañas humanas. No ya una religión impuesta por la fuerza o por la ley, ni
siquiera una religión aprendida, sino una religión interiorizada: relación con Dios por el descubrimiento de su rostro y
de su proyecto en el corazón mismo del ser humano. Jeremías es, con Oseas, el iniciador de la religión de la
interioridad. No ya más una circuncisión externa, sino “la circuncisión del corazón” (Jer 4,4). El amor, vocación
última de todo hombre y mujer, sólo radica en un corazón liberado y capacitado para ello. Ezequiel, contemporáneo de
Jeremías, continuará con la genial intuición: si es importante la restauración del pueblo, más importante es la renovación
del corazón (24,5-7; y Ez 36,23-38; 11,17-20). Es posible gracias a un Dios amor fiel: además de perdonar
gratuitamente, quiere siempre llegar al corazón humano, hacerlo nuevo, sacar del mismo “tu mejor tú”, lo mejor que
anida en él (Lo hará mediante su Espíritu renovador, dirán Jesús, Pablo y Juan en el NT: Jn 3,1-12; 14-16; y 2 Cor 3,4-
6; 5; 1 Jn 3).
¿No hay signos de vida que generan esperanza? En la vida de Jeremías los hay
extraordinarios: el del almendro en flor (1,11-12: luego), el de la compra del campo (32: luego)... El
del cántaro del alfarero resulta uno de los más expresivos (18,1-6). Jeremías es testigo de lo que
hace el alfarero: “bajé al taller del alfarero, y lo encontré trabajando en el torno. A veces,
trabajando el barro, le salía mal una vasija; entonces, con el mismo barro, hacía otra vasija, como
mejor le parecía. Y me dijo el Señor: <Y yo, ¿no podré trataros, israelitas, como el alfarero? Como
está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos>”. Dios “alfarero del ser
humano y de su pueblo”, trabajando el barro, la materia prima humana: una de las imágenes más
sugestivas del AT. A través de hechos normales leídos simbólicamente, Jeremías ve y anuncia algo
esperanzador: Dios puede remodelar al ser humano haciéndole vivir experiencias, en concreto
rehacer a su pueblo haciéndolo pasar por los acontecimientos del siglo VI.
Además de las palabras de esperanza del mismo Jeremías, pueden leerse otras palabras y signos de esperanza
recogidas en su libro por el autor final de su colección: 3,14-18; 16,14-15; 18,1-6; 29; 31,31-34.38-40; 33; 50, 17-
20.33-34; 51,9-10; 52.
1) ¿Cómo te resuenan las palabras de Dios en Jer 2 y 3? Observa sus tonos, sus sentimientos...
2) ¿Somos capaces de un análisis valorativo de la sociedad? De descubrir valores y pseudovalores, verdades y
mentiras, profetas y pseudoprofetas, valores e ídolos y manipulaciones... ¿O nos quedamos en una lectura
sensacionalista y superficial de los medios de comunicación?, ¿capaces de analizar las situaciones absurdas de
los pueblos y sus causas, las actuaciones de los dirigentes?, ¿de leer los signos de los tiempos?
3) ¿Cómo te resuena el tema del pecado? (en Oseas, Jeremías...). ¿Te convence o te repatea?, ¿lo ves como
realidad en la sociedad, en ti, en la iglesia?, ¿cuál de las dimensiones de pecado te llama la atención? Recuerda
textos. La cuestión decisiva: ¿cómo plantearlo, integrarlo, saber vivirlo de modo positivo?
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JEREMÍAS
4) ¿Soy capaz de leer mi propio corazón, capaz de lo mejor y de lo peor?, ¿de llegar a mis fondos, los luminosos y
los oscuros? Los de todo ser humano, misterio de mal y de bien.
5) ¿Qué me dicen los panoramas de violencia y de sufrimiento padecidos por pueblos y continentes enteros?, ¿sé
orar a Dios desde la historia?, ¿e implicarme de algún modo en la misma?
6) Ser crítico, pero alentar la esperanza en mí y en los demás. Orar el mal a Dios y poner mi granito de arena en su
solución. Ilusiones, no; esperanza que se compromete, sí. Creyente llorón y pesimista, no; pero ingenuo que no
ve la realidad, tampoco. Sensibilidad y empatía con el sufriente, próximo o lejano, y capacidad de alegría en la
vida diaria... ¿Cómo armonizarlos?
7) ¿Soy capaz de abrigar esperanza en los tiempos penosos, en las situaciones límite?, ¿y capaz de seguir luchando,
poniendo mi granito de arena, a pesar de “los golpes en la mejilla” que me dan?, ¿“en medio de qué y a pesar
de qué” sigo abrigando una esperanza paradójica, resistente e implicativa y activa?, ¿apoyado en Dios, amor y
poder a la vez?
8) Comenta Jer 1,1-3: Dios dirige su palabra a los hombres bajo reyes de talante diferente (Josías, Yoyaquím,
Sedecías...). ¿Cómo ser profetas bajo regímenes tan diferentes como nacional-castolicismo, socialismo,
neoliberalismo, gobiernos fuertes y débiles...? Siempre, en el contexto de programas, ideologías y situaciones
más diversas. ¿Qué te dice? (y Lc 3,1ss).
9) ¿No está Dios removiendo la historia en el comienzo del tercer milenio?, ¿no estamos viviendo “un tiempo de
transición, viraje y novedad” en que cada hombre y cada mujer y cada comunidad creyente debe descubrir con
tanteos los nuevos modos de ser fiel a Dios y a la historia? Modos nuevos y niveles más hondos de vivir todo: la
fe, la esperanza, la relación con el mundo, con el otro ser humano, con la tierra, el sentido de la vida, el trabajo
y el ocio...
10) Y una vez más, analiza los peligros de la religión, las mentiras de la práctica religiosa (Jer 7; etc...).
4. ¡Profeta en crisis!
¿Por qué sintonizamos más entrañablemente con Jeremías? Por ser el profeta que más nos ha
desvelado su corazón, su mundo interior de sentimientos, crisis, gozos y malestares. Como profeta y
testigo de Dios, nos sobrepasa; como ser humano, lo percibimos cercano y semejante a nosotros,
hombre de carne y hueso. También él vivió su fe y esperanza en corazón humano, la grandeza de su
misión profética en la fragilidad del ser humano. Como todos: "llevamos este tesoro en vasos
frágiles...", dirá más tarde Pablo de Tarso (2 Cor 4,7ss).
1) En el espesor de la tiniebla
Jeremías es el profeta de fuertes crisis personales, vocacionales e incluso existenciales. Las
expresó en esas célebres páginas, llamadas "confesiones de Jeremías”, “eco de diálogos de corazón
consigo mismo y con Dios” (G. von Rad). Diálogos desde los abismos sombríos de la existencia
humana (como lo hará más tarde Job de un modo todavía más impresionante). Son únicas en su
género en los libros proféticos. Nos dan idea del espesor y hondura de sus crisis. Como otras que
hemos visto (8,18-23; 9,1-8; 14; etc...), también éstas son páginas de desahogo personal, pero son,
además, de protesta contra Dios, brotadas de su dolor y malestar rebeldes: se entregó a su causa y
ahora siente que le falla. Lo vive como “problema de justicia”: Dios no le protege contra sus
enemigos a pesar de su promesa “Yo estaré contigo”; por ello, le reclama justicia. Dios parece no
corresponder a su fidelidad. Se comprenden sus malestares y quejas.
"Las confesiones de Jeremías” son varias páginas, similares a los salmos de lamentación. Leyéndolas junto a otras
similares, leemos el corazón mismo del profeta en sus momentos de decepción y cuestionamiento. “Aquí nos
encontramos con toda la escala de males psíquico-humanos: miedo ante la afrenta, espanto ante el fracaso, desaliento
sobre la propia fuerza, duda sobre principios de fe, soledad, compasión, decepción hasta llegar casi al odio a Dios. No
falta nada de lo que le puede ocurrir al corazón del hombre. Y todo eso es dolor, decepción, acobardamiento ante su
vocación profética” (G. von Rad).
Piden ser leídas como un itinerario espiritual: un via crucis interior en el que se van espesando, in crescendo, el
dolor y la tiniebla interior, hasta culminar en el abismo de la última (20,14-18). A Jeremías le ayudaron a expresarse a sí
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JEREMÍAS
mismo en su soledad, a orarse ante su Dios, con audacia cuasi blasfema y con fe al mismo tiempo, a asumir sus
malestares delante de Él y a madurar como hombre y como profeta. Muestran su vivencia de la fe y de la esperanza
confiada en medio del espesor de la tiniebla.
¿Cómo, cuándo y por qué pasaron a formar parte del libro de Jeremías? ¡Imposible saberlo! Lo decisivo: ¡también
estas páginas son “palabra de Dios”!, entre otras razones por lo humanas que son. Nos recuerdan el camino de todo ser
humano, más el del creyente y profeta. Son una especie de retazos de diario personal, pero no por ello son producto de
un narcisismo intimista; tienen que ver con su vida y actividad proféticas, con la palabra que proclama, con el panorama
político-social del pueblo en el que vive, con la marcha de la historia universal de su tiempo.
Son cinco las “confesiones”: 12,1-5 (o 11,18-12,6: texto enrevesado); 15,10-11.15-21; 17,14-18; 18,18-23 y 20,7-
18 (compuesto). Pero incluiremos algunos otros pasajes que se acercan a las mismas, sin olvidar los que delatan el
indecible dolor y lamento de Jeremías, vistos antes.
La pregunta burlona se la habían hecho ya antes muchos judíos en tiempos de Isaías (Is 5,19); se la harían a la cara
al profeta Ezequiel pocos años más tarde (Ez 12,21-28). En tiempos cristianos se repetirían esas preguntas incrédulas (2
Ped 3,3-4ss; Apoc 22,6ss). ¡Preguntas que, tarde o temprano, pasan por el corazón de todo creyente! ¿Es verdadero el
mensaje que creemos y proclamamos en nombre de Dios acerca de la historia?, ¿el reino de Dios que viene no es
fantasía, sueño nuestro, proyección de un corazón anhelante de un mundo nuevo? La historia parecen hacerla los
hombres, no Dios. Inútil hablarles en su nombre; inútil creer contra corriente. ¿Por qué, además, hacer opción por Dios
y por su palabra de por vida?, ¿no es arriesgado y absurdo fundamentar la existencia entera en una palabra incierta o en
un Dios que no parece actuar ni responder a nuestras expectativas? Se puede vivir sin Dios y sin su palabra.
¿Cuánto tiempo llevaba Jeremías con preguntas como ésas? ¿Días, semanas, meses? Imposible
saberlo. En todo caso, he ahí la respuesta de Dios, del modo más insólito e inesperado, hallándose
en pleno campo y en clave simbólica: “un almendro en flor”. Tras el largo letargo del invierno, es
el primer árbol que despierta en primavera a la vida, razón de su nombre en hebreo (shaked: de la
raíz “vigilar, estar atento”). Anuncia reverdecer y fecundidad. Su visión en flor y su nombre en
hebreo le llevan a Jeremías a descubrir su sentido profundo; simboliza a Dios diciéndole: “Eso soy
Yo: shoked, atento y velador” por el cumplimiento de la palabra que te he hecho proclamar; la
realizaré a su tiempo. Sigue en tu tarea profética y fiándote de mi palabra; sigue creyéndola y
proclamándola, en esperanza capaz de espera (La siguiente visión de la “olla de agua hirviente que
se inclina de norte a sur”, vv. 13-16, le confirma en la misma certeza).
Dios viene a añadirle algo más, con una expresiva imagen (vv. 17-19): “cíñete la cintura”,
toma la indumentaria y la postura que se toman para el trabajo arduo y para el combate; te van a
combatir todos, reyes, dirigentes, poderosos y el pueblo incluido; pero "sé fuerte, no desmayes, ni
les tengas miedo; soy yo el que te hago fuerte como una muralla de bronce frente a todos: lucharán
contra ti, pero no podrán contigo, pues contigo estoy yo”. ¡Dios haciendo fuerte a Jeremías en su
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JEREMÍAS
debilidad! No le promete una paz cómoda; le espera una existencia amenazada, zarandeada,
conflictiva. Merece la pena fundarla en la palabra de Dios. Dios responde a los interrogantes y
malestares del ser humano a través de signos sencillos, leídos a un segundo nivel de sentido (Siglos
más tarde, Jesús de Nazaret veía “el misterio del Reino” en la semilla de trigo, el grano de mostaza,
el fermento en la masa, la semilla que crece sola: en esos signos-símbolos alimentaba su propia fe y
esperanza y la de los suyos: Mc 4).
Al final (v. 18b) le asalta la peor sospecha que puede asomar al corazón del creyente: "Te me
has vuelto para mí, Dios, un arroyo engañoso, de agua inconstante”. ¡Acusación cuasi blasfema
lanzada a Dios a la cara! ¿Es un Dios frustrante, como los arroyos de Palestina? Llevan agua, pones
junto a ellos tu morada con la esperanza de contar siempre con su agua, y en el momento menos
esperado, dejan de llevarla; se vuelven arroyos secos: defraudan al que se ha puesto a vivir
14
JEREMÍAS
confiadamente junto a los mismos. ¿Eso eres tú, Dios, engañoso para el ser humano que se ha fiado
plenamente de ti?, ¿o eres un espejismo, mero fenómeno óptico, para el que camina sediento y
ansioso de agua por el desierto? (v.18). ¿Mera proyección mental del ser humano, un fantasma en el
que no puedes fundar tu existencia?, ¿responde Dios al hombre que le ha confiado su ser y su
existencia? (Jeremías se adelanta a las afirmaciones de Feuerbach, Marx y Freud, los “maestros de
la sospecha” y críticos de la religión, del siglo XIX). Jeremías, en la línea de otros creyentes y
orantes de Israel, no se censura ante su Dios; en su relación con Él deja espacio a las peores
sospechas. En 14,8-9 vuelve a interpelarle: “¿por qué te portas como un forastero”, turista en un
país con población sedienta y hambrienta, que pasa de largo sin importarle el sufrimiento del
pueblo?, ¿o “como un caminante que desvía para pernoctar”, para no ver ni oír sus clamores”, ¿o
“como soldado incapaz de vencer” y defender a los oprimidos?
Es precisamente el creyente el que sufre los mayores silencios de Dios y padece las mayores
dudas sobre Él, como Abrahán, Elías, Job, salmistas, Jesús de Nazaret... La oración de Jeremías roza
la blasfemia. Con todo, también esta vez percibe (¿después de cuánto tiempo?) la respuesta a su
grave crisis; Dios le reprocha y le alienta al mismo tiempo. Viene a decirle: Te has pasado,
Jeremías; no estás en tu verdad cuando piensas y sientes así de mí; me pierdes a mí y te pierdes a ti
mismo; vuelve atrás de lo que sientes; si aceptas volver, yo te haré volver a ser tú mismo, profeta
mío ante todo el pueblo; ¡fuera tu tentación de ser uno más en la sociedad!: dejarías de ser la “sal de
la tierra”; serás solidario con tu pueblo siendo diferente; "lucharán contra ti, pero no te vencerán,
pues yo estoy contigo para salvarte” (vv. 19-21). Dios ha salido al paso del malestar de su profeta.
Jeremías ha percibido su respuesta a la vez como reproche, renovación de confianza, exigencia de
volver, confirmación en su identidad profética y promesa de presencia amorosa.
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JEREMÍAS
¿No hay veces en que la solidaridad real con el pueblo consiste en ir contra corriente? Lo
vimos en el caso de Isaías (Is 8, 16-30). ¡Romper con la sociedad como la única manera de ser “la
sal de la tierra”! Jeremías (o Dios por él) no condenaba ni los funerales, ni las bodas, ni los
festejos; pero con su chocante celibato y con su ausencia en los obligados actos sociales quería
gritar a todos que “lo normal” no es toda la verdad existencial del ser humano; lo más importante no
es ni el equilibrio sicosocial, ni el mero funcionamiento al gusto de la mayoría, sino el sentido
existencial con que se vive y se aborda todo. En este caso, el momento histórico era tan especial,
“un final”, que no permitía vivir sin más como siempre. Dios cogía para su causa la dimensión
afectivo-sexual y social del profeta: la más profunda, delicada y también la más expuesta a
desviaciones (como lo haría con tantos otros, antes y después de Jesús de Nazaret). Jeremías
quedaba sólo con su Dios, apartado del camino normal de los demás seres humanos. ¿Serviría para
que los hombres y mujeres de su generación se preguntaran por qué y sacaran sus consecuencias?
Los vv. 10-13 recogen un momento mejor del profeta. No todo es malestar y acusación franca
a Dios; expresa también experiencias positivas. Personas aparentemente amigas atentan contra él
con palabras de confianza; pero “Dios está conmigo como defensor seguro”. Sabe que puede fiarse
de él: le hará justicia (vv.10-13). ¿No tiene todo creyente una experiencia plural de Dios?
¡Confianza en Dios en el peligro y en el desgarramiento del corazón!
Marca el momento más sombrío vivido por su corazón. Es más que crisis vocacional, es sobre
todo existencial. No sólo la vocación y la existencia proféticas le son problema y no acaba de
asumirlas realmente, viviendo agudas desazones a nivel sicológico y dudas al nivel de la fe; la
existencia humana misma le resulta problema y peso insoportable a causa de la primera. Le cuesta
amar la vida misma, absurdo celebrar el cumpleaños: no tiene sentido haber nacido.
Un síntoma peor aun en este momento: Jeremías ya no ora, no habla con su Dios, no se abre al
mismo ni siquiera para acusarle a la cara, al contrario de lo que ha hecho hasta ahota. En vez de
oración-diálogo, vive un monólogo narcisista: habla consigo mismo. ¡Comprensible, pero peligroso
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JEREMÍAS
y expuesto! Es crisis no orada a Dios, a diferencia de las anteriores. No es sólo la soledad humana
(15,10ss; 16,1ss), sino la lejanía y el abandono de Dios. Es la noche total para el profeta de Dios,
como para Jesús en la cruz. Tampoco experimenta ninguna respuesta de Dios esta vez: ¿por no orar?
El silencio más pavoroso es su respuesta. Con todo, en la noche más tenebrosa está Dios para su
creyente: ¡lo está de una manera paradójica! ¿No está a veces más cerca del ser humano desde la
lejanía? “¿Soy Yo Dios sólo de cerca y no también Dios de lejos?” (23,23). A pesar del espesor de
la crisis, Jeremías siguió siendo profeta durante años, a lo largo de la tercera fase de su vida
profética. Signo de que, detrás del profeta lleno de miedos y quejas, estaba Dios, capaz de conseguir
fortaleza y fidelidad de la debilidad humana misma. ¿Cómo superó Jeremías su crisis esta vez?
Imposible entrar en su corazón.
La crisis superada de Jeremías nos recuerda la de otro profeta, Elías (1 Re 19), las de salmistas (22; 42-43; 88;
116), las de Pablo (2 Cor 1,1-11; 4,7-16; 12, 1-10), sobre todo la de Job con sus pavorosos cuestionamientos (Job 3-
31), y la de Jesús en Getsemany y en la cruz (Mc 14-15).
a) Sus crisis están desencadenadas por causas externas, ambientales, circunstanciales. Los tiempos
en que Dios le ha llamado a ser "profeta de naciones" son particularmente borrascosos y
difíciles. Como nunca hasta entonces en la historia del Oriente Próximo y de Israel-Judá. Como
los tiempos de total desestabilidad internacional y nacional, de espantosa violencia militar,
política y social en la historia de la humanidad. Tiempos que ofrecen panoramas de sufrimiento
colectivo impresionantes e hirientes (ver capít. 6.1). Lo que pasa y observa a su alrededor,
especialmente en su propio pueblo, le afecta y le hiere profundamente a Jeremías. El pueblo
marcha a la ruina, pero alimenta fáciles ilusiones y expectativas de liberación y se resiste a
reconocer su situación real y hallar camino en su Dios.
b) Una causa más inmediata era su vocación profética. Es la palabra de Dios la que le crea soledad
y desánimo, malestares y dudas. Dios, a través de la lectura de la historia y de sus signos, le
lanza a ser profeta crítico con su propio pueblo. Un destinatario nada predispuesto a escucharle.
¡Ingrata misión! En un tiempo particularmente difícil, debe dirigirle predominantemente una
palabra de denuncia y de anuncio de ruina general, próxima a acaecer. Le lleva a sentirse
enormemente incómodo. Más aun, le crea riesgos, soledad y problemas de integración social, tan
necesaria para todo ser humano. Además, hay frente a él otros profetas de oficio, que le dirigen a
ese mismo pueblo "palabras de paz y bienestar", más halagadoras y creíbles. ¿No son profetas
más autorizados que él ante el pueblo y sus autoridades? (28; 23,9-40). Por otra parte, ¿cumple
Dios las palabras que le hace pronunciar en su nombre o es todo falso? (1,11-16; 5,12-14; 17,15).
Sin embargo también tiene la experiencia de que la palabra de Dios le es fuente de gozo y de
confirmación en su vocación (15,10-21; 1,11-19; 12,1-5). Cada vez que Dios le confirma en su
misión profética y en la validez de su palabra, se siente crecer. Vive una contradicción: “Hay dos
Jeremías: el de sus tendencias personales, naturales, y el otro, aquél en que lo ha transformado la
profecía” (A. Néher, judío).
Desde el año 609 hasta 586, le toca vivir en conflicto con reyes y cortes, con sacerdotes y profetas de
profesión, con el ejército y con el pueblo mismo (lo veremos en 15.5). Sus propios familiares y compaisanos de
Anatot han tramado su muerte (Jer 11,18-23), como más tarde los de Jesús (Lc 4,16-30). Como éste, sufrirá
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JEREMÍAS
sobre todo por parte de los dirigentes religiosos del pueblo: los sacerdotes y profetas de oficio. Tuvo al menos a
Baruc como discípulo y confidente suyo en medio de sus soledades y crisis; ¿con cuántos más pudo contar?
c) ¿No hay siempre causas de orden personal?, ¿hasta qué punto le ayudaba o le dificultaba su
propio temperamento y consistencia síquica a ser profeta? ¡Tener que ser profeta con un mensaje
de juicio, en la capital misma del reino, enfrentado a todo un pueblo y sus máximas autoridades
civiles y religiosas, en tiempos particularmente conflictivos y tormentosos, arrostrando rechazos
y riesgos! ¡Tener que serlo él, hombre de campo, crecido en la aldea! ¡Tener que serlo él, persona
de carácter sensible, introspectivo y quizá tímido! (como lo han sospechado muchos exégetas).
¿No le inclinaban más su origen rural y sus rasgos personales a una serena y apacible existencia
en su aldea de Anatot, más que a una arriesgada tarea profética en la capital del reino, metido en
las refriegas de una sociedad dividida?
Fe y siquismo humano
La pregunta toca a las entrañas de cada creyente, hijo de su padre y de su madre, ser humano concreto con su
historia personal y sus rasgos personales: cualidades y deficiencias, valías y carencias... ¿No tenemos todos rasgos que
nos ayudan a vivir la fe y la vocación y rasgos que nos lo dificultan? Las comparaciones son peligrosas; pero Jeremías
no parece ser como un Isaías: hombre de la capital, bien dotado para la actividad en público, de fuerte columna
vertebral (Is 6). Ni como Pablo, más tarde: hombre de consistencia sicológica compacta y entera. Jeremías no se sentía
fuerte y decidido para ser profeta; vivió a menudo una discordancia entre su ser humano y su ser profeta. Se debió a los
tiempos enormemente difíciles en que le tocó serlo, pero probablemente también a su personal modo de ser. En el caso
de cualquiera, ¿no hay, a menudo, un desfase entre el ser personal del creyente o profeta y la tarea o puesto en la
sociedad donde le ha puesto Dios? Con todos los riesgos de tensión y malestar para elsujeto humano. Sólo Dios puede
responder de él, sólo él puede salir garante de su fidelidad y realización. El que Dios le hiciese a Jeremías “plaza fuerte,
columna de hierro, muralla de bronce frente a todo el pueblo” (1,18-19), no significa que le dispensase de
experimentar miedo, desaliento y hasta el deseo de no haber nacido y de morir; ¡por algo necesitó ser confirmado como
persona y profeta (15,20-21).
d) ¿No era Dios mismo el culpable, responsable último de todo lo que le acaecía? Y de todo lo que
sufría física, social, afectiva y existencialmente. Así lo percibe Jeremías y lo expresa en sus
audaces diálogos con Dios. ¿Por qué le ha llamado a ser profeta suyo en tiempos tan
borrascosos?, ¿por qué precisamente él es destinado a ser persona molesta en la sociedad, un
hombre-cuña?, ¿por qué él, llamado a ir contra corriente de todos, hombre de palabras y gestos
de denuncia? Con razón había sospechado lo peor al sentirse llamado por Dios, siendo aún joven
de 20-25 años; había sentido miedo y se había resistido (Jer 1,4-8). Los años de experiencia
profética le han dado plena razón. Por ello, llevado de su queja interior, escribe esa especie de
retazos de diario entre los años 609-597: necesita desatarse en lamentos y preguntas; en ellos se
queja contra todos (pueblo, autoridades, Dios); se queja de su tarea profética; llega a lamentarse
incluso de existir y le cuesta asumir la existencia misma. Como Job más tarde, se atreve, con
familiaridad audaz, a lamentarse contra su Dios, el responsable último de todo.
Como conclusión, ¡le fue imposible a Jeremías profeta evitar ser hombre debatido,
perseguido a muerte y, por ello, vulnerable en su interior ! ¡Ahí está lo fascinante en la existencia
de Jeremías! Sus sufrimientos no lo destrozan, pese a correr el riesgo de ello. Los vivió en
desgarradoras desazones interiores, pero también en sincero y franco diálogo con su Dios: fue lo
que le salvó. Al cabo de los años, todo le sirvió para madurar como hombre y como profeta, hasta
llegar a ser una figura profética extraordinariamente atrayente y gigantesca: así se nos revela en la
tercera fase de su actividad profética, bajo el rey Sedecías, los años 597-586. En su experiencia de
sufrimiento y de silencio de Dios, Jeremías estaba encarnando la pasión, el trance de muerte y el
distanciamiento de Dios que estaba sufriendo el pueblo entero en ese momento de su historia: es lo
que muestran los siguientes capítulos de Jer.
18
JEREMÍAS
1) ¿Me permito pasar por crisis, pasar mal conmigo mismo, o escapo de todo malestar?, ¿lo vivo como condición
de crecimiento por dentro y maduración, de llegada a una identidad definida, de descubrimiento de valores?
2) ¿Es humano tener crisis?,¿también siendo creyente y profeta o precisamente por ello?, ¿qué me dice la figura
de Jeremías respecto a mis propias crisis?, ¿respecto a mi vida, humana y creyente?
3) ¿Cuáles son mis crisis?, ¿por qué causas?, ¿también a causa de mi defensa de valores, mi fe en Dios, de mi
servir a su palabra y a su proyecto?, ¿o más bien por razones narcisistas, tocantes a “mi personita”? Analiza y
comenta sus causas (externas, personales, sicoafectivas, existenciales, espirituales...).
4) Más importante: ¿cómo las vivo, qué hago con mis crisis?, ¿nada: ser víctima de las mismas y quemarme?,
¿sólo analizarlas (lo que es importante)?, ¿me dominan y me cogen?, ¿vivirlas de manera muy narcisista?, ¿o
las sé asumir, afrontar, integrar?, ¿orarlas en diálogo franco con Dios?, ¿compartirlas con otros creyentes,
como Baruc con Jeremías?
5) ¿Qué te sugiere la frase de León Bloy: “Hay lugares de nuestro corazón donde tiene que entrar el dolor para que
existan”. ¿No son necesarias las crisis para madurar, humana y cristianamente?
6) ¿Qué consecuencias y experiencias, humanas y espirituales, vivió Jeremías por ser profeta?, ¿cuáles te crea tu
ser persona humana, tu tomar en serio la aventura de tu vida, o tu ser creyente? Descúbrelas en varios ámbitos
en que vive un creyente: interioridad, trabajo y tareas, relación con la sociedad, Dios. ¿Las sabes analizar,
verbalizar, orar, quizá escribirlas?
7) ¿Comprendes los miedos y resistencias de Jeremías cuando fue llamado, joven aún, a ser profeta?, ¿y sus
protestas?, ¿cuáles son mis miedos ante la vida, ante la sociedad, ante Dios?, ¿y mis contradicciones internas,
los varios personajes que llevo dentro, mis malestares conmigo mismo, mis tensiones sicológicas y morales, mis
rebeldías, mi narcisismo incurable? Lo que importa: ¿qué hago con ellos?
8) ¿Qué te va diciendo este profeta Jeremías? ¡Si quieres, compáralo con Amós, Oseas, Isaías, Job, Jesús,
Pablo...! ¿Lo llamarías héroe, superman, líder, creyente a pesar de sus miedo?, ¿cómo te ves ante él?, ¿qué te
frena en la vida o te crea dificultad, resistencia, objeción?
9) Jer 1,11-12: “El almendro en flor” vino a ser signo de esperanza para Jeremías. ¿Qué signos me ha ofrecido y
me ofrece Dios, que me confirman en mi fe, en mis opciones de vida, en los valores? Ir nombrando en el
grupo: personas, acontecimientos, experiencias vividas...
10) “¿El sufrimiento puede ser vocación”? (Mª Carmen, deficiente física). ¿Es malo y hay que evitarlo
absolutamente o se da de hecho y puede ser asumido como elemento integrante de la vida, de la maduración y
de una vida vocacionada?
- Jer 26 (año 609): tras su célebre sermón contra el templo (Jer 7), el profeta es detenido y juzgado
precisamente por los dirigentes religiosos con ánimos de eliminarle: “Este hombre es reo de
muerte por haber profetizado” contra el templo y la ciudad (se repetirá el caso con Jesús: Jn
2,13-22; Mt 26,59ss; y con Esteban, Pablo: Hech 7; 22). Son los jefes civiles y el pueblo los que
le salvan de la condena a muerte. Posiblemente fue en esta ocasión cuando sus compaisanos de
Anatot atentaron contra su vida por sentirse abochornados por la actuación de Jeremías (Jer
11,18-23). Éste consigue salvar su vida, no sabemos cómo. ¿Le lleva a vivir en clandestinidad?
- 19,1-20,6 (año 604): por cantar la verdad una vez más, Jeremías recibe una paliza y es
encarcelado por un día. Le prohiben seguir hablando (algo similar acaecerá a los discípulos de
Jesús: Hech 5,17-42).
19
JEREMÍAS
- 36: ya que no puede hablar en público, ese mismo año escribe en un rollo sus palabras; son
proclamadas a continuación por Baruc dos veces seguidas ante el pueblo y la corte. Proclamadas
ante el rey, éste va quemando el rollo. Jeremías reescribe sus palabras: la palabra de Dios debe
permanecer viva y eficaz para el futuro; puede desaparecer el profeta, pero no su palabra.
Ambos, Jeremías y Baruc, deben esconderse y permanecer ocultos un mes porque el rey busca
matarlos. En esta ocasión, un Jeremías perseguido y destrozado debe hacer de tripas corazón y
consolar, como puede, a su amigo, acongojado porque ha perdido todo por haberse asociado con
el profeta (Jer 45). ¡Tal para cual!
Es en adelante, años 597-586, especialmente desde 593, cuando comienza el verdadero Viernes Santo de
Jeremías y consuma su via crucis, comenzado en los años precedentes. El reino de Judá ha padecido ya una primera
invasión babilonia, una primera conquista y saqueo de Jerusalén y la primera deportación de una parte de su
población el año 597. Vive una deplorable situación político-nacional, bajo el rey Sedecías. Siente pesado el yugo
de Babilonia. Un ciego espíritu patriotero, nacionalista y religioso al mismo tiempo, anima a gran parte de los
dirigentes, del ejército y de la población. Como un siglo antes el profeta Isaías, Jeremías se muestra activamente
contrario a toda alianza con Egipto y demás pueblos vecinos y a toda tentación de rebelarse contra Babilonia. La
tentación fue tomando fuerza especialmente desde el año 593, al constituirse un partido proegipcio y antibabilonio.
Jeremías es tachado de cobarde, colaboracionista, subversivo y traidor, y perseguido como tal. He aquí en concreto
las peripecias sufridas por él.
- Jer 27-28 (año 593): Jeremías se presenta con un yugo sobre su cuello. Gesto simbólico para
significar: hoy por hoy, se quiera o no, hay que acatar el yugo de Babilonia. Intenta apartar a las
autoridades y pueblo de toda coalición militar contra ella. Jananías le sale al paso, le cierra la
boca ante todos tras un fuerte enfrentamiento verbal y rompe el yugo. Como profeta oficial, goza
de autoridad y prestigio ante el pueblo y encarna sus ilusiones nacionalistas; habla en nombre de
Dios y es partidario de la sublevación. Jeremías, desautorizado ante todo el pueblo, se retira
perplejo, impotente, desarmado. No puede demostrar que sea palabra de Dios la que él
pronuncia; frente a sí tiene a un "profeta oficial". ¿Quién de los dos dice y representa la verdad
de Dios? ¿Le dará Dios razón con el tiempo? Jeremías está seguro; pero no puede sino callar y
esperar a que hable la historia. ¡Uno de los momentos más patéticos de su vida! “Es quizá el el
momento más difícil de la vida de Jeremías: nada tiene que decir” (C. Westermann).
- Jer 29 (año 593): un judío deportado a Babilonia en 597 pide por carta a las autoridades de
Jerusalén el calabozo y los cepos para Jeremías. Éste había escrito una carta a los deportados,
exhortándolos a echar raíces y a establecerse para largo tiempo en el lugar del exilio, a orar
incluso por la opresora Babilonia, a no alimentar vanas esperanzas de pronto retorno a la propia
tierra. No se le perdona al profeta que eche un jarro de agua fría a sus expectativas patrióticas y a
sus sueños pseudomesiánicos.
Por fin, Judá, aliada con otros pueblos vecinos, se rebela contra Babilonia. En enero de 587, Nabucodonosor, el
soberano babilonio, sitía la capital Jerusalén. Ésta sufre un terrible asedio de año y medio para acabar por ser
conquistada e incendiada en agosto del 586. Durante los meses de asedio Jeremías se halla dentro de la ciudad
sitiada, compartiendo la suerte agónica de su pueblo; sigue hablando con fortaleza de profeta contra el sentir de la
mayoría. Una vez más está con su pueblo, pero rechazado y solo. ¡Solidario, pero solitario!
- 34,1-7.8-10 (año 586): Jeremías preanuncia durante el asedio el desastre que espera tanto a la
ciudad como a la familia real. Y llevado de su sentido de justicia, exige la liberación de los
esclavos, en conformidad con la ley. Lo consigue, pero será por un breve tiempo: pasado el
peligro, la gente vuelve a someter a los esclavos (34,11-22).
- 32-33: Jeremías está en la cárcel, pero realiza un gesto profético paradójico: compra un campo,
con escritura sellada ante testigos y la pone en un cántaro para que dure mucho tiempo. En la
situación de asedio y de hambre, el dinero sólo merece la pena gastarlo en adquirir el escaso pan
de cada día; pero el profeta mirá más allá del angustioso presente: invierte su dinero en la compra
de un bien inmueble, útil sólo a largo plazo. ¡Toda una acción simbólica de esperanza!: no se
vislumbra ninguna salida, parece acabarse la historia para el pueblo judío; pero no, hay futuro:
“todavía se comprarán casas y campos y huertas en esta tierra”. Dios continuará su historia con
su pueblo: “Yo soy Yahvé, el Dios de todos los humanos”; sigo siendo el Dios siempre creador de
historia. “¿Acaso hay algo imposible para mí?”. Esta guerra no será “un punto final” en la
historia de Judá, tan sólo “un punto y aparte”. Dios hace vivir situaciones límite, pero piensa en
tiempos nuevos: nos hará “volver a esta tierra”, de nuevo “serán mi pueblo y yo seré su Dios;
les daré un corazón nuevo y otro modo de comportarse...; haré con ellos una alianza eterna”.
Jeremías, además de hablar, emplea proféticamente su dinero: es todo un signo. Todo puede y
debe vivirse de modo profético, también el uso del dinero: debe simbolizar lo que está más allá
del presente; remite más allá y más arriba. En este caso, como ¡signo rotundo de esperanza desde
la tiniebla total! Traduce su esperanza ante un pueblo desesperanzado; vive la esperanza en
medio de la desesperanza general.
- 39,1-40,6: Jerusalén es, por fin, conquistada por los babilonios (agosto de 586). Se ha cumplido la
palabra del profeta, tantas veces proclamada por él y no creída. Han terminado las angustias del
largo asedio, pero ¡a qué precio!: la capital con su templo, símbolo supremo del pueblo, sus
muros y casas, es arrasada; la familia del rey asesinada ante sus ojos antes de ser cegado a su vez;
aparte los incontables muertos, lo más granado de la población es deportada a Babilonia; en el
país queda un resto en penosas condiciones. Jeremías ha compartido el drama de su pueblo hasta
el final. Éste ha perdido la tierra recibida siglos atrás, la libertad y todas las instituciones que son
la armazón de un pueblo. ¿Perderá la fe y la esperanza en su Dios Yahvé? Toca vivir la
esperanza desnuda de todo... hasta los nuevos tiempos de Dios, según las palabras que le ha
hecho proclamar (30-31; 32-33). ¡Es “el viernes santo” de todo un pueblo!
- 40,7-44,30: Jeremías comparte primero la suerte de los prisioneros. Dejado libre, escoge
quedarse en el asolado país con el resto del pueblo pobre: ¡con él siempre! No termina ahí su
pasión: tras un atentado contra el gobernador judío nombrado por Nabukonossor, el pueblo tiene
miedo de los babilonios. Consultan a Jeremías, pero éste tarda diez días en conocer la voluntad
de Dios en semejante trance: justo cuando más se necesita la palabra de Dios, Dios calla; ¡otro
momento de perplejidad en su vida!; ¡ser profeta de Dios y no poder disponer de su palabra!
Acaba siendo secuestrado por sus propios compatriotas y arrastrado a Egipto. Allí sigue
21
JEREMÍAS
cantando una vez más la verdad en nombre de Dios, pero inútil: no es escuchado. Muere en el
ostracismo, sin dejar rastro de sí, mártir de su vocación y de su fidelidad a Dios en la dramática
hora histórica que le ha tocado vivir con su pueblo. Ha venido a ser el servidor fiel, obediente
hasta aceptar perderse en fidelidad a su Dios y a su misión profética (¡imposible evitar la
comparación con “el siervo de Yahvé”, de Is 53!). Pero la palabra del profeta sobrevive al
profeta mismo: es de Dios que vela por su cumplimiento. Trasciende al profeta como semilla que
produce fruto por milenios.
¡Impresionante esta historia de la pasión de Jeremías! Está escrita por Baruc u otro trestigo
de la misma. Echamos en falta páginas escritas por el mismo Jeremías al modo de sus “confesiones”
del segundo período. ¿Cómo vivió por dentro toda esta historia de pasión, hecha de soledad, hambre
y peligro, solidaridad con el pueblo, riesgo de muerte, caída de esperanzas humanas? Alimentó la
esperanza a largo plazo para su pueblo (30-31; 32-33). ¿Qué esperanza alimentó para sí mismo en
un tiempo en que aún no sabían nada de una posible resurrección en el más allá?, ¿qué ha pensado y
sentido de Dios que le prometió estar con él?, ¿esperó que Dios le hiciese justicia?, ¿cómo oró? Tan
sólo conocemos su fidelidad: fidelidad a lo largo de 40 años de vida profética, hasta un trágico final.
Tras esta larga exposición sobre Jeremías, apuntemos algunas reflexiones, a modo de síntesis
final:
3) La experiencia de Jeremías, experiencia de pasión, nos recuerda la pasión de todo ser humano
consagrado, sea a Dios y a su proyecto, sea a una causa. Sacerdote o laico, hombre o mujer,
joven o adulto (creyente o no creyente). Recuerda al “siervo de Yahvé” de Is 53, a Jesús de
Nazaret, a Pablo; recuerda a profetas de nuestro tiempo (Oscar Romero, Martin Luther King...).
Nos recuerda la presencia de la pasión en la historia de Israel-Judá, el pueblo de Dios, y en la
historia de muchos pueblos y colectivos: su marginación y su sufrimiento forman parte de la
historia y de la palabra de Dios. Nos hablan si les dejamos ser signo de algo hondo que late en
ellos.
22
JEREMÍAS
En una palabra, Dios le ha cogido enteramente a Jeremías para su misión. Y Jeremías lo fue
poniendo todo, ¡costosamente! Todo en él es símbolo; más que sus palabras, él mismo es “palabra
y mensaje de Dios”.
1) Una vez llegados al final de nuestro Jeremías, ¿qué impresión te causa este profeta? Como ser humano, como
creyente y profeta, como itinerario existencial vivido... ¿Qué le agradecerías? No es para ser imitado, pero ¿no
te ayuda a la hora de interpretarte a ti mismo, a leer tus fondos, y tu existencia humana y creyente?
Globalmente hablando, ¿te resulta fascinante y atrayente?
2) ¿Acepto vivir mi fe y mi vocación, sea cual sea, como experiencia contradictoria de: gozo y cruz, gracia y
desgracia, alegría y peso, poder contar nada menos que con mi Dios pero aceptar que me meta en las
complicaciones de la vida, certeza de ser amado pero también malestar y fracaso, luz y tiniebla, certidumbre y
dudas, anhelo de vida y cansancio de vivir...? (Jer 15,10-21; 20,7-18). ¿Por qué razones en concreto? ¿Cuál
puede ser la fuente de mi fortaleza, seguridad y tenacidad?
3) ¿Qué elementos de nuestro pueblo, sociedad, cultura actual, situación político-social-económica... nos facilitan o
nos dificultan vivir la fe, responder a Dios y a nuestros mejores deseos, ser profetas con nuestro ser de carne?
4) ¿Cuáles son los caminos de maduración humana, cristiana y profética que Dios va empleando conmigo?
Experiencias de amistad y amor, de soledad, dificultad y fracaso, de su presencia y de su palabra en medio de
las dificultades, de fortaleza en las crisis... ¿Qué momento me está haciendo vivir últimamente?
5) ¿De qué calidad es mi oración por los pueblos dolientes? (Jer 14). ¿Y mi nivel de solidaridad activa con ellos?
6) ¿Qué dirías del abundante sufrimiento padecido por Jeremías? ¿Fue absurdo, totalmente negativo e inútil? ¿O
tuvo algún sentido, para él y para otros? ¿Sentido profético? ¡Quizá incluso sentido salvador! Compáralo con
el del “siervo de Yahvé” (Is 53), con el de Jesús (Lc 22-23), con el de Pablo (Col 1,24¸2,1; 2 Cor 1,3-11;
11,21b-12,10).
7) Jeremías pagó un alto precio al haber sido llamado a ser profeta en aquel tiempo concreto. Quizá tuvo la
sensación de que Dios había sido cruel con él. ¿Tuvo y vivió, con todo, la certeza de que era gracia y gozo? ¿De
que no podía ser persona humana sino siendo profeta?
8) Recuerda profetas o creyentes de nuestro tiempo que se parecen en más de un aspecto a Jeremías...
9) ¿Qué me dice el largo itinerario humano, espiritual y profético de Jeremías? ¿Me ayudan a interpretar el mío?
¿Quizá el momento que estoy viviendo al presente?
23
JEREMÍAS
10) Puesto a escoger, ¿qué pasajes del libro del Jeremías escogerías? ¿Y qué pasajes de su vida, qué gestos suyos?
¿Por qué?
“¿Se puede ser <profeta> sin sufrir la angustia de la incredulidad, de la ausencia de esperanza, del nihilismo?” (A.
Cavadi, 52).
1. Llama la atención la longitud del libro: 52 capítulos. No son todos de Jeremías, ni se hallan en orden cronológico,
sino más bien temático. ¿Cómo está estructurado el libro? Por de pronto, llama la atención: hay varias
introducciones, una general (1,1-3) y varias parciales (25,1-2 y 26,1; 25,13b y 46,1).
2. Apenas lo hojeamos en cualquier edición de la biblia, observamos muchas páginas en verso poético (sobre todo en 1-
23; 30-31 y 46-51), y otras en prosa narrativa (especialmente del 24 al 45).
3. Hallamos una enorme variedad de géneros literarios o clases de páginas: relato de vocación (1), oráculos dirigidos a
Israel y Judá (2-3; 4-24: denuncia, invitación a volver, amenaza de juicio, promesas de futuro) y contra las naciones
(46-51), narraciones de Jeremías (1; 32; etc...) y narraciones por otro autor sobre Jeremías (26-29; 32-45), dos cartas
(29), oración (14), “confesiones” de Jeremías (especie de páginas de diario personal, dispersas en 11-20: constituyen
una gran novedad), lamentaciones y soliloquios de Jeremías, elegías o cantos fúnebres (como 8,13-23 y 9,9-21;
23,9ss), bienaventuranzas y malaventuranzas (17,5ss), lamentaciones o soliloquios de Dios (12,7-13; 15,5-9; 18,13-
17), acciones simbólicas (como las de 18 y 19), historia (34-45; 52). Recurso a todos los medios expresivos para dar
a entender a su pueblo su situación real en el mundo y lo que Dios quiere decirle.
4. El libro actual tuvo una génesis compleja y larga. Hay indicios de que tuvo varias ediciones, “corregidas y
aumentadas” por varias manos, a lo largo de unos cien años. El mismo profeta, al ver quemado el ejemplar de la
primera por el rey Yoyaquím el año 604, escribió una segunda “aumentada” (Jer 36: vale la pena leerlo). Otras
páginas, escritas por él y por otros, fueron incorporadas a su libro; por ejemplo, los capítulos biográficos “sobre
Jeremías” (26-29 y 32-45), escritos por algún discípulo testigo suyo (¿Baruc?), así como Jer 10,1-16; 52; etc... En
tiempos antiguos se transmitían ejemplares de dos ediciones de diferente longitud: la traducida del hebreo al griego
por los años 250-200 a. C. en Alejandría (la llamada de los LXX) era y es más breve en una octava parte: unos 2.700
versículos menos. En el texto hebreo o masorético hay bastantes repeticiones. ¡Son las peripecias muy humanas de
la palabra de Dios!
24
JEREMÍAS
5. Nuestras biblias, siguiendo la edición hebrea, dividen el libro en: a) Jer 1: vocación del profeta; b) 2,1-25,13:
oráculos al pueblo de Israel y de Judá; c) 26-45: parte narrativa; d) 25,14-38 más 46-51: oráculos contra las
naciones; e) 52: apéndice histórico (La edición griega presenta en orden inverso las partes d y e).
6. Desde el punto de vista cronológico, el orden de los capítulos está muy alterado: la tabla final sobre “Los cuatro
períodos de su actividad profética” (luego) trata de restablecer el orden cronológico.
7. De los 52 capítulos ¿cuáles fueron escritos por el mismo Jeremías? Es la cuestión de la autenticidad literaria, muy
estudiada por los investigadores. Hoy día la mayoría de los exégetas sigue, grosso modo, la teoría del investigador
noruego Mowinckel (elaborada por él en la cárcel, años 1914ss). Llegó a distinguir tres fuentes en la composición
del libro de Jer:
A) la fuente A: a la misma pertenecen dos clases de textos: los oráculos en forma poética (se hallan en 2-23; 30-31;
46-49) y los relatos autobiográficos (las “confesiones”, y textos similares como 1; 13; 14; 24; 27; ¿32?; ¿33,1-
13?...). Los textos de esta fuente son de Jeremías mismo. Son los más importantes a la hora de conocer su estilo,
sus rasgos personales, su mundo de sentimientos, su mensaje y su personalidad.
B) la fuente B: a la misma pertenecen las narraciones biográficas largas, en tercera persona, sobre el profeta. Han
sido atribuidas a su discípulo y compañero de fatigas Baruc, lo que no es seguro. Insuficientes para conocer la
biografía de Jeremías, pero importantes para conocer “la historia de su pasión”, entre los años 609-586. En orden
cronológico, tal como lo hemos visto ya en 7.5, son: 26; 19,1-20,6; 36; 45; 51,59-64; 28-29; 34,1-7; 37-44. No
tenemos ningún otro profeta del que alguien nos haya transmitido tantos datos biográficos (algo similar nos lo
haría el autor de Hech con Pablo de Tarso).
C) la fuente C: son los más debatidos en la investigación actual. Según la teoría más probable, contienen palabras
auténticas de Jeremías, reelaboradas y ampliadas por autores posteriores de mentalidad y estilo deuteronómista
(homilético-pastoral, retórico, monótono, repetitivo, frases hechas). Son diez pasajes, ocho discursos y dos
narraciones con discursos: 7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-
19. Hay además otros oráculos de Jeremías que han recibido breves adiciones posteriores en prosa (como en 3,6-
11.14-18; 9,12-15; 14,10-16; 15,1-4; 23,1-8; etc...).
25
JEREMÍAS
Apéndice 2º:
LOS CUATRO PERÍODOS DE SU ACTIVIDAD PROFÉTICA
1,1-3: (introd. posterior). 1,11-19: “el almendro”: confirmación en la 24: las dos cestas de higos.
1,4-10: relato vocacional. vocación. 27-29: el yugo; la carta a los desterrado
(1,11-19: probabl. del 2º período) 4-6: oráculos contra Judá. de Babilonia.
2,1-4,4: invitación a los de Israel 7-26 (menos 24): oráculos contra Judá... Durante el asedio de Jerusalén, año y m
a volver a Yahvé. 587-6:
36: “escribe en el rollo”. - 32-33: compra del campo: situación
45: Jeremías y Baruch, ocultos. límite, pero esperanza de futuro.
35: el ejemplo de los rekabitas. - 34.37-39...: no hay salida, toca ren
30-31: mensaje de esperanza de Jeremías acusado, perseguido, con
futuro. 25,15-38+46-49: oráculos contra las salvado. Destrucción de Jerusalé
naciones. Templo.
a) oráculos a los de Israel o Reino a) oráculos dirigidos contra Judá, sobre todo a) material narrativo, más que oracular:
del Norte, bajo la opresión contra los dirigentes. 27-29+32-33+34-39: globalmente,
asiria. b) oráculos de controversia; tono muy la historia de la pasión de Jeremías,
crítico: denuncia; invitación a la escrita por ¿Baruch? Notar:
conversión bajo amenaza de juicio; - está muy alterado el orden...
b) tono exhortativo, castigo “desde el Norte”. - 35; 36 y 45 son del 2º período.
conmovedor, esperanzador: c) quebranto y lamentaciones del profeta. b) mensaje de “aceptad el yugo de Babi
es posible “volver” a Dios. d) las “confesiones” de Jeremías: sus crisis. c) No caben esperanzas inmediatas de
e) acciones simbólicas. salvación; esperanza para el futuro
pasando por la ruptura.
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