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Juan Pablo Viscardo y Guzmán defensor de la gesta de

Túpac Amaru
Hugo Vallenas

Izq: Monumento en Lima a Juan Pablo Viscardo y Guzmán


Der: Imagen de Túpac Amaru II por Milner Cajahuaringa

El gran líder revolucionario de la emancipación del Perú, José Gabriel Condorcanqui


Túpac Amaru II, nació en Surimana el 19 de marzo de 1741 y murió bajo crueles
suplicios en la plaza del Cusco el 18 de mayo de 1781.
Pero su movimiento revolucionario dejó honda huella y fue motivo de interés mundial
incluso en sus momentos iniciales.
Aquí podemos consultar cómo se apreciaba esta revolución en Europa muy pocas
semanas después de los sucesos y cómo era motivo de preparativos de apoyo.
En la carta que se transcribe a continuación, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, el prócer
de la emancipación hispanoamericana, nacido en Arequipa en 1748 y que fue
sacerdote jesuita, expulsado del país en 1767, autor de la magistral Carta de los
españoles americanos (escrita hacia 1791 y publicada después de su muerte por
Francisco de Miranda, en 1799), solicita al cónsul británico en Livorno, John Udny
(1755-1802), su mediación para que Inglaterra organice una expedición militar que
ayude a la revolución de Túpac Amaru ingresando al continente por el Río de la Plata.
Viscardo se ofrece a participar en dicha expedición.
Un detalle interesante de la carta es que Viscardo y Guzmán cuenta con informes que
le aseguran que la gesta de Túpac Amaru es un movimiento revolucionario nacional y
no exclusivamente indígena. Dice en la carta: «No quisiera que V. S. se figurase que
estas clases actúan separadamente […] estoy seguro de que Túpac Amaru no se habría
levantado sin contar con un poderoso partido entre los criollos».
Esta carta fue escrita originalmente en italiano y formó parte del legajo de documentos
que Viscardo dejara en manos de Rufus King, diplomático estadounidense acreditado
en Londres, quien entregó los documentos al prócer venezolano Francisco de Miranda.

1
Desde entonces ha sido muy poco divulgada, hasta que el historiador César Pacheco
Vélez la incluyó en un volumen dedicado a Viscardo y Guzmán en la Colección
Documental de la Independencia del Perú en 1975. Debemos una nueva compilación al
historiador Percy Cayo Córdova, que publicó el Fondo Editorial del Congreso del Perú
bajo el título Juan Pablo Viscardo y Guzmán-Obra completa en 1998.
Hemos cotejado la versión italiana y la española fijando notas a pie de página allí
donde puedan darse dudas.
Dicho todo esto, leamos con atención la carta:

** ** ** **

« Massacarrara, 30 de septiembre de 1781

Ilustrísimo y muy respetable señor:

No hay ninguna duda sobre la gran revolución acaecida en el Perú. Inglaterra nos
anunció las primeras chispas de este incendio; cartas particulares de América dignas
de todo crédito ya por el carácter de las personas que escriben como por el de aquellas
a quienes son dirigidas, nos han informado de los detalles a medida de los
acaecimientos. Desde hace seis meses de Buenos Aires, Tucumán, Paraguay, Chile,
Quito, de Perú y también de México han llegado nuevas cartas, a pesar de la
prohibición hecha por el gobierno en las provincias en que guarda el poder, de escribir
sobre este asunto. En España son conocidas por todo el mundo y el gobierno,
queriendo aminorar la impresión que tal desastre debe causar, ha publicado relaciones
que confirman su existencia.

Esto supuesto, vamos a ver cuáles serán el fin y las consecuencias de los presentes
tumultos. Yo hablaré según los conocimientos que puedo tener de esos lugares
habiendo yo nacido y vivido allá hasta los 20 años de edad; y no habiendo perdido
nunca de vista mi pueblo natal, puedo lisonjearme de haber, durante mi larga
permanencia en Europa, ratificado en gran parte las ideas de mi juventud adquiridas
en los diferentes países en que viví, Arequipa, Cusco, Lima, etc.1, habiendo viajado
más de 300 leguas y hecho por siete años mis estudios en Cusco, único lugar en que
se puede adquirir una idea verdadera del Perú y donde aprendí mediocremente la
lengua peruana.

Digo pues que los vejámenes inferidos a esos pueblos no han hecho más que acelerar
una revolución que sin duda se habría producido por cualquier motivo que hubiese roto
el equilibrio entre las diferentes razas que forman la población del Perú, cuyo recíproco
celo suspendía los efectos del disgusto y resentimiento que cada una tenía contra el
gobierno. Los criollos, o sea españoles nacidos en el Perú, desde hace largo tiempo
alimentan un resentimiento secreto por estar olvidados por la corte, excluidos de los
empleos públicos, obstaculizados en sus negocios comerciales; ellos veían cada día a
los europeos conseguir los honores y las riquezas por los cuales sus padres habían
vertido mucho sudor y sangre sin que la ilustre nobleza de que muchos de ellos
pueden con razón alabarse, los sustrajese al desprecio insultante de los europeos, etc.

Todas las demás clases mixtas estaban perfectamente de acuerdo y aún superaban a
los criollos en esta antipatía por los españoles europeos. Muchas veces el imperio
español hubiera sido puesto en peligro si los criollos ─que creían contraer una mancha

1
En la carta original en italiano, Viscardo denomina «países» a esas localidades peruanas. Dice
textualmente: « […] nei differenti paesi dove soggiornai, Arequipa, Cuzco, Lima ecc.»

2
indeleble para su honra al traicionar a su soberano ─ no hubiesen contenido con su
autoridad y también con su fuerza, los ímpetus de los mestizos, los mulatos libres, etc.
Estos siempre han guardado un respeto y un amor tan grandes hacia los criollos que
en cualquier ocasión a una señal se hubieran sacrificado por ellos. Demasiado largo
sería mencionar ejemplos y aducir los motivos. Estas clases se consideran a sí mismas
como una ramificación de los criollos, ellos hacen ostentación de ello y se creen unidos
a su suerte. Los criollos y las clases mestizas igualaban en el Perú más o menos en
número a los indios; pero los primeros, más ilustrados, más robustos, más intrépidos y
menos vejados que estos últimos, guardan sobre ellos un ascendiente tan grande que
les hubiera resultado imposible liberarse de la depresión en que estaban.

Respecto a los indios hace falta observar que su odio estaba dirigido principalmente
contra los españoles europeos, quienes tenían el poder de vejarlos. Por lo tanto los
indios los llamaban con el nombre de Aucca, Guampo, esto es, enemigo, extranjero;
contra estos en cada ocasión manifestaban su odio; recuerdo la sublevación de Quito
del año 64 cuando los indios y los mestizos iban buscando a los europeos hasta en las
sepulturas de las iglesias, donde nunca hicieron injusticia a ningún criollo aunque
muchos de ellos habían tomado las armas para apoyar la autoridad real. Ellos en el
calor de la sublevación, proclamaron rey al conde de etc., criollo. Se sabe bien que
dicha sublevación fue aplacada gracias a los jesuitas.

Los criollos lejos de ser aborrecidos eran respetados e inclusive amados por muchos;
los indios los llamaban Viracocha, nombre de un inca suyo. Nacidos entre los indios,
lactados por sus mujeres, hablando su lengua, habituados a sus costumbres y
naturalizados al suelo por la estancia de dos siglos y medio y convertidos casi en un
mismo pueblo, los criollos, repito, no tenían sobre los indios más que una influencia
benéfica. Maestros de los indios en la religión, los párrocos y los sacerdotes, criollos
casi todos, siempre estaban enfrentados con los gobernadores españoles para proteger
a los indios; las casas de los criollos eran un asilo seguro para quienes, admitidos en la
servidumbre doméstica, encontraban una suerte agradable y muchas veces
afortunada. Observen bien, al fin, que los criollos, ya no siendo los intrépidos
conquistadores que todo sacrifican a la sed del oro, ni siquiera los que sucesivamente
son transportados por la misma pasión o esos remotos climas, son por lo tanto más
dóciles a las voces de la naturaleza y de la religión.

He aquí el cuadro del Perú en el estado en que lo dejé en el año 68; en él se ven las
causas que debilitaban los motivos de recíproca desconfianza entre los pueblos y que
al mismo tiempo estrechaban entre ellos nuevos vínculos. A partir de aquella época
todo ha concurrido a fortificar tales vínculos y a reunir todos los ánimos en un mismo
sentimiento: sacudir un yugo por todos aborrecido. La expulsión de los jesuitas, los
vejámenes al clero secular y regular, el cambio de gobierno político, puesto todo en
manos de europeos inexpertos, quienes sustituyeron a los criollos injustamente
despojados de sus cargos, los lamentos repartidos por toda América de más de 600
criollos retenidos en Madrid, despreciados, desengañados en sus pretensiones, y
obligados, después de haberse arruinado en la corte, a regresar con el corazón lleno de
hiel; finalmente un visitador déspota enviado al Perú para consumar la ruina de esos
pueblos merced a nuevos agravios 2 sobre los que ya informé a V. E., son las causas
que han hecho conocer sucesivamente a esos pueblos que no había para ellos otra
salud que librarse del dominio español.

2
Dice en italiano: «finalemente un visitatore déspota mandato al Peru per consomare la rovina de quei
popoli, mercé i nuovi aggrav […] ». Se refiere al visitador José Antonio de Areche.

3
Los primeros fueron los mestizos y los mulatos libres, atacados personalmente en lo
más vivo al obligarlos a una capitación para ellos infamante y onerosa; luego los
criollos que como los más ricos llevaban el mayor peso de las nuevas imposiciones; al
fin los indios.

No quisiera que V. S. se figurase que estas clases actúan separadamente, antes bien
imagine conmigo que tales forman un todo político en que los criollos, por las razones
ya dichas, tienen el primer lugar, las razas mestizas el segundo y los indios el último.
Estas son verdades de hecho confirmadas por los acontecimientos: obsérvese que,
después de la primera sublevación ocurrida en Arequipa, Cusco, la Paz, Huamanga,
Huancavelica, etc., que son ciudades habitadas principalmente por criollos y mestizos,
se quedaron suspendidos los negocios y estas ciudades se unieron en alianza hasta
que se acordara el sistema de gobierno. El jefe de esta alianza parece haber sido el
marqués de Valleumbroso, uno de los principales criollos así por la nobleza como por
las riquezas. No tengo duda que se habrá fluctuado mucho para fijar un sistema que
satisfaga a todos, pero estoy seguro de que Túpac Amaru no se habría levantado sin
contar con un poderoso partido entre los criollos. Las honras acordadas al marqués de
Valleumbroso, la deserción de la mitad de la tropa expedida contra él y la rapidez de
los progresos hechos por este inca, constituyen pruebas seguras de estas suposiciones.
Diversamente no llego a entender cómo los indios, viviendo promiscuamente con los
criollos, provistos de armas, sin luces, etc., han podido vencer en todo lugar a los
españoles, los criollos, los mestizos, etc., que tenían todas las calidades y los
instrumentos necesarios para hacer su fuerza muy superior a la de los indios.

En este momento las gacetas nos anuncian que el jefe de escuadra Johnstone ha
entrado en el río de la Plata con 3 mil hombres de desembarco. No quepo en mí de
alegría al ver a los ingleses en posesión del sitio más importante, por el cual solamente
los españoles podían atacar al Perú con alguna esperanza de buen éxito. Este
acontecimiento nos revela la conducta próvida de los ministros muy avisados de Gran
Bretaña.

Aquí daré término a mis reflexiones para pasar a decir a V. S. un pequeño ensayo de lo
que, a mi juicio, nacería de esa revolución y de la ayuda ofrecida al Perú en un
momento tan conveniente. Toda la América meridional, desde el istmo de Panamá
hasta Buenos Aires, se separará del dominio español; todas las provincias limítrofes
del Perú tienen tanta subordinación que teniendo las mismas razones de disgusto
deben seguir su ejemplo.

Si estos pueblos están provistos de armas suficientes y por oficiales capaces no tienen
que temer la potencia borbónica; la distancia, y la situación de los lugares, el número
y la valentía ya experimentada de los insurgentes, garantizan mi afirmación.

El Perú, incluidas las provincias de Quito y Tucumán que en un tiempo formaban un


mismo imperio en que hasta hoy se habla la lengua peruana; el Perú, digo yo, tiene
que contener más de siete millones de habitantes de todas las razas. ¿Con qué fuerzas
se podrá empezar la conquista de esos pueblos, o sea, ¿con qué razones se podría
persuadirlos a la reconciliación? Pues esa fuente de riqueza acabó para siempre para
España y por largo tiempo solamente Inglaterra gozará sus productos; no es fácil
calcular las sumas que le vendrían del Perú: basta que V. S. considere las riquezas de
cada año transportadas por los navíos de registro y las sumas considerables que sólo
el comercio de contrabando producía un tiempo a los ingleses de Jamaica por su propia
confesión y que el comercio del Mar Pacífico, concedido con muchas restricciones a los
franceses al principio del siglo y ejercitado por ellos algunos años, restableció a Francia

4
de los desastres de la guerra de secesión; es conocido que sólo los mercantes de
Saint-Malo hicieron a Luis XIV un donativo de 30 millones de liras tornesas sacadas de
las ganancias de dicho comercio.

Las circunstancias presentes son sin comparación más ventajosas y sería largo hacer la
enumeración. Inglaterra pues se ha procurado las ventajas más grandes y al mismo
tiempo las ha quitado a sus enemigos. La revolución del Perú la resarcirá de los
desastres de esta guerra con ventajas que nunca hubiera esperado.

No tengo duda sobre el buen éxito de la empresa del jefe de escuadra Johnstone, pues
en Buenos Aires no estaban más de 1200 hombres de tropa regular y tres o cuatro mil
de milicias; pero como estos últimos son nativos de esos países y en Buenos Aires
prevalecía el mismo espíritu de disgustos contra el gobierno, estoy persuadido de que
muchos se añadirán a las tropas inglesas en cuanto sepan que éstas están destinadas
contra el enemigo común.

Tengo un gusto extremo al imaginarme que V. S. ya no tendrá duda alguna sobre la


realidad de la revolución en el Perú, de las inmensas ventajas que hay para Inglaterra
y que esta nación nunca tardó en aprovechar la ocasión más afortunada que se le
presentó. Recuerde V. S. la expedición del caballero Narborough bajo Carlos II y la de
Anson más reciente, hechas con este fin. Hace falta pues que Inglaterra envíe nuevos
refuerzos de tropas a aquellos lugares y aún flotas mercantiles para proveer las
mercancías que aquellos pueblos necesitan absolutamente, por la guerra que ha
impedido a España el poder enviarlas allí y también por la sublevación. Estoy seguro
de que serán afortunados los que envíen primero mercancías, pues por el
estancamiento de la plata de allí y por la necesidad de las mercancías harán ganancias
grandísimas. Ya dije a V. E. con mi boca que cada suerte de paño y sedería de lencería
y algodón, de hierro bruto y trabajado, de papel, de artículos de quincalla, etc., eran
provistas por Europa pues allá no se trabajaban más que paños rudos de lana y
algunas cantidades de algodón para los esclavos y los indios pobres; el resto de
aquellos habitantes no emplea más que lo que Europa les envía. A pesar de los
enormes impuestos de que estas mercancías están sobrecargadas, y el monopolio de
los comerciantes de Cádiz que las hacían llegar a un precio triple y cuádruple del precio
que tenían en Europa, ellos seguían teniendo buen éxito. Las armas de fuego y las
cortantes tienen en esta ocasión que venderse con mucha atención. Si V. S. tuviese la
manera de participar en las primeras cargas que se expidan al Perú, esté seguro que
sacaría mayores ganancias que en cualquier otro comercio. Los retornos de América
son principalmente plata, oro, lana de vicuña, vainilla, quina, etc.

Habiendo expuesto a V. S. lo mejor que he podido en el espacio limitado de una carta


el estado de cosas en aquella parte del mundo, paso a recordarle lo que V. S. me hizo
el honor de decirme, esto es, que si hubiera la ocasión de una expedición en el Mar del
Sur no sería puesto de lado 3. Ahora no hay duda alguna de que hace falta hacer otras
expediciones lo más pronto posible; ante todo porque el mejor tiempo para esa
navegación son los meses de noviembre y de diciembre y porque será necesario enviar
otros refuerzos de armas y mercancías antes de que salga la armada que está
preparándose en Cádiz, como se dice.

Si la pobreza de mi estado no me retuviera, yo volaría a Inglaterra y estoy seguro de


que por mis ruegos esa generosa nación no se negaría a conducirme a mi patria de la

3
Dice textualmente en la carta original en italiano «non sarei stato messo in oblio».

5
que ahora es aliada. Le ruego pues, señor, que considere las ventajas que tocarían a
los ingleses si yo los acompañara en esa gran empresa.

Mediante las lenguas peruana y francesa que entiendo y hablo mediocremente 4, yo


sería un intérprete digno de toda confianza y más cómodo para los oficiales ingleses
que generalmente no conocerán o no tendrán familiaridad con las lenguas castellana y
francesa. Mi conocimiento de las costumbres, las usanzas, los prejuicios, etc., de estos
pueblos, me hace además recomendable. El pertenecer a una familia distinguida de
Arequipa donde tengo bienes considerables y mi larga permanencia en Italia me daría
alguna influencia sobre el espíritu de mis compatriotas. Como jesuita y como criollo
nadie sería menos sospechoso que yo al nuevo gobierno ni más unido a sus intereses;
y porque en esta ocasión no es inconveniente que yo hable de mí con ventaja a
condición de que sea con espontaneidad, puedo afirmar que tal vez se encuentren
pocos entre todos los jesuitas americanos que sean más aptos que yo para el negocio
que aquí se trata 5. Además de mi estado secular que me hace apto a muchos servicios
de lo que los curas no son capaces y de otras péquelas ventajas ya especificadas,
puedo alabarme de tener conocimientos no indiferentes sobre la América meridional,
adquiridos con la lectura de buenos libros y un largo comercio con los jesuitas
ilustrados de todas aquellas provincias. El ejemplo que de mí tomarían muchos de los
jesuitas americanos que viesen que yo encuentro protección y buena recepción entre
los ingleses tiene que ser valorado. Pero no queriendo yo abusar de la paciencia de V.
S. acabo por exponerle que si yo no tuviera a la vista ventajas personales que espero
de mi calidad y de los bienes que me pertenecen, no mostraría tanto ardor por
empeñarme en una empresa difícil, dejando una pobre pero segura y tranquila
subsistencia para corree a través de peligros e incomodidades en busca de objetivos
quiméricos e imaginarios.

Si después de lo que he dicho hasta ahora resulta que Inglaterra tiene el más grande
interés por consumar la revolución del Perú, si ella no tiene que omitir nada de lo que
pueda favorecerla, si yo puedo ser útil para este intento y en fin si todo retraso podría
causar perjuicio, puedo suplicar a V. S. que decida con madurez si le es lícito en esta
ocasión facilitarme la entrada a Inglaterra sin esperar el consentimiento previo de la
corte británica, vistas las razones antes dichas y la moderación de los gastos
necesarios para el viaje.

Añado mis ruegos particulares para que V. S. al examinar mis razones escuche su
bondad a la que me recomiendo con todo mi corazón no dudando de que obrará en pro
de mi consideración el bien particular que resultará para mí. Espero con ansiedad su
contestación, dispuesto a partir para Inglaterra a la primera ocasión si tengo la suerte
de que V. S. adhiera a mi pedido.

He empleado la mano de mi hermano en esta carta para disminuir el tedio que,


además de ser largo, le produciría la calidad de la letra. Me recomiendo para el asunto
y me declaro con todo respeto de V. S. su humildísimo y muy devoto servidor.

Gio. Paolo Viscardo de Guzmán6

Massa di Carrara, 30 de septiembre de 1781».

4
Dice el original en italiano: «Mediante la lingue peruviana e francese, che intendo e parlo mediocremente».
5
Dice textualmente en italiano: «per l’affare di cui se trata».
6
El prócer pone su nombre en italiano «Giovanni Paolo».

6
Carátula de la edición original de las Carta a los españoles
americanos de Juan pablo Viscardo y Guzmán, publicada en
francés en 1799, un año después de su muerte.

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