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elmalpensante.

com - Revista N° 99 Julio de 2009 Lecturas paradójicas


Artículos

Contra el pensamiento complejo


Pablo Arango
A propósito de la visita del filósofo Edgar Morin a Colombia nos pareció importante
darle a nuestros lectores un antídoto contra esta oleada de pensamiento complejo. Este
artículo se publicó en nuestra edición número 80.
Que don Mario Calderón Rivera —ex embajador en Grecia, belisarista de vieja data,
ex director del Banco Central Hipotecario en los buenos viejos tiempos, conservador
progresista si los hay, ex presidente de la Cámara de Comercio de Manizales, etc.—
hubiera introducido el foro de aspirantes a la rectoría de la Universidad de Caldas (en
noviembre de 2006) diciendo que la necesidad fundamental de nuestras academias era “la
investigación interdisciplinaria, el pensamiento complejo y sistémico” prendió mi alarma. No
porque no supiera ya que el pensamiento complejo y sus males colaterales (el pensamiento
sistémico y la interdisciplinariedad, que después de un breve examen resultan indistinguibles
entre sí) son enfermedades peligrosas, sino porque, si don Mario Calderón había
sucumbido, estábamos ante una epidemia y, probablemente, ante el catastrófico triunfo de
la peste. Entonces elaboré dos hipótesis: o a don Mario Calderón le estaba dando mal de
alzheimer, o eran las universidades y el mundo académico en general los que estaban en
mal estado, y a reliquias como don Mario no les quedaba más remedio, si querían hacerse
oír, que usar el nuevo léxico sintomático. Opté por esta última, pues ese mismo día hablé
con don Mario y, exceptuando las referencias alucinadas a la complejidad, su mente estaba
casi en perfecto estado.
Surgió en mí la absurda esperanza de que un artículo crítico pudiera contribuir, si no a
erradicar el virus (lo cual quizás sea imposible), por lo menos sí a frenar su expansión y,
quién sabe, a inmunizar algún lejano rincón. Decidí, pues, meterle la mano a la cepa
original, a las ideas de Edgar Morin. Las referencias a este “pensador” aparecen en todas
partes y, sobre todo, en las propuestas para reformar las universidades en Colombia y
América Latina. En particular, el documento “Los siete saberes necesarios para la educación
del futuro”, un trabajo encargado por la unesco, se ha constituido en uno de los pilares de
las reformas curriculares de los últimos años. El tono de las propuestas de Morin y sus
seguidores es grandilocuente y da la impresión de que estamos asistiendo a una verdadera
revolución filosófica y científica. Por ejemplo, al final de su tratado en cuatro tomos, dice:
Final y fundamentalmente, necesitamos que se cristalice y arraigue un
paradigma de complejidad. Todo esto no es únicamente un problema
profesional para filósofos y epistemólogos. El problema cognitivo es el
problema cotidiano de todos y cada uno. Su importancia política, social e
histórica resulta decisiva. Esto es lo que da un sentido, reconozco que
desmesurado, a la misión que me he encomendado (El método IV, Editorial
Cátedra, 1992, p. 256).
Tenemos aquí un raro momento de lucidez en el que nuestro pensador parece darse
cuenta de la desproporción de sus pretensiones. Pero no nos llamemos a engaño, lo que
Morin quiere decir es que la tarea en la que se ha embarcado es tan enorme y
trascendental que un único hombre, por genial que sea, no puede realizarla (uno de los
innumerables sitios de internet dedicado a Morin, www.edgarmorin.com, tiene como
eslogan: “Edgar Morin. El pensador planetario de las luciérnagas luminosas”).
Lo primero que llamó mi atención fue que, siendo tan obvio el problema y, por tanto, la
solución, en las universidades colombianas casi todas las propuestas de reforma partieran
de abstrusos problemas filosóficos. Nuestras universidades tienen en general cuatro
deficiencias básicas: profesores y estudiantes de regular calidad, y una pésima dotación de
bibliotecas y laboratorios. Pero, en lugar de enfrentar estas carencias elementales, nos
dedicamos a realizar la revolución epistemológica del “nuevo paradigma de la
complejidad”.
Antes de diagnosticar el mal, es conveniente mostrar los efectos que ya se dejan notar en
las propuestas educativas. La idea central es que, por algo así como la ruina del
“paradigma occidental”, la educación en América Latina necesita una revisión “desde sus
fundamentos epistemológicos”. Así se expresa, por ejemplo, el doctor Gonzalo Gutiérrez en
su conferencia “Educación, investigación y políticas en una perspectiva de pensamiento
complejo”: “... la educación, en todo el mundo y particularmente en los países de nuestra
región latinoamericana, se encuentra en una crisis de sentidos y de prácticas que claman
por una refundación”1.
En otro artículo, que lleva el revelador subtítulo “Alquimia política”, Ramón E. Azócar
dice: “Debido al prestigio multidisciplinar de que goza [Morin], el gobierno francés le
encargó la reforma del sistema educativo en Francia”2.
Colciencias, institución siempre atenta a los “cambios de paradigma”, no sólo estimuló la
creación de la Red Colombiana de Pensamiento Complejo, sino que la alojó en su red. Allí
se podía leer (tomé el archivo el 17 de junio de 2003): “Edgar Morin, basado en la teoría
de la información y de los sistemas, la cibernética y en los procesos de autoorganización
biológica, construye un método que intenta estar a la altura del desafío de la complejidad.
Según Morin estamos en la prehistoria del espíritu humano y sólo el pensamiento complejo
nos permitirá civilizar nuestro conocimiento... ideas: Naturaleza humana multidimensional,
lógica generativa, dialéctica y arborescente. Auto-eco-organización: el to-do está en el
interior de la parte que está en el interior del todo... El Universo es un cocktail de orden
desorden y organización. A partir de la Auto-eco-organización que va incluyendo todos los
aspectos el sujeto emerge al tiempo con el mundo y así sujeto y objeto aparecen como dos
emergencias inseparables de la relación sistema autoorganizador-ecosistema... Se puede
superar la tragedia del pensamiento (incertidumbre) con un metanivel”3.
En un “estudio” contratado por el Instituto Internacional para la Educación Superior en
América Latina y el Caribe, los doctores Marco Velilla, Raúl Gómez, Yuri Romero y Juan C.
Moreno dicen: “Una de las propiedades fundamentales que debe tener el Sistema de
Educación Superior es la capacidad de conducir a estudiantes y profesores a la generación
y contextualización del conocimiento. Es decir, a que tengan como dice Edgar Morin ‘una
cabeza bien hecha, antes que una cabeza bien plena’. Podemos interpretar esta idea como
la necesidad de fortalecer en la formación la aptitud interrogativa y la capacidad de
vincular el conocimiento a la duda... A este estado de cosas se llega sólo a través de
responder los interrogantes que no han cesado de agitar la conciencia humana y que todo
espíritu debe plantearse: ¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos? ¿De dónde venimos? y ¿Para
dónde vamos?”4. No es por aguar la fiesta, pero muchos hubiéramos podido escribir esto sin
movernos del escritorio.
En El Salvador hay un Instituto Internacional para el Pensamiento Complejo. En Francia,
una Corporación para el Pensamiento Complejo. En Colombia tenemos la Red de
Pensamiento Complejo que ya mencioné, y miles de profesores y estudiantes universitarios
encargados de llevar a cabo la revolución. Hay ya una Red de Conocimiento Abierto de la
Complejidad, con “1.111 miembros de diferentes disciplinas, profesiones, pertenecientes a
36 países”5. Y hay más, mucho más: libros, artículos, entrevistas, carreras completas. Todo
con la marca distintiva de la escritura deforme y confusa de los pensadores complejos.
Además de esta alharaca, ¿qué efectos concretos ha tenido el pensamiento complejo en
la educación superior? El más visible de todos está relacionado con la supuesta urgencia de
una “formación interdisciplinar” (algunos ya hablan de “transdisciplinar”). Al comienzo, la
idea parece ingenua y hasta buena: que los estudiantes universitarios —aunque hay
quienes la proponen desde el kínder— tengan una formación lo más universal posible; que
no se limiten a estudiar exclusivamente su disciplina o algún pequeño recodo especializado,
sino que tengan un contacto sustancioso con las grandes preguntas y respuestas de la
ciencia y la cultura humanas. Si sólo se tratara de esto, no habría mucho qué objetar,
excepto que la vida es corta y no hay tiempo para tanto (Carl Sagan declara, por ejemplo,
que solamente para entender las cuatro ecuaciones de Maxwell sobre la electricidad y el
magnetismo, formuladas en el siglo XIX, y que hacen parte ya de la prehistoria de la física
relativista, “se necesitan unos cuantos años de física de nivel universitario”.) Pero los efectos
visibles que esta idea ha tenido en las reformas educativas van mucho más allá de su
inocencia y su desproporción. En particular, el pensamiento complejo ha inoculado dos virus
especialmente dañinos para la educación: la idea de que lo que se requiere para superar
los problemas de la educación en todos los niveles es algún cambio filosófico fundamental,
“un cambio de paradigma” como dicen ellos; y la proliferación de una escritura
contrahecha, llena de referencias seudoeruditas y de afirmaciones triviales o vacuas, que se
presenta a sí misma como la reflexión fundamental sobre los pilares del conocimiento
humano. Más adelante tendré ocasión de comentar con algún detalle estos males.
Desde hace cierto tiempo, Jorge Orlando Melo y los miembros del Instituto Merani de
Bogotá han venido señalando que entre los principales problemas del sistema educativo
colombiano están las deficiencias elementales en la lectura, que producen defectos patentes
en la escritura, y se refieren tanto a estudiantes como a profesores. En el Instituto Merani
han llegado a sostener, después de realizar pruebas en varias partes del país, que un
profesional colombiano normalmente sólo llega hasta el nivel de comprensión de las
oraciones, sin alcanzar siquiera el párrafo. Este problema lo han tratado de resolver
algunas universidades introduciendo cursos obligatorios de “Lectoescritura” y “Lógica” para
todas las carreras, sin resultados que valgan la pena: para empezar, un curso que pretende
enseñar a leer y escribir no puede llevar ese nombrecito espantoso. En la universidad
donde trabajo esto ha generado una doble carga: para los profesores de los
departamentos de filosofía y lenguas, que somos los encargados de orientar estas
asignaturas, es una pesadilla atender hasta sesenta estudiantes por curso; y para los
estudiantes de la mayoría de carreras, esas materias son costuras insoportables que hay
que pasar como sea porque así lo dice el reglamento.
El sistema educativo colombiano tiene otro problema ya identificado en muchas partes
del mundo: la baja remuneración de los profesores, sobre todo en la educación básica. Esto
hace que a los profesionales más talentosos ni se les ocurra buscar empleo en el gremio. De
hecho, las exigencias más blandas para el ingreso a las universidades están en los
programas de licenciatura, en los cuales se forman los futuros profesores. Así se cierra un
círculo pernicioso y palpable. Pero esto se arregla, desde luego, con plata, mientras que
una revolución epistemológica como la que proponen Morin y sus seguidores resulta
seguramente más barata. Debe ser por esto que a los organismos gubernamentales les
encanta patrocinar foros y redes sobre pensamiento complejo.
Los pensadores complejos, sin embargo, no se arredran ante tales observaciones, y
replican que ellas mismas obedecen al dañino “paradigma simplificador” que pretende que
todo problema tiene una causa y se resuelve eliminándola o controlándola. En gracia de la
discusión, revisemos lo que dicen.
Primero que todo, se debe explicar en qué consiste el pensamiento complejo. La idea
básica, en palabras del propio Morin, es que “es ante todo un pensamiento que relaciona.
Es el significado más cercano al término complexus (lo que está tejido en conjunto). Esto
quiere decir que, en oposición al modo de pensar tradicional, que divide los conocimientos
en disciplinas atrincheradas y clasificadas, el pensamiento complejo es un modo de religación
(religare)” (entrevista con Nelson Vallejo, en red6).
Según Morin, lo que él denomina “el gran paradigma de Occidente” consta de cuatro
elementos, todos los cuales están equivocados. El primero es lo que él y sus seguidores
llaman “una lógica identitaria”. Para ponerla en duda, señala algunos hechos históricos que
le parecen muy importantes. Nos dice, por ejemplo, que los principios de la lógica clásica
aristotélica, “aunque fueron formulados en el curso de una historia singular, la de Atenas en
el siglo IV antes de nuestra era, han adquirido valor universal e intransgredible en los
sistemas racionales/empíricos clásicos” (El método IV, p. 179). ¿Por qué le parece a nuestro
pensador digno de mención el hecho de que esos principios lógicos hayan sido formulados
por un ser humano en una época lejana? De hecho, parece sorprendido de que, “aunque
haya sido así”, después se los asumiera como verdaderos en muchas épocas distintas. Uno
podría preguntase aquí: ¿qué importa la época en que fue formulada una idea para la
cuestión de si es o no verdadera? ¿O es que puede dudarse del teorema de Pitágoras sólo
porque fue demostrado por un fanático religioso varios milenios atrás? Según Morin, todo
esto tiene que ver con los benditos paradigmas. Él habla, a manera de ejemplo, de un
paradigma que privilegia “la disyunción en detrimento de la conjunción”. Esto es más raro
todavía. En la lógica bivalente clásica, la disyunción y la conjunción están en pie de
igualdad. Tienen un comportamiento lógico distinto, desde luego, porque son distintas (hay
una obvia diferencia entre decirle a un hijo: “Apruebas el año o te doy una pela”, y decirle:
“Apruebas el año y te doy una pela”. Mi hija de seis años la comprende a la perfección).
Podemos preguntarnos entonces: ¿está negando Morin el viejo y venerable principio
aristotélico de no contradicción, enunciado hace más de dos mil años en una sociedad
esclavista por un filósofo arrogante? Con los pensadores complejos nunca se sabe. En otra
parte, Morin dice que “hace falta un pensamiento que sepa tratar, interrogar, eliminar,
salvaguardar las contradicciones” (El método IV, p. 202). Y ése es el pensamiento complejo.
A los incrédulos nos parece que podría llamarse “pensamiento contradictorio”. Pero creo
que es mejor pasar a otro punto, ya que aquí la discusión no puede continuar.
Sencillamente, a Morin no le importa en lo absoluto que sus ideas sean contradictorias (en la
exaltada página web www.edgarmorin.com, se cita la siguiente frase del maestro: "mi
optimismo se funda en lo improbable". Me temo que la traducción correcta debe terminar
con "imposible")
Ahora revisemos lo que dice el líder del pensamiento complejo sobre el segundo
elemento del “paradigma simplificador”, denominado por él “principio reduccionista”. Este
principio, según Morin, está implícito en la ciencia moderna y consiste en la idea de que se
puede explicar el comportamiento del todo si se entiende el comportamiento de las partes.
Por ejemplo, se puede explicar la solidez de una mesa o la liquidez del agua si se mira el
micronivel de las moléculas. Morin está en contra de esta visión “reduccionista”, ya que,
para él, se basa en una comprensión inadecuada de las relaciones entre el todo y las
partes. En contra de esto, propone un “principio hologramático”, según el cual “la parte está
en el todo y el todo está en las partes”. Miremos lo que dice: “Tanto en el ser humano como
en los demás seres vivos, hay presencia del todo al interior de las partes: cada célula
contiene la totalidad del patrimonio genético de un organismo policelular; la sociedad como
un todo está presente en el interior de cada individuo, en su lenguaje, su saber, sus
obligaciones, sus normas”. (Esta cita es del clásico “Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro”, disponible en cientos de páginas web.) ¿Tiene algún límite esta clase
de asociaciones libres? Un científico natural normalmente necesita toda una vida de trabajo
duro para hacer un descubrimiento importante. Luego vienen los pensadores luminosos y
complejos y toman los resultados de tan esforzados hombres y los aplican aquí y allá, a la
cultura, el hogar, la economía o lo que se les pase por el frente, sin el más mínimo asomo de
rubor.
Supongo que no podemos interpretar literalmente las palabras de Morin. Porque,
literalmente, es falso que “la sociedad como un todo esté presente en el interior de cada
individuo” (¿hay necesidad de decir esto? Parece que sí). Así que debe tratarse de una
metáfora, recurso muy usado por estos amigos y que les sirve para que uno les “complete”
el sentido sin polémica. Podemos preguntarnos aun así qué quiere decir. Quizás significa
que los individuos no pueden entenderse de manera aislada; que las grandes fuerzas
sociales, económicas y políticas bajo las cuales vivimos influyen en nuestras acciones y
personalidad; que la forma en que pensamos y actuamos está determinada en parte por el
país en el que nacimos, la lengua que aprendimos, las costumbres con las que crecimos, etc.
Bien, si es esto, entonces no veo cómo se pueda rechazar. Es una obviedad y, como tal,
ningún pensador perteneciente al nocivo “paradigma simplificador de Occidente” la va a
negar. Pero se supone que Morin tenía que darnos algo más importante, más revolucionario.
Entonces, quizás lo que quiere decir, después de todo, es que, literalmente, toda la
sociedad está dentro del individuo. Y si esto es lo que quiere decir el principio
hologramático del pensamiento complejo, me parece que hay que dejar la cosa así, y que
cada cual decida.
El tercer elemento del “paradigma simplificador” que le resulta problemático a Morin es
lo que él llama “la lógica determinista y mecánica”. Esta supuesta lógica se basa en lo que
podríamos llamar, vagamente, el principio de causalidad, según el cual todos los sucesos
tienen una causa. Morin dice que “una doctrina que obedece a un modelo mecanicista y
determinista para considerar el mundo no es racional sino racionalizadora” (Siete saberes;
hay que tener en cuenta que, para él, el término “racionalizadora” es peyorativo, casi un
insulto). ¿Por qué le parece a Morin que el determinismo es tan problemático? Porque, según
él, constituye una forma sesgada de ver la realidad. De hecho, para él, el determinismo
causal propio de la ciencia moderna es incapaz de explicar el comportamiento de lo que él
mismo denomina “sistemas organizacionales”, en los cuales la causa es también efecto y el
efecto es causa. Difícilmente se encontrará un argumento claro y sostenido a favor de este
punto de vista. Pero, eso sí, sitúa las razones en las prestigiosas paradojas de la mecánica
cuántica. En particular, para los pensadores complejos resulta de la mayor importancia el
principio de incertidumbre de Heisenberg, según el cual es imposible determinar,
simultáneamente, la posición y el momento de una partícula. Morin dice: “La emergencia de
la indeterminabilidad cuántica, el principio de incertidumbre de Heisenberg, el
reconocimiento de una contradicción insuperable en la noción de partícula, todo ello arruina
a la vez la idea de unidad elemental clara y distinta y la idea de determinismo mecánico, y
alcanza de rebote los principios de identidad, contradicción y tercio excluso”. (El método IV,
p. 184). Pura asociación libre, justificada por un término bastante determinista: “de rebote”,
que evoca el modelito newtoniano clásico de las bolas de billar.
Aquí tenemos otra vez un ejemplo de la apatía general de los pensadores complejos
hacia las implicaciones de sus tesis más controversiales. Es cierto que la mecánica cuántica
plantea una serie de problemas muy difíciles, e incluso que constituye un desafío para el
determinismo mecanicista propio de ciertos científicos y filósofos. Sin embargo, hay distintas
interpretaciones —y algunas siguen siendo deterministas— de los resultados de la
mecánica cuántica. De hecho, algunos físicos y filósofos sostienen que lo que la mecánica
cuántica nos muestra es que “debemos aceptar un cierto nivel de indeterminación estadística
en las relaciones micro-macro como un hecho de la realidad” (J. Searle, Mente, lenguaje y
sociedad, Editorial Alianza, 2001, p. 17). Pero ni a Morin ni a los pensadores complejos
parece importarles la existencia de estas dificultades. Ellos simplemente se complacen en
abrazar la interpretación de la mecánica cuántica que les resulta mejor para sus propósitos
revolucionarios.
Finalmente, tenemos el cuarto componente del “paradigma simplificador de Occidente”,
a saber: la lógica de la disyunción. Esta supuesta lógica funciona de varias maneras. Por un
lado, es un razonamiento que divide la realidad en categorías excluyentes. Por otra parte,
es la lógica que está implícita, según Morin, en la actual hiperespecialización de las
disciplinas, la cual tiene como consecuencia una “compartimentalización de los saberes”, que
impide que la gente, o por lo menos los científicos, pueda captar la globalidad de la
realidad, los vínculos, los entrecruzamientos entre un saber y otro. Morin propone como
remedio su idea de pensamiento complejo, un pensamiento que establece relaciones,
vínculos, que pone el conocimiento en contexto, que reconoce la “multidimensionalidad” del
hombre y de la naturaleza (esta forma de hablar se le va pegando a uno). Dice:
El ser humano es a la vez físico, biológico, psíquico, cultural, social, histórico. Es esta
unidad compleja de la naturaleza humana la que está completamente desintegrada
en la educación a través de las disciplinas y que imposibilita aprender lo que
significa ser humano. Hay que restaurarla de tal manera que cada uno desde
donde esté tome conocimiento y conciencia al mismo tiempo de su identidad
compleja y de su identidad común a todos los demás humanos (Siete saberes).
Una sugerencia curiosa de Morin es que incluso la falta de solidaridad es una
consecuencia de la especialización académica: “El debilitamiento de la percepción de lo
global conduce al debilitamiento de la responsabilidad (cada uno tiende a
responsabilizarse solamente de su tarea especializada) y al debilitamiento de la
solidaridad (ya nadie siente vínculos con sus conciudadanos)” (Siete saberes).
En este punto hay que advertir varias cosas. En primer lugar, está el gusto de Morin por
la combinación de ideas triviales y afirmaciones apresuradas. Por ejemplo, la idea
expresada en la primera de las dos citas anteriores, según la cual el ser humano es a la vez
físico, psíquico, biológico, etc., parece una perogrullada. ¿Realmente algún pensador del
“paradigma simplificador” habría negado eso? En segundo lugar, la idea de la segunda
cita es una tontería patente. ¿No conoce Morin especialistas que sean a la vez personas
responsables? ¿Tampoco conoce especialistas compasivos y solidarios? Quizás le haga falta
conocer un poco mejor a la gente. Claro, esto lo dice un simplificador-identitario-
reduccionista.
De todas formas, la queja de Morin por los efectos nocivos de la hiperespecialización
apunta en la dirección correcta. Es indeseable que, incluso dentro de una misma disciplina
como la filosofía o la sociología, haya personas incapaces de comunicarse con el resto de su
disciplina, y ya no digamos con el resto de la cultura. Pero eso no es un defecto del
paradigma simplificador cartesiano, sino de la gente. De hecho, si ha habido personas
capaces de abarcar un amplio conjunto de conocimientos, son precisamente figuras como
Aristóteles, Descartes, Leibniz, Kant o Bertrand Russell, representantes notables del
paradigma que Morin pretende desacreditar. Así que, nuevamente, Morin busca hacer una
revolución allí donde el propio rey ha abandonado el trono. ¿Qué queda entonces? Sus
propuestas para la educación del futuro. Aquí, otra vez, el tono es exaltado. Basta
considerar el título: “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”. Vale la
pena anotar que, aunque los pensadores complejos no se cansan de advertirnos que el
futuro es incierto, impredecible, y que no puede haber un pensamiento que logre
determinar con exactitud lo que va a pasar y los problemas a los que nos vamos a
enfrentar, Morin nos dice en un tono bastante confiado cuáles son las claves para la
educación del futuro. Veamos algunas de sus propuestas.
Al comienzo afirma que “es muy diciente el hecho de que la educación, que es la que
tiende a comunicar los conocimientos, permanezca ciega ante lo que es el conocimiento
humano, sus disposiciones, sus imperfecciones, sus dificultades, sus tendencias tanto al error
como a la ilusión y no se preocupe en absoluto por hacer conocer lo que es conocer” (Siete
saberes). En conclusión, propone que “La educación debe mostrar que no hay conocimiento
que no esté, en algún grado, amenazado por el error y por la ilusión”. Es curioso que esta
propuesta venga de alguien que está criticando lo que él mismo denomina “el ‘gran
paradigma de Occidente’ formulado por Descartes”, ya que fueron Descartes y los filósofos
modernos quienes hicieron más énfasis en la necesidad de identificar los obstáculos que nos
impiden pensar con claridad y alcanzar el conocimiento. Precisamente la idea cartesiana y
moderna de un método busca ofrecer una forma general y eficiente de percibir el error y
la ilusión.
Adicionalmente, Morin y sus seguidores hacen énfasis en la importancia de la
incertidumbre; en que por avanzado que esté el conocimiento científico, siempre queda un
amplio espectro de dudas y confusiones; en que la ciencia no nos da un conocimiento
absoluto de la realidad; etcétera. En consonancia con esto, Morin dice: “Las ciencias nos han
hecho adquirir muchas certezas, pero de la misma manera nos han revelado, en el siglo XX,
innumerables campos de incertidumbre. La educación debería comprender la enseñanza de
las incertidumbres”. ¿Hace falta recordar que Morin nos está anunciando el descubrimiento
de América, sólo que con unos pocos siglos de retraso? Y así siguen las propuestas “para la
educación del futuro”. El propio Morin resume muy bien la esencia de sus planteamientos
cuando dice:
La verdadera racionalidad, abierta por naturaleza, dialoga con una realidad que
se le resiste. Ella opera un ir y venir incesante entre la instancia lógica y la instancia
empírica; es el fruto del debate argumentado de las ideas y no la propiedad de un
sistema de ideas [...] La racionalidad debe reconocer el lado del afecto, del amor,
del arrepentimiento. La verdadera racionalidad conoce los límites de la lógica, del
determinismo, del mecanicismo; sabe que la mente humana no podría ser omnisciente
[...] Se reconoce la verdadera racionalidad por la capacidad de reconocer sus
insuficiencias (Siete saberes).
No puedo imaginarme un listado de buenas intenciones más trivial y mal escrito.
Debo terminar comentando el estilo de Morin y los pensadores complejos en general.
Una idea de los filósofos de la modernidad y la Ilustración es que nada facilita más el
diálogo, la confrontación de ideas, que la escritura clara. Para algunos, incluso, la claridad
constituía una especie de obligación moral del escritor, ya que la oscuridad innecesaria
tiene el efecto de entorpecer las críticas. Pues bien, parece que a los pensadores complejos
también les resulta desagradable esta idea del paradigma simplificador cartesiano.
Porque basta con echar una ojeada a los textos de Morin y compañía para empezar a
dudar de que la función básica del lenguaje sea la comunicación. Permítaseme comentar
brevemente algunos fragmentos (vale la pena citar con cierta extensión).
El primero es de Cornelius Castoriadis, quien dice lo siguiente en un pasaje en el que
intenta explicar el significado de la complejidad:
... los fenómenos (u objetos) considerados como ‘complejos’ son tales porque beben de
una característica más profunda y general de todo objeto, y del ser en general: su carácter
magmático. Diremos que un objeto es magmático cuando no es exhaustiva y
sistemáticamente ensidizable, es decir, reducible a elementos y relaciones que dependen
exclusivamente y de forma homogénea de la lógica ensídica (conjuntista-identitaria).
Me gustaría señalar que la traducción de esto fue realizada por el profesor Emilio Roger
Ciurana, un entusiasta del pensamiento complejo (aparece como una cita en el texto que
cito a continuación). Y no creo que la cosa mejore en el original francés. Desde luego, los
defensores de esta corriente argumentan que tales contorsiones lingüísticas son necesarias,
ya que están precisamente luchando contra el paradigma simplificador moderno, para el
cual las cosas deben decirse con claridad. El propio profesor Ciurana nos da una excelente
explicación de este punto de vista, ejemplo incluido, cuando nos dice:
... nos las tenemos que ver no sólo con un problema paradigmático sino también con un
problema de lenguaje. Un problema de estructura de lenguaje. Morin [...] nos ha propuesto
pensar en términos de macroconceptos, al mismo tiempo muchas veces crea neologismos,
pone verbos a los sustantivos. Todo ello no se trata de un afán “literario” sino de la
expresión de la necesidad de comprender y explicar una realidad con un ritmo
multidimensional [...] De ahí que el término “organización” debe ser comprendido como
organizacción: he ahí la fuerza del proceso y del movimiento para el que hay que crear un
neologismo, poner un verbo a un sustantivo. Sin duda hacer lo anterior es violentar el
lenguaje. Pero ¿cómo pensar la sociedad sin violentar el lenguaje? (“Complejidad:
elementos para una definición”, disponible en:
http://www.pensamientocomplejo.com.ar/biblioteca_general.asp)
Dos cosas quedan claras: es cierto que el tortuoso lenguaje de Morin, como lo afirma el
profesor Ciurana, no obedece a un “afán literario”; y este mismo profesor no encuentra
posible pensar la sociedad, o quizás pensar en general, sin violentar el lenguaje.
No puedo terminar sin traer un ejemplo del mismísimo maestro Edgar Morin.
Consideremos la forma en que explica una de sus tesis sobre el significado lingüístico:
El sentido es aquello que forma bucle; se le siente, se le ve, en el momento de una
versión latina en la que, a partir de la localización de palabras conocidas (que hacen
emerger insularmente potencialidades polisémicas), a partir de los verbos, nombres propios,
singulares, plurales, a partir de las articulaciones secundarias reconocidas, verificamos con
el diccionario las palabras inciertas, buscamos un sentido que no acaba de emerger,
aunque ya aparezcan como los picos de un macizo cubierto por las nubes. Buscamos, lo cual
quiere decir también que los sentidos aislados de las palabras reconocidas buscan la frase,
que el sentido en gestación nebulosa de la frase busca su cristalización interrogando a las
palabras, que una dialógica azorada confronta las palabras inciertas y el ectoplasma
informe de un sentido global todavía sin concretizar, hasta el momento en que los
fragmentos esparcidos de sentidos inciertos se unen, se modifican unos a otros, se articulan
entre sí en el bucle súbitamente formado de un enunciado con sentido, el cual retroactúa
inmediatamente sobre todas las palabras, les fija un sentido unívoco e integra todas las
articulaciones en la secuencia discursiva (El Método IV, p. 173).
Les he mostrado este fragmento a varias personas sin decirles de quién es ni de dónde lo
he sacado e, invariablemente, lo asumen como una tomadura de pelo. Pero no es una
tomadura de pelo; va en serio. Y lo grave es que nos la estamos tomando en serio al asumir
que el pensamiento complejo puede ser una base sólida para una reforma educativa
fructífera. Si estoy en lo cierto, en cambio, el pensamiento de Edgar Morin está constituido
por cuatro elementos básicos: la confusión, la trivialidad, el error e ideas viejas e
interesantes pero mal expresadas. Es sobre estos pilares que pretendemos edificar la
educación del futuro. No sé si es que soy un identitario-disyuntivo-simplificador, pero me
parece que se puede predecir con mucha certeza cuál va a ser el resultado.
1. Disponible en: www.udp.cl/humanasyeducacion/psicologia/doc/gonzalog/pensamiento.doc
2. http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/9544995.asp
3. www.colciencias.gov.co/redcom/pensamiento-complejo.html. Afortunadamente, este vínculo ya no funciona.
4. www.iesalc.unesco.org.ve/.../reformas/colombia/Informe Reforma Colombia - final - Velilla.pdf
5. http://www.pensamientocomplejo.com.ar
6.www.avizora.com/publicaciones/reportajes_y_entrevistas/textos/edgar_morin_entrevista_0047.htm

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