Vous êtes sur la page 1sur 12

PREGÓN DE LA COFRADÍA DEL STO.

SEPULCRO Y
NTRA. SRA. LA STMA. VIRGEN DE LA ESPERANZA

PREGONERO: Francisco Arias García

CANILES, 19 DE DICIEMBRE DE 2009


PREGÓN DE LA COFRADÍA DEL STO. SEPULCRO Y
NTRA. SRA. LA STMA. VIRGEN DE LA ESPERANZA
CANILES, 19 DE DICIEMBRE DE 2009

Ante el cuerpo yacente de nuestro Redentor, a los pies del Santo Sepulcro,
sobrecogidos por el inefable misterio de la muerte de Cristo, con el más encendido
fervor, rezamos esta oración:

Se enciende mi pesar, Señor, al verte


ahogado en la quietud de hielo y grana
y viendo tu grandeza soberana
hundida en el abismo de la muerte.

Llorando tu silencio, Cristo inerte,


contemplo con dolor la noche humana,
que Tú, por devolvernos la mañana,
tuviste que en la nada deshacerte.

Para gozar contigo el nuevo día,


seguir tus mismos pasos hoy quisiera
y a tu lado, sufrir tu misma suerte.

Enciende en mí la luz de tu agonía


y enséñame a morir, de tal manera,
que la muerte me salve de la muerte.
(Francisco Arias)

Y a las plantas de nuestra querida Madre, la Santísima Virgen de la Esperanza,


sentimos el vehemente deseo de comprender y compartir su sufrimiento, de aliviar su
inmenso dolor. Y de nuestros labios, temblorosos y emocionados, brota esta plegaria:

Los más hondos y sutiles


latidos de tu pesar
quiero en mi alma guardar,
Esperanza de Caniles.
Que tus divinos perfiles
forjen en mí tu semblanza,
que me den fuerza y constancia
para vivir tu dolor,
Madre del divino Amor,
mi Virgen de la Esperanza.

2
Hoy, mi corazón, cansado
del fracaso y la tristeza,
contemplando tu belleza,
quiere olvidar el pasado,
y recobrar a tu lado
ilusiones juveniles,
desterrando las hostiles
sombras del profundo olvido.
A tus plantas te lo pido,
Esperanza de Caniles.

Quiero gozar la dulzura


de tu inmarcesible amor,
y calmar ese dolor
que traspasa tu hermosura.
Alégrate, Virgen pura,
flor de divina fragancia,
digna de toda alabanza;
porque eres Reina y Señora,
porque Caniles te adora,
mi Virgen de la Esperanza.

(Francisco Arias)

Rvdo. Sr. Consiliario, Hermano Mayor y Junta de Gobierno, cofrades, costaleros y


costaleras de la Hermandad del Santo Sepulcro y Ntra. Sra. la Stma. Virgen de la
Esperanza.
Hermanos mayores, cofrades, amigos y amigas de Caniles, amantes todos de la Semana
Santa.

Quiero, ante todo, agradecer a Juan Antonio sus amabilísimas palabras, tan
elogiosas hacia mi persona, y atribuibles, sin duda, no a mis méritos, sino a la amistad y
al aprecio que nos unen. Muchas gracias, Juan Antonio.

Es imprescindible que las primeras palabras de este Pregón sean para mostrar
mis más profundo agradecimiento a la Hermandad del Santo Sepulcro y Ntra. Sra. la
Stma. Virgen de la Esperanza por haberme dado la oportunidad de estar aquí en estos
momentos tan entrañables y tan significativos. Para mí supone un enorme privilegio el
que mis palabras, seguramente más bienintencionadas que acertadas, suenen esta noche
entre las paredes de este querido templo, de esta iglesia de Caniles, de este ámbito
queridísimo en el que emergen con toda su fuerza mis recuerdos infantiles y recrean
ante mis ojos aquel ambiente, ya alejado en el tiempo, de natural convivencia e intensa
religiosidad, en aquellos años en que, más que nunca, este templo era la casa de,
prácticamente, todos los habitantes de nuestro querido pueblo. Cuando en las fiestas,
esta iglesia era centro de referencia y siempre se quedaba muy pequeña en las
celebraciones importantes.
Y en el aura de este templo, como una profunda caricia del pasado, cristaliza la
memoria de los seres queridos que ya no están con nosotros. Siempre que entro a esta
iglesia, mi corazón se inunda serenamente con el recuerdo de mi padre, de mi madre y
de mi hermano Juan, cuyas vidas estuvieron y estarán para siempre ligadas a Caniles y a
su iglesia. Estoy totalmente seguro de que ellos, junto con las personas queridas de cada
3
uno de vosotros, nos acompañan de una forma muy especial en estos momentos. Los
cielos han abierto, sin duda, sus ventanales infinitos para que todos los que murieron en
el Señor puedan compartir con nosotros este sencillo y cálido acontecimiento. Y
ocupando un lugar de privilegio, entre esas miradas celestiales, la más rutilante, la más
intensa, la de vuestro padre y fundador, Manolo Marín, aquel, que fue y será siempre
alma y horizonte de esta Hermandad, en la que, en todo momento, estará presente para
impulsarla con el ejemplo de su figura arrolladora de buen cristiano, de buen cofrade, de
hombre de buen corazón. Y junto a él, la presencia de su hijo Bernabé, a quien la
muerte, siempre desatenta, como dijo Miguel Hernández, se llevó demasiado pronto con
un golpe despiadado. En verdad que es doloroso, pero ¡qué buena ayuda tenéis allá
arriba! ¡Qué magnífico puente espiritual une vuestra Hermandad con los designios
divinos!
Esta referencia a los que partieron, me parece ineludible para la Hermandad del
Santo Sepulcro, para vosotros que tenéis en el centro de vuestra devoción la imagen de
Jesús yacente, de Cristo muerto. Y yo me he tomado la libertad de que este Pregón, de
alguna manera, sirva, entre otras cosas, para rendir a todos ellos el pequeño homenaje
de rememorar su presencia y de sentirlos, esta noche, muy cerca, entre nosotros; si
queréis, como si estuviesen sentados a vuestro lado. Pensad que esa imagen viva de su
recuerdo, aparte de emotiva, puede resultarnos muy reveladora, porque nos reafirma en
el convencimiento de que, igual que ellos murieron en el Señor, también todos
resucitarán en el Señor. Y precisamente, esta fe en la resurrección, considero que debe
ser esencia y fundamento de vuestra Hermandad, y, en consecuencia, es una de las ideas
que a mí me gustaría destacar esta noche.
El hecho es, queridos cofrades, que ésta es, en mi opinión, la grandeza de
vuestro carisma: mostráis la muerte de Cristo, pero unida inseparablemente a la
Esperanza, a la firme esperanza de la luz, de la resurrección, de la vida. No tiene sentido
conmemorar la muerte si no es con la mirada puesta en la Resurrección. Es cierto que
los cauces del sentimiento humano y, de forma especial la idiosincrasia andaluza, nos
invitan a vivir con mayor intensidad los pasajes de la pasión y muerte de Jesús, pero la
verdadera Pascua es la que supone el paso de la muerte a la vida. Cristo nos redime y
nos salva porque resucita. Y nos invita a cambiar, a vivir el Reino de Dios, a resucitar
aquí, en esta vida, haciendo morir todo lo negativo que hay en nosotros y resucitando
como personas nuevas, dispuestas a vivir la luz del nuevo día. Eso es lo que
verdaderamente hemos de conmemorar en la Semana Santa. Y es curioso que, aquí en
Caniles, desde siempre se haya celebrado de forma destacada y muy participativa la
fiesta de la Resurrección, algo que no es lo usual en la mayoría de las parroquias. Junto
a vuestra solemne procesión del Viernes Santo, conservo entre mis recuerdos más
preciados esa fiesta multitudinaria, esa tradición única y brillante de la misa de
Resurrección de Caniles, con la entrada de los populares “armaos”, y la participación
decidida de un pueblo que, como de costumbre, abarrotaba la iglesia. Una fiesta que,
como me habéis contado, después perdería parte de aquella alegría y naturalidad, debido
a los excesos de algunos.
Y precisamente por eso, por la especial conjunción de luz y vida, de muerte y
esperanza, que vosotros hacéis patente, no ha de resultar extraño que una Hermandad de
Pasión como la vuestra celebre su Pregón con motivo de un día tan especial como es la
festividad de la Esperanza, en unas fechas, por otra parte, tan cercanas a la Navidad. Y
también, por eso, no resultará difícil lo que quiero pediros a continuación. Se trata de
que, en este momento, desde aquí, nos traslademos a la noche del Viernes Santo. A esa
hora culminante de la Semana Santa en que realizáis vuestra estación de penitencia.
Bastará con que entornéis los ojos y dejéis correr vuestro sentimiento cofrade por las

4
calles entrañables de Caniles. Un latido redondo de tambores, traspasado por lamentos
de corneta, recorre las horas transparentes de la noche. La inmensa luna de plata se
prepara y se asoma devota a los aleros de las calles de Caniles, dispuesta a colmarse con
el fervor del desfile del Santo Entierro. Estamos justo en el momento en que vuestra
Hermandad comienza a salir de la iglesia. El pueblo entero se estremece. En la puerta, a
la vista de todos, aparece el Santo Sepulcro. Es el Hijo de Dios, hundido en el abismo
de la muerte, el que va a teñir de luto y dolor las rectilíneas calles canileras, que se
rendirán, amorosas y calladas, a la grandiosidad del misterio. Una cadena fervorosa de
negro, blanco y rojo, acompaña el cuerpo inerte del Redentor. En medio de la gente,
contemplamos con devoción el cuerpo de Cristo y nos acercamos en silencio al
Sepulcro. Nuestros ojos ansiosos buscan la mirada sin vida de Jesús, y de nuestros
labios, desolados y temblorosos, brota esta oración:

No cierres, Señor, los ojos


que la noche más oscura
caerá sobre nosotros.

Tus ojos son luz y guía


que alumbran nuestro camino,
y si dejas de mirarnos,
nos sentiremos perdidos.

En tus ojos están puestas


todas nuestras esperanzas,
y nada conseguiremos
sin la luz de tu mirada

No cierres, Señor, los ojos


que la noche más oscura
caerá sobre nosotros.

¿No ves, Señor, que nos dejas


desolados, confundidos,
desamparados y a oscuras
en las sombras del olvido?

No te vayas, buen Jesús,


no abandones a tus hijos,
que si dejas de mirarnos,
perderemos el camino.

No cierres, Señor, los ojos


que la noche más oscura
caerá sobre nosotros.
( Francisco Arias)

Pero Jesús, no puede ya mirarnos. Un sentimiento de culpa nos abruma. Porque


sabemos que Él muere por nosotros, y que no hay mayor prueba de amor que dar la vida
por la persona que se ama. Y, sin embargo, qué mal le correspondemos. Cuántas veces

5
los avatares de la vida nos empujan a olvidarnos de la muerte de Jesús, y actuamos
irresponsablemente, como si no la sintiéramos, como si hubiera sido inútil para
nosotros. Y nos perdemos en el naufragio de esta sociedad descreída que nos envuelve,
de este mundo egoísta, en el que el YO está por encima de todos los principios, y el
tener y el poder oscurecen todos los horizontes. En este mundo que disfruta haciendo la
guerra, siempre que esa guerra esté bien lejos de los países que la organizan, claro está;
un mundo que parece haberse olvidado de la fraternidad, de la solidaridad, del
compartir… En este mundo en el que la palabra AMOR ha perdido su significado, ya
que ha quedado relegada meramente al aspecto de las relaciones de pareja, y si la
utilizamos en un sentido más amplio, nos suena como si fuera una palabra cursi, o ñoña,
vacía de significado. Todo ello nos hace pensar, al paso del Santo Sepulcro, si no
seremos nosotros como balcones de piedra que ven pasar insensibles el cuerpo yacente
del Redentor, indiferentes a la injusticia, a la pobreza, al hambre y a la violencia que
inundan el mundo y nos rodean cada día… Pero no, no puede ser así; al menos, no
queremos que sea así; la muerte de Cristo nos golpea la conciencia y algo se mueve en
lo más profundo de nuestro corazón, del que nace esta plegaria:

Padre nuestro,
que estás en la Tierra,
soportando sin ninguna esperanza
la cruz de la miseria.

Padre nuestro,
que estás en la Tierra,
sufriendo resignado y en silencio,
la cruz de la violencia.

Padre nuestro,
que estás en la Tierra,
viviendo en tus entrañas, cada día,
la tortura de la guerra.

Padre nuestro,
que estás en la Tierra,
caminando sin descanso
por la más penosa senda,
víctima de la ambición,
del desprecio y la soberbia,
del rencor, de la injusticia,
del hambre, de la pobreza…

Padre nuestro, maltratado,


en la inocencia de un niño.

Padre nuestro, abandonado,


ángel por siempre caído,
sin vislumbrar ni un instante
el más leve paraíso,

6
Padre nuestro, despreciado,
enfermo, humilde, indefenso,
sin tener otra esperanza
que la de mirar al cielo…

Padre de todos los que sufren,


¡venga a nosotros tu Reino!

(Francisco Arias. De su libro “Nunca el olvido”)

Y de pronto, el silencio de la noche abre sus ojos y se llena de luz. En la puerta


de la iglesia está el norte de nuestra devoción, la Reina de los cielos, la Reina de
Caniles, la Madre de todos: la Virgen de la Esperanza.
Ella anuncia el triunfo de la vida sobre la muerte. El triunfo de la luz sobre las
tinieblas. Acompaña al cuerpo yacente de su Hijo amado y sufre el dolor más inmenso,
pero Ella es la Esperanza, la certeza de que se cumplirán en nosotros los planes divinos
de la Redención. Ella es el alba que anuncia el nuevo día en la noche silenciosa y
doliente del Viernes Santo. Como faro de salvación, la Virgen de la Esperanza se asoma
a su pueblo querido de Caniles, y una vez más, se deja abrazar por las fervientes
miradas de su gente austera, noble y decidida. Ella inunda de amor y de ternura las
generosas calles de Caniles, de este su pueblo, que se extiende, como un sueño infinito
del tiempo y de la historia, por la ladera de la hermosa sierra.
Nos quedamos absortos contemplando la belleza del paso de palio, que como
celestial barco de plata, se dispone a realizar su andadura, mecido en el fervor de los
costaleros, fervor que es un mar inmenso de amor que sufre y goza bajo las trabajaderas
para levantar hasta el cielo a su querida Virgen de la Esperanza. Ya en la plaza, después
de una sorprendente y esforzada salida, el trono se detiene para recibir el abrazo de
Caniles y la Señora de la Esperanza reparte generosamente su amoroso consuelo. Y
sentimos que algo nos estremece, que la esencia espiritual de la noche nos traspasa y
nos eleva; sentimos que:

El cielo se ilumina dulcemente,


robándole matices a la aurora;
la plaza de la iglesia calla y llora,
y la noche se vuelve transparente.

¡Qué belleza de paso refulgente!


¡Qué esplendor, que arrebata y enamora!
¡Qué delirios enciende la Señora
cuando avanza amorosa entre su gente!

¡Qué pasión contemplar esa dulzura


del rostro virginal que tanto quiero,
traspasado de amor y de amargura!

“Por favor, ten el paso, compañero,


Déjame disfrutar de su hermosura,
Despacio, más despacio, costalero”.

(Francisco Arias)

7
Y tras esta referencia al costalero, con el trono detenido en la puerta de la iglesia,
quiero aprovechar ese momento para rendir un sencillo homenaje a los costaleros y
costaleras de Caniles, y muy especialmente a los que tenéis la suerte de llevar sobre
vuestros hombros a Ntra. Sra. la Virgen de la Esperanza. Nunca un pregón estará
completo si no ensalza la labor de costaleros y costaleras como un elemento
fundamental de nuestra Semana Santa. Podéis estar seguros de que vuestro trabajo
supone un enorme privilegio. Vuestro esfuerzo tiene un valor inmenso; vosotros sois los
pies de Dios, los pies de la Madre del Cielo, dais vida y alma a sus imágenes y colmáis
nuestras ansias con vuestro cadencioso y sufrido caminar. Y por eso, como pequeña
muestra del agradecimiento de todos y del mío propio, quiero cantar la grandeza de
vuestra labor ofreciéndoos este poema que compuse hace ya algún tiempo. Se llama El
pequeño costalero y dice así:

Porque es mi Virgen del alma,


la Virgen que tanto quiero,
del trono de la Esperanza
yo quiero ser costalero.

Déjame, madre, que vaya,


déjame, porque me muero
por llevar sobre mis hombros
a la Reina de los cielos.
Aunque no dé bien las talla
aunque aún sea pequeño;
yo me pondré de puntillas
y alargaré bien el cuerpo
para no cargar mi parte
a los otros compañeros.
No me cansará el trabajo,
ni me asustará el esfuerzo,
que yo soy un buen cofrade,
que soy un buen costalero,
y de este año no pasa,
que yo este año la llevo.

Quiero ir bajo su manto,


y servirle de consuelo
y rezar y hablar con Ella
como hace un costalero,
hablarle de mis cosillas,
y contarle mis deseos,
mis sueños, mis ilusiones…
Y pedir por el abuelo,
que el pobre está tan malito,
que se ponga pronto bueno.
Y llorar con mi Esperanza,
al son de “¡más paso quiero!”

8
¡Y lanzar toda mi alma
con Ella hasta el mismo cielo!

Déjame, madre, que vaya,


que quiero ser costalero
del trono de la Esperanza.
déjame ir, te lo ruego.
Ay, madre, si tu supieras,
si supieras lo que siento
cuando me acerco hasta Ella
y la contemplo en silencio…
Ella me mira y sonríe
porque sabe que la quiero,
y me llama con cariño:
“Mi pequeño costalero”…

¡Déjame que vaya, madre,


déjame, porque me muero
por llevar sobre mis hombros
a la Reina de los cielos!

(Francisco Arias)

Ha llamado el capataz. Todos preparados e ilusionados bajo las trabajaderas. ¡A


ésta es! Una impresionante levantá, y la Stma. Virgen de la Esperanza continua su
camino como un sol radiante en la noche del Viernes Santo. Ella es la firmeza de
nuestra fe, la fuerza de nuestra esperanza. Y vosotros, queridos cofrades, permitidme
que os diga que estáis obligados a difundir esa esperanza por todos los caminos. Pensad
que este mundo está muy necesitado de buenos ejemplos, de horizontes verdaderos que
no se pierdan con el más mínimo nublado; de ilusiones y alegrías consistentes, que no
se derrumben como un castillo de naipes; de auténticos caminos que no se desvanezcan
a nuestro paso: de los caminos de Dios. Mirad que Ella, con sus manos y la luz de sus
ojos, os indica el camino a seguir. Y por más hojarasca y basura que el mundo quiera
lanzar, nada ni nadie podrá ocultar nunca los caminos del cielo, los caminos del bien,
los caminos de la bondad, los caminos de la esperanza; porque son imborrables, porque
son infinitos. Y si en alguna ocasión os sentís solos, confusos y abatidos, tenéis que
miradla a Ella y seguir firmes hacia adelante. No podéis hundiros en el desánimo porque
vosotros sois hijos de la Esperanza. Pedidle a Nuestra Señora que os dé fuerza y
constancia para que respondáis siempre como hijos de la Esperanza. Tenéis que estar
convencidos y convencer a los demás de que un mundo mejor es posible, de que hay
que seguir adelante, de que hay que ayudar a los demás, de que el amor puede cambiar
el mundo, de que Dios está a nuestro lado, de que su misericordia es infinita. Y, por eso,
debéis permaneced siempre vigilantes, y en este mundo tan desorientado en el que
vivimos,

Donde haya tristeza y dolor,


poned esperanza;
donde haya soledad y abandono,
poned esperanza;
donde haya injusticia,
poned esperanza;
9
donde haya hambre y miseria,
poned esperanza;
donde haya guerra y violencia,
poned esperanza;
donde haya soberbia, egoísmo y desamor,
poned esperanza…

Llevad siempre la luz de la esperanza


a los que sufren, a los que lloran,
a los oprimidos, a los maltratados,
a los abandonados, a los pobres,
a todos aquellos que andan perdidos.

Iluminad, cada día, con la luz de la esperanza


la vida religiosa, la convivencia,
el trabajo y el futuro
de este noble pueblo de Caniles.
Y nunca olvidéis que sois
hijos de la ESPERANZA.
(Francisco Arias)

Pero, claro, tenéis que tener muy presente que la esperanza es la puerta de la
caridad y que adquiere su pleno significado cuando el amor la envuelve y la ilumina.
Ésa es, en mi opinión, la grandeza de vuestra Hermandad: ser una catequesis viva de
amor y de esperanza. Del amor más grande, que nos muestra la muerte del Redentor, y
de la Esperanza más decidida y más firme, encarnada en vuestra hermosa titular
mariana.
Tenéis que sentiros orgullosos de que Ella os haya elegido. Aunque vosotros, a
mediados de los noventa tomarais la decisión de incorporar a la Hermandad esta
singular imagen con la hermosa advocación de Ntra. Sra. de la Esperanza, yo estoy
convencido de que vuestra decisión estuvo inspirada por los planes divinos, y que, en
realidad, fue Ella la que os eligió a vosotros, para que llenaseis de luz y de vida vuestro
entorno, para que enriquecierais vuestra Semana Santa con una nueva dimensión, para
que fueseis un baluarte esperanzador en el futuro de Caniles. Desde aquel momento, en
el devenir de este querido pueblo, brillará con luz propia la aportación de vuestro
carisma, de vuestro gesto, de vuestra actitud. Porque, como hemos visto, para nada hay
que entender el mensaje de esperanza como un algo efímero, que aparezca, de vez en
cuando, en actos religiosos, más o menos restringidos a la vida interna de la
Hermandad, sino que ha de estar presente en cada momento de vuestras vidas: en la
casa, en la calle, con los amigos, en el trabajo, en todas las facetas de la realidad
cotidiana. Cristo muerto en el Sepulcro y la Stma. Virgen de la Esperanza así os lo
piden.

Y el trono de la Virgen continúa su camino, calle abajo, inundando la noche del


Viernes Santo de Caniles con los más devotos sentimientos. Seguimos a la Virgen, no
nos resignamos a perderla de vista. La gente se aglutina a su alrededor, dejándose llevar
de la pasión que despierta la devota belleza del paso de palio. El ritmo marcado y triste
de una marcha procesional nos estremece. La luna acaricia con suaves destellos de plata
el paso de la Virgen de la Esperanza.

10
Y la noche soñolienta
adormece los sentidos
colmando cuerpos y almas
del más hermoso delirio
Y las calles de Caniles.
como un relicario íntimo
acarician a la Reina
y le brindan su cariño.
La Virgen de la Esperanza,
con su dolor contenido,
sufre y llora entre su gente
por la muerte de su Hijo.

Mientras la luna de plata


se asoma por todos sitios
por aleros y balcones,
entre geranios y lirios
para besar su mirada
y ver su rostro divino.
La Virgen de la Esperanza,
besa a su pueblo querido,
y acoge a los canileros
como en un abrazo místico,
y los eleva en sus manos
más allá del infinito.
Y nosotros, extasiados
por tan hermoso prodigio,
nos acercamos al trono,
silenciosos y solícitos,
para gozar su mirada,
para sentirnos queridos,
y rezarle esta plegaria
como un susurro, al oído:

María, Madre de Esperanza,


toma mi mano de hijo
y comparte tu dolor,
en esta noche, conmigo.
Yo sé bien que mis palabras,
que mi corazón cautivo
son de muy poco valor
para servirte de alivio,
pero permíteme, al menos,
oír tus dulces gemidos,
mirándote y en silencio,
deja que vaya contigo.
¡Ay, como baila tu trono
acunando mis sentidos
en los vaivenes del alma…!
¡Ay, como lloran tus cirios
11
con sus encajes de cera
entre las flores rendidos!

Quién pudiera, Madre hermosa,


ser tu huella en el camino,
una sombra en tu mirada,
el eco de tus suspiros,
aliento de costalero
que te ensalce al infinito,
una vara de tu palio,
para ir siempre contigo.
Yo quiero ser esta noche
rosario de tus latidos,
un bordado de tu manto,
la orla de tu vestido,
un destello en tu corona,
una llama entre tus cirios,
una lágrima de nácar
sobre tu rostro divino,
para llorar a tu lado…
para estar siempre contigo.
(Francisco Arias)

La Virgen de la Esperanza se adentra en las calles del pueblo, se acerca al


último recodo de la calle Juan Gallardo y se pierde camino de la plaza de la Cascada. En
nuestra retina quedaron grabados para siempre el dolor, el amor y la belleza de su
mirada. Unas nubes espesas ocultan la luna de plata. El cielo cierra sus ventanales
infinitos. La noche reza y llora, y en nuestro pecho palpita una marea infinita de
inquietudes que nos sobrecoge y nos eleva más allá de nosotros mismos.
Gracias, cofrades, hermanos, amigos y amigas que participáis activamente en la
Semana Santa. Gracias, Consiliario, Hermano Mayor, Junta de Gobierno, cofrades,
costaleros y costaleras de la Hermandad del Santo Sepulcro y Ntra. Sra. la Stma. Virgen
de la Esperanza, gracias por vuestro trabajo, por vuestro esfuerzo, por vuestra ilusión.
Seguid siempre adelante y nunca os dejéis abatir. Os necesitamos, la Iglesia os necesita,
el pueblo de Caniles os necesita. El esfuerzo bien vale la pena, pues con vuestra entrega,
proclamáis el compromiso de vuestra fe y nos hacéis partícipes del más elevado
mensaje divino de Amor y de Esperanza.
Que el Stmo. Cristo yacente del Sepulcro y Ntra. Sra. la Stma. Virgen de la
Esperanza, colmen vuestros corazones con una eterna primavera llena de Paz, de Luz,
de Amor y de Esperanza. Que así sea. He dicho.

Francisco Arias García


En Caniles, a 19 de diciembre de 2009

12

Vous aimerez peut-être aussi