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Jornadas de Filosofía Antigua

Alejandro J.G. Hernández


alejandrojghernandez@hotmail.com

La escisión como requisito fundacional:


Una lectura del Banquete

I.- La idea de esta presentación es observar aquellos aspectos en los que asoman
conceptos o principios interpretativos que se destacan por su persistencia en la manera
de plantear o intentar resolver determinados problemas. Según este enfoque observamos
que las nociones de unidad y escisión suelen presentarse con la fortaleza de una
evidencia epistemológica y conforman un presupuesto eximido de la crítica, una
condición de posibilidad a priori de todo discurso político. De tal modo que no sólo la
formulación del problema sino las diferentes postulaciones candidatas a solución
quedan igualmente condicionadas en tanto resultan expuestas dentro del mismo
paradigma, esto es la dupla: unidad/escisión.

En este sentido, si hay algo que persiste a lo largo de la filosofía y adquiere diferentes
maneras de presentación es el problema de la unidad/multiplicidad,
homogeneidad/diversidad, interés general/interés privado y otras declinaciones bajo la
forma de lo sensible/inteligible. De una manera más metafísicamente expresada: el
asunto de la dualidad entre lo terrenal y lo suprasensible, o su contrapartida, el problema
de la inducción.

Lo que aparece como una polaridad sin embargo no supone una instancia de
oposiciones irreconciliables sino que es presentada con la evidencia de un proceso
“natural” y del que, con esta legitimación, pretende desplegarse dialécticamente hasta
algún momento (curiosamente siempre diferido) en el que podría alcanzar una síntesis
“superadora”. En estos términos, la dialéctica como método crítico, no puede producir
sino más de lo mismo: es decir reproducir incesantemente las propias condiciones de
posibilidad, reproducir la bipolaridad neurótica.

Es necesario considerar que la subsistencia de un problema y toda la diversidad de


formas que pueda adquirir su presentación y formulación, lleva implícita una teoría que
lo está determinando. Quiero decir… no es que podamos estar seguros que dicho
problema expresa una realidad ontológicamente designable, sino que es posible que
dicho problema sea consecuencia de una mala teoría.

Por último, en lo que concierne a esta introducción, me gustaría señalar que el Banquete
lejos de ser un diálogo acerca del amor metafísico, adquiere una dimensión significativa
bajo una interpretación política.

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II.- El primer plano de la tesis intenta poner de manifiesto que según el programa
platónico, para la institucionalización del conocimiento y de la legalidad, es necesaria la
escisión, una neta separación entre cuerpo y alma. Lo que abre al segundo plano en el
que se tratará de hacer ver que se puede establecer un paralelo muy estrecho entre el
Banquete y la ideología de la modernidad, comprensiva de los postulados cartesianos,
cuando en ésta se insiste tan particularmente en el mismo corte, cuerpo/mente.

III.- Según las marcas que dejamos en el lenguaje podemos rastrear que la raíz scio
alude tanto a ciencia como a la mentada escisión: podemos reconocer semánticamente el
parentesco que reúne a la ciencia, el conocimiento, con la escisión.

A lo largo del Banquete cosechamos una insistente referencia a la cosmogonía de


Hesíodo (en los discursos de Fedro y Agatón) como así también debemos tener presente
la curiosa alegoría de Aristófanes sobre la naturaleza originaria del hombre, lo que nos
permite postular que aquella raíz semántica y sus derivaciones juegan en la
argumentación del discurso como premisas elocuentes.

Dicha derivación está literalmente metaforizada en el mito de Hesíodo que nos relata la
necesaria escisión, el divorcio entre Era y Urano a fuerza de una castración parricida,
para dar lugar a la luz del conocimiento y el nacimiento del imperio de la legalidad
gobernada por Zeus. Hesíodo señala el nacimiento del mundo del hombre a partir de la
distancia y la iluminación que se imponen para poder conocer y entrar en el mundo de
la racionalidad legal.

La condición de posibilidad del conocimiento es la castración de Urano, la condición de


posibilidad del mundo de la racionalidad legal es pues la escisión que impone una
distancia irreparable. El corte como una formulación esquizofrénica1 de la naturaleza
humana; la separación que impone la distancia insalvable que intenta dejar atrás el
mundo determinista de la necesidad y los deseos banales (para confrontarlos con el
modelo de la perfección). Del Eros vulgar al orden de la razón se plantea un estricto
condicionamiento signado por un acto de violencia que pretende dejar atrás el mundo
determinado por la necesidad e inaugurar un mundo simbólico de conocimiento
movilizado por el siempre aplazado y postergado anhelo de comulgar con la unidad.

El mito genético de Hesíodo relata el devenir desde el caos informe, caracterizado por la
desmesura (hybris) y por la ley de la necesidad a la institucionalización del orden
jurídico administrado por Zeus (legalidad). No es poco relevante señalar que el relato
está él mismo posibilitado y legitimado desde el orden dado, es decir, determinado por
su propia teoría: una remisión circular que supone necesariamente la separación de
ámbitos ya que de otro modo no sólo el relato no puede formularse sino tampoco
explicarse. Es desde la fe en Zeus (creador y amante de la paz y de la justicia) que el
mundo puede ser explicado desde sus orígenes.

Hesíodo trae el discurso de la verdad autolegitimante: una verdad que ilumina la


dualidad que es a su vez su propia condición de verdad. Sin escisión, sin
disciplinamiento, sin distancia, no hay mundo simbólico, no hay verdad. Sin castración,
1
Grupo de enfermedades mentales correspondientes a la antigua demencia precoz, que
se declaran hacia la pubertad y se caracterizan por una disociación específica de las
funciones psíquicas, que conduce, en los casos graves, a una demencia incurable.

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sin parricidios, ni mutilaciones recurrentes, no hay significación ni discursos con valor
veritativo.

IV.- El desenvolvimiento argumental que ofrece al Banquete propone una progresión


que se inicia con el discurso de Fedro y su caracterización de un Eros único y
divinizado, a continuación la propuesta de Pausanias que plantea la discriminación entre
un Eros vulgar y un Eros Celeste, el médico Eriximaco a la luz de su ciencia postula un
Eros armónico, Aristófanes reinstala de algún modo el tema de la escisión a través de su
alegoría de las tres razas humanas originarias que tras la separación por castigo divino
vagabundean en busca de la reconstitución de la unidad; Agatón por su parte elabora un
discurso en que Eros aparece consagrado como la exaltación más racionalista aunque
aún sin lograr separarlo suficientemente de las palabras de la propia subjetividad; por
último el relato de las palabras de Diotima en boca de Sócrates plantea un Eros
determinado por un camino de iniciación hacia la búsqueda del Bien como aquello de lo
que carecemos. La irrupción de Alcibíades en la escena teatraliza en definitiva el
conflicto central planteado por Platón sobre la imposibilidad de la satisfacción del
contrato carnal que anhela Alcibíades porque no se adecua al registro del verdadero
Eros.

Según se desprende de la participación de Alcibíades (y su contraste con el discurso de


Diotima en boca de Sócrates) el camino al bien queda demarcado por la renuncia a las
inclinaciones y por la disposición a ser guiado por una sabiduría superior (racionalidad
filosófica) inscrita en la legalidad que garantiza el orden simbólico del poder (reino de
Zeus), todo ello devenido, como señalamos, a partir de un acto de extrema violencia
legitimado por la propia racionalidad que lo ejecuta.

V.- Es tentador reconocer en el programa sugerido por el Banquete una concepción


“protomoderna” en la que se piensa la organización político/social como una instancia
superadora de las necesidades vitales no por su satisfacción sino por su expresa
negación o como el recorrido necesario (bajo conducción) que va desde un estado pre-
social, naturalmente conflictivo, a cierto equilibrio o neutralidad bajo la supervisión de
las instituciones “mediadoras” como Eros, la Razón o el propio Estado, que aunque no
nieguen las contradicciones, la multiplicidad o la diversidad, de todos modos las
suspenden, escinden o se las desbasta según el estándar legal que corresponda, en tanto
se las halla contingentes y responsables de los juicios fallidos.

La cirugía cartesiana que divide cuerpo y alma tiene por objetivo aniquilar la voluntad,
quitarle entidad a aquello que es la causa de los juicios fallidos, coincidente con el
diagnóstico platónico sobre una subjetividad imperfecta y carenciada que requiere
asistencia para acercarse a la verdad. No hay pues, tensión política entre los opuestos,
aquello que se pudiera oponer al orden nunca ostenta jerarquía legitimante.

El esfuerzo cartesiano puede caracterizarse por la implementación de un método que


tiene por finalidad el esclarecimiento de una razón que sea la que dé fundamento al
sistema de representaciones y juicios enunciados por un sujeto. Sólo en este sentido la
subjetividad es sustancial, en el sentido de constituirse en el portavoz de la razón
universal. De tal modo que no parece instituirse un protagonismo de la conciencia a no
ser como emisora de juicios elaborados a partir de la objetivación de una razón que
reside en el mundo y que sólo es accesible a partir del método y de la disciplina. No es
la conciencia la que legitima el juicio sino que es la razón objetiva una vez dilucidada.

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La razón cartesiana es también un demonio mediador que está dispuesto para
auxiliarnos en el tránsito más allá del Leteo.

Ya en la Primera Meditación Descartes nos prepara para la separación entre espíritu y


sentidos y en la Segunda, con el argumento ontológico, instituye la necesaria conclusión
de la existencia del espíritu. La escisión está consumada: del cuerpo y de los sentidos
debemos dudar, y no será el espíritu el que nos provea directamente de certeza y verdad,
pero será únicamente por intermedio de su naturaleza y por la aplicación del método que
podremos alcanzarlas.

Dicho de otro modo, es el espíritu y no el cuerpo el capacitado para el ejercicio del


método, y por eso se le hace necesario a Descartes practicar la división que le otorgue
entidad y existencia independientes a la conciencia. En la Sexta Meditación Descartes
profundiza el bisturí y distingue entendimiento e imaginación para demarcar con mayor
precisión dónde radican las causas de los errores y por contraste dónde puede
acumularse el conocimiento.

Centrifugada la duda, enervada en sus efectos, queda lejos de ser instituida como parte
del método.

Quizás la crítica haya hecho un exagerado esfuerzo al concentrarse en la afirmación de


la Segunda Meditación: “soy pues una cosa verdadera… una cosa que piensa.”,
dándole preeminencia semántica a la cosificación del pensamiento y la sustancialización
del sujeto. Pero ha dejado sin considerar la propia necesidad de la ingeniería cartesiana
dirigida a dar entidad y existencia al pensamiento por separado del cuerpo para debilitar
la fuerza de la voluntad. Descartes necesita escindir la voluntad resultante de la unión de
mente y cuerpo y gobierno de las acciones de los individuos, porque la hace responsable
de los juicios fallidos; pero a la vez requiere de otra entidad que sea soporte del
conocimiento y ejecutora del método. Que el pensamiento sea una cosa no es una
propiedad del pensamiento, o en todo caso eso podría no ser importante, sino que a
Descartes le alcanza con postular su existencia y que así sea el protagonista y ejecutor
del método (está claro que para Descartes ninguna de las características de los cuerpos
como por ejemplo la extensión, aparecen en el espíritu). En todo caso no es
insignificante resaltar que esa “cosa” está definida por una enumeración de verbos:
dudar, entender, concebir, afirmar, negar, querer y también imaginar y sentir… 2 una
gama de acciones que hacen posible, como maquinaria, la realización del método. Allí
reside el foco y la intencionalidad cartesiana: en discernir que el espíritu es el sujeto del
conocimiento pero no quien lo legitima dado que el conocimiento viene desde afuera,
desde la razón que asiste al mundo de tal modo que la conciencia no tiene otra
funcionalidad que la de un recipiente en el que alojar los juicios verdaderos.

Descartes nos dice que “los cuerpos no son propiamente conocidos por los sentidos o
por la facultad de imaginar, sino por el entendimiento solo y que no son conocidos
porque los vemos y los tocamos, sino porque los entendemos y comprendemos por el
pensamiento” y para poder hacer esta formulación era necesario discriminar el
pensamiento o espíritu como una entidad por sí misma ajena e independiente de las
determinaciones del cuerpo, rescatado de las impurezas de la voluntad, con lo que
dejamos a la vista que tanto el Banquete como la ingeniería cartesiana operan bajo un
idéntico hilo conductor que es la necesidad de escindir cuerpo y mente para poder
2
Imaginar y sentir serán escindidos en la Sexta Meditación.

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instalar un discurso homogéneo a salvo de las contingencias y determinaciones de la
voluntad.

VI.- La naturaleza del contrato social que diseña la modernidad se basa en la


elucidación de una Razón que resulta del disciplinamiento metódico de la conciencia,
Razón que comparte no sólo las mismas propiedades del Eros político postulado en el
Banquete como mediador, sino una misma raíz fundacional que es el acto violento de su
instauración: la castración de Urano, la escisión, como la escisión mente/cuerpo o la
simbólica imagen de la guillotina como incontrastable icono de la Revolución francesa
del corte necesario para instituir la Razón.

Un estricto condicionamiento signado por un acto de violencia para dejar atrás un


mundo determinado por la necesidad, e inaugurar un mundo simbólico de conocimiento.
No se inaugura un espacio a conocer sino que se plantea, se explicita una distancia
insalvable…. El amor a la sabiduría implica una distancia, un deseo insatisfecho y
siempre diferido y un hombre extranjero de su propio mundo.

VII.- Esta instancia deja planteada una incógnita respecto de la supuesta esencia del
hombre y su propia causa final en tanto quedan postergadas, aplazadas a una instancia
por siempre diferida en el tiempo. La esencia de las cosas es diferida hacia una
realización futura bajo las connotaciones de progreso y perfeccionamiento, bajo la
expectativa de alcanzar dicha realización en el futuro. Lo que implica concebir al
hombre como una potencia; en función de la civilidad, como algo sin actualidad, una
materia prima que debe ser informada. La polis ya no es un acto perfecto, es potencia
realizable en tanto y en cuanto los individuos se adecuen al método y a la disciplina
requeridos por Eros o la razón.

En síntesis hemos tratado de objetar el principio de escisión/unidad que da sustento a


una inmensa cantidad de programas políticos a la luz de las contradicciones que se
evidencian entre las características del individuo y la imposición de un fin
preestablecido. La noción de unidad tiene un fin en sí misma que está determinado por
los intereses que aspiran a garantizar la reproducción y la reiteración incesante de las
condiciones que le dieron origen, igual a si mismas y proscribiendo las contradicciones,
en franca controversia con la multiplicidad y diversidad de un principio vital siempre en
fuga e indeterminado.

Nos queda como hipótesis que el planteo político platónico/cartesiano podría coincidir
en un estricto condicionamiento metódico signado por un acto fundacional de violencia
(la escisión según las diversas formas en que se presenta: mutilaciones castración,
guillotina) que es lo que supuestamente se requiere según su propia lógica
autolegitimante para salir de un mundo determinado por la necesidad caracterizado
como un caos, para inaugurar un mundo simbólico de conocimiento y legalidad. Eros o
la razón como los mediadores que allanan el camino al contrato social.

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