Susan George

Martin Wolf

La globalización liberal
A favor y en contra

Traducción de Jaime Zulaika

Prólogo de Sami Nair

C ÍR C U L O d e L E C T O R E S
 Introducción de Susan George

Las ideas tienen consecuencias. La vida de la gente, el

estado de la sociedad y el del planeta dependen en gran
medida de los vientos que soplan, dicho de otro modo,
de la ideología dominante. Es como el agua para el pez
que no sabe que se baña en ella. Condiciona la política,
las leyes, la situación material y moral de cada cual.
Gramsci lo comprendió. El pensador que desarrolló el
concepto de «hegemonía cultural» habría visto sus
observaciones confirmadas por la hegemonía neoliberal
actual, cuya primacía sofocante en el mundo apenas
empieza a disiparse.
Hemos vivido largo tiempo bajo la sentencia
thatcheriana: TINA («There is no alternative»)2. No
hay ninguna alternativa a la privatización, al reino de
los mercados financieros y de las empresas trans-
nacionales, a la disminución de los poderes del Estado
y al incremento sin precedentes de las desigualdades y
de la precariedad, en los países llamados ricos y aún
más masivamente en el Sur. No hay alternativa alguna
al «ajuste estructural», esa mezcla económico-
teológica, una sola y misma doctrina aplicable a todos,
una doctrina que mata. En Fran-

z. «No hay alternativa.» (N. del T.)

14 La globalización liberal
cía, hemos adquirido la costumbre de llamar a esta
doctrina «el pensamiento único».
Este pensamiento se vuelve un poco menos único
en los tiempos que corren, y mejor que así sea. La idea
de esta serie de libros «A favor y en contra» me gustó
de inmediato. Dios sabe que estoy en «contra» de esta
globalización liberal, de sus pompas y sus obras, y
dispuesta a luchar por mis convicciones. Yo creo que
esta globalización es responsable de una parte de la
miseria en el mundo y que se podría organizar
perfectamente de otra manera la economía y la sociedad
si existiese la voluntad política de hacerlo. No debe
extrañar a nadie que esta voluntad esté sobre todo al
servicio de los que más se benefician de la situación
actual. Le guste o no a la señora Thatcher, hay, sin
embargo, decenas de alternativas, y el capitalismo
mundialmente integrado no tiene por qué ser sinónimo
de la condición humana ni del estado «natural» de la
sociedad. Las leyes de esta economía no tienen nada de
newtonianas y Dios no le dijo a Moisés en el Sinaí:
«Serás neoliberal». En suma, nada de esto me parece
inevitable.
Aunque aceptando de entrada este desafío, la idea
del libro no dejaba de resultar intimidante. Martin Wolf,
polemista temible, antiguo economista del Banco
Mundial y articulista del Financial Times, tenía los
conocimientos y la práctica necesarios para aplastar a
alguien que no es economista, aunque yo esté
relativamente bien documentada en estas cuestiones. El
lector juzgará si el uno o la otra
Introducción de Susan George
1
han «ganado», e incluso lo que «ganar» puede querer
decir en este contexto.
Creo, por mi parte, que aunque ninguno de los dos
«gane», es un deber participar en cualquier proyecto
que pueda ayudar a un público amplio a reflexionar
sobre el funcionamiento de la economía mundial y ante
todo sobre su impacto humano y ecológico.
En las siete horas que duró el diálogo con Martin
Wolf -pues el libro es fruto de una larga conversación
en inglés en la sede social del Financial Times en
Londres-, lo que más me impresionó de él fue su
sentido del largo plazo. Él tenía tiempo. Hablarle de
centenares de millones de vidas vividas en la deses-
peración hoy, de los millones de muertos aquí y ahora,
de la maquinaria de exclusión que es el neoliberalismo,
no le conmovía apenas. Mi sentido de la urgencia, mi
prisa, se estrellaban contra las certezas sin duda
razonables de Wolf.
Nuestra conversación tuvo lugar los días 5 y 6 de
septiembre. Desde las atrocidades del día 11, mi sentido
de la urgencia se ha agudizado. La abominación de las
Torres Gemelas ¿bastará para que nuestros
responsables se decidan a decidir por fin otra cosa que
medidas rutinarias? Porque si realmente se quiere
eliminar no solo el terrorismo, sino todas las causas de
inestabilidad que acabarán por volver hacia nosotros
como un bumerán, habría, nada menos, que rehacer el
orden mundial, como se hizo después de la Segunda
Guerra Mundial. Incluir a los exclui-
16 La globalización liberal
dos, hacer más digna y decente la vida de todos, poner la
economía al servicio del bienestar social. En una palabra,
poner a los seres humanos por encima del lucro. Nunca
hemos disfrutado de tantas riquezas como ahora y, como
decimos en ATTAC, otro mundo es posible.
Por todas estas razones agradezco el haber podido
contribuir a este debate, porque si uno no cree que las
ideas tienen consecuencias, tarde o temprano acaba
sufriéndolas.
Introducción de Martin Wolf
Cuando me propusieron participar en un debate con
Susan George, comprendí que mi papel consistía en
defender el statu quo. Lo cual me obligaba, por la
fuerza de las cosas, a empezar por ponerme a la de-
fensiva. No es muy difícil criticar al mundo como es e
imaginar cómo debería ser. El mundo en que vivimos
se caracteriza por un foso históricamente sin
precedentes entre los ingresos medios en los países más
pobres y esos mismos ingresos medios en los países
más ricos. Se caracteriza también por cambios
económicos que no solo amenazan el modo de vida
actual de la gente, sino las condiciones sociales y po-
líticas a las que está acostumbrada. Nada es, por tanto,
más previsible que una reacción contra el presente
dirigido bajo la bandera de un pasado idealizado o de
un futuro imaginario, cuando no las dos cosas. Así veo
yo el movimiento contra la globalización o, como
numerosos críticos tenderían a llamarla, «la
globalización neoliberal».
Sin embargo, defender en bloque el mundo con-
temporáneo tal cual es, sería intelectualmente tan dis-
cutible como condenarlo en bloque. He decidido, pues,
afrontar este diálogo con el talante más abierto posible.
Espero haber alcanzado este objetivo. No
18 La globalización liberal
creo que el mundo en que vivimos no necesite mejoras;
al contrario. Sostenerlo sería una locura. Pero me
parece importante comprender por qué hemos llegado
al estadio en que estamos y, a partir de ahí, ver hacia
dónde deberíamos ir. Me ha complacido el debate que
se entabló. Es una buena idea confrontar criterios
divergentes, como son los nuestros, sobre la manera en
que el mundo funciona y debería funcionar.
Ignoro si el resultado será igualmente satisfactorio
para el lector. En diversas fases de la conversación,
tuve el sentimiento de que partíamos de fundamentos
intelectuales tan distintos que era difícil llegar a ---una
confrontación intelectual directa. Por este motivo creo
que puede ser útil explicar brevemente lo que creo y lo
que no creo sobre la globalización.
A mi juicio, la idea de que apareciera algo fun-
damentalmente nuevo en los años ochenta, con
Margaret Thatcher y Ronald Reagan, si no totalmente
falsa, al menos me parece muy exagerada. El mundo
occidental se había lanzado a un proceso de
liberalización desde el final de la Segunda Guerra
Mundial. Lo que ha cambiado desde los años ochenta
ha sido que las soluciones alternativas al modelo de
mercado, para la organización de las economías
modernas, han perdido prácticamente toda su credi-
bilidad entre las personas serias del Primer, Segundo y
Tercer Mundo. De ello arrancó un vasto movimiento
hacia la economía de mercado y -contrapartida
inevitable- un movimiento hacia una integración
económica mundial, a su vez consecuencia
Introducción de Martin Wolf 19
:,
natural de la economía de mercado. Esta deriva de
perspectiva intelectual no es fruto de alguna teoría
complicada, sino que nace de la observación de lo
que ha funcionado y de lo que no ha funcionado.
En segundo lugar, el aumento general de las desi-
gualdades que todo el mundo empezó a observar a lo largo
de la década de los noventa no tiene nada de nuevo. Bien al
contrario, el foso entre los niveles de vida medios de los
países más ricos y los más pobres ha crecido poco a poco
en el curso de los dos últimos siglos. Pero la proporción de
-
la población mundial (que entre tanto se ha multiplicado
por seis) que vive en la pobreza extrema ha disminuido
notaclemente.
Esto es cierto no solo en materia de consumo, sino
también de analfabetismo y, por lo menos hasta hace
poco, de esperanza de vida.
Las desigualdades en un plano mundial,-
contrariamente a lo que piensan muchos- probablemente
también han disminuido a lo largo de los años ochenta y
noventa, a causa del crecimiento relativamente rápido de
los dos gigantes, China y la India, que albergan, ellos
solos, el cuarenta por ciento de la población.
.
mundial.
En tercer lugar, el mercado es un elemento necesario
para todo crecimiento económico rápido, el cual, a su
vez, es una condición necesaria para la reducción de la
pobreza. Lo que es más, ningún país, en especial si es
pobre y pequeño, puede obtener el crecimiento y el
desarrollo sin intercambios económicos internacionales,
sobre todo en los campos del
20
comercio y las inversiones extranjeras directas. El
principal problema de los países más pobres y menos
desarrollados del mundo no es que estén demasiado
integrados en la economía mundial, sino que no lo están
suficientemente.
En cuarto lugar, aunque la integración económica
internacional a través del mercado es esencial para todo
progreso económico, hay que cuestionar y reformar las
instituciones que gobiernan la economía de mercado.
Hay que encontrar un equilibrio delicado entre las
reivindicaciones legítimas de las soberanías nacionales
y los deseos igualmente legítimos de los ciudadanos de
emprender transacciones mutuamente enriquecedoras
con los otros países vecinos. Una vez más, en un mundo
de Estados soberanos, es inimaginable que unos
préstamos al extranjero concedidos por fuentes oficiales
no vayan acompañados de condiciones. La cuestión,
simplemente, consiste en cuáles serán esas condiciones.
Por estos motivos considero legítimo cuestionar las acti-
vidades del Fondo Monetario Internacional, del Banco
Mundial, de la Organización Mundial del Comercio y de
otras instancias internacionales. Es asimismo legítimo
preocuparse por las trabas que deben imponerse a las
sociedades transnacionales. Imaginar un mundo sin
estas instituciones, en cambio, parece absurdo. Buenas y
poderosas razones justifican su existencia.
Ignoro hasta dónde esta forma de ver las cosas
concuerda con el espantapájaros del «neoliberalis-
Introducción de Martin Wolf
mo». No emplearé nunca ese vocablo, inventado por los
adversarios del mercado moderno. Prefiero el término
«liberal» en su sentido tradicional. Un liberal cree en la
libertad individual, en la economía de mercado y en un
Estado fuerte, pero de poderes limitados. Un liberal
moderno cree también en la cooperación internacional,
en instituciones internacionales fiables y en la
integración económica mundial. Creo en estas cosas por
una razón sencilla: ningún otro sistema económico
concreto -por oposición a uno imaginario- ha podido
funcionar duraderamente.
Es natural debatir sobre hasta dónde puede llegar el
liberalismo, sobre en qué medida los Estados deben
corregir a posteriori los resultados del mercado, lo que
los ciudadanos de los países más ricos deben a los de
los países más pobres, sobre las regulaciones
encaminadas al medio ambiente y otros ámbitos, y así
sucesivamente. Estoy abierto al debate sobre todos
estos puntos, como muestra, me parece, mi
conversación con Susan George. Pero tengo un talante
menos abierto sobre las características fundamentales
de lo que funciona y lo que no funciona. Sin, por lo
menos, una cierta dosis de mercado libre, no puede
haber una prosperidad duradera. Con una economía de
mercado semejante, hay lo que muchos denominan
globalización y que yo, por mi parte, prefiero llamar
integración económica internacional. Es el meollo, ni
más ni menos, de lo que yo desearía defender en este
debate. Confío en haberlo conseguido.
 Definir la globalización

SUSAN GEORGE: Empecemos por definir el propio tér-

mino de globalización. Antes de darle mi definición,
quisiera citar la de Percy Barnevik, el antiguo presi-
dente director general del gigante helvético-suizo ABB
(Asea-Brown Boveri), designado varias veces «hombre
de negocios del año» por las grandes revistas de
negocios internacionales. Es de una gran honradez
cuando declara: «La globalización, para las empresas
de mi grupo, es la libertad de invertir cuando y donde
quieran, de producir lo que quieran, de comprar y
vender donde quieran y de sufrir las menores
restricciones posibles derivadas de la legislación laboral
y convenciones sociales». Dicho de otro modo, la
globalización es una declaración de los derechos del
comercio y de los negocios. Por mi parte, en la medida
de lo posible, evito emplear este término. Hablo
siempre de la globalización como de algo «arrastrado»
o «empujado» por las grandes empresas
multinacionales, como de una maquinaria destinada a
concentrar la riqueza y el poder hacia lo alto de la
escala social, maquinaria que, en todos los campos,
toma a los mejores y deja a los restantes. Se trata de un
sistema integrado. Quisieran hacernos creer que
avanzamos todos jun-
 La globalización liberal
2
tos cogidos de la mano y que, aunque nos cueste mucho
tiempo, llegaremos un día a la tierra prometida. Lejos
de eso, pienso que la globalización engendra cada día
una mayor exclusión, cosa que espero demostrar.
MARTIN WOLF: A mí tampoco me gusta mucho la
palabra globalización, porque puede significar de-
masiadas cosas diferentes. Para mí, la globalización es
un proceso de integración de los mercados de bienes,
servicios, capitales y quizás incluso de mano de obra,
proceso que se ha desarrollado continuamente desde la
Segunda Guerra Mundial y que no ha cambiado de
dirección de forma significativa desde entonces. Es
importante recalcar que este proceso afecta hoy día a
numerosos países en vías de desarrollo. Además, de
momento solo incluye de un modo marginal -y es uno
de los grandes contrastes entre la globalización actual y
los procesos económicos bastante parecidos que
conocimos hace un siglo- a las fuerzas del trabajo. Los
motores de este fenómeno de integración son dos: los
cambios tecnológicos, en particular la reducción del
coste de los transportes y comunicaciones, y la disminu-
ción de las barreras arancelarias sobre la circulación de
bienes, servicios y capitales decidida por los gobiernos.
S. G.: Estoy totalmente de acuerdo en esos dos
puntos: la tecnología desarrolla y acelera ese proce-
Definir la globalización 25
so, al igual que el abaratamiento de los transportes. No
obstante, no deberíamos cometer el error de creer que la
globalización es algo radicalmente nuevo. El
capitalismo es un sistema que fue internacional desde el
principio y es probable, como han mostrado numerosos
investigadores, que el mundo estuviese más integrado
todavía a finales del Imperio Británico que en nuestra
época. La mano de obra, en particular, era-entonces-
mucho más libre de emigrar donde quería en busca de
trabajo.
El gran cambio que ha deparado la globalización
actual es que las multinacionales y los mercados
financieros han alcanzado un grado de poder sin
precedentes, no solo económico, sino también político.
M. W.: Sí, esos procesos llevan actuando desde
hace dos siglos como mínimo. Es cierto en cuanto a los
procesos tecnológicos. Lo es también respecto del
proceso de liberalización, exceptuando el largo inte-
rregno, de una importancia inmensa, que comenzó
hacia 1900 y que alcanzó su apogeo, en términos de
proteccionismo por parte de los gobiernos, durante la
Segunda Guerra Mundial, en el mundo desarrollado, y
posiblemente hasta los años setenta en los países en
vías de desarrollo. El gran cambio reciente hay que
buscarlo en la estrategia política de los países en vías de
desarrollo. Sólo en los años ochenta y noventa se
inspiraron abundantemente en las transformaciones que
se habían producido en los países desarrollados a lo
largo de los años cincuenta, sesenta y setenta.
26
También se puede datar la aparición de las grandes
multinacionales a finales del siglo xix y principios del
xx. Sociedades internacionales realizaron inversiones
muy considerables desde los años veinte. Este
movimiento cobró un vigor aún mayor, después de la
guerra, en los países desarrollados, cuando las grandes
inversiones norteamericanas se hacían sobre todo en
Europa, ya que las empresas europeas empezaron un
poco más tarde a invertir en los Estados Unidos. Una
vez más, los estados en vías de desarrollo cambiaron de
estrategia durante los dos últimos decenios del siglo xx
y renunciaron al principio de autosuficiencia bajo el
impulso de empresas nacionales, aunque existan algunas
excepciones El resultado es que estos países aceptan
desde hace poco, y en su conjunto favorablemente, las
inversiones hechas por multinacionales. En cuanto al
papel que desempeñan éstas en el ejercicio del poder, no
dudo de que sea importante, sobre todo en los debates de
orientación política de numerosos países. Sin embargo,
los que han seguido de cerca las negociaciones
comerciales saben que las empresas se han encontrado a
menudo divididas entre el proteccionismo y la
liberalización. No se puede afirmar absolutamente que el
conjunto del mundo de los negocios haya defendido
sistemáticamente, y con coherencia, la liberalización. Es
esencial distinguir entre el proceso de liberalización,
impulsado ante todo por los gobiernos, y los efectos que
ha producido en la producción y las inversiones de las
empresas.
Definir la globalización 27
S. G.: Permítame una cita: «Las comunicaciones
entre las personas se han extendido de tal modo por todo
el globo terráqueo que cabe decir prácticamente que el
mundo es como una sola ciudad donde existe un
mercado permanente en el que se encuentran todas las
mercancías imaginables, y donde cualquiera puede, por
medio de dinero, sin tener que salir de su casa, satisfacer
sus necesidades y disfrutar de todo lo que producen la
tierra, los animales o el trabajo humano. ¡Qué
maravilloso invento!». Se trata de un texto italiano
sobre el dinero que data de mediados del siglo xvii. El
autor observa que se pueden conseguir toda clase de
bienes siempre que se disponga de dinero, pero la
globalización ya estaba ahí, con un mercado mundial
único.
Me sorprende oírle decir que el gran cambio so-
brevino cuando los países en vías de desarrollo
abandonaron su estrategia de desarrollo nacional y
decidieron imitar las estrategias económicas más li-
berales de los países más desarrollados. Ni siquiera
menciona la influencia del FMI y del Banco Mundial.
Es cierto que se han producido cambios enormes en las
políticas económicas del 90% de los países en vías de
desarrollo, pero en conjunto han sido impuestos ya por
una crisis financiera, como hemos visto recientemente
en Tailandia, en Corea y en Indonesia, ya a
consecuencia de la crisis de la deuda y de ajustes
estructurales.

2 es esta apertura al mercado internacional, mientras que
¿Qué queda del Estado?
M. W.: Creo que en este punto es importante que nos
situemos políticamente, porque yo no me considero un
liberal consumado, y me parece que debo definir mi
posición, que a mi entender es bastante matizada.
Intelectualmente, me siento muy cercano -sin olvidar
que hablamos a comienzos del siglo xxi, y no a
principios del xix, lo que establece cierta diferencia- al
pensador inglés John Stuart Mill, liberal en el sentido
clásico del término, pero que insistió mucho en el papel
de la política interior en numerosos ámbitos. De hecho,
bajo la influencia de su mujer, Mill adoptó una
orientación más socialdemócrata al final de su vida.
Respecto a esta amplia cuestión del mercado que
usted plantea, considero que no existe más medio
creíble de organizar un sistema económico moderno,
capaz de dar más o menos satisfacción a países como los
nuestros y a los del resto del mundo, que una economía
de mercado competitiva. Una economía en la que el
principal motor del cambio es el mercado, basado en la
propiedad privada, la posibilidad de comprarla y de
venderla; un mercado en el que la empresa privada
tenga un estatuto jurídico; un mercado ampliamente
abierto al comercio internacional.
¿Qué queda del Estado?
Cuanto más pequeño es un país, tanto más importante
es secundaria para una economía enorme como la de
los Estados Unidos; es fundamental para países como
Dinamarca, Hong Kong o Singapur.
Lo cual no significa en absoluto que el Estado no
posea una función. Al contrario, está claro, y es juicioso
pensarlo, que sin un Estado en condiciones de
proporcionar una gama completa de servicios, y no
solamente los que ya he descrito, sino asimismo la
educación, la formación, la protección contra todas las
formas de agresión, incluidas las ecológicas, la
protección de los débiles, la ayuda a los más despo-
seídos y todos los demás aspectos, los resultados serían
inadecuados para la sociedad. Lo que quiero recalcar es
que esas dos exigencias no me parecen incompatibles,
sino, al contrario, pienso que deben complementarse.
Es perfectamente posible que un Estado promueva una
utilización inteligente de las oportunidades que ofrece
el mercado al mismo tiempo que continúa
proporcionando a sus ciudadanos los servicios que
razonablemente pueden esperar de él. Es este el
equilibrio que cada país debería tratar de alcanzar.
S. G.: Yo he escrito mucho sobre estas cuestiones
y no creo que usted pueda encontrar, en los miles de
páginas de que soy autora, dos líneas en defensa de la
Unión Soviética. No he abogado nunca por una
 30 La globalización liberal
economía centralizada, dirigista. Es evidente que en la
actualidad las relaciones económicas son demasiado
complejas para que alguien, por muy desarrollada que
esté la burocracia, sea capaz de tomar las decisiones
relativas al mercado. Sin embargo, el elemento nuevo es
que un fenómeno que nació en el siglo xviii acaba de
llegar hoy a un punto totalmente insoportable para la
mayoría de las sociedades, es decir, que sea la economía
la que dicte sus reglas a la sociedad, y no al revés.
Estamos en la situación descrita por Kalrl .Polanyi en su
notable ensayo La gran transformación: “Si dejamos que
el mercado tome las decisiones, escribe, lo hará, pero al
precio de destruir la sociedad. Nos hallamos ahora en esta
clase de situación, porque el capitalismo no puede dete-
nerse, exige cada vez más. Si usted lee mi libro El in-
forme Lugano, comprenderá que considero que el sistema
no tiene medio alguno de protegerse contra sus propios
excesos. Aunque esté de acuerdo con usted en que el
derecho a la propiedad individual es importante, que los
contratos y el respeto de la palabra dada deben ser los
fundamentos de toda sociedad civilizada, rechazo la idea
de que las empresas puedan tener un derecho ilimitado a
la propiedad y ser entidades jurídicas eternas. Las empre-
sas tienen estatutos que les conceden los mismos
derechos jurídicos que a los individuos pero, no obs-
z. Le Rapport Lugano, Fayard, zooo, trad. W. O. Desmond. [In-
forme Lugano, Barcelona, Icaria, zooz, trad. Berna Wang.]
¿Qué queda del Estado? 3
tante, los presidentes y sus consejos de administración
no son ni jurídica ni penalmente responsables de las
maniobras de sus filiales. El ideal que usted describe,
una especie de modelo keynesiano vanguardista en el
que el mercado estaría regulado y el Estado
proporcionase todo lo que usted dice, comprendidas la
atención sanitaria y la educación; dicho de otro modo,
un Estado-providencia en el que una sociedad
democrática tomase sus decisiones... todo eso me
parece muy bien. Por desgracia, en el marco de la
globalización, esta visión es cada vez menos realista.
Presenciamos a diario un nuevo ataque contra los
servicios públicos. Vamos a hablar, desde luego, de la
Organización Mundial del Comercio (OMC) y del
Acuerdo General sobre el Comercio de los Servicios
(AGCS), que constituyen un ataque en toda la línea
contra los servicios públicos. En la actualidad, la
organización mundial es de tal naturaleza que todas las
cosas en favor de las cuales usted afirma estar, como lo
estoy yo también, serán irrealizables. Los Estados del
mundo están en cierto modo petrificados por la
globalización, y cada uno permanece en el nivel en que
estaba cuando entró en el juego. En los países en que
todavía existen servicios públicos, están amenazados;
en aquellos donde no existen, no nacerán nunca.
M. W.: He escrito sobre esta cuestión crucial: para
empezar las cosas por el principio, me siento
intelectualmente muy incómodo con la distinción
 La globalización liberal
32
sin matices que usted hace entre la economía por un
lado y la sociedad por otro. Las dos están estrecha-
mente ligadas y siempre lo han estado. El mundo y las
relaciones sociales han estado siempre influidas por las
posiciones económicas que se adoptan, por el control
de los recursos de la economía, incluso en la economía
de mercado contemporánea. Oponer de manera
simplista lazos sociales armoniosos, situados en algún
sitio fuera de la economía, a la mano brutal, de la
economía que actúa a su antojo, movida por las fuerzas
del capitalismo, es una visión demasiado simplista de
lo que ocurre.
La cuestión es la siguiente: hemos tomado, como
Estado, las decisiones (desde mi punto de vista, todas
ellas reversibles) de aceptar una dosis sustancial de
integración internacional. Esta integración es sin lugar a
dudas reversible en materia de comercio, aunque el
proceso no sería nada fácil. Hemos tomado esas
decisiones y hecho esas elecciones, con razón o
erróneamente (considero que con razón, evidentemente),
porque predominaba la opinión de que favorecerían la
prosperidad. Al hacerlo aceptábamos determinadas
trabas sobre otras elecciones que podíamos hacer. Pero
es un error exagerar la importancia de esas
consecuencias más lejanas. En particular, nada
demuestra de forma convincente que una fuerte erosión
del poder fiscal del Estado sería la consecuencia directa
de la integración. Incluso la ta-
r. Martin Wolf alude a la «mano invisible» del mercado.
¿Qué queda del Estado? 3
sación de las empresas, por regla general, ha aumentado
ligeramente en los países desarrollados a lo largo de los
veinte últimos años, como elemento del PIB, y la ratio
global de la fiscalidad relacionada con el PIB de la
mayoría de los países (incluidos los del Este de Europa)
no se ha reducido de forma significativa. Es
absolutamente cierto que hemos visto alzarse, en cierto
número de ellos, una fuerte oposición al aumento de esa
ratio. Pero era un problema más político que económico.
El Gobierno de mi país ha incrementado, sin grandes
dificultades, esa ratio de fiscalidad / PIB en alrededor de
un 4% durante los últimos años. Se trata de encontrar el
equilibrio entre la protección social y los gastos
privados; todos los países participan en este debate, pero
nada demuestra seriamente que la capacidad de los
Estados de proporcionar los bienes que necesitan sus
ciudadanos haya sido aniquilada por un proceso econó-
mico totalmente incontrolable. El mejor ejemplo de que
una integración es posible son los países escandinavos,
que tienen un ratio de fiscalidad / PIB que va del 50% al
6o%, un nivel de protección social sin equivalente, y
que se cuentan, sin embargo, en casi todos los aspectos,
entre los países más integrados internacionalmente y
entre las sociedades más prósperas del planeta.
No parece, por lo tanto, que el resultado de la
globalización, tal como tratamos de definirla, signifique
la desaparición de la capacidad de las sociedades de
tomar sus propias decisiones. Queda una pe-
34 La globalización liberal
queña advertencia que hacer con respecto a un cambio
importante, que se ha producido en el curso del último
decenio, referente al contexto en el que actúan los
gobiernos. Atañe a la cuestión de los flujos financieros.
Los Estados son cada vez más reacios a permitir que
aumente el déficit, aunque lo financien mediante la
impresión de billetes. Sin embargo, incluso esta
voluntad de reducir el déficit obedece sobre todo al
miedo creado en todas partes del mundo por el período
de inflación que ha culminado durante los años setenta
en los países desarrollados. Es este miedo, y no los
propios mercados, el que hace hoy imperativo que los
gobiernos ajusten más estrictamente sus gastos a sus
ingresos.
S. G.: Espere, no estoy de acuerdo con usted en lo
relativo a la tasación de las empresas. Si tomamos las
cifras, es pura y simplemente falso que la proporción de
impuestos pagados por las empresas, en las economías de
la OCDE, haya permanecido estacionaria o incluso que
haya aumentado. Según The Economist, en Europa los
impuestos sobre las sociedades representaban alrededor
del 50% del presupuesto de los Estados europeos. Esta
cifra es hoy de alrededor del 35%. En los Estados Unidos,
siempre según The Ecomomist, donde la contribución era
ya, en principio, menor, ha sido reducida a aproximada-
mente el 11%. El año pasado, el New York Times publicó
un, largo artículo sobre varias docenas de empresas
norteamericanas que obtuvieron ganan-
¿Qué queda del Estado? 3
cias colosales y que no habían pagado impuesto alguno
durante los tres años anteriores, y ello de una forma
totalmente legal; otras incluso habían obtenido des-
cuentos. Algunas de ellas, como Procter & Gamble y
Goodyear, son muy conocidas. Jürgen Schremp, de
Daimler, se ha jactado de no pagar ningún impuesto en
Alemania, y el dueño de Volvo ha dicho más o menos
lo mismo de Suecia. Lo primero que hay que observar,
en lo que respecta a la pretendida ciudadanía de las
empresas, es que deberían empezar por pagar sus
impuestos, y que sus prácticas, en materia de transfer
pricing (manipulaciones de precios entre sociedades
afiliadas), deberían ser severamente limitadas.
La transnacionalización / globalización de estas
empresas es tal que actualmente les resulta muy fácil
colocar sus costes en países donde los impuestos son
más elevados y sus ingresos en aquellos donde lo son
menos, pagando a buenos contables para arreglar el
balance como es debido. Tratan, naturalmente, de
reducir al máximo sus costes al tiempo que se
aprovechan, por supuesto, de los servicios facilitados
por el Estado, que utilizan como todo el mundo. No
invierten en África porque allí no existe prácticamente
infraestructura alguna, pero lo hacen en Suecia y
Dinamarca, esas maravillosas sociedades que gozan de
un nivel de vida tan elevado, porque en ellas
encontrarán una fuerza de trabajo bien formada, un
sistema sanitario eficaz para sus empleados, carreteras y
transportes públicos que les lle-
36 La globalización liberal
ven de su domicilio al lugar de trabajo, etc. Sin abonar,
además, una parte equitativa de los impuestos que
financian esos servicios. Yo también aprecio que no
estemos en un período de inflación, pero esta
consideración me parece fuera de nuestro propósito, que
concierne al poder político de las empresas y a su
capacidad cada vez mayor de influir en las decisiones
políticas. Usted dice que todo es reversible. Permítame
que le lea lo que ha declarado el responsable del sector
de servicios de la OMC: «El Acuerdo sobre los
Servicios (AGCS) acelerará el proceso de liberalización
y hará irreversibles las reformas». Dicho de otro modo,
la OMC es una calle de sentido único, que solo
desemboca en una cosa: más liberalización. Es cada día
más difícil invertir el fenómeno, porque no se trata de
los procesos políticos de los países tomados
individualmente. Una vez firmados el AGCS y todos los
demás acuerdos regidos por la OMC, se trata de un
conjunto: no solamente el AGCS sino también el GATT
o el TRIPS (Acuerdo sobre la Propiedad Intelectual),
¡que usted mismo ha criticado en el Financial Times!
No es como si simplemente hubiera que invertir la
política de un país: hay que intentar invertirla en el
mundo entero, es decir, en los países a los que se ha
impuesto esta política, en la práctica, sin el menor
control democrático. El Parlamento francés, por
ejemplo, ha adoptado precipitadamente el acuerdo de la
OMC: enfrentado el jueves por la tarde a un texto
enorme de seiscientas páginas, sin contar miles de
¿Qué queda del Estado? 3
páginas de anexos, votó su aprobación por la mañana
del martes siguiente. Nuestros representantes no tenían
la menor idea de lo que contenía.
M. W.: Permítame que le explique lo que entiendo
por «integración reversible». Los hechos, en primer
lugar: recientemente he escrito la reseña de un libro de
Noreena Hertz, cuya posición acerca del impuesto
sobre las sociedades es cercana a la de usted. Lo que
ella dice es inexacto. Dicho impuesto no ha alcanzado
nunca la mitad del presupuesto de países europeos.
Según la Revenue Statistics publicada por la OCDE,
fuente clásica sobre este tema, la parte de los
impuestos pagados por-las sociedades en el PIB de los
países de la OCDE era, por término medio, el 2,2% en
1965, el 2,5% en 1980 y el 3,3% en 1997. En la Unión
Europea, esta parte era del 1,9% en 1965, el 2,2% en
1980 y el 3,5 % en 1997. Con respecto al conjunto de
ingresos fiscales de la OCDE, los impuestos sobre las
sociedades representaban el 8,8% en 1965, el 7,6% en
1980 y de nuevo el 8,8% en 1997. En algunos países,
el aumento ha sido importante; en el Reino Unido
(una de las economías más abiertas de toda la OCDE),
por ejemplo, la proporción de ese impuesto en los
ingresos fiscales totales pasó del 4,4% en 1965 al 8,4%
en 1980, para alcanzar el 12,1% en 1997. En conjunto,
nada parece indicar que haya disminuido la capacidad
que tienen los miembros de la OCDE de gravar a las
empresas.
38 La globalización liberal
Esta imposición, insisto, ha aumentado. El punto
más importante, sin embargo, es teórico: no se puede
gravar a las empresas. No son más que simples
entidades jurídicas. Lo que se grava, en realidad, son
los ingresos, generados por las empresas, que perciben
sus propietarios. Tal como existe actualmente, incluidos
los Estados Unidos y el Reino Unido, el sistema grava
dos veces los ingresos de las empresas: una primera vez
grava los beneficios de las sociedades, y una segunda
los ingresos percibidos por los accionistas cuando se
distribuyen en forma de dividendos. Es objeto de
debate entre los economistas la cuestión de si es una
buena idea gravar los beneficios de las sociedades
como tales. A mi entender, es una mala idea. Es
absurdo gravar a las empresas como tales. Sería más
lógico gravar a los propietarios sobre la base del
ingreso total generado por las empresas, con inclusión
de las ganancias diferidas.
La cuestión de la reversibilidad es una de las más
profundas y más interesantes de nuestra época. Como la
mayoría de quienes comparten mis convicciones
liberales, tiendo a considerar que, en conjunto, vale más
que cada país escoja libremente la adopción de la
política que mejor le parezca. Si se equivocan, lo que
siempre ocurre, que asuman las consecuencias. Creo
que la mayoría de los liberales coincidirían en decir que
no es deseable tener instituciones mundiales poderosas,
capaces de dictar su conducta a los Estados. Sin
embargo, existen lo que
¿Qué queda del Estado? 3
podríamos llamar bienes públicos mundiales, que
necesitarán organizaciones internacionales que los
gestionen: por tanto, si queremos proporcionar al
mundo esos productos, habrá que dotar a dichas or-
ganizaciones de un cierto poder coercitivo sobre los
Estados. A menudo, la diferencia entre la derecha y la
izquierda, si puedo emplear estas etiquetas, no es que
desaprueben la existencia de instituciones como la
OMC y el Banco Mundial, sino más bien el uso que
estas instituciones hacen de su poder. A algunos críticos
les gustaría que existiesen instituciones con el poder de
impedir que los Estados quemasen combustibles fósiles,
por ejemplo.
Personalmente, prefiero que el número de esas
instituciones sea el menor posible. Por esta razón y por
consideraciones políticas siempre he expresado reservas
sobre la creación de una institución como la OMC, que
al parecer habría dispuesto de esos poderes
supranacionales. De hecho, no creo que estos existan.
Son ilusorios y proceden de una mala comprensión de
la naturaleza de esta institución. En último análisis, sus
poderes son meramente nacionales, por definición, y lo
único que ella puede hacer es poner orden en ellos. Lo
que importa tener en cuenta es que la OMC, institución
que solo posee una finalidad, ha sido creada
considerando que en el sistema mundial liberal había un
bien público que debía ser facilitado por instituciones
semejantes. Es indiscutible que la OMC dificulta un
retorno al proteccionismo. Pero no es imposible. Todos
los países
 La globalización liberal
40
tienen la libertad de abandonar la institución. Nada les
empuja a afiliarse a ella. China no lo ha hecho', y eso no
le impide prosperar. El sistema contiene además un
mecanismo que permite revisar los acuerdos de
liberalización. Si bien, personalmente, me incomoda un
poco la idea de instituciones supranacionales tan
poderosas en apariencia, no es menos cierto que la
soberanía, en último análisis, pertenece a los Estados; y
que si desean retractarse sobre los procesos de
liberalización, pueden hacerlo. Esto es un hecho
especialmente probado para la mayoría de los países
desarrollados que no han acoplado, ni poco ni mucho,
sus disposiciones comerciales, adoptadas en el marco
del sistema de la OMC, a su nivel actual de
proteccionismo. De hecho, pueden invertir en gran
medida el curso de la liberalización que han
emprendido.
r. China, al igual que Taiwan, se adhirió a la OMC en la reunión
ministerial celebrada en Doha (Qatar), en noviembre de 2001..
3
El poder de las multinacionales
S. G.: La diferencia de fondo entre nosotros es quizás
que yo creo sin reservas en el concepto de «relación de
fuerzas»: yo creo que los Estados tienen intereses y que
tratan ante todo de aprovecharse unos de otros para
adquirir más riqueza y poder. Lo cual puede llevar a
cosas muy poco lucidas. Tomemos, si le parece, el
ejemplo de la deuda de los países del Sur y sus
consecuencias. Para los países del Norte, esta deuda ha
sido mucho más eficaz que el colonialismo: ninguna
necesidad de financiar un ejército ni una administración,
incluso te pagan por el privilegio de dictar a esos países
su comportamiento. Me parece sorprendente que, en este
contexto, no haya usted mencionado todavía los
programas de ajuste estructural, porque es simplemente
falso sostener que los países endeudados hayan tenido
los medios de mantener sus antiguas políticas
económicas. No han tenido más remedio. Se les ha
obligado a abrir sus fronteras, a no controlar ya los
movimientos de capitales, a subir los tipos de interés, a
orientar sus economías hacia la exportación y a adoptar
todas las demás medidas clásicas de ajuste estructural.
Quisiera añadir una cosa a propósito de los im-
puestos. Vito Tanzi, el antiguo jefe del departamen-
42 La globalización liberal
to encargado de este tema en el FMI, ha escrito mucho
sobre la forma en que la competencia fiscal roía la base
imponible fiscal mundial. Explica que una gran empresa
puede declarar sus beneficios allí donde la tasa
impositiva sea la más baja; pero que a continuación
puede reclamar, en la jurisdicción de origen, un
descenso del tipo imponible para que vuelva a ella.
Tanzi llama a esto « la degradación fiscal« ,
porque los países bajan sus tipos impositivos con el fin
de atraer a las empresas. De este modo, el tipo de
imposición acaba ajustándose al más pequeño deno-
minador común mundial. Pienso que la relación de
fuerzas mundial no es ya en absoluto la misma que hace
un siglo, y que incluso en el mundo de la anteguerra. Es
uno de los principales cambios acarreados por la
globalización. No estoy en absoluto de acuerdo con usted
cuando dice que el poder de las instituciones
supranacionales es ilusorio. ¡Depende para quién!
Otra cosa, a propósito de la irreversibilidad:
somos lamentables en nuestra forma de introducir la
naturaleza en nuestros cálculos. No consideramos la
ecología, en otras palabras el medio ambiente, como un
conjunto cuya economía no sería más que uno de los
subsistemas que engloba la biosfera. Esto es importante
para la cuestión de la reversibilidad / irreversibilidad.
Cuando se trata de un sistema natural y alcanza cierto
nivel de degradación, lo que vemos ascender no es una
bonita curva de regularidad matemática. Retroacciones
positivas [feedbacks positi-
El poder de las multinacionales 4
vos] pueden reforzar el fenómeno y acelerarlo, sacarlo
del gráfico: hemos creado un fenómeno irreversible, y
ello porque no hemos sabido tener presente a la
naturaleza ni ver a partir de qué momento se degradaba
el sistema hasta más allá de su capacidad de
regenerarse. Tal vez sea lo que ocurre con los cambios
climáticos, la destrucción de las especies, la
desaparición de la capa de ozono, etc.
Para resumir, considero que la globalización es una
maquinaria cuya función consiste en hacer irreversible el
poder de las multinacionales, engendrando
desigualdades cada vez más grandes tanto entre países
como dentro de ellos. En su conjunto, esta situación
conviene perfectamente a las elites que, a su vez, tratan
de volverla irreversible. Pero en el plano ecológico
somos unos auténticos retrasados, porque seguimos
razonando en términos de crecimiento del PIB. Ni
siquiera nos damos cuenta de que lo que llamamos
crecimiento consiste a veces en reparar simplemente los
errores pasados, que catalogamos cosas como
constructivas cuando en realidad son destructivas.
Creemos que creamos riquezas, pero de hecho
destruimos nuestro capital natural. Rebasamos los
límites de algunos sistemas naturales que no podrán
recomponerse por sí mismos, o en todo caso a muy largo
plazo. Algunos sistemas sociales se han degradado
también hasta el punto de que es sumamente difícil
repararlos; además, cuanto más aguardamos, tanto más
empeora la situación y más difícil se vuelve invertirla.
44 La globalización liberal
M. W.: En su última intervención suscita tres
grandes cuestiones. La primera atañe al poder. En lo
esencial, nos propone un análisis marxista actualizado
de lo que ocurre en el mundo: la globalización la
conducirían empresas que tienen a su merced a los
Estados y que pondrían en marcha procesos eco-
nómicos que fundamentalmente son fuentes de de-
sigualdad y aumentarían las existentes entre las
naciones, lo que sería un fenómeno totalmente nuevo.
La segunda y tercera cuestiones son las repercusiones
que se derivan de ello sobre la política y la re-
versibilidad ecológica.
Este punto de vista me produce el efecto -una im-
presión que siempre me han producido todas las formas
de análisis marxistas- de ser infinitamente simple para
describir la complejidad de las interacciones entre los
políticos, los capitalistas nacionales, los capitalistas
internacionales y las demás fuerzas de la sociedad, sin
excluir a las organizaciones no gubernamentales. No
creo en absoluto que la globalización de los dos últimos
decenios sea la consecuencia de algún putsch dirigido
por las multinacionales. No digo que el poder no
desempeñe un papel en las decisiones que se toman, y
no digo tampoco que las multinacionales carezcan de
poder, aunque a menudo lo exageren comparaciones
ridículas entre el volumen de negocios de las empresas
y el PIB de los países. Pero la globalización de las
empresas no es sino un subproducto natural e inevitable
de la aparición del fenómeno empresa. Estas disponen
de unas prácticas,
El poder de las multinacionales 45
de talentos y de conocimientos de los que los países
quieren beneficiarse, y por eso han sido invitadas por
ellos. Las empresas dependen fundamentalmente de la
organización del poder político de las naciones, y
siguen dependiendo de ella. Es posible que se vayan si
un Estado da muestras de excesiva mala voluntad hacia
ellas. Pero en ese caso es el resultado de una decisión,
la de un Estado que ha elegido otra forma de
desarrollo. Nadie obliga a un país a aceptar las in-
versiones de una multinacional. Para poner un ejemplo,
tras haber opuesto, durante largo tiempo, una
resistencia feroz a las multinacionales (cosa que hizo
sin problemas durante los cuarenta años que duraron
sus relaciones con el Banco Mundial), la India ha
cambiado finalmente de política interior, sin por ello
renunciar del todo a ella. Sigue oponiendo resistencia.
Pocas son las multinacionales que tienen intereses en la
India, y es poco probable que esta situación cambie.
De modo que presentar a las multinacionales como
dotadas de un poder colosal es una descripción
incorrecta de lo que ha sucedido.
Volveremos más adelante sobre la cuestión de la
desigualdad. Pero una vez más, usted presenta un cuadro
demasiado simplista de lo que ha ocurrido con la
redistribución de los ingresos. No estoy para nada de
acuerdo con la tesis marxista que ve en la redistribución
de los ingresos una redistribución del poder. Todos los
análisis marxistas incurren en una confusión
fundamental entre el ejercicio del poder y las
consecuencias de la libertad.
46 La globalización liberal
Sobre la cuestión de la reversibilidad, me gustaría
señalar dos cosas. Sin ser ecologista, me intereso por la
literatura sobre los problemas medioambientales. He
observado que, en numerosas ocasiones, especialistas
destacados predicen la extinción de un recurso, la ruina
irreversible de un sistema, hasta la desaparición de
todos los recursos. A comienzos de los años setenta,
cuando empecé a trabajar sobre la India para el Banco
Mundial, me acuerdo de que oí decir que la situación
alimentaria era tan crítica que tendríamos que adoptar
una política selectiva: en suma, abandonar la India a la
hambruna. Resultó ser un absurdo total. Hace diez años,
nos advertían de que las lluvias ácidas destruían los
bosques europeos; hoy, esas lluvias ya no son un
problema. No sostengo que lo que usted dice es falso,
porque para ser sincero debo decir que lo ignoro; sin
embargo, sigo siendo profundamente escéptico sobre
las predicciones ecológicas catastrofistas. Así que no
me hablen más de irreversibilidades ecológicas.
En cuanto a la reversibilidad política, podemos
tomar un caso bastante interesante, a fin de cuentas: el
de Francia. Después de la Segunda Guerra Mundial,
Francia tomó la decisión -a mi entender sumamente
juiciosa- de integrarse en el sistema económico
europeo. Era un paso audaz hacia la liberalización y en
París se hacían muchas preguntas en los años cincuenta
sobre si la industria alemana aplastaría o no a Francia.
Al integrarse en el sistema económico europeo, se
encontró de hecho integrada en un siste-
El poder de las multinacionales 47
ma económico mundial, en un movimiento de libera-
lización que, iniciado en Norteamérica, se extendía
poco a poco al resto del planeta. Francia eligió esta
política por las razones más profundas, más justas y
más sensatas. Me parece inconcebible renunciar a esa
elección, porque el coste para Francia sería, en este
caso, terrible: tendría que reanudar el programa
abandonado por François Mitterrand en 1983. Podría
hacerlo, si realmente quisiera, a pesar de todas las
objeciones de las multinacionales. Si una nación, o
incluso el conjunto de Europa, quisiera realmente
detener la integración, si quisiera en verdad decir:
Queremos introducir el control de los capitales en las
fronteras y vamos a volver a adoptar una política de
protección y autosuficiencia, podría hacerlo. Esta de-
cisión provocaría fricciones muy grandes con sus
asociados económicos, sin ninguna duda. Pero esta
posibilidad política existe. Me parece evidente. En mi
opinión, si no se recurre a ella es porque sería una
completa locura.
S. G.: Se dice a menudo que afirmar que las mul-
tinacionales disponen de un poder exorbitante es una
exposición simplista de las cosas. Pero yo no he
afirmado nunca que disponen de todo el poder; digo
únicamente que en los últimos veinte años su poder, al
igual que el de los mercados financieros, ha crecido
desmesuradamente. Se han servido de la potencia
política del Banco Mundial, del FMI y más aún de la
OMC. Se han mostrado asimismo extremadamente
48
hábiles en instrumentalizar, por medio del lobbying,
organizaciones poderosas como la European Round
Table of Industrialist, «mesa redonda» de los
industriales europeos que prácticamente ha redactado
una buena parte de los libros blancos para la Comisión
Europea, desde los tiempos de la administración Delors.
El TransAtlantic Business Dialogue (TABD )2 toma
hoy día decisiones importantes. Su consigna es:
«aprobado una vez, aceptado en todas partes». Sus
miembros se reúnen en comités, industria por industria,
que deciden cómo vender tal o cual producto, según tal
o cual norma, en Europa y en los Estados Unidos.
Tomada la decisión, comunican a los gobiernos lo que
quieren; incluso han acuñado una nueva palabra en
inglés para describir ese proceso: deliverables3. En su
web se encuentran periódicamente informes que
contienen la lista de los deliverables transmitidos a los
gobiernos. Se jactan de que el 8o% han sido aprobados.
Ni siquiera son las multinacionales las que tuvieron la
idea del TABD, lo que habría sido mejor; son, en
realidad, el Gobierno norteamericano y la Comunidad
Europea los que han creado sus propios grupos de
presión, incluido este, cuando no existían.
Por ejemplo, Leon Brittan creó el European Ser-
1. Los presidentes directores generales de las 48 mayores empresas
europeas. -
2. Los presidentes directores generales de alrededor de 150 grandes
des empresas, de ambos lados del Atlántico.
3. «Entregables.»
El poder de las multinacionales 49
vices Forum cuando era comisario europeo de comercio
en Bruselas. Invitó a 85 de las más grandes empresas a
que le asesorasen en materia de servicios. La Comunidad
Europea y los Estados Unidos inventaron el
TransAtlantic Business Dialogue; los norteamericanos
crearon toda clase de comités que estarán representados
en Doha 1, Qatar, con motivo de la reunión de la OMC a
nivel ministerial. Hay un comité por industria, pero no
incluyen a ningún representante de la sociedad civil. Ni
siquiera las industrias de fuerte impacto sobre el medio
ambiente, como las de pasta de papel o las pesquerías,
tienen otros representantes que los de las
multinacionales. Vemos continuamente las cartas que
dirigen al Congreso, pidiendo esto o lo otro: en general,
lo obtienen. Los mecanismos ya están implantados;
utilizan las vías oficiales o los pasillos para llegar a
ellos; están mejor organizadas, y en cuanto empiezas a
leer sus publicaciones, descubres cosas que, al menos
para los franceses; son aterradoras: sirva de botón de
muestra la Coalición de las Industrias Norteamericanas
de Servicios, que declaró más o menos al «U S. Trade
Representative», es decir, al embajador norteamericano
responsable-de las negociaciones en la OMC: «Los
sistemas públicos de sanidad en Europa nos impiden
penetrar masivamente en ese mercado, y en
consecuencia contamos con usted para que nos
1.La OMC había -clasificado unos 3 5 representantes de estos
comités industriales en Doha como representantes de ONG...
 50
abra este sector. Apuntamos más especialmente al
mercado de los mayores de 65 años, pues consume por
término medio cuatro veces más servicios de sanidad
que el resto de la población». Y escuche lo siguiente:
«La participación activa de la industria de los servicios
en la negociación es crucial para seleccionar los
objetivos de negociación europeos de tal manera que
den prioridad a las industrias. El AGCS no es un simple
acuerdo entre gobiernos, sino ante todo un instrumento
que debe beneficiar a las empresas». Cita entresacada
directamente de la web de la Unión Europea. Me
conformo, por tanto, simplemente con exponer lo que
esa gente dice de sí misma y las órdenes que dan a
nuestros supuestos representantes. Bien es verdad, y
menos mal que es así, que hay otras influencias, pero
aunque el movimiento ciudadano sea muy activo, dista
mucho de disponer de los fondos, la organización, el
poder y la influencia del mundo de los negocios.
M. W.: Estoy de acuerdo con usted en decir que
una sociedad centrada en el mundo de los negocios,
en otras palabras, una sociedad donde el poder esté
reservado a las instituciones comerciales y no sola-
mente a las de los gobiernos, tiene algo de inquie-
tante.
De su análisis, no obstante, se desprende que habría
una contradicción inherente fundamental entre los
intereses del mundo de los negocios y los de la
economía en el sentido más amplio y la sociedad en
El poder de las multinacionales 5
general. Se trata, por supuesto, de una cuestión crucial.
Yo tendería a ver las cosas exactamente a la inversa.
Considero que es un error craso sostener que existe un
conflicto profundo entre el mundo de los negocios y los
demás agentes sociales. Eso equivale a decir que
cuando los negocios van bien, todos los demás tienen
dificultades para salir adelante; que los beneficios de
las empresas tienen efectos claramente negativos sobre
el resto de la sociedad; es decir, que si los gobiernos
defienden los intereses de las empresas, lo hacen a
expensas de los intereses de la sociedad en general y
que no se ocupan de las cuestiones de medio ambiente.
Es cierto que en ocasiones las empresas quieren cosas
que se oponen a los intereses de la sociedad, como los
monopolios, aunque uno de los grandes efectos de la
liberalización del comercio es reducirlos. Las empresas
quieren estar protegidas, y esto también se opone a los
intereses generales de la sociedad. Pero los que toman
las decisiones políticas han considerado, con toda
razón, que una economía más liberal (en los planos
interior y exterior) sería en conjunto una economía más
próspera.
S. G.: ¿Próspera para quién?
M.W.: Para casi todo el mundo, al cabo de un
plazo razonable.
S. G.: ¿Y qué es un plazo razonable?
52- La globalización liberal El poder de las multinacionales 5

M. W.: Depende. Sin duda alrededor de unos diez otras fuentes. ¿Los intereses del mundo de los negocios
años. Es lo que estamos pensando cuando afirmamos dictaban las decisiones políticas? La respuesta es no.
que la economía de mercado engendra prosperidad. Las Los gobiernos se contentaban, la mayoría de las veces,
políticas que permiten funcionar al mercado, en un con pedir a las empresas que les ayudasen a alcanzar
marco reglamentado, garantizarán el fomento del los objetivos que se habían fijado.
desarrollo económico y del crecimiento, al igual que En segundo lugar, al favorecer la liberalización,
generarán una acumulación de capitales; habrá ¿tomaban decisiones favorables para el interés general
necesidad de mano de obra, de creación de empleos, de de sus conciudadanos? En mi opinión la respuesta es sí,
un aumento de ingresos y de recaudaciones fiscales, a la sin la menor reserva. De modo que considero, al
vez sobre los gastos y sobre las rentas (frutos del contrario que usted, que el proceso de liberalización, en
beneficio). De modo que al ocuparse del interés de las el que estaban comprendidos los intereses del mundo
empresas, al crear una economía liberal a escala de los negocios, no depende del nivel político ni del
planetaria, los gobiernos se ocupan del interés de su nivel económico.
economía.
Hay dos cuestiones fundamentales: la primera, si
esos gobiernos actuasen simplemente como agentes del
mundo de los negocios, no dirían: Bien, y qué hacemos
ahora? Ah, las empresas nos piden que hagamos esto,
lo otro y lo de más allá. Algunos sectores del mundo de
los negocios han desempeñado un papel en la creación
de la Ronda Uruguay, en particular la industria de los
servicios, pero la Ronda Uruguay solo vio la luz porque
un gran número de dirigentes políticos pensaba que un
nuevo impulso hacia una liberalización mayor
favorecería a la economía mundial. Que mejoraría el
nivel de vida general. Es importante acordarse de que la
parte de beneficios debidos a las empresas, en el cálculo
del PIB de la mayoría de los países, es relativamente
exigua, y que lo esencial de los ingresos procede de

4 veinte últimos años como el período en que la glo-
¿Para quién son los beneficios del crecimiento?
S. G.: Si entiendo bien, usted dice que esas sociedades,
los sectores de las empresas y de las finanzas disponen,
en efecto, de una influencia muy grande. Pero al mismo
tiempo dice que, en conjunto y a medio plazo, eso será
bueno para todo el mundo.
M. W.: En su opinión, ¿los resultados de las po-
líticas de liberalización general son inhumanos?
S. G.: La diferencia fundamental que nos separa
aquí, Martin, es que usted admite implícitamente que
las empresas tienen mucho poder, afirma también que
si los gobiernos lo han permitido es porque consideran,
no sin justificaciones, que ese poder se traducirá en un
bien para la sociedad y mejorará el nivel de vida de
todos. Mi punto de vista es totalmente distinto.
Si los gobiernos piensan realmente eso, creo que se
equivocan. Al estimular al sector de los negocios, y en
particular a las multinacionales, a que esté tan
organizado y a ser tan intervencionista en materia de
tomas de decisión política, han obtenido lo que era de
esperar: las recompensas de capital, a lo largo de los
veinte últimos años, han superado muy amplia-
¿Para quién son l os beneficios del crecimiento? 55
mente a las del trabajo. Podemos considerar estos
balización se ha acelerado; hay una gran diferencia
entre el período que va de 1960 a 1980 y el que co-
mienza en 1980 con los años de Thatcher / Reagan y
prosiguió después de la caída del muro de Berlín.
En todos los países de la OCDE, durante este último
período, la parte de los poseedores del capital ha
aumentado mientras que disminuía la del trabajo. En los
Estados Unidos, el salario de los grandes cuadros
dirigentes ha dado un salto del 571% entre 1990 y 2000.
Esta explosión hace que parezca ridículo el crecimiento
del salario de los obreros que, durante el mismo período,
ha aumentado un 37%. Si los obreros norteamericanos
hubieran sido recompensados como lo han sido sus
patronos, cobrarían un salario medio anual de 120.000
dólares en lugar de 23.000. El salario mínimo por hora
sería de 25 dólares en vez de 5,15. Hoy día, en los
Estado, Unidos, trabajando 40 horas por semana y 52
semanas al año por el salario mínimo, se ganan 30.700
dólares al año; es insuficiente para vivir en ese país.
Estos ingresos son un 40% inferiores a lo que oficial-
mente se considera el umbral de pobreza para una
familia de cuatro personas.
No son solo los presidentes de empresas, sino
también los accionistas los que quieren una mayor parte
del pastel y exigen actualmente un reintegro sobre la
inversión de dos cifras, es decir, un promedio de un
15%, mientras que, por otro lado, no so-
56 La globalización liberal
lamente se van reduciendo las recompensas para las
personas que únicamente poseen su fuerza de trabajo,
sino que se procede a reducciones masivas de personal.
Si consultamos las cifras del World Investment Report,
para las cien empresas más grandes del mundo y sus
empleados, en el plazo de los cuatro años que concluyen
en 1997, comprobamos que sus ventas han aumentado
un 20%, sin que ello les impida proceder a una ligera
reducción de personal.
Las empresas transnacionales han descubierto un
medio imparable de operar concentraciones que no les
cuestan gran cosa, gracias a los diferentes cracks
financieros que se producen aquí y allá: en México, en
Tailandia, en Corea. Se apoderan entonces de las
empresas nacionales más viables, repentinamente
estranguladas por la crisis económica. Tanto si esos
mecanismos han sido planificados como si no, lo menos
que se puede decir es que el resultado ha sido fantástico
para el sector de los negocios, tanto al nivel individual,
con los dividendos fabulosos cobrados por los altos
responsables, como en plano de la acumulación de
capitales. Ha aumentado asimismo en estos veinte
últimos años la capacidad que tienen las multinacionales
de hacer más o menos lo que quieren con sus trabajado-
res, que en su mayoría no están sindicados. De modo
que no veo muy bien con qué rasero mide usted «la
i. Informe sobre la inversión mundial, publicado todos los años por las
Naciones Unidas.
¿Para quién son los beneficios del crecimiento? 5
mejora del nivel de vida de la sociedad». Incluso en un
país como Francia, hay actualmente muchas más
personas con un trabajo precario, sin ninguna seguridad
de empleo. Me parece que los hechos revelan con
claridad quién se ha beneficiado ampliamente de esta
evolución, y me pregunto en qué criterios se basa usted
para afirmar que el nivel de vida general ha aumentado.
M. W.: Hablemos de los países desarrollados. En
primer lugar, los hechos: por lo que respecta a la parte
de los beneficios en el PIB, he estudiado a algunos
países de la OCDE, aunque algunos no disponen de
estadísticas muy fiables.
Es exacto decir que la parte de los beneficios en el
PIB, pero no de una forma general el índice de
reintegro sobre inversión, se ha elevado en la mayoría
de los países de la OCDE a lo largo de los veinte
últimos años. Salvo en un caso evidente: Japón. Es, sin
embargo, un gran error partir de 1980, que marca el
final de un largo período de inflación, el cual coincidía
con una escalada de los precios de las materias primas
(la crisis petrolífera), y se traducía en partes de
beneficios en el PIB reducidos a niveles históricamente
bajos. En el Reino Unido, de hecho, si se tiene en
cuenta la inflación, la parte de los beneficios en el PIB,
en 1980, era probablemente el 0%. En los Estados
Unidos, sin ser tan baja, ese índice tocó un suelo
histórico. Pero la parte de los beneficios en los PIB
tanto de los Estados Unidos como del Reino
58 La globalización liberal
Unido no ha vuelto a alcanzar, en los veinte últimos
años, los niveles de los años sesenta.
Durante los dos últimos decenios, los accionistas,
como usted ha dicho, disfrutaron asimismo de reintegros
sobre inversiones excepcionales. Muchos sufrieron la
locura de creer que aquello iba a durar eternamente. El
resultado fue una burbuja financiera, consecuencia de
esta corrección en la parte de los beneficios del PIB, que
invertía la estrangulación de los obtenidos en los años
setenta. En los Estados Unidos, la parte de beneficios en
el PIB se duplicó prácticamente, mientras que el PIB
crecía al ritmo del 3 al 4% anual. Vemos, pues, que los
beneficios crecieron muy rápidamente. Se hicieron
demasiadas previsiones sobre esos índices y se
cometieron errores innegables. Fue un período
excepcional para las Bolsas, que no tiene mucho que ver
con la globalización y las transformaciones del mercado
de trabajo, y mucho más con la recuperación de
beneficios tras un período en que habían sido
extraordinariamente reducidos.
Estoy completamente de acuerdo con usted en la
cuestión de los ingresos de los dirigentes. Durante el
período de la burbuja financiera, los accionistas, sobre
todo en los Estados Unidos, dejaron que las empresas
perdieran valor por intermedio de las stockoptions.
Sobre la cuestión de la distribución de las ganancias
del crecimiento, las diferencias salariales han
aumentado indiscutiblemente en los países desarro-
¿Para quién son los beneficios del crecimiento? 5
llados que han adoptado las medidas liberales más
fuertes, aunque no haya ningún indicio de un aumento
significativo de la desigualdad entre los salarios en
numerosos países europeos, en particular en los Países
Bajos y en Alemania. Se observan también importantes
diferencias en términos de desigualdad de los salarios
entre los países desarrollados durante este período, pero
lo que ocurrió en los Estados Unidos es un caso
extremo y excepcional. Teniendo en cuenta, en esta
economía, la tasa de crecimiento especialmente baja de
la productividad global de la mano de obra hasta 1995,
y la degradación del salario de los menos cualificados,
el nivel de-ingresos se ha estancado para una gran parte
de la fuerza de trabajo. En contrapartida, aunque los
Estados- Unidos hayan visto crecer su fuerza de trabajo
más rápidamente que los países europeos, han
conseguido dar empleo a su población, incluso cuando
atravesaban por un período de crecimiento débil de la
productividad. Considero un éxito estos resultados. Aun
así, han suscitado un problema.
Está ligado con la cuestión de saber si los salarios de
la mano de obra no cualificada se derrumbaron a causa
del comercio, y en particular a causa de la importación
de bienes producidos por asalariados muy mal pagados,
o si se trata de una combinación de la desregulación del
mercado del trabajo con las consecuencias de los
progresos tecnológicos. Por motivos que me
complacería exponer y que guardan relación con la
manera en que estos cambios salariales
6o La globalización liberal
se han producido y con la utilización de la mano de obra
no cualificada en la industria en los Estados Unidos,
creo que está demostrado que la importación de bienes
procedentes de países en vías de desarrollo, como las
prendas de vestir y los textiles, no puede explicar la
degradación salarial de las personas no cualificadas. La
globalización, en otras palabras, no era la causa.
La causa principal de esta tendencia que se observa
en el salario de la mano de obra no cualificada hay que
buscarla en el crecimiento relativamente rápido de la
fuerza de trabajo en el mercado de los Estados Unidos.
Dos grandes cambios han afectado a esta mano de obra:
el rápido aumento de la inmigración y, por descontado,
la transformación del papel de las mujeres. Estos dos
elementos, combinados con la naturaleza del progreso
técnico, que permite economizar ante todo la mano de
obra no cualificada, son los dos motivos principales de
un aumento de las desigualdades de salarios. No es
menos cierto que la factura salarial, para la economía
tomada en su conjunto, se ha agravado claramente
durante este período. En otros términos, un número muy
grande de norteamericanos ha experimentado una
mejora real de sus ingresos, gracias al empleo o a
salarios más elevados; esto no se aplica, sin embargo, al
salario real del 30%, que está situado en la parte baja de
la escala. En el Reino Unido, todo el mundo ha ganado
algo, mientras que en la Europa continental la vasta
mayoría de asalariados ha conocido un au-
¿Para quién son los beneficios del crecimiento?
2
rnento indiscutible de sus ingresos reales durante los
dos últimos decenios.
S. G.: Confieso mi ignorancia sobre las estadísticas
de la parte de los beneficios en el PIB. De lo que yo
hablo es del impacto de las tendencias actuales sobre
los individuos, sin ocuparme del PIB; y aquí es
perfectamente claro que el salario de los ciudadanos
ha disminuido. Puede que Norteamérica sea un caso
extremo, pero no por eso deja de ser ella la que ha
impulsado la globalización hasta su grado actual, y
parece probado que hoy día, en los Estados Unidos,
el, 1% de la población situada en lo más -alto de la
escara de ingresos posee tanto como el 57% de los
situados en la parte inferior. Giovanni Andrea da Cor-
nea, de la Univérsidad de l a s Naciones Unidas, ha
mostrado en un estudio que el 85% de la población
mundial vive hoy en países donde las desigualdades
no hacen sino crecer. ¿Es eficaz, económicamente,
una fisura tan grande? No. Hasta para los expertos en
gestión que consideran que hay dos tipos de cir-
cunstancias que conducen a la ineficacia económica:
la primera, cuando los ingresos de las personas son
demasiado parecidos entre sí, como en la antigua
Unión Soviética; te deslomes o no pegues golpe, tu
situación no cambiará apenas, y no te sientes moti-
vado para trabajar. La segunda, cuando hay diferen-
cias de ingresos enormes: no existe ningún espíritu
colectivo, ninguna fidelidad a la empresa, esta carece
de historia, no posee una riqueza de conocimien-
 62 La globalización liberal
tos ni de prácticas acumulados, no innova; se llega a un
estadio en que estas desigualdades engendran una
prodigiosa ineficacia en todos los campos, e incluso
fraudes. En cuanto al PIB, algunos economistas
consideran que ¡prácticamente la mitad del de los
Estados Unidos no es en realidad sino un puro
despilfarro!
Quisiera abordar también la situación en los países del
Sur. Todo el mundo conoce las cifras del PNUD1, que
muestran la diferencia de riqueza entre el 20% más rico
y el 20% más pobre del planeta. Tras la Segunda Guerra
Mundial, la relación era de 30 a 1. Hoy es de 82 a 1.
Alrededor de la mitad de la población de la tierra vive
con menos de dos dólares al día, y eso, sea cual sea el
poder adquisitivo de dos dólares, es poca cosa. El
hambre aumenta, aumenta también el número de
personas sin empleo o que no trabajan tanto como
quisieran. La OIT2 ha establecido una correlación
evidente entre este fenómeno y la globalización. Ya no
se encuentra trabajo porque las multinacionales
controlan porciones cada vez más grandes de las
economías locales. Las fusiones y adquisiciones allende
las fronteras totalizan entre el 8o y el 85% de todas las
inversiones extranjeras y se traducen prácticamente
siempre en planes sociales y de despidos. Nadie ha
calculado el número de empleos suprimidos por la
llegada de las
1. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
2. Organización Internacional del Trabajo.
¿Para quién son los beneficios del crecimiento? 27
multinacionales, aunque sepamos aproximadamente el
número de puestos que han creado. Naciones Unidas
sugiere la cifra de 6o millones de empleos para las
alrededor de 6o.ooo multinacionales que hay en el
mundo. Admitiendo que cada puesto genera direc-
tamente la creación-de otros dos empleos en otro sector
de la economía, debemos atribuir 18o millones de
empleos a las actividades de las multinacionales. Dicho
en otros términos, emplean a bastante-menos del 10%
de la fuerza de trabajo disponible del mundo. Quién
cuente con las multinacionales para mejorar el empleo
apuesta por el caballo perdedor.
Con las fusiones y las adquisiciones se deshacen de
más gente, pero en realidad no tenemos la menor idea
del número de empleos destruidos. Hasta los World
Investment Reports informan de que las mul-
tinacionales «expulsan» o asfixian a las empresas lo-
cales. Creamos una situación en la que el empleo no
puede en modo alguno aumentar cuando las multi-
nacionales dirigen el juego. Aparte de Singapur y Hong
Kong, no hay ningún otro lugar donde empleen a más
del 2% de la mano de obra, lo que no les impide
volverse cada vez más gigantescas, incrementar sus
capacidades de producción y arrojar al mercado cada
vez más bienes que la gente no tiene los medios de
comprar. Tenemos ya un exceso de capacidad mundial;
una sobrecapacidad pletórica. Lo que es más, las
desigualdades crecen, lo que no significa que los
ingresos más bajos suban, sino que se estancan y hasta
se degradan un poco más, mientras
64 ¿Para quién son los beneficios del crecimiento? 65

que los ingresos más elevados siguen subiendo. La M. W.: Son ante todo sistemas para producir. Son
globalización es un proceso que toma a los mejores y ellas las que impulsan la mayoría de las innovaciones,
deja a los restantes. Desde un punto de vista social, ¿es pero nunca han generado el grueso de los empleos.
una situación cuya perpetuación se pueda soportar? La
respuesta es no. El sector de los negocios no tiene
proyecto alguno para los diez años que vienen y los S. G.: Sí, y aplastan a las miles de empresas más
gobiernos, paralizados por esta visión a muy corto plazo pequeñas que lo hacen.
de los agentes económicos, no prevén mucho más el
porvenir.
Vuelvo sobre el tema del número de empleos des-
truidos por los intercambios comerciales. En los Es-
tados Unidos, entre 1992 y 1999, las exportaciones han
creado unos 4 millones de empleos, pero las im-
portaciones han hecho desaparecer 7,3 millones. Re-
sultado neto: 3,3 millones de empleos perdidos.

M. W.: Esas cifras no significan nada y me gustaría

explicar por qué, pero antes debo abordar la cuestión de
las desigualdades en general. Ha planteado usted una
serie de problemas referentes a las empresas: en
especial a los procedimientos de reducción de personal
y el papel que desempeñan en la creación de empleo.
Desde mi punto de vista, son problemas secundarios. El
papel del sector de los servicios está muy exagerado,
aunque solo fuese porque las grandes empresas nunca
han empleado a muchas personas y siguen aplicando
esta política.
S. G.: Lo que no les impide figurar con más del 30% en
el PIB mundial.

5 población mundial. Hay también zonas importantes del
¿Son las desigualdades fruto de la
globalización?
M. W.: Volvamos al problema de las desigualdades
mundiales. Abarcan dos aspectos. En primer lugar, el
foso entre los ingresos medios en las sociedades más
ricas y las más pobres se ha agrandado progre-
sivamente, decenio tras decenio, durante los dos últimos
siglos. No es nada nuevo. Las estadísticas de que
disponemos sobre esta cuestión revelan que este foso se
agrandó más en el siglo xix. Los países hoy
industrializados, es decir, primeramente el Reino Unido,
pronto alcanzado por el conjunto de Europa y después
por Norteamérica, y luego, tras la guerra, por algunos
países asiáticos, han conocido un aumento sumamente
rápido pero además regular de los ingresos por habitante
durante la mayor parte de los dos últimos siglos. Con el
tiempo, cada vez más países llamados emergentes han
emprendido este proceso de recuperación y, en cada
etapa, han experimentado en su conjunto un crecimiento
más rápido que en el período precedente; pero como el
foso se agranda, hace falta más tiempo para que se pro-
duzca una convergencia. En el momento presente,
podemos decir que se ha producido una convergencia de
los ingresos medios más elevados en un cierto
¿Son las desigualdades fruto de la globalización? 67
número de países que engloban a una sexta parte de la
mundo, sobre todo en África, donde se puede afirmar que
el proceso de crecimiento moderno como tal no ha
comenzado. Es interesante preguntarse por qué. Podemos
buscar la causa en una combinación en que han
intervenido capitales sociales y humanos, los recursos
que esos países poseían y, con excesiva frecuencia, las
estrategias políticas que habían adoptado. El resultado es
que, en datos brutos, el foso entre los niveles medios de
vida de los ricos y los pobres se ha agrandado un poco
más. Pero la proporción de la población mundial que vive
con dos dólares al día se ha reducido claramente durante
este mismo período.
Por tanto, no discuto la existencia de ese foso: la
cuestión es saber si es resultado de la globalización. En
cierto sentido, la respuesta es que sí. La integración
económica internacional desempeña un papel importante,
pero no es el único factor de los que necesitan los países
que desean gestionar un proceso de crecimiento. Es
evidente que muy pocos países han conseguido gestionar
un crecimiento duradero sin apoyarse ampliamente en los
intercambios internacionales. Los que han podido
explotar esas oportunidades han experimentado un
crecimiento relativamente rápido. Por consiguiente, la
globalización tiene una función importante en el sentido
de que, sin ella, es probable que los países desarrollados
no lo estuviesen tanto como lo están hoy día, y esa es la
68 La globalización liberal
causa principal del foso entre los ingresos a escala
mundial.
En segundo lugar, el análisis de las desigualdades a
escala planetaria, entre individuos u hogares, no es nada
fácil, porque es preciso encontrar un medio de evaluar
la distribución mundial de los ingresos y es difícil
determinar los elementos pertinentes, que dependen
mucho del sistema de medida que se utilice. Uno de
estos indicadores nos muestra que a lo largo de estos
veinte últimos años, por primera vez desde hace dos
siglos, la distribución mundial de los ingresos ha
mejorado netamente.
El motivo de este aumento, según este indicador, es
que la distribución mundial de los ingresos se debe a
dos procesos diferentes. El primero es la evolución de
los ingresos medios relativos entre las naciones, y el
segundo el cambio de redistribución de los ingresos
dentro del país. A lo largo de los veinte últimos años, la
redistribución de los ingresos medios de los países (en
función de su peso en la población mundial) se ha
vuelto más igualitaria. Esto se debe sobre todo a que
China y la India han conocido un crecimiento
visiblemente más rápido que el Norte, generado por
reformas encaminadas hacia una liberalización mayor.
Por eso yo diría que no existe relación entre la
globalización y un crecimiento general de la
desigualdad a escala mundial, sino que más bien
ocurriría lo contrario. China y la India contienen entre
las dos casi el 40% de la población mundial, y el hecho
de que hayan tenido un creci
¿Son las desigualdades fruto de la globalización? 69
miento más veloz que el resto del mundo, incluidos los
países del Norte, tiende a colmar el foso a escala mundial
en términos comparativos de la redistribución de los
ingresos entre los países densamente poblados.
En el plano interior, la situación de los países es más
complicada. Es innegable que, en algunos países en vías
de desarrollo, las desigualdades de ingresos se han
reducido desde hace veinte años. En China, esas
diferencias se atenuaron en los años ochenta y volvieron
a aumentar en los noventa, lo que es tanto más importante
a causa del peso enorme que representa este país en el
mundo. Sin embargo, no hemos presenciado una
tendencia general a aumentar en los países en vías de
desarrollo. Es también obvio que existe una correlación
entre la tasa de crecimiento de los países y su capacidad
de explotar las posibilidades que les ofrece la economía
mundial. En este caso, los países de débiles ingresos per
cápita reducen globalmente sus desigualdades. China es
el ejemplo más contundente.
En conclusión, el foso entre los más ricos y los más
pobres se ha agrandado porque un gran número de países
no han sabido explotar las posibilidades de crecimiento
que se les presentaban. De modo que es falso que
hayamos asistido a una catástrofe en términos de
redistribución mundial de los ingresos durante los dos
últimos decenios, en parte porque las poblaciones del
Norte están afectadas por lo que ha sucedido en sus
países, y en parte porque, cuan-
 70
do se estudian los países del Sur, descubrimos en ellos
un número muy grande de pobres. Ya eran in-
creíblemente numerosos en la década de los setenta,
incluso más, proporcionalmente; pero al menos en
términos de esperanza de vida y de alimentación, es
totalmente evidente que la población de personas que
viven en la pobreza extrema ha disminuido en el Sur.
S. G.: Es evidente que el foso se ha agrandado desde
el siglo xviii. Lo que hay que saber es con qué rapidez
continúa agrandándose, y a partir de qué punto esta
diferencia empezará a tener un impacto visible en el
plano social- y ecológico. En el siglo xviii, el foso entre
el 20% más rico y el 20 % más pobre era de 2 a 1: hoy es
de 82 a 1. ¿Hasta dónde pueden crecer estas
desigualdades en el mundo sin provocar grandes
sublevaciones, y cómo debemos comportarnos ante este
problema? Todos los países desarrollados actualmente,
es decir, Norteamérica, Europa, Corea, Japón, en suma,
todos los países que han conocido un crecimiento real,
han llegado a este resultado practicando un
proteccionismo al menos parcial, con gastos gestionados
sectorialmente por sus gobiernos, o ayudas alimentarias
colosales de los Estados Unidos, como en el caso de
Corea y de Taiwan; pero en todos los casos, en el marco
de una política pública que no tiene vigencia hoy día.
Los países ya no pueden practicar el proteccionismo se-
lectivo, ni proteger una industria incipiente, ni sub-
¿Son las desigualdades fruto de la globalización? 71
vencionar una u otra actividad, un bien de consumo. Los
ajustes estructurales han agravado la destrucción de
muchas cosas de las que la gente extraía una parte de sus
ingresos. Por eso es aberrante considerar solo la
redistribución de los ingresos, porque numerosos bienes o
productos hasta hace poco gratuitos, pues los tomaban de
la naturaleza o procedían de redes sociales, o eran
gratuitos por decisión política, han desaparecido.
¿Cuántas personas han perdido sus tierras, personas
que conseguían en mayor o menor medida subsistir
gracias a su trabajo, sin pasar por el circuito del dinero?
Centenares de millones de campesinos han perdido su
parcela para constituir la primera gran oleada de
migración entre los campos y las zonas periféricas
urbanas. Los más afortunados se las han arreglado en las
zonas urbanas antes de emigrar hacia el Norte, pero
centenares de millones no son sino personas desplazadas.
Han perdido, por tanto, la importante ventaja de poder
mejorar su alimentación que poseían antiguamente en el
campo.
Salvo excepciones, las escuelas y la atención sa-
nitaria forman parte de las exigencias actuales del Banco
Mundial, bajo la rúbrica de «recuperación de costes». Los
gobiernos no están ya autorizados a subvencionar los
productos básicos como el aceite alimentario, los cereales
más corrientes, el carburante. La prohibición es formal.
En Cochabamba, Bolivia, la compañía privada a la que se
había confiado
72 La globalización liberal
la distribución del agua quiso triplicar el precio, lo que
habría amputado en un 50% los ingresos de la gente. No
es de extrañar que salieran a la calle y que hubiera
habido muertos. Por consiguiente, no solo debemos
hablar de desigualdad en términos cuantitativos, sino de
la manera como los países desarrollados han alcanzado
el estadio en que se encuentran, para saber si los países
que luchan para salir adelante podrán emplear los
mismos métodos. Y lo que es más, esos países no
siempre han tomado sus decisiones políticas importantes
con plena independencia, como le ocurrió a la India
cuando, demasiado endeudada, tuvo que plegarse
finalmente a las exigencias del FMI. El problema
consiste en que nunca hasta ahora ha habido más
riqueza en el mundo, pero nunca antes han existido, en
cifras absolutas, tantos pobres y desesperados. Siempre
puede usted decir que era peor en 1800, cuando la po-
breza afectaba al 9o% de las poblaciones, pero los
métodos que permitieron a los pueblos del Norte ad-
quirir su estatuto actual no son ya aplicables en el Sur.
No es una simple cuestión de ingresos; se trata
asimismo de saber lo que se le ofrece a la gente a nivel
individual. ¿De qué recursos totales disponen, incluidos
los recursos ecológicos, los sociales y los «bienes
comunes»? ¿Tienen, por ejemplo, que pagar para enviar
a sus hijos a la escuela? ¿Tienen que pagar sus gastos
médicos?
¿Son las desigualdades fruto de la globalización? 73
M. W.: Algunas de estas cuestiones están relacio-
nadas con el tema de su obra satírica, El informe Lugano,
y el tema de la población.
Quisiera recalcar dos puntos antes de hablar por
extenso de los ajustes estructurales.
En primer lugar, el proceso de desarrollo procede de
un doble fenómeno de evicción-atracción: en todos los
países desarrollados, el aspecto central de este proceso ha
sido la reducción de la proporción de campesinado en la
población, la pérdida de contacto entre los individuos y
sus orígenes rurales, la urbanización y la
industrialización. En todos los países en rápido
desarrollo, este proceso -temible cuando concierne a
poblaciones importantes y fuente de no pocos trastornos
sociales en la Europa del siglo xix- ha generado
enormes rupturas sociales y grandes tensiones políticas.
Considero que se trata sobre todo de un fenómeno
más de atracción que de evicción: en China, no se puede
decir que los campesinos hayan perdido sus tierras, en
particular desde la muerte de Mao, en que estas les
fueron devueltas después de la gran reforma agraria
nunca realizada en favor del campesinado, sino más bien
que personas que tenían muy escasas posibilidades de
sobrevivir, posibilidades en ocasiones casi nulas en la
agricultura, abandonaron masivamente los campos en
busca de un trabajo en la ciudad. La gran causa de las
desigualdades crecientes en China reside en el hecho de
que el control muy estrecho de esas migraciones creó un
estatuto privilegiado
74 La globalización liberal
para determinadas zonas urbanas y redujo las posi-
bilidades de quienes abandonaban las comunas agrí-
colas. Considero que se trata de un fenómeno de
atracción, no de evicción, puesto que fundamentalmente
la gente desea abandonar su granja. Prefiere el modo de
vida asociado a la industria, las oportunidades que
ofrece de ganar dinero. Es un proceso que ocasiona
muchos daños y que nos incomoda, pero lo provocan los
más profundos deseos humanos.
El segundo punto esencial es que todos los indi-
cadores importantes, como la esperanza de vida, las
estadísticas alimentarias, la proporción de la población
que sabe leer y escribir, inducen a pensar que, en la
mayoría de los países que tienen un crecimiento
correcto, los beneficios los comparte un gran porcentaje
de la población. Es totalmente obvio que el incremento
de los ingresos no es especialmente perjudicial para los
pobres.
Aún más, no es evidente que los bienes subven-
cionados, en principio proporcionados por los gobiernos
antes de la adopción de los ajustes estructurales, hayan
sido realmente puestos a la disposición de los pobres.
De hecho, en muchos países -y la India es el que mejor
conozco y que constituye el depósito más grande de
pobreza extrema del mundo- la principal característica
de la enseñanza gratuita era que no se podía acceder a
ella. Era un mito.
S. G.: Quisiera comentar lo que usted llama factores
de atracción que harían que la gente quiera
¿Son las desigualdades fruto de la globalización? 75
abandonar su pueblo. Usted también querría marcharse
del suyo si se viera reducido a la condición de aparcero
obligado a entregar la mitad de su cosecha al propietario,
y si este pudiese de pronto emplear las técnicas de la
revolución verde, en la India, por ejemplo, porque estaría
en condiciones de pagar los productos de la industria y
descubriría que la tierra que usted trabaja posee, en
definitiva, cierto valor. Es grande el riesgo de que se la
arrebate y le diga que se vaya a trabajar a la ciudad.
Cierto es que a algunos no les atraen quizás las luces de
la ciudad, pero sí existen factores de evicción, como por
ejemplo la concentración de tierras, la negativa absoluta
de la mayor parte de los Estados a instituir cualquier
cosa que se asemeje a una verdadera reforma agraria, la
imposibilidad de llevar una vida decente en el campo.
Algunas regiones como Kerala, en la India, que hicieron
hincapié en la educación y la sanidad para todos, han
obtenido un auténtico éxito. Es ante todo una cuestión de
calidad de vida: si se hace imposible la vida en las zonas
rurales, es natural que la gente quiera emigrar de ellas.
Sin embargo, ha hecho usted una comparación con los
países en que se han tomado disposiciones en favor de la
población rural, como ocurrió durante mucho tiempo en
Corea y Taiwan.
M. W.: Quisiera comentar el caso de Kerala. Es un
ejemplo formidable del fruto de una política social en un
marco de bajos ingresos. Aunque sin duda
 76 La globalización liberal

ha habido resultados excepcionales en educación y

formación, su desarrollo económico ha sido extra-
ordinariamente lento, y no por ello deja de exportar
mucha mano de obra, tanto al Golfo como al resto de la
India. No se puede, por tanto, afirmar que ha evitado el
factor de evicción gracias a sus maravillosas
disposiciones políticas.
Una cosa más. La India ha vivido una reforma
agraria después de la independencia. Desde entonces se
ha producido una cierta concentración de tierras, en parte
a raíz de la revolución verde, pero las tecnologías
aplicadas por ella eran el único medio de que el país
comiera hasta saciar el hambre: de lo contrario, habría
que haberlo abandonado a su suerte. En la India, donde
la tierra está bastante ampliamente repartida, y habida
cuenta el poder que tiene el campesinado hacendado, es
políticamente imposible redistribuir las tierras. El
resultado es que el subcontinente cuenta con una enorme
población de trabajadores agrícolas sin tierra; el gran
fracaso y la causa principal de la pobreza allí son que, a
diferencia de otros países que han conocido un desarro-
llo acertado, la India ha optado conscientemente (y sigue
haciéndolo) por no crear industrias que necesiten mucha
mano de obra, motivo por el cual esos trabajadores
agrícolas han permanecido casi siempre en las zonas
rurales, con niveles de salarios muy bajos.