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EL EJECUTIVO AL MINUTO
Kenneth Blanchard y Spencer Johnson
Copete:
La búsqueda
1) Concretar objetivos
3) Escribir los objetivos en una hoja sin superar las 250 palabras
4) Leer y releer cada objetivo, lo que demandará un minuto cada vez que lo haga
Pronto el ejecutivo le confió al joven que la forma de mejorar resultados era mejorar
la actuación. “Quien disfrutaba de su trabajo debía saber en forma inequívoca
cuándo las tareas habían sido buenas y cuando no. Al principio sería incómodo,
pero luego el intercambio crítico y constante sería de gran utilidad por haber hecho
una previsión de objetivos en forma conjunta”, le dijo.
Al principio, reconoció el ejecutivo, la relación con sus empleados es algo tensa. Los
perseguía incansablemente y ellos podían interpretar esa actitud como algo
sofocante o teñida de falta de confianza. Pero, muy por el contrario respecto de la
actitud habitual, el original ejecutivo los seguía con el fin de sorprenderlos “in
fraganti”, con las manos en la masa… ¡¡Haciendo algo útil y bueno para la
empresa!!
Sí, en esta firma algo alocada, no se buscaba lo malo para la reprimenda inmediata,
sino concentrarse en los éxitos de la gente. Se consideraba que un ejecutivo
ascendería más rápido y mejor cuando más elevado fuera el desempeño del
personal a su cargo.
Los elogios de un minuto también tenían ciertas características a cumplir:
Otro de los pilares del método al minuto era las reprimendas cortas, furtivas pero
muy efectivas para detectar errores y remediar conductas indeseadas. Debían,
como siempre, observarse ciertas pautas:
1) Decir de antemano a los miembros del personal que les hará saber cuando
trabajan bien o mal
2) Reprenderlos inmediatamente
6) Dar la mano o alguna palmada en la espalda para dar a entender que, pese a la
reprimenda, Ud. se halla honestamente al lado de ellos
8) Reafirmar el buen concepto que tiene de ellos, pero que esta vez no puede
elogiar su trabajo
Después de estas lecciones, el joven quiso saber por qué funcionaba el sistema.
Paso seguido, el ejecutivo le relató una historia contundente. Una vez él había
salido de la empresa, después de haber terminado el horario de oficina, y se dirigió
a una cafetería cercana. Allí jugaban bolos y se sorprendió al ver a un empleado
problemático de la firma jugando con gran entusiasmo y saltando y gritando de
alegría cuando había embocado un tiro y derribado la mayoría de los bolos. Esa
conducta y algarabía no se conocía durante sus horas de trabajo, las cuales
transcurrían con desgano y provocando frecuentes conflictos y disputas.
En ese momento sufrió una iluminación y comprendió que el empleado no era
culpable de su situación. Mas bien lo eran los ejecutivos a cargo. Si ellos no
planteaban qué se esperaba de su personal, lo más probable sería que ellos
anduviesen por su vida laboral “cómo bola sin manija”, es decir, sin saber dónde
están los bolos y dónde pegarles.
Muchas veces los directivos, por un orgullo mal entendido, guardan información, no
se comunican o simplemente piensan que cuando más errores y castigos impongan
a su personal, más reconocimiento obtendrán de sus superiores por cuidar los
intereses de la empresa. Así sólo se logrará mantener a la gente desconectada, en
su contra, y con un rendimiento bajísimo por su falta constante y creciente de
motivación. Cuanto menos disfruten y entiendan su tarea, peor la harán, y el
ejecutivo será el responsable.
Después de estas explicaciones, el joven Trenell entendió cómo funcionaba el
sistema. Le restaba aún entender por qué funcionaba tan bien en detrimento de los
métodos tradicionales.
En El Ejecutivo al Minuto, las causas del buen funcionamiento se basan en los tres
aspectos primordiales del método. En primer lugar, la previsión de objetivos. Implica
invertir tiempo en el personal, y esto es lo más importante. Un minuto dedicado a
quienes están bajo su mando contribuye a forjar una relación duradera y armoniosa.
Es fundamental, entonces, examinar objetivos, comprobar el rendimiento y adecuar
el trabajo con las tareas.
Los elogios, por otra parte, dan buenos resultados por su aplicación al aprendizaje
del individuo. Las personas adultas también necesitan estímulos mientras se les
está enseñando una nueva tarea. Sería impensable suponer que, ante el menor
tropiezo o balbuceo de un niño que comience a caminar o hablar, los padres
decidieran dejarlo librado a su suerte para que siga solo su evolución. Lo más
probable es que, al primer paso o la primera palabra, papá, mamá, tíos o abuelos lo
cubran de besos, abrazos, sonrisas y algarabía general. El niño sabrá que va por el
rumbo correcto y, poco a poco, se superará hasta llegar a la perfección.
En las empresas, excepto que contraten genios, no se podrá contar con una fuerza
laboral competente si sólo se dedican a recalcar y castigar los errores y dejar pasar
los logros sin recompensas ni halagos. El personal, hastiado y atemorizado,
recurrirá a una suerte de auto introspección. No hará nada, o casi nada. Fingirá
trabajar para cubrir las apariencias y no asumirá ningún riesgo por miedo a fracasar.
Como consecuencia, la empresa se estancará irremediablemente, convirtiéndose en
lenta y poco competitiva.
El joven de la historia, ya más satisfecho, comprendió las claves del Método del
Minuto y, finalmente, convertido en un nuevo Ejecutivo pudo aplicarlo a lo largo de
los años con la gente que él mismo formaba, logrando idénticos resultados
satisfactorios.
Esta breve y simpática historia refleja la importancia de creer en la gente ante todas
las cosas. El personal es el capital más importante, suele comentarse en muchas
empresas, pero sólo en el discurso. Este concepto, llevado a la práctica, no parece
imposible de aplicar según lo relatado en el libro. Requiere una dosis de paciencia,
otra de humor, y algo más de respeto y afecto verdadero por las personas. Estos
ingredientes, sumados a una cuota de ingenio y creatividad bien incentivadas, serán
la fórmula ideal para lograr, además de buenos resultados, un ambiente saludable y
ameno para quienes tienen la fortuna de concurrir todos los días a cumplir funciones
en cualquier lugar de trabajo.