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Arturo Ánguiano

E l Estado y la
política obrera
del cardenismo

Colección
Problemas de México

©
Ediciones Era
Primera edición: 1975
DR © 1975. Ediciones Era, S.
Aveiaa 102, México 13, D. F.
Impreso, y hecho en México
P rinted and M a d e in México
ÍN D IC E

NOTA INTRODUCTORIA, 10

I. LA CRISIS Y LA EM ERGENCIA POPULAR, 11


1. LA CRISIS ECONÓM ICA, 11
Crisis general, 11
El Estado y la economía, 18
2- LA CRISIS Y LOS TRABAJADORES, 22
La dispersión sindical, 22
El despertar popular, 29
3. LA CRISIS POLÍTICA, 37
La decadencia del hombre fuerte, 37
Las fuerzas emergentes y el PN R, 41

II. LA PO LITIC A DE MASAS, 46


1. ORGANIZACIÓN Y MOVILIZACIÓN DE M ASAS, 46
Cárdenas y las masas, 46
La movilización de masas, 51
a\ De la movilización a la organización, 51
b] De la organización a la movilización, 58
c] Movilización y manipulación, 63
2. e l n u e v o PNR, 65
La “depuración'” del partido, 65
La política de crpuerta abierta”, 67
La organización de los campesinos, 72

III. CÁRDENAS: ID EOLOGÍA Y PO LÍTICA , 75


1. LOS CONFLICTOS SOCIALES Y EL DESARROLLO ECONOM ICO,
Las huelgas: causas y efectos, 75
Las masas y el mercado nacional, 79
2. APRENDER PARA EL FUTU RO, 84
La capacitación de los trabajadores, 85
El cooperativismo y la administración obrera, 86
“Hacia una democracia de trabajadores”, 92
3. EL IM P U L S O AL CAPITALISM O, 93
El Estado y la industrialización, 94
Misión social del empresario, 99
La nueva dependencia, 100

IV. LA R EV O LU C IÓ N PO R ETAPAS Y EL FREN TE


POPULAR, 106
1. LA POLÍTICA DEL PC M , 106
La justificación del frente popular, 107
El PC subordinado, 115
2. LOMBARDO TOLEDANO: LÍDER DE M A SA S, 119
3. LA TRAGEDIA DEL STA L IN ISM O , 125

V. LA IN TEG R A CIÓ N IN ST IT U C IO N A L , 127


1. LA F U N C IÓ N DE LA CTM ,127
Control e institucionalización, 127
La C T M y el régimen, 133
2. EL PRM : ¿IN S T R U M E N T O CORPORATIVO?, 134
El “frente popular” del Estado} 134
La corporativización de los trabajadores, 137

NO TAS, 140

F U E N T E S INFORM ATIVAS, 172


1. Libros y folletos, 172
2. Artículos, 179
3. Diarios y revistas, 186
4. Obras complementarias, 186
A mis padres, por quienes pude
escribir este trabajo;
a mis compañeros, con quienes
lo escribí.
NOTA INTRODUCTORIA

En nuestra historia^ el periodo de gobierno de Lázaro Cárdenas fue uno


de los más decisivos para la conformación y desarrollo del régimen im­
perante. Sin embargo, el real significado de la política cardenista y de sus
consecuencias económica^ sociales y políticas sigue estando confuso e in­
cluso oculto tras la corteza que creáron las interpretaciones ideológicas
y poco profundas de la época. Como respuesta a tal situación, hemos ela­
borado el presente trabajo, que intenta contribuir a colocar el análisis
crítico por encima de las leyendas y los mitos ideológicos, realizándolo
de "modo científico, con abundantes y diversas fuentes que permitan pene­
trar en la realidad y descubrir, entre la m araña de datos erróneos o par­
ciales y concepciones mistificadoras, el verdadero carácter de la política
cardenista.
D urante nuestra investigación, hemos debido recorrer senderos poco
explorados que nos llevaron a conclusiones que chocan con las que tra­
dicionalmente han existido sobre la época de Cárdenas. No obstante, evi­
tamos las afirmaciones puram ente proclamativas y tratamos de funda­
mentar con rigor cada una de nuestras tesis, de modo tal que nuestra
interpretación de los hechos y las posiciones políticas sirva de base para
discusiones y estudios nuevos —nuevos por el método científico— que nos
permitan asumir una visión científica de nuestra historia y de la estructura­
ción y el desenvolvimiento del régimen establecido.
Orientamos nuestro estudio hacia la política del gobierno de Cárdenas
con respecto a los trabajadores, pero el análisis nos introdujo en una pro­
blemática económica, social y política que pensamos haber logrado exa­
minar de una manera totalizadora, descubriendo sus interrelaciones, así
como las determinantes de nuestro objeto específico de investigación.
Arturo Anguiano
México D. F., lo. de julio de 1972
I. LA CRISIS Y LA EM ERGENCIA POPULAR

1. LA CRISIS ECONOM ICA

El sistema capitalista es un sistema internacional en el que todas las


naciones que lo integran se encuentran interrelacionadas y en mutuo con­
dicionamiento. De ahí que la gran crisis que estalló en los Estados Unidos
en octubre de 1929 se extendiera de inmediato, como una “tempestad
económica” (’W. Ghurchill), a todo el mundo, excepto la Unión Soviética.
L a universalidad que la crisis alcanzaría estaba determinada por la uni­
versalidad del sistema: “Centros industriales y áreas coloniales a la vez,
sintieron el impacto de la declinación general.”1
La crisis se desencadenó con la caída estrepitosa del mercado de valores
de Nueva York,® pero en el trasfondo estaba el comienzo de la depresión
económica que se percibía desde el verano: la sobreproducción superaba
ya las posibilidades de demanda del consumidor y de la inversión, lo que
conducía necesariamente a la reducción de la actividad productiva, aun­
que aún esto en un grado mínimo. El derrumbe de la bolsa, de valores
sería, justamente, el catalizador que precipitaría la crisis: la producción
se contrajo y en los tres años siguientes la situación económica se agravó
de una manera sin precedentes;3 cientos de fábricas cerraron sus puertas
o redujeron sus turnos, y lanzaron a la calle a cientos de millares de
obreros. El número de desocupados, ya en. 1923, superó la increíble cifra
de 13 millones. En los países de Europa y en Japón las proporciones de
la crisis fueron similares. El comercio internacional se redujo a menos
de la m itad de lo alcanzado en 1929. El mercado mundial estaba al borde
del colapso.
En América Latina la crisis se produjo de inmediato, asumiendo “di­
mensiones catastróficas” motivadas por la estrecha dependencia respecto
a los países dominantes, como los Estados Unidos, y por la consiguiente
integración en el mercado mundial. Sin embargo, la crisis provocaría tam ­
bién un cambio en la estructura de la dependencia, al entrar en crisis
la economía exportadora y recibir impulso la industrialización.4

Crisis gen&ra!
En México, la m ala situación económica que se manifestaba desde antes
de 1929, sobre todo por haberse reducido la producción petrolera,6 vino
a agravarse considerablemente, y el catalizador determinante de esta situa­
ción fue la caída de los precios de la plata y la consiguiente crisis minera.

11
L a minería era esencial en la economía. Controlada casi en su totalidad
por los capitalistas extranjeros® y orientada hacia la exportación, consti­
tuía, junto con el petróleo, el elemento fundamental que daba al país
el carácter de proveedor de materias primas con el que se le integró al
mercado mundial. La producción minera era considerada una de las prin­
cipales riquezas del país y “la cuerda que mueve a las ruedas de la indus­
tria y el comercio, así como a la agricultura, con el concurso de otras
fuerzas” .7 M ediante los impuestos a la exportación, el Estado obtenía bue­
na parte de sus recursos financieros, y los trabajadores percibían de la
industria minera salarios que, aunque raquíticos, permitían al comercio
vender sus productos, y estimulaban la producción m anufacturera y Ja
agricultura, con lo cual la débil economía nacional podía sostenerse.
La crisis minera, sobre todo la crisis de la plata, de la que México era
productor esencial en el mundo, significaba, pues, una crisis nacional®
Con la caída del precio de la plata en el mercado mundial, la industria
minera sufrió una crisis sin precedentes. Pronto el oro, el cobre, el plomo,
el cinc, los principales metales y minerales producidos, siguieron a la plata
en su declinación. Desde principios de 1930, la Secretaría de Industria,
Comercio y Trabajo empezó a recibir solicitudes de paro de algunas em­
presas y en mayo había ya unos 14 mil obreros despedidos. Durante los
meses que siguieron, muchas empresas mineras pararon y otras redujeron
considerablemente su producción, lo cual significó un enorme aumento de
trabajadores lanzados a la calle. El gobierno de Ortiz Rubio concedió
facilidades excepcionales, suprimiendo muchos trámites establecidos en las
Juntas de Conciliación y Arbitraje, para que las compañías mineras efec­
tuaran el reajuste obrero.9 Asimismo, los salarios de los trabajadores mine­
ros se redujeron, y la capacidad de consumo de un importante sector de
la sociedad se limitó de modo considerable, con las consecuencias natu­
rales en la industria, el comercio y la agricultura.
La situación de la minería se agravó más aún cuando, por las medidas
proteccionistas que los países consumidores de la m ateria prima impu­
sieron, grandes cantidades de metales tuvieron que almacenarse. La sobre­
producción minera no se eliminó fácilmente con los reajustes y paros, sino
que, en los años de crisis, hubo momentos en que incluso aumentó o por
lo menos se mantuvo en un nivel estacionario, debido al progreso técnico,
a los procedimientos selectivos de explotación de la industria, al descenso
de los salarios obreros, a la disminución del valor de la moneda e incluso
a cierta ayuda (reducción de impuestos) que la Secretaría de Hacienda
otorgó a las empresas mineras.10 En realidad, la producción minera de­
pendía estrechamente de las oscilaciones de los precios en el mercado
mundial. Tomando la menor elevación como señal de que el panorama
iba a mejorar, los empresarios mineros impulsaban la producción. Sin em­
bargo, el valor de la producción, expresado en los precios, era el que no
subía e incluso iba en descenso.

12
El petróleo era otro de los productos esenciales que vinculaban a México
al mercado mundial como productor de materias primas. Dominada por
el capital extranjero y, por lo mismo, explotada en función de las nece­
sidades e intereses de los países imperialistas, la industria petrolera dis­
minuyó progresivamente su producción a partir de 1922, cuando los yaci­
mientos petrolíferos de Venezuela empezaron a ser explotados. Las con­
diciones políticas de México, particularmente la actitud de los gobiernos
posrevolucionarios en relación con las empresas petroleras, también fueron
determinantes en la actitud que éstas asumieron: despreocuparse de im­
pulsar la producción en México. La crisis de 1929 agudizaría el descenso
de la producción petrolera, trayendo consigo consecuencias similares a
las de la crisis de la minería, es decir: desempleo, reducción de los sala­
rios y de los impuestos que el Estado percibía. Ello debilitaba la capa­
cidad de consumo de un importante sector de la población y, por lo
mismo, afectaba el comercio, la industria y la agricultura.11 '
A la crisis de la minería y el petróleo se aunó la crisis de la agricultura.
En 1929 las cosechas se perdieron a causa de fenómenos naturales (hela­
das, sequías, inundaciones); los principales productos alimenticios, el maíz
y el frijol, se redujeron extraordinariamente. La cosecha del primero dio
un 71% de lo recogido en 1928, y la del segundo sólo el 58%. En rela­
ción al año citado las pérdidas del maíz fueron de 629 mil toneladas y
las del frijol de 73 mil. Tal situación hizo necesario que se importaran
los productos mencionados en grandes cantidades. De esta manera, la cri­
sis repercutió más duramente en las masas trabajadoras. La crisis minera,
al reducir el poder adquisitivo de los trabajadores de las minas, afectó
considerablemente el mercado de los productos agrícolas, y si a esto se
agrega la crisis de la agricultura, la crisis general se agrava, pues al mismo
tiempo que las masas pierden sus ingresos el costo de la vida aumenta, por
lo que su alimentación se vuelve más cara. En la zona algodonera de La
Laguna, que se caracterizaba como un sector esencialmente capitalista y
orientado hacia la exportación, la crisis se manifestó en la quiebra de
varias empresas comerciales y eri el desempleo de miles de trabajadores.
A principios de 1930 se calculaban ya en 20 mil los jornaleros empujados
al ejército de reserva.13 Durante los dos años siguientes la agricultura se
m antuvo en una situación crítica, agravada por la reforma monetaria de
junio de 1931, que trajo como consecuencia la reducción de. los precios
de los principales productos agrícolas, tanto los de primera necesidad como
los destinados a la exportación. Esto disminuyó las ganancias de los hacen­
dados, quienes algunas veces, ante la perspectiva de mayores gastos, pre­
firieron abandonar sus productos sin cosecharlos.13
La situación del campo era de las más críticas, y esto se debía sobre todo
a la estructura agraria prevaleciente. Podemos decir que existía una situa­
ción de compromiso, cuya característica esencial era la persistencia del
latifundio y de millones de campesinos reducidos a la condición de jom a-

13
leros, con un salario raquítico, incapaces, por su miseria, de convertirse en
lina amplia base del mercado nacional que impulsara el desarrollo de
la industria y, con ello, del comercio. Los campesinos sin tierra, converti­
dos en jornaleros durante épocas de cosecha o siembra, y los campesinos
sin empleo y, por lo mismo, sin ingresos, envueltos en la miseria, difícil­
mente podían constituir un factor económico positivo. Junto con sus fa­
milias constituían las dos terceras partes de la población del país, de modo
que pesaban enormemente y eran un muro de contención para el desarro­
llo industrial de México. No obstante que la reforma agraria había sido
uno de los principales objetivos de la revolución mexicana, en realidad
la estructura del campo no había sufrido cambios decisivos. En 1930
existían 13 444 hacendados que monopolizaban el 83.4% de toda la tierra
“disfrutada en propiedad”, mientras que 60 mil pequeños y medianos pro­
pietarios usufructuaban el resto.

La tierra que poseían 668 mil ejidatarios representaba 1/10 de la que


estaba en manos de los latifundistas, y en la base de la pirámide social
se encontraban 2 332 000 peones sin tierras.14

No obstante tal situación, en 1930 el gobierno consideró que era nece­


sario term inar el reparto agrario, y pronto esto se convirtió en la política
oficial.15 El secretario de Agricultura y Fomento afirmó en la Cám ara de
Diputados que el objetivo de tal política era rehabilitar el crédito agrí­
cola, estabilizar los valores de la tierra, procurar el incremento de la pro­
ducción y combatir la crisis económica.16 Esta política beneficiaba directa­
mente a los hacendados y legalizaba la situación de compromiso entre los
intereses económicos, sellando el destino de la industria nacional. Era una
respuesta a la campaña que los diversos sectores capitalistas habían inten­
sificado con la crisis económica. Éstos consideraban la reforma agraria
como un instrumento político mediante el cual los líderes manipulaban a
los campesinos con fines electorales, y hacían hincapié en la “incertidum-
bre” que el reparto de tierras creaba entre los propietarios, tanto los que
temían que sus tierras fueran repartidas, por lo cual no sabían qué parte
podían sembrar sin peligro de perder sus cosechas, como los ejidatarios
que, por la manipulación de los políticos, no entraban en posesión defi­
nitiva de sus tierras. Esta situación se traducía en la ausencia de crédito
para las labores del campo. De lo anterior se llegaba a la conclusión de
que era necesario dar “garantías” a los propietarios agrícolas para que
éstos trabajaran sus tierras. Las diversas organizaciones empresariales de
agricultura y comercio, sobre todo, eran las que impulsaban la campaña
para dar por terminado el problema agrario.17 Pronto los gobiernos de los
estados empezaron a considerar terminado ese problema en su región, o
declaraban que en un plazo de dos o tres meses estaría resuelto. En diver­
sas entidades federativas, los trabajos de la Comisión Agraria fueron clau-

14
- surados. Los viejos latifundistas y los nuevos, creados por la revolución,
se mostraban realmente satisfechos con la política'que el gobierno había
dictado en su favor.18
De haberse proseguido tal política agraria., las consecuencias a largo
plazo podrían haber asestado un golpe de muerte al desarrollo industrial
del país, por lo cual, con Abelardo Rodríguez en la presidencia, el re­
parto de tierras se reanudó débilmente. La consecuencia inmediata no se
hizo esperar: los campesinos habían sido vencidos en la revolución, en
parte por la promesa de tierras que el Ejército Constitucionalista había
hecho, y se mantuvieron en calma durante los años siguientes, gracias a
la misma política y al reparto que los gobiernos de Obregón y Calles
realizaron en las regiones en las cuales la situación agraria era más explo­
siva, Al dar por terminado el problema agrario en una coyuntura en la
que imperaba el latifundio y había dos millones y medio de campesinos
sin tierra, el gobierno renunciaba a la poderosa arma que había blandido
para impedir la vuelta de la insurgencia campesina, y los hombres del
campo, que ya no se sentían obligados a apoyar al régimen, empezaron
a manifestar su descontento.
L a crisis de la minería y el petróleo y la crisis de la agricultura in­
fluyeron gravemente en la crisis de nuestra incipiente industria. Como en
otros países de América Latina, en México, desde muchos años antes de
1929, se había venido desarrollando la industria de transformación, prin­
cipalmente en su rama textil. Durante los años veinte se produjo un flujo
de capitales hacia la industria, se establecieron nuevas empresas (montaje
dé automóviles, empacadoras, fabricación de llantas, etcétera) que desa­
rrollaban su estructura, y esto se reflejaba en la producción: en 1930, a
la industria alimenticia correspondía el 33% de la producción, el 28%
a la textil, el 26% a las industrias de construcción, electricidad, madera
y muebles, papel, vidrio, etcétera y el 13% a las industrias química y side­
rúrgica. En 1929 había 21 506 fábricas y talleres registrados en la Secreta­
ría de Industria, Comercio y Trabajo, de los cuales 7 759 pertenecían a
la industria alimenticia, 1 896 a la textil, 1 967 a las “industrias de los
metales” y 1 953 a la química.19 Sin embargo, la mayor parte de la in­
dustria de transformación, al igual que la minería, el petróleo y la agri­
cultura de exportación, estaba en manos de capitalistas extranjeros e in­
cluso algunas dependían, para su actividad, de la importación de m aterias^
productivas.20 El gobierno tenía como una preocupación esencial el desa­
rrollo de la industria, por lo que concedió todas las facilidades necesarias
para que se instalaran nuevas empresas, e inclusive les proporcionaba ayuda.
El debilitamiento del poder de compra de grandes masas trabajadoras,
provocado por el desempleo, los bajos salarios y el aumento del costo de
la vida, este último motivado principalmente por la crisis de la agricul­
tura, afectó de modo considerable a la industria del país, la cual se vio
envuelta de lleno en la crisis. No obstante la pequeñez de la industria.

15
y su reducida capacidad productiva, la crisis se expresó m ediante la sobre­
producción de mercancías que, ante la restricción de su mercado habitual,
se vieron acumuladas a las puertas de las fábricas o en los almacenes de
los comerciantes. Los industriales intentaron resolver la crisis cerrando
unos sus puertas, reduciendo otros su actividad productiva de tres a dos
tumos o a un solo turno, lo que acarreó el aumento del número de miles
de obreros lanzados a la calle y la reducción de salarios a los que conti­
nuaban trabajando.21 L a industria textil, destinada principalmente a las
grandes masas, sufrió la crisis de sobreproducción al grado de que a me­
diados de 1930 apenas si alcanzaba a vender la m itad de sus productos;
la natural caída de los precios agravó la crisis y aumentó el desempleo.22
L a reducción del tiempo de trabajo en las fábricas, con la reducción
consiguiente de la producción, agravaba la crisis de la minería, pues el
consumo de metales del proceso productivo industrial se redujo conside­
rablemente, por lo que aumentaron las cantidades de productos mineros
almacenados. Al mismo tiempo, la industria textil dejaba de consumir
grandes cantidades de algodón, perjudicando así a la agricultura. Tam ­
bién la electricidad y los transportes, principalmente los ferrocarriles, eran
afectados por la crisis industrial, la crisis minera y la crisis agrícola, pues
la reducción de las actividades productivas en estos campos llevaba con­
sigo la disminución del consumo de energía eléctrica y un descenso de
actividad en los ferrocarriles.
Sin embargo, en México, como en Brasil y Argentina, la crisis suscitó
un proceso que impulsaría el desarrollo de la industria; la sustitución de
importaciones. Ante el cierre virtual del mercado internacional, debido
a la reducción de la capacidad para importar, es natural que una econo­
mía dependiente de las múltiples mercancías extranjeras para su subsis­
tencia buscara los medios para sostenerse y salir adelante en la obtención
de productos de los que no podía prescindir. La industria instalada en
el país empezó a producir nuevos productos que antes se importaban,
con lo cual al mismo tiempo que utilizaba más sus equipos productivos,
penetraba en sectores del mercado nacional que antes estaban reservados
a las mercancías provenientes del exterior, sobre todo de los Estados
Unidos/2,3 Asimismo, la crisis de sobreproducción intensificó la competen­
cia entre las diversas empresas, lo que hizo que algunas de ellas mejoraran
su organización y sus métodos productivos. Esto les permitió reducir sus
costos y situarse ventajosamente en relación a aquellas que no tenían más
“capacidad de competencia” que la rebaja de los salarios y el desempleo.24
Este fenómeno era en realidad, muy incipiente.
Ese proceso sustitutivo de las importaciones se puede observar con más
claridad examinando el comercio exterior a través del cual la crisis econó­
mica mundial penetró en el país. El mercado internacional vivió en grave
crisis al reducirse el intercambio de productos entre las di vera as naciones
a menos de la m itad de lo que había sido hasta el momento de estallar

16
la crisis. Los países productores de materias primas fueron los más afecta­
dos. Como en México los sectores fundamentales de la economía —petró­
le o , minería, agricultura de exportación— estaban destinados a los países
industríales metropolitanos, de los cuales se dependía estrechamente, era
natural que la debacle económica se introdujera a través de tales sectores,
con la amplitud y las características que hemos analizado. El comercio
exterior del país disminuyó lo suficiente para hundirnos en una aguda
crisis económica. Durante los años de crisis las exportaciones y las im­
portaciones se redujeron. En ello fue determinante la política proteccio­
nistas que los Estados Unidos reforzaron en 1930 con la ley Hawley-Smoot,
que elevó los impuestos a la importación.2® Y esto se entiende si se toma
en cuenta que durante los seis años que siguieron a 1929, para tomar
cifras globales, más del 60% del total de importaciones y el 58% de ex­
portaciones de México se hacían con los Estados Unidos.26
Durante algunos meses de 1930 se elevaron las importaciones —aunque
sin alterar el bajo resultado final—, siendo las más importantes las de
máquinas y vehículos tales como maquinaria para pozos petrolíferos, má­
quinas de escribir, de coser y sumar, locomotoras, carros de carga para
ferrocarril, que no significaron mucho en el desarrollo de la industria,
pues no implicaron la instalación en gran escala de capital fijo que renovara
los métodos de producción. También se importaron productos manufac­
turados utilizados en la construcción (fibras textiles, hierro y acero, etcé­
tera) .27 En realidad, lo que habría de impulsar el desarrollo de la industria
no era tanto la instalación de nuevas empresas o el mejoramiento técnico,
sino la producción para el mercado nacional. No se trataba de un fenó­
meno puramente mexicano,, pues adquirió proporciones continentales, más
precisamente, latinoamericanas. En México como en Argentina, en Chile
como en Brasil, el proceso de sustitución de importaciones se desarrolló
conforme a las características particulares que la penetración del imperia­
lismo y la dependencia habían adquirido en cada país.28
En México, el gobierno favoreció e impulsó la sustitución de importa­
ciones, convirtiéndola en una política de fomento a la industrialización. En
su informe del primero de septiembre de 1931, Ortiz Rubio decía:

Comienza a acelerarse el proceso de desenvolvimiento de la industria


nacional. La Secretaría de Industria ha incitado, fomentado y protegido
esta actividad de industrialización.39

Y en efecto, los aranceles y otras facilidades beneficiaron a la industria.


Sin embargo, la situación contradictoria se expresaba en el raquítico mer­
cado interno, agravado por la crisis: la industria del país tenía ante sí
enormes posibilidades para su desarrollo: la crisis mundial y los aranceles
cerraban el paso a los productos extranjeros que estaban muy por encima
(en calidad y costo) de los que en México podían fabricarse, las nece­
sidades de las masas eran enormes y requerían cada vez una mayor
producción. Sin embargo, las masas trabajadoras eran las que más habían
sufrido la crisis, viendo extraordinariamente reducido su poder adquisitivo,
por lo que la nueva y la vieja producción industrial no podían encontrar
compradores en el mercado. Además, debido a la situación de compromiso
que existía en el campo, había muchas regiones del país que se encontra­
ban al margen de las actividades productivas del mercado, etcétera:

El escaso poder de absorción de nuestro medio es el mayor obstáculo


para el desarrollo de nuestro sistema industrial y para la consolidación
de nuestra economía. Hay millares de familias para quienes podrían
desaparecer radicalmente del mercado la mayor parte de los artículos
de consumo, sin que su vida fuera afectada en lo más mínimo.30

De esta manera, no obstante las grandes posibilidades que se le abrían


a la industria con el proceso sustitutivo de las importaciones, la ruda
realidad de la miseria de las grandes masas trabajadoras se levantaba
como un obstáculo imponente que era indispensable vencer.

El Estado y la economía
La crisis financiera estaba estrechamente ligada con la política mone­
taria del Estado. Los bancos constituyeron uno de los sectores capitalistas
que más fácilmente se adaptaron a la situación posrevolucionaria para
aprovecharla en su beneficio. Con la convención bancaria de 1924 y la
legislación que de ella resultó, los bancos y las instituciones de crédito
entraron en estrecho contacto con el Estado y se desarrollaron.31 Durante
el prim er año de la crisis, los bancos fueron un sector económico poco
afectado, en relación con los demás. La crisis de la economía iredujo
cada vez más los campos de acción de las instituciones de crédito, pues
la atmósfera económica no prometía muchos beneficios y por ello se dedi­
caron a especular con la moneda. Esta especulación se fue intensificando
hasta que “se abrió una brecha en sus trincheras” y los banqueros fueron
lanzados, con la depreciación de la moneda, al vórtice de la crisis.*2
Desde mediados de 1930, la moneda de plata empezó a depreciarse.
Esto era un efecto directo de la crisis de la minería, la industria, la agri­
cultura y el comercio, que disminuyó considerablemente las operaciones
mercantiles. Gomo consecuencia cierta cantidad de moneda de plata no
pudo seguir circulando, pues ya era innecesaria para el mercado, y fue
acumulándose. La situación se agravó por la dem anda de dólares para la
importación de los productos agrícolas que la pérdida de las cosechas
hicieron necesaria y por la reducción de la entrada de esa divisa, moti­
vada por la crisis de todo el sector de la economía orientado hacia la
exportación. Como los dólares se compraban con la plata, que en esos

18
momentos abundaba, se produjo la baja de la moneda.83 Para detener esa
baja, el gobierno creó, a principios de 1931, una Comisión Reguladora
de Cambios, cuyo objeto era mantener el valor del peso. Sin embargo,
ésta pronto se vio obligada a abandonar tal labor, y a partir de entonces
la moneda cayó progresiva y aceleradamente.
L a crisis de la moneda de plata estaba íntimamente relacionada con
todo el sistema monetario imperante en el país. Existía un bimetalismo
—oro y plata— según el cual la moneda de plata se consideraba comple­
m entaria de la de oro. Como cada uno de esos metales tenía su propio
valor estaban sometidos a las oscilaciones del mercado mundial, era ine­
vitable que existieran constantes disparidades en la expresión de los pre­
cios de un metal al otro y en la expresión de los precios de las mercan­
cías. El descenso de la plata y las grandes acuñaciones de moneda de
plata que caracterizaban la política inflacionista de los gobiernos posrevo­
lucionarios, destinadas a cubrir el presupuesto gubernamental, así como
los gastos impuestos por las rebeliones militares contra los gobiernos de
Obregón y Calles, transformaron a la moneda complementaria, de manera
progresiva, en fundamental, desplazando al oro en las transacciones del
mercado, aunque éste seguía utilizándose. Así la plata quedaba en desnivel
en relación con el oro.34
D urante el mes de mayo de 1931, la moneda de plata bajó más aún
en relación con el oro, lo que se tradujo en la precipitada sustitución de
aquélla por la moneda de oro y en el consiguiente atesoramiento de ésta.
L a Secretaría de Hacienda adoptó medidas de emergencia consistentes
en acordar con los bancos un sistema de cotizaciones uniformes de la
m oneda que serían respaldadas por el gobierno, y en la compra, a partir
del 30 de abril, de grandes cantidades de plata, con el propósito de dis­
m inuir el volumen circulante innecesario. Al mismo tiempo, los bancos
más importantes de la ciudad de México formaron una “liga” para de­
fender a la moneda de plata y, al igual que el gobierno, iniciaron compras
de este metal.36 Sin embargo, tal acción no fue suficiente para detener la
irremediable caída de la moneda de plata y, en los dos meses siguientes,
los bancos sufrirían una acometida despiadada por parte de la gente, que
exigió la devolución de sus depósitos en oro. L a designación del ex-presi-
dente Calles como presidente del Consejo Directivo del Banco de México
fue el prólogo que anunció la reforma monetaria del 25 de julio. Ésta
dio poder de liberatorio a la plata, prohibiendo sus acuñaciones, y declaró
libre la importación y exportación del oro que, según la nueva ley, perdía
su función m onetaria y se cotizaba como mercancía. Al mismo tiempo se
reestructuraba al Banco de México, suprimiendo todas sus actividades
comerciales y destinándolo tan sólo a sus funciones de banco central.
La reforma m onetaria no sólo no mejoró el estado de cosas existente,
sino que hundió a la economía nacional en una profunda deflación mo­
netaria, que desde fines del mismo año se dejó sentir. De la inflación

19
se pasó a la deflación, y los efectos económicos de esta últim a fueron de
un a gravedad extrema, a tal grado que según Pañi' “causó a la nación
mayores daños que [ .. .] las dos últimas rebeliones militares” .36
A causa de la desmonetización del oro, la m oneda de plata fue reque­
rida para las operaciones del mercado, pues todas las que antes se hadan
en oro ahora debían hacerse en plata. Al mismo tiempo, las deudas que
se habían adquirido en oro también se saldaban con plata. De esta forma,
al intensificarse la necesidad de la moneda de plata, y con la prohibición
de acuñar más, ésta empezó a escasear, lo cual provocó la reducción de
los precios, de los salarios, etcétera. L a moneda empezó a ser atesorada,
con lo que el faltante de medios de pago se acentuó. Todo esto restrin­
gía el crédito que, a su vez, provocaba “una epidemia de bancarrotas y
una intensificación del empobrecimiento general” (Pañi) y también más
paros que incrementaban el desempleo y afectaban los ingresos fiscales
del gobierno, aminorando el poder de compra y agudizando la crisis eco­
nómica general. Inclusive, se dio el caso de que en varias regiones del
país — según las Cámaras de Comercio— , ante la falta de dinero, los
comerciantes volvieran al trueque, es decir, al intercambio directo de mer­
cancías.57
Esta aguda crisis deflacionista se habría de superar con la reforma
monetaria del 9 de marzo de 1932, llevada a cabo por el nuevo secre­
tario de Hacienda, Pañi, que había iniciado su gestión el 14 de febrero.
Pañi había estado en esa secretaría durante los gobiernos de Obregón y
Calles; él fue quien realizó la reforma hacendaría de 1924, que propor­
cionó al Estado los recursos necesarios para impulsar su labor de construc­
ción de la infraestructura económica, imprescindible para el desarrollo
industrial del país:88 De esta manera, con su experiencia, Pañi pudo rea­
lizar una reforma que detendría la agravación de la crisis monetaria y
permitiría mejorar la situación económica general.
El objetivo de la nueva reforma era, en términos de Pañi, “haceir cesar
la deflación sin caer en la inflación”, para lo cual se inició la acuñación
de monedas de plata y de billetes de banco, que fueron puestos en circula­
ción con la esperanza de que también el dinero atesorado volviera a
circular. Con estas medidas, la situación económica cambió de inmediato:
los precios de las mercancías aumentaron, las quiebras comerciales dismi­
nuyeron, los paros en la industria redujeron su frecuencia, la base dél cré­
dito se ensanchó y el gobierno, aliviado, percibía sus ingresos fiscales con
menos dificultad. La m áquina económica reanudó su marcha, el mercado
se revitaüzó.B9 Como lo anterior no era suficiente para superar la inesta­
bilidad de la moneda, también se ordenó la constitución de la reserva mo­
netaria, que con la reforma de julio de 1931 era meramente simbólica.
Para lograr esto, se acordó que con la diferencia obtenida mediante la
acuñación de monedas de plata (es decir: la diferencia entre su valor
metálico y el que se le asignaba), se comprara el oro necesario para inte­

20
grar la reserva.
L a política monetaria seguida por el Estado, al devaluar la moneda
respecto al dólar, fue un factor importante para atenuar los efectos de
la crisis en los capitalistas. Al abaratarse la moneda se cierra el paso a
la importación, la cual tiende a reducirse, pues la capacidad de consumo
en el mercado mundial se limita. Esto permite que se efectúe un mayor
consumo de los productos fabricados en el país y constituye un estímulo
para la industria, que se refuerza con la limitación de la competencia
extranjera. Asimismo, los costos de producción se reducen al disminuir
más aún los salarios de los trabajadores. Esta situación permite que toda
la economía orientada hacia el exterior pueda ofrecer sus productos en
el mercado internacional a precios reducidos. Al bajar el valor de la
moneda, los precios de todos los productos se elevan, con lo cual se incre­
mentan las ganancias de los capitalistas.’40 Este mecanismo que el Estado
utilizó, puede muy bien definirse como de “socialización de las pérdidas”,
lo que en palabras más claras y directas significa que todo el peso de la
crisis económica se hizo recaer en las masas trabajadoras del campo y la
ciudád. Éstas habían sufrido duramente la crisis: los despidos masivos, la
reducción de los turnos de trabajo, los salarios insignificantes, aunados a
la carestía de la vida, las lanzaron a una situación extraordinariamente
miserable. La reforma monetaria de 1932 sería un éxito y adelantaría la
recuperación económica, pero las masas trabajadoras se verían cada vez
más empobrecidas.
La crisis de la economía mexicana fue producida esencialmente por la
crisis de la economía mundial, aunque antes de que ésta estallara se
percibía ya un descenso general en la economía del país. Puesto que los
principales sectores de la economía eran dominados por los capitalistas
extranjeros, quienes producían según sus intereses particulares, sin impor­
tarles el desarrollo del país,*1 la economía nacional estaba deformada por
su dependencia al capital extranjero, es decir, al imperialismo. El Estado
mexicano, surgido de la revolución de 1910, se esforzaba por impulsar el
desarrollo industrial del país y hacía todo lo que estaba de su parte para
ello. Las comunicaciones, las obras de riego, todo lo que constituye la
infraestructura económica, esencial para el desarrollo, fue una tarea que
los gobiernos de Obregón y Calles se encargaron de impulsar, construyendo
también los cimientos de la estructura financiera, indispensable para po­
ner en movimiento la actividad económica. Para hacer todo esto, el Estado
dependía de sus ingresos, de los cuales una cantidad considerable provenía
de los impuestos a la exportación que pagaban la minería, el petróleo y
la agricultura. Como es fácil comprender, la crisis económica, con la
crisis del comercio exterior, afectó las finanzas del Estado. En 1930, la
diferencia de ingresos en relación a 1929 era de tres millones de pesos,
mientras que los egresos aumentaron, y había un déficit de más de 18
millones. T an sólo en el primer semestre de Í931 existía un déficit de 40

21
millones de pesos. Esta situación llevó al gobierno de Ortiz Rubio a re­
ducir sus gastos en la administración pública, los cuales se fueron recor­
tando al máximo, y a disminuir los salarios de los empleados del gobierno,
tanto civiles como militares. Todo esto no logró que la diferencia entre
los ingresos y los egresos de la hacienda pública disminuyera lo sufi­
ciente hasta llegar a un equilibrio. El déficit se mantuvo.42 En cifras
globales, los gastos del gobierno disminuyeron una cuarta parte de 1930
a 1932, con lo que el desarrollo de los transportes y las comunicaciones
se vio afectado.43
Tam bién en este campo la reforma monetaria de marzo de 1932 pro­
vocaría resultados favorables. El primer trimestre de ese año se había
significado porque el gobierno percibió menos recursos provenientes de
los impuestos que en cualquier otro trimestre posterior a 1929. Ante esto,
el viraje fue excepcional, pues la reforma fue el punto de partida del
aumento de los ingresos fiscales. Esto se traducía en un mayor impulso
de la obra del Estado, destinada a desarrollar la industrialización.44
O tra de las preocupaciones fundamentales del Estado era la de crear
el “clima de confianza” adecuado, que permitiera que los capitalistas se
animaran a invertir en la economía del país, principalmente en la in­
dustria. Se pensaba que el obstáculo mayor para el desarrollo de la in­
dustria era, justamente, la carencia de capitales, y los capitales los tenían
sobre todo los inversionistas extranjeros. De aquí resultó que, además de
reanudar el pago de la deuda exterior, se suspendiera el reparto agrario.45
Sin embargo, esta política no fructificó a causa de la crisis mundial, y la
inversión de capital extranjero disminuyó durante esos años. No volvería
a ascender hasta los años cuarenta, con motivo de la guerra mundial.46

2. LA. CRISIS Y LOS TRABAJADORES

La dispersión sindical
La crisis económica afectó gravemente a los trabajadores, quienes, cuan­
do estalló se encontraban en una situación extremadamente crítica. Los
trabajadores venían de una época de intensas y sangrientas luchas que ha­
bían culminado con la desorganización del movimiento obrero indepen­
diente y con la ruda sujeción de los trabajadores por la Confederación
Regional Obrera Mexicana (C R O M ), organización apoyada decisivamente
por el nuevo Estado que se había empezado a estructurar a partir del triun­
fo de la revolución de 1910.
En efecto, el Estado asumió una política de conciliación de clases, cuyo
fin esencial era fortalecerse a sí mismo e impulsar el desarrollo industrial
del país. Para lograr esto, los gobiernos posrevolucionarios se preocuparon
por controlar al movimiento obrero, el cual había de servirles como una
importante base social de apoyo y como un instrumento contra los secto­

22
res sociales privilegiados que se oponían al régimen, para exigirles su
colaboración en la tarea de desarrollar la economía nacional. Asimismo,
el control del movimiento de los trabajadores era esencial para el Estado,
pues así podía regularlo y evitar que se desencadenara en forma tal que
se pudiera convertir en una fuerza perturbadora que hiciera peligrar el
nuevo orden en construcción.
Tal política se instrumentalizaría, justamente, con la CROM . Esta
organización, dirigida por Luis N. Morones, se desarrolló durante los
años de 1920 a 1928, bajo la protección y el estímulo de los gobiernos de
Obregón y Calles. D urante el periodo de este último, Morones se con­
virtió en secretario de Industria, Comercio y Trabajo, y aprovechó el
puesto para aglutinar a núcleos cada vez más amplios de obreros, los
cuales proporcionarían a la CROM una fuerza incomparable. La CROM ,
que contó siempre con la ayuda del Estado,47 respondió a ese apoyo subor­
dinando a los trabajadores e integrándolos a la política oficial. Asumió
sin reservas la política de conciliación de clases,48 con lo que se convirtió
en enemiga mortal de todos los sectores obreros que no compartían esa
política y que se mantenían independientes de los designios moronistas y
del Estado. Así, desde inicios de 1925 se empieza a reprimir y someter
intensamente al movimiento obrero independiente, y se estrecha más aún
la dominación de los sindicatos adheridos a la C RO M mediante el control
de las huelgas por parte de la dirección moronista 49 A través de la Secre­
taría de Industria y de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, la CROM
se lanzará reforzada contra los sindicatos independientes, declarando ilega­
les sus huelgas, saboteándolas con esquiroles, corrompiendo a los líderes
independientes menos consistentes para que dividieran sus organizaciones.
De repente, el movimiento obrero se veía sumergido en “una etapa de
terrorismo” que envolvió a todo el país.50 Cuando tales medidas de la
C RO M y de la Secretaría de Industria no bastaban para someter a los
obreros “rojos” — como les llamaban—, entonces el Estado recurría al
ejército. L a década de los veinte se caracterizó, en el movimiento obrero
por los sangrientos choques entre trabajadores y soldados. La política que
la C R O M y el Estado llevaron a cabo para someter a los obreros inde­
pendientes, sin una dirección propia, pero dispuestos a defenderse, fue
despiadada. Los obreros rojos respondieron con todas sus fuerzas a la
ofensiva: huelgas que se combinaban con mítines, manifestaciones, en­
frentamientos con los esquiroles y los grupos de choque moronistas, la
represión aniquiladora del ejército. Los obreros se defendieron con todas
sus fuerzas, fuerzas que cada vez se iban minando más. Estos sucesos ca­
racterizaron esa época en que la CRO M se impuso en el movimiento
obrero, con la ayuda y el estímulo del Estado. Los trabajadores autóno­
mos “rojos”, resistieron encarnizada y heroicamente, pues estaban deci­
didos a conservar su independencia; pero su energía y decisión no fueron
suficientes y la C RO M y el Estado los dominaron.*1

23
Había sido un largo periodo de luchas de resistencia que se tradujeron
en sangrientas derrotas. Al final de los años veinte, el movimiento obrero
independiente se encontraba mortalmente herido.
En tales circunstancias, la crisis económica encontró al movimiento
obrero sin fuerzas, desmoralizado, sin confianza en ninguna organización
sindical ni en su energía propia. Unos obreros arrastraban su derrota y
otros, aquellos que habían sido adheridos a la C RO M por sus líderes, es­
taban agobiados por los métodos moronistas, independientemente de que
empezara la caída de la CROM.
La crisis económica afectó el nivel de vida de los trabajadores y los
lanzó a la miseria, aumentando su desmoralización y sumergiéndolos en
un estado de postración sin precedentes. Esto se entiende si analizamos
la manera en que se manifestó la crisis en la condición de las masas tra­
bajadoras. Como lo hemos podido observar, las primeras y más graves
consecuencias del colapso económico para la clase obrera y los jornaleros
agrícolas fueron el desempleo, los reajustes de millares de trabajadores
que las empresas llevaron a cabo para atenuar sus dificultades económi­
cas, tanto en la minería como en el petróleo, en la agricultura como en la
industria, en el comercio como en las oficinas públicas. El Estado, en su
afán de ayudar a los capitalistas a defenderse de la crisis, apoyó comple­
tamente esa medida, lo cual hizo que en 1931 el volumen del desempleo
se elevara a 287 400 personas y alcanzara al año siguiente la cantidad de
339 300 que conformaba el 7% de las fuerzas productivas con que contaba
nuestra economía durante esos años,52 La reducción de turnos de trabajo,
además de la clausura de fábricas y otras empresas, fue uno de los méto­
dos adoptados por los empresarios, para reducir una producción super­
abundante desde el punto de vista de la estrechez del mercado. Todo este
inmenso ejército de reserva, creado por la suspensión de las actividades
de las fábricas y la reducción de los turnos de trabajo, benefició natural­
mente a los patrones, pues al presionar sobre el mercado de fuerza de
trabajo permitieron que los salarios de los trabajadores que aún se encon­
traban frente a sus máquinas, en el fondo de la mina, sembrando o le­
vantando la cosecha, o en el seno de otras empresas, vieran disminuidos
sus salarios de un modo tal que no era suficiente para su sostenimiento
y el de sus familias. Pero dentro del complicado mecanismo del empo­
brecimiento de la clase trabajadora, existía además otro resorte que ayu­
daba a los capitalistas a reducir sus pérdidas a costa del obrero: la dis­
minución del tiempo de trabajo destinado a la producción, dentro de
los mismos tumos reducidos. Esto es: si antes de la crisis existían en las
fábricas tres tumos de ocho horas cada uno, ahora había solamente uno
o dos de sólo cuatro o seis horas. Todo este mecanismo armado por la
burguesía con la tolerancia y ayuda del Estado, se convirtió en un pode­
roso instrumento de “socialización de las pérdidas” y de acumulación de
capital, vivificado mediante la superexplotación del trabajo. No otra cosa

24
significaba la fuerza de trabajo barata, Jos salarios miserables con los que
capitalistas extranjeros y nacionales retribuían el trabajo de los obreros
mexicanos.53
L a pérdida de las cosechas que caracterizó a la crisis de la agricultura,
aunada a las dos devaluaciones monetarias que el Estado realizó con el
claro propósito de “socializar las pérdidas” de la crisis, protegiendo a los
empresarios e impulsándolos a reanudar la producción de una manera
más racional, elevó considerablemente el costo de la vida de las grandes
masas trabajadoras, con lo que se incrementó la superexplotación del tra­
bajo que el conjunto de los industriales, comerciantes, etcétera, realizó
durante esos años. Que el Estado fue participante activo en esa política
de empobrecimiento de los trabajadores-acumulación de capitals lo prue­
ban no sólo las reformas monetarias y las facilidades para que las empre­
sas reajustaran a los trabajadores, sino también el hecho de que el gobier­
no llevó a cabo un plan de reorganización de los Ferrocarriles Nacionales,
dirigido por el ex-presidente Calles —el “jefe máximo”—, que tuvo como
consecuencia el despido de la increíble cantidad de once mil trabajadores
ferrocarrileros, quienes fueron arrojados al ejército de reserva.154
O tro de los factores que vinieron a agravar la crisis económica y au­
m entar el desempleo fue la repatriación de mexicanos, procedentes sobre
todo de los Estados Unidos.

La repatriación —escribe Moisés González Navarro— fue dejando una


cauda de miseria a lo largo de las poblaciones por Jas que atraviesan
los ferrocarriles.65

Para evitar que se convirtieran en un elemento explosivo, el gobierno


concentró a muchos de esos deportados en haciendas agrícolas organiza­
das especialmente, pero no tardaron en fracasar, pues la mayoría de ellos
eran trabajadores industriales y terminaron emigrando a las grandes ciu­
dades. El número de los que se reintegraron al país durante aquellos años
fue de 69 570 en 1930, 124 990 en 1931 y 80 648 en el último año de
la crisis: 1932.®° No sólo los trabajadores repatriados terminaron por en­
caminarse hacia las zonas urbanas. Miles de campesinos, de jornaleros
agrícolas, abandonaron también el campo, emigrando a las grandes ciuda­
des en busca de otros medios de subsistencia que les permitieran aumentar
su raquítico nivel de vida. Los medios de comunicación que el Estado
venía construyendo fueron un estímulo que animó a los jornaleros misera­
bles a romper con su medio ancestral e introducirse en el mundo anta­
gónico de la ciudad.57 L a migración interna durante esos anos fue con­
siderable e hizo que la población total de las ciudades aumentara, provo­
cando la disminución de los habitantes de las zonas rurales del país.58
Tal fenómeno tendría una importancia fundamental en la política que
el gobierno del general Cárdenas desplegaría, pues contribuía a desarro­

25
llar una sociedad de masas que iba a constituir la base material para las
movilizaciones obreras características de la segunda m itad de la década
de los treinta. Los campesinos llegados a las ciudades, al convertirse en
obreros, serían u na masa muy maleable, pues su falta de experiencia en la
lucha sindical y su real mejoramiento de nivel de vida, en relación con
el del campo, habría de convertirlos en un sector social satisfecho que
contribuiría a romper más aún las resistencias de los obreros industriales
al dominio del Estado.
Toda esa crítica situación repercutió también en la organización de
los trabajadores. El inicio del desmembramiento de la C RO M coincidió
con la crisis económica. L a todopoderosa CROM , la organización totali­
taria que virtualmente había aniquilado todo movimiento obrero indepen­
diente, empezó a declinar a finales del gobierno de Calles, que le había
otorgado todo su poder. La lucha entre las fracciones que dominaban el
Estado, encabezadas por Calles y Obregón, conduciría, al morir éste últi­
mo, al sacrificio por parte de Calles de ese importante aparato de domi­
nación política que constituía la CROM . En 1928 estaban en juego .dos
perspectivas que podrían impulsar o detener el desarrollo del país: la
primera era la representada por Obregón, que significaba la continuidad
del caudillismo característico del inicio de los gobiernos posrevoluciona­
rios;59 la segunda, que representaba el presidente Calles, estaba orientada
hacia la consolidación institucional, la legitimación y la imposición de
las instituciones que, sobre todo durante su gobierno, se habían venido
desarrollando trabajosamente, las cuales conducían a la centralización del
poder político en el Estado, superando la fragmentación territorial, eco­
nómica y política que definía al México posrevolucionario.00 Es evidente
que esta última perspectiva era la que requería el desarrollo que había
alcanzado el país, pero es seguro que el nuevo gobierno de Obregón, aun­
que con reticencias, habría tenido que seguir la senda que él mismo había
ayudado a abrir.
La CROM , como fuerza de apoyo esencial de Calles, chocó con Obre­
gón, lo que marcó su declinación definitiva. Los ataques y acusaciones
que recibiría con la muerte del caudillo, en una situación política de
aguda crisis, obligaron a Calles, no obstante el enorme poderío que enton­
ces adquirió, a facilitar, al romper con ella, el golpe de muerte a la
CRO M .61 Es evidente que Calles no rompió de manera voluntaria con
la CROM , sino que se vio obligado a ello ante la incontenible presión
de los sectores obregonistas. Con esto, Calles se sacudía el desprestigio de
Morones y de los métodos de la CROM , que entonces eran violentamen­
te denunciados por los obregonistas, pero en realidad nunca rompería en
definitiva con Morones. El presidente provisional, Portes Gil, enemigo
acérrimo de la C RO M desde sus tiempos de gobernador de Tamaulipas,
desplegó una lucha a fondo contra la organización y esto sería un catali­
zador de la descomposición de la misma.62 A pocos días de la acometida

26
contra la CROM , ésta empezó a sufrir la escisión de contingentes obre­
ros, que proseguiría lenta pero casi de modo ininterrumpido. La renuncia
del líder Vicente Lombardo Toledano, el 19 de septiembre de 1932, fue
un acontecimiento trascendental que aceleró la disolución de la que fuese
central hegemónica en el movimiento obrero, pues la abandonaron fuer­
tes núcleos que simpatizaban con Lombardo.63
La C RO M había sido duramente golpeada, el Estado que le había per­
mitido y facilitado asumir enormes fuerzas la aniquilaba ahora, reducía
su poder. Con esto, el Estado perdía un aparato formidable que le había
permitido sujetar a su arbitrio a los trabajadores, aunque algunas orga­
nizaciones sindicales, sustraídas a la influencia moronista, proclamaron
su fidelidad al gobierno, como es el caso de la entonces recién constituida
— con elementos cromianos— Federación Sindical de Trabajadores del
Distrito Federal, dirigida por Fem ando Amilpa, Fidel Velázquez y Jesús
Yurén.*4 Si bien fue importante el papel que jugó el gobierno en el des­
membramiento de la CROM , influyó también el descontento contra los
métodos moronistas entre los trabajadores.
La declinación de la C RO M significó la desintegración de los núcleos
obreros que antes se encontraban bajo su égida, pues si bien algunas orga­
nizaciones se vincularon en la nueva FSTDF, otras prefirieron mantenerse
aisladas.65 La mayor parte de los intentos de unificación fracasaron, y
el movimiento obrero entró en una franca etapa de dispersión y desor­
ganización. Es natural que esto se tradujera en desmoralización y des­
confianza entre los trabajadores. En estas condiciones en extremo depri­
mentes, la crisis económica, con su cauda de miseria y superexplotación,
hundió más aún a la clase obrera en el profundo abismo en el que había
caído. Nunca los trabajadores mexicanos habían padecido una situación
como la que entonces vivían. En uno de los momentos más agudos de la
crisis, precisamente después de la catastrófica reforma m onetaria de 1931,
Lombardo Toledano resumía tal situación con las siguientes palabras:

Hoy todo es opaco, todo es gris, todo es oscuro, en dondequiera se


respira un ambiente de desconcierto, de pobreza, de decaimiento, de
concupiscencia.*13

La Confederación General de Trabajadores (C G T ), que había sido


uno de los motores de la lucha de resistencia de los obreros rojos, se en­
contraba con sus fuerzas mermadas, debilitada y en proceso de descompo­
sición política. L a Confederación Sindical U nitaria de México, organizada
por los comunistas a principios de 1929, había sido reprimida y lanzada
a la clandestinidad cuando apenas daba sus primeros pasos. Las organi­
zaciones campesinas se habían extinguido en la mayor parte del país.67 La
atomización obrera, la frustración y el desencanto de las masas trabajado­
ras envolvían al país. El único punto luminoso que se percibía era éste:

27
todas las amarras de control y sujeción echadas por la C R O M y el Estado
durante los años anteriores fueron rotas por la acción corrosiva de la crisis
económica. Sin embargo, los trabajadores carecían de fuerza para levan­
tarse y reanudar su marcha independiente.
A tal estado del movimiento obrero se aunó la persecución política,
que en esos años también se desencadenó contra los pocos obreros y cam­
pesinos que se mantenían firmes y protestaban. Los sindicatos organizados
por los comunistas, en la Confederación Sindical U nitaria de México
(C S U M ), fueron reprimidos y disueltos. El partido comunista fue lanza­
do a la clandestinidad, su periódico clausurado y sus dirigentes enviados
a las Islas Marías. Los campesinos, que habían sido importante apoyo del
gobierno durante la rebelión escobarista, y estaban influidos por el PCM,
empezaron a ser desarmados, y se asesinó a varios de sus dirigentes.68
En un panorama tan crítico era natural que las huelgas obreras dismi­
nuyesen enormemente. El desempleo — que alejaba a los obreros de su
fábrica—, las reducciones de tiempo de trabajo, los salarios bajísimos, la
desorganización sindical, la desmoralización obrera, todo se conjugó para
colocar a las masas trabajadoras en un estado de postración que difícil­
mente podía situarlas en posición de luchar denodada y firmemente con­
tra los capitalistas.69
En tan deprimente estado de cosas, los obreros no pudieron ejercer
ninguna influencia en la elaboración de la Ley Federal del Trabajo, que
entonces empezó a funcionar. Desde el proyecto de Portes Gil discutido
en 1929, se observaba que lo que se hacía era reglamentar la política de
conciliación de clases que en el artículo 123 de la Constitución había
quedado consignada. En medio del colapso económico, el Estado se preo­
cupaba por hacer más nítidas las relaciones que regularían a los obreros
y patrones, con lo cual pensaba construir una base firme para el impulso
al desarrollo capitalista del país. Ello permitiría la institucionalización de
las luchas entre el capital y el trabajo:

Será entonces la ley la que defina estas dificultades y conflictos, vinien­


do de este modo a normalizarse la vida industrial de la república. El
capital, teniendo seguridades, ampliará sus inversiones, modernizando
su maquinaria y su organización. El trabajo, asegurado en sus derechos
humanos, mejorará su eficiencia y se logrará el florecimiento de nues­
tra industria, porque estos hechos vendrán a concurrir, esencialmente,
en la disminución del precio de costo.

Se planteaba también la necesidad de que los obreros “parasitarios”


que no colaboraran en la producción, y los patrones que atesoraban su
dinero o lo dedicaban a actividades no productivas, se sumaran al esfuer­
zo de írnpidsar la industrialización.70 Fácilmente se ve que la promulga­
ción de la Ley Federal del Trabajo era parte fundamental de la política

28
que el Estado siguió durante los años de la crisis: el mejoramiento de las
condiciones — las ‘‘garantías”— que permitieran a los capitalistas explo­
tar los recursos del país, sobre todo a la fuerza de trabajo, para hacer
avanzar a México por el camino de la industrialización. Esto lo empe­
zaban a comprender los patrones, quienes desarrollaron una amplia cam­
paña de propaganda en la cual asumían la política de conciliación de cla­
ses, que muchos beneficios les había asegurado en los años anteriores y
de la que esperaban muchos más. La demagogia reformista, con algunos
tonos radicales, que caracterizaba al gobierno, demagogia que ni en esos
años de violenta explotación de los obreros dejó de utilizarse, contaba
menos que los reales beneficios percibidos por los industriales, los comer­
ciantes, los banqueros y demás sectores privilegiados. L a protección y
ayuda que el Estado venía otorgando a éstos para atenuar los efectos
de la crisis económica, hablaban más claro que la demagogia populista
más refinada.71 Algunos consideraban que el código de trabajo debería
significar “la definitiva terminación de la lucha” entre obreros y empre­
sarios, pues la conciliación de clases se impondría por encima de todos
los intereses sociales particulares.712
Pero bien hemos visto que tal política de conciliación de clases no los
beneficiaba a todos, pues había y ha servido únicamente para promover
el desarrollo industrial del país. La Ley del Trabajo, que expresaba esa
política, limitaba el derecho de huelga de los trabajadores, sometiendo los
sindicatos a la fiscalización del Estado a través de la Secretaría de Indus­
tria y de las Juntas de Conciliación y Arbitraje. Así, un virtual arbitraje
obligatorio quedaba consignado en el texto de la ley y, con la cláusula
de exclusión, se sentaban las bases para el dominio y la manipulación de
los obreros mediante minorías burocráticas apoyadas por el Estado.78

El despertar popular
La crisis económica alcanzó en México su clímax a mediados de 1932.
A partir de 1929, la economía nacional se había sumergido en una aguda
depresión que abarcaba todas las actividades económicas. Ahora la situa­
ción empezaría a cambiar. Paulatinamente, y con diferentes ritmos en los
diversos sectores, las actividades productivas y mercantiles se irían resta­
bleciendo y recobrarían su vigor.74 La política monetaria y fiscal del
Estado, expresada en la reforma monetaria de 1932, contribuyó a acele­
rar el inicio de la recuperación económica del país.7®
En la minería, la recuperación fue lenta, accidentada, dependiente en
mucho de la situación del mercado mundial, particularmente del mercado
estadounidense. En este sector, como en ningún otro, los empresarios po­
nían sus esperanzas de mejoría en el inminente restablecimiento de la
economía internacional, pues como industria de exportación que era,
mientras la capacidad de consumo de sus habituales mercados prosiguiera
mermada, difícilmente podría reanudar normalmente sus actividades pro­

29
ductivas.7,6 D urante 1932 la producción minera alcanzó su punto más
bajo, pero en el siguiente año la minería empezaría a elevarse, impulsada
principalmente por la política inflacionista que el presidente norteameri­
cano Roosevelt comenzó a aplicar para ayudar a sacar a su país del abis­
mo económico. L a reanimación de la actividad industrial en Estados
Unidos produjo una mayor dem anda de los productos mineros, con lo
que nuestra producción empezó a aumentar. Las minas que habían lo­
grado capear la tormenta económica intensificaron sus actividades pro­
ductivas; muchos fundos mineros paralizados por la crisis empezaron a
ponerse en condiciones para ser explotados; otros reiniciaron sus trabajos
de inmediato. Los bajos costos de extracción de los productos mineros,
debidos especialmente a los raquíticos salarios, animaron a los empresarios
a desarrollar enormemente la producción, pues les prometía jugosas ga­
nancias. Los altos precios de los metales, efecto de la devaluación artifi­
cial del dólar y de los salarios obreros reducidos, fueron determinantes en
la recuperación minera. Aunque con altibajos y temores de un nuevo de­
caimiento, la crisis minera comenzó a superarse a partir de 1933.77
El petróleo, como la minería, también alcanzó su sima en 1932, y tam ­
bién inició su lenta recuperación en 1933. Las principales empresas petro­
leras incrementaron sus ventas para el consumo interno, el cual creció
estimulado por la política de construcción de carreteras que el gobierno
venía desplegando y por el incipiente desarrollo industrial que provocaba
la sustitución de importaciones. El alza de precios de los productos petro­
leros hizo que las empresas intensificaran en cierta medida sus trabajos,
aunque las condiciones del mercado mundial no permitían que la pro­
ducción se expandiera de modo similar al de la minería. No obstante, la
industria petrolera comenzó a revitalizarse.7S
L a mejoría del petróleo y la minería tenían que repercutir favorable­
mente en la agricultura. La reapertura y la ampliación del trabajo en las
minas y en la industria petrolera significaban un aumento —aunque míni­
mo— de la capacidad de consumo de los productos agrícolas destinados
a la alimentación: eran más los obreros empleados y, por consiguiente, eran
más los que volvían a percibir salarios. L a demanda de mercancías agríco­
las en las regiones mineras, y en parte en las zonas petroleras, se volvió
cada día más importante.79
Pero si bien las condiciones de la agricultura mejorarían, en realidad
ésta no podía salir de la crisis a causa de la misma base estructural en
que se cimentaba. Independientemente del aumento del consumo de los
productos agrícolas, los rendimientos de la agricultura eran extraordina­
riamente bajos, debido a la persistencia del latifundismo, que tenía mucho
de improductivo. L a producción agrícola seguía siendo más baja que
antes de la revolución de 1910, no obstante que el país veía aumentado
el número de habitantes. Los cientos de miles de jornaleros agrícolas, su­
jetos a un jornal precario, o inclusive carentes de él a causa del desempleo,

30
vivían una vida paupérrima, alimentándose raquíticamente y sin posibili­
dades de consumir los productos de la industria, ni de contribuir a
aum entar las labores agrícolas que habían de cubrir las crecientes necesi­
dades del país. Esto no permitía el desarrollo industrial y era un enorme
lastre.80 La agricultura saldría de la crisis sólo cuando se transformara en
un sector moderno de la economía, que además de cubrir las necesidades
del país, convirtiera al campo en un gigantesco mercado para los pro­
ductos industriales, y en cantera inagotable de fuerza de trabajo destinada
a las fábricas. Esto sólo podría lograrse mediante una efectiva reforma
agraria. Abelardo Rodríguez rectificaría la política de Ortiz Rubio y
reanudaría débilmente el reparto de tierras, pero esto fue más que nada
una. medida política para contener la insurgencia campesina.81
A diferencia de la minería y el petróleo —para no hablar de la agri­
cultura—, la recuperación de la industria de transformación fue impor­
tante y se comenzó a percibir en los últimos meses de 1932. Gomo buena
parte de la capacidad productiva de la industria dejó de ocuparse —cie­
rre de fábricas, reducción de turnos, tiempo de trabajo disminuido—,
las mercancías acumuladas fueron vendidas poco a poco, haciéndose ne­
cesarias algunas más, sobre todo en las regiones en donde la minería y
el petróleo, al aum entar sus contingentes obreros, crearon cierta capacidad
de consumo. El aumento del precio de los productos habitualmente im­
portados reforzó el mecanismo de la sustitución de importaciones, lo que
a su vez estimuló la fabricación de productos industriales destinados al
consumo interno. La industria textil resultó una de las más beneficiadas.52
Nuevas industrias se empezaron a desarrollar bajo la protección y el
estímulo del Estado.'83
Gomo en la minería, las fábricas empezaron a aumentar sus turnos y
su tiempo de trabajo, y algunas que habían sido clausuradas volvieron
a abrir sus puertas e iniciaron la producción de mercancías, con lo que
muchos obreros volvieron a reunirse en sus centros de trabajo. En esto
tuvieron una gran importancia los salarios de los trabajadores, los cuales
se m antenían bajos debido a la presión del desempleo, de manera que, al
reducirse el costo de producción, los empresarios industriales aumentaban
sus ganancias. Sin embargo, la contradicción que envolvía a la industria
seguía sin resolverse e incluso se agudizaba: las potencialidades de la pro­
ducción industrial se veían atajadas por un mercado raquítico que sólo
permitía que se vendieran cantidades reducidas de mercancías; si bien
empezaban a ocuparse muchos obreros en las actividades productivas, esto
todavía no era suficiente para que la industria progresara sobre bases
firmes; los ínfimos salarios que, mediante la superexplotación, permitían
mayores ganancias a los capitalistas, al mismo tiempo impedían que el
poder adquisitivo de las masas aumentara lo suficiente para que la indus­
tria se pudiera desarrollar. Y la capacidad de compra de los campesinos,
decisiva porque éstos constituían las dos terceras partes de la población, se

31
reducía —aparte la alimentación— a insignificantes adquisiciones perió­
dicas de m anta o de otras telas baratas, para renovar su vestimenta.
La reanimación de la industria de transformación, al consumir materias
productivas y materias primas (sobre todo algodón), contribuyó a mejorar
la situación de la industria extractiva y de la agricultura, que pudieron
venderle algunos de sus productos. Al mismo tiempo, tanto la minería
como el petróleo, la industria como la agricultura, impulsaron la produc­
ción de energía eléctrica, para echar a andar su m aquinaria o, en el caso
de la agricultura, para el bombeo del agua que a veces se hizo necesario.84
La mejoría de la producción en esos sectores, al incrementar el comercio,
aumentó también el movimiento de las mercancías, principalmente a tra­
vés de los ferrocarriles, que vieron ampliados sus ingresos.85
1932 fue también una fecha crítica para el comercio exterior del país.
Las importaciones y exportaciones, que habían venido disminuyendo desde
el estallido de la crisis, alcanzaron su nivel más bajo, y a partir de en­
tonces empezaron a ascender, sobre todo las exportaciones.88 La causa fun­
damental de dicho mejoramiento de nuestro intercambio internacional de
mercancías se debe al alza de precios de los productos que se exportaban
a los Estados Unidos, país que, como hemos señalado, absorbe la casi
totalidad de los minerales y metales que se extraen de las minas del país,
la totalidad de las fibras duras y suaves, y también gran parte de la pro­
ducción de petróleo. Al depreciarse el dólar por la política de Roosevelt,
los precios de tales artículos se elevaron; y la diferencia entre nuestra
moneda y el dólar también estimuló la salida de mercancías hacia el ex­
tranjero. Asimismo, el alza de los precios de los productos norteameri­
canos contribuyó a la reducción de las importaciones.87 D urante los dos
primeros años de la recuperación económica aumentaron las importacio­
nes de minerales, máquinas, aparatos y herramientas y vehículos. Los re­
dactores de la revista del Banco Nacional de México hacían notar que
se había importado maquinaria industrial con la cual se creó un buen
número de pequeñas fábricas. Los vehículos comprados en el exterior
expresaban el aumento de carreteras y del transporte de mercancías en
camiones de carga.88 Toda esta situación acarreó, naturalmente, la inten­
sificación del comercio dentro del país. Prevalecía, sin embargo, el obs­
táculo material de la insuficiencia de los m edios de comunicación, ■pues
muchas regiones se encontraban aisladas, ya que ni los ferrocarriles ni las
carreteras desembocaban en ellas. La deficiencia de muchos caminos hacía
que el transporte de mercancías se suspendiera en la época de lluvias
(junio-septiembre), pues atravesaban praderas que se volvían intransita­
bles, laderas de montañas o lechos de ríos que en otras temporadas se
encontraban casi secos. Esta situación hacía difícil el transporte, y las
mercancías corrían el riesgo de perderse.89 El Estado combatía el proble­
m a intensificando la construcción y el mejoramiento de carreteras.
Como lo hemos examinado, la política inflacionista que el Estado asu­

32
mió con la reforma monetaria de 1932 trajo efectos positivos para las
actividades económicas. En 1933 tal política intensificó sus efectos estimu­
lando la producción y contribuyendo a elevar el costo de la vida en mayor
proporción que durante los momentos más graves de la crisis económica.
Pero no sólo los bajos salarios aumentaron las ganancias de los capita­
listas y empobrecieron más a los trabajadores. Los empresarios ofrecieron
sus productos al mercado a precios que progresivamente se elevaban, casi
sin interrupción, durante los dos primeros años de la rehabilitación eco­
nómica (1933-34). Las mercancías caras eran justamente aquellas que
las masas trabajadoras consumían para su subsistencia, tanto vegetales
(maíz, frijol, chile, manteca, etcétera) como industriales, sobre todo te­
las.90 Esta alza de precios se debió en lo esencial a la inflación provocada
por el Estado, pero los artículos subieron también a causa de los monopo­
lios que organizaron algunas agrupaciones de hacendados o grandes pro­
ductores agrícolas, los cuales acaparaban y manipulaban la oferta dé al­
gunos productos alimenticios. En agosto de 1933, la revista de los banque­
ros señalaba que se estaban elevando artificialmente los precios del azúcar,
la sal, el café, el arroz y otros.91 Más tarde se organizó una asociación de
productores de trigo, dentro de la cual se pretendía agrupar tanto a los
hacendados como a los pequeños productores. Esta asociación se formó
bajo el patrocinio del Estado y los resultados fueron el control y la ma­
nipulación de la cosecha de trigo. También se hicieron trabajos para
organizar una similar asociación de productores de arroz y en todas las
regiones productoras de este cereal se organizaron asociaciones locales.92
Como podemos observar, la especulación con los productos básicos para
la subsistencia de las amplias masas de trabajadores entró en una fase en
la cual se perfilaban elementos monopólicos. Todo esto, además del no
artificial juego entre la oferta y la demanda, aunado a la política infla-
cionista del Estado, contribuyó, junto con los salarios raquíticos, a hacer
más difícil la condición de los trabajadores. L a lógica interna de la recu­
peración económica sentaba las bases para el retorno de la depresión,
pues al golpearse de tan despiadada manera a las masas, se les arruinaba.
De esta forma, la misma producción agrícola e industrial intensificada
estaba aniquilando las bases del mercado que imprescindiblemente reque­
ría para poder avanzar, ampliarse y lograr su consolidación. L a recupe­
ración económica había logrado impulsar a la industria e intensificar
todas las actividades productivas, aumentando la riqueza del país,98 pero
al mismo tiempo sometía a los trabajadores a la superexplotación,
Pero a diferencia del estallido de la crisis, la recuperación económica
no aumentó la pulverización del movimiento obrero, no aceleró la desor­
ganización sindical ni frustró más a los trabajadores, ni mucho menos los
hundió en la desmoralización. No; los efectos de la recuperación econó­
m ica en los trabajadores fueron radicalmente distintos.
La reanudación de la producción, con el aumento de tumos y del tiem­

33
po de trabajo que implicó, empezó a revitalizar a los obreros, quienes
volvían a tener en sus manos la m áquina económica; el funcionamiento
de las fábricas y las minas, de los pozos petroleros y los trenes, al hacerle
intuir su fuerza latente, reavivó a la clase obrera, que otra vez se empe­
zaba a sentir con energías para sobreponerse al colapso económico y en­
frentar a los patrones que la explotaban sin mesura. Cada fundo minero
reincorporado a la producción, cada factoría rescatada del enmohecimien-
to, cada tren aceitado y empujado sobre sus rieles, se traducía en una
enorme acumulación de fuerza potencial del proletariado. Ya no se tra­
taba del debilitamiento progresivo, la sustracción de cientos de miles de
obreros y jornaleros agrícolas de las actividades productivas. El nuevo
estado de cosas creaba las condiciones que permitirían que se desarrollara
un proceso inverso al que el golpe de la crisis había desatado: la super­
explotación del trabajo en el contexto de la producción renovada no au­
mentó la desorganización de los trabajadores sino que por el contrario trajo
consigo el descontento y la protesta obrera. L a situación se había vuelto
intolerable y algunos sectores de la clase dominada empezaron a movili­
zarse. La reorganización del movimiento obrero sustituiría a la anterior
dispersión; la languidez proletaria se transformaría en auge de la lucha
de clases.
L a reorganización de los trabajadores fue impulsada principalmente por
ex-miembros de la CROM , quienes habían compartido la política que ha­
bía caracterizado a esa central. Tal es el caso de Lombardo Toledano,
cuya influencia e importancia en la dirección del movimiento obrero au­
mentaría cada vez más. Asimismo, el partido comunista había venido
propugnando, a través de la CSUM, la unidad de obreros y campesinos, e
incluso constituyó un Comité Pro-Unidad Obrero-Campesina que fun­
cionó hasta fines de 1934.04 No obstante esto último, en realidad sería
Lombardo el dirigente más destacado y quien lograría unificar a impor­
tantes núcleos obreros. L a influencia de los comunistas era sumamente
reducida y la situación de ilegalidad en la que el gobierno los había su­
mergido no facilitaba su acción, e incluso serían duramente combatidos
por Lombardo y sus organizaciones.
Sin embargo, ni la tendencia representada por Lombardo ni la de la
CSUM fueron las que en realidad iniciaron la reorganización sindical, que
podemos ubicar el 13 de enero de 1933, con la constitución del Sindicato
de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana. Al integrar a
las diversas agrupaciones que existían entre los obreros ferroviarios, supe­
rando al fin el gremialismo que los había caracterizado, este primer sin­
dicato único de industria se convirtió en un im portante precedente para
la posterior estructuración del movimiento obrero, pues mostraba una
teíidencia a la centralización que cohesionaba a los trabajadores y les
permitía enfrentarse a la empresa ofreciendo un frente unificado y, por
lo mismo, poderoso.95

34
L a organización de la C RO M depurada, la quiebra de la Cám ara del
Trabajo, la constitución del Comité Coordinador del Congreso Obrero y
Campesino, fueron acontecimientos muy importantes del proceso de reor­
ganización sindical, y desembocaron en la organización de la Confedera­
ción General de Obreros y Campesinos de México (C G O C M ). L a Cá­
m ara del Trabajo del Distrito Federal se había organizado el 11 de sep­
tiembre de 1932, caracterizándose por ser una entidad dependiente, ligada
de modo estrecho al partido oficial y promovida por éste, mediante la
cual el Estado intentó recobrar su perdido control del movimiento obrero.
Sin embargo, el intento fracasó, y los contingentes escindidos de la Cáma­
ra se encauzaron hacia la organización de la CGOCM .96 El intento pos­
terior de reorganizarla como Cámara Nacional no hizo más que consolidar
su fracaso. Por el contrario, la CGOCM, integrada en octubre de 1933, se
fue desarrollando de una manera excepcional, aglutinando a núcleos con­
siderables de obreros y campesinos. Justamente uno de los propósitos
fundamentales de la nueva central fue la unificación de los trabajadores,
y bajo este signo la CGOCM desplegó sus actividades.97 La CGOCM
reivindicó su independencia en relación al Estado, se negó a participar
en la política electoral y sostuvo la necesidad de que los trabajadores re­
solvieran directamente sus dificultades con los patrones, sin la interven­
ción gubernamental.98
La nueva central, dirigida por Lombardo, fue el producto más impor­
tante de la reorganización sindical que la recuperación económica impul­
só en nuestro país. Las condiciones económicas, el fracaso y desprestigio
de los métodos moronistas, junto con la inquietud obrera que se fue in­
crementando, determinaron la política de la CGOCM , Su decisión de
no participar en la política electoral fue una reacción ante las manipula­
ciones que la C R O M había realizado y contra el partido oficial, que
controlaba las elecciones. L a tradición anarcosindicalista, en este sentido,
recobró vigor y sólo desaparecería paulatinamente durante las luchas obre­
ras que se producirían en los años siguientes. L a pugna de la CGOCM
contra los líderes obreros y los sindicatos vinculados al PNR sólo puede
compararse a la pugna que desplegó contra los comunistas: el “elemento
político”, como llamaban a tales dirigentes oficiales de los trabajadores,
era despreciado, e incluso en el primer congreso de la central lombardista
fueron expulsados, pues se consideraba que su único propósito era “enro­
lar a los trabajadores al PNR”.99 Esto es muy importante que se tenga
presente, pues la política que el PNR y el gobierno desarrollarían estaba
dirigida en gran medida a superar el enorme desprestigio que tenían entre
sectores importantes de los trabajadores, expresado en la actitud de la
CGOCM .
L a CGOCM fue la principal organización que aprovechó el impulso
de la recuperación económica. A través de mítines, manifestaciones, huel­
gas, desplegó su influencia y se encargó de encauzar el descontento obrero

35
hacia la lucha por reivindicaciones económicas que atenuaran su situa­
ción de miseria. Muchas de las huelgas de esos años de resurgimiento obre­
ro fueron dirigidas por ella. Los enfrentamientos con el presidente R odrí­
guez que las huelgas motivaron permitieron a la CGOCM prestigiarse
ampliamente y extender su influencia. En este nuevo flujo del movimiento
sindical, los comunistas también empezaron a ganar influencia en distintas
organizaciones y núcleos obreros, sobre todo —además de los campesinos
que eran su esfera de acción más im portante— entre los ferrocarrileros,
los mineros de algunos estados, petroleros y otros sindicatos pequeños. La
CSU M no podía comparar su influencia con la CGOCM, pero constituía
“una gran minoría del movimiento sindical”.100 La CGT —separada de la
CGOCM — y la C RO M persistían con sus fuerzas muy mermadas y en
grave descomposición. El impulso de la organización obrera llegó a los
empleados del gobierno, quienes empezaron a integrar pequeños sindica­
tos.101 Por fuera de las centrales existían innumerables agrupaciones de
trabajadores, cuyas luchas huelguísticas espontáneas eran un factor im­
portante en el renacimiento de la insurgencia obrera.
Al mismo tiempo que le® obreros se fueron organizando, uniendo sus
fuerzas para luchar por su mejoramiento económico, los campesinos co­
menzaron a despertar. L a política agraria que el Estado desarrolló durante
los años de la crisis, caracterizada por el fin del reparto de tierras, no
pasó inadvertida entre los cientos de miles de hombres del campo que
desde su derrota en la revolución habían venido siendo controlados y
manipulados por el Estado, a través de la promesa de realizar la reforma
agraria y del reparto de terrenos en las regiones que se caracterizaban por
su efervescencia. Al renunciar el Estado a la poderosa arma de control
que constituía la reforma agraria, se abrieron los cuarteados diques que
contenían la insurgencia del campo y dejaron paso a la m arca campesina:
“Entonces se inició una lucha dura que en las ciudades no se oía55,102 en­
tre los campesinos y los hacendados. El insignificante reparto que Rodrí­
guez reinició no fue suficiente para conjurar la tormenta que en el campo
se gestaba, agravada por el intento de fragmentar los ejidos existentes.
El desarme de los campesinos, realizado por el gobierno en 1933,103
agudizó el descontento rural e incluso provocó levantamientos en algunos
estados de la república, como Zacatecas, Guanajuato, Micho acán104 y
sobre todo Veracruz. Como la miseria campesina, agravada por la crisis,
era inmensa, las invasiones de tierras y las huelgas de los jornaleros agríco­
las empezaron a envolver al país.103 Las huelgas obreras, los mítines, las
manifestaciones, se entrelazaban a las huelgas de los jornaleros agrícolas,
los levantamientos armados de los campesinos y la tom a de tierras. La
rebelión campesina y la lucha obrera empezaban a perfilarse. L a emer­
gencia popular se revelaba plena de posibilidades, con una fuerza po­
tencial incomparable y las nubes de torm enta comenzaban a cubrir el
cielo nacional. El torrente resultaría incontenible.106

36
3. LA C R ISIS POLÍTICA

Los movimientos populares constituyeron uno de los factores que determi­


naron la política que el Estado iba a desarrollar durante el gobierno que
se iniciaría en diciembre de 1934, justo en momentos en que el desconten­
to de los obreros y los campesinos se entremezclaba con el progreso de la
economía del país. El impulso al desarrollo industrial y la contención y
el encauzamiento del torrente de las masas, constituyeron el signo bajo el
cual se reelaboraría la política del Estado.

La decadencia del hombre fuerte


L a preocupación central del nuevo Estado que se venía estructurando
y consolidando desde el triunfo de la revolución de 1910, había sido la
centralización del poder político. Esto se entiende, pues el México pos­
revolucionario era un país fragmentado en una multitud de poderes re­
gionales y locales, que impedían la real integración nacional. La política
de control del ejército (con la supresión de innumerables caudillos mili­
tares), el desarrollo de las vías de comunicación, el progreso económico
del país, fue lo que le permitió al Estado irse imponiendo como el máximo
poder, como la autoridad absoluta. Mas el régimen político mexicano, en
el logro de tal objetivo, tuvo transformaciones que se encarnaron en los
presidentes Obregón y Galles. Así, Alvaro Obregón se caracterizó por su
personalidad de caudillo: general triunfante en decenas de batallas, con
ascendiente, por lo mismo, en el ejército, poseía también un carisma que
le permitió m anipular a las masas obreras y campesinas, con la ayuda
de las reformas sociales. El caudillismo revolucionario encontró en Obre­
gón su máximo representante.107 Las características que encam aba Galles
eran muy distintas e incluso opuestas: carecía de prestigio militar y no
era un líder carismático. Su cualidad distintiva era su capacidad como
político, capaz de entablar las alianzas que constituyeron su fuente de
poder. Su prestigio político se basaba, justamente, en las alianzas que
forjaba con los líderes menores, a través de los cuales manipulaba a las
masas y obtenía su apoyo. Galles era el centro político a través del cual
se hacía girar la vida política del país.1108 Además, si el caudillo era po­
pular y aclamado por las masas, en cambio el hombre fuerte se imponía
por el temor que inspiraba. Las masas obreras y campesinas lo apoyaban
coaccionadas por sus líderes, quienes les transmitían las promesas de re­
formas sociales que el hombre fuerte hacía.
El auge del hombre fuerte, Galles, fue en el momento en que, después
de que había amainado la tormenta política que provocó la muerte de
Obregón, se consagró como el promotor de la vida institucional del país:
el primero de septiembre de 1928. A su fuerza se aunó la influencia po­
lítica del caudillo desaparecido.109 Sin embargo, en la cumbre de su pode­
río el hombre fuerte reveló su debilidad: las pugnas que algunos obrego-

37
nistas siguieron m anteniendo a causa del asesinato de Obregón obligaron
a Galles a romper con la CROM , la cual le había dado el apoyo de am­
plios sectores de las masas trabajadoras.110 Esta ruptura fue esencial en la
decadencia del hombre fuerte, pero lo determinante fue el mismo des­
arrollo económico e institucional del país. La profesionalización del ejér­
cito y la transformación en capitalistas de algunos de los más importantes
jefes militares,111 el desarrollo económico y la consolidación del poder
del Estado, al mismo tiempo que estimulaban a la clase privilegiada, ro­
busteciéndola, volvieron anacrónico al hombre fuerte, como se observaría
con claridad en los años siguientes.
En efecto, el caudillismo y el gobierno del hombre fuerte constituían
expresiones de un sistema político incipiente, débil e inacabado, y se sig­
nificaban como momentos transitorios de un Estado que iniciaba su des­
arrollo y el de la economía nacional, y que apenas intentaba la centrali­
zación del poder político. En la medida en que esto se iba logrando y el
país se empezaba a unificar política y económicamente, progresando, tales
expresiones arribaban a su caducidad, teniendo que dejar el paso a un
mayor perfeccionamiento y despersonalización del Estado. Con todo, los
años que siguieron al clímax del régimen del hombre fuerte son conside­
rados generalmente como la época del poder irresistible de Calles, época
conocida como “maximato”, pues el antiguo presidente fue elevado a la
categoría de “Jefe Máximo de la Revolución”, de “árbitro de todos los
asuntos de México”.1112 El poder de Calles se consideraba ilimitado; él
imponía presidentes, integraba los gabinetes presidenciales, nombraba go­
bernadores, diputados, etcétera, desarrollándose un extraño régimen “dua­
lista” en el que el poder se m antenía en última instancia en manos del
jefe máximo, quien tom aba las decisiones que correspondían al presidente
y sometía a sus opiniones a los funcionarios de] gobierno.113 Este poderío
se le atribuye a Calles sobre todo en los días del gobierno de Ortiz Rubio,
“quien no pudo hacer, no digamos un gobierno nacional, pero ni siquiera
personal”.114 L a incapacidad de Ortiz Rubio se considera la causa central
que obligó a Calles a intervenir constantemente en los asuntos oficiales.115
Después Calles continuó con su política de intervención en el gobierno,
no salvándose de ella el de Abelardo Rodríguez.
En realidad, un examen minucioso de los acontecimientos políticos de
esa época nos permite recorrer el velo ideológico que se ha tendido frente
a ellos. Como dice Puig, Calles era un jefe político que “más bien que
hacer, aprobaba lo que hacían sus lugartenientes”.13* Las fuerzas que
rodeaban a Calles eran las encargadas de llevar a cabo la política electo­
ral a través del PNR, y los intereses que fueron adquiriendo los convir­
tieron en una entidad cerrada que proclamaba al ex-presidente como el
máximo jefe. D urante el gobierno de Ortiz Rubio, en el que se supone
que el poder de Calles no tuvo freno, se realizaron, no obstante, ciertos
intentos por atenuar esa intervención. En ellos los generales Cárdenas,

38
Almazán, Cedillo y Amaro tuvieron un papel importante.117 Después, du­
rante el gobierno de Rodríguez, éste controló a los funcionarios para que
no “consultaran” a Calles y se encargó de que se sometieran a las deci­
siones presidenciales.118
La influencia que Calles tenía en los diversos gobiernos durante esos
años no se puede negar, pero estuvo muy lejos de ser ilimitada. Calles
no era el “poder detrás del trono”, como se le consideraba, sino un polí­
tico hábil que supo atraerse partidarios y beneficiarlos, apoyándolos para
que adquirieran puestos públicos y otras prebendas.11® Su poderío no sólo
no era ilimitado, sino que precisamente durante los años del “maximato”
Calles fue perdiendo de modo progresivo el enorme poder que había ad­
quirido, pues nuevas fuerzas integradas por aquellos que no podían des­
arrollarse ni incrementar sus intereses a causa del jefe máximo y su cama­
rilla, empezaron a formarse y a plantear la necesidad de acabar defi­
nitivamente con los regímenes personalistas que habían caracterizado al
sistema político mexicano. En realidad, fue el culto a Calles lo que creó
el mito del jefe máximo.
En efecto, los allegados a Calles fueron los que se encargaron de fabri­
car el mito del jefe insustituible, abanderado de la revolución. U na gi­
gantesca y persistente campaña de propaganda a través de diversos cana­
les, sobre todo de E l Nacional, diario del partido del gobierno, invadió
al país, lo cercó y lo orilló a aceptar a la figura de Calles como “la an­
torcha que alumbra el camino de la patria hacia la cumbre”, como el
“elemento de unión de todos los mexicanos”, cuya “grandeza superior”
era única e inigualable.120 Comandantes de las zonas militares, goberna­
dores, funcionarios del Estado, líderes del partido oficial, diputados, sena­
dores e incluso embajadores de países extranjeros, rindieron culto al “sím­
bolo genial de la revolución mexicana”, al más “hábil orientador de la
conciencia revolucionaria que ha tenido el movimiento redentor del pue­
blo mexicano” .321 Mas si el mito del jefe máximo dio una aureola de
poder a Calles, al mismo tiempo le ganó el desprestigio y el desprecio
entre las masas trabajadoras. Se le atribuían a él todos los fracasos del
régimen.122 El hecho de que a Calles se le hubieran atribuido la reforma
m onetaria de 1931 y la reorganización de los Ferrocarriles Nacionales, fue
motivo suficiente para que su halo de magnificencia se transformara en
desprestigio, no sólo entre los trabajadores, sino también entre los innum era­
bles capitalistas y pequeños propietarios que se vieron afectados por las con­
secuencias de la deflación. Los “planes Calles”, como se designó a la
reforma monetaria y a la reorganización ferrocarrilera, tenían como obje­
tivo político atenuar las oposiciones que pudieran brotar, apelando a la
autoridad del jefe máximo, pero al fracasar la prim era y lanzar a la calle
a 11 mil obreros la segunda, esos planes se tradujeron en descrédito del
supuesto “censor y guía de la colectividad mexicana”.
L a crisis política permanente que caracterizó a los años del maximato12'3

39
no expresaba el poderío irresistible de Galles sino su debilidad, pues los
constantes conflictos retrasaban la consolidación de las instituciones y crea­
ban entre los empresarios una “incertidumbre” que producía perturba­
ciones económicas por el “aplanamiento casi absoluto de los negocios”,
perturbaciones que no por ser pasajeras dejaban de tener significación
en el contexto de la crisis económica general.124 L a crisis política se entre­
lazaba con la crisis de la economía; de allí su gravedad. El jefe máximo
era incapaz de cimentar un gobierno fuerte que tuviera en sus manos
toda la energía indispensable para hacer frente al colapso económico del
país. En el revuelto m ar político se percibían, asimismo, destellos que
expresaban el re acomodamiento de las fuerzas y los intereses del grupo
dominante.
Así como Galles no era el hombre todopoderoso e insustituible que se
creía, tampoco podemos afirm ar que dio un “viraje a la derecha” y se
convirtió en el “líder de la contrarrevolución”, ni en “jefe de la policía
colonial que protegía la propiedad de los amos ausentes de México” , ni
en “instrumento del imperialismo norteamericano”, ni que el maximato
represente el Therm idor de la revolución.125 Estos términos carecen de
valor cuando se examina la política que antes y después de la crisis eco­
nómica desarrolló el Estado, así como los objetivos que se planteó. La
consolidación del Estado y la industrialización del país fueron, como lo
hemos afirmado, los objetivos esenciales que brotaron de la revolución, y
toda la política de los gobiernos pos revolucionarios estuvo orientada a
hacerlos realidad. Particularmente, el gobierno de Galles se destacó por
su impulso a la industrialización, a través de la construcción de la in­
fraestructura económica y de los mecanismos financieros indispensables.
Gomo constructor de la base de la estructura económica del país,126 Galles
se preocupaba por impulsar el desarrollo, pero con la crisis tal intento se
vio en serias dificultades. L a protección de la industria, y con ello de la
burguesía, se le presentó como necesidad fundamental. L a crisis se impuso
a Galles y al Estado en su conjunto y en ella no había campo para las
reformas sociales y las concesiones a las masas trabajadoras. La superex-
plotación del trabajo fue el precio que se pagó para proteger a los em­
presarios. De esta manera, la crisis fue el corrosivo de la política popu­
lista que había servido para m anipular y sujetar a las masas. Gomo los
propios ideólogos cardenistas explicaron en 1935:

M arcadamente se orientaba el grupo dominante [. .. ] a preocuparse


más de los problemas relativos a la producción, que a los referentes a
la distribución y al consumo. Su preocupación se fincaba, más bien que
en la renta del consumidor o en el salario del obrero, en las utilidades
del empresario.1*7

En efecto, esa era la política que encabezaba Galles y que el gobierno

40
desplegó. Aquí precisamente se encuentra la diferencia esencial entre el
Galles de “antes” y el Galles de la crisis, y en esto se centró la diferencia
que provocó el surgimiento de nuevas fuerzas que no harían sino reasu­
mir la política de conciliación de clases y las reformas sociales que Galles
había dejado de lado.

Las fuerzas emergentes y el PNR


Uno de los acontecimientos que reflejan más claramente la decadencia
del hombre fuerte es la emergencia, dentro del mismo círculo gobernante,
de fuerzas que poco a poco se irían desarrollando y cobrando la persona­
lidad y prestigio que requerían para imponerse. Tras la sombra del jefe
máximo se empezó a integrar ese núcleo de personas que había sido ex­
cluido de la camarilla de Galles. Eran militares y civiles que en algún
momento habían chocado con Galles, o allegados que veían en peligro sus
intereses. Portes Gil, Cárdenas, Almazán, Gedillo e incluso el presidente
Rodríguez, eran unos cuantos de esos representantes de las nuevas fuer­
zas.128 Lo que los impulsó fue la crisis económica y sus consecuencias. Más
sensibles que el jefe máximo, pudieron percibir el descontento que existía
en el campo y en las ciudades, y vieron que una explosión social podría
conducir al enfrentamiento entre el Estado y las masas, por lo que su
política estaría orientada a evitar ese choque, a contenerlo. Asimismo, las
fuerzas emergentes se daban cuenta del callejón en el que se había ence­
rrado el objetivo esencial de la revolución —el desarrollo industrial del
país— , debido a que la política de Galles condujo a term inar la reforma
agraria y a entablar el armisticio con las compañías petroleras. Esto
significaba m antener la situación de compromiso, pues al dejarse intactos
el latifundio y la economía exportadora, constituían un obstáculo decisivo
a la industrialización. Sin la reforma agraria la mayor parte de la pobla­
ción, constituida por los campesinos, no podría convertirse en consumidora
de los productos manufacturados, ya que la miseria del campo no lo per­
mitiría. Tampoco se podría movilizar la suficiente mano de obra que fuera
a fortalecer al ejército de las fábricas. Además, la aguda pobreza de los
obreros, debido a los bajísimos salarios y a la carestía de la vida, motivada
a su vez por la manipulación de los productos de consumo indispensable,
impedía que los trabajadores pudieran consumir tanto las mercancías de
la industria como las del campo. Cuando los cardenistas criticaron, en 1935,
al callismo por “preocuparse más [por] la producción, que [. . . ] [por] la
distribución y [el] consumo”, sintetizaron el problema que señalamos, pues
la producción, sin un mercado que la consumiera, tendería irremediable­
mente a entrar en crisis y a contraerse. De esta manera, crear los medios
necesarios para sacar a la industria del callejón en que se encontraba,
sería labor de las nuevas fuerzas dominantes.
Estas nuevas fuerzas trabajarían por la revitalización de los métodos de

41
gobierno que les permitirían volver a contar con el apoyo de las masas,
manipulándolas para impulsar el desarrollo económico del país. L a nece­
sidad de “nuevos métodos”, de “nuevos hombres”, se presentaba como
una verdadera reacción contra el maximato.129 Pero esos métodos nuevos
eran en realidad los viejos métodos surgidos de la revolución y caracte­
rizados por la política de conciliación de clases. Esta política y sus de­
seados resultados quedan perfectamente definidos en las siguientes pala­
bras de Portes Gil:

Ahora ya sabemos que los esfuerzos realizados en beneficio de los obre­


ros, no sólo no perjudican al industrial progresista y bien intencionado,
sino que mejoran las condiciones generales de producción y desarrollo
industrial del país, y el progreso intelectual y económico de los laboran­
tes y de los gremios obreros.130

El desarrollo industrial del país necesitaba avanzar, para lo cual era nece­
saria la consolidación del régimen institucional, poniéndolo a salvo de la
política personalista. Para esto se requería volver a encauzar a las masas
en forma tal que se evitara su explosión. Calles había sido el máximo
promotor de la institución alización del régimen, lo que se expresó en la
política que siguió durante su gobierno. Las nuevas fuerzas lo sabían y
le reprochaban al jefe máximo que olvidara las virtudes de los métodos
de manipulación de las masas y las reformas sociales. La situación del
país era crítica; el régimen de la revolución se encontraba ante una en­
crucijada: consolidar la situación de compromiso, o romperla radicalmen­
te, desatando fuerzas económicas que podrían ser incontenibles pero que
eran necesarias para el desarrollo industrial del país. Las nuevas fuerzas
sabían lo que tenían que hacer: “H abía que salvar la idea original de
Calles [el régimen institucional], aun del mismo Calles si fuese nece­
sario.”131
Las fuerzas emergentes empezaron a aplicar su política durante el go­
bierno de Rodríguez, justo en los momentos en que los estragos que la
recuperación económica causó entre las masas comenzaron a traducirse en
descontento, en efervescencia política entre el proletariado y los campe­
sinos. El gobierno de Rodríguez expresó un momento de transición, pues
se mantuvieron métodos y concepciones que habían predominado en los
años más difíciles de la crisis económica, como es el caso de la conten­
ción de las huelgas y del arbitraje obligatorio, que agudizaron el descon­
tento de las masas.182, Al mismo tiempo, Rodríguez también sentó algunas
de las bases para la realización de la política de las fuerzas emergentes.
El reinicio del reparto agrario y la instauración del salario mínimo cons­
tituyen su contribución esencial. Pero sería sólo en el gobierno siguiente
que la reforma agraria y la política de mejoramiento de los salarios de
los trabajadores se llevarían hasta sus últimas consecuencias posibles, den­

42
tro del régimen capitalista que se estaba desarrollando.
El aumento de los salarios de las masas trabajadoras que el Estado
promovió, estuvo destinado a incrementar su poder de compra, para así
producir la ampliación del mercado interno, sin el cual es imposible que
la industria se desarrolle.138 En realidad, desde mediados de 1933, incluso
algunos sectores capitalistas empezaron a ver el inminente peligro de que
la producción volviera a recaer, por los precios de los productos cada vez
más altos y los bajos salarios, y plantearon la necesidad de elevar estos
últimos.134 El gobierno de Rodríguez respondió positivamente a tal de­
m anda creando la Comisión Nacional del Salario Mínimo, que estaría
destinada a hacer lo posible para que los salarios en todo el país aumen­
taran. Esta comisión se encargaría de explicar a los empresarios que los
mejores salarios permitirían aumentar la producción y la capacitación téc­
nica de los obreros, y que incluso se atenuarían los conflictos obrero-
patronales, pues consideraban que un trabajador “bien pagado” favorecería
a la empresa.135 Con los nuevos salarios de los trabajadores, el prin­
cipal obstáculo al desarrollo de la industria —el reducido poder adquisi­
tivo de las masas— sería superado y la producción excedente desaparece­
ría:1^ Y, lo que es muy importante, con salarios menos raquíticos, los
trabajadores podrían alimentarse mejor, adquirir mejores condiciones físi­
cas y mentales para desempeñar su trabajo: “U n obrero más robusto
puede aguantar mayores fatigas,’>!m T al era el criterio oficial. Los me­
jores salarios permitirían que una de las piezas esenciales de la producción
pudiera cumplir con la función a la que fue destinada en la estructura
capitalista nacional.
El reparto de tierras que reanudó el gobierno de Rodríguez fue insig­
nificante e incluso agudizó el descontento en el campo, pues con el nuevo
Código Agrario se planteó la parcelación de los ejidos. No obstante, fue
significativo, pues expresó el reconocimiento de la necesidad de realizar
la reforma agraria. Ramón Beteta, que sería uno de los más destacados
consejeros de Cárdenas, podía afirmar:

Nadie discute ya en México la justificación ni la necesidad de la re­


forma agraria. Aun los hacendados han aceptado ya la conveniencia de
cambiar el viejo sistema. L a cuestión se ha reducido a una cuestión
de métodos más bien que de principios.1138

Independientemente de que sean un poco exageradas respecto a los


hacendados, esas palabras expresan la política de las fuerzas emergentes.
La política de mejoramiento del nivel de vida de las masas trabajado­
ras, así como el retorno a la reforma agraria como tarea fundamental,
permitieron que las nuevas fuerzas que luchaban por la hegemonía en el
Estado y en el PNR revitalizaran los métodos de control y manipulación
de los obreros y campesinos. La tormenta social que se gestaba en el campo

43
no dejaba de preocupar a los integrantes de las nuevas fuerzas. L a polí­
tica que Rodríguez empezó a realizar era un paso, pero era indispensable
ir de prisa: el torrente popular se desataría en cualquier momento y era
necesario atajarlo, orientarlo hacia cauces que evitaran el enfrenta­
miento entre el Estado y las masas. L a violenta lucha de clases que se
avecinaba necesitaba ser atenuada y llevada hacia la conciliación.
En tales circunstancias, la candidatura de Lázaro Cárdenas a la pre­
sidencia significó, además del triunfo de las fuerzas nuevas sobre Calles,
una respuesta a la insurgencia popular. Los elementos oficiales más radi­
cales intentaron ligarse al proletariado y a los campesinos, conquistando
alguna influencia,139 aunque Lombardo y la CGOCM se mostraron un
poco renuentes a aceptar la candidatura de Cárdenas y la CSU M pre­
sentó su propio candidato presidencial.1,40 Cárdenas aglutinó a todos los
descontentos dentro del grupo en el poder, quienes demandaban el cambio
de métodos y la consolidación del régimen institucional que facilitaran el
avance de la industria141 En esto tuvo una importancia fundamental
el PNR, que era el órgano político de la élite revolucionaria.
El PNR se había fundado en 1929, con el propósito de contribuir a la
centralización del poder político en manos del Estado. La fragmentación
del país en una m ultitud de poderes regionales y locales provocó que el
PNR, al organizarse, tom ara el aspecto de una confederación de grupos.
Durante los años siguientes, el partido oficial se fue consolidando y la
dirección concentró en sus manos un poder enorme y recursos financieros
abundantes que le permitieron crear la estructura burocrática que reque­
ría para realizar sus funciones de control, con lo que los grupos locales
y regionales fueron perdiendo poco a poco su autonomía, hasta verse do­
minados por el centro directivo. En esto fue muy importante la m anipu­
lación de las elecciones142 Al realizarse su segunda convención nacional,
el PNR ya había logrado alcanzar su objetivo centralizador, por lo que
todas las organizaciones que lo integraban fueron disueltas.143 De esta ma­
nera concluía el proceso de control e integración del caudillismo iniciado
con Obregón. Todos los grupos o caciques en los que el poder político
había estado fragmenatdo, se reintegraban y quedaban sometidos al Es­
tado que se fortalecía. Así, el partido oficial surgía como una poderosa
m aquinaria de dominación y control del grupo en el poder, capaz de
someter a las fuerzas más diversas.
Alcanzada plenamente la centralización política en un solo centro hege-
mónico, organizados en lo esencial los núcleos integrantes de los círculos
del gobierno, el PNR se revelaba como un instrumento poderosísimo para
el perfeccionamiento y la consolidación de las instituciones. H asta la con­
vención de diciembre de 1933, el partido oficial había actuado esencial­
mente dentro de la élite revolucionaria, y con el propósito de integrarla y
de organizaría. Ahora los dirigentes del partido podían ver hacia afuera,
podían observar la emergencia popular y derivar de ella las consecuen-

44
cías políticas, sociales y económicas que acarrearía un enfrentamiento con
las masas trabajadoras. Las fuerzas nuevas que Cárdenas representaba
echarían mano del partido e intentarían utilizarlo para atajar y encauzar
la m arejada popular.144 La instauración de la educación socialista y el
plan sexenal fueron, precisamente, instrumentos destinados a recuperar la
perdida simpatía y el apoyo de las masas.145
La revitalización de la política de conciliación de clases y la concesión
de reformas sociales, la reforma agraria y la apertura del PNR3 fueron
las armas que las fuerzas emergentes, encabezadas por Cárdenas, se dis­
pusieron a utilizar para contener y desviar el torrente popular.

45
II. LA PO L IT IC A DE MASAS

Las nuevas fuerzas gobernantes que Lázaro Cárdenas encabezaba sabían


que el ascenso de la lucha de clases era inevitable y consideraban nece­
sario reencauzar el movimiento de las masas obreras y campesinas, con­
quistando su apoyo y orientado sus luchas de modo tal que fortalecieran
al Estado, dándole a éste un poder que podría utilizar para impulsar el
desarrollo industrial del país. L a destrucción del latifundismo y la trans­
formación de la vieja estructura del campo, dinamizándola, inscribiéndola
en la era de la mecanización y del imperio de las relaciones capitalistas;
la renovación y el impulso a la industria, obligando a los burgueses a
quebrar sus métodos anacrónicos de superexplotación de la clase obrera
hasta el agotamiento, eran objetivos que el Estado solo no era capaz de
llevar a cabo, sin provocar graves conflictos sociales que bien podrían
hacer tam balear y abrir cuarteaduras en el régimen social y político que
se estaba construyendo. El Estado carecía de una base social propia, pues
la clase capitalista aún no identificaba con plenitud sus intereses con los
gubernamentales, pero el concurso de las masas sería, justamente, lo que
le permitiría imponerse y realizar sus tareas.1
Para lograr lo anterior, Cárdenas, como nuevo representante del Estado,
asumió una política que además de reivindicar la conciliación de las clases
y la concesión de reformas sociales a los trabajadores y a los campesinos,
adquirió cualidades específicas que le dieron un carácter nuevo y la dife­
renciaron de la que hasta entonces habían venido desarrollando los círcu­
los gobernantes. Esta política hemos decidido denominarla política de
masas, pues apela a éstas y provoca su movilización.2

1. ORGANIZACIÓN Y MOVILIZACION DE MASAS

Cárdenas y las masas


Si bien la política de masas se desarrollaría, necesariamente, indepen­
dientemente de la persona que ocupara la presidencia, es indudable que
las características personales y el particular estilo de gobernar que distin­
guieron a Cárdenas fueron decisivos en el restablecimiento de las relacio­
nes entre el Estado y las masas trabajadoras. Su carácter austero, firme y
lleno de paciencia; su fortaleza y dedicación al trabajo; la sencillez de su
vida y su igualitarismo, constituyeron la llave que le permitió acercarse
a las masas, entablando con ellas una nueva relación de aparente igual­

46
dad.3 Esa personalidad se manifestó en sus primeros actos de gobierno,
destinados a atraerse las simpatías de las masas. Asi, eliminó el frac de
las ceremonias oficiales; convirtió en museo el Castillo de Chapultepec,
hasta entonces residencia de los presidentes, siguió viviendo junto con su
esposa en su casa particular y ocupó después la residencia de Los Pinos;
redujo sus ingresos oficiales a la mitad, destinando el resto a “proyectos
de mejoramiento colectivo” ; condenó el juego, clausurando el Foreign
Club de Cuernavaca, que entre sus accionistas contaba a algunos políticos
y militares,4 y aplicó otras medidas por el estilo. Fue muy importante su
orden de que el telégrafo dedicara una hora diaria, libre de costo, a trans­
m itir las quejas y opiniones de los campesinos y demás trabajadores.® Tales
medidas tuvieron gran repercusión, pues la imagen austera que ofrecieron
del general Cárdenas se propagó por todos los rincones del país y con­
quistó muchas simpatías entre los más diversos sectores sociales. L a imagen
de Cárdenas fue aceptada y admirada por las masas de obreros y cam­
pesinos, quienes la diferenciarían de la tradicionalmente ofrecida por todos
los políticos.
Lo que más permitió a Cárdenas ligarse a las masas fueron sus cons­
tantes giras, mediante las cuales visitó hasta los lugares más lejanos e
ignorados del país. Cárdenas fue en busca de las masas y se vinculó estre­
chamente con ellas.6 Su gira electoral, y las que realizó durante todo su
gobierno, eran consideradas como un medio para conocer personalmente
las condiciones de vida y las necesidades del pueblo, para estudiar los
problemas de cada región y la forma de resolverlos.7 Durante sus giras,
y también en la ciudad de México, escuchaba pacientemente, durante
horas, a los trabajadores, a los campesinos, a los pequeños propietarios,
etcétera, quienes le planteaban sus problemas y sus quejas. “ Tienen tantas
necesidades -—decía Cárdenas—, les hacen falta tantas cosas, que cuando
menos puedo escucharlos con paciencia.”8 Cárdenas les daba consejos o
les prometía cumplir sus demandas. Las giras también tenían por objeto
“educar al pueblo” para lograr su cooperación. Enseñaban a las masas
“la idea precisa sobre sus derechos y obligaciones”,9 aunque algunos pien­
san que lo que hacía Cárdenas era vigilar personalmente el cumplimiento
de sus decisiones e incluso controlar a los jefes locales.10
Las giras por todos los rincones del país constituyeron uno de los ele­
mentos esenciales de la política de masas que Cárdenas desplegó. Sus
relaciones directas con los campesinos y los trabajadores, su convivencia
con ellos, le permitieron ganarse la confianza de quienes al carecer de con­
ciencia y de una dirección propias, veían en el presidente a alguien en
quien podían confiar, que los escuchaba y les ayudaba a resolver sus pro­
blemas. Ya no era él hombre fuerte, hostil, a quien temían, o el presidente
fantasmagórico del que oían hablar de vez en vez y que habitaba en
algún lugar que no conocían y que ni siquiera alcanzaban a imaginar.
Ahora, el presidente era un hombre de carne y hueso, con quien podían

47
hablar, que no los reprimía y los estimulaba a luchar para conseguir sus
reivindicaciones.11 Esta política le permitió a Cárdenas obtener un gran
apoyo y la posibilidad de controlar a las amplias masas de obreros y cam­
pesinos. Con ella Cárdenas fue echando “raíces propias”,12 fue cimentando
su autoridad y su poder, consiguiendo la fuerza suficiente para laborar
por el logro del objetivo nodal que el Estado se había asignado, esto es:
la industrialización del país, con todas las consecuencias que ello im­
plicaba.
L a política de masas de Cárdenas tenía una perspectiva nacional; él
la representaba, mas no fue el único que la puso en práctica, sino que
sus métodos políticos los llevó a todas partes y los impuso a todos los
funcionarios y gobernantes. Su estilo de gobernar lo definió el propio
Cárdenas en los términos siguientes:

Para hacer que la justicia de la revolución llegue a todos los rincones


del país, para dar atención a los problemas ingentes de nuestras masas,
es precisa u na nueva orientación en los servicios públicos; que los téc­
nicos, que los intelectuales revolucionarios, se dediquen en sus gabi­
netes al estudio de las cuestiones que les sean sometidas, pero que las
autoridades ejecutivas, desde el presidente de la república y los gober­
nantes de los estados hasta el más humilde presidente municipal, reco­
rran constantemente las regiones encomendadas a su responsabilidad
según sea su jurisdicción; que atiendan las peticiones de las colectivi­
dades y de los ciudadanos, y que de esta manera sea como los encarga­
dos del poder vayan a resolver los problemas que se presenten, con­
quistando la cooperación popular e impartiendo justicia. Sólo así podrá
realizarse el vasto programa que la revolución nos ha encomendado.18

De esta manera, reivindicó como fundamental el contacto directo, físi­


co, con los trabajadores y los campesinos. Para esto se requería que los
funcionarios del gobierno se convirtieran en una especie de líderes de
masas, y para ligarse a ellas las fueran a buscar en sus centros de trabajo,
en las regiones que habitaban, con el propósito de enterarse directamente
de sus problemas y necesidades. Así, al vincularse de un modo estrecho con
las m asas, al e n ta b la r una relación permanente con ellas, te n d ría n los
funcionarios posibilidad de encauzarlas por los senderos institucionales, de
controlarlas y regular sus luchas, apagando sus ímpetus rebeldes y con­
quistando una base social de apoyo. Él estilo cardenista invadió al país
y los gobemandores y candidatos a gobernadores o a diputados se vieron
obligados a seguir los nuevos métodos políticos.14
Cárdenas desplegó por todo el país una inmensa campaña de propa­
ganda destinada a impulsar la organización, la unificación y la disciplina
de los obreros y campesinos. En todos los centros de trabajo que visitó, en
todos los mítines en los que habló ante los trabajadores, insistió una y

48
otra vez, hasta el cansancio, en la necesidad de que se organizaran. Ésta
sería una preocupación trascendental del presidente, y la consigna de la
organización se volvería obsesiva, lo que conduciría a Cárdenas a conver­
tirse en el propagandista más importante y en el máximo promotor de la
organización de las masas trabajadoras.
Uno de los argumentos centrales que Cárdenas utilizó para justificar
su consigna de la organización es que los trabajadores podrían luchar más
coherentemente por sus reivindicaciones económicas si unían sus esfuer­
zos y centralizaban su acción, si se organizaban.15

Por medio de la sindicalización y de la unificación —decía—, se harán


efectivas las ventajas conquistadas por el trabajador en la forma del
salario mínimo, de habitaciones higiénicas, de indemnizaciones y se­
guros.16

y los trabajadores podrían resolver sus problemas políticos, económicos e


incluso educativos. De esta manera, Cárdenas apelaba a la organización
como un método para colocar a los trabajadores en condiciones de enfren­
tarse a los patrones y exigirles reivindicaciones económicas, haciendo suya
una exigencia que las masas mismas ya estaban realizando. Pero no sólo
planteaba y promovía Cárdenas la organización de los trabajadores y cam­
pesinos en sindicatos o ligas agrarias, sino que su objetivo era la unifica­
ción completa de los obreros y de los campesinos. Criticaba las pugnas
intergremiales que surgían entre los obreros y las denunciaba como “esté­
riles y criminales”, señalando que esos conflictos eran aprovechados por
los patrones.17 La organización necesitaba desembocar en la unificación,
en la integración del frente único de todos los trabajadores. Ésta era una
idea que también se volvió obsesiva en los discursos del general Cárdenas,
que la esgrimió a cada momento; idea que los conflictos gremiales que
tuvieron lugar, sobre todo durante los primeros años de su gobierno, le
permitían reafirmar y reforzar. Las distintas organizaciones debían olvi­
dar sus pugnas sindicales y unirse, conservando cada una su autonomía,
participando en un frente con un programa común que fuera, incluso,
una fuerza de atracción de todos aquellos trabajadores que se encontraban
dispersos, impulsando su organización sindical.18
L a tendencia a la organización, a la unificación, que a partir de la
recuperación económica había surgido entre los mismos trabajadores, con
la propaganda de Cárdenas cobró un impulso enorme. Gomo escribió Gon-
záles Aparicio: “Todos los sectores populares dentro del régimen carde­
nista han encontrado los cauces más adecuados para su organización.,,1S
En efecto, Cárdenas preparó el terreno para la acción del Estado, que
fue el promotor de la organización obrera y de los campesinos. A estos
últimos los organizó directamente, asumiendo en sus propias manos y a
través del PNR tal tarea; a los segundos les concedió facilidades y ayuda

49
para comprometerlos con él.20 El presidente hizo tal cosa porque conocía
las ventajas de la organización de los trabajadores. En su lucha por mo­
dernizar al país, acabando con el latifundismo e impulsando la industria­
lización, Cárdenas, como representante del Estado, apeló a las masas y
exigió su colaboración para poder emprender con fuerza una acción deci­
siva que transformara las condiciones económicas del país, obligando a
los patrones a someterse a las leyes y a los hacendados a aceptar las reso­
luciones del gobierno, en lo que se refiere a la reforma agraria.21 Sin la
colaboración de las masas de obreros y campesinos, “organizadas, discipli­
nadas y unificadas”, Cárdenas pensaba que difícilmente podría imponerse
el Estado por encima de todos los sectores sociales, principalmente los pri­
vilegiados, y crear las bases necesarias al progreso de la economía del
país.'2,2
Con la promoción de la organización de los trabajadores —y con su
efectiva organización— Cárdenas volvía más sólido y consistente el vínculo
entre el Estado y las masas, pues al mismo tiempo que las ayudaba, exigía
de ellas su solidaridad, su cooperación. De esta forma, la política de masas
cardenista tendía a convertir al movimiento obrero y a los campesinos en
una base social de apoyo,23 tal y como el gobierno de Obregón, y sobre
todo el de Calles, lo habían hecho a través de la CROM , L a crisis política
y la crisis económica que estallaron en las postrimerías de los años veinte
habían disuelto los lazos que unían y sujetaban a los trabajadores res­
pecto al Estado. L a política de las nuevas fuerzas, al acercarse a las masas
y reanudar la política de reformas sociales —-salario mínimo— y el reparto
de tierras, mostraba los intentos de los círculos gobernantes por atraerse
a los trabajadores. La política de Cárdenas fue la que cerró el abismo que
se había abierto entre el Estado y las masas, y otra vez éstas volvieron a
ser organizadas “desde arriba”,24 encauzadas en beneficio de los fines del
Estado burgués mexicano. El contrato colectivo de trabajo y la cláu­
sula de exclusión constituyeron armas poderosas mediante las cuales se
obligaba a los obreros no sindicalizados a organizarse y someterse al ar­
bitrio de las centrales y los sindicatos hegemónicos, protegidos por el
Estado.25
L a organización y unificación de los trabajadores no sólo constituyó una
base de apoyo al Estado que Cárdenas encabezaba, sino que permitió que
desaparecieran las pugnas intergremiales que creaban perturbaciones en el
aparato económico. Con los obreros dispersos en muchas organizaciones,
que combaten por su preponderancia, la lucha se orienta hacia adentro,
es decir, entre los mismos asalariados; las huelgas estallan por las pug­
nas, las fábricas paralizan su producción, los obreros dejan de percibir
salarios y las pérdidas de los empresarios hacen que éstos eleven sus
costos productivos. Esto retrasaba el desarrollo industrial, por lo que C ár­
denas veía la necesidad de la unificación, del restablecimiento de la con­
cordia entre los trabajadores.26 Por lo general, los capitalistas alentaban

50
esos conflictos, sin percatarse bien de sus efectos en la producción, cre­
yendo que así m inaban y sometían a las trabajadores. Cárdenas, al pro­
pugnar la organización y unificación de los trabajadores, paralelamente in­
tentaba desvanecer

la objeción de los industriales [a esa política propugnada] al hacerles


ver que ellos también recibirán con la unificación el beneficio positivo
de evitarse graves e innumerables perjuicios/27

Así, la producción podría m archar sin interrupciones.


L a política de promoción de la organización y unidad de los trabaja­
dores no corría el riesgo de resultar contraproducente al Estado y a los
capitalistas del país. Cárdenas cuidó de orientar a los trabajadores hacia
la lucha por sus reivindicaciones puramente económicas,28 y cuando fueron
integrados a la participación política, quedaron sometidos y controlados
por el Estado, a través del partido oficial. La limitada conciencia de los
trabajadores, subordinada merced a la labor de las organizaciones sindi­
cales y sus líderes, era otra garantía de que la unificación obrera no pon­
dría en peligro la estabilidad del régimen. Por lo contrario, los trabaja­
dores fueron organizados precisamente para mantener y consolidar esa
estabilidad. Además, la organización y unificación del proletariado uni­
formaba el criterio de los obreros y los fortalecía, colocándolos en condi­
ciones de exigir a los patrones mejores prebendas económicas que revertirían
en beneficio del mercado nacional, pues con salarios menos raquíticos, los
trabajadores aum entaban su poder adquisitivo y consumían productos m a­
nufacturados y agrícolas. Esto estimulaba la producción y aumentaba las
ganancias de los capitalistas: “Al lograr una mayor distribución de ga­
nancias de las riquezas se obtendrá un rendimiento más fecundo de la pro­
ducción.” 26

La movilización de masas
Con su propaganda incesante, su apoyo y ayuda, Cárdenas creó la at­
mósfera propicia a la organización más amplia, global, de los trabajadores.
Sin embargo, las condiciones en las que se desarrollaba el movimiento
obrero, así como la precipitación de los acontecimientos políticos, fueron
determinantes para que el anhelo máximo del presidente se volviera rea­
lidad. La labor de Cárdenas se alió a la labor que algunas organizaciones
sindicales venían desplegando para desarrollar la organización de los tra­
bajadores.

d\ De la movilización a la organización
Durante los primeros meses de su gobierno, Cárdenas comenzó a per­
cibir resultados positivos de la nueva política que estaba desarrollando. En

51
esto tuvieron una influencia importante las huelgas que se desencadenaron
como consecuencia natural del período de la recuperación económica,
agravadas por el descontento obrero, pues la actitud de Cárdenas y el go­
bierno frente a ellas permitió que los trabajadores empujados por sus líde­
res, fueran poco a poco superando su escepticismo respecto al gobierno y
ofreciéndole su cooperación;30 otra vez se empezaba a conciliar. El partido
comunista se m antenía en contra del gobierno de Cárdenas. Sin embargo,
sería la crisis política de junio de 1935 la que llevaría al movimiento huel­
guístico de los trabajadores a transformarse en masiva movilización, con
claros visos políticos, que acabaría por convertir al proletariado en un
real y firme sostén de Cárdenas y del régimen que éste representaba.
Las continuas huelgas, la agitación que causaban, provocaron la lucha
final entre las fuerzas emergentes del Estado y el sector que Calles repre­
sentaba. Calles habíase venido mostrando inconforme con las huelgas, y
partidarios suyos realizaban una intensa campaña contra el gobierno car-
denista.31 Desde los primeros días de junio se comenzó a manifestar una
acción de los diputados cardenistas, quienes habían organizado una mi­
noritaria “ala izquierda” en las Cámaras, tendiente a afirmar su “liber­
tad de opinión” fuera del control del PNR, lo que se tradujo en conflictos
con aquellos que se mantenían fieles al supuesto jefe máximo.32 T al si­
tuación, en el contexto de constantes luchas obreras, motivó violentas de­
claraciones de Calles que precipitaron una grave crisis política.88 El ex­
presidente criticaba duramente a las organizaciones obreras y a sus princi­
pales líderes, como Lombardo, afirmando que se estaban aprovechando
de la benevolencia del gobierno; decía que con esas “agitaciones injus­
tificadas” lo único que se lograba eran “meses de holganza pagados, el
desaliento del capital [y] el daño grave de la comunidad”, y que afec­
taban al gobierno mismo. Afirmaba también que veía un peligro de divi­
sión entre la “familia revolucionaria” con la creación de bloques políticos
de izquierda y de derecha en las Cámaras y subrayó que “está ocurriendo
exactamente lo mismo que ocurrió en el periodo del presidente Ortiz
Rubio”,84 lo cual fue interpretado como una abierta amenaza al general
Cárdenas de arrojarlo del poder*5 Tales declaraciones, publicadas el 12 de
junio de 1935, constituyeron una descarga eléctrica que terminó por oscu­
recer el cielo político del país. De inmediato se elevó una ola de apro­
bación a las palabras de Calles desde potentes sectores de la industria y
del comercio. Los periódicos llenaron sus páginas de felicitaciones y elo­
gios y decenas de automóviles con funcionarios y políticos comenzaron a
desfilar hacia Cuernavaca, para adherirse al jefe máximo/86 Ese mismo
día se realizó una reunión a puerta cerrada entre delegados de algunas
organizaciones obreras, las cuales dieron a conocer unas declaraciones
que respondían a Calles. En éstas reafirmaron su decisión de defender sus
derechos y amenazaron con utilizar la “huelga general de todo el país
como único medio de defensa contra la posible implantación de un régi­

52
men fascista en México”. También afirmaban que mantendrían su uni­
dad para defender sus intereses,*7 La CGOCM declaró que Calles incita­
ba al gobierno a iniciar “una era de represión contra el proletariado de
México” y que sus declaraciones constituían para los trabajadores “la
amenaza de perder hasta las escasas garantías que las leyes le reconocen”,38
Cárdenas, por su parte, envió emisarios personales a toda la república
para entrevistar a los gobernadores y a los jefes militares. Estos emisarios
— según Townsend—, militares con grado de capitán, pedían su defini­
ción a los generales y gobernadores sobre la crisis creada. Si había duda
o incertidumbre en la respuesta, los consultados eran destituidos de in­
mediato.'39 El 14 apareció la respuesta presidencial. Cárdenas subrayaba
que nunca había aconsejado las divisiones que mencionó Calles, justifi­
caba las huelgas y manifestaba su confianza plena en las organizaciones
obreras y campesinas.40 Ese mismo día convocó a su gabinete y pidió la
renuncia de todos sus secretarios.*1 Mientras tanto, se constituía el Comité
Nacional de Defensa Proletaria —integrado por las organizaciones que
desde el día 12 se estaban reuniendo—, cuyos propósitos esenciales eran,
además de poner a salvo los derechos obreros, apoyar a Cárdenas y rea­
lizar los trabajos de unificación necesarios para constituir una central
única de trabajadores. Para esto, las diversas agrupaciones acordaban res­
petar mutuamente su integridad y abstenerse de lanzarse ataques, coordi­
nando su acción de solidaridad.42
El apoyo se volcó hacia el general Lázaro Cárdenas: las “alas” de iz­
quierda de las Cámaras se convirtieron en mayoritarias, los gobernadores
y los jefes de operaciones militares testimoniaron su adhesión al presidente;
centenares de miles de trabajadores organizados del campo y de la ciudad
irrumpieron en las calles; decenas de estudiantes de la universidad se orga­
nizaron en grupos compactos y recorrieron la ciudad de México, reali­
zando en diversos lugares breves mítines, en los cuales expresaban su
simpatía por la política de Cárdenas, acordando constituir el frente único
estudiantil; organismos de todo tipo —logias masónicas, ag ru p acio n es de
cultura, escritores “de izquierda”, etcétera— manifestaron también su soli­
daridad. Los días 15, 16 y 17 se llevaron a cabo diversas manifestaciones
de apoyo, y millares de mensajes de felicitación llegaron al ejecutivo.43 El
17 de junio Cárdenas integró su nuevo gabinete, nombrando a Portes Gil
presidente del partido oficial. Con el general Cedillo como Secretario de
Agricultura, Cárdenas se ganó el apoyo de los católicos.44 El 19 Calles
salió rumbo a Sinaloa y siguió más tarde hasta la California estadouni­
dense.
¿Cómo había sido posible que el jefe máximo de la revolución hubiera
sido derrotado en unas cuantas horas? Evidentemente, no había tal jefe
supremo y se habían fortalecido las nuevas fuerzas gobernantes que desde
1933 venían cobrando cada vez más influencia y habían logrado imponer
la candidatura de Cárdenas a la presidencia, el Estado y el partido oficial

53
se habían desarrollado como tales y no dependían más de la decisión per­
sonal de Calles; el culto al “jefe indiscutible” había también venido a
menos. Las condiciones políticas y sociales del país eran otras y, por lo
mismo, la función del hombre fuerte había declinado: el régimen insti­
tucional empezaba a mostrar su realidad; el sistema político dominante
comenzaba a consolidarse.45 L a crisis de junio fue considerada como un
momento decisivo en el cual dos épocas quedaban delineadas. El dique
que contenía a las fuerzas que se venían gestando dentro y fuera del
gobierno quedaba destruido, con lo que los nuevos círculos gobernantes
podrían ya realizar sus propósitos sin obstáculos. El mejoramiento econó­
mico de los obreros para aum entar su poder adquisitivo y la reforma
agraria podrían ahora desarrollarse aceleradamente.46 En los Estados U ni­
dos la actitud de Cárdenas despertó “el entusiasmo delirante de los cen­
tros intelectuales, obreros y de todos los sectores de opinión libre” y el
gobierno imperialista de Roosevelt no sintió necesidad de apoyar a Calles
contra lo que se consideraba el New Deal de México.47
De la crisis de junio el gobierno de Cárdenas salió fortalecido, pues
la mayor parte de los integrantes de los círculos gubernamentales, inclui­
do el ejército, lo apoyaron; el Estado y el partido oficial pudieron con­
solidarse. Pero el hecho más significativo lo constituyó la participación de
las masas trabajadoras. Las declaraciones de Calles afectaban directamen­
te a las organizaciones obreras y a sus dirigentes, ante lo cual la única
perspectiva que les quedaban para defenderse eran la coordinación y la
unificación, pues un movimiento obrero fragmentado y disperso, invadido
por las pugnas intergremiales, sería un blanco fácil de la represión que
se avizoraba. D e esta manera, ante la posibilidad de verse reducido por
la represión, el movimiento obrero organizado echó lazos de unidad entre
las principales organizaciones y creó el Comité Nacional de Defensa Pro­
letaria.48 La propaganda que Cárdenas había estado realizando en favor
de la creación del frente único de los trabajadores y la actividad que
algunas agrupaciones sindicales llevaban a cabo con el mismo propósito,
fructificaron con la crisis política. Sí bien la tendencia era hacia la uni­
dad, no cabe duda de que la precipitación de los acontecimientos preci­
pitó, asimismo, el proceso unificador.4<J La clase obrera unificada surgió
con una fuerza imponente que sus líderes, sobre todo Lombardo se en­
cargaron de poner en movimiento. La masa obrera unificada se desató
en torrente, desbordándose por las calles de la ciudad, revelando un po­
derío enorme al esgrimir en defensa propia la huelga general como un
arm a formidable mediante la cual podría paralizar las fábricas y las mi­
nas, clausurar los comercios, detener los trenes y vehículos, impedir el
funcionamiento de la administración oficial y del aparato económico en
su conjunto. Pero esta energía desatada no se encauzó hacia una lucha
obrera independiente y unida que protegiera a los trabajadores del peligro
represivo y vigorizara su acción, conservando su autonomía respecto al

54
gobierno, sino que la fuerza de las masas fue dirigida hacia Cárdenas
y puesta a su servicio, anudándose fuertemente las amarras que antes se
habían roto: el Estado volvía a disponer del poder del proletariado para
acabar con sus enemigos y consolidar su posición.®0 El prestigio que Cárde­
nas había adquirido entre las masas con su política de acercamiento y su
promoción de la organización, aunado a su actitud en el conflicto con
Calles, facilitó que los trabajadores fueran fascinados y arrastrados tras la
figura de Cárdenas, quien se impuso en la crisis con su política de masas
como el representante de un nuevo periodo de nuestra historia, durante
el cual el régimen económico, social y político dominante se consolida-
ría y lograría perfeccionarse.
El apoyo de los trabajadores agrupados en el CNDP significó el res­
paldo principal al régimen cardenista.51 Esto se habría de reafirmar con
motivo del regreso de Calles, que consumó su definitiva derrota. A partir
de su constitución, el Comité Nacional de Defensa Proletaria desplegó una
importante labor de movilización de masas, la cual fue utilizada, inclu­
sive, como un método de unificación obrera.52 Así, realizaría manifesta­
ciones antifascistas —Calles fue acusado de querer instaurar un régimen
fascista—, actos de protesta con el mismo carácter e incluso, el 8 de
octubre, decretaría un paro general obrero como protesta por la agresión
de la Italia de Mussolini a Abisinia. D urante este mismo periodo, la
CRO M y la CGT, que habían apoyado a Calles ®8 se dedicaron a efectuar
una furibunda propaganda anticomunista, orientada principalmente con­
tra Lombardo, realizaron también paros, e incluso el 7 de diciembre
organizaron, junto con otras agrupaciones, la Alianza de Trabajadores
Unificados, cuya misión esencial sería organizarse contra el comunismo
y, sobre todo, oponerse al Comité Nacional de Defensa Proletaria, que se
consolidaba rápidamente.54 El 13 de diciembre, la C R O M realizó un
paro anticomunista en Puebla, Veracruz y Tlaxcala, al mismo tiempo que
el general Calles, acompañados por Luis N. Morones, llegaba a la ciudad
de México, procedente de Los Ángeles.55
De inmediato, oleadas de descontento se apoderaron de México. Diver­
sas organizaciones obreras y de maestros expresaron su apoyo al presidente
y exigieron que Calles abandonara el país; en una reunión acordaron
formar un solo frente para proteger a Cárdenas y organizar manifesta­
ciones y mítines. El Comité Nacional de Defensa Proletaria y cuatro mil
electricistas reiteraron su decisión de ir a la huelga general para exigir la
salida de Calles y le recordaron al general Cárdenas su promesa de
“arm ar a los obreros y campesinos” contra sus enemigos. Los ferrocarrile­
ros y la Confederación Campesina Mexicana —organizada en 1933 bajo
auspicios de Portes Gil— ofrecieron su apoyo decidido al presidente y
exigieron también la expulsión del antiguo jefe máximo. Asimismo, el
congreso en que se realizó la unificación magisterial protestó y acordó reali­
zar un paro de veinticuatro horas si Calles no abandonaba la república y los

55
estudiantes organizaron, igualmente, mítines y manifestaciones masivas en el
Distrito Federal. U n clima de efervescencia política realmente excepcional
envolvió al país, y en él se revelaron los comunistas —miembros también
del CNDP— como una fuerza importante de agitación y movilización de
los trabajadores. Los mítines y manifestaciones se sucedían; se extendía la
agitación a varios lugares de la república, como Puebla, Guadal ajara, To-
luca y Monterrey.56 Cárdenas se esforzó por mantener la agitación dentro
de ciertos límites.57
Al mismo tiempo, la acción oficial se dejó sentir: senadores y diputados
callistas fueron cesados de sus puestos, acusados de realizar una actividad
subversiva; el 16 de diciembre fueron desconocidos los poderes de Guana-
juato, Durango, Sonora y Sinaloa, y el miércoles 18 el PNR expulsó de
sus filas al general Calles y a varios diputados y senadores callistas, así
como a todos los miembros de los comités estatales y municipales del par­
tido ligados con los gobiernos desconocidos y a los magistrados del poder
judicial de lera cuatro estados cuyos poderes habían dejado de existir. En
el diario “del gobierno y del partido de Estado” —como El Nacional se
definía a sí mismo— y en las Cámaras se realizaba una intensa campaña
de propaganda, se denunciaba a Calles y a sus allegados como promo­
tores de la rebelión. El viernes, la policía afirmó que había encontrado en
la casa de Morones “armas y pertrechos” y descubierto mucho armamento
a los cromistas de Orizaba.58
El domingo 22 de diciembre, la agitación llegó al clímax con la movi­
lización de más de ochenta mil obreros, campesinos y estudiantes. El
Comité Nacional de Defensa Proletaria mostraba su poderío con la orga­
nización de una manifestación sin precedentes, en apoyo de la política de
Cárdenas. La columna de la manifestación llenaba el Paseo de la Re­
forma y la avenida Juárez, desde la estatua de la Independencia hasta San
Juan de Letrán, y muchos contingentes se sumaban desde las calles late­
rales. A la cabeza iban los directivos del CNDP: Vicente Lombardo To­
ledano, Valentín Campa, Fem ando Amilpa, Fidel Velázquez, Francisco
Breña Alvírez y otros. A las diez y media de la m añana los manifestantes
empezaron a m archar; los electricistas pedían cárcel para Calles y sus
partidarios; los empleados gráficos denunciaban a sus patrones y daban
a conocer su huelga; detrás de ellos iban la alianza de comunidades agra­
rias, la Cám ara Nacional del Trabajo, los intelectuales y los jóvenes y
estudiantes socialistas, los ferrocarrileros, metalúrgicos y petroleros. Masas
de campesinos se integraban también a la columna.69 Los trabajadores
habían tomado las calles, sacados de sus centros de trabajo por sus líderes,
para apoyar a Cárdenas y conjurar el peligro callista. Miles de obreros
acudían al Zócalo dispuestos a dejar en cualquier momento sus actividades
productivas y a lanzarse a la huelga general, dieron a Cárdenas un poder
inconmensurable que intimidó no sólo a Calles y sus allegados, sino a
todo aquel que en adelante se opusiera a los designios del Estado. L a ac­

56
ción de los trabajadores se difundió por toda la república: en Tampico
los petroleros; en Matías Romero los ferroviarios; en Campeche maestros
y campesinos; en Chihuahua, Aguase alientes, Veracruz, Monterrey, en to­
das las ciudades del país, los trabajadores se manifestaron contra Calles
y en apoyo del presidente.60 Con tal movilización, Cárdenas consolidó su
política de masas, y con el discurso que pronunció se reveló como un
líder de masas excepcional, capaz de fascinar a los trabajadores y de llevar­
los a donde él quisiera, apoyado en esto por los líderes sindicales, quienes
se encargaban del trabajo de organización y control. Ante los ochenta mil
trabajadores que desembocaron en el Zócalo, Cárdenas explicó el porqué
de las agresiones a su gobierno, definió su posición frente al regreso de
Calles, atacándolo duramente; lo acusó de delincuente o tránsfuga de la
revolución y señaló que era movido, junto con sus seguidores, por sus
intereses personales; concluyó diciendo que Calles y sus partidarios no cons­
tituían ningún problema para el país.61 A nadie le quedaría ya duda
de la fuerza de masas que Cárdenas poseía, ni de su decisión de avanzar
en los propósitos que el Estado había asumido.
D urante los primeros días de febrero de 1936, se suscitó en Monterrey
un grave conflicto obrero-patronal que sería aprovechado por el presi­
dente Cárdenas para hacer ver a los capitalistas que necesitaban some-.
terse a la política del Estado, pues de lo contrario algunos de ellos su­
frirían las consecuencias de su actitud. Cárdenas apoyó a los trabajadores
en sus reivindicaciones económicas y amenazó a los patrones, que realiza­
ban un paro general de actividades industriales, con reanudar por cuenta
del Estado la producción. Su política de acercamiento a los trabajadores
y la movilización de éstos por las organizaciones sindicales fueron funda­
mentales para la resolución del conflicto. El apoyo de las organizaciones
obreras, de estudiantes, intelectuales, etcétera, no se hizo esperar y brota­
ron manifestaciones solidarias en diversas ciudades de la república, como
Guadalajara, Jalapa y Puebla.62
Con la crisis de junio, la movilización de diciembre y el conflicto de
Monterrey, Cárdenas consolidó su política de masas, y la unificación de
los trabajadores —que tanto propugnaba— empezó a volverse realidad.
El Comité Nacional de Defensa Proletaria había logrado unir a núcleos
obreros con tendencias diversas, que en otras condiciones hubiera sido
difícil vincular. Sindicalistas, ex-anarquistas, reformistas, comunistas, todos
confluyeron en la hora de la crisis. En los meses que siguieron a su consti­
tución, el CNDP se fue desarrollando de un modo acelerado, integrando
nuevos contingentes y consolidándose. Toda la movilización de esos meses,
toda la efervescencia política, la energía desatada, se encauzó hacia la
organización de la central sindical única, que aunque con fines distintos,
tanto Cárdenas como los trabajadores deseaban. La movilización de las
masas trabajadoras había sido el real punto de partida de la unificación
de las organizaciones, de una organización más amplia y global.

57
Desde el momento mismo en que la torm enta política de junio empezó
a amainar, se habló de los preparativos del congreso de unidad obrera, el
cual habría de constituir una nueva y más vigorosa central.68 Días antes
de que el congreso unitario se iniciara, manifestaciones obreras “pro-cen­
tral única” surgieron en algunos lugares del país64 y un clima favorable
a la unidad sindical se dejó sentir. L a CGOCM y la CSUM realizaron
congresos previos y se disol vio la primera para fundirse en la nueva cen­
tral. Justam ente esas organizaciones representaban a las dos tendencias
fundamentales que concurrieron en el frente único conocido como Comité
Nacional de Defensa Proletaria.65
Del 21 al 24 de febrero se realizó el congreso unitario que culminó
con el surgimiento de la Confederación de Trabajadores de México, en
la cual se fusionaron todas las agrupaciones que constituyeron el CNDP
y otras más que se adhirieron. Quedaron al margen, e incluso en contra
de la nueva central, la C RO M y la CGT, no obstante los propósitos de
los comunistas, que planteaban que también ellas participaran.66 La Con­
federación de Trabajadores de México (C TM ) se constituyó con sindi­
catos de industria y sindicatos de empresa, y obligó a los sindicatos gre­
miales a disolverse paulatinam ente e integrarse en los grandes sindicatos
mencionados. Asimismo, las organizaciones debían formar federaciones re­
gionales, locales y estatales, obligándose a las federaciones industriales a
transformarse en sindicatos del mismo carácter.67 La C TM se elevaba
como la organización obrera más importante del país; como escribe Ro­
sendo Salazar:
todos estos sindicatos de industria, unidos a las federaciones locales y
regionales de los estados, organizan un control obrero tan expansiva­
mente grande que si alguna otra agrupación, desligada de la CTM , hay
por ahí, no se puede tom ar esto sino como un caso excepcional.68

Ésta era, sin duda, la organización que Cárdenas consideraba indispen­


sable. No obstante sus proclamaciones de independencia respecto al Esta­
do, la C T M dependería estrechamente de Cárdenas y se convertiría en uno
de Jos pilares de la política de masas y en el instrumento mediante el
cual las masas de trabajadores serían movilizadas en apoyo de las decisio­
nes del Estado y en defensa del régimen establecido. Los trabajadores
movilizados fueron integrados a la nueva central, y ésta, a través de sus
líderes, se encargaría de desarrollar y perfeccionar los métodos de movili­
zación de las masas.

b] De la organización a la movilización
Desde el momento de su fundación, la C TM desplegó una intensa acti­
vidad destinada a desarrollarse y ampliar su influencia. A través de la
secretaría de organización y propaganda, la C TM llegó a todos los rinco­

58
nes del país en los que había trabajadores que podía integrar a su seno.
Durante los consejos nacionales —asambleas— que a partir de junio de
1936 se realizaron cada tres o cuatro meses, se daban a conocer las nuevas
agrupaciones aceptadas como miembros de la central única —como se
llamó a la GTM — , se informaba sobre las federaciones locales, regiona­
les o estatales que se organizaban bajo sus auspicios y sobre los sindicatos
industriales o de empresa recién constituidos o en vías de constitución.
Por ejemplo, ya para el segundo consejo nacional, la GTM había consti­
tuido las federaciones obreras de los estados de Veracruz, Jalisco, Tamau-
lipas, Nuevo León y San Luis Potosí, así como la Federación de T rabaja­
dores de la Región Lagunera, y se estaban realizando trabajos para cons­
tituir las correspondientes a Tabasco, Chihuahua, Baja California, Sinaloa,
Chiapas, estado de México y Oaxaca.69 El total de agrupaciones obreras
y campesinas existentes dentro de la central era de 3 000 y el número
global de miembros alcanzaba la cifra de 60 0 00 0.70 Dos años después de
su fundación, la C TM aglutinaba a 3 594 organizaciones, integradas por
obreros de las industrias de recolección, del petróleo y la minería, de las
manufacturas, del transporte, el comercio, los bancos, así como por
técnicos y profesionistas asalariados y algunos núcleos de campesinos ejida-
tarios. El número total de miembros individuales había ascendido a
945 913.7li No hubo informe de la dirección de la GTM en el cual no se
señalara buen número de nuevas organizaciones que iban a reforzar a la
nueva central y a ampliar la organización obrera en el país,72 para su
segundo congreso, realizado en febrero de 1941, agrupaba a 1 300 000
miembros organizados en 16 sindicatos y federaciones nacionales, 30 fede­
raciones de estados y territorios y 138 federaciones locales y otras orga­
nizaciones unitarias.78
Con la ampliación de la organización obrera, la GTM se reforzó y su
poderío no pudo ser igualado. No obstante esto, vio sustraídos de su in­
fluencia a importantes núcleos de trabajadores, debido a la acción misma
del Estado que la protegía y estimulaba. Tal es el caso del sindicato de
trabajadores mineros y metalúrgicos que se escindió de la CTM durante
el primer consejo nacional74 de los campesinos que el partido oficial se
reservó para sí y de los empleados del Estado. En todos estos casos el
gobierno cardenista fue el encargado de im pedir la unificación, princi­
palmente debido a que de esta manera controlaba más rígidamente tanto
a la GTM —limitándole su poder—, como a los campesinos y a los mine­
ros y burócratas.
Los empleados del Estado empezaron a organizarse a partir del gobierno
de Rodríguez, quien empezó a suprimir las trabas legales que impedían
su unificación. Dentro del contexto general de la organización y unidad
de los trabajadores, Cárdenas expidió el Estatuto de los trabajadores al
servicio de los Poderes de la Unión, mediante el cual no sólo se permitía
a los burócratas que se organizaran, sino que se estableció una virtual

59
sindicalización obligatoria, integrándolos en sindicatos únicos dentro de
cada rama de la administración —se prohibió la existencia de sindicatos
minoritarios— que habrían de fundirse en la Federación de Sindicatos
de Trabajadores al Servicio del Estado, que quedaba estrechamente vin­
culada al gobierno.75
Desde 1937, la C T M había desarrollado una labor tendiente a la aboli­
ción completa de los obstáculos que impedían organizarse a los burócratas.
Se integró según acuerdo del quinto consejo nacional, el Comité de U ni­
ficación y Organización de los Trabajadores del Estado, cuya tarea sería
constituir a los sindicatos únicos y convocarlos para formar la federación
de sindicatos. Sin embargo, muy pronto vieron estorbada su actividad
por la actitud hostil de algunas agrupaciones, que negaron a la C TM el
derecho de intervenir en la unificación burocrática. También el gobierno,
a través de algunos jefes de departamento y secretarios del gabinete carde-
nista, se preocupó por impedir la participación de la CTM .76 El comité
nacional de la C T M respondió violentamente ante la actitud oficial de
obligar a los empleados gubernamentales a organizarse al margen de ella
atacando lo que consideraba violación del “libre derecho de asociación” .77
Sin embargo, como en el caso de los campesinos, la dirección de la C TM
rectificó su posición y aceptó la obligada autonomía de los empleados
del gobierno, concediéndoles libertad a sus sindicatos de burócratas para
que concurrieran al congreso de fundación de la FSTSE, donde la mayor
parte de ellos dejaron de pertenecer a la central.78 De esta manera, un
importante sector quedaba marginado de la C TM y en dependencia direc­
ta del Estado. Éste argumentaba, a través de Cárdenas, que como los
burócratas eran parte de la organización del Estado, estaban obligados
a identificarse con él.79 Así como anteriormente, por una argumentación
similar, los empleados oficiales habían sido convertidos en miembros del
PNR, ahora eran obligados a organizarse bajo el control del Estado, sin
que tuvieran la mínima posibilidad de decidir sobre su propia organiza­
ción.
La C T M de todas maneras conservó alguna influencia entre los buró­
cratas80 y su fuerza era superior a la de cualquier otra central o sindicato.
Con su desarrollo y fortalecimiento se convirtió en un aparato que le daría
a la movilización de las masas una organización, una profundidad y una
amplitud que no se manifestaron durante la crisis de junio ni durante las
movilizaciones de diciembre y febrero. Si la movilización había conducido
a la organización, ahora la organización llevaba a la movilización.
La primera movilización que organizó la CTM , apenas creada, fue con
motivo del destierro de Calles. Como después de diciembre de 1935, los
partidarios del ex-presidente continuaron sus actividades anticardenistas,
Cárdenas, presionado por la C TM , lo exilió junto con sus principales
seguidores. Las manifestaciones de apoyo no se hicieron esperar. Otras
movilizaciones importantes fueron la huelga electricista de 1936 y la huel­

60
ga general de jornaleros en La Laguna, la cual culminó con la reforma
agraria en esa im portante zona algodonera, orientada sobre todo el merca­
do mundial. Mas la movilización que se distinguió por su trascendencia
y significado fue indiscutiblemente la que precedió y siguió al decreto de
Cárdenas que expropió las empresas petroleras.
L a crítica situación que la actitud de las compañías petroleras provocó,
al desconocer el laudo que a favor de los obreros dictó la Junta de Con­
ciliación y Arbitraje, hizo que tanto el gobierno como los trabajadores
entraran en movimiento. L a CTM fue la encargada de lanzar a los traba­
jadores a la calle para apoyar a Cárdenas frente a los monopolistas ex­
tranjeros, La C TM asumió la táctica del frente popular. En el primer
congreso de la central, Lombardo afirmó:

¿Cómo realizar la táctica del frente popular frente a la actitud de las


empresas imperialistas del petróleo? Ligando los intereses del movimien­
to obrero y del pueblo de México, junto con los intereses del gobierno
nacional.

Cárdenas pronunció también un discurso que fue interpretado como “un


llamamiento a la unidad popular, de respaldo al programa de su gobierno
y de la revolución”.81 En efecto, esta vez la movilización comprendería
a todos los sectores sociales del país, pues el poder del adversario impe­
rialista así lo requería.
Lombardo fue el dirigente principal de la movilización. En su calidad
de secretario general de la CTM , desde el momento mismo en que el
sindicato petrolero, estrechamente ligado al comité nacional cetemista, pi­
dió a la Ju nta de Conciliación que declarara en rebeldía a las empresas
y diera por terminado el contrato de trabajo, envió telegramas a todas las
federaciones y sindicatos de carácter nacional integrantes de la central,
en los que convocaba a una manifestación nacional que debería realizarse
el 23 de marzo, exhortando a los obreros a respaldar al gobierno “con
[los] sacrificios [que] sean necesarios” . Todas las actividades de los tra­
bajadores deberían ser suspendidas durante las manifestaciones que se
iniciarían a las diez de la m añana; los líderes locales debían llamar a to­
dos los “sectores populares” a la manifestación e incluso invita a las auto­
ridades y al comercio a paralizar todas sus actividades, con el objeto de
“lograr [un] acto sin precedente [en] nuestra historia” .82 El jueves 17,
el comité nacional de la CTM envió una circular a todos los goberna­
dores de los estados y territorios, invitándolos a que se solidarizaran con
el gobierno y colaboraran a poner en movimiento a “los habitantes de su
jurisdicción”. También pidió su participación en las manifestaciones a
los dirigentes del partido oficial, del partido comunista, la CROM , la
CGT, las Juventudes Socialistas Unificadas del México y la Confedera­
ción de Estudiantes Revolucionarios, exhortándolos a que movilizaran sus

61
contingentes. Los comerciantes de la ciudad de México también fueron
invitados a cerrar sus puertas durante la manifestación, “en señal de que
se solidarizan con el puehlo de México y con el gobierno, a quienes han
pretendido vejar las empresas petroleras” .88 Y todavía el 19 de marzo la
dirección cetemista volvió a enviar otra circular a todas las federaciones
obreras regionales, estatales y nacionales, así como a los sindicatos de
industria,
con el fin de que estén debidamente preparados para la manifestación
pública del país [ . . . ] pues se desea que resulte simultánea en los es­
tados, territorios y capital de la república.54

L a movilización se inició desde antes de que el gobierno de Cárdenas


decretara la expropiación de los bienes de las compañías petroleras. El
miércoles 17 y el jueves 18, el gobierno empezó a recibir cientos de mensa­
jes de solidaridad y respaldo, en los que se condenaba la actitud rebelde
de los capitalistas petroleros, y mítines de estudiantes, maestros y padres
de familia comenzaron a brotar por toda la ciudad de México. En algu­
nas escuelas se integraron comités especiales de solidaridad.85 Al decreto
de Cárdenas, siguió un desbordamiento de la agitación que se extendió
por todas las ciudades del país. Miles de adhesiones al gobierno fueron
suscritas por todas las centrales obreras sin excepción, por organizaciones
campesinas, agrupaciones de mujeres, de» estudiantes, de burócratas, de
particulares, de profesionistas, la prensa y otros sectores sociales. El ejér­
cito también se preocupó por expresar su solidaridad. Los mítines de es­
tudiantes se multiplicaron en las escuelas, y las calles se llenaron de vida,
rompiendo con su gris cotidianidad.^6
En medio de la torm enta política, los líderes de la C T M proseguían
organizando la manifestación. El lunes 21 eximieron a los trabajadores
petroleros de participar en la manifestación convocada para el miércoles,
“ya que deben estar atentos a la reorganización de la industria” naciona­
lizada.87 L a manifestación en el Zócalo fue gigantesca y rompió el pre­
cedente del domingo 22 de diciembre de 1935. Más de 200 mil trabaja­
dores asaltaron las calles de la ciudad y todas las actividades productivas
y el tráfico de vehículos se paralizaron. Los comerciantes cerraron las puer­
tas de sus establecimientos. En los estados de la república las manifestaciones
?e realizaron tal y como el comité nacional de la C TM lo había acordado.88
Todos los sectores sociales del país se unieron en apoyo a la expropiación
petrolera; la decisión de Cárdenas
electrizó y unificó a México como nunca lo había estado ni siquiera
durante la independencia. Le imbuyó la sensación de haberse librado
a sí mismo; de haberse dejado de atemorizar por los Estados Unidos.
H abía alcanzado de golpe la igualdad política con su vecino del norte
y la experiencia fue estimulante.89

62
Cárdenas surgía como un líder sin igual, con una fuerza de apoyo incon­
mensurable, capaz de vencer todas las asechanzas de sus enemigos: todo
el país se encontraba detrás de él.90 Era “la hora de la unidad nacional” ;
el conflicto petrolero se había transformado de meramente obrero-patro­
nal, en “una lucha de la nación, del pueblo todo de México contra el
imperialismo”91 y todos los sectores deberían concurrir en ella. L a CTM
llamó a todas las tendencias —“anarquistas, comunistas, sindicalistas,
ateos, protestantes, budistas”, etcétera— a integrarse a su seno y a parti­
cipar en la lucha “frente a un enemigo común”, para llevar a cabo “una
gran cruzada en favor de la patria”.92
El torrente popular se había vuelto a desatar. L a política de masas
cardenista había llegado a su clímax con la expropiación petrolera, pues
la profundidad y amplitud de la movilización de las masas alcanzó su
punto más alto. Ya no eran sólo los obreros impulsados por sus líderes
los que se pusieron en movimiento, sino que los campesinos, los burócratas,
las mujeres, los profesionistas, etcétera, habían irrumpido también en las
calles. Las empresas petroleras y los enemigos todos del gobierno carde­
nista temieron las consecuencias que un desenlace violento podría ocasio­
nar.9^ Al lado de Cárdenas, la C TM surgió incomparable; había sido la
promotora de la movilización, la había organizado. La fuerza de masas
que Cárdenas obtuvo se la debía en parte a la Confederación de Traba­
jadores de México, pues su instrumento oficial, el PNR, resultó insigni­
ficante ante la gigantesca tarea de poner al pueblo en movimiento. La
C T M estuvo por encima del PNR, el que no hizo sino secundar las deci­
siones de aquélla; el PNR fue sólo un auxiliar en la movilización, no la
fuerza directriz. Cárdenas, con su política de masas, quedó estrechamente
ligado a la CTM , que se había convertido en su aparato organizativo,
indispensable para que dicha política no fuera sólo demagogia, sino una
realidad viva.

c] Movilización y manipulación
La política de masas de Cárdenas se desarrolló estrepitosamente, influ­
yendo en los trabajadores, los campesinos y otros núcleos sociales. Las
masas fueron movilizadas en apoyo de la política que Cárdenas desplegó
para fortalecer las bases del desarrollo industrial del país y en defensa
del régimen imperante.91 En esta labor, la C TM fue esencial, pues sin
ella difícilmente hubiera logrado el gobierno movilizar en su apoyo a
cientos de miles de obreros. Cárdenas debió mucho de su poderío a las
masas,95 pero las masas ganaron poco con ello. En el transcurso de las
movilizaciones, las masas de trabajadores se politizaron aceleradamente,
desterrando hasta las reminiscencias del anarcosindicalismo y de la intuición
espontánea de los obreros rojos, sobre todo en lo que se refiere a la partici­
pación política y a la lucha por su autonomía. Mas la conciencia que fueron

63
asumiendo fue un a conciencia subordinada, que las volvió dependientes del
Estado, encamado en la figura de Lázaro Cárdenas. Los líderes obreros,
encabezados por Lombardo Toledano, fueron los directos encargados no sólo
de organizar a los trabajadores, sino de sujetarlos al dominio de] Estado. Sin
estos líderes que hicieron el trabajo menudo de organización y control, que
prepararon a las masas, que las volvieron dispuestas a escuchar a Cárdenas
y a seguirlo, la política de masas cardenista no hubiera prosperado. Los
trabajadores no participaron de manera consciente e independiente en el
proceso cardenista, sino que fueron manipulados y controlados por el
Estado.
Las masas trabajadoras fueron movilizadas por sus líderes gracias a la
amenaza del fascismo, que esgrimían como un fantasma terrorífico que
sólo se podía conjurar con la organización, la unificación y la disciplina
de todos y el apoyo al régimen que el presidente Cárdenas representaba.
Desde el 12 de junio hasta las elecciones de 1940, las masas se vieron
presionadas a ponerse en movimiento y á someterse al Estado, en lucha
contra el espectro fascista que de Europa se trasladaría a México. Tam ­
bién fueron movilizados los trabajadores para la consecución de reivindi­
caciones que tendían a aum entar su poder adquisitivo, aunque esta movi­
lización era más bien producto de la natural y espontánea lucha econó­
mica de las masas, en la cual los líderes actuaban como reguladores.
Mas si la C T M y sus líderes desempeñaron un papel determinante en
la política de masas, seríamos unilaterales si no reconociéramos la impor­
tancia de Cárdenas. Su personalidad carismática y su vínculo directo con
los trabajadores y los campesinos constituyeron una fuerza de atracción
de las masas. Éstas, con la ayuda de sus líderes, se dejaron fascinar por
el estilo cardenista que se les impuso en todo el país. Lázaro Cárdenas no
era un caudillo como Obregón, mucho menos otro hombre fuerte como
Calles, y tampoco tenía las características de presidente que distinguieron
a sus sucesores. En el sistema político mexicano, Cárdenas se destacó como
un elemento singular. Era un líder de masas carismática que recorrió todo
el país vinculándose de modo persona] con los trabajadores asalariados
y los campesinos, como un compañero y como un protector. Su propa­
ganda incansable propugnando la organización y unidad de los trabajado­
res, motivó que muchos lo consideraran “el agitador más grande de
nuestra historia” , o que concluyeran que más que un presidente o esta­
dista, era un líder, un apóstol o un simple “agitador de overol” .96 Su
sentido de las masas y su capacidad para aplicar nuevos métodos “para
m anejar a los hombres y para resolver las cuestiones nacionales”®7 fueron
básicos en su política.
Cárdenas encam a un necesario elemento de transición en el sistema
político nacional. Las cualidades personales que lo caracterizaron como
líder de masas, fueron muy propias de una época de auge del movimiento
popular, de ascenso de las luchas de clases tanto en México como en el

64
mundo. Cárdenas encarnaba en ese contexto el desarrollo del Estado. Éste
buscaba conformar, aunque fuera transitoriamente, su base de apoyo so­
cial subordinando al pueblo trabajador que le serviría para impulsar la
industrialización del país y atraerse el apoyo de aquella clase a la que
de m anera especial beneficiaba y promovía con su política: la burguesía.
Con el general Cárdenas, el Estado se consolidaría, perfeccionando su
aparato de dominio, y sentaría las bases estructurales y políticas para ‘
un mayor y más rápido desarrollo económico. El prestigio del jefe del
gobierno, su fuerza de masas y su carisma, servirían para que el Estado
se legitimara socialmente como tal, y fuera aceptado por todas las clases
sociales. Los gobiernos sucesivos tendrían despejado el camino para que
esto último se volviera realidad. Ésta es, justamente, una de las múltiples
y cruciales aportaciones de Lázaro Cárdenas a la consolidación y el per­
feccionamiento del sistema dominante.

2. EL NUEVO P N R

La “depuración” del partido


En su política de masas, Cárdenas se valió de la C T M para poner a
los trabajadores en movimiento, pues el envejecido PNR no estuvo en
condiciones para realizar tal labor. A partir de su segunda convención,
en diciembre de 1933, el PNR intentó "abrirse” hacia el exterior, es decir,
orientar sus actividades ya no hacia la organización de la élite revolucio­
naria gobernante, sino hacia los trabajadores, con el propósito de volverlos
a vincular al Estado. Sin embargo, este objetivo fracasó durante los pri­
meros meses del gobierno cardenista, debido a que las fuerzas emergentes
no pudieron consolidar su hegemonía dentro del partido. Por ello los alle­
gados del jefe máximo continuaron preponderando.
El PNR nació y se consolidó durante los años de la crisis económica
y política, y su preocupación por centralizar el poder político lo absorbió
en forma tal que no tuvo mucho tiempo para buscar integrar en su seno
a las masas trabajadoras. Su objetivo, en este sentido, era más bien des­
truir a la CRO M , lo que contribuía a aflojar más aún, hasta romperlos
con la ayuda de los efectos sociales de la crisis económica, los lazos que
antes sujetaban a los trabajadores al Estado. El proletariado y los campe­
sinos no sólo se mantuvieron al margen del PNR, sino que se convirtieron
en sus enemigos, pues el partido oficial era identificado con el “jefe in­
discutible” y con la política anticrisis que, en detrimento de las masas,
aplicaron los gobiernos del maximato. De esta manera, el PNR estaba
desprestigiado entre las masas trabajadoras organizadas y sus líderes, quie­
nes lo consideraban una institución burocrática, corrupta y personalista,
sin ninguna orientación social e incluso ajena a la política que el presi­
dente Cárdenas comenzaba a realizar.38

65
L a crisis política de junio y diciembre de 1935 fue la coyuntura que
los círculos gobernantes, encabezados por Cárdenas, aprovecharon para
desarrollar, con más éxito, una labor tendiente a transformar al PNR en
un instrumento acorde con las necesidades de la política de masas. Para
lograr esto, lo primero que se impuso como ineludible fue la eliminación
de todo aquello que los desprestigiaba ante los trabajadores, lo que se
encam aba tanto en sus métodos políticos electorales como en Calles y sus
seguidores. De esta manera, desde que Portes Gil asumió la dirección del
partido oficial, se inició una campaña de “depuración1’ política, de “lim­
pia radical en las filas de la revolución, extirpando a los elementos des­
prestigiantes”?* Las expulsiones de Galles, de generales, diputados, sena­
dores y otros elementos identificados con el ex-jefe supremo, constituyeron
medidas políticas que se propagandizaron, justamente, como la “depura­
ción revolucionaria” del partido y como “la consolidación definitiva
[ .. .] [del] sistema institucional” .100 Con tales medidas, el partido oficial
había iniciado el proceso depurador, y anunciaba una profundización del
mismo, con el propósito abierto de desvanecer las suspicacias de las am ­
plias masas de trabajadores, y atraérselas.1101
Sin embargo, la labor “depuradora” del PNR, encabezada por Portes
Gil, no fue suficiente, pues él era uno de los políticos más desprestigiados
entre los líderes obreros, quienes lo identificaban con el general Cedillo,
secretario de agricultura. L a presencia de Cedillo en el gabinete presiden­
cial, y de Pbrtes Gil en la dirección del partido, constituyeron, en medio de
la crisis de junio, un apoyo para Cárdenas. Portes Gil, como uno de los
promotores de la lucha contra el jefe máximo, había logrado obtener
apoyo entre algunos núcleos de campesinos, a los cuales contribuyó a
organizar en la Confederación Campesina Mexicana, y durante los años
anteriores había destacado como uno de los políticos más hábiles, Cedillo,
por su parte, fue integrado por Cárdenas a su gabinete tanto para evitar
que se rebelara, como para atraerse el apoyo de importantes núcleos de
católicos, que veían en él a un defensor y simpatizante.102 L a presencia de
Cedillo y Portes Gil en el gobierno le daba a éste un aspecto de equili­
brio y compromiso, pues eran considerados como la derecha o por lo me­
nos como “vendidos a la reacción”.103
L a rivalidad y oposición entre Portes Gil y Lombardo Toledano obsta­
culizó, en cierta medida,, la política que el PNR desplegó para atraerse
a los obreros, pues la lombardista GTM seguía viendo en el presidente
del partido oficial a un representante de los viejos y corruptos métodos
callistas. Incluso se le acusó de sabotear deliberadamente la obra de C ár­
denas y los intentos de renovar los métodos políticos del partido del go­
bierno104 Dentro de los propios círculos oficiales se manifestó oposición
a Portes Gil, pues el descrédito y el anticomunismo de éste ponía en pe­
ligro la política destinada a fortalecer al PNR con la participación de los
trabajadores.105 Ya en mayo de 1936 se produjeron públicamente duros

66
ataques contra el director del partido en el seno del “ala izquierda” del
Senado. Se dijo que a la Cámara de Senadores habían estado llegando
miles de telegramas contra Portes Gil. U n senador señaló que existía
"una gran agitación en toda la república” contra él, y exigió su renun­
cia.1108 Esto se debía a las elecciones internas del PNR para designar can­
didatos a diputados y a otros puestos públicos, en las cuales Portes Gil
— según sus opositores— había impuesto a algunos de sus incondicionales.
La situación creada por la dirección del PNR hizo crisis en agosto de
1936, cuando en la Cám ara de Senadores, al discutirse las credenciales
de los “presuntos nuevos senadores”, fueron rechazadas las de los candi­
datos por Tam aulipas y otros estados, lo cual provocó la renuncia de
Portes Gil. El director de El Nacional atacó duram ente a los senadores
— encabezados por Soto Reyes— y los acusó de “deslealtad y falta de dis­
ciplina”, pues dichas credenciales habían sido discutidas en el seno del
partido y aprobadas por Cárdenas. Los senadores respondieron con graves
ataques a El Nacional y a Portes, acusándolos de seguir una política per­
sonalista. Soto Reyes y otros senadores renunciaron, defendiendo sus deci­
siones y denunciando al “fuerte sector derechista que existe dentro del
gobierno” . Después de nombrada la nueva dirección del PNR volvieron
a sus puestos.107
Con la eliminación política de Portes Gil, culminó el proceso de “depu­
ración” del PNR, gracias a lo cual sus vínculos con las masas trabajado­
ras se reforzarían cada vez más, en una mayor cooperación entre los nue­
vos dirigentes y los líderes de la CTM .

La política de “puerta abierta33


La depuración del PNR fue sólo una parte de la política que el gobier­
no desplegó para rehabilitarlo, para convertirlo de nuevo en un poderoso
apoyo de las instituciones imperantes. O tra de las medidas puestas en prác­
tica simultáneamente, estaba orientada a volver a identificar al partido
con el Estado, es decir, con el gobierno cardenista, destacándolo como su
“más íntimo colaborador” . Incluso se afirmó que la crisis de junio fue
motivada precisamente por la “falta de identificación” del PNR con el
gobierno del general Cárdenas.108 La dirección portesgilista antes de que
fuera purgada, proclamó que su programa era el mismo que el del gobier­
no e hizo patente su subordinación al ejecutivo, o sea: al presidente C ár­
denas.109
Sin embargo, lo decisivo en la revitalización del partido oficial lo cons­
tituyeron su acción social y los nuevos procedimientos en las cuestiones
electorales, factores éstos que caracterizaron a la política de “puerta abier­
ta”.
Desde los primeros días de enero de 1935, el presidente Cárdenas dis­
puso que la dirección del PNR se encargara de coordinar todo el trabajo

67
de propaganda y las actividades de “carácter social” del gobierno, para lo
cual las dependencias oficiales deberían prestar su ayuda. El objetivo de
esta disposición era conseguir que los trabajadores organizados apoyaran
al gobierno y al partido.110 Sin embargo, tal política no empezó a intensi­
ficarse y a tener resultados fructíferos, hasta que la crisis de junio puso
al PNR en manos de Portes Gil y García Téllez (este último ligado muy
estrechamente a Cárdenas).
A partir de entonces, el PNR hizo todo lo posible por desvanecer su
aparente carácter exclusivamente electoral, subrayando su nueva “orien­
tación social”.1111 En este sentido, sus labores sociales se centraron en el
fomento de la organización sindical y en la colaboración con las organi­
zaciones obreras — “impartiéndoles ayuda material y moral”— , asesorán­
dolas ante las Juntas de Conciliación y Arbitraje en sus conflictos con
los patrones y tratando de impulsar la expedición de leyes que manejaran
las condiciones sociales de los trabajadores e incorporaran las “exigencias
del proletariado” . También fomentó el cooperativismo.112 Para realizar
correctamente esta labor, la dirección del PNR pidió a todos los comités
estatales y municipales del partido qpe le enviaran información sobre las
condiciones de vida de los campesinos y obreros,

indicando el salario que perciben, la forma de trabajo y el costo de vida


con objeto de que el partido esté en posibilidad de promover lo con­
ducente a fin de que se cumplan las leyes dictadas sobre el salario y
[ .. . ] el trabajo en aquellas regiones en donde no sean obedecidas.

También debían señalar las obras públicas y mejoras materiales ur­


gentes, a fin de que el partido pudiera presionar para que se llevaran a
cabo.1’1* Los medios fundamentales que el PNR esgrimía, para realizar su
acción social, fueron resumidos por Portes Gil en tres: el sindicalismo,
el cooperativismo y el agrarismo. El primero como defensa de los traba­
jadores ante los empresarios, el segundo para resolver los problemas eco­
nómicos de los obreros y el tercero, con el reparto de tierras, para que los
campesinos organizados “se conviertan en elementos productores” .114
Con la acción social y su política depuradora, el PNR empezó a acer­
carse a los trabajadores, a borrar la imagen que éstos tenían de él y avan­
zar en su propia transformación. El partido oficial se estaba habilitando
para desempeñar su papel en la política de masas cardenista, el cual
consistiría en introducir a los obreros en la lucha política electoral, en
encauzarlos por la senda institucional por excelencia, que permitiría for­
talecer y consolidar su sujeción al Estado.
En la realización de la política que se había trazado, el PNR desplegó,
sobre todo durante la dirección de Portes Gil, una amplia labor de pro­
paganda, destinada a influir en los trabajadores y en otros núcleos socia­
les explotados. Sin esta propaganda, el partido oficial hubiera encontrado

68 '
mayores resistencias a su acción y su influencia no hubiera alcanzado la
amplitud que requería. El comité ejecutivo nacional del PNR se propuso
extender su propaganda “hasta las barriadas más apartadas de las pobla­
ciones”, a los talleres, a las fábricas, a los sindicatos, a las comunidades
agrarias y a las escuelas; para lograr esto vitalizó todos los medios de que
disponía: la radio, la prensa y el libro, además de que proyectaba valerse
también de conferencias, exhibición de “películas apropiadas”, de la ac­
tuación de grupos artísticos e incluso de exposiciones de “carteles revolu­
cionarios”.115 Así, desde el 26 de junio de 1935, la dirección del partido
acordó dotar de aparatos de radio a ciudades, municipios, poblados y
congregaciones que dispusieron de electricidad, pues la propaganda que
había podido hacer a través de su estación radiodifusora logró resultados
muy pobres, “ya que por desgracia son muy contados los municipios y
pequeños centros de población que están en condiciones de escuchar­
l o s ” . 1* * Al mismo tiempo, la secretaría de prensa y propaganda intensificó
su actividad a través de su diario El Nacional; de la revista gráfica Así
e s . .. México de H oy y de Mañana, destinada principalmente a los que no
sabían leer, es decir, a la gran mayoría de los campesinos y obreros; de
las revistas Política Social, mensual, y Los Doce, semanal; y también me­
diante la edición, a partir de febrero de 1936, de grandes tirajes de folle­
tos de divulgación. El 29 de febrero del mismo año, El Nacional empezó
a distribuir “ediciones murales”, y dedicó la prim era a exponer y explicar
los “ 14 puntos” de Cárdenas.117
Sin embargo, la labor de propaganda del PNR no se mantuvo constante
y con la misma intensidad después de la renuncia de Portes Gil, sino que
disminuyó considerablemente. Incluso no hemos encontrado información
suficiente que nos permita determinar el tipo de propaganda que el nuevo
comité ejecutivo realizó, además de la efectuada por El Nacional.
Los nuevos procedimientos electorales que el partido oficial puso en
práctica, a partir del inicio de la actividad de Portes Gil como presidente
del comité ejecutivo, constituyeron el aspecto esencial e incluso el verda­
dero núcleo de la política de “puerta abierta”.
Durante la última semana de junio de 1935, las protestas de los obreros
y campesinos del estado de México, motivadas por irregularidades en los
plebiscitos para la designación de candidatos del PNR a los puestos legis­
lativos y a las convenciones municipales, fueron una magnífica coyuntura
que aprovechó el comité ejecutivo nacional encabezado por Portes Gil
para asumir una actitud que señalaría el inicio de su nueva política. La
dirección del partido oficial desconoció los mencionados plebiscitos y deci­
dió abstenerse de presentar candidatos, dejando en libertad a sus miem­
bros para que votaran por quien consideraran más conveniente para sus
intereses. De inmediato, se inició una campaña de propaganda destinada
a “demostrar ante la faz de la nación3’ que el PN R comenzaba a respetar
realmente el “sufragio popular”. Arribaron a la ciudad de México tres­

69
cientos delegados que decían representar a cien mil campesinos, con el
propósito de expresarle su simpatía al CEN, y a los pocos días, cinco mil
campesinos realizaron una manifestación de apoyo al presidente Cárdenas
y a Portes Gil, por su decisión sobre las aludidas elecciones.118 A partir
de entonces, según los círculos oficiales, las masas de obreros y campesinos
empezaron a llam ar al partido del gobierno “el nuevo Partido Nacional
Revolucionario”.119
El primero de febrero de 1936, el presidente y el secretario general del
GEN, Portes Gil y García Téllez, enviaron una circular telegráfica a los
dirigentes de los comités estatales del PNR. En la circular plantearon la
exigencia de que todos los organismos del partido mantuvieran una abso­
luta imparcialidad en las cuestiones electorales. También les recomenda­
ban que dieran garantías a todós los precandidatos que surgieran, con el
objeto de que las direcciones del partido no fueran acusadas de antidemo­
cráticas. Lo más significativo de la circular era su última recomendación,
destinada a dar facilidades a los trabajadores para que ingresaran al
PNR.120 Veintiocho días después, se publicó la convocatoria del PNR a
elecciones internas para gobernadores, senadores y diputados, en la cual,
“reconociendo que las clases trabajadoras son el factor social más impor­
tante de la colectividad”, se estipuló que los obreros y campesinos or­
ganizados podrían participar en ellas, con el único requisito de que
manifestaran su acuerdo con la declaración de principios del partido. Los
trabajadores y campesinos estarían en igualdad de condiciones con los
miembros formales del partido.121 Para lograr que los trabajadores se inte­
resaran en participar en las elecciones internas del PNR, éste elaboró con­
vocatorias con instrucciones detalladas y desplegó “una campaña de publi­
cidad tendiente a mostrar a los futuros plebiscitarios cómo contaban hones­
tamente con todas las garantías necesarias para la emisión del voto”.122
La nueva dirección del PNR que sustituyó a la encabezada por Portes
Gil llevó hasta sus últimas consecuencias la política de “puerta abierta”.
En su manifiesto del 4 de septiembre de 1936, el comité ejecutivo nacio­
nal habló de una “nueva democracia” a la que aspiraba el partido de
Estado. Esta democracia la concebía como “una creciente influencia de los
obreros y campesinos organizados en la dirección política y económica de
la comunidad”. Se criticaba la “ficción igualitaria” de la democracia libe­
ral, afirmándose que sólo se había utilizado para justificar “la opresión
que las minorías poseedoras y sus aliados ejercen sobre las mayorías produc­
toras”, y se subrayaba que un régimen “verdaderamente democrático” debe­
ría tom ar en consideración que la mayor parte del pueblo la constituyen
los proletarios. Al reafirm ar su política de “puerta abierta” frente a las
organizaciones obreras y campesinas, los dirigentes del PNR expresaron
que el solo hecho de que se perteneciera a un sindicato o a un ejido, “pre­
suponía” los requisitos •indispensables para ser miembro del partido, “juz­
gando que la m era voluntad de actuar dentro de éste, basta para reputar

70
al trabajador miembro activo de nuestro instituto político”. De esta m a­
nera, todos los trabajadores y campesinos se convertían automáticamente
en miembros del partido oficial. Para vencer las resistencias de los obreros,
se volvió a esgrimir la promesa de simplificar los “métodos preelectora-
les” y garantizar el respeto al voto, a fin de que pudieran ascender al
poder municipal.123
L a nueva política que el partido oficial había venido desarrollando des­
de los días de junio y que se reforzó con la renuncia de Portes Gil y el
nombramiento de la directiva encabezada por Barba González, tenía
el claro propósito de acercarse a los trabajadores e integrarlos a sus filas.124
Como esto no era posible de inmediato, dados los antecedentes callistas
del PNR, se asumió la política de “puerta abierta”. D urante la primera
quincena de abril de 1937, se llevaron a cabo las elecciones internas del
partido para precandidatos a diputados federales, poderes locales y con­
venciones municipales, y los dirigentes del CEN vieron coronados sus es­
fuerzos, pues participaron masivamente en ellas los obreros.
Pero los trabajadores no fueron de modo espontáneo a las convenciones
del partido oficial, atraídos por la pura fuerza de la propaganda. Como
en el caso de las movilizaciones masivas, aquí también la C T M desempeñó
una función determinante, sin la cual por la “puerta abierta” no hubiera
entrado más que el aire. Como explicó el presidente del CEN, los diri­
gentes de “las grandes centrales campesinas y obreras” cooperaron estre­
chamente con la dirección del PNR para hacer participar en la política
electoral a las masas.’125 Al principio, cuando aún no se fundaba la CTM ,
algunas organizaciones se negaron a participar en las elecciones, argu­
mentando que su programa se lo prohibía, como en el caso de la Federa­
ción de Trabajadores de la Industria Azucarera, Alcoholera y Similares,
que pertenecía a la CGOCM .1'26 Sin embargo, la labor de los líderes de
la naciente C TM fue venciendo las resistencias y lanzó a Jos trabajadores
a la actividad política. En esto tuvo una participación destacada Lom­
bardo Toledano, quien fue facultado expresamente por el comité nacional
para tratar las cuestiones electorales.1m L a primera medida que se puso
en práctica fue un acuerdo del consejo nacional de la CTM , por medio
del cual recomendó a sus miembros que participaran en la “lucha políti­
co-electoral para defender el programa de la C T M y para oponerse a la
reacción y al imperialismo”, haciendo ver que tal lucha debía realizarse
en forma organizada.128 Para el tercer consejo nacional, efectuado en
enero de 1937, la dirección cetemista ya se había entrevistado con Cárde­
nas y Barba González, con el propósito de exponerles sus puntos de vista,
centrados en la necesidad de respetar el voto de los trabajadores y de
“abolir los sistemas viciosos”. Además se había encargado de impulsar
la creación de comités electorales, que quedaban sometidos al comité na­
cional de la central, el cual sería “el único conducto para tratar con el
CEN del PNR”.129

71
Con las medidas que adoptaron los líderes de la central hegemónica,
quedó asegurada la participación de los obreros en las elecciones internas
del PNR. Tal participación se reforzó aún más con el pacto de “frente
electoral popular” que en febrero de 1937 firmaron la C TM , la Confede­
ración Campesina Mexicana e incluso el partido comunista con el PNR.1£0
A la propaganda del PNR se aunó la de las organizaciones mencionadas
y su actividad entre los sindicatos y los campesinos. Lombardo proclamó
“forzosa” la participación política electoral de la clase obrera, argumen­
tando que era necesaria para apoyar al “gobierno m ilitante” de México,
y el PCM llamó a todos los obreros y a sus miembros a participar en los
plebiscitos del partido oficial.131
L a participación electoral fue un paso muy im portante en la sujeción
de los trabajadores, pues se les sumergía en la lucha institucional por ex­
celencia y, lo que es peor, se les subordinaba al partido oficial. Los miem­
bros de la C T M que se convirtieron en diputados, fueron obligados a
someterse a las disposiciones del PNR, independientemente de que la di­
rección lombardista argum entara que esos diputados llevarían al Congreso
la “orientación” de la central.132
Mas el PNR no se conformó con la integración de los obreros en la
lucha política, sino que también se preocupó por incorporar a sus filas a
las mujeres y a los jóvenes. Desde su campaña electoral, Cárdenas había
planteado la necesidad de que la m ujer se organizara y convirtiera en un
“factor de producción y de riqueza”. También consideró indispensable que
la Constitución se reformara, para que a la m ujer se le concediera el dere­
cho al voto.133 El PNR se encargó de convertir en realidad los propósitos
del presidente. Tanto en la circular del primero de febrero como en la
convocatoria a sus plebiscitos de 1936, gracias a las cuales se abrieron a
los obreros las puertas de la actividad electoral, la dirección del partido
también expresó su decisión de otorgar facilidades a las “mujeres traba­
jadoras afiliadas a las organizaciones proletarias”, para que intervinieran
en las labores electorales internas134 En realidad, se dio el derecho de voto
en las elecciones internas sólo a las mujeres del Distrito Federal que
pertenecían al PNR, “organizadas o no”. Esto fue considerado como “un
principio o ensayo que [ .. .] lleve a la realización del sufragio femenino”
en todo el país185 A los jóvenes se les integró a través de la propaganda
y de su organización, conduciéndolos a actividades como el excursionismo y
preparándolos como “remplazos humanos” para fortalecer al PNR.188
Con la participación electoral de la m ujer y su posterior organización,
y con el apoyo de la juventud, el PNR sumó más contingentes a su esfera
de influencia y se fortaleció.

La organización de los campesinos


U na de las preocupaciones del gobierno de Cárdenas fue el descontento
compesino provocado por la política desarrollada durante la crisis econó­

72
mica. No obstante que Cárdenas inició su sexenio impulsando el reparto
agrario, algunos núcleos de campesinós iban más adelante que él y no
esperaron las resoluciones oficiales, sino que continuaron ocupando tierras
por su propia iniciativa. Para contener esas acciones y evitar que cobraran
auge, el presidente ordenó a los gobernadores, al jefe del Departamento
del D. F., y a los comandantes de las zonas militares de todo el país, que
reprimieran a los que encabezaran las invasiones de tierras.1”7 No obs­
tante esto,

en algunas regiones los campesinos, cansados por promesas que nunca


se cumplen y lo que es más, obligados por la situación miserable que
atraviesan, económicamente, han tenido que tom ar la tierra.11,8

Cárdenas no podía permitir la acción independiente de los campesinos,


pues además de que se contraponía a los procedimientos legales que ca­
racterizaban al régimen, impedía que pudiera el Estado utilizar el reparto
agrario como un arm a política. Además de la intensificación del ritmo
de la reforma agraria, Cárdenas dispuso que se llevara a cabo la organi­
zación nacional de los campesinos, mediante la cual éstos volverían a ser
encauzados por los conductos institucionales. Así, el presidente encargó
esa labor al PNR, el cual integró de inmediato un Comité Organizador
de la Unificación Campesina. Este comité desvaneció todas las dudas
sobre el carácter netamente oficial del trabajo organizador de los hom­
bres del campo, pues estaba formado de la siguiente m anera: Portes Gil
como presidente, y como miembros el jefe del Departam ento Agrario, el
jefe del Departam ento de Asuntos Indígenas y el gerente del Banco Na­
cional de Crédito Ejidal.iao
L a misma intensa propaganda con la que se envolvió a los trabajadores
para que se organizaran y unieran en un solo frente, se utilizó para los
campesinos. Cárdenas y los funcionarios del partido gubernamental reco­
rrieron todo el país pregonando sus propósitos unitarios, pidiendo el apoyo
del campo para el gobierno, en todos los estados de la república. Desde
que la dirección encabezada por Portes Gil había tomado posesión en el
PNR, empezaron a realizarse convenciones con la finalidad de integrar
ligas de comunidades agrarias y uniones campesinas únicas en cada enti­
dad federativa. Todos los campesinos ejidatarios que iban recibiendo tie­
rras fueron integrados en las organizaciones del PNR. De esta manera,
las convenciones agrarias proseguirían realizándose hasta que el proceso
organizativo pudiera desembocar en una “gran convención” que crearía
la Confederación Nacional Campesina.140
Los campesinos fueron organizados usando también el argumento de
que su unificación los convertiría en “un factor decisivo en los destinos
de México y en la economía nacional1’, y podrían tener con ella más
fuerza para aprovecharla en su propio beneficio. Se expresó, asimismo,

73
que la unificación campesina era indispensable para que se pudieran cum­
plir las leyes agrarias.1141 L a actitud del gobierno cardenista fue cerrada en
esta cuestión y no toleró que otras entidades distintas del gobierno unifi­
caran bajo su control a los campesinos. Éstos eran el coto cerrado del Es­
tado, su más inm ediata base social, y aquí el Estado no estuvo dispuesto
a hacer concesiones. L a organización campesina, pues, fue abiertamente
oficial, con lo que el Estado reforzó enormemente su control directo sobre
las grandes masas del campo.142 De esta manera, la posibilidad de la in­
surgen cía campesina se alejó.
Como en el caso de la organización de los burócratas, la C T M se vio
afectada por la política del gobierno cardenista. Desde su fundación, la
central obrera tenía como una de sus tareas realizar la organización de
los campesinos, e incluso en sus estatutos planteó el mismo procedimiento
que el PNR para organizados.143 Se comprende que la C TM pretendiera
aglutinar a los campesinos, si se tom a en consideración que las organi­
zaciones más importantes que la integraron, la CGOCM y la CSUM,
tenían organizados núcleos considerables de campesinos. El PCM , incluso,
había influido siempre más en los campesinos que en los obreros.144 Sin
embargo, durante los días en que la C T M se fundó, los líderes del PNR
y la CCM atacaron los propósitos de la central y Cárdenas advirtió a.
ésta que se abstuviera de “convocar al congreso campesino” y reivindicó
para el gobierno “el deber de patrocinar su organización”.'145 L a dirección
cetemista tuvo que aceptar la decisión del gobierno y colaboró con el PNR
llevando sus contingentes campesinos a las ligas oficiales.14,6 No obstante,
se dedicó a criticar en todo momento el proceso de unificación de los
campesinos, acusándolo de burocrático, de llevarse a cabo “bajo la in­
fluencia de los intereses políticos locales” y sin una representación obrera
que, al mismo tiempo que conociera los problemas de los campesinos,
diera a conocer los problemas de los obreros, para que, de esta manera,
hubiera un acercamiento que facilitara la unidad obrero-campesina.147
Los pocos esfuerzos que los líderes de la C T M desplegaron para continuar
organizando a algunos núcleos campesinos, o por lo menos otorgándoles
ayuda técnica en sus trámites legales, fueron obstaculizados por los funcio­
narios del Estado, quienes desarrollaron una actividad sistemática desti­
nada a expulsar en definitiva a la central obrera del trabajo con los
hombres del cam p o 148
Las advertencias de los líderes de la C TM a los campesinos, para que
“tengan relaciones con el Estado sólo en lo que se refiere a su vida jurí­
dica y económica”, rechazando las intromisiones políticas, así como los
constantes llamados a la “unidad total de los trabajadores” -—obreros y
campesinos—■- que Lombardo realizaba,149 se vieron sin respuesta positiva.
No obstante lo anterior, la C TM conservó alguna influencia entre las
masas campesinas, particularmente entre los jornaleros agrícolas.150

74
II I. CÁRDENAS: ID EOLOGIA Y PO LÍTIC A

La ideología que caracterizó al Estado durante el gobierno cardenista, y


la política resultante, fueron esenciales para la sujeción de los trabaja­
dores y el desarrollo industrial del país. Cárdenas, como representante del
Estado, enfocó y enfrentó diversos acontecimientos sociales de tal manera
que sentó las bases para que los objetivos del Estado se hicieran realidad.

1. LOS CONFLICTOS SOCIALES Y EL DESARROLLO ECONOM ICO

El periodo de gobierno del general Cárdenas se caracterizó por la agudi­


zación de los conflictos sociales cuyo desarrollo y consecución estuvieron
íntimamente vinculados a la ideología y a la política cardenista. T al es el
caso de los movimientos de huelga y de la lucha de los trabajadores contra
la carestía de la vida.

Las huelgas: causas y efectos


Los primeros meses del gobierno que se inició en diciembre de 1934
coincidieron con u na oleada de conflictos huelguísticos que invadió a la
industria del país.1 Era la marea esperada, inm inente: “Las aguas repre­
sadas que necesitaban libertad para desbordarse y tomar su nivel.”22 En
efecto, las innumerables huelgas que estallaron en 1935 fueron una expre­
sión del descontento obrero motivado por la superexplotación de los años
en que la economía del país empezó a recuperarse de los efectos de la crisis
económica. Los salarios de los trabajadores se habían mantenido excep­
cionalmente bajos, mientras que el costo de la vida aumentó progresiva
y aceleradamente a partir de 1932, lo que se tradujo en el cada vez más
grave empobrecimiento de las masas asalariadas y de los miles de desem­
pleados. El gobierno de Abelardo Rodríguez había intentado, a través de
la adopción del salario mínimo, lograr que se aum entaran los salarios que
“no tenían las proporciones indispensables para satisfacer las más precarias
condiciones de vida del hombre que trabaja”,8, pero esto no tuvo resultados
inmediatos. Dé esta manera, las huelgas estaban orientadas a sacar a los
obreros del abismo económico, coaccionando a los capitalistas para que
les dieran un aumento de ingresos que los situara en un nivel apropiado
en relación al alto costo de al vida.4
Las huelgas de 1935 fueron determinantes en la política que el gobierno
siguió, pues la posición que asumió Cárdenas en relación con ellas, auna­
da a las otras expresiones de su política de masas, permitió que la eferves-

75
cencía obrera se manifestara como un simple mecanismo económico para
nivelar el precio de la fuerza de trabajo con el precio de las mercancías,
sin que constituyera un peligro para la estabilidad del régimen. L a ener­
gía que los obreros empezaron a acumular con la reanimación de las
actividades productivas, la fuerza potencial que las múltiples huelgas ex­
presaban, el torrente incontenible que al fin se había desatado, no consti­
tuyeron la prefiguración de un acto liberador de la clase dominada, el
prólogo de su lucha contra la explotación despiadada a la que había sido
sometida, sino que fue una energía espontánea que el Estado logró en­
cauzar por la senda institucional que le permitiría aprovecharla como una
imponente fuerza de apoyo, en la realización de sus propósitos y en el
reforzamiento del sistema imperante. Para lograr esto, el gobierno carde­
nista se valió de su política de masas, de la cual forma parte su concep­
ción de las causas de las huelgas y el papel de éstas en el desarrollo eco­
nómico.
Cárdenas consideraba a las huelgas como expresiones de la situación de
injusticia en la que se encontraban los obreros de muchas empresas.® En
efecto, la superexplotación y las malas condiciones de trabajo mantenían
a los trabajadores en una situación de miseria que les impedía acumular
las fuerzas indispensables tanto para rendir lo suficiente en la producción
cuanto para m ejorar su preparación técnica y así renovar los métodos
productivos. De aquí se desprendía la necesidad de que los obreros lucha­
ran por obtener mayores salarios que les permitieran mejorar sus condi­
ciones de vida. En realidad, las huelgas obreras, para Cárdenas, no eran
sino “la consecuencia del acomodamiento de los intereses representados
por los dos factores de la producción”,16 es decir, de los capitalistas y los
trabajadores, mediante el cual, al mismo tiempo que los empresarios re­
ducían las sobreganancias que extraían del trabajo de los obreros, éstos
m ejoraban sus salarios y las condiciones en que trabajaban. De este modo,
podría establecerse un “equilibrio social” que volviera cordiales las rela­
ciones entre los obreros y sus patrones.7 Con estas ideas, el presidente Cár­
denas reafirmó la política de conciliación de clases, que había caracteri­
zado a la ideología y al estilo de gobierno del Estado. Para realizar esta
política conciliadora, para lograr este “equilibrio social”, Cárdenas apoyó
a los trabajadores en sus luchas por reivindicaciones económicas, estimu­
lando incluso las huelgas de solidaridad efectuadas para aum entar la pre­
sión a los patrones intransigentes a aceptar mejores condiciones de vida
para los asalariados.8 Asimismo, consideraba que con tales huelgas se
obligaría a los empresarios a cum plir la ley. El general Cárdenas insistió
en diversas ocasiones en que los movimientos huelguísticos de los obreros
eran justos, siempre y cuando no rebasaran la “capacidad económica de
la empresa”, y prometió impedir las “exigencias inmoderadas” de los tra­
bajadores, las cuales volvían “perjudiciales los movimientos de huelga” .9
De esta forma, el presidente estimulaba los movimientos de huelga, que

76
por lo demás estallaban por su propio impulso, pero se preocupaba por
evitar que se salieran de los estrechos marcos de la lucha que el Estado
consideraba conveniente. Al mismo tiempo que se prestigiaba entre los
obreros al apoyar sus huelgas, Cárdenas se detenía a explicarles que teníari
límites irrebasables. Así, las contiendas huelguísticas del proletariado se
verían reguladas por el Estado, que se arrogaba, a través del presidente,
el derecho a evitar las huelgas “perjudiciales” .
Cárdenas consideraba que, no obstante que los movimientos de huelga
provocaban malestar e incluso “lesionan momentáneamente la economía
del país”, si eran resueltos de manera apropiada, ayudarían a

hacer más sólida la situación económica, ya que su correcta solución


trae como consecuencia un mayor bienestar para los trabajadores, obte­
nido de acuerdo con las posibilidades económicas del sector capitalista.10

Y en efecto, el gobierno comprendió las causas que determinan el esta­


llido de las huelgas, así como sus resultados positivos para la economía.
Como observaba Francisco J. Múgica, secretario de economía, el mejora­
miento económico de los obreros, alcanzado m ediante la huelga, no sólo
no trastorna la economía, sino que la impulsa.31 Esto se entiende si se
piensa que las huelgas, al lograr mejores salarios, aumentan el poder ad­
quisitivo de las masas trabajadoras, con lo que el mercado nacional se
amplía, pues pueden venderse más mercancías.112 Incluso la revista del Banco
Nacional de México mostraba su asombro al descubrir, por ejemplo, que
la huelga eléctrica de 1936, con todo y la paralización de muchas fábricas
que ocasionó, no sólo no afectó a la economía, sino que

una vez disipadas del horizonte las nubes que en él había [se refiere a
la huelga], la industria y el comercio del país emergieron con tanto
vigor y resolución^ como si hubieran adquirido nueva fuerza, durante
los períodos de incertidumbre a que nos referimos”.13

Y la C T M h a d a notar en su primer congreso que a pesar de las huel­


gas, las empresas capitalistas habían duplicado sus ganancias.14 Además,
como la mayor parte de las huelgas principales se llevaron a cabo contra
las grandes compañías extranjeras, que se vieron obligadas a mejorar las
condiciones de trabajo y los ingresos de los obreros, las empresas nacio­
nales se beneficiaron indirectamente a través del mecanismo de la redis­
tribución de las ganancias, incrementando la venta de sus productos.15
L a C T M fue la encargada de dirigir la mayor parte de las huelgas
obreras, encauzando a los trabajadores hacia la lucha por reivindicaciones
exclusivamente económicas, es decir, por la firm a de contratos colectivos
de trabajo, por el aumento de salarios y prestaciones sociales, y por el
mejoramiento y unificación de las condiciones laborales.16 De esta manera,

77
/

la fuerza de los trabajadores se m antenía dentro de los canales que el


mismo Estado se había encargado de abrir y delimitar, los cuales permi­
tieron crear una amplia base social consumidora, indispensable para en­
sanchar el mercado. Así, la G TM no sólo movilizó a los obreros en apoyo
del gobierno de Cárdenas y los empujó a la participación política dentro
del partido oficial, sino hizo tam bién que se pusieran en movimiento para
que lograran un mejor nivel de vida. Sin esto último, difícilmente po­
drían haber sido convertidos en una base social del Estado, ya que fueron
precisamente las concesiones sociales y la promoción del mejoramiento eco­
nómico de las masas, las que impidieron que éstas lucharan de modo in­
controlado, y crearon las condiciones para que se dejaran arrastrar tras
el gobierno.
D urante las principales huelgas que estallaron, la dirección de la C TM
apeló a métodos de movilización, con el objeto de crear una am plia base
de apoyo a los movimientos. De esta manera, los conflictos huelguísticos
se vieron acompañados de mítines, manifestaciones, conferencias y una
extensa labor de propaganda, como en el caso de la huelga de “L a Vi­
driera” de Monterrey, la electricista de julio de 1936, la de los peones de
La Laguna y la realizada contra las empresas petroleras, que culminó con
una movilización sin precedentes y con la expropiación de los bienes de
la industria petrolera.17 U na de las pocas huelgas importantes que se die­
ron al margen e incluso en contra del Estado, fue la que planteó, el sindi­
cato de trabajadores ferrocarrileros en mayo de 1936. L a huelga se frustró,
pues la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje la declaró inexistente
antes de que hubiera estallado. T al decisión provocó un grave descontento,
que de los ferrocarrileros se extendió a todos los trabajadores organizados,
algunos de cuyos líderes consideraron que el gobierno de Cárdenas se había
dejado presionar por la Junta Directiva de los Ferrocarriles Nacionales,
residente en Nueva York y dominada por los capitalistas norteamericanos.18
El imperialismo no era un fantasma, sino que su presencia se descubría
con esta clase de hechos. El periódico del partido comunista se dedicó a
reseñar la “indignación de los ferrocarrileros” y los mítines que efectuaron
en protesta, haciendo notar que el fallo “rompehuelgas” de la Junta de
Conciliación debilitaba la base social del gobierno, aunque éste se ganaba
el aplauso de los patrones, quienes se sintieron alentados “a resistir más
encarnizadamente que antes las demandas del proletariado” .19 Se empezó
a difundir la idea de que el gobierno había iniciado un “viraje a la dere­
cha” .20 L a C T M se vio obligada a protestar, por lo que convocó a un
paro nacional para el 18 de junio. Logró con ello un enorme éxito, pues
la movilización que provocó alcanzó a diversos sectores sociales, e incluso
fue conocida en todo el mundo.21
El incidente de la frustrada huelga ferroviaria permitió percibir las enor­
mes potencialidades del movimiento obrero, y el gobierno de Cárdenas
puso más cuidado en aquellas de sus resoluciones que podrían afectar a los

78
trabajadores. L a política que Cárdenas siguió desarrollando hizo que los
líderes de las masas obreras olvidaran el “fallo rompehuelgas” y disiparan
de su mente cualquier posibilidad de un “viraje” reaccionario. L a C TM
no volvió a tener enfrentamientos con el gobierno.
L a combinación de la política de Cárdenas respecto a las huelgas con
la actividad de la C TM tuvo como resultado que un virtual arbitraje obli­
gatorio caracterizara la solución de los conflictos obrero-patronales. Apenas
se planteaban las huelgas, sobre todo las más graves, de inmediato los fun­
cionarios del Departam ento del Trabajo o de la Junta de Conciliación y
Arbitraje intervenían desplegando sus esfuerzos para “evitar que las huel­
gas estallaran” .22 De hecho, la mayor parte de los conflictos obreros de
la época cardenista fueron resueltos con la intervención de la Junta de Con­
ciliación o de funcionarios del Estado. Los líderes de la C TM eran los
principales encargados de someter los conflictos obrero-patronales al arbi­
traje gubernamental. L a oposición a que el gobierno interviniera en los
conflictos y la decisión de los obreros de resolverlos directamente con
los capitalistas, características de los tiempos en que la reorganización sin­
dical se iniciaba y la tormenta popular se iba configurando, pasaban así
a la historia. Entre los trabajadores y los patrones se interponía el Estado,
para regular convenientemente sus conflictos,

Las masas y el mercado nacional


El objetivo fundamental hacia el cual el Estado estaba orientando toda
su actividad era la industrialización del país. Las nuevas fuerzas guberna­
mentales que habían comenzado a actuar durante los días de la recupe­
ración económica, habían comprendido el peligro que representaba, para
su propósito industrializador, el empobrecimiento progresivo de las masas
trabajadoras, provocado por los raquíticos salarios y el deliberado enca­
recimiento de la vida. De esta manera, la política que empezaron a apli­
car las fuerzas emergentes durante el gobierno de Rodríguez estuvo orien­
tada a conjurar ese peligro y a abrir y ampliar el mercado nacional, para
que la industria tuviera una base sobre la cual desarrollarse. Como es
natural, el gobierno de Cárdenas se encontró ante el mismo problema, y
por ello su política estuvo imbuida de la necesidad de m ejorar la situa­
ción económica de las masas obreras y campesinas.
En los círculos oficiales, y entre los capitalistas más avanzados, se con­
sideraba que el problema esencial por resolver, para la implantación y
desarrollo de cualquier industria, era justamente el que se refería a la
limitación del m ercado/8 pues no había suficientes compradores que obtu­
vieran “una variedad racional de artículos” , ni que estuvieran en condi­
ciones de adquirir mercancías de mediana calidad.
L a estrechez angustiosa del mercado —se lamentaban los redactores de
la revista de uno de los bancos más poderosos— no autoriza el estable­

79
cimiento de industrias modernas que suponen una desarrollada división
del trabajo y el empleo de máquinas rápidas que aceleren la produc­
ción.24

En tales condiciones, la industria del país no podría superar su medio­


cridad y modernizarse; se m antendría estancada y con una producción
insignificante, mientras que la mayor parte de la población nacional se­
guiría inmersa en el subconsumo, sustraída a la producción industrial. La
ausencia de un amplio mercado interno se explicaba muy fácilmente, para
Ramón Beteta, si se conocían los salarios de los. trabajadores, pues echa­
ban de ver la imposibilidad de que la clase trabajadora pudiera consumir
productos manufacturados, “aun a bajo precio, ya que sus ingresos apenas
si les permiten mal comer” .*5
Cárdenas, como representante del Estado, entendió que la única m a­
nera de ampliar el mercado interno era la elevación de los ingresos de
los trabajadores. Por esto le preocupó realizar una política de concesio­
nes sociales que beneficiara a los obreros y en la cual su estímulo, o por
lo menos su apoyo a las huelgas, fue muy importante. La promoción del
salario mínimo, su extensión efectiva a la mayor parte de la república,
fue una preocupación permanente del gobierno cardenista, que conside­
raba que con esa medida se podría obtener “una mayor capacidad de
consumo para las clases laborantes en general, que traerá como conse­
cuencia una mejoría estimable en la economía de la nación.”26 Además,
el gobierno subrayó la necesidad de que se defendiera el salario de los
obreros sobre todo en las empresas dominadas por los capitalistas
extranjeros. Esta defensa era “una ingente causa nacional”, puesto
que las grandes compañías imperialistas, a cambio de Jas riquezas que
extraían del país, sólo dejaban “salarios miserables y modestos impuestos
fiscales”.27 Esta política del presidente Cárdenas señalaba una posibilidad
de que la clase trabajadora pudiera adquirir en el mercado productos
que anteriormente no estaban a su alcance. El poder adquisitivo de las
masas, incrementado con el salario mínimo, era esencial —según Cárde­
nas— para el desarrollo de la industria, el avance técnico de la produc­
ción y el fortalecimiento de todo el aparato económico del país.28
O tra de las medidas importantes que el presidente Cárdenas asumió
para combatir la miseria de los trabajadores, fue el acuerdo que obligaba
a los empresarios a pagarles el séptimo día —el día de descanso— y que
motivó la reforma de la Ley Federal del Trabajo. Ésta fue, sin duda, la
más importante de las reformas cardenistas orientadas a mejorar el poder
adquisitivo de los trabajadores; pues al aumentarse el ingreso de los obre­
ros en más del dieciséis y medio por ciento, la dem anda de mercancías
creció en la misma proporción, lo que si no significaba mucho para las
necesidades de la industria, sí, por lo menos, constituía un alivio que per­
mitiría que algunos “talleres que producen rutinariamente a costos muy

80
elevados” pudieran ampliarse y modernizarse/89
El salario mínimo y el pago del día de descanso provocaron muy pronto
el mejoramiento de la situación económica, pues la industria y el comer­
cio se vieron beneficiados y los empresarios empezaron a mostrarse opti­
mistas: el poder adquisitivo más amplio constituyó el verdadero “resorte
de la economía” .'®0 Entonces, algunos capitalistas comenzaron a descubrir
las virtudes de la elevación de los salarios, y empezaron a aceptarla.51 Los
más destacados empresarios textiles expresaron su conformidad de pagar
salarios más altos, pero se lamentaban de que no fuera general el alza y
que sólo afectara a ciertas industrias.32 Los capitalistas agrupados en torno
al Banco Nacional de México consideraban que si a la generalización del
alza de salarios se aunaba una renovación de la maquinaria y de los mé­
todos de producción industrial, la industria se desarrollaría.'33 Como puede
observarse, la política del Estado coincidió con la política de ciertos nú­
cleos empresariales, los cuales se conjugaron para abrir el mercado na­
cional de modo tal que permitiera que la industria se desarrollara. En
1940, el general Cárdenas sintetizó su política, realizada en el sentido in­
dicado, en los términos siguientes:

Los actos de mi gobierno se han inspirado siempre en el deseo cons­


tante y sincero de elevar, por medio de una serie de medidas propias
y sucesivas, la capacidad de consumo de las grandes masas trabajado­
ras y con ello el incremento de la demanda y de la producción na­
cionales.9i

Los círculos gubernamentales entendieron que para impulsar la indus­


tria no se requería proteger principalmente a los industriales mismos. Esto
era algo “demasiado simplista e incompleto” . Más bien, consideraban que

la protección debe estar del lado del obrero, cuyas condiciones de mi­
seria impiden el desarrollo de la industria nacional, a pesar de cual­
quiera otras protecciones que el Estado pueda impartirle.*5

Sin embargo, la política de mejoramiento económico de las masas tra­


bajadoras, que el gobierno cardenista puso en práctica, fue gravemente
obstaculizada por fenómenos característicos de la economía de mercado,
tales como el aumento del costo de la vida y la inflación monetaria.
En efecto, uno de los problemas que tuvo que enfrentar el gobierno del
general Cárdenas, para defender su política destinada a ampliar el mer­
cado nacional, fue el de la elevación constante de los precios de los pro­
ductos básicos para el consumo popular, que desde el primer año de su
sexenio se empezó a manifestar818 y que desde finales de 1936 se desarrolló
de una m anera violenta e ininterrumpida. El alza de los precios tuvo su
origen más inmediato en el precario estado de la agricultura.87 La reduc­

81
ción de la superficie cosechada y ' las malas condiciones .climáticas, entre
1935 y 1939, tuvieron como resultado que la producción de los principales
artículos alimenticios se viera disminuida, y esto se agravó debido a las
exportaciones de maíz.88 Como el proceso de la reforma agraria, al be­
neficiar a los campesinos, provocó el fortalecimiento de la capacidad de
consumo de las masas rurales, buena parte de lo cosechado se quedaba
en los campos, y disminuía así la cantidad de productos que concurrían
al mercado nacional®9 En tales circunstancias, el aumento del poder ad­
quisitivo de los trabajadores asalariados, que se orientó esencialmente hacia
el mejoramiento de su dieta alimenticia, provocó un gran desequilibrio
entre la producción agrícola y los requerimientos del consumo.4* Este des­
equilibrio se extendió a la industria y afectó al comercio. El incremento
del poder de compra hizo necesaria la producción de más mercancías, pero
la limitación de la industria, junto con la “falta de confianza” de los
empresarios para renovarla, impidió que se produjeran en la cantidad ne­
cesaria para cubrir la demanda.41 Tal situación trajo como consecuencia
el ascenso de los precios de los artículos de consumo, pero no afectó a los
de producción.42
Otro de los factores que influyeron en el encarecimiento de la vida fue
la situación monetaria. Las múltiples obras de infraestructura, el reforza­
miento de los organismos oficiales de crédito, la nacionalización de los
ferrocarriles, la expropiación petrolera, etcétera, requirieron fuertes inver­
siones de capital que rebasaban con creces las posibilidades reales del
presupuesto gubernamental. Por ello, el gobierno cardenista recurrió a la
política inflacionaria, es decir, a las emisiones de dinero ;43 éstas fueron
facilitadas con la reforma m onetaria de abril de 1935 que sustituyó a la
moneda de plata por billetes del Banco de México.44 A lo anterior se
aunó el aumento de los salarios y la intensificación de las actividades
industriales (nuevas inversiones en la minería, en los transportes, en la
industria química y en las “industrias de montaje” ).46 Todo esto dio por
resultado un aumento excesivo de pesos en circulación, que se tradujo,
primero, en un abaratam iento de la m oneda y, después de la expropia­
ción petrolera, en su devaluación. De este modo, al bajar la moneda, los
precios se elevaron extraordinariamente.46
Todavía hubo otros factores que agravaron la carestía de la vida, como
fueron el influjo que ejerció la crisis mundial, caracterizada por la guerra,
y la especulación que los empresarios pusieron en práctica. L a especula­
ción que realizaron los capitalistas con los precios de los productos de
primera necesidad alcanzó enormes proporciones. Con la ayuda de los
bancos que otorgaban créditos a los comerciantes, éstos retiraban tem­
poralmente del mercado grandes cantidades de mercancías, en espera de
que subieran los precios.47 Las expectativas en el sentido de que la guerra
provocaría un aumento de la demanda, y consiguientemente de los precios
de las materias primas y de algunos productos alimenticios, estimuló las

82
operaciones especulativas y otro tipo de actividades económicas.48 Al verse
frustradas tales expectativas, los comerciantes que habían hecho compras
especulativas las suspendieron y trataron de deshacerse de los productos
adquiridos, lo cual tuvo repercusiones en los precios.49
El entrelazamiento de los fenómenos esbozados elevó inconmensurable­
mente el costo de la vida de las masas trabajadoras, nulificando los es­
fuerzos que desplegó el gobierno de Lázaro Cárdenas para reforzar el poder
de compra de las mismas®0 De esta manera, el aumento nominal de los
salarios de los trabajadores —con el salario mínimo y el pago del séptimo
día— fue aprovechado en última instancia por los capitalistas para reali­
zar una ofensiva con la elevación de los precios, que no sólo contrajo los
ingresos de las masas a su antiguo nivel, sino que los disminuyó más aún,
empeorando mayormente la situación de miles de obreros no sindicaliza-
dos y no calificados.51 Mientras los salarios de los trabajadores organiza­
dos aum entaron en un 29% entre 1934 y 1940, el costo de la vida ascendió
un 56%. Los no organizados, los burócratas y en general “las clases po­
pulares y campesinas”, se encontraban en una situación más difícil, los
primeros debido a que no tenían la fuerza necesaria para exigir reivindi­
caciones económicas, y los empleados del gobierno porque sus salarios se
mantuvieron estacionarios, e incluso llegaron a retroceder un 20% en
relación a los que percibían en 1930. Además, la mayoría de los traba­
jadores domésticos y del campo no recibían el salario mínimo.52 Ésta era
una situación difícil y contradictoria para las masas trabajadoras, pues no
obstante su derroche de energía, sus imponentes manifestaciones, sus cons­
tantes mítines, sus huelgas cuidadosamente organizadas, y su apoyo a un
gobierno que no se cansaba de proclamar que era “obrerista” y que lu­
chaba por la mayoría de los trabajadores, no obstante todo esto, veían
agravadas sus condiciones de existencia.33 Las masas obreras volvieron a
sumergirse en la miseria, a reducir enormemente su nivel de vida. Pero
con esta situación fructificaron poco los esfuerzos de Cárdenas en pro
del desarrollo del mercado nacional. Como las sobreganancias de los em­
presarios se reinvertían sólo en una mínima proporción, el aumento de
los precios no se tradujo en una renovación de la industria o en su refor­
zamiento con nuevas empresas, sino que significó simplemente la reduc­
ción del poder de compra global.64 Incluso algunos comerciantes que
formaban uno de los sectores privilegiados más beneficiados con la cares­
tía, empezaron a considerar que los negocios estaban siendo afectados por
los altos precios, y echaban la culpa al aumento de los salarios obreros
y al incremento de algunos impuestos, lo que —según ellos— elevaba los
costos.65 El alza aguda de los precios de las mercancías indispensables
para el consumo de las amplias masas de trabajadores, al obligar a éstas
a seguir gastando casi todos sus ingresos en su alimentación, volvía a limi­
tar el mercado interno.
El gobierno cardenista se vio precisado a actuar para detener la ver­

83
tiginosa elevación de los precios. Para lograr esto, en 1937 decidió in­
tervenir contra el acaparamiento y la m ala distribución de productos
agrícolas. Al mismo tiempo, para combatir la acción de los especulado­
res, restringiendo sus labores, acordó fomentar la inversión de capitales
en actividades productivas tales como la agricultura ejidal; reducir el
tipo de interés de los créditos destinados a la producción, elevando los
destinados a los almacenistas acaparadores; organizar a los productores
de los artículos de primera necesidad, protegiendo a los consumidores, a
través de la creación de cooperativas de consumo, e im portar mercancías
en forma regulada por el Estado.56 En 1938, el gobierno creó el Comité
Regulador del Mercado de las Subsistencias, cuyo objetivo, según Cárde­
nas, era m antener “un equilibrio entre los intereses de los productores
agrícolas y los consumidores”. Su función consistió en obtener los produc­
tos de consumo necesario, para venderlos a precios fijos.57
Al mismo tiempo, la carestía de la vida motivó la movilización de los
trabajadores, quienes, de este modo, intentaban defenderse del empobre­
cimiento. Desde principios de 1937, el descontento por la carestía se ex­
tendió a todo el país, y se intensificó la lucha de los obreros y otros nú­
cleos sociales asalariados, realizándose diversas protestas masivas en mu­
chos lugares del país.®8 Para 1940, él descontento prosiguió, y algunos
consideraban que existía el peligro de que se desencadenaran movimien­
tos espontáneos de los trabajadores que pudieran rebasar a las direcciones
sindicales.69 La C TM orientó la acción de los trabajadores y tomó medi­
das encaminadas a atenuar los efectos de la acometida de los precios de
los productos de prim era necesidad. Desde enero de 1937, el tercer con­
sejo nacional de la organización facultó a su dirección para que tomara
medidas enérgicas contra los comerciantes y almacenistas acaparadores,
así como para encabezar la movilización obrera, planteando la necesidad
de que los trabajadores participaran en la determinación de los precios de
las subsistencias, exigiendo que se crearan juntas reguladoras de los pre­
cios. Más tarde integró “tiendas sindicales”, dependientes de las federa­
ciones y los sindicatos, con el propósito de vender las mercancías a pre­
cios bajos, y constituyó comités de lucha contra la carestía.69
El alza de los precios adquirió graves caracteres, pues la carestía de la
vida afectaba por igual a las masas trabajadoras y al mercado nacional.
Los esfuerzos de Cárdenas y la CTM , en términos generales, no tuvieron
resultados positivos inmediatos.

2. APRENDER PARA EL FUTURO

Entre los diversos rasgos que caracterizaron la política del régimen de


Lázaro Cárdenas, tal vez el más novedoso de ellos, el que le dio su sin­
gularidad y lo matizó de un radicalismo que le sirvió para fascinar y
m anipular a las masas y a sus líderes, fue el que dieron la educación

84
socialista, la fraseología radical de sus discursos y de los de sus allegados,
y los experimentos que constituyeron el cooperativismo y la administra­
ción obrera de las empresas.

La capacitación de los trabajadores


Uno de los aspectos más importantes de la “educación socialista” es
el que la caracteriza como una educación para el trabajo. Cárdenas con­
cebía a la escuela como una “escuela activa” y “utilitaria”, que además
de servir como un “laboratorio experimental”, en el que concurrieran
estímulos económicos y sociales, preparara a los alumnos para la produc­
ción.61 De este modo, se podrían “forjar trabajadores aptos” que con­
tribuyeran al desarrroHo nacional. A través de la educación, se desperta­
ría en los jóvenes un interés por la explotación de los recursos naturales
del país, ya fueran agrícolas o mineros, e igualmente por el trabajo en
las fábricas.62 Como puede observarse, la educación socialista obedecía al
propósito de vincular a la escuela con la economía; la enseñanza técnica
pasó a ocupar un prim er plano, pues mediante ella se podría mejorar e
incrementar la producción.63 Así, Cárdenas consideraba conveniente que
en cada centro industrial, y junto a las grandes fábricas, existiera una
escuela técnica para los trabajadores, a quienes el propio Estado se en­
cargó de construir algunas escuelas nocturnas.64
La “educación socialista”, en su puesta en práctica, significó el des­
arrollo de una actividad social por parte delos maestros. El Congreso Na­
cional de Educación Obrera, efectuado en 1937, hizo ver que existía una
enorme confusión entre todos los maestros del país en relación a la edu­
cación socialista Las autoridades educativas daban preferencia a la acción
social que los maestros desplegaban entre losobreros y los campesinos,
entre los escolares y los padres de familia.De esta manera, los maestros
se convirtieron en organizadores de masas y en líderes de núcleos obre­
ros y campesinos, colocándose incluso algunas veces por encima de los
dirigentes sindicales;65 también participaron en la organización de los eji­
dos y en la integración de sociedades cooperativas. M ediante tal activi­
dad o “acción social”, los maestros —sobre todo los maestros rurales— se
transformaron en una fuerza de apoyo del régimen cardenista que contri­
buyó a movilizar a las masas. Justamente su labor como “agitadores so­
ciales”, que los convirtió en un importante factor en la política local, fue
lo que motivó que fueran víctimas de persecuciones y asesinatos, supues­
tamente religiosos, pero que, en el trasfondo, se percibían como represalias
de índole política y social60
En su difusión de la necesidad de la enseñanza técnica, el general C ár­
denas utilizó una fraseología radical. Por eso muchos pensaron que su
propósito era impulsar el desarrollo de México por una vía “no capita­
lista” , e inclusive hacia el socialismo. Cárdenas decía que era indispensa­
ble que las trabajadores mejoraran sus conocimientos técnicos, con el fin

85
de que pudieran prepararse para asumir paulatinam ente la dirección de
fuentes de trabajo que el propio Estado fuera creando.167

Ni la industrialización del país —afirmaba el presidente—, ni mucho


menos, la economía socialista, podrán avanzar sin la preparación técnica
de obreros y campesinos calificados, capaces de impulsar la explora­
ción de nuevas fuentes productivas y de participar en la dirección de
las empresas.68

Sin tal capacitación, los obreros no podrían recorrer el “largo y fati­


goso” camino hacia la administración de las empresas; ésta fue una idea
que los ideólogos oficiosos del régimen se encargaron de propagar y llevar
hasta el extremo de considerar que esa capacitación, esa “educación re­
volucionaria de las masas facilitará el advenimiento de la etapa socialis­
ta” del régimen emergido de la revolución mexicana.69 Las mismas orga­
nizaciones obreras, encabezadas por Lombardo Toledano, aceptaron como
verdadera la imagen ideológica que se difundió, y asumieron como pro­
pia la necesidad de que los obreros se capacitaran previamente, para la
“posesión oportuna de los instrumentos y los medios de producción eco­
nómica”.70

El cooperativismo y la administración obrera


El cooperativismo era uno de los medios que permitirían la capacitación
de los trabajadores; las sociedades cooperativas de producción y las de
consumo serían una escuela viva en la cual los obreros podrían prepa­
rarse para asumir el “dominio integral de los instrumentos de producción”.71
Bajo la dirección del Estado, el cooperativismo transformaría de manera
paulatina el régimen productivo y distribuiría la riqueza entre los que
la creaban directamente,72 y al mismo tiempo permitiría aum entar la
producción. El gobierno cardenista fomentó el sistema cooperativo entre
los obreros, e incluso entre los campesinos73 pero ésta fue una de sus
labores menos afortunadas y algunas veces suscitó, incluso, la oposición
de la CTM .
En relación a las cooperativas, la C TM asumió una posición contra­
dictoria, cambiante, caracterizada por los virajes. En un principio, aceptó
el cooperativismo y estimuló la creación de cooperativas. Después, ante el
claro fracaso de éstas, terminó por oponerse a ellas de manera categórica,
aunque hizo algunas concesiones a Cárdenas en lo que se refiere a tal
cuestión. En algunos conflictos huelguísticos, las organizaciones cetemistas
exigían que las empresas pasaran a manos de los obreros, ya que los
patrones se negaban a aceptar sus reivindicaciones o no estaban en condi­
ciones para ello. De este modo, algunas empresas pasaron a poder de los
obreros,74 aunque, por lo general, eran empresas en decadencia, pequeñas
fábricas sin ninguna importancia y con m aquinaria anticuada, o que se

86
encontraban en regiones carentes de m ateria prim a y mercados, e incluso
de fuerza motriz.7® Esto era, según los Weyl, un verdadero “recurso de
salvamento”, pues al invertir dinero, a través del Banco Nacional Obrero
de Fomento Industrial, en las instalaciones abandonadas o sin perspecti­
vas de seguir siendo explotadas por los capitalistas, el gobierno impedía
que los obreros fueran a engrosar el ejército de desocupados.7®
En su afán organizativo, el general Cárdenas estableció en la ley de
cooperativas la obligación de que éstas se organizaran en federaciones, las
cuales deberían constituir una confederación nacional.77 Para lograr esto,
la C T M integró una comisión de asuntos cooperativos, la cual desplegó
una actividad tendiente a la formación de un frente único de cooperativas
de todo el país. En 1939 firmó un pacto con la Liga Nacional de Socie­
dades Cooperativas, pero pronto surgieron problemas que impidieron que
el frente único se volviera realidad.78
Las sociedades cooperativas, fueron objeto de constantes controversias
y su función estuvo muy lejos del modelo ideológico que propagandizaron
Cárdenas y diversos representantes de los círculos gubernamentales. El
objeto de las cooperativas de consumo era contribuir a mejorar el rendi­
miento del salario de los trabajadores, poniendo a su disposición mercan­
cías a bajos precios. Sin embargo, como sus escasos recursos económicos
les impidieron cumplir con su misión, e incluso estaban en condiciones
inferiores en relación a los dueños de las pequeñas tiendas, fracasaron sin
remedio.79 Por su parte, las cooperativas de producción también fueron
un completo fracaso. La falta de dinero también las afectó: los trabaja­
dores no solamente no mejoraron sus ingresos, sino que los vieron dismi­
nuir. En casi la totalidad de las sociedades cooperativas, los obreros per­
cibían menos salarios (anticipos) que en las empresas capitalistas, y eran
frecuentes los casos de trabajadores que tenían que soportar varias sema­
nas sin recibir un centavo. Además, casi en ninguna cooperativa los obre­
ros disfrutaban del pago del séptimo día, ni de vacaciones ni de ninguno
de los beneficios alcanzados por los sindicatos.80 Incluso se dieron casos
de algunos patrones que entregaron factorías a los obreros para que orga­
nizaran cooperativas, pero quedando como intermediarios que se encar­
garían de proporcionar la materia prima indispensable al proceso pro­
ductivo y que, además, recibirían los artículos producidos como pago de
la m ateria prima. De esta manera, los obreros seguían dependiendo de
sus antiguos patrones tanto técnica como comercialmente, pero ahora con­
vertidos en una especie de “maquiladores” .8,1
La anterior situación evitó que fuera tom ada en serio la idea carde­
nista que presentaba al cooperativismo como un medio eficaz para la trans­
formación económica, amén de benéfico para los obreros. Las organiza­
ciones obreras y sus líderes se vieron orillados a aceptar la realidad del
cooperativismo. A las sociedades cooperativas llegaron a considerarlas ins­
trumentos del capitalismo, auxiliares de la gran producción dominada por

87
las empresas extranjeras.82 En el contexto de relaciones sociales domina­
das por la economía de mercado, era natural que las cooperativas se
vieran determinadas por esas relaciones, arrastrando a los obreros, impreg­
nándolos con el espíritu de la ganancia. Más aún, y esto es esencial, las
cooperativas no se habían organizado de modo independiente, como un
impulso de las masas trabajadoras en movimiento, sino "desde arriba” ,
por Ja promoción y bajo el control gubernamentales. Las cooperativas,
más que ser una expresión de la lucha obrera, constituían empresas capi­
talistas colectivas83 que el Estado utilizó para reforzar su control sobre los
trabajadores. Incluso algunos consideraban, acertadamente, que la coope­
rativa corrompía a los obreros que la dirigían y obstaculizaba el desarrollo
de la conciencia de los trabajadores.84 La CTM , en las circunstancias es­
bozadas, se vio en la necesidad de oponerse a la organización y estímulo
de las cooperativas de producción, aunque terminó por someterse a la
política de Cárdenas, acordando fomentar las cooperativas de consumo y
aceptando casos “verdaderamente ineludibles” que obligaran a la cons­
titución de cooperativas de producción.85 El cooperativismo agrario o cam­
pesino, que Lombardo identificaba con la producción ejidal, no fue ob­
jetado nunca.80
Junto con el cooperativismo, el gobierno cardenista consideró la admi­
nistración obrera de las empresas como una medida que satisfacía plena­
mente las necesidades de las masas y un avance “hacia una democracia
de trabajadores” . U na enorme campaña de propaganda recorrió todo el
país, con el propósito de que los obreros aceptaran e hicieran propia esa
imagen,87 destinada a aum entar el prestigio del gobierno entre las m a­
sas. Alguno de los apologistas del régimen habla escrito:

¡ Sí, cam arada obrero, cam arada campesino, con Cárdenas serás engrane
en el proceso de producción, polea y dinamo, pero también manejarás
la caja fuerte de tu fábrica!88

T al imagen, que se difundió con el cooperativismo —en sus tiempos de


ascenso—• y se intentó reforzar con la administración obrera de las em­
presas, coloreaba al gobierno con un tono socializante, que le permitió
estrechar su control sobre una clase obrera condicionada para ellos por
sus líderes y organizaciones. En 1938, aludiendo a las cooperativas, a la
administración obrera de los ferrocarriles y a la participación de los tra­
bajadores en la administración dei petróleo recién expropiado, Cárde­
nas hablaba de que se estaba creando un nuevo sistema en la producción
económica nacional.89
El primero de mayo de 1938, el gobierno cardenista entregó al sindicato
ferrocarrilero la administración de los Ferrocarriles Nacionales de México,
con lo que se constituyó la administración obrera. En su breve gestión el
Departam ento Autónomo de Ferrocarriles, creado a partir de su nacio­

88
nalización, no había sido capaz de atenuar el estado de quiebra en que
se encontraba la empresa ferroviaria. Ahora correspondería al sindicato
el intento de hacer avanzar a esa negociación.®0 Como en el caso de las
cooperativas, la administración obrera fue instaurada desde arriba y el
Estado se reservó poderes ilimitados para controlar la labor del sindicato,
el cual se convirtió en un simple “servidor” de una empresa que era
“patrimonio de la nación” .®'1 Es decir que los trabajadores no asumieron
la propiedad de los bienes del sistema ferrocarrilero, sino que sólo se con­
virtieron en auxiliares del Estado.*2 No obstante lo anterior, las organi­
zaciones sindicales aceptaron el experimento ferroviario y expresaron su
apoyo al STFRM , tomando tal ensayo como una especie de reto que les
permitiría demostrar su capacidad técnica para el manejo de industrias
importantes. Era la prueba de fuego de los sindicatos, y el triunfo de la
administración obrera sería un jalón hacia el socialismo. El líder máximo
del movimiento obrero organizado, Vicente Lombardo Toledano, pro­
clamaba el propósito de su organización de participar en mayor escala
en la dirección y administración de la economía nacional, y subrayaba que
precisamente lo que diferenciaba a la CTM de las organizaciones obreras
anteriores era tal participación en la economía. Débiles indicaciones aler­
taban al sindicato ferroviario para que “siguiera en su puesto”, como re­
presentante de los intereses de los trabajadores.83
Sin embargo, la euforia que siguió a la instalación de la administración
obrera se fue desvaneciendo paulatinamente, hasta trocarse en una franca
frustración, motivada por los múltiples problemas que surgieron y por el
resultado de la administración sindical. L a bancarrota en que se hallaban
los Ferrocarriles Nacionales constituyó un grave obstáculo para su des­
arrollo, El equipo de los ferrocarriles era anticuado y viejo; los talleres,
las vías, los materiales y herramientas para reparación, se encontraban en
pésimo estado. Además, había que pagar a los capitalistas extranjeros una
deuda de varios millones de dólares, la cual se incrementó con la deva­
luación del peso;94 se pagaban importantes impuestos y constituían un
enorme peso a las tarifas de privilegio que disfrutaban, para trasladar sus
mercancías en el ferrocarril, las compañías mineras norteamericanas y, en
general, todos los empresarios que exportaban, tarifas que no pudieron ser
suprimidas por la administración sindical, debido a la oposición del go­
bierno cardenista. Lo anterior impidió que se pudiera mejorar el estado
financiero de la empresa.05 No obstante tal situación, los administradores
sindicales efectuaron, al año de entrar en funciones, un pago de veinte
millones de pesos a sus acreedores imperialistas, lo que provocó duras crí­
ticas, pues además de que hacía mucho tiempo que el gobierno y sus
antiguos co-accionistas habían suspendido los pagos, el dinero que se en­
tregó a los capitalistas extranjeros se requería con urgencia para mejorar
las vías y el equipo ferroviario.00 Tal pago se pudo realizar a costa de los
sacrificios de los trabajadores, pues en algunos casos se aumentó el ritmo

89
y el tiempo de trabajo, sin el correspondiente pago extra:97
En realidad, la administración sindical se burocratizó y pronto empezó
a degenerar. Los dirigentes obreros se encontraban en una situación con­
tradictoria: al mismo tiempo que debían representar a los trabajadores,
eran los defensores y propulsores de los intereses de la empresa; de esta
manera, la mayoría de las veces se preocuparon más por el desarrollo de
los ferrocarriles que por las reivindicaciones de las masas obreras, convir­
tiéndose en un auxiliar de la explotación de éstas y empeorando sus con­
diciones de vida y de trabajo.88 L a IV convención del STFR M decidió
utilizar para otros gastos varios millones de pesos que se habían designado
anualmente para cubrir las demandas pendientes desde la frustrada huelga
de 1936, lo que provocó que un grupo de ferrocarrileros apedreara el
edificio sindical y hubiera intentos de paro entre los oficinistas y patieros
que exigían el mejoramiento de sus salarios. Con motivo de los constan­
tes accidentes ferroviarios, motivados por las pésimas condiciones de las
vías, el sindicato acordó, como sanción, facilitar el despido de los tra­
bajadores. Incluso se dio el caso de que los ferrocarrileros de alguna sec­
ción no secundaran un paro general, con el pretexto de que no podían
perjudicar a la administración. En el caso de los petroleros, cuyo sindicato
colaboraba con el gobierno en la administración del petróleo, la situación
fue más grave, pues se prohibió todo movimiento de huelga en la indus­
tria petrolera.99
Como puede observarse, la administración obrera afectó considerable­
mente a los trabajadores, quienes vieron reducidos sus derechos sindicales
y agravada su situación económica. En el contexto de las relaciones capi­
talistas, éstas impregnaron a la administración sindical y determinaron las
relaciones que se entablaron entre los obreros y los nuevos administrado­
res, quienes se preocuparon esencialmente por la obtención de ganancias,
tal y como lo hace cualquier empresa dominada por el capital.100 Como
la administración sindical fue producto de la decisión del Estado, que se
reservó la propiedad de los bienes, y como los dirigentes obreros carecían
de independencia, el experimento no significó un fortalecimiento de los
trabajadores ni el desarrollo de su conciencia de clase. El gobierno car­
denista, al dar al sindicato la empresa ferrocarrilera para que la admi­
nistrara, fortaleció su prestigio entre las masas y aumentó su control sobre
un núcleo de trabajadores cuya disidencia podría paralizar el sistema
vital de los transportes y, con ello, gran parte de la economía del país.
La forma en que procedió el gobierno dio mucho que hablar, pues algu­
nos notaron que en las empresas administradas por los trabajadores él se
reservaba el control y el dominio. P ejaba toda la responsabilidad al sindi­
cato, cuando se trataba de empresas en bancarrota, como es el caso de
los ferrocarriles — para no hablar de las cooperativas—, y, en cambio,
participaba más directamente en la administración cuando la industria
tenía buenas perspectivas, dejando al sindicato un papel secundario, como

90
fue el caso del petróleo nacionalizado, en el que se estableció una admi­
nistración mixta.101 Tanto en los ferrocarriles como en el petróleo, la par­
ticipación del sindicato y la colaboración de los trabajadores fue decisiva,
pues sin ella el servicio de los ferrocarriles se hubiera paralizado y la
industria petrolera no hubiera podido avanzar y desarrollarse.102
Con la administración obrera, los trabajadores fueron manipulados y
tuvieron que sentirse engañados o por lo menos invadidos por la frus­
tración. En la atmósfera quedaron las palabras que uno de los econo­
mistas ligados al régimen escribió en el momento de la nacionalización
de los ferrocarriles:

La entrega de una empresa prácticamente en quiebra, para que la ad­


ministren los obreros a base de penosas renunciaciones, para hacer que
siga de mal en peor, no es una labor revolucionaria, porque ello im ­
plica el sabotaje a la clase obrera, condenándola a un fracaso seguro.
Los obreros cometerían una torpeza imperdonable, como la han venido
cometiendo pequeños núcleos al tom ar a su cargo negociaciones en
quiebra, que son verdaderos desechos del capitalismo, y un sindicato
de la categoría del de los trabajadores ferrocarrileros no debe ni puede
incurrir en tal error.103

La administración sindical había fracasado no obstante los esfuerzos y


sacrificios de los trabajadores. Éstos mostraron su capacidad para dirigir
grandes compañías, esenciales en el desarrollo económico del país, pero
los ferrocarriles estaban demasiado aferrados al fondo del abismo para
que fructificara la labor obrera. El fin de la administración obrera y la
reorganización de los Ferrocarriles Nacionales que el gobierno impulsó,
clausuraron los experimentos sociales mediante los cuales supuestamente
se deslizaría la clase obrera hacia la posesión de los instrumentos de pro­
ducción y hacia una democracia de trabajadores.
Pero no todo fue gris en el cooperativismo y en la administración obrera
de las empresas, pues independientemente de las consecuencias negativas
que trajeron consigo, la experiencia y la capacitación técnica de los tra­
bajadores constituyeron frutos estimables.104 En realidad, el principal obs­
táculo para que las cooperativas y, sobre todo, la administración sindical
se pudieran desarrollar y convertir en potentes organismos de poder obre­
ro, fue la situación misma en que se encontraba el movimiento de los
trabajadores: la falta de conciencia de éstos, su dominio por los líderes
sindicales subordinados a la política oficial, su manipulación y control
por parte del Estado. No cabe duda de que la lucha de los obreros fue
un elemento esencial, que hizo que el presidente Cárdenas asumiera la
política que lo impulsó a poner en manos de los sindicatos la responsa­
bilidad de algunas empresas, pero la decisión dependió de la actitud
presidencial. El movimiento de los trabajadores carecía de independencia,

91
por lo que no estaba en condiciones de imponer, a través de la lucha, sus
propias decisiones, de las que incluso carecía. La administración obrera
no fue una entidad autónoma regida internamente por la libre determi­
nación de los obreros, dentro de la cual éstos pudieran nom brar a sus
dirigentes e imponer, democráticamente, el rumbo que quisieran a su
gestión. La administración obrera fue, más bien, la acción de camarillas
de líderes burocratizados, dependientes del Estado y cada vez más aleja­
dos de su base social y de los intereses de las masas.105

“Hacia una democracia de trabajadores”


D urante los años del cardenismo, la necesidad de que los trabajadores
se capacitaran se convirtió en una idea importantísima, que los círculos
oficiales y los líderes obreros presentaron como una verdadera panacea
para abrir las puertas del poder a las masas asalariadas. L a educación
socialista, el cooperativismo y la administración obrera de las empresas
proporcionarían a los trabajadores la experiencia y Jas enseñanzas que
les permitirían deslizarse suavemente, de manera paciente y tenaz, hacia
la posesión de los medios de producción. El camino hacia la emancipa­
ción era largo y fatigoso, y sólo capacitándose podrían recorrerlo los
obreros. Las masas trabajadoras fueron impregnadas con la idea de que
necesitaban prepararse técnicamente, aprender para un futuro lejano y
nebuloso en el que, “oportunamente” —como decían Lombardo y demás
líderes sindicales cetemistas—, asumirían la responsabilidad del poder. Pero
tras el radicalismo cardenista se revelaba con nitidez su verdadero signi­
ficado: el “poder obrero” que propugnaba Cárdenas tenía por objeto con­
vertir a los obreros y campesinos en “guardianes” del régimen establecido,
y sus “facultades” serían exigir “el cumplimiento de las leyes avanza­
das” y combatir “a los malos funcionarios que se aparten de ellas”.106
El “poder municipal” que, a través del PNR, Cárdenas ofreció a todos los
trabajadores, así como el cooperativismo y las administraciones obreras,
en ningún momento significaron un fortalecimiento autónomo de los tra­
bajadores, la acumulación primitiva de fuerzas que permitiera su des­
arrollo y cohesión como un poder independiente del Estado, capaz de
avanzar por su propio camino. Al contrario, el radicalismo cardenista tuvo
claros propósitos de manipulación, tanto para controlar políticamente a
las masas trabajadoras, evitando su insurgencia, como para utilizarlas para
vencer las resistencias que dificultaban su obra, destinada a impulsar la
industrialización del país. La “defensa de las leyes”, en efecto, fue uno
de los medios de que Cárdenas se valió para movilizar a las masas y con
ello, obligar a los patrones reticentes a que mejoraran los salarie» obreros
y, consiguientemente, el mercado nacional. Y, como lo hemos examinado,
el cooperativismo y la administración obrera sirvieron tanto para reforzar
el control de los trabajadores, como para que se mantuvieran en funcio­
namiento industrias en bancarrota, con lo que se evitaba el incremento

92
del desempleo, se m antenía cierta producción y el sistema ferroviario —ar­
tería de la economía— continuaba funcionando.
La educación de los trabajadores que el Estado promovió no significó
la comprensión, por parte de aquéllos, del mundo en que vivían y de
los modos de actuar necesarios para transformarlo, sino que constituyó una
educación técnica, una capacitación que la industria requería para me­
jorar sus sistemas productivos y sus rendimientos. La propaganda oficial
y los líderes de la C TM y el partido comunista se encargaron de presen­
tar al régimen establecido como el mejor de los mundos posibles, como
la etapa necesaria, ineludible, fatal, previa al socialismo, que identifica­
ban arbitrariam ente con la “democracia de trabajadores” que Cárdenas
proclamó.107 Las milicias obreras que la C TM empezó a organizar desde
193810S fueron consideradas como el signo inequívoco de que el país m ar­
chaba hacia un nuevo régimen social, pero incluso las milicias no consti­
tuyeron otra cosa que un medio más de manipulación, un juego inofen­
sivo que se sometía sin problemas y se ponía a las órdenes del Estado, y
lo reforzaba. Los obreros hacían deporte y marchaban con sus fusiles de
m adera en los vistosos desfiles del 20 de noviembre, o en otras fechas
recordables, confiados en que el “ejército del pueblo” sabría utilizar sus
armas auténticas cuando los enemigos acecharan.109 Nunca los obreros
habían perdido de modo tan radical su independencia; nunca habían sido
subordinados al Estado tan completamente. Los obreros marchando con
fusiles de palo en apoyo del régimen imperante constituyeron la imagen
más patética de su enajenación, de la pérdida de la heroica tradición de
lucha de los obreros rojos de los años veinte, de su sujeción al Estado ca­
pitalista.

3. EL IM P U L S O AL CAPITALISM O

Desde el triunfo de la revolución de 1910, el nuevo Estado desplegó una


política destinada a impulsar el desarrollo de la industria. La crisis eco­
nómica que estalló en 1929 había puesto al Estado en una encrucijada,
pues mientras la misma crisis mundial había creado condiciones para que
la producción interna se incrementara, renovándose la industria y perfec­
cionando su funcionamiento, la política anticrisis que el gobierno llevó a
cabo se apoyó en la superexplotación de los trabajadores, cerrando así
las posibilidades del mercado nacional. L a situación de compromiso que
se pretendía estabilizar en el campo,- concillando los intereses de los ha­
cendados con los de millones de campesinos sin tierra, con jornales mise­
rables o sin empleo, sellaba sin remedio el futuro de la industrialización,
pues de ese modo la mayor parte de la población seguiría al margen del
mercado. El control de las más importantes ramas de la economía por
parte de los grandes monopolios imperialistas, que explotaban parte de
los recursos naturales del país en función de sus particulares intereses,

93
era también un obstáculo para el desarrrollo económico de México, pues
impedía que se pudieran canalizar esos recursos para el progreso de la
industria instalada en el país. El nuevo gobierno que se inició en diciem­
bre de 1934 se encargaría de superar la encrucijada, abriendo la brecha
para facilitar que las fuerzas económicas se conjugaran en la tarea de
impulsar decisivamente la industrialización del país, el progreso del ca­
pitalismo.

El Estado y la industrialización
En México, como en otros países de América Latina, ante el ra­
quitismo de la burguesía, el Estado se destinó a sí mismo la función
de regulador de los intereses sociales y promotor del desarrollo eco­
nómico. Desde los primeros años posrevolucionarios, los círculos gobernan­
tes fueron desarrollando al Estado como un incomparable instrumento que
sentaba las bases de la economía, facilitando y estimulando —con obras
públicas, impuestos, etcétera— el desenvolvimiento de las actividades pro­
ductivas. El Estado utilizó todo su poder para imponerse a la sociedad,
colocándose aparentemente por encima de todas las clases. En realidad,
su labor estuvo destinada a promover los intereses de una clase, aquella
que integraban los industriales y comerciantes, los banqueros y financieros,
etcétera, es decir, los capitalistas, ya fueran nacionales o extranjeros. Para
ello se valió de la clase obrera y los campesinos. Poco a poco, la economía
del país fue recobrándose de la tempestad revolucionaria y los enrique­
cidos generales y políticos revolucionarios fueron a fortalecer a la clase
que poseía los medios y los instrumentos indispensables para la produc­
ción. L a consolidación del poder del Estado, la creación de mecanismos
financieros y la labor destinada a construir la infraestructura económica,
hicieron avanzar a la industria.
El gobierno de Lázaro Cárdenas acentuó la intervención del Estado en
la economía y aceleró el ritmo del desarrollo económico, transformando
la anacrónica estructura del campo, desatando fuerzas que le permitieron
ampliar la base de Ja economía y perfeccionar las instituciones e instru­
mentos que dejarían libre de escollos el camino a la industrialización.
Desde el Plan Sexenal del partido oficial se expuso el propósito de re­
forzar el papel del Estado como regulador de las actividades económicas,110
y en su cam paña electoral y en sus actividades de gobierno Cárdenas
lo reafirmó. El presidente consideraba que era esencial observar “el pro­
blema económico en su integridad”, para que, de este modo, se pudieran
vincular los diversos sectores productivos.

Sólo el Estado —decía— tiene un interés general, y, por eso, sólo él


tiene una visión de conjunto. L a intervención del Estado, ha de ser
cada día mayor, cada vez más frecuente y cada vez más a fondo,

94
para coordinar todos los esfuerzos, con el propósito de crear una economía
nacional.^11-1 De esta manera, el Estado pudo avanzar en la realización de sus
objetivos.
Las organizaciones obreras integradas a la C TM y el partido comunista
apoyaron incondicionalmente la intervención del Estado en la economía.,
e incluso el fracaso del cooperativismo y la administración obrera los
condujo a plantear la necesidad de que el Estado am pliara su intervencio­
nismo, ofreciéndole su colaboración para que consolidara su papel econó­
mico.112
U na de las medidas esenciales asumidas por el gobierno cardenista para
abrirle camino a la industria fue la reforma agraria. Para Cárdenas, el
reparto de tierras debía resolver el “problema económico” de las masas
rurales, permitiéndoles elevar su nivel de vida, atendiendo a su alimenta­
ción y su vestuario.113 El aumento de la producción agrícola proporciona­
ría a los campesinos los recursos para adquirir artículos manufacturados.
De esta manera, al mismo tiempo que se increm entaría la producción con
la reforma agraria, se estarían creando “necesidades y exigencias” que
podrían vitalizar “nuestra economía interior” .114 Como se deduce de lo
que antecede, para el presidente la reforma agraria obedeció “a la inapla­
zable exigencia de dar una base de sustentación económica casi a las tres
cuartas partes de la población activa” .115 Esto es: la reforma agraria tuvo
como uno de sus fines aum entar el poder adquisitivo de las masas del
campo. Debido a que la mayoría de los habitantes del país dependían de
la agricultura, era justamente en el campo en donde urgía que el poder
de compra se incrementara, y tal urgencia se convirtió en el “centro de
gravedad del desarrollo industrial de México”.116
En efecto, la reforma agraria que Cárdenas realizó durante su gobierno
tuvo la virtud de proporcionar ingresos a los campesinos, quienes, al con­
vertirse en consumidores de productos manufacturados, contribuyeron a
ampliar el mercado nacional,’ innumerables regiones del país abrieron sus
puertas de par en par y a través de ellas se empezaron a introducir mer­
cancías distintas de las agrícolas. L a industria y el comercio comenzaron
a sentir los efectos positivos de la reforma agraria, incrementando sus
actividades,117 aunque la carestía de la vida retrasó la consolidación del
nuevo mercado.
Junto con la ampliación del mercado —en gran medida potencial—, la
reforma agraria trajo consigo la movilidad de la fuerza de trabajo, que
pudo trasladarse a otros centros productivos, tales como la industria.118
De esta manera, el mercado de fuerza de trabajo incrementaba considera­
blemente su oferta, y por ello los empresarios tenían más posibilidades de
seleccionarla y de aum entar el número de sus obreros, ampliando sus ins­
talaciones o creando otras fábricas para cubrir las necesidades del nuevo
mercado.
Además de transformar la estructura rural, acabando en lo fundamental

95
con la situación de compromiso que hasta entonces existía, ya que el poder
de los hacendados fue gravemente minado (aunque persistieron algunos
núcleos de ellos), la reforma agraria se orientó hacia la modernización
de los métodos productivos y de los canales de distribución agrícolas, pues
— como afirmó Cárdenas— el estado rudim entario en el que se encontra­
ba la mayor parte de la agricultura se traducía en una producción insu­
ficiente para satisfacer las necesidades del país.119 Así, el gobierno se dis­
puso a ampliar el crédito a los campesinos dotados con tierra, a incre­
mentar las obras de irrigación, a construir caminos que vincularan las
zonas productivas a los centros distribuidores del mercado, a impulsar la
tecnificación de la agricultura.120 L a C TM planteaba al gobierno la nece­
sidad de que se industrializara completamente el campo, de modo tal
“que cada campesino se convierta en breve plazo en un obrero calificado
de la agricultura” .121 El Estado inició la tendencia a capitalizar el campo.
L a reforma agraria cardenista fue esencial para el desarrollo industrial
del país, pero no resolvió en definitiva el problema agrario. A partir de
1938, disminuyó el ritmo del reparto de tierras, se empezaron a conceder
certificados de in afectabilidad a pequeños propietarios y ganaderos, y cam­
pesinos de diversas regiones se quejaban de que se estaban devolviendo
tierras a los hacendados.122 Tam bién se denunciaba que, en regiones como
La Laguna, el Banco Nacional de Crédito Ejidal utilizaba a los antiguos ca­
pataces de los hacendados para dirigir los ejidos. Hubo otras denuncias simi­
lares.123 Además, el problema más grave era que el latifundismo seguía en
pie. Los campesinos ejidatarios constituían un núcleo minoritario, poseían
poca y mala tierra y no se beneficiaban con las obras de riego. U na publi­
cación oficial concluía en 1940:

Después de 25 años de reforma agraria y a pesar de los intensos esfuer­


zos desarrollados en la distribución de tierra en el último sexenio, Méxi­
co sigue siendo un pueblo de latifundistas.124

En realidad, destruidos los más importantes latifundios, en su mayoría


en manos de extranjeros que orientaban su producción hacía el exterior
del país, liberadas grandes cantidades de fuerza de trabajo que se enca­
minarían a los centros industriales, los restantes latifundios podrían irse
transformando poco a poco o podían coexistir sin dificultad con la nueva
estructura del campo, y más si introducían métodos modernos de cultivo.
L a reforma agraria que el Estado llevó a cabo también tuvo funciones de
manipulación y control de las masas de ejidatarios y jornaleros agrícolas.
Los lazos que sujetaban a los campesinos al Estado volvieron a anudarse
fuertemente, conjurándose la insurgencia que se había estado gestando
durante los años de la crisis económica. Con la reforma agraria y la orga­
nización oficial de las masas rurales, el Estado logró pacificar el país125
y aumentar, consolidándola, su dominación sobre las masas campesinas.

96
Con la reforma agraria, la industrialización obtuvo una base funda­
m ental para desarrollarse, pero fue sólo una de las medidas que el Estado
adoptó durante la época cardenista, para sentar en definitiva las bases
materiales del México industrial. Para lograr esto, el gobierno de Cárdenas
sabía que era necesario que todas las fuerzas productivas del país se con­
jugaran para intensificar la producción, y que al mismo tiempo el Estado
redoblará las actividades que tendieran a desarrollar la industria.138
Entre las necesidades más urgentes se encontraba la ampliación de las
comunicaciones del país, a la que estaba estrechamente ligada la expan­
sión del mercado, pues sin esas comunicaciones muchas regiones del país
continuarían aisladas o la introducción de mercancías seguiría siendo di­
fícil y aun arriesgada, ya que los pésimos caminos podrían ocasionar su
pérdida. De esta manera, el gobierno prosiguió intensificadamente la cons­
trucción de carreteras y de nuevas vías férreas.327 Al mismo tiempo, me­
joró los servicios de correo, telégrafo, teléfono, vías aéreas, y los muelles
de los puertos.128 Se construyeron obras hidráulicas y se creó la Comisión
Nacional de Electricidad, para que regulara e impulsara el desarrollo de
la electrificación del país, básica para las actividades productivas.1'29 Toda
esta labor no sólo robusteció la infraestructura indispensable para el desa­
rrollo de la industria, sino que, aunada a la construcción de edificios, al
dar empleo a muchísimos obreros, aumentó el poder adquisitivo de las
masas y además provocó la mejoría de los negocios, pues las construccio­
nes que realizó el Estado requerían acero, hierro, cemento, puertas, ven­
tanas, etcétera, con lo que incrementaron sus ventas las empresas que ela­
boraban tales productos. Como las obras públicas se convirtieron en un
factor importante para la economía, algunos las empezaron a considerar
“la ‘cuerda’ del relojito económico nacional”.130
El gobierno cardenista también puso en práctica medidas arancelarias,
con el propósito de proteger a la industria instalada en el país, salvándola
de la competencia de las mercancías provenientes de las metrópolis im­
perialistas. Al mismo tiempo, facilitó la importación de los materiales y
equipos que la industria requería para su desarrollo y modernización; es­
timuló el surgimiento de nuevas industrias, concediéndoles facilidades para
su instalación y eximiéndolas de impuestos; derogó el impuesto sobre ex­
portación de capitales, con el propósito de que los capitalistas extranjeros
se animaran a invertir en el país, y concedió otro tipo de ayuda y subven­
ciones, destinadas a estimular la industrialización.181 Tam bién creó el Ban­
co Nacional Obrero de Fomento Industrial, para organizar el crédito des­
tinado a la industria, y el Banco Nacional de Comercio Exterior, que
funcionó “como una especie de acumulador de divisas que [■•-]. se em­
pleaba para la importación de productos industriales necesarios al país”.182
Con la labor que el Estado desplegó, la industrialización del país tuvo
las mejores condiciones para desarrollarse, y esto, efectivamente, se tra­
dujo en un progreso de la industria. L a expansión de la industria se

97
expresó en el aumento de la producción manufacturera, de los obreros
ocupados en las fábricas, de la participación de la industria en el ingreso
nacional e, incluso, en el incremento de los impuestos provenientes de
ese sector productivo.183 L a diversificación industrial se percibía en el he­
cho de que en 1940 había disminuido la importancia de las industrias de
alimentación y textil, y aumentado, en cambio, el valor de los productos
de la industria química y siderúrgica. Además, numerosas industrias nue­
vas empezaron a funcionar.184 Como puede observarse, empezó a fructi­
ficar la política que el gobierno se había trazado para impulsar la indus­
trialización del país, aunque, como hemos explicado ya, la producción
industrial fue insuficiente para cubrir las necesidades del mercado y la
carestía de la vida no le permitió ir muy lejos.
El estallido de la segunda guerra mundial fue considerado por el go­
bierno, por algunos capitalistas e incluso por la CTM , como la gran opor­
tunidad de que el país impulsara su desarrollo industrial, intensificando
las actividades productivas con la finalidad de aprovisionar al país y ex­
portar cantidades de los productos requeridos por la contienda bélica.135
L a C TM , a través de su líder máximo, Lombardo Toledano, se convirtió
en la principal crítica de la neutralidad del gobierno de Cárdenas y
exigió en todos los tonos la intervención de México en el conflicto inter­
nacional y la declaración de guerra a las potencias fascistas. Según Lom­
bardo, la participación en la guerra provocaría un impulso formidable del
desarrollo económico nacional, por las ventas de mercancías que podría
lograr.136 Sin embargo, tales expectativas no se tradujeron en realidad du­
rante los últimos años del gobierno cardenista, aunque la guerra sí pro­
vocó, de inmediato, un incremento del comercio con Estados Unidos,
tanto en la exportación como en la importación,107 lo que reforzó aún
más los lazos que sujetaban al país al imperialismo norteamericano.
El Estado promovió la industrialización para convertir a México en
un moderno país capitalista. Al realizar tal labor, coadyuvó al desarrollo
de la clase social privilegiada, cuyos integrantes, nacionales y extranjeros,
vieron incrementadas y protegidas sus actividades industriales, comerciales
o financieras. Al mismo tiempo se consolidó el capitalismo de Estado. Al
construir la infraestructura económica nacional y perfeccionar los meca­
nismos del crédito, el Estado sentó la base material para que los capita­
listas pudieran desarrollar sus intereses. Ni las huelgas, ni el salario mínimo
y el pago del día de descanso, ni la reforma agraria, ni, en fin, la protec­
ción de los trabajadores en sus conflictos con los empresarios, afectaron
en realidad a éstos; la ampliación del mercado interno y el mejoramiento
y unificación de las condiciones de trabajo, constituyeron el resultado
objetivo de la “radical” política de reformas sociales que el gobierno de
Cárdenas puso en práctica.

98
Misión socicd del empresario
El gobierno de Cárdenas no estuvo en contra del capitalismo ni de los
capitalistas; por el contrario, corno hemos visto, los protegió y promovió
su desarrollo y fortalecimiento. La radical fraseología oficial que conta­
minó la atmósfera política del país y los enfrentamientos de Cárdenas con
ciertos núcleos de empresarios, particularmente el motivado por el con­
flicto en Monterrey, sucedido en febrero de 1936, dieron lugar a leyendas
ideológicas cuya finalidad era presentar al gobierno y, en particular, al
presidente, como enemigos acérrimos del capital, como propugnadores de
un orden social no capitalista, cuya tendencia era la socialización de los
medios de producción. Sin embargo, la realidad histórica es nítida y nos
permite penetrar hacía una situación diferente de la declamatoria. Cuando
Cárdenas crítica el paro de los empresarios o el abandono temporal de
la producción de ciertas fábricas, está preocupándose por que la economía
del país no sufra perturbaciones que podrían poner en peligro o retrasar
el desarrollo global de la industrialización. En su preocupación por aumen­
tar la capacidad productiva del país, el gobierno cardenista se vio obligado
a combatir todo aquello que se oponía a su objetivo.
Cárdenas, como representante del Estado, tuvo que combatir e incluso
afectar a ciertos patrones intransigentes, incapaces de comprender la ne­
cesidad de aliviar la situación de los trabajadores, con el propósito de
mejorar el mercado nacional. Les exigió el acatamiento de las leyes del
salario mínimo y del pago del séptimo día, y les hizo ver que ellos tam ­
bién necesitaban “disciplinarse” al Estado, sometiéndose a sus decisiones.138
Pero esto, cuando mucho, dañaba ligeramente el interés privado de algu­
nos empresarios aislados, que no los intereses generales capitalistas. El
gobierno de Cárdenas se enfrentó a sectores particulares de la burguesía,
para someterlos y obligarlos a colaborar al desarrollo global del capita­
lismo en México. Lo que Cárdenas quería era suprimir el abuso de los
empresarios y liquidar sus privilegios exagerados,139 los cuales, al traducirse
en la superexplotación de los obreros y en intervención patronal en las
organizaciones sindicales, podrían provocar la explosión violenta de las
masas.'140
En realidad, el gobierno quería que los capitalistas comprendieran la
necesidad que tenía el Estado de realizar su política “obrerista”, para
impulsar el desarrollo industrial; que los patrones acataran sin problemas
las leyes y se dedicaran a hacer progresar la produción de sus negociacio­
nes. Tal era la " misión social" que el Estado designó a los empresarios,
que el gobierno de Lázaro Cárdenas se esforzó por explicar y que algunas
veces tuvo que imponer enfrentando a los patrones las masas obreras mo­
vilizadas.343 Los capitalistas que entendieron la conveniencia de aceptar
su “misión social” no solamente no tuvieron problemas con el Estado, sino
que merecieron garantías, estímulos y protección.14,2 Entre quienes aceptaron

99
la política del gobierno cardenista, tal vez los más avanzados fueron los
empresarios aglutinados en tom o al Banco Nacional de México, uno de
los bancos más antiguos y poderosos. En su publicación mensual, expre­
saban una clara comprensión de las causas que determinaron la política
de reformas sociales del gobierno, asi como de los posibles efectos benéfi­
cos que traía o podía traer consigo. Aceptaron y aplaudieron la adopción
del salario mínimo y del pago del séptimo día; se explicaron las huelgas
a la m anera de Cárdenas y se convirtieron en promotores de la política
de conciliación de clases que caracterizaba al Estado.143 Sabían bien que
tal política no sólo no afectaría al capitalismo, sino que, contribuyendo a
crear el urgente mercado nacional, lo impulsaría. Las obras públicas del
gobierno reforzaban la convicción de los banqueros de que se encaminaban
hacia el progreso económico. Sólo protestaban de que las reivindicaciones
obreras fueran “exageradas” algunas veces, y por ello le recordaban al
gobierno de Cárdenas que en México seguía existiendo un régimen capi­
talista, de modo que era necesario frenar a tiempo a los trabajadores y
dar más garantías a los empresarios, para que incrementaran sus ganan­
cias.144
La política del Banco Nacional de México expresa claramente a quié­
nes beneficiaba más la labor del gobierno y hacia dónde se orientaba la
política de Cárdenas. Éste también se preocupó por impulsar la organiza­
ción patronal, haciendo obligatorio el ingreso de toda empresa de cierta
dimensión a alguna de las asociaciones nacionales que había por toda la
república, las cuales se aglutinaron en la Confederación de Cámaras
Industriales y en la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio,
cuya misión sería “mantener un puente entre el gobierno y las empre­
sas”.145 De esta manera, el gobierno de Cárdenas podía hacer realidad
su propósito de mantenerse en contacto directo con los empresarios, para
así poder “conocer sus problemas”, contribuir a resolverlos y lograr su
“positiva y leal colaboración”,146 al mismo tiempo que los presionaba
para que aceptaran su política. Evidentemente, el Estado estaba reco­
rriendo el camino correcto que le permitiría obtener su buscada base so­
cial propia, su base de clase. Al fin, después de un largo recorrido, el
Estado y la burguesía se encontrarían para m archar juntos y conducir al
país, aceleradamente, por la senda del capitalismo.

La nueva dependencia
Dentro de la política que el gobierno de Cárdenas desplegó para im ­
pulsar el desarrollo capitalista del país ocupan un lugar destacado la nacio­
nalización de los Ferrocarriles Nacionales y, principalmente, la expropia­
ción de los bienes de las compañías petroleras. Tales medidas, por lo de­
más, son consideradas como manifestaciones cimeras del nacionalismo del
Estado mexicano.

100
El 23 de junio de 1937, el presidente Cárdenas decretó la expropiación
de los intereses minoritarios de los Ferrocarriles Nacionales de México,
pertenecientes a capitalistas extranjeros, con lo que pasaron al completo
control gubernamental. Entre las causas que determinaron tal medida esta­
ban: a] el estado de quiebra de la empresa, el cual ponía en peligro el
desenvolvimiento de la economía del país, pues tendía a paralizar el vital
servicio del transporte ferroviario, dado que las vías y el equipo de los
ferrocarriles no se renovaban ni ponían en buenas condiciones; b] la sitúa- ,
ción jurídica de la empresa, controlada por los capitalistas extranjeros,
que no le permitía al gobierno exigirle su colaboración en la política eco­
nómica, mediante tarifas adecuadas; c] imposibilidad del gobierno para
arreglar la deuda de los ferrocarriles; y d] la imposibilidad gubernamental
para iniciar la reorganización del sistema ferroviario de acuerdo a las
necesidades de la economía nacional.1,47 L a enorme deuda de los ferro­
carriles tendía a crecer cada vez más, no sólo debido a los intereses, sino
también por la devaluación del peso, pues los acreedores imperialistas po­
dían exigir los pagos en dólares. Como los bienes de la empresa se encon­
traban hipotecados, cada millón de pesos que el gobierno invirtiera en el
mejoramiento de las líneas ferroviarias beneficiaría a los capitalistas acree­
dores, quienes podrían exigir el aumento del monto de los pagos.148
La nacionalización de los ferrocarriles dejó pendiente el pago de la
deuda con sus intereses acumulados y el Estado pudo trabajar en el
desarrollo del sistema ferroviario de acuerdo a las necesidades económicas
del país. Esto era fundamental, pues los ferrocarriles se habían trazado
de acuerdo a los intereses de los capitalistas norteamericanos, quienes los
concibieron como una prolongación de los de Estados Unidos, y las cuotas
diferenciales de transportación, al mismo tiempo que beneficiaban a la
minería — en manos también del capital norteamericano—, gravaban a la
agricultura, la industria y el comercio con tarifas elevadas. La política
cardenista de estímulo al desarrollo económico requería abrir nuevas líneas
ferrocarrileras y proteger las actividades productivas y comerciales, con­
cediéndoles medios baratos para el traslado de sus mercancías a diversos
lugares de la república.149 De este modo, la nacionalización de los ferro­
carriles fue una respuesta a tal requerimiento de la política de impulso
del desarrollo económico.
L a expropiación petrolera fue, sin duda, el acontecimiento más impor­
tante y significativo del gobierno de Cárdenas. Con ella, el Estado se
enfrentó al capital imperialista de viejo cuño, pudo redefinir, en la rea­
lidad, las relaciones de dependencia con respecto a la potencia hegemónica
del sistema capitalista mundial, y logró una im portante base para hacer
avanzar la industrialización de México. Las compañías petroleras repre­
sentaban una forma de explotación organizada bajo los exclusivos intere­
ses y necesidades del capital imperialista, cuyo aparato productivo estaba
sustraído a la economía nacional y disfrutaba de fuerza de trabajo barata

101
y de privilegios que permitieron su desarrollo con ganancias considerables
para los capitalistas.350 Los exiguos salarios que pagaban a los trabajadores
y los impuestos que el Estado cobraba a las empresas petroleras repre­
sentaban muy poco para el desarrollo industrial nacional y, por supuesto,
eran insignificantes en relación a la magnitud de sus ingresos, los cuales
se expatriaban.151 Además, lo que era muy importante, las compañías
petroleras habían actuado en la política nacional, fomentando facciones
rebeldes al régimen, presionando al gobierno para evitar que afectara sus
privilegios1'52 y saboteando la organización de los trabajadores.153
El conflicto entre los trabajadores petroleros y las compañías se tradujo
en un énfrentamiento entre éstos y el Estado. Desde antes del laudo de
la Junta de Conciliación y Arbitraje, las empresas petroleras desplegaron
una campaña propagandística destinada a desprestigiar a los trabajadores
y a su sindicato, y en octubre de 1937 iniciaron una ofensiva financiera
contra el gobierno de Cárdenas, retirando sus fondos de los bancos y
pretendiendo crear un clima de desconfianza entre los capitalistas nacio­
nales y extranjeros, para que im itaran su actitud, con el propósito de
afectar la m oneda y la situación financiera del Estado. Esta ofensiva pro­
dujo la fuga de capitales y la disminución de la reserva monetaria del
Banco de México, y fue un factor esencial en la devaluación del peso.134
Su negación a aceptar el fallo de la Junta, que las condenaba a cumplir
las reivindicaciones obreras, y su rebeldía, condujo al gobierno de Cárde­
nas a decretar la narionalización de los bienes de las empresas petroleras.
Ésta fue, según parece confirmarlo la actitud del propio gobierno, una
m edida extraordinaria, dictada por las circunstancias, a la que Cárdenas
unió la proclamación de que ninguna otra empresa capitalista sería afec­
tada en sus bienes e intereses, cualquiera que fuera la esfera productiva
en la que se desenvolviera.1’55 En realidad, parece que Cárdenas sólo desea­
b a que la industria petrolera se integrara a la economía nacional, para
lo cual mayores impuestos y salarios constituirían un paso importante.15'8
No tenía una disposición manifiesta a enfrentarse al imperialismo naciona­
lizando también las compañías mineras, eléctricas, etcétera, que se encon­
traban en manos de los monopolios imperialistas. L a promoción de las
inversiones de capital extranjero que se intensificó a partir de la expropia­
ción petrolera y su oposición a que la administración obrera de los Ferro­
carriles Nacionales aum entara las tarifas del transporte, las cuales afecta­
rían básicamente a los capitalistas mineros norteamericanos, hablan con
claridad de la actitud del gobierno respecto al imperialismo. El Estado
trabajaba para desarrollar la economía del país y en esto tenía cabida el
capital extranjero. En realidad fue la actitud instransigente de los empre­
sarios del petróleo la que condujo al gobierno cardenista al 18 de marzo.167
Además de m antener la validez de las leyes nacionales, Cárdenas esgri­
mió como principal causa de la expropiación petrolera el abandono de
la producción por parte de las compañías, el cual podría haber provocado

102
“la paralización de los medios de transporte, de las industrias y demás
actividades económicas fundamentales”.158 Esto era muy importante, pues
precisamente una de las consecuencias de la expropiación fue permitir al
gobierno desarrollar la industria petrolera conforme a las necesidades eco­
nómicas del país. L a posesión de los energéticos constituyó una magnífica
base para impulsar la industrialización, y las ganancias que antes expor­
taban los petroleros se quedarían en el país, beneficiando a los capita­
listas instalados en México, tanto nacionales como extranjeros, quienes
podrían percibir más ganancias, directa e indirectamente, o sea, en forma
de productos petrolíferos más baratos o a través del mercado.159 Aunada
a lo anterior, la expropiación petrolera trajo consigo la disminución de las
reformas sociales y, como ya lo anotamos, el aumento de la actividad del
Estado orientada a atraer capitales para acelerar el desarrollo capitalista
de México.160
La expropiación de los bienes de las empresas petroleras terminó por
ser aceptada por el gobierno de Estados Unidos, que sostenía la roosevel-
tiana política del New Deal y contemplaba la perspectiva de la ya cercana
guerra mundial. La política de acercamiento al gobierno norteamericano
que Cárdenas desplegó, así corno su oposición a las potencias fascistas y
sus constantes declaraciones de apoyo a los “países democráticos”, en una
atmósfera de guerra internacional, fueron elementos decisivos en la solu­
ción pacífica del conflicto petrolero.
La expropiación petrolera motivó enfrentamientos con los capitalistas
extranjeros y con el gobierno norteamericano, que se encontraba tras ellos.
El joven Estado mexicano, a través de los diversos gobiernos que surgieron
de la revolución de 1910, había venido desplegando desde los años de la
contienda arm ada una política orientada a reformular sus relaciones con
los capitalistas extranjeros; política que en realidad significaba una re-
formulación de las relaciones de dependencia. México, país atrasado y con
una economía dominada por el capital imperialista, necesitaba impulsar
su desarrollo industrial para así poder hacer efectiva su autonomía política
que las fuerzas gobernantes venían afirmando, sobre todo, desde el triunfo
de la revolución y la constitución del nuevo Estado que habría de asumir
funciones de empresario, convirtiéndose él mismo en un gran capitalista
y en el principal propulsor del desarrollo económico. El capital extranjero
predominante en el país contribuía bien poco a la industrialización: ex­
portaba sus sobreganancias, sin reinvertirlas en la renovación o ampliación
de los equipos productivos, dejando solamente salarios e impuestos redu­
cidos, y exigía privilegios que permitieron aum entar sus ingresos, convir­
tiéndose muchas veces en un obstáculo para la acción del gobierno.161
Si el Estado no podía suprimir el capital extranjero, sí por lo menos
se planteó la necesidad de suprimir sus privilegios, obligarlo a someterse
a las leyes nacionales y al Estado mismo y hacerlo renunciar a la protec­
ción del gobierno de su país de origen. De esta manera, los capitalistas

103
extranjeros, sobre todo los norteamericanos, participarían en el desarrollo
económico nacional.1®2 El gobierno de Cárdenas no hizo sino proseguir
la política que, en relación al capital extranjero, había inaugurado Venus-
tiano Carranza. El desarrollo industrial del país —objetivo de la revolu­
ción— requería recursos financieros en gran escala, que no se encontraban
disponibles en suficiente cantidad entre los burgueses nacionales ni en las
arcas del Estado. Por eso el gobierno acudió a los capitalistas que prove­
nían de los países dominantes, particularmente de los Estados Unidos,
exhortándolos a que invirtieran en el país. En innumerables ocasiones,
Cárdenas expresó que el nacionalismo económico de su política no impli­
caba “una actitud de puerta cerrada o de hostilidad” hacia los empresa­
rios extranjeros, señalando que el gobierno no era “enemigo” de ellos,
pues sus inversiones en el campo productivo beneficiaban la economía,
por lo que serían recibidos con beneplácito. Sólo que esperaba que los
capitalistas tuvieran una nueva actitud, aceptando las leyes del país, sin
que exigieran que se Ies concedieran privilegios que los colocaran por en­
cima de los propios burgueses nacionales, y que aportaran su capital para
impulsar “el desenvolvimiento de los recursos del país con la cooperación
del trabajador”, esto es: de sus asalariados.1®3 De este modo, los grandes
inversionistas podrían obtener buenas ganancias, las cuales estarían' prote­
gidas por el Estado. Como hemos visto, Cárdenas, aun en el momento de
la expropiación petrolera, ofreció plenas garantías a los capitalistas extran­
jeros que se sometieran voluntariamente a las leyes y se adaptaran “a las
exigencias de su programa” ; la derogación del antes mencionado im­
puesto a la exportación de capitales, las facilidades para la constitución
de empresas y otras garantías y estímulos, fueron utilizados por el gobierno
cardenista para atraer al capital extranjero.^54
La política que el Estado había venido desplegando desde la revolución
fructificó con la expropiación petrolera y la labor cardenista de estímulo
a las inversiones de capital. El gobierno adquirió el derecho a someter
a sus leyes a los capitalistas extranjeros y a tratar con cierta autonomía
con el gobierno de Estados Unidos, es decir, con la potencia imperialista
de ja cual nuestro país depende. L a expropiación petrolera no implicó la
ruptura de la dependencia de México respecto a los Estados Unidos, la
superación de su subordinación. La guerra mundial provocaría un mayor
acercamiento del Estado mexicano a los Estados Unidos, estrechando aún
más su dependencia económica respecto al mismo, debido a que los merca­
dos europeos a los que había recurrido quedarían clausurados. La inver­
sión de capital norteamericano en el país se redoblaría. L a tradicional
dominación del imperialismo en México, caracterizada por la economía
de enclave que explotaba los recursos naturales del país, sería sustituida
por una penetración en la industria, que sería impulsada. México seguiría
exportando materias primas, pero ya no compraría a los monopolios im­
perialistas sólo productos m anufacturados para consumo inmediato, sino

104

i
que adquiriría bienes industriales que permitieran el desarrollo de la eco­
nomía nacional y dieran, al mismo tiempo, una modalidad a la dependen­
cia de México respecto al imperialismo.1,0&
Mas el resultado anterior fue posible, en gran medida, debido a la po­
lítica de masas que el gobierno de Cárdenas puso en práctica. Gomo es­
cribió León Trotsky:

En la medida en que el principal papel en los países atrasados no es


jugado por el capitalismo nacional sino por el extranjero, la burguesía
nacional ocupa, en el sentido de su posición social, una posición m u­
cho menor de la que corresponde al desarrollo de la industria. En la
medida en que el capital extranjero no im porta trabajadores sino que
proletariza a la población nativa, el proletariado nacional pronto em­
pieza a jugar un papel más importante en la vida del país. En estas
condiciones, el gobierno nacional, hasta el grado en que trate de mostrar
resistencia al capital extranjero} está competido en un grado mayor o
menor a apoyarse en el proletariado™®

Las palabras anteriores dejan traslucir las razones de la política de masas.


Las amplias masas de trabajadores movilizadas en favor de la expropia­
ción petrolera fueron, sin duda, un apoyo incomparable al gobierno carde­
nista. Éste las enfrentó a los capitalistas petroleros y al imperialismo norte­
americano, quienes temieron el empuje imponente de los miles de obreros
y campesinos puestos en movimiento. La nacionalización de los ferrocarriles
y el petróleo, así como la participación, en términos convenientes para el
gobierno, del capital extranjero, fueron esenciales para el impulso del ca­
pitalismo, y en ese resultado fue determinante la nueva política que las
nuevas fuerzas gubernamentales empezaron a desarrollar desde 1933.

105
IV. LA R EV O LU C IÓ N PO R ETAPAS
Y EL FREN TE POPULAR

En el desarrollo de su política de masas, el gobierno del general Lázaro


Cárdenas tuvo un poderoso apoyo, sin el cual difícilmente hubiera logrado
movilizar a los trabajadores y subordinarlos al Estado, reforzando su do­
minación. Nos referimos a las fuerzas que de modo general se denominan
de izquierda, las cuales estaban representadas por el Partido Comunista de
México y por Vicente Lombardo Toledano, líder carismático que se con­
virtió en el máximo dirigente, después de Cárdenas, de la clase obrera
mexicana. L a actividad de Lombardo y el Partido Comunista Mexicano,
su posición respecto al gobierno cardenista y su política, fueron esenciales
en el fortalecimiento y consolidación del régimen establecido.

1. LA POLÍTICA DEL PCM

Con el inicio del gobierno cardenista, el PCM concluyó su periodo de


clandestinidad, al que había sido lanzado en 1929, y volvió a actuar libre­
mente. El movimento de reorganización sindical que se inició en 1933
le había permitido influir en ciertos núcleos obreros, y por ello su orga­
nización sindical, la CSUM, se convirtió en una de las centrales más
importantes, junto con la CGOCM . Al comienzo, el PCM asumió una
actitud de franca oposición e incluso frente al nuevo gobierno caracterizó
a éste como fascistizante. Consideraba que la fraseología socialista de Cárde­
nas era sólo un medio a través del cual pretendía “domesticar a los obre­
ros y crear organizaciones sindicales gubernamentales”.1 Con motivo de la
crisis de junio de 1935, el PCM , arrastrado por los acontecimientos, se
insertó en el proceso político cardenista, pero mantuvo sus reservas res­
pecto a Cárdenas, planteando que las diferencias entre éste y Calles “no
son esenciales en cuanto que son sólo diferentes formas de gobernar y
de presentarse ante el p u e b l o De este modo, el partido m antenía respec­
to al gobierno una cierta independencia aunque ésta era muy empírica y
más que obedecer a la comprensión del régimen imperante, era producto
de la política de la Internacional Comunista, que el PCM seguía al pie de
la letra.3
Sin embargo, fue corto el tiempo que el PCM conservó su relativa;
autonomía respecto al gobierno, pues su política fue radicalmente afectada
por el V II Congreso de la Internacional. En el movimiento comunista
mundial Stalin había logrado imponer su hegemonía, extendiendo a todos
los partidos afiliados a la Comintern el monolitismo político, teórico y

106
organizativo que impuso en el interior de la URSS. L a teoría staliniana
del “socialismo en un solo país” identificó la seguridad del Estado sovié­
tico con los intereses de la revolución internacional, lo cual implicó la
completa subordinación burocrática del proceso revolucionario de los diver­
sos países a los dictados de la burocracia stalinista, particularm ente a las
necesidades de la política exterior de la Unión Soviética.4 Ante el fracaso
de la política ultraizquierdista que la Comintem aplicó desde 1928, fa­
cilitando la subida de H itler al poder, y, sobre todo, ante el peligro de
que la guerra que la Alemania nazi preparaba se dirigiera contra la
URSS, Stalin asumió, en 1935, la política de organizar amplios frentes
que aglutinaran a todos aquellos que estuvieran interesados en conservar
la paz. Esto trajo consigo la colaboración de clases, que la Internacional
se encargó de poner en práctica. T oda la política y la actividad de los
partidos comunistas tendrían que desarrollarse en función del “objetivo
supremo” del momento: la lucha por la paz y la defensa de la URSS.6
T al fue la nueva táctica que adoptó el V II Congreso de la Internacional
staliniana. La nueva consigna sería realizada por los diversos partidos co­
munistas. que enfocarían todas sus energías a la organización de relucien­
tes frentes populares, los cuales lucharían contra el fascismo y la guerra
y pugnarían por la defensa internacional de la Unión Soviética. Sólo un
pequeño núcleo revolucionario al margen de la Comintem, encabezado
por León Trotsky, se opuso a esta táctica y la combatió.6 Francia y Es­
paña serían los ejemplos más catastróficos y dramáticos de la política del
frente popular, como Alemania lo había sido de la anterior política de la
Internacional Comunista, que se basaba en la “inminencia” de la crisis
definitiva del capitalismo mundial.

La justificación del frente popular


Como todos los partidos comunistas del mundo el PCM dependía estre­
chamente de la Internacional, y por ende los dictados del V II Congreso
constituyeron la señal para el viraje político. L a delegación mexicana al
congreso mencionado, integrada por H ernán Laborde, Miguel A. Velasco
y José Revueltas, fue la encargada de delinear la nueva política en una
carta al comité central del partido. En ésta, fechada en octubre de 1935, se
criticaba la posición que el partido había adoptado respecto al gobierno de
Cárdenas, y se afirmaba que el PNR no sólo no era fascista —como
había sido caracterizado— , sino que agrupaba en su seno a sectores de
la burguesía industrial y comercial que luchaban, aunque con vacilaciones
y compromisos, por desarrollar una economía nacional independiente del
imperialismo, y también a “elementos pequeñoburgueses”, obreros y cam­
pesinos. El Plan Sexenal de gobierno significaba la posibilidad de conti­
nuar “las reformas de 1917”, el favorecimiento del capital nacional y,
además, tendía a “asegurar al PNR una base de masas por medio de

107
concesiones importantes a los obreros, campesinos y pequeña burguesía
urbana” . Al gobierno los delegados lo consideraban “nacional-reformista”,
opuesto al imperialismo, y censuraban a la dirección del partido por haber
sostenido que eran secundarias las diferencias entre Galles y Cárdenas.7
El gobierno cardenista, según la mencionada delegación, se enfrentaba a
graves peligros, pues el imperialismo y la “reacción callista” intentarían
derrocarlo para im plantar una dictadura que aboliera las conquistas del
proletariado. Esto lo podría evitar “sólo un poderoso movimiento popu­
lar de grandes masas” que apoyara “las medidas antimperialistas y anti-
rreaccionarias del gobierno de Cárdenas” . Así, el partido comunista debe­
ría rectificar su actitud y apoyar “expresa y categóricamente” la política
gubernamental.8
Como podemos apreciar con nitidez, lo que los delegados comunistas
planteaban significaba avalar la política del gobierno. Con el apoyo,
tal política habría de fortalecerse. A la política de masas cardenista se
aunaría la política frentepopu lista, proporcionándole a aquélla una co­
bertura para m anipular a las masas obreras, que se encontraban bajo el
influjo del país del socialismo y los movimientos que en Francia y España
se presentaban bajo el signo del frente popular. Los métodos políticos y
organizativos que conllevaba la táctica de la IC serían aprovechados por
el Estado mexicano, cuyo gobierno transformaría a su partido, andando el
tiempo, en un supuesto frente popular, dentro del cual enclavaría a las
masas, aturdidas por la atmósfera frentepopulista.
La delegación mexicana al V II Congreso de la Comintern concluyó su
crítica a los planteamientos y actitud de la directiva del PCM —de la
cual los delegados eran miembros prominentes— presentando como tarea
central del partido la creación de un amplio frente popular antimperíalis-
ta, integrado por todas las organizaciones obreras, campesinas y de otro
carácter, incluido de modo principal el PNR. Para llevar a cabo su tarea
central, el Partido Comunista de México debería fortalecer el Comité
Nacional de Defensa Proletaria, asegurar la realización del congreso uni­
tario que constituiría a la C TM y “transformarse de pequeña organiza­
ción de propaganda en un partido que organice y dirija grandes masas”
y pudiera conquistar la hegemonía en el movimiento obrero.9 El partido
tenía que 4‘abrir de par en par sus puertas” para que todos los obreros,
campesinos, estudiantes, etcétera, ingresaran en él, e intentaría reclutar
a “los mejores miembros” de los partidos y organizaciones que participa­
ran en el frente popular. De pasada, sin detenerse a reflexionar sobre sus
palabras, los delegados mexicanos a la Internacional advertían al PC que
no cerrara los ojos “ante el riesgo de que el partido comunista se disol­
viera en el grandioso movimiento de masas que esta nueva política puede
y debe desencadenar en México, el riesgo de que se quede a la cola de la
burguesía nació nal”.10
La política esbozada fue asumida plenamente por el PC mexicano, que

108
fue desvaneciendo sus críticas al gobierno de Cárdenas y su relativa inde­
pendencia respecto al mismo. La visión que del país tenían los comunis­
tas, y su idea del proceso revolucionario, fueron los justificantes teóricos
del frente popular y sus implicaciones. P ara la sección mexicana de la
tercera Internacional, en 1910 había comenzado una revolución nacional
y democrática cuyos objetivos eran la destrucción completa del latifundio;
la reconquista de las fuentes de riqueza que se hallaban en poder de los
capitalistas extranjeros, para poder impulsar el desarrollo económico in­
dependiente del país; la mejoría de las condiciones de vida de los traba­
jadores, las libertades democráticas, el fortalecimiento de las organizacio­
nes sindicales y la educación de los obreros, con el propósito de que
pudieran “conducir más adelante la revolución”.11 Con el gobierno de
Lázaro Cárdenas, las fuerzas revolucionarias alcanzaban cierta madurez
y se configuraban tanto las condiciones necesarias para el avance de la
“revolución nacional-democrática”, como el empeño de integrar elementos
que permitirían pasar a una “etapa superior33 de la revolución y encami­
narse hacia el socialismo.12 De este modo, la tarea fundamental del PCM
en esa “etapa3’ revolucionaria era la lucha contra el imperialismo, para
lograr la emancipación nacional, y contra el régimen “semifeudal” que,
según los comunistas, predominaba en el país. Debía entregarse la tierra
a los campesinos; al mismo tiempo, el partido pugnaría por el mejora­
miento de la condición de las masas.18
La política asumida condujo al PCM a identificar sus tareas y objeti­
vos con los objetivos y tareas del gobierno cardenista, orientados al des­
arrollo industrial de México (el cual, por supuesto, no era sino el desarro­
llo capitalista del país). Con el argumento de la lucha contra el imperia­
lismo y de la necesidad de organizar el frente popular, el partido staliniano
se iría plegando a la política estatal y colaboraría a movilizar las masas
en apoyo de la labor del gobierno y en defensa del régimen establecido.
Su concepción mecánica de la revolución, a la cual dividían en “etapas33
que deberían cubrirse paulatina e ineluctablemente, si quería llegarse a
la revolución socialista, matizó toda su actividad. La emancipación de
México respecto al imperialismo, el desarrollo de la industria —el cual
implicaba que se efectuara la reforma agraria— y la consolidación de un
régimen de libertades políticas que permitiera el despliegue del movimien­
to obrero, constituían los objetivos revolucionarios del momento, según el
PCM. Logrado lo anterior, no antes, existirían condiciones para avanzar
hacia una etapa más elevada de la revolución que guiaría al país rumbo
al socialismo.
T al teoría de la revolución por etapas —una visión que la Internacio­
nal misma impuso a nivel mundial— marcó de modo decisivo la política
y la práctica cotidiana de los stalinistas mexicanos, y fue determinante en
la carencia de una perspectiva revolucionaria propia de la clase obrera.
La incomprensión de la posibilidad, e incluso de la necesidad, de realizar

109
una revolución dirigida por la clase obrera, que al mismo tiempo liberara
al país del imperialismo y ejecutara los objetivos “capitalistas” — reforma
agraria, industrialización, sobre todo—, sin detenerse en esto, sino, al con­
trario, prosiguiendo en el logro de los objetivos de la revolución socialista,
fue esencial en la subordinación de los comunistas al gobierno y en el
dominio estatal de los trabajadores. U n análisis de la política del PCM
nos perm itirá comprobar tal aserto.
Para llevar a cabo su tarea central, el partido comunista consideraba
indispensable que se integrara un "frente único de lucha del pueblo todo”,
es decir, un frente popular, puesto que el proletariado no era capaz por
sí mismo de detener el ataque de las muy poderosas fuerzas contrarrevo­
lucionarias :

Ningún sector aislado del pueblo —decía Laborde, secretario general


del partido— es bastante fuerte para rechazar por sí solo un ataque de
la contrarrevolución, cuando la contrarrevolución tenga detrás toda la
m aquinaria del imperialismo yanqui.14

Éste fue un argumento repetidamente esgrimido por los dirigentes del


PCM, quienes de hecho, difundiendo una política de miedo al imperia­
lismo y de impotencia de la clase obrera, dificultaban a ésta adquirir con­
fianza en sus propias fuerzas. En vez de que el partido impulsara, a las
masas hacia adelante y les explicara que el enemigo no es omnipotente
sino que se encuentra “desgarrado por contradicciones” ,15 las intimidó,
las hizo dudar de su energía y, apelando al temor, les ofreció como única
salvación la política frentepopulista. De esta manera, para impulsar la
revolución nacional antiimperialista, supuestamente imprescindible para
“liberar al país de la opresión extranjera” y consumar así una “etapa
forzosa” de la revolución mexicana, el PCM aconsejaba el frente popular.
El partido señalaba que tal revolución requería ser dirigida y organizada
por el proletariado,16 pero tal deseo fue una m era proclamación que el
desarrollo de la política del PC hizo irrealizable.
El PCM se preparó para desplegar la tarea que la Internacional Comu­
nista había puesto a la orden del día, justificándola con ciertas argumen­
taciones teóricas. Como en los demás países, los vientos del fre n te popular
envolvieron a México y los comunistas se dispusieron a acrecentar su
influencia al abrigo de la atmósfera internacional, caracterizada por la
consolidación del fascismo, la inminencia de la guerra y el ascenso mun­
dial de la lucha de las masas trabajadoras, así como por la crisis del
movimiento comunista expresada en el robustecimiento del monolitismo
staliniano.
Tal y como lo planteó la Comintem, el frente único obrero fue consi­
derado por los partidarios de Stalin como el núcleo del frente popular,
como la base sobre la cual podría aglutinarse a todos los “sectores na­

110
cionales” susceptibles de integrarse a la lucha. El grado de cohesión de la
unidad de los trabajadores determinaba las capacidades del proletariado
para avanzar hacia la revolución. Por esto, la unidad sindical debería
imponerse sobre todas las pugnas o diferencias de grupo. “Ante todo la
unidad”, “la unidad por encima de todos los obstáculos” ; éstas eran las
consignas que los staJinistas mexicanos esgrimían.17 Creada la CTM , el
PC pugnaría por la unidad de tal central con otros sindicatos indepen­
dientes, pues consideraba que su fracaso significaría el debilitamiento del
régimen cardenista. Dados Jos caracteres “semicolo niales” del país, el mo­
vimiento obrero no sólo tendría que satisfacer sus intereses particulares,
sino que también defendería “los intereses de toda la nación”. Así, el fren­
te único de los trabajadores aunaría sus fuerzas a Jas de los campesinos
unificados y a las de la llamada clase media, que necesitaba organizarse,
para apoyar y reforzar al PNR y “defender con éxito la revolución ame­
nazada” .18 Lia plataforma política que el PC propuso para el frente po­
pular tendía a impulsar el desarrollo capitalista independiente del país, a
promover la lucha contra la guerra y contra las organizaciones fascistizan-
tes que había en México y a fomentar la solidaridad con los pueblos opri­
midos bajo el fascismo, en alianza con los movimientos antimperialistas.19
Sin embargo, la política y los propósitos de los comunistas no fructifi­
caron debido a la hostilidad de la CTM y el PNR, organizaciones que se
empeñaron en limitar la influencia del PCM y que, en cambio, aprove­
charon la actividad de éste y el clima internacional favorable al frente
popular para fortalecer al régimen e impulsar el desarrollo del partido
del gobierno. Las dificultades principales con las que tropezó el PC se
concentraron en la C TM y fueron determinantes en la evolución de los
staliníanos y en su sometimiento al gobierno de Cárdenas y a la propia
directiva de la central.
El partido comunista había estado reaJizando entre los sindicatos una
labor que le permitió adquirir una influencia considerable en alguos nú­
cleos obreros, particularmente de Nuevo León y la región de L a Laguna.
Asimismo, se atrajo Ja simpatía y el apoyo del Sindicato Mexicano de
Electricistas y del sindicato ferrocarrilero. Pero su actividad fue obstacu­
lizada desde el principio por Fidel Velázquez, impuesto mediante una
transacción como secretario de organización y propaganda/20 Éste desplegó
una labor tendiente a reducir la influencia de los comunistas, utilizando
métodos de imposición de directivas en los sindicatos y federaciones y de
desconocimiento de las directivas controladas o influidas por los stalinia-
nos. L a hostilidad del grupo de Velázquez hacia los miembros del PCM
provocó graves conflictos que se extendieron a toda la república, acom­
pañados por denuncias del PC en el sentido de que tal grupo representaba
una tendencia derechista que pretendía la completa subordinación de la
C T M aJ cardenismo, “olvidando o negando la necesidad de la independen­
cia política del movimiento obrero y el carácter condicional del apoyo del

111
proletariado al gobierno de Cárdenas” . Tal estado de cosas desembocó en
la escisión de la C TM durante su IV consejo nacional, efectuado durante
los últimos días de abril de 1937. Algunas de las delegaciones más num e­
rosas e importantes abandonaron al consejo como protesta contra los mé­
todos antidemocráticos que el grupo de Velázquez había introducido a la
C T M con la tolerancia del secretario general Lombardo Toledano, pues
se había llegado al grado de impedir la permanencia, en la mencionada
asamblea, de algunas representaciones desligadas de la facción fidelista.21
A la ruptura siguió una violenta polémica entre los tres secretarios que
salieron del consejo junto con las delegaciones disidentes, y el comité na­
cional dirigido por Lombardo, es decir, los cuatro secretarios restantes.22
El comité lomba rdista actuó a la ofensiva suspendiendo a los secretarios
inconformes —Juan Gutiérrez, Miguel A. Velasco y Pedro Morales— ;
acordó que

se procurase evitar que en las direcciones de los sindicatos, uniones y


federaciones, figurasen miembros del partido comunista, y en caso de
que los hubiera se procurase sustituirlos^3

presionó a las organizaciones que abandonaron la asamblea para que re­


gresaran y empezó a integrar nuevas organizaciones que sustituyeran a las
que protestaron contra los métodos opresivos y antidemocráticos del grupo
de Fidel Velázquez. Por todo el país repercutieron tales acontecimientos
y los choques entre las facciones opuestas sólo concluyeron con la rectifi­
cación del PCM.
Como los sucesos del IV consejo rompían el frente único que el general
Cárdenas, había auspiciado desde su campaña electoral éste designó al
senador Soto Reyes para que mediara en el conflicto, con el objeto de
conseguir la reunificación de la central obrera.24 Sobre el comité central
del partido comunista hubo un cúmulo de presiones para que corrigiera
su actitud. Earl Browder, secretario general del PC de los Estados Unidos
y miembro del comité ejecutivo de la Internacional, vino a México para
convencer a los dirigentes del PCM de que asumieran la política de
“unidad a toda costa”, con el propósito de superar la división cetemista
que echaba abajo la política del frente popular. Los jefes comunistas se
disciplinaron a los dictados de Browder e inauguraron su renovada polí­
tica.25 Así, desde los días anteriores al pleno del comité central que habría
de redefinir la política del partido, Laborde publicó un artículo en el
que subrayaba las graves consecuencias de la desunión y hacía hincapié
en que la misma había debilitado a la clase obrera e impedía la integra­
ción del frente popular, indispensable para ampliar las conquistas de los
trabajadores y apoyar la política del gobierno de Lázaro Cárdenas. En la
resolución del pleno mencionado se autocrítico ásperamente la política
del partido, se acordó reformular las relaciones con Lombardo, Velázquez

112
y sus allegados, y se decidió enmendar la propia política: “En aras de la
unidad, los comunistas haremos las concesiones y aceptaremos los sacrifi­
cios necesarios’. Los comunistas declaraban también que proseguirían su
labor para constituir el frente popular, pero si éste sé organizaba sin dios,
lo aceptarían y le darían su apoyo. Por último, como la cuestión electoral
acarreaba enfrentamientos y la hostilidad del PNR hacia el PC, éste ha­
bía intentado participar en las elecciones internas de tal partido, preten­
diendo lograr la designación de Hernán Laborde como diputado. El ple­
no de junio quiso limar las asperezas: retiró la candidatura de su secretario
general y decidió otorgar su apoyo a todos los candidatos del partido del
gobierno/26
L a política de ‘'unidad a toda costa” no fue aceptada sin réplica por
todos los comunistas. En el pleno del comité central se manifestaron dis­
crepancias con la nueva orientación que se quería imponer. Algunos maes­
tros y dirigentes locales del partido criticaron duram ente a la dirección
labordista, acusándola de dar “bandazos a la derecha o a la izquierda”,
e hicieron conocer sus temores de que la nueva consigna se aplicara de
modo precipitado y trajera resultados negativos. De igual manera, creían
que las masas podrían “perder la confianza” en ellos si ahora se les plan­
teaba la necesidad de someterse a la dirección cetemista. No obstante, los
pronunciamientos contra la nueva “táctica” y los temores fueron sofocados
por el peso de la dirección, que tenía detrás al representante de la Co-
m intem .27 La unidad a toda costa, por encima de todo, se impuso como
la consigna y el objetivo más preciado, adquiriendo caracteres que la de­
finían como revolucionaria “en sí misma” , como “una cuestión de vida
o muerte para el pueblo mexicano” que requería “hacer los mayores sa­
crificios” .28
Conforme a los acuerdos del pleno, los comunistas renunciaron a “la
lucha por el control de los puestos de dirección” y se disciplinaron a los
dictados del comité nacional de la C TM , que exigió su sometimiento
incondicional. Con tal actitud, el partido comunista dejó el completo
dominio de la C TM en manos de Lombardo y, sobre todo, de la facción
de Fidel Velázquez, que extendía su poder y se consolidaba de modo
acelerado, ya que el puesto de la secretaría de organización prácticamente
había puesto en sus manos el desarrollo organizativo de la central. Cuando
se produjo la reunificación, la dirección lombardista obligó a los stali-
nianos y demás disidentes a integrarse a los nuevos organismos que había
constituido entretanto. De las agrupaciones que se separaron durante el
IV consejo, el Sindicato Mexicano de Electricistas fue una de las que
se mantuvieron al margen de la confederación.
L a política de “unidad a toda costa” significó la renuncia del Partido
Comunista d e , México a la lucha por la hegemonía en la CTM y en el
movimiento obrero en general. Debido a su incondicional sometimiento a
la antes denunciada dirección de Lombardo y Velázquez, el partido per­

113
dió gran parte de la influencia que había logrado entre algunas organi­
zaciones sindicales, ya sea a causa de las maniobras burocráticas del comité
nacional o a causa de la pérdida de confianza de los núcleos obreros que
habían visto en el PGM una posible alternativa distinta a la que los fide-
listas y Lombardo estaban activando. L a “unidad a toda costa” se encon­
traba en la lógica misma de la política frentepopulista: toda la mecánica
del frente popular descansaba sobre el frente único obrero que encarnaba
la CTM , por lo cual el rompimiento de ésta fue visto como un obstáculo
que impediría sin remedio la integración del amplio frente buscado. Entre
la unidad “ante todo” que los comunistas sostuvieron desde los días de la
fundación de la central obrera y la “unidad a toda costa” del pleno de
junio, solamente había un paso, que Browder impulsó. Así, en aras del
frente popular antimperialista y bajo la presión que la Comintem ejerció
a través de Earl Browder, la sección mexicana de la Internacional perdió
las posiciones que había alcanzado incluso en la esfera dirigente de la
C TM y canceló sus posibilidades de dirección.
La política de “unidad a toda costa” no sólo acarreó la sujeción de
los comunistas a los líderes de la C TM , sino que abrió el camino a una
más completa y rápida subordinación del PC al gobierno. Antes del pleno
de junio de 1937, el partido había mantenido una cierta posición crítica
respecto a las “vacilaciones” de Cárdenas, y externaba dudas acerca de
su gobierno, al cual veía oscilante entre la izquierda y la derecha, entre
el “movimiento popular” y “la reacción mexicana y el capitalismo extran­
jero” . El PC había denunciado la existencia de reaccionarios dentro de
la esfera gubernamental y protestaba por la hostilidad del gobierno carde­
nista hacia el PCM, considerándola producto de concesiones a los grandes
capitalistas, a los terratenientes y al imperialismo. El partido comunista
decía que apoyaba sólo de modo “condicional” al gobierno “nacional-re­
formista” de Lázaro Cárdenas, pero se contradecía, al mismo tiempo, al
acatar las determinaciones del gobierno y al formular ciertas proposicio­
nes, algunas de las cuales estaban orientadas a dar una amplia base de
masas al PNR; en efecto, el PC consideraba que cada base era indispen­
sable para que el gobierno se transformara en “nacional-revolucionario” y
asumiera una estructura de frente popular y un programa que no era otro
que el propuesto por los comunistas. T al actitud, confundida con una
fraseología radical —herencia de la política ultraizquierdista del periodo
1928-35— , fue sin duda importante en la hostilidad del gobierno hacia
el PCM,2® pero más importante fue la influencia que el partido estaba
conquistando entre las masas obreras.
Tal actitud “autónoma” del PCM se fue extinguiendo a causa de las
resoluciones del pleno de junio, que lo subordinaban sin reservas a la polí­
tica y a los objetivos del gobierno. Fueron muchos los “sacrificios” y las
“concesiones” que tuvieron que hacer los comunistas, pero el frente popu­
lar estaba precisando mayores concesiones y más graves sacrificios en

114
España, en Francia y en otros países con grandes movimientos de masas
influidos por la IC. L a nueva táctica de la Internacional ya había cerrado
la senda revolucionaria al proletariado francés y español, conduciendo a
éste — en la guerra civil que estalló en julio de 1936 con la rebelión fran­
quista— por un camino que a mediados de 1937 permitía vislumbrar la
derrota, tal y como convenía a los intereses de la política exterior de
la burocracia stalinista.80 En tales circunstancias, no era de extrañar que
la política frentepopulista encarrilara al PC de México tras la política
del gobierno de Cárdenas, echando abajo la posibilidad objetiva que tenía
de reforzarse y ganarse a las masas obreras para luchar por una alterna­
tiva revolucionaria propia, distinta de la del desarrollo del capitalismo que
el Estado representaba y realizaba a través del gobierno cardenista.
Según el partido comunista, la división de la C T M debilitaba a la
clase obrera y ponía en peligro sus conquistas, pero la realidad podría
haber sido muy diferente si se hubiese seguido una política acertada. La
ruptura con la facción de Velázquez y con Lombardo podría haber forta­
lecido a la clase obrera en su conjunto, si los comunistas hubieran conso­
lidado el frente sindical que encabezaban, impulsando su desarrollo de mo­
do independiente, es decir, no siguiendo las directrices del gobierno ni
colocándose bajo su égida, sino buscando definir una posición propia y
activando una política que diferenciara nítidamente sus intereses de clase
de los del Estado y la burguesía, incluso la supuestamente nacional. La
ampliación del frente obrero revolucionario y el fortalecimiento y la afi­
nación de las organizaciones sindicales, aunadas a una intensa labor de
propaganda que politizara a los trabajadores movilizados e impulsara su
conciencia de clase en el proceso mismo de la lucha, podrían haber pro­
porcionado al partido comunista una base que lo obligara a depurarse
y a habilitarse para dirigir los combates de la clase obrera. De este modo,
el torrente popular que se desató en 1935 podía haber tomado otro cauce
y el balance final de la década de los treinta pudo haber sido cualitati­
vamente distinto de lo que fue. Pero la sección mexicana de la Interna­
cional Comunista, como todas las demás secciones, no estaba en situación
de asumir un papel revolucionario. El monolitismo staliniano y sus inte­
reses burocráticos eran los que dictaban la política del PCM y los que le
imprimían su dirección. Las masas obreras tuvieron que perder una mag­
nífica oportunidad y el proceso cardenista continuó: pronto se verían
enclaustradas dentro del partido oficial, sin conciencia, sin autonomía, sin
perspectiva.

El PC subordinado
Como un sortilegio, la flamante política que el Partido Comunista M e­
xicano estrenó en el verano de 1937 tuvo la virtud de transformar al
régimen de Cárdenas, ante los ojos de los comunistas, de “nacional refor­

115
mista” en “nacional revolucionario”, sin que realmente hubiesen ocurrido
hechos que fundam entaran tal apreciación. Si antes consideraba el partido
que el gobierno se m antenía “dentro de los marcos reformistas de la Cons­
titución de Querétaro y del Plan Sexenal”, dos meses después del pleno
de junio explicaba que

el gobierno, bajo la dirección de Cárdenas, está tratando de resolver


problemas nacionales con medidas revolucionarias [ . . . ] sólo formal­
mente apoyadas en la Constitución de 1917 y sentando de hecho una
legalidad nueva y más avanzada.31

El anuncio de que los Ferrocarriles Nacionales de México serían entre­


gados al sindicato, y las cooperativas obreras que se estaban organizando,
fueron tomados como “ensayos” para la “transmisión oportuna” de la
economía nacional al proletariado.32 T al era la visión que del régimen y
de los fenómenos sociales y económicos que estaban sucediendo habían
asumido los stalinistas. De golpe descubrieron que la realidad coincidía
con sus deseos y se dejaron arrastrar por la labor gubernamental.
El apoyo condicional que los comunistas habían ofrecido al presidente
Cárdenas se fue absolutizando. El partido se hundía en la marea de las
movilizaciones que regimentaba la política de masas oficial. La expropia­
ción petrolera y la transformación del PNR serían consideradas por el
partido como expresión clara de la política nacional revolucionaria, y se
llegó incluso a identificar al partido del gobierno con el frente popular.
Gomo hemos señalado en otro capítulo, el partido comunista se aunó a
la C TM en la labor de integrar a las masas obreras a la lucha electoral,
favoreciendo así los fines de la política de “puerta abierta” del Partido
Nacional Revolucionario. A través de El Machete exhortaba a los traba­
jadores a participar en las elecciones internas del partido oficial, bajo la
consigna de forzar el “frente único amplio” de las organizaciones obre­
ras, campesinas y populares para luchar contra la reacción. Las masas
debían intervenir en alianzas populares que atrajeran a los núcleos socia­
les "apolíticos” a la actividad electoral “dentro del PNR” . El partido se
planteaba esto como una acción de frente popular, en la cual participaran
tanto los comunistas como todas las organizaciones de masas,33 pero el
PNR y la G TM se encargaron de coartar su intervención. Las elecciones
recrudecieron los conflictos entre el PGM y el PNR y la central lombar-
dista.84 No obstante la firma del pacto de frente popular electoral, los
stalinianos fueron excluidos, e incluso su secretario general tuvo que re­
nunciar a su candidatura y el partido otorgó su respaldo a todos los can­
didatos oficiales.
Ante condiciones tan adversas, después del pleno de junio el partido
comunista abandonó prácticamente la creación del frente popular con base
en el frente único y empezó a ver la posibilidad de que el frente popular

116
se constituyera como el “reforzamiento del PNR mediante la adhesión
colectiva de las organizaciones de masas”. Esto conllevaba la reforma de
sus estatutos en forma tal que concediera libertad de acción a tales orga­
nismos en sus cuestiones particulares.85 L a actividad conjunta del PNR,
la C T M y la Confederación Campesina Mexicana en las elecciones, así
como otros acontecimientos políticos, fueron considerados por los dirigen­
tes del PC como actos que denotaban la existencia de hecho del frente,
el cual se iba configurando a través de tales sucesos. El anuncio de C ár­
denas sobre la transformación del PNR fue estimado por los comunistas
como la aceptación de sus propuestas por parte del presidente, como la
manifestación de que su política en pro del frente popular había fructi­
ficado al fin. Todos los esfuerzos orientados a que el gobierno depurara y
transformara al partido oficial los veían coronados con el éxito, y sólo
se preocupaban ahora por que el PCM fuera aceptado en el que ya con­
sideraban un frente popular dentro de las condiciones peculiares de Mé­
xico.80
Con la organización del Partido de la Revolución Mexicana —integra­
do en medio de la atmósfera tensa creada por la expropiación petrolera
y los preparativos de la rebelión de Cedillo—, alcanzaron su punto más
alto la dependencia y la subordinación del partido comunista al gobierno.
No obstante no haber sida admitido en el supuesto frente popular, el PC
le otorgó a éste su completo apoyo y declaró que los comunistas pertene­
cían de todas maneras al PRM, como miembros que eran de las distintas
“organizaciones sociales”, y que acatarían “la disciplina y [los] estatutos”
del nuevo partido. De esta forma, el PC no lanzaría en las elecciones
candidatos independientes, sino que sostendría a los del PRM ; y, lo que
era esencial, los comunistas orientarían su actividad hacia el logro de
“la unificación de los diferentes sectores populares dentro del nuevo par­
tido” *7 lo cual coincidía perfectamente con los objetivos que el gobierno
le asignó al PRM . Parecía que nada importaba tanto a la sección mexi­
cana de la Internacional como servir al régimen y someterse irrestricta­
mente a las directrices del gobierno “nacional revolucionario”. En el dis­
curso que H ernán Laborde pronunció como delegado fraterno en la
convención constitutiva del renovado partido oficial, se resumió la política
que el frentepopulismo produjo en México:

El nuevo movimiento que aquí va a estructurarse, debe dar cabida


a todos los mexicanos dignos de ese nombre, sin distinción de ideologías
y creencias, con la sola convicción de que respalderú la política emanci­
padora del presidente Cárdenas. En esta coalición de fuerzas populares,
en esta concentración del pueblo, nosotros los comunistas pedimos so­
lamente un puesto de lucha y de peligro. Queremos cooperar, queremos
servir, queremos ser útiles a la revolución y a su gobierno, al pueblo y a
la patria. [. . .] Nosotros los comunistas sólo queremos que se nos per-

117
mita arrimar el hombro y poner el pecho en la lucha común. Queremos
[que] se nos señale el sitio y las condiciones en que dentro del gran
Partido de la Revolución Mexicana podemos cumplir con nuestro de­
ber.*8

Del radicalismo de los años de clandestinidad no quedaba absoluta­


mente nada, ni tampoco se percibían residuos de la cautela anterior a la
adopción de la política de unidad a toda costa. El enfrentamiento directo
contra el Estado que hubo en el periodo de la crisis económica se había
trocado en la colaboración más sumisa que podía concebirse. Si la imagen
de los obreros desfilando con fusiles de madera, en apoyo del régimen
establecido, fue la expresión más dramática de la enajenación de la clase
obrera, el discurso del jefe del PCM simbolizaba la tragedia del movi­
miento obrero mexicano: su falta de perspectiva propia, la inexistencia
de una dirección política que lo orientara, desarrollara su conciencia de
clase y lo guiara por la brecha revolucionaria que permitiera al proleta­
riado reconocerse a sí mismo y a sus reales objetivos, diferenciarse del
Estado y la clase capitalista, y templarse, en el transcurso de la lucha de
clases, para estar en condiciones de dirigir con firmeza una revolución
que guiara a los campesinos y demás núcleos explotados hacia el socia­
lismo.
El partido comunista no sólo no hizo nada por ofrecerle una alternativa
autónoma a las masas trabajadoras, sino que, con el argumento de con­
sumar la “etapa” de la revolución nacional-democrática y antimperialista,
contribuyó a sujetarlas al Estado, que desplegaba una política favorable
al desarrollo del capitalismo, vigorizando a la burguesía nacional y ex­
tranjera y evitando al mismo tiempo plantearse seriamente el rompimiento
con el imperialismo. En realidad,la forzosaetapa propugnada no se
efectuaría jamás bajo la dirección del Estado capitalista y la burguesía
nacional, que, no obstante la expropiación petrolera, estaban ligados por
fuertes lazos estructurales a los poderosos monopolios imperialistas que do­
minaban la economía del país. Sólo una revolución dirigida por una clase
obrera organizada y consciente, en alianza con los campesinos, podría
expulsar al imperialismo y llevar hasta sus últimas consecuencias las tareas
de la revolución nacional-democrática, que no sería sino el principio de
la ininterrumpida revolución que^ transformase de modo radical las estruc­
turas sociales de México, poniendo la m áquina económica en manos de
los trabajadores y los campesinos.38 El ascenso de la lucha de clases que
se manifestó desde el inicio de la superación de la crisis de la economía
en 1933, el torrente popular desatado por los complicados procesos eco­
nómicos y sociales, en una atmósfera internacional propicia, creaba condi­
ciones para que se entablara la alianza de la clase obrera y los campesinos
y se avanzara por el sendero revolucionario bajo la guía del partido co­
munista. En cambio, la política de masas del Estado, con la colaboración

118
del PC y los líderes de la GTM, desvió el torrente de su cauce y lo con­
dujo por otro muy distinto. La alianza del proletariado y los hombres
del campo fue impedida40 y la contienda por la revolución nacional de­
mocrática se tradujo en la consolidación de la perspectiva capitalista. La
mencionada alianza solamente podría haberse convertido en realidad en
la lucha contra la misma burguesía nacional y el Estado que la represen­
taba y promovía sus intereses, pero esto ni siquiera fue planteado.
No era necesariamente la toma del poder lo que los comunistas debe­
rían haberse propuesto como finalidad inmediata, sino la conquista de las
masas, el combate por la diferenciación de los objetivos e intereses de los
obreros y campesinos respecto al Estado y la clase dominante, el desarrollo
del movimiento popular independiente. Pero la alternativa revoluciona­
ria estaba fuera del alcance de la conciencia real de los stalinianos.41 La
teoría de la revolución por etapas era la base teórica de la política comu­
nista. Detrás de esa política se encontraban las necesidades de la burocra­
cia staliniana que, acuciada por la posibilidad —luego hecha realidad—
de la guerra, dictó e impuso límites a la política de la Internacional Co­
munista que fueron aceptados sin protestas por los partidos afiliados a
ella, incluido el PCM. Éste únicamente buscaba erigir un frente popular
—integrado por el gobierno de Cárdenas, las organizaciones de masas y
la burguesía nacional— que peleara contra el fascismo, defendiera a la
Unión Soviética y llevara adelante la lucha contra el imperialismo, sen­
tando así las bases de la emancipación nacional. Realizado lo anterior,
se posibilitaría el comienzo del proceso revolucionario que algún día ha­
bría de desembocar en el socialismo. Gomo la mecánica de tal política
no concordaba con la dialéctica del proceso real, el resultado fue la me-
diatización del PGM y de las masas, el fortalecimiento del Estado y la
clase dominante y el alejamiento de la posibilidad revolucionaria.

2 . LOMBARDO TOLED ANO: LIDER DE MASAS

Mas no solamente fue la política del Partido Comunista Mexicano y de


la IG la que facilitó el desarrollo de la política gubernamental. El gobier­
no de Cárdenas contó con la colaboración de un personaje singular en
nuestra historia: Vicente Lombardo Toledano. Lombardo era un intelec­
tual de “clase media” que participó en la GROM y se convirtió en ayu­
dante de Luis N. Morones en la Secretaría de Industria, Comercio y T ra­
bajo, con el puesto de oficial mayor, haciéndose así corresponsable de la
destrucción del movimiento obrero independiente, durante el gobierno de
Galles. En los años de la declinación de la central moronista desplegó
una dura lucha contra los stalinianos, con claros visos anticomunistas, y,
tras separarse de la GROM , terminó por encabezar la organización de la
GGOGM. D urante la crisis de junio de 1935, empezó a colaborar con el
PC y, después de un rápido viaje a la URSS, se declaró “marxista no co­

119
munista” y simpatizante del régimen de Stalin. Su participación en los
acontecimientos durante el gobierno de Lázaro Cárdenas fue aumentando
aceleradamente su prestigio como dirigente y se convirtió en el máximo
líder sindical, revelando una fuerza carismática ante las masas. Las con­
cepciones teóricas que asumió y su interpretación del desenvolvimiento
del sistema imperante, en particular del gobierno de Cárdenas, fueron
un cimiento sobre el cual apoyó su actividad sindical y política.
Para Vicente Lombardo Toledano, México era un país semicolonial y
semifeudal cuyas principales fuentes de producción estaban dominadas por
la burguesía imperialista. Por su condición de productor de materias pri­
mas, mercado para productos fabricados en otros países y campo de inver­
sión del capital extranjero. México sufría el atraso de la industria y de la
agricultura.42 Como en tales circunstancias la burguesía nacional era ra­
quítica en extremo, no poseía grandes capitales ni m anejaba ramas signi­
ficativas de la producción, carecía de una fuerza política y económica
importante que le permitiera enfrentarse a la burguesía imperialista insta­
lada en el país. A tal debilidad de la burguesía se aunaba su enorme
torpeza, evidenciada en su incapacidad para comprender los procesos
sociales y políticos que ocurrían desde 1910.43 Lombardo le explicaba a
la burguesía del país que, si deseaba desarrollarse y “aum entar su campo
de acción”, tendría que “identificar sus intereses forzosamente con los
intereses de la revolución, para liquidar el feudalismo” y “luchar por que
México sea un país más independiente” . “Liquidar el feudalismo” quería
decir para Lombardo Toledano mejorar el nivel de vida del pueblo, am­
pliar el mercado nacional y “abrir la posibilidad para un desarrollo in­
dustrial importante en nuestro país”,44 mientras que la lucha contra el
imperialismo facilitaría el fortalecimiento de la burguesía nacional. Sin
embargo, según el líder cetemista, tal burguesía era ignorante, inhábil,
ciega, por lo que no entendía dónde estaban sus intereses ni cómo defen­
derlos.
La imagen que Lombardo dibujaba del país, sin matices ni contornos
delineados, fue el cuadro en el cual enmarcó a la revolución mexicana.
Ésta era una revolución antifeudal y nacionalista, que combatía para
aniquilar los residuos “feudales” — en realidad, se refería al latifundio—
y para emancipar al país del imperialismo, lo que significaría la conquista
de la “autonomía económica” de la república. L a reforma agraria, la
industrialización, el fortalecimiento de la clase obrera, constituían los obje­
tivos esenciales de la “revolución democrático-burguesa”, la cual era al
mismo tiempo una “revolución popular”, puesto que según Lombardo,
iba “independizando a México como nación autónoma” y “preparando a
los obreros, dándoles experiencia para pasos más decisivos en el futuro”.46
T al revolución debería cumplirse hasta el final, o no se podría pasar a
otra etapa más elevada.
Evidentemente, Lombardo sostenía también la teoría de la revolución

120
por etapas. Ya en 1933 había expresado que, como México dependía de
Estados Unidos, como era un “país satélite”, sólo podía realizar una “revo­
lución social” cuando ésta se llevara a cabo o se iniciara “en el núcleo
alrededor del cual giramos” . Más tarde manifestó que “la línea de los
pueblos coloniales y semicoloniales no es la revolución proletaria, sino la
de liberación nacional”.40 A la revolución no le quedaba otra cosa por
hacer sino colmar la etapa en la que se encontraba, A ello estaba conde­
nada y no había remedio. La escasa industria, la debilidad del proletaria­
do, en un país semicolonial, no permitían “saltar etapas necesarias”, sobre
todo cuando “las fuerzas internacionales” y los “hechos objetivos del m un­
do entero1’ no eran propicios: “No se puede im plantar en nuestro país
—enfatizaba V L T —, como en otros muchos, un régimen para el cual no
está preparado.”47 En esta forma, al igual que el PGM, Lombardo acepta­
rá como necesaria la organización de un frente popular, para que lleve
a cabo los objetivos de la “revolución democrático-burguesa”.
Dado el carácter semicolonial del país, el proletariado y otros sectores
sociales populares estaban “fatalmente” condenados a vincularse con el
gobierno y a presionarlo para que satisficiera sus reivindicaciones funda­
mentales y “las de la nación”.48 Todos aquellos que no estaban de acuer­
do con el anterior punto de vista, o que vislumbraban siquiera otra pro­
babilidad, eran atacados furibundamente por Lombardo y acusados de
“provocadores al servicio de la reacción y el imperialismo”.49 En esto no
había posibilidad de disidencia, los enemigos serían combatidos sin conce­
siones. El resultado de la política esbozada sería el fortalecimiento del
Estado y el desarrollo de la industria, que eran la preocupación esencial
de Lombardo.
La labor de Vicente Lombardo Toledano estuvo m arcada por el propó­
sito de vincular a los trabajadores al Estado, para que apoyaran al go­
bierno de Cárdenas. La Confederación de Trabajadores de México auspi­
ció las grandes movilizaciones de masas y la participación de la clase
obrera en la política electoral dentro del PNR y su posterior integración
al PRM, lo cual constituyó un apoyo y un refuerzo inconmensurables a la
política del régimen. En tal actividad Lombardo se destacó, pues en su
calidad de máximo líder cetemista era un elemento decisivo en la política
asumida por la central. Desde la secretaría general de la GTM , Lombardo
Toledano propugnó como obligatorio el apoyo de los trabajadores al go­
bierno de Cárdenas, al que consideraba el “mejor gobierno que la revolu­
ción mexicana ha tenido hasta hoy”, pues estaba realizando una obra
democrática y construyendo los cimientos de la independencia económica
de México. Era "forzosa”, pues, la “intervención de la clase obrera orga­
nizada en la política”, pues así reforzaría al gobierno y contribuiría a su
eficacia.50
Lombardo Toledano fue el colaborador más sobresaliente de Cárdenas, no
sólo en lo que se refiere al desarrollo de su política, sino también —lo que

121
de igual modo era fundamental para la misma— como su propagandista más
persistente. Contribuyó a crear de Cárdenas una imagen que cautivó a
las masas. Cárdenas, según Lombardo, representaba “la última reacción
del pueblo contra los prevaricadores de la revolución” ; era el unificador
de las masas, el “constructor de una patria mexicana nueva”, el jefe, el
camarada, el amigo de los trabajadores, el hombre que había acelerado
el destino histórico de México.51 Por esto el pueblo estaba obligado a
apoyarlo.
El papel de Vicente Lombardo en la política de Cárdenas fue crucial,
pues si bien la C TM fue la encargada de movilizar a los trabajadores,
los líderes sindicales hicieron posible tal cosa, y Toledano era el primero
de ellos, el que trazó el camino que siguió la confederación y le propor­
cionó un justificante teórico. Cárdenas no hubiera podido llevar a cabo
su política si no hubieran existido masas que estuviesen dispuestas a escu­
charlo y a seguirlo. Así, disponer a las masas para la política cardenista
fue el objetivo que persiguió la actividad desplegada por Lombardo. A
ello contribuyeron también los miembros del PCM, quienes, con la ayuda
de la Internacional, se dejaron fascinar* y arrastrar por el estilo y la polí­
tica del general Lázaro Cárdenas. El vínculo de Lombardo y Cárdenas
marcó la época cardenista como un símbolo de la mediatización de los
trabajadores: Lombardo, el principal líder de las masas, dependía estre­
chamente de Cárdenas, que era considerado el supremo jefe. T al vez no
se entendería a Lázaro Cárdenas sin Lombardo Toledano, ni Lombardo se
explicaría sin la labor realizada por Cárdenas. Ambos eran dos grandes
líderes de masas; ambos poseían un carisma que les facilitó influir en los
trabajadores y manipularlos. L a política auspiciada por Cárdenas se hu­
biera visto reducida, e incluso imposibilitada, si no hubiese existido un
líder de la talla de Lombardo que impulsara la organización de las masas
obreras y fascinara a éstas, subordinándolas al Estado.
Lombardo asumió la política del frente popular y contó con el apoyo
de la IC, que coaccionó en innumerables ocasiones al partido comunista
para que lo respaldara. Este respaldo, como hemos visto, se tradujo, sobre
todo a partir del pleno de junio de 1937, en la subordinación de los sta-
linianos a las directrices de Lombardo, lo que de hecho implicaba su
sujeción a la política estatal. En las cuestiones esenciales y en los conflictos
que se presentaron entre el PC y Lombardo, la Comintem se inclinó por
sostener al segundo, en quien veía un destacado e influyente expositor del
frentepopulismo, un aliado y defensor de la Unión Soviética. L a hostili­
dad del gobierno, del partido oficial y de la CTM hacia el PC fue sin
duda lo que condujo a la Internacional Comunista a otorgar su apoyo a
Vicente Lombardo Toledano, pues de esta manera garantizaba, asimismo,
la defensa, por parte del máximo líder sindical de México —más tarde
de Latinoamérica, con la fundación de la CTAL—, no sólo de la política
de la IC, sino además de la URSS, cuya burocracia hacía esfuerzos increí­

122
bles por ampliar el número de sus aliados en la guerra que se avecinaba
y que luego estalló.’82
Fueron tales la influencia que Lombardo logró en el seno mismo del
PC y eJ apoyo que le dio la Internacional Comunista, que la expulsión,
en 1940, de la dirección encabezada por H ernán Laborde y Valentín
Cam pa tiene como una de sus causas las presiones de Lombardo, aunque
lo definitivo en las purgas de esa época fue la no aceptación, por parte
de los mencionados dirigentes, de los métodos violentos utilizados contra
León Trotsky, métodos que culminarían con su asesinato.^3.
Lombardo Toledano era un personaje que encajaba perfectamente en
la época cardenista. En él confluyeron el frentepopulismo y la política de
masas, que se conjugaron contra el ascenso de la lucha de las masas traba­
jadoras. En un momento en que los combates de los obreros de Francia,
España y otros lugares del mundo, se entrelazaban con el despertar de las
masas trabajadoras mexicanas, que luchaban por salir del abismo en el
que habían sido lanzadas por la crisis y la recuperación económica, Vi­
cente Lombardo supo impregnarse del espíritu de la época e introducir
en el movimiento obrero un internacionalismo que él y los comunistas
limitaron a las consignas de la Comintem, convirtiendo la lucha antifas­
cista en un método más de manipulación del pueblo trabajador.
Las masas obreras, sin conciencia clara de sus intereses, tradicionalmen­
te esquilmadas por los lideres sindicales, vieron en Lombardo a un diri­
gente distinto, con una personalidad propia y singular, que las deslumbra­
ba con su oratoria y las introducía a un mundo que para ellas era desco­
nocido. Esto es lo que le permitió a Lombardo convertirse en el máximo
líder de las masas, impulsado y fortalecido también por el apoyo del pre­
sidente Cárdenas.®4 No sólo fue el guia de las masas mexicanas, sino que
sus esfuerzos organizativos a nivel continental —que fructificaron en la
constitución, en 1938, de la Confederación de Trabajadores de América
Latina—, el apoyo internacional que logró y su prestigio, lo transformaron
en un líder obrero latinoamericano mundialmente reconocido.
No obstante el apoyo que recibió de la Internacional y la subordinación
del PCM a su política, Lombardo siempre prefirió aliarse contra los co­
munistas con el grupo de Amilpa y Fidel Velázquez, dentro de la CTM ,
y junto con el gobierno transformó al partido oficial, sin permitir que el
PC se integrara a él (lo cual, por lo demás, no hubiera significado para
el PC sino la institucionalización de su sometimiento). Jamás se dio una
alianza permanente o una real unidad entre Lombardo y los comunistas,
y esto tal vez se explique por el sustrato social que representaban. Como
explicaron los redactores de la revista trotskista Clave, de hecho no había
discrepancias entre Lombardo y el PCM, pero mientras la

base material de la política conservadora stalinista se halla en Rusia


[en la burocracia soviética], la base material de la política conservado­

123
ra de Lombardo está en las capas sociales mexicanas interpuestas entre
la burguesía y el proletariado.

Así, la fusión de Lombardo con el PC era imposible, ya que

para ello sería necesario que rompiera los intereses que [a través del
Estado] le unen a la burguesía mexicana, para trocarlos por los de la
burocracia soviética.65

En efecto, ésa era una diferencia esencial.


Toda la actividad de Lombardo Toledano estuvo destinada a lograr
la colaboración de las masas asalariadas para impulsar la política del go­
bierno de Cárdenas, la cüal tenía el evidente propósito de sentar las bases
económicas, sociales y políticas que colocaran al país en la senda de la
industrialización que, como hemos demostrado, significaba el desarrollo
del capitalismo en México. Lombardo y Jos stalinianos, en aras de cumplir
una etapa forzosa de la revolución, previa a la vía socialista, y Cárdenas
en el desempeño de sus funciones como intérprete de la clase dominante,
coincidieron en un mismo fin y condenaron al pueblo trabajador a luchar
por objetivos que no eran los suyos.
Pero si bien Lombardo representaba de hecho los intereses del Estado
y de la burguesía del país, también expresaba —por su mismo contacto
con las masas—. las necesidades inmediatas y limitadas de una clase obrera
sin conciencia, pero en auge. Por eso tenía que ceder algunas veces a las
presiones que venían “de abajo”, de “la base”, y contradecir al gobierno
cardenista, oponiéndose a algunas de sus medidas, como, por ejemplo, en
los casos de la frustrada huelga ferrocarrilera de 1936 y de la organiza­
ción de las cooperativas.
L a fuerza de Lombardo estaba en su influjo sobre las masas trabajado­
ras. Esto le daba su calidad de líder primero, pero también constituía su
enorme debilidad. Lombardo, realmente, carecía de una base social pro­
pia, en la cual apoyarse en un momento determinado, pues sus vínculos
con las masas nunca fueron consistentes, ya que para manejarlas se apo­
yaba en los líderes sindicales que seguían sus directivas. Éstos dependían
cada vez más de una camarilla burocrática que se había ido conformando
dentro de la C T M y cuyos intereses y fuerzas el propio Lombardo había
alentado. En efecto, el poder del grupo de Amilpa y Velázquez no se ba­
saba en fantásticos discursos dichos con grandilocuencia en imponentes
concentraciones de masas, sino que se había ido desarrollando con el tra­
bajo menudo de organización e imposición burocrática. El IV consejo
nacional de la C T M y su secuela vigorizaron más aún a la mencionada
camarilla y le permitieron consolidar su poder. Los comunistas renuncia­
ron a sus fuerzas en la central y pronto Lombardo se encontraría en el
aire, sin contar siquiera con los núcleos de trabajadores —azucareros, ci­

124
nematógrafos y algunos textiles, ante todo— que lo seguían en el momento
en el cual la Confederación General de Obreros y Campesinos de México
se disolvió para dar vida a la CTM. Cuando la otra fuente de la fuerza
de Lombardo Toledano, el apoyo gubernamental, ya no existiera, el máxi­
mo líder de los obreros mexicanos se vendría abajo.

3. LA TRAGEDIA DEL STALINISM O

Acerca del movimiento obrero mexicano del segundo y tercer tercios de


la década de los treinta se puede decir lo que Fem ando Claudín afirma
respecto al movimiento obrero español y francés del mismo periodo: “Con­
tenía un potencial revolucionario que fue deliberadamente frenado por
los más llamados a impulsarlo.”156 En efecto, la lucha de clases alcanzó un
ascenso extraordinario a partir de la crisis y la recuperación económica
mundiales; en España y Francia, como en otros países, la clase obrera
empezó a recobrar las posiciones que había perdido con la derrota de la
revolución china de 1927 y el triunfo del fascismo en Italia y Alemania,
y los obreros y campesinos mexicanos entraron también en un imponente
periodo de luchas. L a lucha obrera emergió impetuosa en nuestro país,
pero su espontaneidad y su inconsciencia constituyeron terreno fértil en
el cual podrían fructificar los propósitos del Estado, que justamente se
cifraban en la contención de la m arejada popular y en el apresamiento
de la fuerza desatada. Fueron el partido comunista y Lombardo Toledano
los que sustrajeron su potencial revolucionario al movimiento obrero, los
que, mediante su política del frente popular y su teoría de la revolución
por etapas, fueron agotando la energía revolucionaria del proletariado,
limitándola, transformándola en una suave corriente dominada, fácilmen­
te encauzable por los canales que el Estado dispusiera.
Dondequiera que se impuso la política frentepopulista, los resultados
fueron catastróficos para la clase obrera. México no fue una excepción.
El nivel de la lucha de clases, el poderío del movimiento obrero, en una
situación en la que el Estado carecía de una base social propia y firme
y la clase capitalista se encontraba a la defensiva; en un momento en el
cual la coyuntura internacional era propicia, no sólo debido al auge de
masas, sino también por la política que Estados Unidos se vio obligado
a asumir con Roosevelt y la inminencia de la guerra, configuraban una
situación en la que el PCM y tal vez el propio Lombardo podrían haberle
dado un carácter independiente a la organización sindical que impulsaron,
y aprovechar las circunstancias para cimentar y estructurar un poderoso
partido obrero, una dirección revolucionaria que lograra entablar la alianza
con los campesinos y que dirigiera la contienda de las masas trabajado­
ras por el sendero revolucionario. Ésta era una posibilidad objetiva al
inicio de las movilizaciones espontáneas de los obreros y campesinos.
El periodo de la crisis económica había roto las amarras del pueblo tra­
bajador con el Estado, el cual, al aplicar una política abiertamente favo-

125
rabie a los capitalistas, nacionales y extranjeros, hundía en una miseria
creciente a las masas. Esto contraponía a las masas con el Estado. Al mismo
tiempo, la política que el PCM venía desarrollando desde el pleno de
julio de 1929 (si bien acarreó consecuencias funestas, pues la política del
V I Congreso de la IC lanzó a los comunistas a la lucha violenta, “clase
contra clase”, sin que estuvieran en condiciones para ello) templó al par­
tido en el cotidiano trabajo clandestino y fogueó a sus miembros, quienes
atravesaron por el natural proceso selectivo que se da en tiempos de re­
presión. L a política de “clase contra clase” y la crisis económica diferen­
ciaron — aunque fuera de modo empírico— al partido y a los trabajadores
respecto del Estado y la burguesía. A esto se aunaba la extensión de la
influencia de los comunistas durante los años de la reorganización sindi­
cal y el principio del gobierno de Cárdenas que trajo consigo la vuelta a
la legalidad del PCM, configurándose la posibilidad de estructurar un mo­
vimiento obrero independiente, dirigido por un partido comunista que,
forjado en la clandestinidad, podría desarrollarse, en condiciones sociales
y políticas inmejorables. Lombardo, que en esa época también mantenía
una política independiente del Estado e incluso chocaba abiertamente con
el PNR, podría haber desplegado un movimiento obrero que, en el trans­
curso de las luchas masivas, podría haber sido atraído por el PC. Inde­
pendientemente de esta última posibilidad, o sea, con Lombardo o sin
él, el partido comunista hubiera podido impulsar al movimiento obrero
revolucionario.
Sin embargo, la posibilidad objetiva que existía se desaprovechó, pues
el atraso ideológico y político de los comunistas los sujetaba de modo
incondicional a la IC, que no se preocupaba por hacer avanzar a la revo­
lución, sino por promoverse y proteger Jos intereses de la burocracia sovié­
tica, que ya para entonces había consolidado su poder. El V II Congreso,
la política de frente popular, las constantes presiones de la IC, el atraso
de los comunistas mexicanos, trocaron la perspectiva revolucionaria en una
trágica subordinación del PCM al régimen cardenista, que estaba edifi­
cando las bases para el rápido desarrollo del capitalismo en México.
La conciencia de los comunistas y de la clase obrera era muy estrecha
y subordinada. L a conciencia posible y la posibilidad objetiva fueron des­
truidas por la conciencia real de los comunistas y los trabajadores y por
la fuerza de los hechos cotidianos. L a clase obrera era sindicalista, no veía
más allá de sus intereses inmediatos, económios y sociales, y luego, cuando
se amplió su m entalidad, sólo pudo asumir elementos políticos que no
eran los suyos y que subyugaban su conciencia. Era indispensable un par­
tido de clase, una dirección revolucionaria, que desarrollara la concien­
cia de clase de los trabajadores y los condujera por el camino de la orga­
nización y de la práctica revolucionarias. Tal camino no existía y el PCM
no pudo ofrecerlo.57 Éste es el dram a del movimiento obrero mexicano;
ésta es la tragedia provocada por el stalinismo en México.

126
V. LA INTEGRACIÓN' IN STIT U C IO N A L

La política de masas que puso en práctica el gobierno de Lázaro Cárde­


nas subordinó el movimiento de los trabajadores a la política y los inte­
reses del Estado. Que esto fuera posible se debió, como hemos visto, en
gran medida a la CTM , que fue la encargada de organizar y poner en
movimiento a las amplias masas obreras. El carácter que la CTM asumió
y los métodos internos que aplicaron los dirigentes obreros aseguraron el
control de los trabajadores. Mas el Estado se preocupó esta vez por refor­
zar y darle permanencia a las amarras que había vuelto a anudar, para
lo cual el partido oficial se transfiguró con el propósito de integrar en su
seno a la clase dominada.

1. LA FU N C IÓ N DE LA CTM

Control e institucionalización
La Confederación de Trabajadores de México asumió abiertamente un
carácter político que impregnó su actividad. L a razón de la existencia
de la central no era ya la exclusiva lucha por reivindicaciones económi­
cas que mejoraran el nivel de vida de los asalariados, la cotidiana con­
tienda sindical que enfrentaba a patrones y obreros en un intento de equi­
librar los salarios con el costo de la vida. L a organización obrera irrum­
pió en la vida política, sacudió a los trabajadores y los lanzó al torbellino
de la política nacional. Bajo el signo del frente popular, la CTM se ligó
a otras agrupaciones tales como el PNR, el Partido Comunista Mexi­
cano y la Confederación Campesina Mexicana, “con el fin de sumar fuer­
zas” que permitieran fortalecer la base de apoyo del gobierno y facilitaran
la movilización de las masas.1
Como lo hemos analizado, la labor que los dirigentes cetemistas desple­
garon para organizar a los trabajadores, sujetarlos a sus decisiones y po­
nerlos en movimiento, convirtieron a la C TM en la organización sindical
y política más importante, tendiendo a convertirse en el centro organiza­
tivo de una especie de frente popular12 con perfiles antifascistas y orienta­
do al reforzamiento del régimen.
La estructura interna adoptada por la CTM fue la de “frente sindi­
cal” de múltiples organizaciones, las cuales se disciplinaron a un mando
único3 que tendió a fortalecerse cada vez más, hasta colocarse incluso
por encima de las propias agrupaciones sindicales. Este resultado fue pro­
ducto de la centralización de las decisiones y el control sobre los sindi­

127
catos y federaciones que el comité nacional de la C TM empezó a ejercer
desde la fundación de la misma. En particular la secretaría general, en
manos de Vicente Lombardo, y la secretaría de organización y propa­
ganda, a cargo de Fidel Velázquez, fueron los verdaderos órganos direc­
tores de la central, pues de ellos dependía su desarrollo organizativo y el
control de toda la estructura sindical.
Los congresos unitarios para integrar federaciones o sindicatos nacio­
nales debían realizarse bajo el completo control de la secretaría de orga­
nización. Ésta constituía previamente “comités de organización” presididos
por delegados del comité nacional, quienes se encargaban de fiscalizar
las actividades que las agrupaciones llevaban a cabo para unificarse. To­
dos los organismos que no seguían el procedimiento anterior no eran re­
conocidos por la dirección cetemista.4 Muchas federaciones obreras no
fueron reconocidas porque no se integraron conforme a los lineamientos.
Cuando esto sucedía, la secretaría de organización constituía comités orga­
nizadores que enfrentaba a los recién constituidos organismos, los comba­
tía hasta someterlos o debilitarlos, sustrayéndoles contingentes que utili­
zaba para crear la federación o sindicato que oficialmente sería miembro
de la CTM . La dirección encabezada por Lombardo alegaba que era
indispensable la “legalidad” en la organización de las nuevas agrupaciones
sindicales, ya que de lo contrario “no tendría control directo sobre los
grupos que se constituyen”.6 Sin embargo, tal “legalidad” era flexible en
algunas ocasiones, como en el caso del sindicato de marinos, tales grupos
se sometían sin problemas a los dictados de los dirigentes de la CTM ,
aunque los convencían de la necesidad de que hicieran otro congreso para
absorber a contingentes que se habían quedado marginados.6
En realidad, los procedimientos esgrimidos eran manipulados por Fidel
Velázquez y por el propio Lombardo para desconocer a sindicatos o fede­
raciones que no se sometían a sus acuerdos particulares. Esto vale prin­
cipalmente para el grupo de Velázquez, que con el importante puesto de
la secretaría de organización se dedicó a combatir a los comunistas y a
reducir su influencia, hostilizando a las organizaciones dirigidas por los
miembros del PCM o bajo su influencia, desconociéndolas y enfrentán­
doles organismos improvisados, “legalmente” reconocidos por la direc­
ción nacional de la CTM .
Con motivo de la escisión de la C TM en el IV consejo nacional, se
planteó la reforma a los estatutos de la central. Esta reforma acrecentó
el poder del secretario general, es decir de Lombardo, al permitirle con­
trolar más estrechamente a todos los miembros del comité nacional y ca­
pacitarlo para intervenir en los asuntos de todas las secretarías e incluso
decidir sobre ellos, cualquiera que fuese la opinión de los funcionarios
sindicales.7 De esta manera, toda la política de la C TM pasaba a depen­
der de Vicente Lombardo Toledano.
El descontento que, sobre todo a partir de 1938, se manifestó entre

128
ciertos núcleos de trabajadores pertenecientes a la CTM , por la política
del comité nacional o por los procedimientos internos que se habían im­
puesto, era reprimido mediante sanciones que acordaba el propio comité
nacional. De la misma manera se procedía contra aquellas organizaciones
que no acataran los acuerdos de la dirección Iombardista.8
L a centralización y el control que el comité nacional de la CTM ha­
bía logrado fueron tales que en abril de 1938 la revista de Lombardo
podía decir: “Dejó de ser la confederación un conjunto de organizaciones
sindícales y yuxtapuestas, agrupadas en torno a un comité nacional como
mera fórmula”, para convertirse en un “bloque monolítico” .9 Los líderes
de la central consolidaron de manera paulatina su control sobre los tra­
bajadores, a quienes sometieron a su arbitrio. Estrechamente vinculados
al Estado, los líderes fueron configurando una élite que subordinó las
organizaciones obreras a las necesidades de la política de masas y que,
como lo permite observar la administración sindical, se preocupaba más
por los intereses gubernamentales que por los de los trabajadores a los
que supuestamente debería representar y proteger. De esta manera, la
élite de líderes conformó una burocracia separada de las masas obreras,
colocada por encima de éstas y dominándolas, pero que a su vez dependía
del Estado. Así, la organización y desarrollo de la C TM como elemento
esencial de la política de masas cardenista trajo consigo el desarrrollo y
el fortalecimiento de la burocracia sindical que consolidaría la integración
de los trabajadores al Estado.
El movimiento huelguístico, que se había desatado con fuerza tan al
comienzo del gobierno de Cárdenas, pronto se vería atajado en su des­
arrollo espontáneo y tendría que someterse a la regulación de la élite
burocrática. En efecto, desde el primer consejo nacional de la C TM se
planteó la necesidad de que todas las huelgas se efectuaran con la previa
aprobación del comité nacional,10 y , en el consejo realizado poco tiempo
después de la expropiación petrolera se puso bajo el completo control del
comité nacional el planteamiento de los conflictos huelguísticos. Las fe­
deraciones de los estados fueron obligadas a someter previamente sus plie­
gos de peticiones a la aprobación deJ comité nacional, y los sindicatos de­
bían hacer lo mismo en relación a los comités ejecutivos de las federa­
ciones a las que pertenecieran.11 De esta m anera se ejercía un control
vertical del movimiento de los trabajadores, pues mientras el comité na­
cional se encargaba de que los organismos nacionales —sindicatos de in­
dustria, federaciones— sometieran sus presuntas huelgas a su arbitrio, tales
organismos eran los encargados de m anipular las luchas reivindicativas de
las agrupaciones locales o sindicatos pequeños. Con el control de las huel­
gas, la élite burocrática incrementó su dominación sobre los trabajado­
res, recogiendo así la experiencia de la C RO M , que había sido la primera
en utilizar tal procedimiento.
Sólo había un paso del control de las huelgas a su suspensión, y la bu­

129
rocracia sindical lo dio. Con motivo de la expropiación petrolera, se esgri­
mió Ja tesis de la “unidad nacional” en defensa del régimen y contra los
monopolios imperialistas del petróleo. El diario del partido del gobierno
sintetizaba el manifiesto lanzado por Cárdenas el 26 de marzo, en los
siguientes titulares:

El esfuerzo de México debe ser unánime y fructífero. Conservación de


la tranquilidad en los centros de trabajadores, y un fuerte estímulo al
desarrollo de las actividades productoras.12

Sobre todo a partir de entonces, Cárdenas incrementó su labor destina­


da a favorecer la inversión de capital extranjero y, como han notado mu­
chos autores, hubo una brusca reducción de las huelgas.13 Q ue tal cosa
sucediera se debió a la actividad de los dirigentes de la CTM . Con el
propósito de “facilitar el camino al gobierno en el problema petrolero”,
y luego ante el estallido de la guerra, el comité nacional cetemista con­
sideró necesario reducir e incluso suspender los movimientos de huelga,
acordando que se intentaran resolver los conflictos obrero-patronales por
todos los medios pacíficos posibles, de modo que la huelga se planteara
sólo en casos extremos y siempre y cuando se tuviera “la seguridad de la
victoria”.14 Para lograr lo anterior, los líderes obreros acudían abierta­
mente al arbitraje obligatorio, aunque sin llamarlo así. De esta manera
las huelgas no podrían estallar sino cuando las organizaciones hubieran
agotado los “medios privados para resolver sus conflictos” , acudido a la
intervención de las autoridades y logrado la “autorización expresa del
comité nacional” .'15 Con la federalización de la Ley del Trabajo, el go­
bierno federal fue el directo encargado de resolver los conflictos labora­
les, sustituyendo a las autoridades de los estados. Así, Lombardo Tole­
dano pudo escribir en 1940 que “en el momento presente el gobierno
federal intervino en casi toda disputa laboral im portante”.16
El control de los trabajadores se acrecentó, debido a la extrema polí­
tica de conciliación de clases que la élite burocrática de la C TM asumió
como complemento de la suspensión de las huelgas. Los trabajadores, se
decía en el manifiesto antes mencionado, debían “posponer” sus graves
conflictos con los capitalistas, y éstos debían aceptar al gobierno y respe­
tar a las organizaciones sindicales, con lo que se podrían resolver “amis­
tosamente” los naturales problemas laborales que surgen en “una sociedad
como en la que vivimos”.17
Era natural que la política interna que impuso la burocracia sindical
dominada por la C TM provocara brotes de descontento en algunos sec­
tores de trabajadores. Estos brotes, como vimos, eran reprimidos con san­
ciones. L a m ala situación económica en la que se encontraban las masas
obreras en las postrimerías del cardenismo, en gran medida motivadas por
el encarecimiento de la vida, hizo surgir huelgas que no siempre pudieron

130
controlar los dirigentes de la central. No obstante esto, la CTM logró
atenuar las luchas obreras e institucionalizar sus conflictos, sometiéndolos
invariablemente a la jurisdicción del Estado. El movimiento obrero cobró
un nuevo carácter; ya no era la lucha desordenada e impetuosa que dis­
tinguió al avivamiento sindical provocado por la recuperación económica
y que tuvo su manifestación máxima durante los primeros meses de 1935,
sino un movimiento regulado y m anipulado al servicio de un Estado que
se preocupaba por m ejorar la producción para impulsar el desarrrollo del
capitalismo. L a central obrera “única”, poderosa y cohesionada, no forta­
leció al movimiento autónomo de los trabajadores, no puso en peligro
la explotación que sobre éstos ejercían los capitalistas ni los preparó para la
lucha por la toma del poder, sino que, al contrario, constituyó en el país
“un factor de paz duradera”18 que aplacó los ímpetus obreros y los disci­
plinó a intereses que no eran los suyos. Como preveían los círculos guber­
namentales y los voceros del Banco Nacional de México, la CTM cons­
tituyó “una ventaja en vez de constituir una amenaza” al orden estable­
cido, porque

se suprime la acción anárquica [espontánea] de los sindicatos aislados,


sin idea clara de los perjuicios que su actitud, frecuentemente irracio­
nal, causa a la sociedad entera; habrá huelgas en lo venidero, tendre­
mos dificultades industriales de trascendencia y gravedad, pero dismi­
nuirá zozobra que había en el mundo de los negocios con motivo de
las agresiones de que eran vícitmas las empresas, con pretextos absurdos.

Agregaban que

de los grandes organismos de obreros, puede decirse lo que de los trusts:


su fuerza los obliga a ser cautos y a mantenerse dentro de los límites
que marcan los imperativos del medio en que operanJ19

No podía haberse previsto con más claridad una de las funciones esen­
ciales de la CTM . Su desarrollo posterior confirmaría tal caracterización
y el movimiento obrero sería cada vez más sujetado y utilizado como base
de apoyo del régimen imperante.
Los acontecimientos políticos y las grandes movilizaciones de masas que
caracterizaron a la época cardenista arrastraron a los trabajadores, obli­
gándolos a participar en la política. En el transcurso de los acontecimien­
tos, los obreros se politizaron de manera acelerada, superando su estrecha
conciencia sindical. En esto influyó la atmósfera de frente popular que
Lombardo y los miembros del PCM introdujeron en el país, la guerra
civil española, el fascismo y la guerra de las potencias imperialistas. En
efecto, la situación mundial de aquellos años impregnó los sucesos nacio­
nales, y los obreros fueron movilizados en parte con las consignas frente-

131
populistas que lanzó la internacional staliniana. De esta manera, los tra­
bajadores ampliaron su visión e ingresaron en el panoram a nacional, pero
la conciencia nueva que asumieron no los condujo a comprender la nece­
sidad de mantener su independencia política y a luchar por la consecu­
ción de sus objetivos históricos, los cuales eran en esencia contrapuestos
a los del Estado y cuyo logro implicaba el desbordamiento de la política
de masas cardenista y el desarrollo de un ininterrumpido proceso revo­
lucionario que tendría que subvertir las relaciones sociales existentes, rom­
per los lazos de la dependencia al imperialismo y erigir un poder de la
clase obrera. L a conciencia de los trabajadores, de meramente sindica­
lista, que los limitaba a la lucha por sus reivindicaciones económicas más
inmediatas, pasó a ser una conciencia que matizaron ciertos elementos
políticos, pero cuya característica determinante era el ser una conciencia
dependiente, subordinada, que volvía incapaces a los asalariados de dife­
renciar sus propios intereses de los del Estado, con los cuales aparecían
mezclados y confundidos (siendo los de éste los que, en última y en pri­
mera instancia, se sobreponían y cualificaban la conciencia de los obre­
ros). A la política de conciliación de clases que el Estado puso en prác­
tica, se aunó la conciliación de clases que auspiciaba la Internacional
staliniana con la política del frente popular. T al confluencia actuó contra
el desarrollo independiente de los trabajadores, quienes fueron constreñi­
dos a someterse al Estado y a movilizarse y actuar en función de las nece­
sidades del desarrollo capitalista del país. L a política de masas y el frente
popular no sólo lograron que la clase obrera mexicana no desarrollara su
conciencia de clase y su movimiento autónomo, sino, por el contrario, en
la intensidad histórica de esos años, que fuera perdiendo hasta los resi­
duos de la conciencia que habían conservado de aquella época en que los
obreros anarcosindicalistas luchaban con todas sus energías por mantener
su independencia frente al Estado, que los combatía despiadadamente a
través de la C RO M y el ejército.
La conciencia dominada de los trabajadores asumió también caracterís­
ticas que la alejaron aún más de la auténtica conciencia de clases. A par­
tir de la expropiación de los bienes de las compañías petroleras, se desen­
cadenó una “ola nacionalista y chovinista que se apoderó del país” .20 Los
círculos oficiales, Lombardo Toledano y otros líderes obreros, hicieron
constantes llamados a la defensa de “la patria” y a la “unidad patriótica
nacionalista”, a la cual subordinaron la lucha de los trabajadores, im­
pregnando a éstos de ese espíritu. Sin duda esto acentuó el carácter sub­
ordinado de la conciencia de las masas trabajadoras y oscureció más aún
el panoram a nacional.
Con todo lo anterior, la CTM se consolidó y asumió un poder enorme,
el Estado logró una imponente base de apoyo, y los obreros fueron suje­
tados y dominados, despojados de su independencia y de la posibilidad
de asumir su propia perspectiva.

132
La C T M y el régimen
En efecto, con la C TM el Estado obtuvo un poderoso apoyo. Desde
que empezó a configurarse en el Comité Nacional de Defensa Proletaria,
la “central única” se planteó a sí misma como una fuerza que defendería
al gobierno de Cárdenas, y en el transcurso de los acontecimientos se fue
convirtiendo en sostén suyo y de las decisiones gubernativas. Como escri­
bió Lombardo,
no hay un sólo acto de trascendencia del gobierno del presidente Lá­
zaro Cárdenas en el cual no haya participado el movimiento obrero,
representado por la C T M /1

e incluso, como el propio Lombardo explicó en 1959, la preocupación


mayor de ésta fue mantenerse ligada a “la corriente más avanzada de la
burguesía en el poder” , representada por Cárdenas y los capitalistas na­
cionales.22 Todas las actividades de la central se llevaron a cabo en fun­
ción de la política que el gobierno realizó para consolidar al Estado e
impulsar el desarrollo del capitalismo en México. A los opositores del
gobierno la confederación los combatió enconadamente acusándolos de sa­
boteadores y "traidores a la patria”,23 y no toleró que en su seno sur­
gieran disidencias respecto a las medidas que acordaba para apoyar al
régimen.
L a C TM movilizó a los trabajadores y los sujetó a sus dictados, pero
no lo hizo con la pura fuerza de su prestigio y el de Cárdenas, sino que
la burocracia sindical apelaba a su poder totalitario para coaccionar al
proletariado a disciplinarse. Por ejemplo, con motivo de la expropiación
de los bienes de las empresas petroleras, amplios sectores sociales apor­
taron su contribución para integrar fondos destinados a pagar la indem­
nización. Esto constituyó un verdadero movimiento nacional que, más que
ser significativo económicamente, reforzó el respaldo político del gobierno.24
Sería equivocado pensar que tales aportaciones no fueron en gran medida
espontáneas, pero los miles de trabajadores miembros de la CTM , ‘‘sin
excepción de ninguna naturaleza”, fueron obligados, por acuerdo del co­
mité nacional, a adquirir bonos por valor de cinco pesos, cualquiera que
fuese su actitud individual.25 Con motivo de las elecciones presidenciales
de 1940, la dirección burocrática de la central desarrolló una amplia
campaña para hacer respetar su consigna, que obligaba a todos los asala­
riados a apoyar la candidatura de M anuel Ávila Camacho, y amenazó
con sanciones a quienes contravinieran tal designio.*0 En este caso, sin
embargo, el descontento interno que existía debido a los métodos antide­
mocráticos y autoritarios de la élite de líderes, así como las suspicacias
por la imposición de Ávila Camacho, tuvieron por consecuencia que, pese
a las amenazas, importantes núcleos obreros se declararan apolíticos o
votaran por Almazán.27

133
L a CTM , sostén del Estado, también constituía una organización subor­
dinada a él. L a burocracia obrera, estrechamente vinculada al gobierno
de Cárdenas, de hecho convirtió a la central en “un organismo oficial”28
que funcionaba de acuerdo con la política del gobierno. Los líderes sin­
dicales no actuaban sólo en su propio beneficio, incrementando los inte­
reses particulares que iban adquiriendo, sino que eran verdaderos agentes
políticos del Estado. De esta manera, su control totalitario de las masas
representaba, en realidad, un dominio ejercido por el propio Estado a
través de los burócratas de la organización obrera.
Cárdenas ayudó y promovió a la CTM por lodos los medios posibles.
En el desempeño de sus actividades, la central lombardista requirió enor­
mes recursos que los obreros no aportaron, pues es sabido que los sindi­
catos y federaciones no pagaban sus cuotas. El encargado de las finan­
zas de la CTM se quejaba constantemente de la falta de recursos prove­
nientes de las cuotas, y en el informe a cada consejo nacional se anotaba
un aumento de deudas que nunca se saldaban,129 Esos recursos, en forma
de terrenos, edificios o dinero, no podía proporcionárselos a la central más
que el gobierno. Al menos tal es la opinión que diversos autores sostienen.30
Los líderes de la CTM declararon constantemente que no era verdad que
sus fondos proviniesen de las arcas oficiales,* sin embargo, algunas mani­
festaciones de El Nacional y de funcionarios del gobierno los contrade-
cían.’81 Cualquiera que sea la verdad sobre este asunto, no agrega nada
al hecho fundamental: la C TM era un apoyo del régimen y se encon­
traba subordinada al Estado.

2. el prm : ¿ in s t r u m ento c o r p o r a t iv o ?

E l “frente popular” del Estado


Durante los años del gobierno de Lázaro Cárdenas reinó en el país
una atmósfera propicia al frente popular; el partido comunista desde
1935 y la C TM a partir del momento de su fundación, desplegaron una
importante labor para organizar tal frente, en el cual pensaban integrar
al PNR y a la CCM . L a crítica situación mundial y la influencia de la
Comintern reforzaron el clima frentepopulista. Cárdenas aprovechó tal
atmósfera haciendo uso de una fraseología radical, socializante, no sólo
para vincularse más a los obreros, quienes fueron impregnados por un
cierto “internacionalismo” propio de la época, sino también para hacer
culminar el proceso de rehabilitación del partido oficial, dándole a éste
una nueva estructura que permitiría consolidar la subordinación de los
trabajadores al Estado — claramente inspirado en los modelos propuestos
por el PCM— confiriéndole carácter institucional.
Como hemos podido demostrar a lo largo de nuestro estudio, el PNR
desempeñaba un papel de segundo orden en la política de masas carde-
nista, siendo en realidad la C TM la que constituía el instrumento prin­

134
cipal de la movilización de los trabajadores y el más sólido sostén político
del régimen. No obstante su política de “puerta abierta”, el partido del
gobierno sólo podía influir en las masas asalariadas a través de la CTM ,
y aunque la burocracia sindical cetemista estaba completamente subor­
dinada al gobierno de Cárdenas, éste necesitaba proveer al Estado de un
organismo que se encontrara por encima de todos los grupos particulares
que aglutinaban a los diversos núcleos del pueblo trabajador — obreros,
campesinos, empleados— ; organismo que integrara esos núcleos y fungiera
como un aparato capaz de centralizar el dominio sobre las amplias masas.
De este modo, el habilitamiento del partido oficial era la respuesta del
gobierno de Cárdenas a la mencionada necesidad. Durante sus primeros
años, cuando desempeñó la función de centralizador del poder político, el
PNR había revelado su utilidad y sus enormes potencialidades como una
maquinaria de control, y ahora el gobierno se encargaría de transfigurarlo
para que pudiera cumplir su nuevo papel.
El 19 de diciembre de 1937, Cárdenas, en un manifiesto a la nación,
planteó la necesidad de transformar el PNR, para que tuvieran cabida
en él no sólo los campesinos, sino también los trabajadores asalariados
— entre quienes incluía a los elementos “de la llam ada clase media”—
y a los miembros del ejercito. Asimismo, consideraba indispensable la
participación de la m ujer y de la juventud. Así, el partido oficial se
transformaría en un “partido de trabajadores”32 que tendría como pro­
pósito “vigorizar el organismo creado para defensa de la revolución [esto
es: el PN R], dándole nuevos rumbos más de acuerdo con el progreso de
nuestras masas populares”:33 Tal decisión del presidente fue recibida por
los círculos oficiales y por la CTM, el PC y otras agrupaciones, como un
intento de darle realidad al frente popular. Según el senador Soto Reyes,
el acuerdo de Cárdenas fue una “medida dictada para salvar al Partido
Nacional Revolucionario, que estaba hundiéndose”, por lo cual “los tra­
bajadores estaban descontentos y pensaban formar el frente popular”. Sin
duda, Soto Reyes se refería a la escasa influencia autónoma del partido
oficial; concluía que “el partido al transformarse actuará como frente po­
pular” .84 Como puede observarse en las anteriores palabras, el PNR se
quiso presentar como el frente popular buscado, y se empezó a decir que
se convertiría en un “partido de clase”.35 El propio Soto Reyes señalaba
que al convertirse el partido oficial en el frente popular, no tendría que
aceptar en su seno —como en España y en Francia—, a “organizaciones
que se hacen pasar por revolucionarias sin serlo”. Esto no significaba otra
cosa que la exclusión del PCM.M Los directivos de la C TM consideraron
que con su decisión de transformar al PN R Cárdenas se hacía eco del
sentir de los trabajadores, con virtiéndolo en un “partido de amplia base
popular”, o sea: en un “partido de frente popular” . Tal fue, en realidad,
una concepción generalizada que se encargaron de imponer tanto los
círculos gubernamentales como los dirigentes de las agrupaciones de tra­

135
bajadores. Sobre todo, lo que se prestaba a la concepción mencionada era
que el partido se integrara también con los militares, pues esto le daba
su tonalidad más novedosa.*7
Cárdenas dio a conocer su decisión de transformar al PNR en momen­
tos en los cuales las compañías imperialistas del petróleo realizaban su
ofensiva financiera contra el gobierno. La expropiación petrolera fue acom­
pañada por una inconmensurable movilización del pueblo trabajador que
señaló el clímax de la política de masas. Toda la labor de Cárdenas y la
C TM para organizar y movilizar a las amplias masas de trabajadores,
todos los acontecimientos trascendentales de esos años, en los cuales estu­
vieron presentes las masas, cristalizaron durante los días de marzo de
1938, Alcanzado el clímax de la política de masas, el gobierno de Cárde­
nas hizo que la fuerza que representaban los miles de asalariados puestos
en movimiento se encauzara hacia la constitución del nuevo partido ofi­
cial que habría de sustituir al PNR.
Justamente a los pocos días de la expropiación petrolera, se llevó a cabo
la convención constitutiva del Partido de la Revolución Mexicana, a la
cual concurrieron los delegados de los diversos “sectores” que integrarían
al nuevo organismo.38 Éste fue, sin duda, producto de la decisión guber­
namental, y por ello se le organizó “desde arriba”, sin que las masas
que fueron integradas a él tuvieran ninguna participación activa y cons­
ciente en su configuración. Las fuerzas conjugadas de la burocracia sin­
dical y de la burocracia política del PNR, bajo la dirección del gobierno,
crearon una estructura que había de encuadrar a las masas en forma tal
que se asegurara su completa dominación por el Estado. En esto fue deci­
siva la actividad política electoral que se impuso a los trabajadores. Eran
llevados por canales de participación política que mediatizaban su acción
y la subordinaban al aparato del partido oficial, pues se les alejaba cada
vez más de la posibilidad de que rescataran su independencia y la visión
de sus propios intereses de clase. Tal actividad política benefició directa­
mente a la burocracia sindical, cuyos miembros pudieron disfrutar de es­
caños en las Cámaras y con ello adquirir intereses y prerrogativas que
aumentaron su dependencia respecto del Estado.3® Con el transcurso de
los años, la política electoral llegó a ocupar el lugar preponderante de la
movilización de masas, como apoyo del régimen y como método de ma­
nipulación de los trabajadores. Ya sólo de cuando en cuando se recurri­
ría a una movilización por lo demás en extremo limitada y burocrática,
sin el impulso y la amplitud de las que caracterizaron a la época car-
denista.
Conforme a la imagen de frente popular que asumió, y continuando
la política oficial, el PR M se matizó con una fraseología socializante. En
su pacto constitutivo consideraba “como uno de sus objetivos fundamen­
tales la preparación del pueblo para la implantación de la democracia
de trabajadores para llegar al régimen socialista”, lo que obligaba a

136
los obreros a dominar la técnica “para asumir, en su oportunidad, la
dirección responsable de la producción industrial”.40 El director del dia­
rio del partido y del gobierno expresó que el PRM se caracterizaba por
ensamblar “la idealidad nacionalista v los propósitos de un socialismo in­
tegral”, considerando que el partido era un partido de trabajadores que
no se apoyaba en una sola clase, pues eso “lo volvería obtuso y sectario”.41
Sin embargo, ya conocemos el trasfondo de esa fraseología ideológica, la
cual fue acompañada por planteamientos que reivindicaban para el PRM
la tarea de pugnar por el mejoramiento de las vías de comunicación e
impulsar el desarrollo de la producción, en particular de la industria en
manos de capitalistas nacionales.42
El renovado partido oficial tenía como función integrar a los obreros,
campesinos y empleados, dándole permanencia y solidez a su someti­
miento al Estado, lo cual se logró con una rígida estructura interna que
se distinguió por sus características corporativas.

La corporativización de los trabajadores


El PRM se estructuró inicialmente a base de cuatro “sectores”, en cada
uno de los cuales se aglutinó a determinado núcleo social. Así, los obre­
ros y los campesinos cubrieron sus respectivos sectores, el primero de los
cuales se constituyó con la CTM , la GROM , la GGT, el sindicato de
mineros y el Sindicato Mexicano de Electricistas; el segundo quedó com­
puesto por las ligas de comunidades agrarias y sindicatos campesinos de
los diversos estados de la república, así como por la Confederación Cam­
pesina Mexicana. Formalmente, cada una de las anteriores organizaciones
conservaría su autonomía y “la dirección y disciplina de sus afiliados, en
cuanto al desarrollo de su acción social y la realización de sus finalidades
específicas”.43 El tercero fue el “sector popular”, que integraría a traba­
jadores independientes, cooperativistas, artesanos, estudiantes, comercian­
tes en pequeño, etcétera; este sector se caracterizaría sobre todo por aglu­
tinar a los empleados públicos. Gomo en el sector campesino y en el
obrero, las diversas agrupaciones m antendrían su autonomía en sus acti­
vidades particulares.44 El cuarto sector, el militar, fue transitorio, y obe­
deció a la necesidad que tenía el gobierno cardenista de estrechar más
el control del ejército, en una época en extremo crítica, pero, realmente,
era un agregado que no afectaba en lo fundamental el funcionamiento y
la razón de ser de la estructura singular del nuevo partido del Estado,
Todos los miembros de las organizaciones que integraban los distintos sec­
tores dependerían estrictamente del PR M en su participación político-
electoral.48 De este modo, se daba un carácter permanente y obligatorio
a la actividad electoral de las masas que el partido había logrado imponer
con su política de “puerta abierta” y con la colaboración decisiva de la
CTM .

137
Con su organización sectorial, el PR M incorporó en sus filas a todos
los núcleos organizados del pueblo trabajador. Esto significó la unifica­
ción en un solo organismo de amplias masas de obreros, campesinos y
empleados. De este modo se alcanzaba uno de los más importantes obje­
tivos por los que el gobierno de Cárdenas había pugnado desde sus co­
mienzos, y se sentaba la base real que permitiría un control centralizado
y permanente de las masas asalariadas. El PRM unió enormemente a to­
dos los núcleos sociales explotados que se encontraban organizados, pero
al mismo tiempo los dividió y los mantuvo separados entre sí. En efecto,
la organización de las masas en sectores no implicó la “unidad total de
los trabajadores” que Lombardo preconizaba, la cual no era sino la unión
obrero-campesina, en la que quedaban incluidos los empleados, sino que
constituyó un mecanismo a través del cual cada núcleo trabajador fue
encuadrado en un compartimento especial. Las organizaciones obreras
no podían agrupar en su seno a contingentes campesinos, y las agrupa­
ciones campesinas tampoco abrirían sus puertas a los obreros. C ada sector
tendría delimitado su “radio de acción”.46
Desde años antes de la transformación del partido oficial, el gobierno
de Cárdenas había acompañado la labor de organización y unificación
con una persistente actividad tendiente a diferenciar y delimitar los nú­
cleos sociales que luego integrarían los sectores. L a C T M había intentado
convertirse en una central verdaderamente única que aglutinara no sólo
a los obreros, sino también a los campesinos y a los burócratas, así como a
los miembros de las cooperativas. Sin embargo, como hemos visto con
anterioridad, la C T M fue obligada a renunciar a su propósito totalizador:
a los campesinos los organizó el partido oficial y los reunió en la Confe­
deración Nacional Campesina; los empleados del Estado fueron obligados
a organizarse en la FSTSE, al margen de la central obrera; y las coope­
rativas también terminaron organizándose en su propia confederación na­
cional. En todos estos casos, la labor de los círculos gubernamentales con­
sistió en obstaculizar y evitar que la C T M viera fructificado su empeño.
El PRM consolidó la diferenciación y separación de los distintos nú­
cleos del pueblo trabajador, encerrando a cada uno de ellos en su compar­
timento estanco. No había unidad obrero-campesina, no había unidad de
los trabajadores del campo y la ciudad con los empleados públicos. Había
una estructura que separaba y aislaba a cada sector de los otros. Las
relaciones entre los obreros y los campesinos, o entre los empleados y los
obreros, no existirían más que a través de las camarillas de líderes buro-
cratizados, quienes serían los encargados de coordinar la acción de las
masas y de mantenerlas bajo control, y quienes, al mismo tiempo, estarían
subordinados a la dirección del partido, en especial a su presidente. De
esta manera, el partido del gobierno asumió claros caracteres corporati­
vos, que lo capacitaron como un poderoso instrumento de dominio y m a­
nipulación de las masas trabajadoras. L a separación de éstas en compar­

138
timentos cerradas facilitaba su control y permitía constreñir a los obre­
ros, a los campesinos, a los empleados, a intereses muy particulares que
podían incluso presentarse como contradictorios y opuestos. Así, se alejaba
la posibilidad de una auténtica alianza desde las bases, las que no sólo no
disponían de iniciativa propia, sino que tampoco estaban capacitadas para
identificar sus intereses con los de los otros “sectores” . Sólo estaban uni­
das por algo superior que se les imponía y las regimentaba, que disponía
de ellas a su antojo: el Estado, que hacía acto de presencia por medio de
las élites burocráticas y que las subordinaba a sus fines particulares, pre­
sentando éstos como generales, como propios de la “comunidad” n a­
cional.
El PRM fue un instrumento corporativo que centralizó y solidificó el
control del Estado sobre los trabajadores, dándole un carácter institucio­
nal. De este modo, todos los núcleos de trabajadores asalariados y los cam­
pesinos fueron integrados al aparato estatal, del cual dependerían y al que
serían sujetados. Desde los años de su cam paña electoral, Lázaro Cárdenas
había pugnado por la organización, unificación y disciplina de los traba­
jadores, y también había impulsado el agrupamiento de los capitalistas.
De esta forma, la lucha económica y social ya no sería “la diaria e inútil
batalla del individuo contra el individuo, sino la contienda corporativa de
la cual ha de surgir la justicia y el mejoramiento para todos los hombres.41
En efecto, la política cardenista condujo a la organización de todos los
sectores sociales y, con ello, a la instituciónalización de los conflictos entre
las diversas clases. Sin embargo, la mejoría de “todos los hombres” fue,
en realidad,, el desarrollo y fortalecimiento de la clase social privilegiada,
es decir, de los capitalistas, quienes vieron impulsados y protegidos sus in­
tereses, mientras que la clase obrera, los campesinos y los empleados no
mejoraron su nivel de vida de modo proporcional y fueron integrados en
una estructura corporativa que los sujetó y aprisionó.

139
NOTAS

C A PÍT U L O I

1 Citado en M. Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalism o, Argentina,


1971, p. 391,
2 F. Freí del, L os Estados U nidos en el Siglo X X , t. i, México, 1964, pp. 538-
40 y 542-43; Faulkner, H istoria económ ica de los E stados U nidos, Buenos Aires,
1956, pp. 719-21; H. C. Alien, H istoria de los Estados U nidos de A m érica, t. ii,
Buenos Aires, 1964, p. 88. U n interesante y documentado análisis sobre los hechos
que precedieron la caída: J. K. Galbraith, El crac del 29, Barcelona, 1965.
a Alien, op. cit., p. 89. “Hacia 1932 la producción había retrocedido al nivel
de 1913” ; cayó el 55% por debajo del máximo alcanzado en 1929 y “el índice
de producción de bienes de capital se mantendría, en 1933, en poco más de un
tercio de 1929”. Dobb, op. cit., pp. 390 y 392.
4 Furtado, L a econom ía latinoam ericana desde ¡a conquista ibérica hasta la
revolución cubana , México, 1969, p. 59 y ss.
5 E. Padilla Aragón, Ensayos sobre el desarrollo económico y fluctuaciones cí­
clicas en M éxico (1 9 2 5 -1 9 6 4 ), México, 1966, pp. 74-75.
6 A. Shulgovsky, M éxico en la encrucijada de su historia, México, 1968, p. 28,
y F. Tannenbaum, M éxico: la lucha por la paz y por el pan, en P Á IM , v. ni, n. 4,
oct.-dic. de 1951, p. 126.
7 Exam en de la Situación Económ ica de M éxico , julio-agosto de 1933, p. 16 y
diciembre de 1934, p. 12. Parodiando a los fisiócratas dicen: “Minería pobre,
reino pobre, minería rica, reino próspero.”
s Exam en de la Situación Económ ica de M éxico, diciembre de 1929, pp. 8-9, y
enero de 1930, p. 10; G. Robles, “México y la cuestión de materias primas”, El
Trim estre E conóm ico, v. v, 1938, p. 45.
9 Exam en de la Situacián Económ ica de M éxico, n. de enero a noviembre de
1930; El Econom ista, 16 de septiembre de 1930, p. 15, y Luis G. Franco, In dus­
tria, com ercio y trabajo, 1930-32. A pun tes para la historia , México, 1945, p. 47
(Informe presidencial de 1932).
10 Exam en de la Situación Económ ica de M éxicd, julio de 1931, pp. 40-41 (en
lo sucesivo, esta fuente la citaremos como E S E M ).
11 L. Meyer, M éxico y Estados U nidos en el conflicto petrolero (1 9 1 7 -4 2 ), M é­
xico, 1968, pp. 21-23; Furtado, op. cit., pp. 192-93; E. Lobato López, “El pe­
tróleo en la economía”, en M éxico: cincuenta años de revolución, t. i, México,
1960, pp. 322 y 324; E SE M , enero de 1932, p. 15, y abril-mayo de 1932, p. 13.
12 E SE M , noviembre y diciembre de 1929, febrero y mayo de 1930; E l E cono­
mista, 16 de enero y lo. de febrero de 1930.
13 E S E M , diciembre de 1930, p. 5, y diciembre de 1931,pp. 6-7.
1.4 Weyl, L a reconquista de M éxico (L os días de Lázaro C árden as) . en P A IM ,
v. viu, n. 4, octubre-diciembre de 1955, p. 228.
15 Silva Herzog, E l agrarismo m exicano y la reforma agraria. Exposición y crí­
tica, México, 1964, p. 389; Ortiz Rubio, lo. de septiembre de 1931, en Cámara
de Diputados, L os presidentes de M éxico ante la nación. Inform es, m anifiestos y
docum entos de 1821 a 1966 , t. ni, México, 1966, p. 1065.
18 El Econom ista, lo. de enero de 1931. p. 18.

140
17 ESE M , octubre-noviembre de 1930, p. 11. El Econom ista, 16 de noviembre
de 1930, p. 6, 16 de junio de 1931, p. 20 y lo. de febrero de 1931, p. 20.
18 El Econom ista, diversos números de 1930 y 1931.
16 R. Vernon, El dilem a del desarrollo económ ico de M éx ico , México, 1966, p.
98; E. Vera Blanco, “La industria de transformación”, en M éxico: cincuenta años. .
cit. pp. 269-70, e Industria, Comercio y Trabajo, M on ografía sobre el estado ac­
tual de la industria en M éxico, México, 1929, pp. 5 y 31, Las cifras aumentan
en el primer censo industrial; vid. cuadro en Shulgovsky, op. c it, p. 32.
20 SICT, M o n o g r a f ía ..., p. 12; L. Solís, L a realidad económica m exicana: re~
trovisión y perspectivas, México, 1970, p. 96 y M. N. Branch, “Los industriales
frente al nuevo régimen monetario”, El Econom ista, 16 de septiembre de 1931, p. 9.
21 ESEM , diversos números de 1930 y 1931.
22 Economía Nacional, L a industria textil en M éxico. El problem a obrero y los
problem as económicos} México, 1934, pp. 127-28 y 180j E SE M , diciembre de 1930,
pp. 10-11.
23 Furtado, op. cit., pp. 109-17.
2i SEN, L a industria te x til. p, 166; E SE M , agosto de 1930, p. 14.
25 Faulkner, H istoria eco n ó m ica . . . , cit., p. 724. Según este autor, el efecto
de tal ley “parece haber sido el de acelerar la decadencia comercial y suscitar
antagonismos en [el] mundo”.
í6 P. González Casanova, L a democracia en M éxico, México, 1967, p. 60,
27 ESE M , enero y noviembre de 1930, pp. 15 y 17-18 respectivamente,
23 Furtado, op, cit., p. 109 y ss; M. Anubla, “Esquema histórico de las formas
de dependencia”, Pensam iento Crítico, La Habana, n. 36, enero de 1970, p. 33 y
ss.
Franco, op. cit., p. 51,
80 Ibid., p. 52. Sobre las limitaciones del mercado nacional: Tannenbaum,
M éxico: la lucha por la paz y por el pan, cit., pp. 99-102.
31 A. Córdova, L a ideología de la revolución m exicana, cap. vi, México, Ed. Era,
1.973.
32 El Econom ista, lo. de junio de 1931, p. 7._
93 Vid. la opinión del director del Banco Nacional de México en El Econom ista,
lo . de junio de 1931, p. 10; E SE M , agosto de 1930, pp. 10-11.
34 E. Mandel, T ratado de economía m arxista, t. i, México, 1969, p. 224; ESEM ,
abril-mayo de 1931, pp. 5-7; R. Ortiz Mena, “Moneda y Crédito”,, en M éxico:
cincuenta. . cit., p. 397.
35 ESE M , abril-mayo de 1931, pp. 5-7; El Econom ista, 16 de mayo de 1931, pp.
5 y 17.
36 M i contribución al nuevo régimen, 1910-1933, México, 1936, pp. 330-31.
87 ESE M , noviembre-diciembre de 1931 y enero y agosto-septiembre de 1932;
A. Espinosa de los Monteros, “Los problemas de la emisión de billetes de banco”,
El Econom ista, 16 de octubre de 1931, p. 9; A. J. Pañi, T res monografías, México,
1941, pp. 206-07.
38 Sobre tal obra de Pañi, vid. Córdova, op. cit,
98 Pañi, Los orígenes de la política crediticia, México, 1951, p. 24; T r e s . . . ,
cit., p. 159 y ss.; E SE M , febrero-marzo y agosto-septiembre de 1932; vid. el texto
de la nueva ley en Hacienda y Crédito Público, La crisis económ ica en M éxico y la
nueva legislación sobre la m oneda y el c r é d i t o v. i, México, 1933, pp. 25-34.
■*° El Econom ista, lo. de agosto de 1931, p. 19; Pañi, M i con tribu ción . . . , pp,
337-38, T res. . . , pp. 184-85.
C. Pérez Duarte, “La crisis de Inglaterra y los intereses mexicanos”, El Eco­
nom ista, lo. de octubre de 1931, p. 8: “La economía de nuestro país se ha desa­
rrollado oonforme a los lincamientos adoptados para la explotación de cualquier
colonia; se han extraído nuestros ricos recursos naturales en la forma y proporción
requerida por la metrópoli, pero sin preparar al país para una vida propia.”

141
42 E SE M , enero-febrero y junio de 1931; E l Econom ista, 16 de agosto de 1931, p.
21; Ortiz Rubio, lo. de septiembre de 1931, L os presid en tes. . . , cit,, p. 1039.
43 Solís, op. cit., p. 98.
44 Pañi, O r íg e n e s .. p. 25.
45 Vid. exposición de motivos del proyecto de presupuesto de egresos para 1931,
firmado por Ortiz Rubio, en El E conom ista , 16 de noviembre de 1930, p. 20; E.
Portes Gil, Q u in ce años de política m exicana, México, 1941, pp. 206-07. En la misma
exposición de motivos, Ortiz Rubio planteaba como necesario encontrar “la norma
de convivencia actual que armonice los legítimos intereses del empresario y del
obrero, del terrateniente y del campesino”.
40 Comisión de Planeación Industrial de la GNIT. Proceso ocupacional (U n aná­
lisis del proceso en M éxico) , México, 1956, p. 105.
47 A. López Aparicio, E l m ovim iento obrero en M éxico: A nteceden tes, desarrollo
y tendencias, México, 1952, p. 184.
48 En 1924 un líder cromiano decía: “N o se trata de destruir al capital; se
trata de consolidar el trabajo y el capital, armónicamente; todo para beneficio
del trabajador.” (R. Salazar, H istoria de las luchas proletarias de M éxico, México,
1938, p. 138.)
49 Salazar, op. c it , p. 198.
50 R. Salazar. Líderes y sindicatos, México, 1953, pp. 77 y 83; M. R. Clark,
O rganized labor in M éxico, Chapel Hill, 1934, p. 109; S. S. Goodspeed, E l p apel
del jefe del ejecu tivo en M éxico, en P Á 1M , v. vn, n. I, enero-marzo de 1955, p. 81.
51 Los acontecimientos aquí enumerados pueden encontrarse detallada y viva­
mente en las magníficas efemérides de Rosendo Salazar, participante en tales
sucesos: H is to r ia ..., cit.; vid. también Elias Barrios, El escuadrón de hierro. P á­
ginas de historia sindical, México, 1938.
52 Comisión de Planeación Industrial de la CNIT, Procejo. . . , cit. p. 96. En
realidad, tales cifras están muy reducidas pues, como hace notar Shulgovsky, no se
toma en cuenta a los cientos de miles de obreros agrícolas, jornaleros, sin trabajo;
la cifra global de desempleados parece ser que llegó a un millón.
53 Cf. J. R. Himes, “La formación de capital en México”, El T rim estre E co­
nóm ico, v. xxxi, n. 1, enero-marzo de 1965, p, 175.
54 V. Fuentes Díaz, El problem a ferrocarrilero en M éxico , México, 1951, p. 117
y ss; M. Gilí, Los ferrocarrileros, México, 1971, p. 50.
55 “Efectos sociales de la crisis de 1929”, El D ía, 13 de agosto de 1970; publi­
cado originalmente en el número 76 de H istoria M exicana.
56 Seis años de gobierno al servicio de M éxico, 1934-1940, México, noviembre
de 1940, p. 23; L. G. Franco, Glosa del periodo de gobierno del C. gral. e Ing.
Pascual O rtiz R u bio, 1930-1932; Relaciones E xteriores en una actuación histórica,
México, 1947, p. 155; E SE M , abril de 1931, p. 11.
57 Centro de Estudios Económicos y Demográficos, Dinám ica de la población de
M éxico, México, 1970, pp. 10 y 86-87.
58 Ibid., p. 92; CNIT, Proceso . . . , cit., p. 96.
59 Córdova, op. cit, cap. vr. Véase el análisis que se hace de las características del
caudillismo.
60 Ibid., cap. vn, principalmente lo referente a la reforma militar y la reforma
hacendaría.
61 Sobre los acontecimientos que se refieren, consultar: Portes Gil, Quince
a ñ o s . . . , cit., p. 105 y ss.; Salazar, H is to r ia ..., cit., p. 302 y ss; F. C. Manjarrez,
L a jo m a d a institucional, primera parte, México, 1930.
62 Clark) O r g a n ize d . . . , c it, pp. 133-34; Goodspeed, El p a p e l . . . , cit., p. 97.
63 Salazar, op. cit., p. 344 passim; H istoria de las luchas proletarias de M éxico,
1930-1936, México, 1956, p. 74 y ss.
M Salazar, H is to r ia ..., 1938, p, 358.

142
63 G. Morales, T res años de lucha sindical (1 9 2 8 -1 9 3 1 ), s. p. i-, 1931, pp.
25-26.
a6 Discurso pronunciado por V icente L om bardo Toledano en el T eatro A rbeu,
el día 3 0 de agosto de 1931, p. 4.
67 V. Fuentes Díaz, “Desarrollo y evolución del movimiento obrero a partir
de 1929”, C iencias P olíticas y Sociales, año v, n. 17, julio-septiembre de 1959, p.
330; M. Márquez Fuentes y O. Rodríguez, El P artido Com unista M exicano,
1919-1945, México, 196&, pp. 175 y 181; Weyl, L a re c o n q u ista . . cit., p. 239.
66 Goodspeed, op. cit., p. 103; H. Labor de, P ortes Gil y su libro Quince años
de política m exicana, México, 1950, pp. 17-18; M. Gilí, “Veracruz: revolución
o extremismo”, H istoria M exicana, v. n, n. 4, abril-junio de 1953, pp. 633 y 635;
J. Mancisidor, “Síntesis histórica del movimiento social en México”, en Max Beer,
H istoria general del socialism o y de las luchas sociales, t. n, México, 1940, p. 353;
R. Treviño, El m ovim iento obrero en M éxico; su evolución ideológica, México,
1948, p. 96.
69 Sobre el número de huelgas registradas consultar Shulgovsky, op. cit., p. 70.
70 Ortiz Rubio, lo. de septiembre de 1930, L os p r e s id e n te s .. . , cit., pp. 1007-08.
Concluye “que el capital que hasta ahora sólo posee, entre en actividad y trabajo;
y que el trabajo, que por ahora nada tiene, principie a poseer”.
71 Vid., por ejemplo, las declaraciones de la Confederación de Cámaras de
Comercio en E l Econom ista, lo. de junio de 1931, p. 20, y las declaraciones de
la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, ibid., p. 14.
72 E. M. Sabral, “La conciliación en el orden económico”, El E conom ista, 16
de noviembre de 1929, p. 11.
73 Secretarla de Industria, Comercio y Trabajo, L ey F ederal del T rabajo , Méxi­
co, 1931, p. 48 y ss.; Salazar, H istoria d e . . . , 1956, pp. 51-52.
74 Exam en de la Situación Económ ica de M éxico, agosto-septiembre de 1932, p.
20.
75 Vid. Manuel Gómez Morín en Wilkie, M éxico visto en el siglo X X , México,
1969, p. 164.
76 E xam en de la Situación Económ ica de M éxico, noviembre-diciembre de 1932,
p. 13 y enero de 1933, pp. 17-18.
77 E SE M , septiembre-diciembre de 1933 y abril-mayo de 1934; Presidencia de la
República, Nacional Financiera, S, A-, 5 0 años de revolución m exicana en cifras,
México, 1963, p. 63.
78 E SE M , septiembre-octubre de 1933, p. 8 y abril-mayo de 1934y p. 14; Me-
yer, M éxico y E s t a d o s ..., cit., pp. 18 y 19; Presidencia de la República, op. cit.,
p. 68.
79 E SE M , noviembre-diciembre de 1933, pp. 8-9.
so Vid. E SE M , julio-agosto de 1933, p. 12 y septiembre-octubre, p. 16.
ífl Vid. Rodríguez, lo. de septiembre de 1933, Los p resid en tes. . cit. p. 1223
y Silva Herzog, op. cit., p. 364.
82 E SE M , noviembre-diciembre de 1932, p. 9 y abril-mayo de 1934, p. 7.
83 Rodríguez, op. cit., p. 1238.
S4 ESE M , noviembre-diciembre de 1933, p. 6.
65 Fuentes Díaz, E l p r o b le m a .. . , cit., p. 121.
80 E SE M , marzo de 1935, p. 15; Presidencia de la República, op. c.it., p. 140.
87 E SE M , agosto de 1934, pp. 11-12 y enero de 1935, pp. 17-18.
88 E SE M , abril de 1935, p. 17.
89 Vid. E SE M , septiembre de 1934;, pp. 6-7.
E SE M , febrero-marzo de 1933, pp. 5-6; enero-marzo de 1934, p. 15, y sep­
tiembre de 1934, pp- 8-9.
91 E SE M , julio-agosto de 1933, pp. 5-8.
02 E S E M , octubre-noviembre de 1934, pp. 17-19.

143
83 Vid. el crecimiento del PNB en Presidencia de la República, op. cit., p. 32.
94 Miguel A. Velasco en R. Vizcaíno y otros, L a izquierda y la política de
Cárdenas, Ensayo, testimonios, documentos (en preparación).
95 Vid. E. Barrios, op. cit., p. 193 y ss. y F. J. Gaxiola, op. cit., p. 504. En
realidad, hay que reconocer que algunos comunistas participaron en la fundación
del sindicato y que fueron ellos quienes iniciaron la lucha y más combatieron por
el sindicato único
96 Gaxiola, op. cit., p. 487; R. Piña Soria, “Reseña histórica del movimiento
obrero mexicano”, Futuro, n. extraordinario, mayo de 1934, p. 43; V. Lombardo
Toledano, “Discurso en la Convención del Teatro Díaz de León” , 12 de marzo de
1933, Futuro, cit., p. 72; Clark, O rgan ized. . . , pp. 261 y 271.
97 Piña Soria, op. cit., p. 44; A. Bemal Jr., “De cómo y por qué se formó la
CGOCM y su primer congreso ordinario”, Futuro, n. 5 y 6, diciembre de 1934,
p. 4; V. Lombardo Toledano, T eoría y práctica del m ovim iento sindical m exicano,
México, 1961, p. 67.
9S “Declaración de principios de la CGOCM”, Futuro, n. extraordinario, mayo de
1934, p. 79; V. Lombardo Toledano “Advertencia” Futuro, n. 5 y 6, diciembre de
1934, p. 4; “Informe del consejo nacional de la Confederación General de Obreros
y Campesinos de México ante el primer congreso ordinario de la misma”, Futuro,
cit., pp. 21-24-
99 Vid. actas taquigráficas del congreso en Futuro, n. 5 y 6 de diciembre de 1934,
particularmente p. 102 y ss.
100 Velasco en R. Vizcaíno y otros, L a izquierda. . cit.; Fuentes Díaz, “El
m o v im ien to ...”, cit., p. 335.
301 Sánchez Míreles, “El movimiento burocrático’\, en M éxico: cincuenta años
de revolución, t. ii, México, 1960, pp. 290-92.
10,2 G. Loyo, “El Iatifundismo mexicano sigue en pie”, F uturo , n. 6, 15 de
febrero de 1934, p. 11.
i«3 Gaxiola, El Presidente . . . , cit., pp. 168-69; E SE M , enero de 1973, pp. 13-14.
104 A. Taracena, L a revolución desvirtuada, t. ij México, 1966, p. 17
105 Shulgovsky, op. cit., p. 73; T. Medin, “Cárdenas: del maximato al presi­
dencialismo”, R evista de la U n iversidad de MéxicOj v. x x v , n. 5, mayo de 1971,
p. 13.
106 León Trotsky sintetizaba las situaciones similares a la aquí esbozada, en los
siguientes términos: “Después de un periodo de grandes luchas y descalabros, las
crisis no actúan sobre la clase obrera como acicate de exaltación, sino de un modo
depresivo, quitándole la confianza en sus fuerzas y descomponiéndolas política­
mente. En circunstancias tales, sólo un nuevo florecimiento industrial puede mante­
ner en cohesión al proletariado, infundirle vida nueva, devolverle la confianza en
sí mismo y ponerlo en condiciones de volver a luchar.” (M i vida, t. i, México,
1946, p. 378.)
107 Vid. A. Córdova, L a ideología. . . cit., cap. vi.
ios Vid. ibíd., cap. vii, “Como no es un caudillo militar como Obregón, su
único apoyo puede ser el proletariado” ( “La central sindical única de México.
Editorial”, Futuro, 3a. época, n. 1, febrero de 1936. p. 1).
109 A. J. Pañi, A pu n tes autobiográficos, México, 1945, p. 384.
1:10 R. Salazar, H is to r ia . .1938, p. 319 y ss.; F. Díaz Babío, U n dram a na­
cional. L a crisis de la revolución. D eclinación y eliminación del Gral. Calles. Pri­
m era etapa , 1928-1932, México, 1939, pp. 49-51; Manjarrez, L a j o r n a d a . .. , cit., p.
288 y ss.
1:11 González Casanova, op. cit., pp. 40 y 43.
112 R. Puente, H om bres de la revolución: Calles, Los Ángeles, 1933, p. 198.
113 Pañi, op. cit., p. 388; J. M. Puig Casaurac, El sentido social del proceso
histórico en M éxico, México, 1936, pp. 212-13 y Calatea rebelde a varios pigm a-

144
liones. D e O bregón a Cárdenas. E l fenóm eno m exicano actual, t. iv, México, 1940,
p. 55.
Xli Gaxiola, op. cit., p. 32.
11S Ibid.3 pp. 32-34; Portes Gil, op, cit,, p. 199.
^ G alatea rebelde. . ., p. 119.
irr Ibid.j p. 373; J. G. Amaya, Los gobiernos de O bregón y Calles y regímenes
“peleles” derivados del cailism o, México, 1947, p. 348; Díaz Babío, op. cit., p. 187
y ss; V. M. Villaseñor, “El régimen callista”, F uturo, 3a. época, n. 10, diciembre de
1936, p. 38: “Cuando entre un grupo de partidarios de Ortiz Rubio se
principió a trabajar para emanciparlo de la tutela del jefe máximo, sin ceremo­
nia alguna fue obligado a renunciar a la presidencia.” Cárdenas señala algunos
intentos encabezados por algunos partidarios del presidente para enfrentarse al
jefe máximo y a sus allegados, pero explica que Ortiz Rubio “sabia que un
rompimiento público con el general Calles provocaría la guerra civil”. (L. Cárde­
nas, Obras, 1, A pu n tes 1913-1940, México, 1972, pp. 188 y 194.)
118 Gaxiola, op. c it, pp. 95, 114 y ss.; Puig, E l s e n t i d o .. ., cit., p. 214.
Vid. Paul Nathan, M éxico en la época de C árdenas, en P A JM , vol. ir, n. 3,
julio-septiembre de 1955, p. 67. “Calles era, sobre todas las cosas, un político
realista” (V. Prewett, R eportage on M éxico>, Nueva York, 1941, p. 72).
*12() R ecopilación de conceptos y opiniones acerca del Sr. G eneral D on Plutarco
Elias Calles, insertados en la edición m onum ental de “L as Provincias”, correspon­
dien te al m es de junio de 1933, pp. 5 y 14; A. Chaverri Matamoros, E l verdadero
Calles, México, 1933, p. 119.
121 A José Santos Chocano, el general Calles le dio la impresión “de un silen­
cioso y férreo Stalin mexicano, hecho para la acción tenaz, imperturbable, inexo­
rable, quien sabe ir hasta el final de sus designios, contra todos y por encima de
todo, si fuese necesario”. Ésta y múltiples opiniones más pueden encontrarse en
R ecopilación . y Chaverri Matamoros, op. cit. p. 21 et passim.
122 Díaz Babío, op. cit.3 p. 90; Chaverri Matamoros, op, cit., pp. 261-62 (opi­
nión de Calixto Maldonado) ; Nathan, op. cit,, p, 68.
123 Puig, E l s e n t i d o .. ., p. 210,
1-24 Vid. por ejemplo E l Econom ista, lo, de febrero de 1931, p. 5.
12,3 Laborde, op. cit., p, 14; H, Fairchild, “La revolución mexicana y los Esta­
dos Unidos de América”, Futuro, 3a. época, n. 10, diciembre de 1936, pp. 42-48;
V. Campa, “El cardenismo en la revolución mexicana”, en P A JM , vol. n, n. 3.
julio-septiembre de 1955, p. 227; V. Lombardo Toledano, T eoría y . . . , p. 62;
E. Rabines, “Termidor mexicano” en Marof, M éxico de frente y de perfil, Buenos
Aires, 1934, pp. 18-24.
128 L. L. León, Elogio del general Plutarco E lias Calles, Oración fúnebre pro­
n u n c ia d a ... en el entierro d e l . . . Panteón civil de la ciu dad de M éxico , el 20,
de octubre de 1945, p. 9, y “El presidente Calles”, H istoria M exicana, v. x, n. 2,
octubre-diciembre de 1960, p. 330.
127 “Una nueva etapa”, R evista de Econom ía y E stadística, v. ni, n. 27, julio
de 1935,, p. 3.Esta revista era órgano de la Secretaría de la Economía Nacional.
H2S Vid. Portes Gil, Q uince a ñ o s .. ., p. 201; Amaya, op. cit., p. 348; Puig,
G alatea. . ., p. 373.
129 L. Cabrera, V einte años después, México, 1938, pp. 171-72 y 179-80. In­
cluso Lombardo Toledano decía: “El pueblo de México se hallaba harto
de represiones, necesitado con urgencia de un cambio en los hombres y
sobre to d o , en los m étodos de g o b i e r n o (“Contesta Lombardo Toledano”, F utu­
ro, n. 25, marzo de 1938, suplemento especial, p. v; subrayado nuestro.)
150 30 de noviembre de 1928, Los presidentes. . t. ih, p. 880, y agregaba: “Sabe­
mos también que es un imperativo inaplazable mantener a los campesinos [en] la
posesión de sus tierras y continuar el programa agrario de acuerdo con la ley, para

145
poder crear una clase rural libre y próspera, que sirva inclusive de acicate a la
retardataria técnica del latifundista, quien al no disponer de asalariados pau pé­
rrim os tendrá que hacer evolucionar sus m étodos de cultivo, con ventajas induda­
bles para el mismo propietario y para la economía general del país.” (Subrayados
nuestros.)
asl A. Rodríguez, cit. por Puig, G a l a t e a ..., p. 106.
132 Vid. Sal azar, H i s t o r i a . . . , 1956, pp. 64-68 y 115 y ss.; Lombardo Toledano,
“Primero de Mayo”, Futuro , n. extraordinario, mayo de 1934, p. 105; Lombardo
en Wilkie, M éxico v i s t o . . . , cit., p. 281; Gaxiola, op. cit., pp. 512-13.
133 Vid. Gaxiola, E l p resid en te __ _ cit., pp. 528-30.
134 Exam en de la Situación Económ ica de M éxico, julio-agosto de 1933, p. 8 y
septiembre-octubre de 1933, pp. 15-16.
ara M em oria de la Com isión N acional del Salario M ín im o , México, 1934. p.
51 et passim. El presidente Rodríguez escribía: “Poseyendo el obrero y el campe­
sino un mayor poder de adquisición, será costeable producir infinidad de artículos
que no son manufacturados debido a la falta de amplio mercado interior.” Artículo
en M e m o r ia . . p. xxm.
136 M e m o r i a ..., p. 207; SEN, L a industria t e x t i l . . . , cit., p. 168; F. Zamora,
El salario m ínim o, México, 1933, p. 5; O. Gurria Urgell, Consideraciones acerca
de los m ales que ha ten ido el abandono de la plata en sus usos m onetarios, México,
1934, p. 7.
a37. Boletín de la Comisión Nacional del Salario Mínimo, 30 de diciembre de
1933, reproducido en Salazar, op. cit., p. 95.
;i38 P rogram a económ ico y social de M éxico (U n a con troversia) , México, 1935.
p. 25.
139 F. L. Kluckhohn, T h e M exican Challenge, Nueva York, 1939, p. 150;
Shulgovsky, op. cit., pp, 80-81; Lombardo Toledano, “La evolución del movi­
miento obrero” , F utura, n. 48, febrero de 1940, p. 42; A. Carrillo, “D e Calles a
Cárdenas”, Futuro, n. 35, enero de 1939, p. 22.
140 Lombardo, “Discurso en la Convención. . cit., p. 73; Velasco en Vizcaíno,
op. cit.
141 Vid. Puig Casaurac, G alatea, cit., p. 289; Gaxiola, op. cit., p. 175 et passim;
Wyl, L a reconquista.. . p. 188.
142 Vid. Partido Nacional Revolucionario, L a dem ocracia social en M éxico.
H istoria de la convención nacional revolucionaria. Constitución del P N R . Sucesión
presidencial de 1929, México, mayo de 1929; Portes Gil, op. cit., p. 224; Goods-
peed, op. cit., pp. 99 y 106. En 1933 — escribe Portes— el PNR “absorbió a
todas las organizaciones políticas del país”, op. cit., p. 446.
143 “Exposición de motivos sobre el proyecto de reformas a los estatutos del
Partido Nacional Revolucionario”, en Constitución del P N R , México, enero de
1934. pp. 28-37.
144 La necesidad de controlar a las masas, de encauzar institucionalmente sus
luchas, la veían las fuerzas gobernantes de manera clara: “Mientras exista un
partido revolucionario que garantice al pueblo el ejercicio del gobierno, la revo­
lución se realizará en la forma pacífica y creadora de la acción política. Guando
no exista ese partido, la revolución volverá a manifestarse, por medio de la
violencia en la guerra civil.” (Partido Nacional Revolucionario, Plan Sexenal del
P N R , México, 1934, p. 16.)
145 Sin embargo, los trabajadores organizados no se dejaron atraer de inmediato;
la promulgación de la educación socialista provocó protestas y críticas contra el
“falso socialismo que ese propio partido [el PNR] acaba de inventar” ; Lombardo
Toledano se burló llamando a la medida del PNR “socialismo para madres de
familia”. Como se ve, las resistencias de los líderes obreros eran fuertes. Vid.

146
“Protesta de la CGOCM”., Futuro, t. n, n. 2 y 3, octubre de 1934, pp. 127-31;
V. Lombardo, “Socialismo de madres de familia”, Futuro, n. cit., pp. 122-26.

C A PÍT U L O II

I Aunque exagerando la exclusividad de Cárdenas, Corro Viña escribe: “Antes


que él ningún otro hombre del poder se había detenido a pensar en lo benéfico
que puede resultarle a la patria el concurso de las masas.” E l presidente Cárdenas,
¿nos ¡leva hacia la dictadura del proletariado?, México, 1936, p. 57.
12 El primero que percibió el nuevo carácter de la política de Cárdenas fue el
autor citado, quien en 1936 afirmó: “El general Cárdenas al asumir el mando
llevaba ya estereotipada en la mente la idea de iniciar en México [. . .] la política
de las masas contra la política de los h o m b r e s Ibid., pp. 57 y 68. Subrayado nuestro.
3 Vid. Nathan, M é x i c o . .. , cit., p. 60; Kluckhohn, op. cit., pp. 140-41; La
person alidad de L ázaro Cárdenas. El visionario y el hom bre , México, 1934, p. 11.
En este último libro se dice: “Posee el don de gentes más admirable que yo
haya podido observar y ‘a sus muchachos’ y amigos personales los trata con tanta
familiaridad y deferencia, que por momentos se figura uno encontrarse, no frente
al hombre que en este mismo año gobernará a quince millones de mexicanos, sino
ante el rector de cualquier universidad”, p. 13.
4 Lombardo Toledano, expresando un sentir generalizado, dijo a Cárdenas:
“Somos tan pobres aún, señor presidente, que no podemos darnos el lujo de morir
en un lupanar. Ni a eso llega la miseria de muchos mexicanos. Levante usted,
señor, la ética pública. Haga incendiar las ruletas y vaciar al arroyo las bodegas
de los garitos y destine usted los casinos para internados y escuelas indígenas.”
( “Señor presidente de la república: el juego debe cesar”, Futuro, n. 9, 15 de abril
de 1934, p. 7.)
6 Townsend, op. cit., pp, 96 y 100-01; E. J. Correa, El balance del cardenism o,
México, 1941, p. 73; Cárdenas, 30 de noviembre de 1934, L os p re sid e n te s ...-, t.
iv, p. 15.
« J. Freeman y otros, Lázaro Cárdenas visto p o r 3 hom bres, México, 1937, pp.
11 y 23-24.
7 L a gira del general Lázaro Cárdenas: síntesis ideológica, noviembre de 1934, pp.
40 y 134; Partido de la Revolución Mexicana, ¡C árden as habla!, México, 1940,
pp. 51 y 205; Muñoz Cota, op. cit., pp. 35 y 38-39; entrevista a Ignacio García
Téllez, en El N acional, 31 de diciembre de 1933.
8 Cit. por Townsend, L á z a r o . . . , cit., p. rx; vid. Dávila, “U n nuevo sentido
en las giras presidenciales”, E l N acional, 13 de diciembre de 1933; Tannenbaum,
M éxico: la lu c h a . , . , cit., pp. 45-46. Townsend, op cit., pp. 143-44.
9 Discurso en Chila, Pue., lo. de abril de 1937, en PRM, C árdenas . . cit., p.
101; vid. Weyl, L a re c o n q u ista .. pp. 205 y 234.
10 Nathan, op. cit., pp. 52 y 104; Weyl, op. cit., p. 122; H. B. Parkes, “Poli-
tical leadership in México”^ T he annals of the A m erican A cadem y of P olitical and
Social S cien ce , vol. 208, marzo de 1940, pp. 18-19.
II Townsend, op, c it, p. 101; Tannenbaum, “Lázaro Cárdenas”, H istoria M e ­
xicana, vol. x , n. 2, octubre-diciembre de 1960, p. 341.
12 Cabrera, V ein te a ñ o s . . . , cit., p. 206.
13 “Discurso del 17 de junio de 1934 en Monterrey, N. L.” , L a g i r a .. . , cit., p.
27; Subrayado nuestro.
14 Vid. PRM, C á r d e n a s .. . , c it, pp. 48, 141 y 210; Nathan, op, c it , pp. 40
y 174-75.
15 Vid. por ejemplo: “Discurso el lo. de mayo de 1934 en la Cd. de México”, en
L a gira del . . . , c it, p. 170.

147
16 “Discurso en Tenango del Valle, Méx., lo. de diciembre de 1935”, en ¡C árden as
habla!, p. 37; vid., también el discurso del 16 de febrero de 1936, p. 52 y L a gira
d e l . . . , pp. 137-38.
17 Declaraciones del lo . de enero y del 3 de abril de 1934, L a gira del gene­
r a l.. pp. 49 y 50.
18 Cárdenas, 30 de noviembre de 1934, L os p r e s id e n te s ..., t. IV, cit., p. 13;
“Discurso en Ciudad Guerrero, Tamps., el 16 de febrero de 1936”, PRM, ¡C á rd e­
nas habla.1, p. 51.
19 González Aparicio, “Actitud del gobierno ante el movimiento obrero”, R e ­
vista de Econom ía, v. m, mayo-agosto de v 1939, p. 85.
20 “El Estado alienta la organización sindical de los trabajadores, vigoriza las
organizaciones ya hechas y cuida de que los contratos de trabajo se hagan de
acuerdo con la ley y en la forma más ventajosa para el trabajador [. . .]
El movimiento en favor de las organizaciones sindicales [ . . . ] está respal­
dado por el gobierno.” (L a obra económ ico-social de la actual adm inistración que
preside el C. G eneral Lázaro Cárdenas, México, 1936, p. 3 9 ); Luis I. Rodríguez
decía: “la tendencia fundamental del gobierno que preside el general Lázaro
Cárdenas •— y esto ya se ha proclamado en todos los tonos— consiste en sostener
el esfuerzo inicial de la actual administración, para prestar todo su apoyo franco,
entusiasta, viril y sin limitaciones a las clases obrera y campesina de la república,
de ahí que para alcanzar la realización de este propósito se pugne sin cansancio
por organizar a todos los trabajadores del surco y del taller, hasta que constituyan
el vigoroso frente único de su clase.” (Discurso en representación de Cárdenas en
la manifestación del 12 de abril, E l N acional, 13 de abril de 1936.)
21 “[ . . . ] la organización obrera, lo mismo que la organización campesina, son
indispensables para que en el país se cumpla con las leyes. No basta [. . .] con la
buena voluntad de los funcionarios públicos, ni con los mandamientos contenidos
en la legislación que nos rige. Hay necesidad de una fuerza superior, que no puede
ser otra que la de los trabajadores organizados, concurra para vencer las resisten­
cias que desgraciadamente se oponen al mejoramiento económico de nuestro pue­
blo” ( “Discurso en Guadalajara, Jal., lo . de marzo de 1936”, ¡C árdenas habla!, p.
56.)
22 Discurso y declaraciones del 11 y 14 de mayo de 1934, en L a gira d e l . . . , cit.,
pp. 50 y 175 ; “Discurso con motivo del GXXIX Aniversario de la Independencia de
México, en 16 de septiembre de 1936”, ¡C árden as habla!, p. 217.
23 Muñoz Cota, P anoram a __ _ cit., p. 73; Correa, op. cit., pp. 25-26; Columnas
del director de El N acional, lo . de diciembre de 1935.
24 Vid. Seis años de g o b i e r n o . .. , cit., p. 384; Shulgovsky, M éxico e n . . . , cit.,
p. 122.
25 Vid. L a gira del g e n e r a l.. . , cit., pp. 50-51 y 70-71; “Discurso en Chilpancingo,
Gro., 20 de febrero de 1940”, ¡C árden as habla!, p. 246; Tannenbaum, M éxido: la
lucha . . . , cit., p. 69.
“Firme realización de la política del gobierno55 (editorial), E l N acional, 15
de febrero de 1936.
27 Loe. cit.
28 “No es verdad — decía— lo que ha venido propalándose para hacer creer
que una vez organizada la masa trabajadora pueda ésta representar una amenaza
para la república. Mientras mejor sea su organización mayor será la conciencia
que tengan los trabajadores de sus responsabilidades; ahora mismo los obreros
saben que, en el medio económico en que se desenvuelven y dentro de las posibi­
lidades de nuestra industria, tienen un lím ite, y ese lím ite no se ha rebasado ja ­
más, en consecuencia, los movimientos que llevan a cabo en la actualidad las orga­
nizaciones de trabajadores no tienen otro carácter que el de una lucha social que
se ajusta a los térm inos de la ley y que no alarma al país ni al gobierno, porque

148
todos sabem os que el objetivo de los trabajadores se reduce a lograr las conquistas
que son com patibles con la capacidad produ ctora y financiera de las em presas”
( “Discurso en Monterrey, N. L., ante 18 000 trabajadores, 9 de febrero de 1936”,
¡C árden as habla!, p. 49, subrayado nuestro).
29 Cárdenas, lo. de septiembre de 1939, Los p r e s id e n te s ..., t. iv, p. 101. Tam­
bién señalaba que “su máximo esfuerzo [del gobierno] ha sido dedicado a com­
pletar la distribución de las tierras y a promover y facilitar la organización de los
trabajadores del campo y de la ciudad a fin de que, m ejor capacitados para la
defensa de sus derechos, estén en condiciones d e elevar su nivel de vida” . (Subra­
yado nuestro.)
J. C. Ashby, O rganized L abor a n d the M exican R evolu tion under Lázaro
Cárdenas , Chapel Hill, 1946, p. 47; Confederación General de Obreros y Cam­
pesinos de México, “Manifiesto al proletariado nacional” (lo . de mayo de 1935),
Futuro , t. ni, n. 4, abril-mayo de 1935, p. 311. Según Salazar, al principio sólo los
campesinos y maestros apoyaban a Cárdenas. D e l m ilitarism o al civilism o en nues­
tra revolución, México, 1958, p. 347.
31 L. Cárdenas, Obras I . . . , cit., p. 317.
82 A. Taracena, L a revolución desvirtuada, t. m , México, 1966, pp. 152 y ss.
85 Algunos autores consideran que lo que derramó el agua del vaso fue la huelga
de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, de la cual Calles era accionista
importante; lo afectaba en sus intereses personales. V id. Goodspeed, El papel
d e l . . . , p. 117; Ashby, op. cit, p. 25.
84 Las declaraciones de Calles en Romero Flores, Anales históricos . . . , t. iv, pp.
56 y 59.
85 Romero Flores, op. cit., pp. 55-56; Lombardo Toledano, T eoría y práctica,
cit., p. 69.
M Townsend, L á z a r o . .. , cit., p. 113; Correa, op. cit., pp. 52-53; Exam en de la
Situación Económ ica de M éxico, julio de 1935, p. 9.
87 Salazar, H is to r ia .. . , 1956, p. 157; “Los trabajadores y Plutarco Elias Calles”,
Futuro , t. i i i , n. 6, julio de 1935, pp. 472-73.
58 “Declaraciones a la prensa de la CGOCM”, Futuro, n. cit., pp. 470-71.
89 Townsend, op. cit., pp. 113-14.
40 El Nacional, 14 de junio de 1935.
41 El Nacional , 16 de junio de 1935; Cárdenas, Obras, cit, p. 321.
42 “Todos unidos ante el enemigo común, Pacto de solidaridad”, Futuro, t. ii i ,
n. 6, julio de 1935, pp. 481-84.
48 E l N acional, 15, 16 y 17 de junio de 1935. El día 17 E l N acional publicó
una enorme estadística de apoyantes a Cárdenas, la cual estaba dividida en varios
apartados: organizaciones campesinas, agrupaciones sindicales, organizaciones obre­
ras, organizaciones estudiantiles y logias masónicas.
44 El N acional, 18 de junio de 1935; Nathan, op. cit., pp. 68 y 74; Townsend,
op. cit. . p. 117. Cárdenas integró a Cedillo a su gabinete pues las manifesta­
ciones de descontento que dejaba ver desde meses atrás hacían temer que se
rebelara. (Cárdenas, O b r a s . ,. , cit., pp. 312 y 316-17).
45 El nuevo presidente del partido oficial, Portes Gil, veía tal situación con
claridad: “Estos acontecimientos revelan claramente que México va dandopasos
firmes y elocuentes en el campo de las instituciones y que el país debe estar orgu­
lloso de que esos acontecimientos se hayan traducido en un franco espíritu de
solidaridad revolucionaria que redundará, incuestionablemente, en bien de la nación.”
(Discurso ante el comité directivo nacional del PNR, cuando el CE tomó posesión,
E l Nacional) 19 de junio de 1935. Vid. también Townsend, op. cit,, pp. 115-16).
46 E. Portes Gil, E l gobierno trabaja, México, febrero de 1936, pp. 35-37; V.
Lombardo Toledano, discurso pronunciado en el mitin que tuvo lugar en la
Plaza de la Constitución el día 12 de abril de 1936, p. 18; H. Jara, “Liminar”,

149
/ C árdenas habla!, p. 3.
47 E l N acional, 16 de junio de 1935; Fairchild, op. cit., p. 47.
48 Vid. L. Fernández del Campo, “La crisis política de junio”,F uturo, t» m,
n. 6, julio de 1935, pp. 461-62; V. Lombardo Toledano, <lThe labor movement”.
T he annals of the Am erican A cadem y of Political and Social Science , v. 208,
marzo de 1940, pp. 51-52; Wilkie, M éxico v i s t o . . . , cit., p. 284.
49 Vid. Lombardo en Wilkie, op. cit., p. 324; A- Carrillo, “De Calles. . cit, p.
22.
50 G. Bosques, contestación al informe del presidente Cárdenas, lo. de septiembre
de 1935, Los presid en tes ., t. iv, p. 43; V . Lombardo Toledano, “Mensaje al
proletariado de los Estados Unidos de Norteamérica”, Futuro , 3a. época, n. 3, mayo
de 1936, p. 5.
51 O. Fernández, “Proyecto de tesis sobre México” , Clave. T ribun a m arxista, n.
7, abril de 1939, p. 57.
®2 A la pregunta sobre los métodos- necesarios para poner en práctica la uni­
ficación, Lombardo responde: “ . . . debe comenzarse por hacer propaganda directa
en todos los sindicatos del país, sobre la creación de una sola central sindical,
bajo bases que respondan a los intereses verdaderos del proletariado: una serie de
mítines organizados por el Comité Nacional de Defensa Proletaria, sería muy útil
para lograr este fin. Realizada la propaganda debe convocarse, en el momento
oportuno, para el congreso constituyente de la central única.” ( Cam aradas de la
C G O C M . lo . de agosto día internacional contra la guerra, el fachism o y el im pe­
rialismo, a luchar p o r el Frente Ünico Popular contra el im perialism o, el fachism o
y la guerra. T rascendental entrevista entre el cam arada T oledano y un redactor
de “ El M ach ete” , 1935.)
53 Sobre el apoyo de la CGT al “jefe máximo” : R. Salazar, L íderes , y . . . , cit.,
pp. 112-13.
54 Salazar, H istoria de l a s . . . , 1956, p. 171.
65 Ibid., p. 172.
Datos tomados de El N acional, 15 de diciembre de 1955, y Taracena, La
r e v o lu c ió n . . . , t. m, pp. 398-401.
57 A todas las adhesiones recibidas, Cárdenas respondía con telegramas en este
sentido: ‘'Recomí éndoles dediqúense de lleno a sus actividades ordinarias y exhor­
ten mi nombre organizaciones representen, absténganse suspender trabajo en vista
ser innecesario adoptar medida contraria y en atención perjuicios negativos oca-
sionaríanse economía nacional” (E l N acional, 17 de diciembre de 1935.)
55 El N acional, 15, 17, 18 y 19 de diciembre de 1935; Cárdenas, O b r a . . . , pp.
331-32; Taracena, op. cit., pp. 403-04 y 408.
59 El N acional, 23 de diciembre de 1935.
co El N acional, 23 y 24 de diciembre de 1935.
61 Vid. su discurso en ¡C árdenas habla!, pp. 43-48.
62 Salazar, H i s t o r i a . . . , p. 181y ss.; El N acional, del 8 al 17 de febrero de
1936; vid. “Declaraciones de la CGOCM”, Futuro, 3a. época, n.1, febrero
de 1936, PP. 25-26.
43 E l N acional, 23 y 30 de junio de 1935.
64 El N acional, 17 de febrero de 1936.
65 “El i v Consejo Nacional de la CTM” (editorial), Futuro, n. 16, junio de
1937, p. 3.
00 V. S. Campa, “ 1936, año de unidad”, El M ach ete, 4 de enero de 1936.
67 Confederación de Trabajadores de México, C T M , 1936-1941, México, 1941,
pp. 70-71.
68 L ideres y sindicatos, cit., p. 116.
69 Informe del Comité Nacional al Segundo Consejo Nacional, en CTM,
C T M . . . , pp. 203-04.

150
70 Ibid., p. 208.
71 Confederación de Trabajadores de México, In form e del C om ité N acional,
1936-1937, México, 1938. p. 13, y CTM, C T M . . . , p. 470.
73 Para una relación detallada de las agrupaciones que se fueron integrando a
la CTM, vid. la parte correspondiente a la secretaríá de organización y propa­
ganda y, en relación a la organización de maestros, de la secretaría deeducación,
en CTM, C T M . . .,,p . 296 et passim.
78 Vid. Confederación de Trabajadores de México, 5 años de vida de la C T M ,
México, 1941, pp. 10-17 y 58; CTM, C T M . . . , pp. 1105-10 y 1146. Los Weyl po­
nen en duda las cifras oficiales de la CTM, que consideran“infladas” . (L a recon­
q u i s t a . ., , p. 259.) Pero aun en estecaso dan una visión aproximada de la fuerza
de la central,
74 Vid. CTM, C T M . , . , p. 185 y ss.
76 L ey del E statuto de los T rabajadores al Servicio de tos Poderes de la Unión,
México, diciembre de 1937, pp. 15-17.
™ CTM, C T M . . . , p. 418 y ss.
77 El dictamen al informe del comité nacional al V II consejo de la CTM
(abril de 1938) decía: “El consejo nacional debe considerar que es labor de traición
al proletariado de México el pretender aislar a los trabajadores al servicio del
Estado del resto de sus hermanos de clase so pretexto de impedimento de orden
administrativo o por consideraciones de carácter político.” (CTM , C T M . . . , pp.
607-08.) Vid. también. L. Fernández del Campo, “El Estatuto de los empleados
públicos”, F uturo, n. 28, junio de 1938, pp. 11-13, y R. Piña Soria, “La revolu­
ción y los trabajadores al servicio del Estado”, Futuro, n. 26, abril de 1938, pp.
24-26.
75 CTM, C T M . . . , pp, 654-55,
TO Éstas son las palabras del presidente: “Los empleados forman parte de la
organización del Estado, de tal manera que les corresponde el deber de iden tifi­
carse plen am ente con sus fines y de acelerar la marcha eficiente de la administra­
ción pública, por modesto que sea el cargo que desempeñen: por lo tanto, no
deben olvidar, ni por un solo momento, quetodas sus actividades están encamina­
das a la mejoría de las funciones administrativas que afectan a loshabitantes de
toda la república, y cuyos intereses deben prevalecer en todo caso por encima de
los intereses particulares.” Obvio es que los “intereses particulares” eran los de los
propios empleados, que;, como antes, proseguían dependiendo del arbitrio guber­
namental. (“Discurso en el primer congreso constituyente de la Federación de Sindi­
catos de Trabajadores al Servicio del Estado, octubre de 1938”, ¡C árden as habla
P. 172.)
so'Weyl, L a reconquista. . ., p, 260.
31 “El pueblo de México y las compañías petroleras”, Futuro, n. 24, febrero
de 1938, pp. 21-22; A. Arenal, “El Congreso de la C TM ”, Futuro\, n. 26, abril de
1938, p. 35.
S2 E l N acional, 16 de marzo de 1938 y Taracena, L a revolución . . . , t. vi, pp.
69-70.
83 El N acional, 18 de marzo de 1938.
84 El N acional, 20 de marzo de 1938.
85 El N acional, 17 y 18 de marzo de 1938.
86 El N acional, 20 y 22 de marzo de 1938.
87 E l N acional , 22 de marzo de 1938.
88 Crónicas detalladas de las manifestaciones en el Zócalo y en el resto del
país en E l N acional, 24 de marzo de 1938.
Tannenbaum, “L á z a r o ...”, cit., p. 338; vid. también: Nathan, op. cit.3 p.
128, quien escribe: “El país se conmovió: se había asestado un golpe a los ex­
tranjeros. México volvía a ser de los mexicanos. Toda la historia mexicana se volcó

151
en la gran alegría que siguió a la expropiación [. ..] La expedición de Pershing; la
ocupación de Veracruz; el papel de Henry Lañe Wilson en el asesinato de Madero;
la pérdida de la guerra mexicana contra la invasión de los Estados Unidos, en 1847
— sin mencionar las fechorías de las compañías petroleras— , todo ello se derramó
en los días de marzo. Porque entonces, ei 18 de marzo de 1938, el presidente
Cárdenas escribía la historia de México en sentido contrario. Era algo semejante a
la revolución francesa, a Israel liberado de la esclavitud, a la muerte de un tirano
en la antigua Grecia; los mexicanos sentían el corazón en la garganta. Tanto rojos
como reaccionarios, braceros como hacendados, todos creían presenciar un nuevo
amanecer.” Tal fue el entusiasmo que provocó la expropiación.
80 Cárdenas, “Discurso con motivo del ‘Día del Soldado’, 27 de abril de 1938”,
¡C árden as habla!, pp. 161-62; Tannenbaum, M éxico: la lucha . . . , cit., p. 46; Town­
send, op, cit., p. 266; Nathan, loe. cit.; A. Michaels, “Cárdenas y la lucha por
la independencia económica de México”, H istoria M exicana, vol. xnr, n, 1, julio-
septiembre de 1968, p. 74; B. M. Gutiérrez, L as adm inistraciones obreras de las in­
dustrias, México, 1939, p. 51.
91 “Traidores a la patria”, Futuro, n. 26, abril de 1938, p. 5; CTM, C T M . . . ,
p. 527; Gutiérrez, op. cit., p. 50. Gilberto Bosques, director del periódico del
PNR, decía: “H a llegado la hora de la unidad nacional. N i derechas ni izquier­
das, ni moderación ni radicalismo: frente solidario contra la tutela capitalista, y
estoicismo y valor para afrontar el porvenir.” (E l N acional, 19 de marzo de 1938.)
92 V . Lombardo Toledano, “La CTM ante la amenaza fascista”, F uturo, n. 25,
marzo de 1938, p. 13. A sus tradicionales enemigos los llamaba: “¡Estamos dis­
puestos a la unidad, camaradas de la CROM ! ¡ Estamos dispuestos a la unidad,
compañeros de la CGT! ¡Firmemos mañana mismo un pacto de honor y de no
agresión ante el país!”
93 “Washington. Marzo 25 (A N T A ). Se ha extendido aquí la creencia de
que la popularidad de la expropiación de la industria petrolera es tanta en México,
que ninguna compañía extranjera podría reanudar los trabajos sin provocar huel­
gas y violencias.” (E l N acional, 26 de marzo de 1938.)
84 El antiguo ideólogo de Venustíano Carranza, Luis Cabrera, escribió certera­
mente: “Cuando ha sido preciso emplear la fuerza para vencer las resistencias de
los elementos antagónicos a su política, [Cárdenas] ha sido bastante diestro para
emplear, o dejar de emplear, la acción directa de las masas obreras o campesinas
en vez de utilizar la fuerza armada del gobierno, el ejército o la policía.” ( Veinte
años. . ., p. 213.)
95 El “marxista” oficial de aquellos días, a decir verdad, uno de los historiado­
res y estudiosos más destacados de la época, Luis Chávez Orozco, percibía lo an­
terior: “El gobierno de Lázaro Cárdenas saca su fuerza del respaldo que le dan
las masas obreras y campesinas.” (L ázaro C árdenas visto p o r . . ., cit., p. 30.)
95 Vid. Correa, E l b a l a n c e ..., cit., pp. 40 y 105; G. Molina Font, E l desastre
de los Ferrocarriles N acionales de M éxico , México, Í940, p. 36; E. Portes Gil,
A utobiografía de la revolución m exicana, República Mexicana, 1964, p. 633; B. X.
Pérez-Verdia. C árdenas apóstol vs. C árdenas estadista, México, 1939, p. 82.
91 V. Lombardo Toledano, “Contesta Lombardo Toledano”, F uturo, xl 25, mar­
zo de 1938, suplemento especial, p. v; cf. F. Brandenburg, T h e m aking of m odern
M éxico, N ew Jersey, 1964, p. 81.
98 Vid. A. Carrillo, “De C a lle s ...”, cit., pp. 20-22; CTM, C T M . . . , p. 483;
CTM, 5 a ñ o s . . . , cit., p. 24; Lombardo Toledano, “La e v o lu c ió n ...”, cit., p.
42, y L a izquierda en la historia de M éxico t, México, 1962, pp. 83-84; F. Bran­
denburg, M éxico: an experim ent in one-party dem ocracy, Michigan, 1955 (mi­
crofilm), p. 370.
99 E l N acional, 17 de junio y 18 de diciembre de 1935 (editoriales); subrayado
nuestro.

152
100 e i N acional, 19 de diciembre de 1935 y 13 de abril de 1936; Partido Na­
cional Revolucionario, U n año de gestión d e l C om ité E jecutivo N acional, 1935-
1936, México, junio de 1936, pp. 76-77.
101 Portes Gil dijo a unos campesinos: “Sé muy bien que dentro [ . . . ] de nues­
tro instituto político existen todavía latifundistas, muchos prevaricadores y muchos
falsos revolucionarios, pero tenemos el propósito de hacer una depuración de este
organismo de la revolución, para que llegue a tener en su seno a las grandes ma­
yorías de la república, a las grandes mayorías de campesinos y de trabajadores y
de la clase media.” (E l gobierno trabaja, cit., p. 16.)
102 Hernán Laborde, máximo dirigente del partido comunista, consideraba que
Portes y Cedillo influían “decisivamente en ciertos sectores de la masa popular,
particularmente campesina, y que tal influencia es uno de los factores en que
descansa [ . . . ] la relativa estabilidad del gobierno”. ( “Apoyar a Cárdenas es apoyar
a todo el gobierno de Cárdenas. Mayor precisión en la política y táctica del Par­
tido Comunista”, El M achete, 29 de enero de 1936.)
tt<)S Vid. Discurso de Lombardo pronunciado durante la fundación de la CTM,
en CTM, C T M . . . , p. 62 y El M achete, 22 de agosto de 1936. Laborde los con­
sidera la “tendencia ‘moderada’ ” (loe. cit.).
104 Vid. Salazar H is to r ia .. cit., pp. 252-53; E l M ach ete, 22 de agosto de 1936;
Shulgovsky, M éxico en la,_. . cit-, pp. 120-30; Weyl, L a reconquista . . ., p. 234.
ios portes Gil y sus allegados realizaron una campaña contra lo que llamaron
labor comunista de “conocidos agitadores obreros, que han sembrado descontento
en algunos sectores de la sociedad” ; es obvio que Lombardo era el más conocido
“agitador”. Vid. por ejemplo: Política Social, n. 5, diciembre de 1935, p. 3.
íoo Taracena, L a revolución desvirtu ada , t. iv, pp. 218-19; vid, también sobre
el descontento contra el PNR motivado por la política de Portes: El M ach ete , 10
de septiembre de 1936.
107 Toda la información del conflicto en El N acional, 21 a 26 de agosto de 1936;
Taraccna, op. cit., p. 312 y ss.
¡ios »ei licenciado Portes Gil en la presidencia del partido” (editorial), El N a­
cional, 17 de junio de 1935. “La acción cooperatista del Partido Nacional Revolucio­
nario”, P olítica Social, n. 5, diciembre de 1935, p. 3; PNR, U n año d e . . . , p. 30.
100 Vid. declaraciones de Portes Gil en El N acional , 4 de diciembre de 1935; E.
Portes Gil, “El programa de la revolución es el mismo que sustenta el Partido
Nacional Revolucionario”, Política Social, n. 5, diciembre de 1935, pp. 1-2; PNR,
Un a ñ o . . . , p. 31. Lo malo de Portes es que insistió demasiado en afirmar que
tal programa no era comunista, sosteniendo un nacionalismo extremo que lindaba
con el chauvinismo; esto le ganó la antipatía de Lombardo y los comunistas, aun­
que los sectores capitalistas se sentían complacidos. (Exam en de la Situación Eco­
nóm ica de M éxico, diciembre de 1935, p. 26.) La nueva dirección que sustituyó a
Portes, aunque reafirmaría el nacionalismo, proclamó la “universalidad de las
ideas”. (E l N acional, 6 de septiembre de 1936.)
110 Vid. E l N acional, 3 y 4 de enero.
111 El senador Soto Reyes, secretario de acción agraria del partido, dijo: “El
PNR no se limitará en ninguna forma a presidir y coordinar las actividades de la
política electoral, sino que se avocará al desempeño de su papel como institución
eminentemente social.” (Discurso en el primer Congreso Central de Tepeaca, El
N acional, 29 de junio de 1935.) “La reorganización del PNR se ha llevado a cabo
con el propósito de capacitarlo para desarrollar, principalmente, una intensa labor
de construcción social.” (P olítica Social, n. 1, agosto de 1935, pp. 26-27. Vid.
también: PNR, Program a de acción del P artido N acion al Revolucionario para el
periodo 1936-1937, 27 de junio de 1936, p. 7.)
112 “La obra social del PNR”, Política Social , n. 1, agosto de 1935, p. 27; PNR,
Un año de g e s t i ó n .. ., pp. 92-93. En 1937 algunos miembros del congreso

153
constituyeron un comité especial dedicado a auxiliar al PNR en su labor “social” ;
vid. Inform e general del C om ité de D efensa de los T rabajadores del B loque del
P R M de la X X X V I I Legislatura del Congreso de la U nión en su prim er año de
vida, México, 1938, pp. 44-45.
La dirección que sustituyó a la encabezada por Portes continuó la misma actitud
“social”. (PNR, CEN, “Manifiesto”, 4 de septiembre de 1936, El N acional, 6 de
septiembre de 1936.)
113 Circular del 28 de agosto, en Política Social, n. 2, septiembre de 1935, pp.
25-26.
El N acional, 4 y 9 de diciembre de 1935, y El gobierno. . . cit., pp. 16-17.
115 PNR, U n año de g e s t ió n ..., pp. 101-14; PNR, Program a de acción d e l . . . ,
p. 15.
118 Mensaje del secretario de acción educativa del PNR, E l N acional, 27 de ju­
nio de 1935. Agrega que “el instituto político de la revolucióín quiere llevar su
mensaje fecundo a las grandes masas”.
117 “La obra social del PNR”, P olítica Social, n. 6 y 7, enero-febrero de 1936,
p. 30. E l N acional, 29 de febrero de 1936; PNR, Un año de gestión . . . , pp. 101-06;
Taracena, L a revolu ción. . t. m, p. 155. La revista L os D oce no la encontramos
en la Hemeroteca Nacional ni en las bibliotecas que consultamos. Algunos de los
folletos del partido oficial: L a unificación campesina y Los catorce puntos del
presidente Cárdenas, 200 mil ejemplares cada uno; El gobierno trabaja. E n m e­
m oria de Z a pata y L a m ujer m exicana en la lucha social, cada uno 50 000 mil
ejemplares; Q ue hará m i país en seis anos, 150 mil; L a palacracia m exicana, 200
mil, etcétera.
118 El N acional , 23, 25, 26 y 30 de junio de 1935. En el editorial del día 25,
el director del diario del partido y el gobierno escribió, haciendo referencia al
acuerdo del PNR: “tiene una destacada significación en la vida política del país
y determina el pun to de partida en la vigencia real de las normas morales y de los
principios revolucionarios que ha preconizado la revolución mexicana. Estamos,
sin género de duda, abordando el estado de una nueva época de integración nacio­
nal, en la que el señorío de las instituciones” se ha impuesto.
139 E. Soto Reyes, Los fines de la unificación cam pesina, México, julio de 1936,
p. 10; subrayado nuestro.
12 ° $ N acional, 2 de febrero de 1936.
121 E l N acional, 29 de febrero de 1936; vid. también el informe de García
Téllez sobre la labor del CEN, en El Nacional^ 26 de agosto de 1936, y PNR, Un
año de g e s t ió n ..., cit., pp. 50-51.
1122 PNR, op. cit., pp. 51-52. En abril se siguió insistiendo en que se tomarían
medidas de seguridad en las elecciones internas, e incluso se tomó un acuerdo
tendiente “a impedir la corrupción del voto de los miembros del partido en los
plebiscitos, declarando como actos ilegales que habrán de sancionarse, aquellos
por medio de los cuales los precandidatos instiguen a los sufragantes con bebidas
alcohólicas. Sus delegados — los del CEN— estrecharán la vigilancia a este res­
pecto con el auxilio de las tropas federales”. (E l N acional , 5 de abril de 1936.)
123 PNR, CEN, “M a n ifie sto ...”, cit.
124 Vid. discursos de Barba González y del senador Antonio Romero en El N a ­
cional, 20 de abril de 1937, y Lázaro Cárdenas, lo. de septiembre de 1935, Los
p re sid e n te s . . ., t. iv, pp. 37-38.
« « El N acional, 20 de abril de 1937.
™ Declaraciones en El N acional, 16 de febrero de 1936.
127 CTM, Cuarto consejo nacional de la C T M , México, abril de 1937, p. 71;
CTM, C T M . . . , p. 362.
128 Circular en CTM, C T M . . . , pp. 232-33.
CTM, C T M . . . . p. 311.

154
180 M. González Navarro, L a Confederación N acional Cam pesina: un grupo de
presión en la reform a agraria mexicana , México, 1968, p. 144,
131 Vid, V. Lombardo Toledano. “Por qué interviene en política la CTM ”,
F uturot n. 42, agosto de 1939, p. 13, y E l M a ch ete, lo . de abril de 1937.
132 Vid. Informe del CN al VI consejo nacional, CTM , C T M . . . , pp. 448-49.
183 L a g i r a . , . , cit., pp, 126 y 127; Cárdenas, lo, de septiembre de 1937, Los
p r e s id e n te s . . . , t. iv, p. 73.
154 E l N acional, 2 y 29 de febrero de 1936.
ns5 «El sufragio femenino”, P olítica Social, n. 6 y 7, enero-febrero de 1936, pp.
1-2; PNR, U n año de g e stió n . , . , p. 51. Vid. también PNR, op. cit., pp. 62-67,
y A. Luna Arroyo, L a m ujer m exicana en la lucha social , junio de 1936.
186 Vid, PNR, op. cit., pp. 99-100, y PNR, CEN, “M anifiesto . . El Nacional,
6 de septiembre de 1936.
187 El texto de la circular que Cárdenas envió (24 de marzo de 1936) es el si­
guiente: “Eli ejecutivo de mi cargo se permite rogar a usted dicte las medidas que
estime convenientes, para evitar que dentro de la entidad que gobierna vayan a
realizarse actos como los que han venido sucediéndose en varios lugares del país,
en que distintos elementos han tom ado posesión de tierras sin que haya habido la
intervención de autoridades com petentes [ . . .] el gobierno considera indispensable
que en cada caso se obre con energía, consignando a los infractores ante las auto­
ridades respectivas para que respondan de sus actos.” (Taracena, L a re v o lu c ió n ..
t. iv, pp. 126-27; subrayado nuestro.) Consideraba una “traición” a la causa
agraria la actitud de quienes impulsaban a los campesinos a su acción al margen
del gobierno.
133 CTM, Cuarto consejo . . . , pp. 19-120; CTM , C T M . . . , p. 335.
13» PNR, U n año de gestión . . p. 58.
140 Vid. E. Portes Gil, L a crisis política de la revolución y la próxim a elección
presidencial, México, 1957, p. 73 y ss.; Brandenburg, M éxico: an . . . , pp. 78-80 y
173-74; González Navarro, L a Confederación. . ., p. 137 y ss.
141 G. Sánchez, El sentido económico y social de la unificación campesina, M é­
xico, julio de 1936, p. 7; Soto Reyes, op. cit., p. 8; J. Alvarado, “Cárdenas y la
evolución política de México”, Futuro, n. 58, diciembre de 1940, p. 10; “La uni­
ficación campesina”, P olítica Social, n. 3, octubre de 1935, p. 4; Cárdenas, “dis­
curso en Guadalajara, Jal., lo. de marzo de 1936”, ¡C árden as habla!, p. 60; El
N acional, 26 y 29 de junio de 1935 y 9 de febrero de 1936 (discurso de Portes Gil
y Soto Reyes; editorial).
142 Cf. Kluckhohn, T he m exican. . ,, cit., pp. 191-92.
143 CTM, C T M . . . , p. 70. “La3 agrupaciones campesinas deberán unificarse en
cada localidad, y finalmente en una Unión Nacional Campesina integrante de la
Confederación.”
1,14 Brandenburg, M éxico , cit,, pp. 169-70; Velasco en Vizcaíno y otros. L a
i z q u i e r d a ..., cit.
145 Salazar, H istoria . . . , cit., pp. 211-12; las declaraciones de Portes Gil y la
CCM, en E l N acional, 26 de febrero de 1936.
146 Informe del CN al I Congreso, CTM, C T M . . ., p. 481.
“ T CTM, C T M . . . , pp. 360 y 375.
148 Ibid,, p. 631 et passim. En todos los informes del CN se denunciaba el
sabotaje gubernamental a la acción compesina de la CTM.
148 El N acional , 24 de febrero de 1936; El M ach ete, 22 de febrero de 1936.
150 Lombardo en "Wilkie, op. cit., pp. 317-18; Weyl, op. cit., pp. 234 y 236.

155
CAPITULO III

1 Salazar, H istoria de l a s . . cit., pp. 137-55.


2 Columnas del director de É l Nacional, lo . de diciembre de 1935.
3 Exam en de la Situación Económ ica de M éxico, febrero de 1935, p. 6.
4 Vid. E SE M , n. cit. y el número correspondiente a marzo de 1935, p. 13.
Algunos consideran determinante la política presidencial en el estallido de las
huelgas de 1935 y soslayan la causa económica que analizamos. Independiente­
mente de la importancia que tuvo la posición que asumió el gobierno de Cárdenas
en relación a las huelgas, consideramos que éstas hubieran estallado, impulsadas
por la gravedad de la situación económica de los obreros, cualquiera que hubiera
sido la actitud de aquél. Cf. V. Lombardo, T e o r ía . p. 68; Lombardo en Wilkie,
op. cit., p. 310 y ss; CGOCM. “Manifiesto al p roletariad o...” (lo . de mayo de
1935), cit., pp. 309-10; CTM , C T M . . . , p. 89; A. Carrillo, "De C a lle s ...”, cit.,
p. 22; y González Casanova, L a d e m o c ra c ia . . . , cit., p. 24.
5 “Entrevista a Cárdenas de la prensa nacional y extranjera, del 25 de enero
de 1935”, ¡C árden as habla!, p. 8.
6 ¡C árden as había!, pp. 15 y 62; Cárdenas, lo. de septiembre de 1935, Los presi­
dentes. . ., t. ív, p. 30.
T “Discurso en Monterrey, N. L,, ante 18 000 trabajadores, 9 de febrero de 1936”,
¡ Cárdenas habla!, p. 48.
8 Discurso ante los trabajadores petroleros, en El Ébano, S. L. P., 26 de febrero
de 1936, ¡ C á r d e n a s . . ., pp. 53-54.
9 Ibid, pp. 54 y 64; los 14 puntos, en E l N acional, 12 de febrero de 1936, y
en L. Cárdenas, Los catorce puntos de la política obrera presidencial , México, fe­
brero de 1936, pp. 46-48.
10 ¡C árden as habla!, pp. 15 y 62; Cárdenas, L os p r e s i d e n t e s ..., cit.; Seis años
de g o b ie r n o ..., cit., p. 382.
11 Entrevista en E l N acional, 8 de junio de 1935; vid. también: “Aspectos socia­
les de la gestión presidencial” (editorial), E l N acional, 5 de enero de 1938.
12 E SE M , p. 5. AI comentar la huelga de los electricistas de Guanajuato y San
Luis Potosí, en 1938, el joven comunista José Revueltas escribía: “El luchar por
un elevamiento justo de los salarios crea las condiciones para una mejoría del mer­
cado, pues aumenta la capacidad de consumo de las masas; con esto a su vez,
establece las bases para un desarrollo de las industrias de transformación. Los in­
dustriales mexicanos a quienes las grandes empresas [imperialistas] impiden des­
arrollarse, los comerciantes medios y en pequeño, las masas campesinas y todos los
sectores populares deben ver en la pasada huelga eléctrica un movimiento que
los beneficia directamente, pues los ayuda en la labor de contrarrestar los efectos
de una propiedad monopolista tan perniciosa como la que existe en la industria
mencionada.” ( “Significado de la reciente huelga eléctrica”, Futuro, n. 34, diciem­
bre de 1938, p. 42.)
13 E S E M , cit. Insistían en las inmejorables condiciones de la industria y de las
perspectivas económicas.
CTM, C T M . . . , p. 518.
15 Cf. Weyl, L a re c o n q u ista . . . , cit., p. 317,
CTM, C T M . . p. 474.
17 Vid. CTM, C T M . . . , p. 104 et passim. Cada informe del comité nacional
menciona y, en algunos casos analiza, las huelgas que entre cada consejo se reali­
zaron, abundando en la información sobre las más significativas e importantes. Vid.
también: J. Ramos Malzarraga, “Las grandes huelgas victoriosas de la CTM ”,
Futuro, n. 61, marzo de 1941, pp. 31-33 y 79.
18 CTM, C T M . . . , pp. 90-91: “La huelga de los ferrocarriles sofocada. Pro­
testa de la CTM1’, Futuro, 3a. época, n. 4, junio de 1936, p. 7; “La huelga fe-

156
rrocarrilera y la lucha contra el fallo arbitrario” (editorial), E l M ach ete, 23 de
mayo de 1936.
E l M achete, cit., y “El pleno de la Confederación de Trabajadores de Méxi­
co” (editorial), E l M ach ete, 30 de mayo de 1936. Vid. también: Gutiérrez, Las
adm inistraciones . . ., cit., p. 41.
20 E l M achete, 23 de mayo de 1936; Gutiérrez, op, cit., p. 38.
21 CTM, C T M . . . , pp. 91-92 y 218-19; Gilí, L os ferrocarrileros. . . pp, 77-78.
2:2 Seis años d e . . p. 386; L a obra econ óm ico-social.. ., p. 39; E SE M , abril de
1935, p. 5.
23 Otero de la Torre, “U n concepto mexicano de la economía dirigida”, R evis­
ta de Econom ía y E stadística, vol. ni, n. 25, mayo de 1935, p. 41.
24 E SE M , abril de 1936, pp. 5-6.
25 R. Be teta, “La protección de la industria y el standard de vida de los traba­
jadores”, R evista de E conom ía y Estadística, vol. iv, n. 35, marzo de 1936, p. 18.
Sus apreciaciones se basan en una encuesta sobre el costo de la vida en el Distrito
Federal, que en 1935 realizó la Dirección General de Estadística; ésta comprobaba
que el obrero dedicaba a su alimentación “prácticamente la totalidal de su salario”,
lo que “no quiere decir que se alimente bien, sino que su alimentación es insufi­
ciente”.
20 “Mensaje de L. C. a todos y cada uno de los gobernadores de los estados,
referente al salario mínimo, 31 de octubre de 1935”, ¡C árdenas habla!, p. 30.
27 L a gira del g e n e r a l. . . , p. 73.
28 Otero de la T., op. cit., p. 42; G. Loyo, “La tercera fijación del salario mí­
nimo en México” , R evista de Econom ía y E stadística, vol, iv, n. 35, marzo de
1936, p. 45; R. García Treviño, “Esquema para un plan de fomento industrial”,
R evista de Econom ía y E stadística, vol. m, n. 29, septiembre de 1935, p. 38. El
diario del partido oficial y el gobierno decía en su editorial: “La economía pública
está interesada en que las masas productoras eleven su norma de vida. C on traba­
jadores em pobrecidos, el consumo lan gu idece" ( “Justo equilibrio entre los factores
de la producción”, El N acional, 28 de febrero de 1936; subrayado nuestro.)
“Obligatoriedad del pago del séptimo día” (editorial), E l N acional, 19 de
febrero de 1936; E S E M , abril de 1936, pp. 5-6.
50 E SE M , enero de 1937, p. 7,
31 Cf. M. Moreno Sánchez, “U n estudio norteamericano sobre Cárdenas”,
P A IM , vol. ii, n. 3, julio-septiembre de 1955, p. 244.
« E SE M , abril de 1936, p. 9.
*8 Loe. cit.
34 ¡C árdenas habla!, p. 253; subrayado nuestro.
35 Beteta, op. cit., p. 18,
86 Vid. E SE M , septiembre y octubre de 1935.
87 CTM, L a C T M y la carestía de la vida, México, abril de 1937, p. 21.
88 Seis años de g o b i e r n o ..,, p, 150; CTM , op. cit., pp. 21-22.
98 P. Merla, E l costo de la vida obrera en M éxico, México, 1942, pp. 20-21,
-4° Merla, op. cit., p. 21; CTM, op. cit., pp. 24-25.
41 E SE M , enero de 1937, p. 8.
42 Seis años de g o b ie r n o ..., p. 222.
48 Pañi, “La p o lític a ...” , cit., pp. 212-14; Pañi, Los o r í g e n e s ..., pp. 144-46;
Shulgovsky, op. cit., pp. 181-82.
E SE M , mayo de 1935, pp. 16-18.
« CTM, op. cit, p. 22.
40 CTM, op. cit., p. 22; R. J. Zevada, “El Estado y los precios”, Futuro, n.
36, febrero de 1939, p. 25.
47 CTM, op. cit., pp. 22-23; Zevada, loe. cit.
48 “La economía mexicana y la guerra”, C lave, 2a. época, n. 3-4, noviembre-

157
diciembre de 1939, pp. 1-2: “La creencia referida se transformó a/raíz de que se
rompieron las hostilidades [en la guerra], en un sentimiento optimista [entre los
empresarios]. Todo el mundo pensó que adquiriendo mercancías a los precios co­
rrientes, redondearía una ganancia en plazo breve; los industriales consintieron en
la posibilidad de aumentar sus operaciones; los inversionistas en la de ganar dinero
colocando sus fondos en empresas extractivas o fabriles, y poniendo en ejecución
su pensamiento realizaron una demanda general que, efectivamente, hizo subir los
precios anteriores.”
49 Ibid., pp. 2-4.
50 CTM, C T M . . . , cit., p. 238; Pañi, “La política . . ” , p. 217.
51 Weyl, L a re c o n q u ista . . ., pp. 255-56. Vid. También: R. García Treviño, “El
desarrollo burgués de México y el proletariado”, F uturo, 3a. época, n. 11, enero de
1937, p. 27; J. Silva Herzog, “Riqueza minera y hambre popula^5, Futuro, n. 21,
noviembre de 1937, p. 24. Según la CTM, los afectados por la carestía de la vida
fueron, “por orden de su intensidad” : el proletariado urbano; “el proletariado
rural, integrado por los peones de las haciendas,, que han sufrido más que el in­
dustrial, tanto porque su nivel de vida es más bajo, cuanto porque en el campo es
más fácil eludir el cumplimiento de las leyes, en razón del menor coeficiente de
trabajadores organ izad os...” ; los campesinos; los empleados y trabajadores en ge­
neral; los profesionistas y “las gentes no asalariadas de la clase llamada media”.
(CTM , C T M . . . , p. 241.)
52 Merla, E l costo de la v i d a . . . , p. 11; vid. cuadro en la p. 7.
63 Los redactores de la revista de Lombardo, F uturo, reflejaban el estado de
ánimo de las masas cuando decían: “Ha sido curioso y triste observar que en una
época de grandioso ascenso revolucionario, la clase obrera y otras capas laborantes
han padecido hambre en mayor gradoj inclusive, que en épocas en las cuales la
política se encontraba dominada por los círculos de la burguesía reaccionaria cóm­
plice del imperialismo.” ( “Las recientes huelgas”, F uturo , n. 35, enero de 1939,
pp. 11-12.)
84 E SE M , febrero-marzo de 1937, p. 11.
65 E S E M , febrero de 1938, p. 6.
56 Cárdenas, lo. de septiembre de 1937, L os p re sid e n te s .. ., t. iv, p. 69; Good-
speed, El papel del jefe . . . , cit., p. 128.
“Discurso ante la H. Cámara Nacional de Comercio e Industria de Cd. Juá­
rez. Chih., mayo de 1939”, / C árdenas habla!, p. 208; Shulgovsky, op. cit-, p. 172.
58 E l M ach ete, 20 de febrero de 1937; “El alza de los precios”, Futuro, 3a. épo­
ca, n. 13, marzo de 1937, p. 12; CTM, Cuarto consejo. . cit., p. 69.
59 D. Encina, ¡Fuera el im perialism o y sus agentes! ¡U n id o s para hacer avan­
zar la revolución!, México, 1940, p. 129.
«° CTM, C T M . . . , pp. 238, 235, 667-68 y 1010.
61 L a gira del g e n e ra l. . . , pp. 95 y 97.
62 ¡C árdenas habla!,, pp. 12-13 y 86.
e3 El presidente decía: la “escuela activa capacita mejor al campesino para
cultivar la tierra^ al obrero para aumentar los rendimientos de la industria, al pro­
fesionista para vincularse con las necesidades del pueblo”. (Discurso ante los de­
legados obreros y funcionarios de la Administración Nacional del Petróleo, 1940,
¡C árden as habla!, p. 261.)
64 La gira. - - , p. 102; Cárdenas, lo. de septiembre de 1935, Los presidentes . . . ,
t. iv, pp. 28 y 29; Muñoz Cota, P a n o r a m a .,., cit., pp. 82 y 83; Beteta, P ro­
gram a. . . , cit., p. 171.
65 CTM, Cuarto consejo . . . , cit., pp. 57-58; CTM, C T M . . . , pp. 355; Nathan,
M éxico en l a . . . , p. 140; D. L. Raby, “Los maestros rurales y los conflictos socia­
les en México (1931-1940)”, H istoria M exicana, vol. xrvin, n. 2, octubre-diciem-
bre de 1938, p. 215.

158
66 Raby, op cit., pp. 190-226; Weyl, L a r e c o n q u i s t a ..., p. 301'. Raby escribe
en la p. 215: “En la mayoría de las agresiones a los maestros la religión no
aparece como motivo principal, y si se presenta es a menudo como una máscara
para intereses más concretos y materiales. En cambio sí parece que había oposi­
ción de carácter económico y social, y los maestros se perfilan frecuentemente como
[. . . ] catalizadores de movimientos populares [. . . ] Sobre todo aparecen como ele­
mentos importantes en el avance de la reforma agraria; naturalmente ésta no
pudo realizarse sin la voluntad del gobierno en conceder dotaciones, pero frecuen­
temente esa voluntad actuó sólo después de presión desde abajo, y la organiza­
ción de esta presión correspondió en no pocos casos a los maestros rurales.”
07 L a gira del general . . . , p. 51; ¡C árden as habla!, p. 261.
88 Discurso del 30 de junio de 1934 en Durango, Dgo., L a g i r a . . . , p. 194-
69 Muñoz Cota, Panoram a. . ., p. 81. Este mismo autor, muy ligado al general
Cárdenas, escribía también en la p. 86 de su libro: “La educación socialista, parte
del concepto de la propiedad colectiva, de la socialización de los medios e instru­
mentos de producción.”
70 CTM, C T M . . . , p. 68, (Estatutos. Declaración de principios); Sindicato de
Trabajadores de la Enseñanza de la República Mexicana, M em oria de la conven­
ción constituyente de la sección ix, D . F. del S T E R M , efectuada en. la ciudad de
M éxico durante los dias 11, 12 y 13 del mes de noviem bre de 1938, México, 1939,
p. 20. (Estatutos) Subrayado nuestro.
71 L a gira d e l . . . , p. 53.
72 Discurso del lo . de mayo de 1934 en la ciudad de México, L a gira d e l . . . ,
p. 169.
7a Cárdenas, 30 de noviembre de 1934, L os presidentes. . ., t. iv, p. 11; Seis
años d e . . cit,, p. 219.
™ Vid. CTM, C T M . . . , pp. 219-25, 304 y 434,
76 Weyl, L a re c o n q u ista . . . , p. 272,
76 Loe. cit.
77 Economía Nacional, L ey general de sociedades cooperativas, México, 1938,
p. 25.
78 CTM, C T M . . . , pp. 805 y 1046.
79 Vid., CTM, C T M . . . , p. 942 (Informe del comité nacional al xui consejo na­
cional, abril de 1940).
80 CTM, C T M . . . , pp. 943-44, En el xv informe de la dirección cetemista, del
25 de noviembre de 1940, se destacaba que la diferencia de salarios de los obreros
de las cooperativas, era de 50 e incluso de 75% menosque lossalarios de quienes
trabajaban en las empresas capitalistas. (Ibid., p. 1047.)
61 CTM, op. cit., p. 1048.
82 V. Lombardo Toledano, “El cooperativismo y los trabajadores”, Futuro , n. 23,
enero de 1938, pp. 20, 23-24; Gutiérrez, Las a d m in is tr a c io n e s..., pp. 17-19.
6a Cf. Gutiérrez, op. cit., p. 18.
84 Ibid., p. 20; Shulgovsky, op. cit., p. 313.
86 CTM, op. cit., p. 1048; CTM, Im portan tes resoluciones al Congreso Econó­
m ico de la Confederación de T rabajadores de M éxico, México, 1941, p. 13.
86 Lombardo Toledano, op. cit., p. 21; M. A. Velasco, Liquidación del lati-
fundtsm o , México, 1939, p. 21.
87 Shulgovsky, 0p. cit., p. 315.
88 L. Kubli, Sureste proletario, México, 1935, p. 80.
89 lo. de septiembre de 1938, Los presidentes. . ., t. iv, p. 99.
00 Molina Font, El d e s a s tr e ..., cit., pp. 41-42.
01 CTM, C T M . . . , pp. 276-77; Shulgovsky, op. cit., p. 318; Dionisio Encina,
dirigente del partido comunista desde 1940, decía: “Todo el mundo sabe que la
administración [obrera] de las empresas, en sus puntos esenciales, está en manos

159
de funcionarios del gobierno y no de los sindicatos.” (¡F u era el im p e r ia lis m o ...,
cit. p. 80.)
92 Es interesante saber que, desde 1934, Emilio Portes Gil planteaba la necesi­
dad, seguramente como parte de la política de las fuerzas emergentes, de que los
sindicatos participaran en la gestión de las empresas. Vid. su conferencia en el
primer congreso de derecho industrial, publicada como: A lgunas reform as a la
L ey Federal del T ra b a jo , México, 1934, p. 100; Vid. también: L a gira d e l . . . ,
p. 57.
®3 CTM, C T M . . . , pp. 599 y 607 (Informe al vii consejo nacional, 28 de abril
de 1938); Gutiérrez, Las a d m in is tr a c io n e s..., cit., p. 6; Lombardo Toledano, Dis­
curso que analiza la política nacional, 2 de noviembre de 1939, en CTM, op. cit.,
p. 735, y “La e v o lu c ió n ...”, cit., p. 43.
Fuentes Díaz, E l p r o b l e m a ..., pp. 126-27.
95 Shulgovsky. op. cit., pp. 316-17; Campa, “El cardenismo . . cit., p. 229.
06 R. García Treviño, “Los sindicatos y la administración de las industrias”,
R evista de Econom ía, vol. m, enero-abril de 1939, p. 35; Gutiérrez, op. cit., pp.
59-60.
91 García Treviño, loe. cit.
98 García Treviño, op. cit., pp. 35, 39-40; CTM, I m p o r ta n te s ..., cit., p. 12;
CTM, C T M . . . , p. 1075.
Trotskv percibió con claridad “los peligros que surgen de una situación en la
que los sindicatos desempeñan un papel dirigente en la industria nacionalizada. La
base del peligro — hacía notar— es la conexión de los altos dirigentes sindicales
con el aparato del capitalismo de Estado, la transformación de los representantes
del proletariado en rehenes del Estado burgués [. . . ] Los dirigentes sindicales son,
en la aplastante mayoría de los casos, agentes políticos de la burguesía y de su
Estado” . (L. Trotsky, “La industria nacionalizada y la administración obrera”,
L a Internacional, n. especial, diciembre de 1970; también reproducido en R. Viz­
caíno y otros, L a izquierda y la política de Cárdenas, cit.)
09 M. A. Velasco, L a adm inistración obrera de las empresas: m arxism o versus
an arcosin dicalism o, México, 1939, pp, 12-14.
t0° Gf. García Treviño, op. cit., pp. 33 y 35-36.
Ibid., pp. 39-40-
102 R. García Treviño, “La expropiación del petróleo a la luz del marxismo”,
Futuro, n. 27, mayo de 1938, p. 16; M. T. de la Peña y A. Navarrete, “Reorga­
nización de los Ferrocarriles Nacionales”, R evista de Econom ía , vol. vn, 1940,
pp. 619-20. Gutiérrez, miembro del sindicato petrolero, sostuvo que en el momento
de la expropiación petrolera, el gobierno aceptó la administración del STPRM
porque no tenía quién administrara la industria (op. cit., p. 5 1).
ios M. T. de la Peña, “La expropiación de los Ferrocarriles Nacionales de Méxi­
co” , T rim estre Económ ico, Vol. iv, 1937, p. 223; subrayado nuestro. Según D e la Peña,
las perspectivas de la administración obrera serían buenas siempre y cuando el go­
bierno invirtiera en los ferrocarriles suficiente dinero para ponerlos en marcha; sin
embargo, Cárdenas no sólo no hizo tal cosa sino que exigió impuestos, el pago de
la deuda e impidió que se elevaran las tarifas del transporte. Uno de los críticos
de Cárdenas, refiriéndose al acuerdo de entregar al sindicato la administración fe­
rrocarrilera, escribió: “Es de sabía política, a veces, entregar al adversario una
situación que no se quiere o no se puede sostener, cuando se tiene confianza en su
sentido de responsabilidad, y esto puede servir para evitar la continuación de una
lucha que pone en peligro intereses o instituciones que uno y otro están obligados
a proteger.” (Molina Font, op. cit., p. 44.)
ao4 Vid. García Treviño, “Los sindicatos. . . ”, cit., pp. 43-44; Gilí, Los ferroca­
r r ile r o s ..., p. 125.
105 Una síntesis de la función de la administración sindical nos la ofrece Trotsky

160
en las siguientes frases: “La administración de los ferrocarriles, campos petroleros,
etc., a través de las organizaciones obreras, no tiene nada en común con el control
de los trabajadores sobre la industria, pues en la esencia del asunto la adm in is­
tración es efectuada a través de la burocracia obrera que es indepen diente de los
trabajadores, pero en cambio com pletam ente depen dien te del E stado burgués. Esta
medida por parte de la clase dominante persigue el objetivo de disciplinar a la
clase trabajadora, haciéndola más industriosa al servicio de los intereses comunes
del Estado, los cuales aparecen en la superficie para m ezclarse con los intereses
de la dase trabajadora misma. De hecho, toda la tarea de la burguesía consiste en
liquidar a los sindicatos como órganos de la lucha de clases y sustituir en su lugar
a la burocracia sindical como el órgano de dirección sobre los trabajadores por el
E stado burgués.13 ( T rade Unions m the epoch of im perialist decay, Bombay, 1947,
pp. 32-33; subrayados nuestros.)
108 Discurso del 10 de mayo de 1934 en Campeche, L a gira d e l . . . , p. 30.
107 Vid. Discurso en Mérida, Yuc., 17 de agosto de 1937, ¡C árden as habla!,
p. 116.
108 El surgimiento y la evolución de las milicias obreras se puede rastrear en los
informes del comité nacional cetemista, a partir del vn consejo nacional; Vid.
CTM , C T M . . . , cit., p. 601 et passim y 5 años . . . , cit., p. 34.
¡109 “Por ahora, las armas están bien en las tostadas palmas del soldado. Por
eso el obrero y la trabajadora se conforman con fusiles de palo, no necesitan del
fusil mientras exista un ejército del pueblo [.. .] El ejército basta para defender
en una situación normal los derechos obreros, pero el proletariado debía de pre­
pararse para cooperar con el ejército y constituir sus reservas en caso de una lucha,
de presentarse una crisis, de ponerse en peligro las instituciones democráticas y las
conquistas de los trabajadores.” . (X. Icaza, “El significado de la militarización
obrera”, Futuro, n. 28, junio de 1938, p. 28.)
■11() Vid. Partido Nacional Revolucionario, M em oria de la segunda convención
nacional ordinaria del P artido Nacional R evolucionario. E fectuada en la C iudad
de Q uerétaro del 3 al 6 de diciem bre de 1933 , México, 1934, pp. 69-71 y 78-79.
y Plan sexenal. . . , cit., pp. 17-21.
111 Cárdenas, 30 de noviembre de 1934. Los presidentes . . , , t. ív, p. 11; La gira
d e l . . . , cit., p. 56; ¡C órden ai habla!, p. 95; “La función coordinadora del Estado”,
El N acional, 16 de febrero de 1936.
112 CTM, Im portan tes resolu cion es.. . , cit., p. 11 et passim; CTM, C T M . . . ,
p. 1074 et passim; Velasco, op. cit., p. 14.
113 Discurso en Yucatán, 10 de marzo de 1934,L a gira d e l. . p. 159.
114 Discurso del lo. de mayo de 1934 en la ciudad de México, L a g i r a . . . , pp.
170-71.
115 Cárdenas, lo. de septiembre de 1940, L os p r e s id e n te s . . . , t. xv, p. 130.
'García Treviño, “Esquema para un p l a n . . . ” , cit., p. 38. Vid. también:
M. Mesa, “La situación ejidal según el censo de 1935”, Futuro , 3a. época, n. 4,
junio de 1936, pp. 24-25; S. Iglesias, Sindicalism o y socialism o en M éxico, México,
1970, p. 116; y, Lombardo Toledano, La revolución rusa-la revolución mexicana:
pasado, presente , porvenir, México, 1943.
117 Vid. Lombardo Toledano, “La revolución es la única capaz de edificar un
México independiente y próspero”, discurso del 29 de enero de 1941 en CTM,
I m p o r ta n te s . . . , cit., pp.^8-9; CTM, C T M . . . , cit., p. 733; J. Silva Herzog, Un
ensayo sobre la revolución m exicana, México, 1946, p. 66; Townsend, op. cit.,
p. 200; Moreno Sánchez, op. cit., pp. 243-44; G. Robles, “El desarrollo indus­
trial”, en M éxico: cincuenta a ñ o s . . cit., t. i, p. 181.
118 Solís, L a e c o n o m í a ..., c it , p. 166; S. Rottenberg, “México: trabajo y des­
arrollo económico”, Foro Internacional, vol. n, n. 1, julio-septiembre de 1961,
p. 91.

161
349 Vid. L a g ira . . . , cit., pp. 65-66 y 171. .
Ibid., pp. 68 y 191-92.
121 Lombardo, discurso del 2 de noviembre de 1939, en CTM, C T M . . ., pp. 732-
33; CTM, Im portan tes . . . , p. 15.
a22 Nathan, op. cit., p. 116; CTM, C T M . . . , p. 660 et passim; Seis años d e .
cit., pp. 138 y 152.
5123 CTM, C T M . . . , p. 304; “El problema de La Laguna”, Futuro , n. 25, mar­
zo de 1938, pp. 4-5. Goodspeed escribió: “Los campesinos se quejaban de que sim­
plemente habían cambiado de amo [ . . . ] El Banco Ejidal decía qué productos de­
bían cultivarse, nombraba los capataces, pagaba los jornales, recogía y vendía las
cosechas, y seleccionaba a los campesinos.” (op. cit., p. 124.) En el mismo sentido;
Nathan, op. cit., pp. 110-11.
3:24 Seis a ñ o s .. ., p. 154. Vid. también: Weyl, op. cit;., p. 228; Velasco, L iqu i­
d a c i ó n .. ., cit., p. 10; y Partido Comunista de México, L a reform a agraria y la
produ cción agrícola, México, 1938, pp. 11-12.
125 portes Gil dijo en una de las convenciones agrarias que efectuó el PNR:
“La paz de la república, en los momentos actuales, descansa fundamentalmente
en la solución que se ha venido dando al problema agrario” ; a lo cual agregó el
editorial del diario del partido oficial; “Ninguna promesa hecha con fines ocultos,
por halagüeña que se la suponga, podrá llevar a la rebelión a las masas campe­
sinas que respaldan con angular firmeza al régimen que va resolviendo la cuestión
que a ellos interesa por sobre todas las cosas: la cuestión agraria.” {E l N acional,
27 de diciembre de 1935.) En el mismo sentido vid.; Nathan, op. cit., p. 175; y
F. Chevalier, “Ejido y estabilidad en México”, Ciencias Políticas y Sociales, año xi,
n. 42, octubre-diciembre de 1965, p. 448,
128 Cárdenas, lo. de septiembre de 1939, Los presidentes. . . , t. iv, p. 102; ¡C á r­
denas habla!, cit., pp. 137 y 169.
Seis años de g o b ie r n o ..., cit., p. 158 y ss.
128 Ibid., p. 177 y ss.
129 Ibid., pp. 170-74 y 214-15.
130 ESE M , ahril de 1936, pp. 6-7. Vid. también: Vemon, E l D ile m a .. ., cit.,
p. 194.
131 / C árdenas habla!, pp. 24-25; Cárdenas, lo. de septiembre de 1937, L os presi­
den tes. . ., t. iv, p. 70; Seis años. pp. 49, 50 y 216; Robles, “México y la cues­
t i ó n . . . ”, cit., pp. 33-34.
aa2 Seis a ñ o s . . . , pp. 75-77; Shulgovsky, op. cit., p. 179.
133 Vera Blanco, "La industria de . . pp. 273, 275-76; Presidencia de la Re­
pública, 5 0 años de r e v o lu c i ó n ..., cit., p. 79 y ss,; Seis a ñ o s . . . , pp. 52 y 217;
Vemon, op. cit., pp. 100-01; CNIT, P r o c e s o ..., p. 98.
134 CNIT, loe. cit.; Vera Blanco, op. c it, p. 272; Seis a ñ o s. . . , p. 216.
185 Discurso con motivo del cxxrx aniversario de la independencia de México,
16 de septiembre de 1936, ¡C árdenas habla!, pp. 217-18; Weyl, L a reconquista. . . ,
c it, pp. 330 y 332.
1186 Decía Lombardo emocionado: “A México no le conviene la neutralidad. Ni
material ni políticamente le conviene. Si declaramos la guerra a los países fascis­
tas, podremos mover nuestra industria, por pobre que sea, a un ritmo mayor: ter­
cer turno en todas fábricas de hilados y tejidos, y en donde no hay segundos y
terceros tumos; seremos exportadores de telas, venderemos nuestra azúcar, aumen­
tará la zafra, nuestro algodón será insuficiente; todo el henequén, todo el petró­
leo [será vendido]; nos convertiremos súbitamente en un país de exportación, más
de lo que hemos sido, no sólo en materias primas sino inclusive manufactureras.
México participará, pues, de un ritmo nuevo, más violento, en su economía.” (Con­
ferencia reproducida en: CTM , L a nueva guerra europea y el proletariado m exi­
cano, México, 1939, pp. 66-67.)

162
187 En octubre de 1940, la revista F oreign Affairs señalaba: "México deberá
continuar exportando su materia prima, pero en la actualidad cuenta solamente
con un consumidor: Estados Unidos. México compra maquinaría y mercancías in­
dustriales pero solamente puede comprarlos a un vendedor: Estados Unidos. Mé­
xico ya no puede atenerse más a la competencia internacional para defender su
comercio exterior del control monopolista. En la actualidad Estados Unidos está
en capacidad de determinar con mayor efectividad que antes los precios que de­
berá pagar México por las mercancías importadas, así como el pago que recibirá
en sus exportaciones.” (Citado por Shulgovski, op. cit., p. 398.)
Discurso ante la Cámara Nacional de Comercio e Industria de Ciudad Juárez,
Chih., mayo de 1939, ¡C árdenas habla!, p. 209.
139 Shulgovski, op. cit., pp. 124-25.
140 Cárdenas decía a los representantes de los principales sectores capitalistas:
“Recomiendo que la clase patronal cumpla de buena fe con la ley, cese de inter­
venir en la organización sindical de los trabajadores, y dé a éstos el bienestar eco­
nómico a que tienen derecho dentro de las máximas posibilidades de las empre­
sas; porque la opresión, la tiranía industrial, las necesidades insatisfechas y las
rebeldías m al encauzadas, son los explosivos que en un m om ento dado podrían de­
term inar la perturbación violenta tan tem ida por ustedes.” (Respuesta de L. C.
al memorial enviado por los representantes de la Banca, la Industria y el Comer­
cio, 11 de marzo de 1936, ¡C árdenas habla! , p. 65; subrayado nuestro.)
.141 Una publicación de la Secretaría de la Economía Nacional decía: El ‘‘siste­
ma de industrialización mediante la intervención y apoyo del Estado, habrá de
crear en el empresario asociado una nueva m en talidad , resultado de la relación de
coparticipación y dependencia, que hará que los responsables de la negociación en­
tiendan que fundamentalmente cumplen una misión social, frente a la organiza­
ción económica de la que forman parte, y en interés de la cual, se traduce el éxito
del negocio que, a su vez, está basado en el aum ento de su capacidad adquisitiva
y en el aum ento de los m ercados ”. ( “Los problemas de la industrialización” — co­
mentando la creación del Banco Nacional Hipotecario, Urbano y de Obras Pú­
blicas— R evista de Econom ía y E stadística , vol. ív, n. 36, abril de 1936, p. 3;
subrayados nuestros.)
1143 Discurso ante la Cámara de Comercio Local, Saltillo, Coah., 3 de mayo de
1939, ¡C árden as habla!, p. 206.
143 Proponían una política obrera que sintetizaban en los términos siguientes:
_“Q ue el trabajador gane lo más posible, hasta el límite compatible con la necesi­
dad de mantener los estímulos mínimos que el capital desea para intervenir en la
producción. Que el capitalista no sobrepase la barrera [en cuanto a ganancias] y
que cuando esto suceda, se dé paso a las peticiones que hacen los operarios, o se
modifique la situación de aquél, mediante el impuesto. Este último sería, además,
el resorte que podría utilizarse para desviar las inversiones de donde están más
cargadas a donde lo están menos.” {E SE M , junio de 1936, p. 23; en términos
similares los números correspondientes a septiembre de 1935, p. 20 y septiembre
de 1938, p. 16.)
144 E S E M , marzo de 1935, p. 7, sobre la política similar de otros núcleos de
empresarios, a quienes caracterizaba como “nuevo grupo”, vid. S. A. Mosk, L a
revolución industrial en M éxico, en P A IM , vol. iii, n. 2, 1951, particularmente la
p. 34.
i4G Vernon, op. cit., p. 92. Vid. también: M. A. Alcázar, Las agrupaciones p a ­
tronales en M éxico, México, 1970, p. 10 et passim.
148 ¡C árden as habla!, pp. 205 y 208.
147 Cárdenas, lo. de septiembre de 1937, L os presidentes. . ., t. ív, p. 68; D e la
Peña, “La expropiación de l o s . . cit., pp. 218-19.
148 D e la Peña, op. cit., p. 219: Fuentes Díaz, E l p r o b l e m a ..., cit., p. 122;
V. S. Campa, “La expropiación de los ferrocarriles y su administración por el sin­

163
dicato”, E l M achete, 26 de septiembre de 1937; J. Gutiérrez, “Los obreros y los
ferrocarriles” , F uturo, n. 22, diciembre de 1937, p. 31.
Vid. D e la Peña “La ex p ro p ia ció n ...”, pp. 211-12; Lombardo Toledano,
discurso en CTM, C T M . . . , p. 98.
150 El propio presidente Cárdenas decía: “Las compañías petroleras han go­
zado muchos años, los más de su existencia, de grandes privilegios para su des­
arrollo y expansión, de franquicias aduanales; de exenciones fiscales y de prerro­
gativas innumerables y cuyos factores de privilegio unidos a la prodigiosa potencia­
lidad de los mantos petrolíferos que la nación les concesionó. muchas veces contra
su voluntad y contra el derecho público, significan casi la totalidad de verdadero
capital” que ha utilizado para su fomento y desarrollo. (Manifiesto a la nación,
18 de marzo de 1938, ¡C árden as habla!, pp. 152-53.)
151 Meyer, M éxico y . . ., cit., pp. 29 y 34. U n estudio realizado por el Depar­
tamento del Petróleo de la Secretaría de Economía Nacional, concluyó que en los
últimos cinco años, “en los Estados Unidos la industria petrolera pagó impuestos
y jornales, por unidad de producción, que son aproximadamente el cuadruplo de
lo que se pagó en M é x ic o ; el rendimiento por persona ocupada en nuestro país,
fue aproximadamente el triple de lo que se obtuvo en los Estados Unidos; y la
recuperación de la inversión del capital en M éxico ha sido casi el triple com parada
con la de los Estados U nidos” . (E l N acional, 7 de noviembre de 1935; subrayado
nuestro.)
as2 Cárdenas, op. cit., p. 153; Townsend, L á z a r o . .. , p. 294 (entrevista a Cár­
denas).
155 Lombardo, “El pueblo de México y la s . . ” , cit., p. 20.
w * Seis a ñ o s . . . , cit., pp. 63-65; J. Silva Herzog, “La expropiación de las com­
pañías petroleras en México”, R evista de Econom ía, vol. ii, enero-abril de 1938,
p. 455, y “La cuestión del petróleo en México”, El T rim estre Económ ico, vol. vil,
1940, pp. 54 y 63; E. Vargas, Lo que vi en la tierra del petróleo, México, 1938,
p. 8; J. D. Lavín, Petróleo. Pasado , presente y futuro de una industria mexicana,
México, 1950, pp. 182-83; Meyer, op. cit., pp. 211-12.
ies “Respuesta de Lázaro Cárdenas a la tarea de desorientación que ciertos gru­
pos realizaron en el país, al llevarse a cabo la expropiación petrolera, 21 de marzo
de 1938”, ¡C árden as habla!, pp. 156-57.
156 Meyer, op. cit-, p. 217; Nathan, M éxico e n . . . , cit., pp. 122-23; vid. tam­
bién: Respuesta del gobierno de Lázaro Cárdenas al folleto de la Standard Oil
Co., de New Jersey, “The Mexican oil seizure” , ¡C árden as habla!, pp. 237-38.
157 Silva Herzog escribe que si Cárdenas no hubiera expropiado, su gobierno no
se hubiera podido sostener y hubiera sido sustituido por uno impuesto por las com­
pañías, Vid.: P etróleo m exicano; historia de un problem a, México, 1941, p. 125.
aca Cárdenas, lo . de septiembre de 1938, L os presidentes. . ., t. iv, p. 88.
150 Cf. / C árdenas habla!, p. 191; Townsend, op. cit., pp. 256-57; ’Wcyl, La re­
conquista. . p. 328; “Traidores a la patria”, cit., P. S. y M. Monterola, “Des­
pués de la expropiación petrolera”, F uturo, n. 37, marzo de 1939, p. 22.
160 Cf. Nathan, op. cit., pp, 146 y 176; Meyer, op. cit., p. 262.
ie i Cárdenas, lo . de septiembre de 1938, L os p r e s id e n te s ..., t. iv, p. 92; R a­
món Beteta, Discurso a los cónsules americanos, 20 de febrero de 1940, en Town­
send, L á z a r o . .. , cit-, p. 282.
162 G. Pacheco, M éxico: revolución y dependencia. Inédito. D e este trabajo he­
mos tomado las ideas centrales del presente apartado.
163 L a gira del gen eral . . ., cit., p. 193 (discurso del 30 de junio de 1934); Men­
saje a la nación con motivo del año nuevo, lo. de enero de 1938, ¡C árden as habla!,
pp. 137-38; Informe lo. de septiembre de 1938, en Townsend, op. cit-, p. 282; Ro­
bles, “México y . . . ”, p. 55.
ie4 “Economía dirigida y justicia social”, R evista de Econom ía y E stadística,

164
vol. iir, n. 24, abril de 1935, p. 3; Robles, op. cit., p. 55; Seis a ñ o s . . . , cit.,
p. 43.
i«s para una profundización de este problema, véase: Pacheco, op. cit.
i6« T rade u n io n s ..., cit., p. 26; subrayado nuestro. Vid. también: L. Trotsky,
“La industria nacionalizada . . cit.

C A PÍT U L O IV

1 J. Revueltas, ¡Joven trabajador: acá está e l cam ino /, México, 1935, p. 16, cit.
en M. Márquez y O. R., El Partido . . . , cit., p. 258: PGM, L a nueva política del
P artido Com unista de M éxico, México, 1936, pp. 6 y 8.
2 PGM, op. cit., p. 9; subrayado nuestro.
8 La política ultraizquierdista que la Internacional inauguró en 1928 ( y i Con­
greso) se basaba en la creencia de que estaba próxima la catástrofe del capitalismo,
lo que ponía a la orden del día la lucha por el poder. Esta política acarreó graves
consecuencias, pues veía a los socialistas como sus peores enemigos, como “social-
fascistas” que había que destruir despiadadamente, lo que provocó el aislamiento
de los comunistas e impidió el frente único con las masas obreras influidas por
los partidos reformistas. En los países atrasados y dependientes como México, tal
política se tradujo en "el planteamiento de que las perspectivas de las burguesías
nacionales se habían agotado, lo que también trajo como consecuencia el enfren­
tamiento aventurado — sin preparación, sin influencia amplia entre las masas— con
el Estado y la clandestinidad del PCM. Sobre la posición ultraizquierdista del par­
tido en México, véase por ejemplo: ¡Por un p a rtid o comunista de masas! R esolu­
ción adoptada por la V I I Conferencia N acional del P artido C om unista de M éxico
(Sección de la In ternacional C om un ista), reunida en M éxico, D . F., del 25 al
29 de enero de 1932, sobre la situación económ ica y la política y las tareas del
partido. Panfleto. También consúltese: J. Revueltas, Ensayo sobre un proletariado
sin cabeza , México, 1962, p. 238 y ss.; V. Campa y R. Carrillo en Vizcaíno y
otros, L a iz q u i e r d a ..., cit.
4 Vid. F. Claudín, L a crisis del m ovim iento com unista: de la kom intern al ko-
m inform , Francia, 1970, p. 82 y ss.
5 Ibid., p. 146 y ss.
® P. Frank, H istoria de la Cuarta Internacional, Caracas, Venezuela, 1970, p. 53.
7 PCM, L a n u e v a . .. , cit., pp. 6, 7 y 9.
8 Ibid., pp. 10 y 11.
» Ibid., pp. 13-15 y 20.
10 Ibid., pp, 20-22; subrayado nuestro.
11 H. Laborde, “El frente popular antimperialísta y el proletariado”, El M a ­
chete, 22 de febrero de 1936,
12 PCM, “Anteproyecto de ponencia sobre ei primer punto de la orden del día
para el congreso nacional del Partido Comunista de M éxico”, El M achete, 26 de
septiembre de 1936.
ia Loe. cit . ; R. Carrillo, “La revolución mexicana debe seguir adelante”, El
M achete, 5 de diciembre de 1936; PCM, L a reform a a g r a r ia .. ., cit., p. 5.
14 H. Laborde, discurso del 28 de diciembre de 1935, en PCM, L a nueva . . . ,
p. 29, Vid. también: R. Carrillo, “El gran congreso del frente popular antímpe-
rialista”, El M achete, 22 de febrero de 1936, y el editorial titulado “El mensaje
presidencial y las movilizaciones de septiembre”, El M ach ete, 20 de agosto de 1936.
15 L. Trotsky, Escritos sobre España,, París, 1971, p. 197.
16 V. Campa, “ 1936, a ñ o . . . ”, cit.; subrayado nuestro.
17 Loe, cit.; Confederación Sindical Unitaria de México, “Ante todo, la unidad” ,
El M achete , 22 de febrero de 1936. Firman Campa, Consuelo Uranga y Miguel A.
Velasco,

165
1S GSUM, op. cit.; “Los comunistas y la CTM”, E l M achete, 28 de marzo de
1936; Revueltas, “Significado de l a . . . ”, c it , p- 41; H. Labor de, L a revolución
am enazada, México, 1937, p. II.
19 PGM, “A n tep roy ecto ...”, cit.
120 Para elegir al comité nacional de la CTM , hubo una reunión previa al con­
greso constitutivo, en la cual, haciendo un balance de las fuerzas, se aprobó la
elección, entre otros, de Fidel Velázquez como secretario de organización, Miguel
A. Velasco como secretario de educación y problemas culturales y Pedro A. Morales
como secretario de acción campesina. Los dos últimos eran miembros del PCM.
Sin embargo, ya en el congreso, ciertas maniobras del grupo de Velázquez tendían
a eliminar a Morales, por lo que se lanzó a Velasco como candidato a la secretaría de
organización, oponiéndose a Velázquez; la mayoría de los delegados apoyó a Ve-
lasco, pero fue impuesto Velázquez debido a un acuerdo entre Lombardo y los co­
munistas. Estos últimos luego denunciaron que aceptaron tal hecho debido a que
la facción de la GGOGM integrada por la FSTDF amenazó con dividir al con­
greso. Vid, GTM, C T M , 1936-1941, cit., p. 58 y ss.; H. Laborde, Informe al
pleno ampliado del comité central del Partido Comunista de México, efectuado del
26 a 30 de junio de 1937 (éste y otros documentos sin pie de imprenta que cita­
remos, son los originales o las copias mecanográficas que hemos tomado del archivo
de Miguel A. V elasco); PGM, A cerca de la política de L om bardo T oledano, Mé­
xico, 1964, p. 47; Velasco y Campa en Vizcaíno y otros, L a I z q u i e r d a ..., cit.
31 Sobre el conflicto que condujo a la escisión, véase: PCM “Las tareas cen­
trales, del Partido Comunista de México”. Proyecto de Resolución, E l M achete,
26 de diciembre de 1936; J. Machetero, “¿Hacia dónde va la CTM ?13, E l M achete,
16 de enero de 1937; M. A. Velasco, “¿Quiénes son los divisionistas?”, E l M achete,
16 y 22 de mayo de 1937; E l N acional, 28 de abril de 1937.
82 En un manifiesto, los disidentes denunciaron “las descaradas violaciones a
nuestros estatutos, las provocaciones cada vez más frecuentes y graves a los derechos
e intereses de sus representados, y los intentos de instaurar una era de tiranía y
servilismo en las organizaciones obreras y campesinas, so capa de m antener una
disciplina que en realidad no representa sino la sumisión incondicional a las reso-
’ luciones de determ inados dirigentes [Lombardo y Velázquez], para el logro de sus
fines p erso n a les...” ( “La unidad de la GTM y el IV consejo nacional. Al pro­
letariado de nuestra confederación y del país en general”, El N acion al , 30 de abril
de 1937. Entre otros, firman los delegados del STFRM, del SME, del FMTE y
agrupaciones de diversas entidades de la república.) Lombardo, por su parte, acusó
a los comunistas de querer controlar mecánicamente a las directivas de las organi­
zaciones sindicales y de ser inconsecuentes con la política de frente popular, que
él entendía como la plena subordinación de los comunistas al gobierno y a los obje­
tivos de la GTM; exigió su sometimiento incondicional a los dictados de la direc­
ción cetemista y el abandono de sus intereses de partido dentro de la GTM.
(Lombardo Toledano, “La CTM mantiene su unidad y disciplina frente a la acti­
tud en contrario de elementos del partido comunista”, El N acional, 30 de abril
de 1937.)
22 El N acional, lo. de mayo de 1937.
04 E l M ach ete, 29 de mayo de 1937.
26 V . Campa, “Las graves consecuencias del IV consejo de la CTM y del pleno
del PCM realizado del 26 al 30 de junio de 1937”, N u eva É poca , añovir, n. 11-
12, noviembre-diciembre de 1969, p.61; Shulgovski, op. cit., p. 302.
26 H. Laborde, “¡U nidad a toda costa,!”, E l M achete, 20 de junio de 1937;
PGM, “Resolución adoptada por el pleno del comité central del partido comunis­
ta’5, E l M ach ete, 18 de julio de 1937; subrayado nuestro.
27 Vid. la reseña de las intervenciones en el pleno del CG del PGM, publicada
por E l M achete, 11 de julio de 1937.

166
®8 Vid. la intervención de Campa en el pleno, reseñada en el citado número de
El M achete, y también “El PCM y la unidad”, El M ach ete , 25 de julio de 1937;
Gilí, Los ferrocarrileros . . . , cit., pp. 133-35.
29 Vid. H. Laborde, Informe al IV Congreso del PCM, sobre el primer punto
de la orden del día: “El PC de México en la lucha por el frente popular, por la
derrota de la reacción y por el desarrollo de la revolución mexicana” (enero de
1937), Archivo MAV; “México en 1936”, El M achete, 4 de enero de 1936. “Al­
gunas discrepancias con amigos y camaradas nuestros”, El M achete, 25 de abril
de 1936, y V. Campa, “Lo que nos enseña la huelga”, E l M ach ete, 27 de mayo de
1936. En el primer trabajo citado, Laborde hizo notar que “la hostilidad del go­
bierno hacia nuestro partido coincide con la ofensiva iniciada por los elementos de
derecha de la CTM en contra de los obreros y dirigentes comunistas”.
80 Vid. Claudín, op. cit., p. 158 y ss. Sobre la política de frente popular y sus
consecuencias en Francia y España, véase también: L. Trotsky, Oú va la France?,
Écrits, 1928-1940, t. ii, París, 1958, y del mismo Trotsky, Escritos sobre España ,
cit.
31 “Algunas discrepan cias...”, cit.; H. Laborde, “La política nacional revolu­
cionaria de Cárdenas”, El M ach ete , 29 de agosto de 1937. Laborde concluía:“El
gobierno de Cárdenas está en vías de transformarse en un gobiernoverdaderamente
popular y podemos decir que [ . . . ] esta transformación ha comenzado.”
32 Laborde, op. cit.
as El M achete , lo. de abril y 10 de septiembre de 1936; V. S. Campa, “Las
resoluciones del consejo de la CTM ; la participación en las campañas electorales’1,
El M achete , 7 de noviembre de 1936; PCM, “A n tep royecto...”, cit.
34 L. C. Brown, “Los comunistas y el régimen de Cárdenas”, R e vista de la U ni­
versidad de M éxico, vol. xxv, n. 5, mayo de 1971, p. 29.
35 H. Laborde, Informe al pleno del comité central del PCM (diciembre de
1937), Archivo MAV. En su resolución de septiembre del mismo año, el buró po­
lítico del CC consideraba que “podría buscarse la solución por el camino de la
transformación completa del PNR, haciendo de é l un partido de bloque de todos
los organismos sociales y políticos del pueblo, con una plataforma equivalente al
Plan Sexenal, adicionado con los aspectos de la política de Cárdenas que rebasan
dicho plar\, y dejando a las organizaciones adheridas completa independencia en
su régimen interior y en todo lo relativo a los problemas propios de los sectores
sociales que cada organización representa” ; concluía: fttendríam os así la transfor­
m ación del P N R en un partido [ . . . ] que realizara en la. práctica y con otro nom ­
bre el frente popular m exicano ”. (Citado por Laborde en “Frente Popular y par­
tido de clase para la discusión previa al V II congreso del PCM” ) , enero de 1939;
subrayado nuestro, Archivo MAV.
36 La batalla del PC por la depuración y transformación del PNR en un par­
tido de masas, fue constante desde los días de la movilización de diciembre de
1935. Vid. E l M a ch ete , 11 de enero, 22 de agosto y 10 de septiembre de 1936;
también véase el telegrama que Laborde envió a Cárdenas, en nombre del PGM,
con motivo de su mencionado anuncio, en El N acional, 19 de diciembre de 1937.
ST Declaraciones del PCM sobre el PRM (7 de abril), E l N acional, 10 de abril
de 1938; subrayado nuestro. Comentando tal política, aún marcado por el stalinismo,
pero en busca de un camino crítico, José Revueltas escribió: “Nuestro partido, como
solía ser frase en boga durante aquellos tiempos, era ‘más cardenista que Cárdenas’,
lo que, a pesar de que se decía con jactancioso orgullo, desgraciadamente resul­
taba cierto. Puede decirse de este periodo, sin temor alguno a equivocarse, que a la
razón existían en México dos ‘partidos oficiales’, el partido del gobierno, PRM,
y el partido comunista.” (J. Revueltas, “Algunos aspectos de la vida del Partido
Comunista Mexicano”, Berlín, República Democrática Alemana, abril de 1957. Iné­
dito.)

167
38 E l 'Nacional, 31 de marzo de 1938.
39 Esta perspectiva ha sido fundamentada por León Trotsky. Vid. “Balance y
perspectivas”, en 1905. Balance y perspectivas , t. n, París, 1971, y L a revolución
perm anente, México, 1970. En México esa perspectiva fue esbozada por primera
vez en la revista Clave, editada por la LCI, sección mexicana de la IV Internacio­
nal; vid. O. Rodríguez, “Proyecto de tesis sobre México”, cit., y del mismo Ro­
dríguez: “Qué ha sido y adonde lleva la revolución mexicana”, Clave, 2a. época,
n. 3-4, noviembre-diciembre de 1939; pp. 45-50.
40 Los comunistas aceptaron la organización oficial de los campesinos e incluso
orientaron sus fuerzas en el campo para colaborar a integrarlos a la CNC. Vid.
PCM, L a reform a agraria. . . , cit., pp. 16 y 18; Velasco en Vizcaíno y otros, op, cit.
41 El concepto de conciencia posible y el de p osibilidad objetiva que utilizamos
en este texto, han sido desarrollados por Lucien Goldmann. Vid. L as ciencias hu­
manas y la filosofía, Buenos Aires, 1958.
43 Lombardo en CTM , C T M . . . , p. 1157.
43 V. Lombardo Toledano, “El pueblo de M é x ic o ...”, cit^ p, 21: CTM , op.
cit., pp. 1159-60. Después de criticar a la burguesía nacional por no haberse aliado
a la revolución desde la época de Madero, para “liquidar al feudalismo”, y por
haberse opuesto a ella, Lombardo señala: “La revolución mexicana, esencialmente
revolución agraria, revolución antimper i alista, sin cam biar el régim en de la p ro ­
piedad privada, habría de servirle al pueblo, pero habría de levantar grandes for­
tunas y fuerzas m ateriales para privilegio de la burguesía m exicana. Sin embargo,
ésta no lo entendió y no acaba de entenderlo aún por torpeza, por ignorancia, por
ineficacia.” ( “La revolución es la única capaz de edificar un México independien­
te y próspero” — 29 de enero de 1941— en CTM, Im portan tes re so lu c io n e s...,
cit., p. 4.)
44 “La revolución . . cit,, pp. 4-5.
45 CTM, C T M . . . , pp, 543-45; CTM, I m p o r t a n t e s ..,, pp. 8-9; Wilkie, op.
cit., p. 289. U no de los colaboradores de Lombardo en su revista, escribió: “Esta­
mos en una etapa en que hay que luchar por el mantenimiento del sistema demo­
crático burgués para hacer posible [. . .] la preparación de las fuerzas que han de
derribar al capitalismo y estructurar el régimen socialista” (L. Fernández del Cam­
po, “Lo que Trotsky significa”, Futuro, n. 34, diciembre de 1938, p. 15).
46 “Discurso en la co n v e n c ió n ...”, cit, p. 72; Falsedad de la interpretación
racial de la historia de A m érica L atin a, México, julio de 1943, p. 20.
47 Discurso del 12 de abril de 1936, cit., p. 20.
48 V. Lombardo Toledano, “El asilo de México para León Trotsky y la actitud
del proletariado mexicano”, Futuro, 3a. época, n, 11, enero de 1937, p. 9.
49 V . Lombardo Toledano, En qué consiste y a cuánto asciende la fortuna de
V icente L om bardo T oledan os México, abril de 1940, p. 11.
so Lombardo, “Por qué interviene en política. c it , p. 13; V. Lombardo To­
ledano, E l papel de la ju ven tu d en el progreso de M éxico , México, 1940, p. 17.
61 V. Lombardo Toledano, “Cárdenas y el porvenir”, Futuro, 3a. época, n. 10,
diciembre de 1936, pp. 40-41, “C o n testa ció n ...”, cit., p. vi, y “La integración de
la nacionalidad”, Futuro, n, 58, diciembre de 1940, pp. 45 y 47.
62 Campa y Revueltas reconocen que la Internacional Comunista apoyó a VLT
contra la dirección misma del partido, a la que no le quedó más remedio, de acuer­
do con la monolítica disciplina de la época, que someterse. Vid. Vizcaíno y otros,
L a izquierda , . . , cit. Una idea de la actitud de la Internacional nos la dan las
siguientes palabras de Browder, tomadas de un recado a Dionisio Encina, cuando
se iniciaba el proceso que culminó con la expulsión de Laborde y Campa: “Tu
mensaje llegó a mí después que Toledano partió de regreso a México. Sin duda
te habrás ya entrevistado ampliamente con él. Por consiguiente sólo te haré algunas
observaciones generales: 1] Es, más que nunca, esencial realizar la plen a unidad

168
de acción y un acuerdo básico de puntos de v ista , entre nuestro partido mexicano
y Toledano. 2] Debemos comprender plenamente las necesidades que surgen de
la función cada día más amplia de Toledano, en la vida política panamericana y
mexicana, y adaptar nuestro trabajo de acuerdo con ese p a p e l de T o le d a n o ..."
(El recado a Encina está anexado a un cable proveniente de Nueva York, 13 de
septiembre de 1939, dirigido a Hernán Laborde. Archivo MAV; subrayado nuestro.)
63 Vid. Velasco y Campa en Vizcaíno y otros, op. cit.; también: K. M. Schmitt,
C om m unism in M éxico. A siudy in political fru stration , Austin, 1965, p. 20.
54 Contra tal visión se pronunciaba la revista C lave en los siguientes términos:
“La revolución [socialista] resolverá tareas nacionales, pero su desenvolvimiento
dialéctico lleva al terreno de la revolución internacional. El proletariado de cual­
quiera de los países semícoloniales de América Latina puede llegar al poder antes
que el de Norteamérica, pero para derrotar al imperialismo necesitará ligar íntima­
mente su lucha a las del resto del proletariado y las masas oprimidas del continen­
te” (Fernández, “Proyecto de t e s is ...”, cit., C lave , n. 7, abril de 1939, p. 5 5 ).
55 “La descomposición del partido comunista”, C lave, 2a. ópoca, n. 7, marzo
de 1940, p. 169.
50 L a crisis del m ovim iento c o m u n is ta ..., cit., p. 134.
57 En palabras bruscas, pero explicables por la actitud y el estilo de los comu­
nistas contra Trotsky y sus partidarios, éstos resumían su crítica a la política del
PCM en la época del frente popular, de la siguiente manera: “El PCM acentuó,
aunque parezca imposible, la desvergonzada traición de la Komintern al marxismo;
renunció sin pudor a su autonomía política; repudió hasta los restos de la fraseolo­
gía ' clasista y revolucionaria que, como tristes despojos de unnaufragio, flotan
en el caótico discurso de Dimitrov [en el V II Congreso de la IC, en el cual se
esbozó la política frentepopulista]; se hizo nacionalista y patriotero; extremó su
lacayismo hacia los dirigentes de la política pequeñoburguesa, sin desaprovechar
las ventajas burocráticas que su bajeza le proporcionó, explicando todas sus bochor­
nosas renunciaciones y corrupciones como necesarias para la consecución de lo que
fue el objetivo principal de su actividad, desde la penúltima virada kominterniana:
la lucha ‘sin descanso’ por la unión compacta, indestructible y combativa del pue­
blo mexicano, para barrer hasta la última posibilidad de triunfo del fascismo en
México” (F. Zamora, “La guerra y el PC mexicano”, Clave, 2a. época, octubre
de 1939, p. 32).

C A PÍT U L O V

1 Vid. Lombardo Toledano, “El proletariado de México y la sucesión presiden­


cial”, en CTM, C T M , 1936-1941. cit., pp. 683-84.
2 Cf. J. Alvarado, “La CTM y la construcción de una política del proleta­
riado”, Futuro, n. 61, marzode 1941, p. 26.
a Lombardo en CTM, op. cit., p. 1156, y en 'Wilkie, M éxico v i s t o . . . , cit. p.
321
4 ' CTM, C T M . . . , p. 204.
15 Ibid., p. 220.
o Ibid., pp. 298-99.
7 CTM, C uarto c o n s e jo .. cit., pp. 96-98; CTM , C T M . . . , cit., pp. 374-75.
s Vid. Clave, n. 8, lo. de mayo de 1939, pp. 55-56, y 2a. época, n. 7, marzo de
1940, p. 179; CTM, C T M . . . , pp. 418 y 628.
® Futuro, n. 26, abril de 1938, p. 6.
m CTM, C T M ..., pp. 194-95.
11 Ibid., pp. 606-07.
12 E l N acional, 27 de marzo de 1938.

169
13 Incluso la revista Exam en de la Situación Económ ica de M éxico subrayaba
tal disminución ya en su número de junio de 1938, pp. 6-7.
14 CTM, op. cit., p. 598, y L a nueva g u e rr a . . . , cit., p. 70. La revista Futuro,
que expresaba el criterio de Lombardo, decía editorialrnente: “El proletariado y
los elementos populares todos están obligados a concentrar su atención y energías
en la lucha antimperialista pro-liberación nacional, dando a la integración de una
patria mejor el contenido de una lucha obrera y popular emancipadora y revo­
lucionaría. Esto significa, naturalm ente, una especie de compromiso que los traba­
jadores adquieren consigo mismo y en beneficio de sus propios intereses para
m arcar un com pás de espera en todo tipo de luchas, m ejorando la calidad de su
trabajo, etc., a fin de que así se fortalezca el frente nacional y pueda resistir con
éxito las acometidas imperialistas.” ( “Traidores a l a . . . ”, cit., p. 5; subrayado
nuestro.) Tras la retórica, se percibe con claridad el propósito de detener la
lucha de los trabajadores y mejorar la producción para impulsar el desarrollo
económico.
15 CTM, La nueva g u e r r a ..., cit., p. 17. En un manifiesto que firmaron la
CTM y la Confederación Campesina Mexicana, se asentaba: “Las autoridades
encargadas de prevenir y de resolver los conflictos entre trabajadores y empresa­
rios . .] deben comprender que esos conflictos sólo pueden ser evitados y re­
sueltos de una m anera satisfactoria para los intereses de la nación misma, si pro­
ceden con eficacia, con diligencia oportuna y con alto sentido de responsabilidad
personal, abandonando la actitu d que algunos de ellos asumen algunas veces, de
dejar que los conflictos nazcan y se desenvuelvan sin su intervención, lo cual ocu­
rre sólo cuando las dificultades no pueden ser ya amistosa o privadamente re­
sueltas por las partes.” (CTM-CCM, A todos los trabajadores de la república,
México, 1938, p. 6.)
16 “The la b o r ...”, cit., p. 52; Vid. también: R. J. Zevada. “La federalización
de la Ley del Trabajo”, Futuro, n, 23, enero de 1938, pp. 31-3*4.
” CTM-CCM, op. cit., pp. 5-6.
1S CTM, C T M . . . , p. 33; vid. también L a nueva guerra . , . , p. 72.
10 Exam en de la Situación Económ ica de M éxico, febrero de 1936, p. 15. Vid.
también: “Una nueva etapa”, R evista de Econom ía y Estadística, vol. ni, n. 27,
julio de 1935, p. 3. La primera publicación concluye: “La sociedad no está alar­
m ada por la centralización de la lucha obrera. Sabe que ésta no puede moverse
fuera del marco constitucional que el presidente de la república subraya de cuando
en cuando.” (Todos los subrayados son nuestros y corregimos la puntuación para
facilitar la lectura.)
20 García Treviño, “La expropiación del petróleo. . . ”, cit., p. 13.
21 “CTM, 1936-1961”, A van te, México, n. 3, febrero de 1961, p. 13.
22 L a situación p o lítica de M éxico con m otivo del conflicto ferrocarrilero, Mé­
xico, 1959, p. 40.
23 Vid. por ejemplo: CTM, L a nueva guerra. . ., cit., p. 18.
El N acional, 23 de marzo de 1938: Cárdenas, lo. de septiembre de 1938, t.
ív, p. 88; García Treviño, “La expropiación, . cit., p. 16, Townsend, op. cit., p.
270.
*5 CTM, C T M . . . , pp. 598 y 606.
26 “Será consignado como un acto de grave indisciplina a la CTM, el de una
federación, sindicato o individuo, que con flagrante desacato a los acuerdos ex­
presados del consejo nacional, se declare apolítico o se adhiera a partidos o gru­
pos políticos contrarios al PRM, y sostengan candidaturas diferentes a la del gene­
ral Manuel Ávila Camacho, adoptada oficialmente por la CTM. La asamblea del
consejo acordará las sanciones que esta indisciplina merezca.” (Dictamen sobre el
X Informe del CN, julio de 1939, CTM, C T M . . . , p. 828.)
27 Fuentes Díaz, “El m o v im ien to ...’5, p. 340; Correa, El b a l a n c e ..., p. 144;

170
A. L. Michaels, “Las elecciones de 1940”/ H istoria M exicana, vol. xxr, n. 1, julio-
septiembre de 1971, p. 123.
128 Tannenbaum, M é x i c o . . - , p. 59.
29 CTM, C T M . . . , p. 824 y passim.
30 Ashbyj O rganized l a b o r . . . , pp. 50 y 76; Rottenberg, “M é x ic o ...”, pp. 96,
98, 101 j Nathan, op, c it, p. 144.

K1 En un editorial del diario del PNR se decía: “El poder público ha repartido
con mano pareja los elementos materiales de que ha sido dable disponer, para es­
timular la realización de alianzas, convenciones, arreglos que tengan por finalidad
unificar al proletariado industrial.” (9 de abril de 1936.) Algo similar dijo Luis I.
Rodríguez, secretario particular de Cárdenas: E l N acional, 13 de abril de 1936.
32 ¡C árden as habla! „ cit., pp. 128-30 y 138.
33 Ibid., p. 130.
34 Discurso en la Cámara, El Nacional, 22 de diciembre de 1937.
35 “De un partido de opinión clasista hacia un partido de clase”(editorial),
E l N acional, 20 de noviembre de 1937.
36 E l N acional, 22 de diciembre de 1937.
37 CTM, C T M . . . , pp. 484, 539 y 602; CTM , 5 a ñ o s . . . , p. 10; “Ante el
dilema”, Futuro, n. 35„ enero de 1939, p. 15,‘ Mancisidor, op. cit., pp. 356-57;
V. Lombardo Toledano, N uestra lucha por la libertad, México, 1941, p. 14; Sala-
zar, C T M . . . , p. 102.
35 El N acional, 30 de marzo de 1938.
39 Cf. Fuentes Díaz, “El movimiento . , pp. 339-40.
,40 Partido de la Revolución Mexicana, P acto c o n stitu tiv o D e c la ra c ió n de Prin­
cipios, Program a y E statutos, México, 1938, pp. 10 y 15-16.
41 “E] Partido de la Revolución Mexicana”, Columnas del Director, El Nacional,
31 de marzo de 1938.
42 PRM, P acto constitutivo . . . , pp. 20-21 y 24.
43 PRM, op. cit., p. 6.
44 Ibid., pp. 7 y 29.
« Ibid., pp. 5-6 y 30.
46 PRM, op. c it, p. 7.
47 Declaraciones del 7 de marzo de 1934, en Tabasco, L a gira del g e n e r a l . . . ,
cit., p. 32.

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Noviembre de 1929 a diciembre de 1938.
Futuro.
Diciembre de 1933 a diciembre de 1940. Mensual.
E l M achete. Órgano central del Partido Comunista de México. Sección de la In­
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1936 y 1937. Irregular.
E l N acional . Órgano del Partido Nacional Revolucionario.
Diciembre de 1933; enero, febrero, junio, noviembre y diciembre de 1935; fe­
brero, abril, agosto y septiembre de 1936; abril, mayo y diciembre de 1937;
enero, marzo y abril de 1938. Diario.
P olítica Social. Revista del Instituto de Estudios Sociales, Políticos y Económicos
del Partido Nacional Revolucionario.
Agosto de 1935 a julio de 1936. Mensual.
R evista de Econom ía y Estadística. Secretaría de la Economía Nacional.
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Edición de 3 000 ejemplares
m is sobrantes para reposición

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