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Ficha de cátedra Nº 3: Razón dialéctica vs. voluntad de poder.

Nietzsche discute con Hegel

Maximiliano Román
Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filosofar a Martillazos
Nietzsche nació en una pequeña ciudad rural de Alemania (Röcken) en una familia de clérigos
protestantes. Estudió filología, teología, música y filosofía. Su gran desempeño le valió el
nombramiento como catedrático extraordinario de Filología Clásica en la Universidad de
Basilea a los 25 años. Después de participar de la guerra franco-prusiana (1870), padeció
durante toda su vida de períodos de debilidad generalizada, con momentos de ceguera, fuertes
migrañas y violentos ataques estomacales. La enfermedad y el afán de liberarse del mundo
académico lo llevaron a abandonar su cátedra con 35 años. A partir de allí siguió una vida
errante, viajando especialmente por el Mediterráneo y los Alpes suizos. En 1889 sufrió un
colapso nervioso en Turín y fue internado en una clínica psiquiátrica aquejado de parálisis
progresiva. Posteriormente, perdió definitivamente la razón y quedó al cuidado de su madre y su
hermana durante los diez últimos años de su vida.

Del Romanticismo a la crítica


Las primeras obras de Nietzsche, como El nacimiento de la tragedia (1872), se encuentran
marcadas por la influencia del músico Richard Wagner y del filósofo Arthur Schopenhauer. En
este período, descubre la clave de la genialidad de la Grecia Antigua en la contraposición de las
figuras de los dioses Dionisos y Apolo. El primero, era el dios de la embriaguez, de la
irracionalidad y de la voluntad. Apolo, en cambio, representaba la claridad, la razón y la
apariencia. En la tragedia griega, el coro era el elemento dionisíaco, que permitía al espectador
romper los lazos de su propia individualidad, fundirse con los demás y descubrir la unidad
suprema de todas las cosas. Posteriormente, la imposición de otro estilo de tragedia con
Eurípides y de la filosofía de Sócrates en la cultura griega habría hecho desaparecer su
componente dionisíaco, iniciando la represión de los instintos, y por tanto, el camino hacia la
decadencia.1
Por esa época, Nietzsche había entablado una íntima amistad con Wagner y consideraba al
compositor como el único capaz de alcanzar el arte total, de restablecer el espíritu dionisíaco,
aquel que es capaz de conectarse con el fondo oculto de la existencia. En obras como El anillo
de los Nibelungos o Parsifal, Wagner recupera las formas mitológicas alemanas que terminan
por alimentar el nacionalismo germano. Durante el mismo período, la lectura de Schopenhauer
marca a Nietzsche en su revalorización del cuerpo y en su creencia en el arte como vía de
acceso a lo real. Para Schopenhauer, el mundo tiene una existencia relativa al sujeto que conoce,
como representación racional, y al sujeto que actúa, como voluntad irracional. Mientras la
representación es su apariencia, la voluntad es su esencia, lo universal a todos los fenómenos. El
ser humano, como individuo, se encuentra separado de la voluntad primordial de la vida, y sólo
tiene dos caminos posibles para aproximarse a ella: el ascetismo y el arte.
Pocos años después, Nietzsche rompe relaciones con Wagner. A partir de Humano, demasiado
humano (1878) polemiza en muchos de sus escritos con el fanatismo y los ideales del músico.
También se distancia de la filosofía de Schopenhauer, contrastando el idealismo de éste
mediante lecturas de científicos y filósofos materialistas. De esta manera, Nietzsche inicia la
crítica de los valores absolutos, la moral judeo-cristiana y la civilización occidental que expone
en Así habló Zaratustra (1885), Más allá del bien y del mal (1886) y Genealogía de la moral
(1887).

La filosofía del martillo


El filósofo Paul Ricoeur caracteriza la segunda mitad del siglo XIX como la “época de los
maestros de la sospecha”, debido al surgimiento de las figuras de Marx, Freüd y Nietzsche.
Frente al racionalismo dominante en la civilización occidental después de la Ilustración, estos
tres “maestros” criticaron la razón como fuente pura de verdades absolutas y sostén de la
racionalización social y la utopía del progreso indefinido. Con Descartes, el racionalismo había

1
Ver Ficha de Cátedra Nº 1: La cultura griega.
puesto en duda que las cosas fuesen tal y como aparecen, pero no había dudado de que la
conciencia fuese tal y como se aparece a sí misma. Estos pensadores, en cambio, pusieron en
duda la propia conciencia: por su dependencia de pulsiones inconscientes (Freüd), de las
condiciones materiales de existencia (Marx) o de la voluntad de poder (Nietzsche).
Mientras los dos primeros buscaron formas de superación de la crisis (mediante el psicoanálisis
y el socialismo, respectivamente), Nietzsche es el único “maestro de la sospecha” que se
propuso derrumbar todas las certezas del género humano sin elaborar una propuesta concreta de
superación. Proponer un nuevo ideal sería una contradicción para quien pretende desmitificar
todos los ideales.
“Frente a una época donde todos prometen la bonanza, la felicidad, desde la derecha o la
izquierda, Nietzsche simplemente dice que él no viene a prometer nada y menos a levantar
nuevos ídolos, sea la nación, la raza, el proletariado o la ciencia. Él arremete contra todos
los ídolos, denuncia la endeblez de sus certezas. Él dirá, en otro lugar, que su filosofía es la
‘filosofía del martillo’; una filosofía que rompe todos los supuestos consagrados, las
estructuras cerradas. Es una filosofía violenta, destructiva, nihilista porque reclama, tabula
rasa, una mesa despejada donde reemprender la marcha del espíritu”.2
La filosofía del martillo será aplicada por Nietzsche, sobre todo, a lo que él considera los tres
grandes pilares de la civilización occidental: la filosofía, la moral y la religión. En todos los
casos, lo guía un mismo objetivo, desmitificar las verdades consagradas que niegan la vida y
demostrar que en el fondo no constituyen sino un punto de vista que se ha impuesto sobre los
demás.
La forma de escritura escogida por Nietzsche, el aforismo, guarda íntima relación con sus
objetivos. Los aforismos son frases breves y contundentes, que condensan en pocas palabras un
sentido profundo que no siempre puede describirse literalmente. Por ello, utiliza recursos
poéticos y narrativos, como la metáfora, para expresar verdades diferentes de las de la ciencia o
de los grandes sistemas filosóficos. “Nietzsche escribe contra todos los sistemáticos, contra los
que suponen que existe la verdad objetiva o los que prefieren la opción de Dios como un modo
de inventar un trasmundo. Su estilo es el aforismo, la frase látigo... lo aforístico implica un
modo de rechazar los grandes relatos articuladores de una concepción única del mundo. Frente
a las ideas-cemento de los grandes sistemas filosóficos del siglo XIX, Nietzsche hace de cada
aforismo una idea, una manera peculiar y particular de concebir el mundo. No hay una sola
manera nietzscheana de ver el mundo; no hay un solo Nietzsche. Hay múltiples máscaras”.3
La ambigüedad de la escritura aforística permite, además, que se construyan diversas
interpretaciones sobre un mismo texto y que todas sean igualmente válidas, al contrario de las
obras sistemáticas que deben entenderse en un único sentido. Nietzsche, por lo tanto, no
construye un sistema filosófico perfecto, cerrado, sino una deriva filosófica que se entrelaza con
la deriva de su propia vida, por lo azaroso e imprevisto.

Crítica de la verdad y el conocimiento


Desde sus orígenes en la Antigua Grecia, la filosofía había considerado a la razón como la
suprema facultad humana, capaz de superar las apariencias de los sentidos y alcanzar la verdad.
Sócrates aconsejaba someter a ella todas las pasiones, Platón la entendía como única vía de
acceso al mundo verdadero y Aristóteles definía al hombre como “animal racional”.
Nietzsche irá en contra de toda la tradición filosófica al sostener que el intelecto humano es,
antes que nada, un instrumento para la conservación de los individuos. Así como los animales
cuentan con dientes o cuernos para defenderse y sobrevivir en la indomable naturaleza, el
hombre posee su razón, que consiste básicamente en la capacidad de producir ficciones,
engaños que lo ayuden a conservarse.
Sin embargo, los hombres desean vivir en comunidad, y para entenderse unos a otros, deben
establecer un acuerdo sobre las ficciones que inventan. Así, se establece por convención lo que
ha de ser considerado verdad, una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria.

2
Casullo, Nicolás y otros. Itinerarios de la Modernidad: corrientes de pensamiento y tradiciones intelectuales desde
la ilustración hasta la posmodernidad. Eudeba, Buenos Aires, 2004. P. 350.
3
Ibíd. P. 354.
Los nombres no tienen, en sí mismos, una relación con las cosas que nombran. Son simples
metáforas inventadas por el lenguaje.
“¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias,
antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido
realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un
prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son
ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin
fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como
monedas, sino como metal”.4
El problema sobreviene cuando los hombres olvidan que las verdades fueron creadas por seres
humanos como ellos y las consideran eternas, universales y absolutas. Así surge la posibilidad
de que un pequeño grupo imponga sus propias verdades - o ficciones- sobre todos los demás.
No hay en ellos un “impulso puro hacia la verdad”, sino una voluntad de imponer su poder. La
voluntad de verdad no es sino voluntad de poder. Los hombres sólo desean la verdad por sus
consecuencias agradables, aquellas que aumentan el propio poder y conservan la propia vida.
En definitiva, Nietzsche defiende un perspectivismo: “no hay hechos, sino interpretaciones”;
“no hay cosas en sí, sino perspectivas”. La pregunta “¿Qué es esto?”, significa en realidad
“¿Qué es esto para mí?”. Y la perspectiva nunca es imparcial, es siempre una valoración
particular, hecha por la voluntad de poder.
El origen de la creencia en una verdad absoluta coincide, para Nietzsche, con el nacimiento de
la Filosofía. La figura emblemática en este proceso es Sócrates, quien instala entre sus pares la
supremacía de la racionalidad, el diálogo como instrumento para llegar a la verdad y la
concepción idealista del mundo, en contra de la supremacía de la vida, la tragedia clásica griega
y la concepción trágica del mundo. Sócrates representaría, entonces, el triunfo del espíritu
apolíneo por sobre el dionisíaco.
Nietzsche también critica a Platón por haber creado un “mundo de las Ideas” como lugar
trascendente de la realidad verdadera, desvalorizando el mundo real, y la idea de un “Bien en sí”
absoluto, que existiría independientemente de toda perspectiva particular. A partir de allí se
inicia la reflexión meta-física (más allá de lo físico), que supone la existencia de un “mundo
verdadero” (inteligible y real) en oposición al “mundo aparente” (sensible). La realidad
cambiante de la vida cotidiana escondería un mundo de verdades absolutas sólo accesible
mediante la razón.
Para Nietzsche, por el contrario, toda verdad filosófica encubre un instinto, un temor o un deseo
oculto. Detrás de la filosofía de Sócrates y Platón, detrás de toda la metafísica occidental y su
glorificación de la razón, se oculta el temor hacia los instintos, el desprecio del valor de los
sentidos, y por tanto, el odio a la vida. Así se hace presente en la filosofía el espíritu de
decadencia que caracteriza a la civilización occidental: “Todo lo que los filósofos han venido
manipulando desde hace milenios eran momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada
real. Matan y disecan, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran —se vuelven
mortalmente peligrosos para todo. La muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el
crecimiento son para ellos objeciones, —incluso refutaciones. Lo que es no deviene; lo que
deviene no es… ¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de
sepulturero!”.5
Nietzsche propone entonces aceptar el testimonio de los sentidos y valorar el mundo sensible
como la única realidad. Con ello recupera el pensamiento de los filósofos presocráticos, sobre
todo Heráclito, para quien lo real es el cambio, el devenir, el fenómeno, la apariencia.

Crítica de la moral y la religión


Después de plantear el carácter metafórico de toda verdad en el ámbito del conocimiento,
Nietzsche emprende su crítica contra las verdades consagradas en el ámbito moral. Este otro
gran pilar de la civilización occidental permanece incuestionado, en tanto los valores morales
4
Nietzsche, Friedrich. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Trad. Teresa Orduña y Luis Valdés. Tecnos,
Madrid, 1998. P. 25
5
Nietzsche, Friedrich. El Anticristo / Cómo se filosofa a martillazos. Trad. Carlos Vergara. Edaf, Madrid, 1985. P.
131.

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