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Modern History.

Tradicionalmente, se ha denominado como Edad Moderna al período


histórico comprendido entre los siglos XV y XVIII de nuestra era. A pesar
de que la periodización de la Historia siempre entraña unos riesgos
evidentes, generalmente se atiende a criterios educativos para marcar
ciertas etapas en el estudio de la ciencia histórica, con el único fin de
establecer el contorno de un período que comparte características
similares y que, aunque es evidente que las cosas no cambian de la noche
a la mañana, ayuda a la hora de la comprensión global de las variaciones
temporales. Por ello, en nuestro análisis intentaremos establecer cuáles
han sido los criterios por los que en diferentes épocas se ha atendido a la
clasificación cronológica de los hechos.

La Edad Moderna en la historiografía tradicional.

La Historia de siempre, esto es, la que establecía su criterio en elevar el


hecho histórico único como factor de ruptura, daba unas fechas que todos
en alguna ocasión hemos conocido: la Edad Moderna comenzaba en el año
1453, fecha de la toma de Constantinopla por el imperio turco, y finalizaba
en 1789, fecha de comienzo de la Revolución francesa. Para el caso de
España, la datación se alargaba un poco más: teníamos el inicio situado
en 1492, emblemática fecha del Descubrimiento del Nuevo Mundo y de la
toma de Granada por los Reyes Católicos, y finalizaba en 1812, fin de la
invasión francesa en España y reunión de las Cortes de Cádiz. Es evidente
que los criterios de datación estaban muy influidos por el pensamiento
Ilustrado del siglo XVIII y por la época de erudición que, en el ámbito de
los historiadores, reinó durante todo el siglo XIX. Se pensaba que el
Humanismo, la corriente intelectual que comenzó en el siglo XV y que
continuó, desde su nacimiento italiano, expandiéndose por toda Europa
durante la centuria siguiente, significaba el punto de ruptura de una
sociedad desindividualizada y religiosa (como era la feudal) para pasar a
ser individualista y laica. Pero el hecho decisivo que fundamentó dichas
dataciones fue la aceptación, por parte de la comunidad científica en
general, de las teorías evolucionistas del científico británico Charles
Darwin. Si aplicamos el evolucionismo a la Historia de la humanidad,
observamos que sólo las sociedades que sepan dar el cambio adecuado
para su futuro lograrán evolucionar (en el sentido darwinista). Por ello, la
Edad Moderna era la época del cambio, en la que los Estados europeos se
preparan para lograr su preponderante presencia en el mundo a partir de
entonces. Se trata de una historia lineal, en la que cada etapa mejora la
pasada y en la que el hecho histórico se revela como un muro
infranqueable a través del cual, como diría Darwin, sólo los más fuertes y
preparados pueden pasar.

Esta periodización de la historiografía tradicional se ha mantenido durante


bastante tiempo debido a que, apelando al criterio educativo que
mencionábamos más atrás, ofrece un marco cronológico concreto para
que la historia sea comprensible. Sin embargo, es obvio decir que muchos
de sus postulados han quedado difuminados en el tiempo, merced a las
nuevas investigaciones llevadas a cabo en el siglo XX.
La Edad Moderna en el Materialismo Histórico.

Si anteriormente observábamos cómo las ideas de Charles Darwin habían


influido en la periodización de la Historia, en el siglo XX, pese a que ya
contaba con algún antecedente en el siglo anterior, fue el pensamiento de
un filósofo el que contribuyó a crear una nueva periodización. En efecto,
las ideas del gran pensador alemán Karl Marx dieron lugar a un
pensamiento político-filosófico (Marxismo) y, lo que interesa para nuestro
análisis, a una corriente historiográfica denominada Materialismo
histórico, que nunca hay que confundir con el pensamiento político. Para
no entrar en la complejidad filosófico-teórica de las ideas de Marx,
únicamente diremos que dicha corriente historiográfica apelaba a la lucha
de clases como motor de la Historia, es decir, que la lucha de un grupo de
inferior categoría social por obtener el poder (lo que Marx llamaba medios
de producción) era, una vez alcanzado el fin último, lo que definía el
cambio de una sociedad a otra. Así pues, al establecer la periodización en
un cambio estructural, los historiadores afines al materialismo histórico
rechazaban la Edad Moderna como etapa de la Historia. Creen que,
realmente, no había ningún cambio entre el modo de producción feudal, lo
que entendemos como Edad Media, y el modo de producción capitalista,
que actualmente está asociado con la Edad Contemporánea, puesto que
una de las cosas que pedía el pueblo alzado en el hipotético fin de la Edad
Moderna, según la historiografía tradicional (1789), era ni más ni menos
que la abolición de los derechos feudales. Ni que decir tiene que el estudio
de la economía era un claro puntal de los historiadores materialistas,
puesto que en ellos encontraban su criterio básico con el que establecer
su periodización. De cualquier forma, el materialismo histórico engloba a
tanta cantidad de criterios heterogéneos que muchos de sus historiadores
aceptan la Edad Moderna como ámbito en que realizar sus estudios e
investigaciones. Nuestra panorámica sólo pretende ser un breve bosquejo
general, a veces demasiado general para entender la complejidad de la
periodización cronológica.

La Edad Moderna en la historiografía actual.

Trataremos de englobar aquí cómo ha visto la historiografía más reciente


la periodización de la Edad Moderna. No podemos ni siquiera detenernos
en establecer la influencia del pensamiento filosófico, puesto que la gran
cantidad de pensadores/as que en ello influyen (Ranke-aunque vivió en el
siglo XIX-, Foucault, Derrida o Rossi Braidotti, por citar unos cuantos
nombres) haría nuestro análisis demasiado extenso. Por ello, sólo
estableceremos unos puntos generales en los que parecen estar de
acuerdo casi todos los historiadores que investigan sobre el período
moderno. La mayoría de ellos opta por no seguir el criterio cerrado que
hacía del hecho histórico un muro infranqueable, sino que establecen una
especie de cesura en la cual comienzan a generalizarse ciertos cambios
que se han producido con anterioridad en unos pocos lugares. La
historiografía actual defiende una evolución regresiva, en contraposición
con la evolución lineal defendida por la historiografía tradicional, pues los
cambios no afectan a las sociedades ni al mismo tiempo, ni en el mismo
marco geográfico, ni a todos los niveles sociales. Incluso cuando éstos se
producen, existen épocas o ámbitos geográficos en los que no sucede o,
incluso, en los que se produce una regresión de lo conseguido.

Y después de ésto ¿qué es lo que queda?. Aunque a tenor de lo dicho


parezca que ninguna periodización es válida, lo cierto es que se ha
recurrido a la multiplicidad de criterios para intentar datar la Edad
Moderna. Más que una periodización exacta, lo que la historiografía actual
define es una especie de líneas maestras sobre las que se asientan los
cambios acontecidos durante los siglos XV al XVIII, caracterizadas en los
siguientes puntos:

- Fin de los conflictos bélicos de larga duración, como el caso de la guerra


de los Cien Años.

- Recuperación de la crisis demográfica propiciada por la epidemia de


peste del año 1348.

- Recuperación de los campos y de los cultivos, además de un incremento


notable de los intercambios comerciales. Asimismo, dicho incremento se
destina, en su mayor parte, al consumo. Esto nos habla perfectamente
sobre un crecimiento de la economía monetaria, sobre todo después de
que, tras el descubrimiento de América, Europa se llene de oro y plata
procedente del Nuevo Mundo.

-Afirmación de los Estados Nacionales como poder equivalente al que en


la época medieval únicamente ostentaban el Imperio y el Papado.

- Como consecuencia de lo anterior, un mayor control sobre las acciones


reaccionarias llevadas a cabo tanto por la nobleza como por el clero.
También, a nivel social, hay quien ha definido que la Edad Moderna se
caracteriza por ser la época en la que los vasallos pasan a ser súbditos.

-La institucionalización del poder centralizado conlleva el desarrollo de


unas estructuras administrativas y burocráticas con las que llevar a cabo
dicho control sobre los grupos sociales. Así pues, la Edad Moderna asiste
al nacimiento de los Consejos Reales, de la organización de la Hacienda
de los Estados y al nacimiento de los ejércitos estatales permanentes, lo
que conlleva un cierto recorte del poder que en épocas anteriores habían
tenido las asambleas nobiliarias representativas y el poder de los
concejos urbanos.

- Uno de los factores que más caracterizan a primera vista la Edad


Moderna es lo que los historiadores han denominado la Universalización
de la Historia. Efectivamente, las anteriores etapas cronológicas se
centraban en la descripción de los acontecimientos de los ámbitos
europeo y mediterráneo, llegando como mucho a tocar el norte de África y
Asia central. Por el contrario, la Edad Moderna es la época de los grandes
descubrimientos: Cristóbal Colón descubre América en 1492, los
navegantes portugueses bordean toda la costa africana y los mercaderes
venecianos y genoveses (recordemos los viajes de Marco Polo) llegan
hasta los confines del Lejano Oriente. Las motivaciones de los
descubrimientos son diversas: políticas, económicas, religiosas, etc., pero
todos los descubrimientos nos llevan a una ampliación del mundo
conocido que bien pudiera ser tomado como el criterio principal a la hora
de establecer la periodización de la Edad Moderna.

- Naturalmente, como consecuencia de lo anterior, también tenemos que


señalar como factor importante los avances técnicos y científicos que
posibilitaron las grandes travesías oceánicas. La navegación sufre
importantísimos cambios que la elevan sobre el resto de ciencias (brújula,
mapas oceánicos, sistema de propulsión, velas...), pero igual ocurre con
las armas de fuego, donde el descubrimiento de la pólvora desempeña un
papel fundamental, o con las nuevas fortificaciones, toda vez que el uso de
las armas de fuego dejaba al descubierto las carencias de las fortalezas
medievales.

- En cuanto a la sociedad, ya desde los primeros inicios de la época del


Renacimiento se sintió fuertemente separada de lo medieval. Es una
época en la que se inicia el imparable ascenso de un grupo social (la
burguesía) que le llevará a las más altas cotas de poder económico y a
poner cerco continuo al sistema estamental en que estaba basada la
organización social (tres estamentos: nobleza, clero y estado llano). Este
sistema, conocido como Antiguo Régimen, será el preponderante en toda
la Edad Moderna, y quizá tengamos que recurrir a estudiar su caída o su
pervivencia para saber realmente cuándo finaliza la época que hemos
denominado Edad Moderna.

-Por lo que se refiere al arte y a la cultura, la invención de la imprenta en


el siglo XV posibilita que los escritos tengan un público de mayor acceso,
dejando de lado el yugo religioso que prácticamente había monopolizado
la cultura durante los siglos anteriores. Se produce una cierta laicización
de los acontecimientos culturales, toda vez que el incremento de riqueza
del estamento burgués posibilita que los artistas tengan unos mecenas a
los que recurrir. Además, la Edad Moderna nos ha dejado una de las
corrientes culturales más importantes de la Historia, como es el
Reformismo Ilustrado del siglo XVIII, donde la idea de universalizar la
cultura pretendió agrupar todos los conocimientos del hombre en obras
para su difusión popular. El éxito o fracaso de dicha labor no quita para
que reconozcamos su enorme mérito.
Todo lo expuesto anteriormente nos permite dibujar un boceto de lo que
fue la Edad Moderna y la sociedad de su tiempo.

Etapas de la Edad Moderna.

En este punto final, señalaremos aquellas subdivisiones que se hacen en


el seno de la Edad Moderna y los principales acontecimientos que las
definen:

1492-1571- Es la etapa de la hegemonía española. La época viene definida


por la lucha entre los protestantes que quieren llevar a cabo la Reforma de
la Iglesia y los católicos, encabezados por los españoles, que son los
campeones de la Contrarreforma. Es la época de esplendor económico y
financiero de Europa, aunque el dominio turco sobre el Mediterráneo
comienza a tener efectos graves sobre las economía europeas.
1571-1619- La segunda etapa se caracteriza por el incremento de las
tensiones nacionalistas entre los distintos países europeos. Es, además,
una época de crisis coyuntural económica y de recrudecimiento de los
problemas religiosos. Todo ello llevará al enfrentamiento bélico entre los
estados de Europa.

1619-1688- Etapa lamentablemente marcada por la Guerra de los Treinta


Años, en la que se vieron involucradas de un modo u otro todas las
naciones europeas. El conflicto distó mucho de finalizar con la Paz de
Westfalia (1648), debido a que sus efectos perniciosos influyeron hasta el
último tercio del siglo XVII. Es la época de la hegemonía francesa, en
detrimento de la casa Habsburgo, dinastía reinante en España y en el
Imperio Germánico.

1688-1725- Tras los últimos coletazos de la guerra, se procede a una


reorganización general de las fronteras europeas en la que dos naciones
salen ampliamente fortalecidas: Inglaterra y Rusia. El colonialismo cobra
especial importancia en esta etapa, lanzándose las naciones en una
carrera de conquistas transeuropeas.

1725-1789- Es la etapa que caracteriza al fenómeno del Despotismo


Ilustrado. Ciertamente, las estructuras del Antiguo Régimen ya daban
muestras de flaqueza, por lo que bien pudiera ser la época de las tímidas
reformas por mantener el antiguo status social. Sin embargo, siguiendo la
opinión de algunos historiadores, tras la independencia de las colonias
británicas de América en 1776 y el levantamiento francés de 1789,
estamos asistiendo al nacimiento de una nueva etapa: la Edad
Contemporánea.

Bibliografía.

BENNASSAR, M.B. et alii. Historia Moderna. (Madrid: Ed. Akal, 1980).


BRAUDEL, F. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de
Felipe II. (México: F.C.E., II vols, 1962).
ELLIOT, J.H. La España imperial. (Madrid: 1995).
GOUBERT, P. El Antiguo Régimen. (Madrid: 1984).
STRAYER, J. Los orígenes medievales del estado moderno. (1975).

EL RENACIMIENTO: (Del lat. renasci, ´renacer´) sust. m.

1. Acción de renacer: estamos siendo testigos de un preocupante


renacimiento del fascismo en Europa.
2. Época histórica que comienza a mediados del siglo XV en Europa y que
termina a finales del siglo XVI, caracterizada por un notable desarrollo
humanístico de las artes y las ciencias, inspirado en la antigüedad clásica
(ú. s. con mayúscula inicial): el hombre del Renacimiento se consideró a sí
mismo medida de todas las cosas.
3. Estilo que exhiben las obras artísticas de dicha época (ú. generalmente
en aposición): la pieza más cotizada de la subasta fue una butaca
renacimiento tapizada en terciopelo dorado. Véase Arte del Renacimiento.
Sinónimos
Reaparición, resurrección, resurgimiento, retorno, renovación,
reanudación, vivificación, florecimiento, restauración.

Antónimos
Muerte, desaparición, abandono, marchitamiento, finalización.

El concepto Renacimiento se aplica a la época artística que da comienzo a


la Edad Moderna. El término procede de la obra de Giorgio Vasari Vidas de
pintores, escultores y arquitectos famosos, publicada en 1570, pero hasta
el siglo XIX este concepto no recibe una amplia interpretación histórico-
artística; sin embargo, Vasari había formulado una idea determinante, el
nuevo nacimiento del arte antiguo, que presuponía una marcada
conciencia histórica individual, fenómeno completamente nuevo en la
actitud espiritual del artista. De hecho, el Renacimiento rompe
conscientemente con la tradición artística de la Edad Media, a la que
califica, con desprecio, de estilo de bárbaros o de godos. Y con la misma
consciencia se opone al arte contemporáneo del Norte de Europa.

Desde la perspectiva de la evolución artística general de Europa, el


Renacimiento significa una ruptura con la unidad estilística que hasta ese
momento había sido supranacional. Diferentes etapas históricas marcan
el desarrollo del Renacimiento: la primera tiene como espacio cronológico
todo el siglo XV, es el denominado Quattrocento, y comprende el
Renacimiento temprano que se desarrolla en Italia. La segunda se
desarrolla en el siglo XVI, se denomina Cinquecento, y su dominio artístico
queda referido al Alto Renacimiento, que se centra en el primer cuarto del
siglo. Esta etapa desemboca hacia 1520-1530 en una reacción anticlásica
que conforma el Manierismo.

Mientras que en Italia se estaba desarrollando el Renacimiento, en el


resto de Europa se construye el gótico en sus formas tardías, situación
que se mantiene, exceptuando casos concretos, hasta comienzos del siglo
XVI.

En Italia el enfrentamiento y convivencia con la Antigüedad clásica,


considerada como un legado nacional, proporcionó una amplia base para
una evolución estilística homogénea y de validez general. Por ello, allí fue
posible su surgimiento y precede a todas las demás naciones. Fuera de
Italia la Antigüedad clásica supondrá un caudal académico asimilable, y el
desarrollo del Renacimiento dependerá constantemente de los impulsos
marcados por este territorio. Artistas importados desde Italia o formados
allí, hacen el papel de verdaderos transmisores.

De forma genérica se pueden establecer las características del


Renacimiento en:

1º. La vuelta a la Antigüedad. Resurgirán tanto las antiguas formas


arquitectónicas como el orden clásico, la utilización de motivos formales y
plásticos antiguos, la incorporación de antiguas creencias, los temas de
mitología, de historia, así como la adopción de antiguos elementos
simbólicos. Con ello, el objetivo no va a ser una copia servil, sino la
penetración y el conocimiento de las leyes que sustentan el arte clásico.
2º. Surgimiento de una nueva relación con la naturaleza, que va unida a
una concepción ideal y realista de la ciencia. Las matemáticas se van a
convertir en la principal ayuda de un arte que se preocupa
incesantemente en fundamentar de forma racional su ideal de belleza. La
aspiración de acceder a la verdad de la Naturaleza, como en la
Antigüedad, no se orienta hacia el conocimiento de fenómeno casual, sino
hacia la penetración de la idea.
3º. El Renacimiento hace al hombre medida de todas las cosas. Como arte
esencialmente cultural, presupone en el artista una formación científica,
que le hace liberarse de actitudes medievales y elevarse al más alto rango
social.

Los supuestos históricos que permitieron desarrollar el nuevo estilo se


remontan al siglo XIV cuando, con el Humanismo, progresa un ideal
individualista de la cultura y un profundo interés por la literatura clásica,
que acabaría dirigiendo, forzosamente, la atención sobre los restos
monumentales clásicos.

Italia en ese momento está integrada por una serie de estados entre los
que destacan Venecia, Florencia, Milán, el Estado Pontificio y Nápoles. La
presión que se ejerce desde el exterior impidió que, como en otras
naciones, se desarrollara la unión de los reinos o estados; sin embargo, sí
se produjo el fortalecimiento de la conciencia cultural de los italianos.
Desde estos supuestos, fueron las ciudades las que se convierten en
centros de renovación artística. En Florencia, el desarrollo de una rica
burguesía ayudará al despliegue de las fuerzas del Renacimiento, la
ciudad se convierte en punto de partida del nuevo estilo, y surgen, bajo la
protección de los Médicis, las primeras obras que desde aquí se van a
extender al resto de Italia.

El problema del Renacimiento

El Renacimiento artístico puede, por tanto, centrarse en el siglo XV en


Florencia, pero aparece ligeramente retrasado con respecto al
pensamiento -ya había aparecido la Comedia de Dante y el Decamerón de
Boccaccio-, y va a suponer la incorporación al sistema figurativo de la
nueva mentalidad de acercamiento al clasicismo antiguo. Anteriormente
al siglo XV se habían producido intentos de vuelta a la Antigüedad clásica;
son los denominados renacimientos como la Renovatio carolingia, donde
se adopta un sistema de representación en el que los temas van a ser
preferentemente clásicos, y la Renovatio otomana o anglosajona, que
partiendo de fuentes distorsionadas como el arte paleocristiano,
carolingio y bizantino, intentaba un ahondamiento en el pasado clásico; o
lo que se ha dado en llamar protorrenacimiento o protohumanismo, que
adopta un sistema monumental de representación que se extiende a todas
las artes, pero que se mantiene dentro del sistema gótico (recordemos la
escultura de Nicola Pisano). Todos estos movimientos produjeron una
reactivación de los motivos y los conceptos clásicos, pudiéndolos
considerar como la antesala del Renacimiento, ya que, pese a que vuelven
su vista a la Antigüedad, no consiguen una renovación extensa y profunda
en todos los órdenes, como si se logrará en el Renacimiento, donde existe
una fusión y unificación de todos los aspectos de la cultura (arte,
literatura, ciencia, filosofía, etc.). Este cambio, adjetivado en alguna
ocasión como mutacional, con el sentido biológico de repentino y
permanente, es producto de diversas causas: históricas, ideológicas y
sociológicas.

1º. Causas históricas. Durante el siglo XIV una serie de hechos provocan
una profunda crisis en el sistema de creencias del hombre, grandes
pestes y epidemias diezman la población europea, la acentuada
mortalidad lleva a un sentimiento de inseguridad en el hombre que le
provoca una crisis de carácter religioso.

La despoblación del mundo rural y la concentración en las ciudades


produce el desarrollo de las grandes ciudades europeas, en las cuales se
gesta el sentimiento de identificación del hombre con su ciudad. El
desarrollo del nuevo sistema mercantilista, que desplaza el sistema
feudal, tendrá una lineal traducción en el arte, ya que con la aparición de
una nueva clase social, la burguesía, con gran poder adquisitivo,
aparecerá el mecenazgo artístico y una intención diferenciadora de las
clases nobles y clericales.

2º. Causas ideológicas. Coincidiendo con el nuevo sistema de


representación, y adelantándolo un poco en el tiempo, aparece el
Humanismo, una nueva manera de concebir el universo diferente de la
Escolástica tradicional, con una crítica basada en un criterio científico
retomado de la Antigüedad. El acercamiento a la Antigüedad, se realiza
desde tres niveles: el primero tomando disciplinas que habían sido
olvidadas en la Edad Media, el segundo desde una emulación a esa
Antigüedad y el tercero desde una superación de la misma. Partiendo de
estos planteamientos el arte deja de estar considerado como una
actividad manual para ser una obra intelectual y el artista pasa a los
tratados teóricos del arte.

3º. Causas sociológicas. El arte se va a independizar del estamento


religioso, el patronazgo artístico pasará a ser ejercido, en medida muy
importante por la burguesía rica de comerciantes y banqueros, con lo cual
el arte se hará eminentemente laico y se verá inmerso en un proceso
contínuo de secularización.

Mecenas, artistas y mercado artístico

Todo el cambio de relaciones que se estaba produciendo en la sociedad


tenía que incidir en el desarrollo básico de Renacimiento. En este
momento se produce la aparición de dos nuevos estamentos artísticos: el
mecenas y el artista. El mecenazgo se va a dirigir a prestigiar al que paga
la obra; se podrá ejercer de forma individual, desde una familia, o desde
organizaciones civiles o laicas y, desde luego, desde instituciones
religiosas. Por tanto, el mecenazgo marcará su impronta en el desarrollo
artístico, que quedará limitado por la moda o el gusto que, partiendo de
los dictados de los humanistas que determinan lo que es malo o bueno,
condiciona las obras patrocinadas por los mecenas y el desarrollo
artístico. El mercado artístico, hasta ese momento propio de círculos muy
reducidos de la sociedad, se irá extendiendo, llegando a generalizarse en
la sociedad y condicionando una producción casi industrial que resta
originalidad a las obras.

Se produce igualmente una variación en la concepción del artista, que


pasa de ser considerado un trabajador manual a una persona que trabaja
con el intelecto. Este proceso relativamente implantado en Italia, se irá
imponiendo en Europa de un modo lento y progresivo; en España el
problema todavía no está resuelto en el siglo XVII.

Arte y Antigüedad

El Renacimiento establece el modelo clásico como crítica al modelo


tradicional; esta adopción de la Antigüedad como autoridad procede del
Humanismo, que la necesita para poder desarrollar su crítica a lo
tradicional, así como la nueva sociedad laica encontró un elemento de
unión en el paganismo antiguo. El modelo de Roma se impone para poder
desarrollar un arte laico y secularizado.

El respeto por la Antigüedad se trasmite a través de la literatura teórica,


que se va a basar en las autoridades clásicas y sus experiencias. No se
abandona por esto el sistema de aprendizaje en taller, donde los modelos
personales son trasmitidos como experimentación artística.

Dentro de las distintas artes se va a imponer una forma de acercamiento a


la Antigüedad. El arquitecto lo hará a través del conocimiento de los
monumentos antiguos que, en casos como Roma, es evidente. Estos restos
le van a permitir un estudio pormenorizado, una medición e incluso una
utilización de los materiales. Al mismo tiempo, podrá analizar las fuentes
clásicas en los recuperados tratados de Vitrubio. Pero estos elementos los
utilizará con un criterio crítico que le llevará más lejos. Para ello,
contrastará los elementos antiguos con la teoría, descubriendo algo
fundamental en el desarrollo de la arquitectura: el monumento antiguo no
va a estar construido de acuerdo con las teorías de Vitrubio, lo que llevará
a Alberti a formular una arquitectura que, basada en la Antigüedad, será
totalmente novedosa.

El escultor sólo va a contar con los restos existentes para poder acercarse
al conocimiento de la Antigüedad y que, cuantitativamente, van a ser
menores que en arquitectura, aunque se verá favorecido por el gusto del
coleccionismo de antigüedades que inspirarán permanentemente al
artista. Pero no va a existir un soporte teórico con el que comparar las
obras: así, el escultor tendrá que acudir a otras materias, en especial a la
arquitectura, que le proporciona la referencia espacial donde insertar la
imagen.

El pintor encontrará una mayor dificultad, ya que no se conocen ni restos


ni fuentes; por lo tanto, la pintura se apoyará en fuentes indirectas, en las
experiencias de la escultura y la arquitectura, completándolo con la
inspiración y con temas como la mitología, fuente inagotable.
Pero el hombre del Renacimiento sigue siendo cristiano y, por tanto, debe
conciliar la cultura pagana con su visión cristiana. Así, se irá produciendo
un proceso lento y contínuo de adaptación y revisión de los textos clásicos
a la sociedad del momento. En este proceso será determinante la
influencia de la Academia neoplatónica de Marsilio Ficino, vigente en
Florencia a partir de la segunda mitad del siglo XV. Con el neoplatonismo
se recupera el concepto de belleza de la Antigüedad, por el que la belleza
terrestre es el reflejo de la belleza superior. También se consigue una
supeditación de los valores filosóficos de la Antigüedad, sobre todo del
platonismo, al cristianismo, al mismo tiempo que se desarrolla la
secularización del mensaje cristiano. La recuperación de la iconografía de
las divinidades paganas no va a suponer la transmisión de sus valores
primigenios, sino que se utilizan como un medio por el que se van a
manifestar, en clave simbólica, los valores de la época. La secularización
de la vida no va a ser fruto del abandono del sentimiento religioso, sino del
enfrentamiento de dos actitudes contrapuestas: el dogmatismo y el
espíritu critico.

Renacimiento italiano y sistema figurativo flamenco

El Renacimiento supone una revolución innovadora al romper con el


sistema figurativo gótico, iniciando el sistema de representación
tridimensional. Pero esta ruptura no se deberá solo a los trabajos de los
artistas italianos, sino también a los logros de los primitivos flamencos
surgidos en las ciudades burguesas de Flandes, con las que la burguesía
italiana mantendrá contínuos contactos.

Los pintores flamencos tomarán, como los italianos, conciencia histórica


de su propia realidad, situándose críticamente frente a la tradición
medieval y profundizando en el análisis de la realidad mediante un
naturalismo que tiende a ser tridimensional por el estudio de la luz, así
como por la representación minuciosa y exacta. La nueva actitud ante la
representación de la naturaleza y la valoración de nuevos géneros como el
retrato supone el reflejo de unos nuevos valores, los de la burguesía
flamenca que, como en la italiana, serán eminentemente renacentistas.

Pero la trayectoria para la consecución de estos logros será distinta en


Italia y en Flandes: los pintores flamencos no utilizan un modelo como el
de la Antigüedad para romper decididamente con el gótico internacional y,
mientras que los italianos reducen la naturaleza a un espacio que el
hombre puede dominar colocándole en el centro de ella, los flamencos
ofrecen un mundo en el que el hombre se pone en contacto y en
correspondencia con el universo, en que cada elemento de la naturaleza
expresa totalmente su realidad, sin jerarquías ni gradaciones de valores.
Desde una vía distinta ofrecen un cambio en el terreno artístico de la
magnitud del que se estaba produciendo en Italia.

Configuración del nuevo sistema de representación

El artista del Renacimiento va a concebir el espacio como un elemento


infinito, homogéneo y unitario, el cual debe cumplir dos requisitos: reflejar
fielmente lo que el ojo ve y conformarse en base al principio general de
representación científica, teniendo en cuenta las leyes de las
matemáticas, la óptica y la geometría. El esfuerzo de teorización
abstracta y de indagación práctica culminará con la aparición de la
perspectiva, por la cual se representa la naturaleza en un sistema
tridimensional.

Brunelleschi conseguirá, con la cúpula de Santa María de las Flores, una


estructura centralizada que coordina y unifica el espacio longitudinal de la
basílica, resolviendo el problema técnico de su construcción y
transformando el espacio urbano.

Ghiberti, en Las Puertas del Paraíso de 1425, plantea un espacio en el que


no existe la compartimentación del gótico, un espacio natural,
convincente y tridimensional con la representación de figuras que se
basan en los modelos clásicos. Por su parte, Masaccio, en la Capilla
Brancaci, introduce la perspectiva y figuras inspiradas en la escultórica
clásica. Alberti, en la Fachada de Santa María Novella de Florencia,
organiza la puerta como un autentico arco triunfal.

El proceso de secularización

La nueva orientación de la cultura que se está elaborando en Italia a lo


largo del siglo XV acabará configurando una cultura laica. El proceso de
secularización parte del Humanismo, desarrollado desde la segunda mitad
del siglo XIV por un nutrido grupo de intelectuales ligados a la ideología
mercantil, ciudadana y premercantilista. Su evocación a la Antigüedad y el
posicionamiento del hombre como centro del universo le dotaron de un
carácter abierto, libre y dinámico, que tuvo su concreción más coherente
en el arte del Quattrocento.

El hombre del renacimiento no trató de apartar al mundo de Dios, pero su


búsqueda le llevó a emprender un camino con resultados, en parte,
insospechados. Florencia, tras haber alcanzado una total autosuficiencia
económica y política, haberla defendido y reconocido durante mucho
tiempo, requería una cultura y un arte no anclados en una visión que
contradecía abiertamente los logros de su sociedad urbana. En la Edad
Media, con una concepción teológica y estamental del mundo, en el que la
vida era una adaptación al orden establecido por Dios, el arte permaneció
inmerso en un sistema en el que desempeñaba funciones
fundamentalmente religiosas. Pero en el siglo XV y en la sociedad
florentina se mostraron insuficientes: la nueva economía mercantilista, el
mecenazgo de las grandes familias, la demanda de nuevos géneros, como
el retrato, y nuevas tipologías, como las villas, palacios o bibliotecas, así
como la nueva posición del artista en la sociedad, abrieron el camino
hacia la secularización.

En Florencia surgieron hombres capaces de traducir al plano mental las


profundas modificaciones que se habían operado en el conjunto de la
realidad política y socio-económica. Alberti y Piero della Francesca,
entusiasmados por el nuevo modo de pintar, construir o esculpir de
Brunelleschi, Masaccio y Donatello, teorizaron y tradujeron a un sistema
riguroso y funcional de conocimiento las nuevas realizaciones. Si en la
literatura se había utilizado como único modelo de referencia la
Antigüedad, en la actividad artística se establece como autoridad la
Naturaleza y la observación experimental. La Naturaleza se convierte, por
lo tanto, en la realidad más allá de la cual no debe preocupar nada. La
confianza del hombre en su razón, en su capacidad para explicar el mundo
y, en consecuencia, por dominarlo, le llevan a un proceso ininterrumpido
en el que, progresivamente, ahonda en el conocimiento de la naturaleza y
sus leyes.

El sistema de representación

La elaboración de un nuevo sistema de representación se entendió desde


un principio como una superación y una ruptura con la forma de
representación de la Edad Media. La perspectiva que se había utilizado en
el arte antiguo era la expresión de un determinado concepto del espacio y
que difería de la intuición moderna, puesto que no concebía el espacio
como el elemento capaz de circunscribir y resolver la contraposición de
cuerpos y la ausencia de estos (espacio vacío), sino como aquello que
permanecía entre los cuerpos. Así, el espacio o no era representado
(recordemos los fondos dorados del gótico) o era representado mediante
una superposición o sucesión de figuras, o bien si lo introducía la
composición se volvía irreal, contradictorio e ilusorio.

Los primeros síntomas de ruptura se producen el Trecento, donde el


espacio, desde una concepción empírica, se trata de representar por lo
que contiene pero todavía no adquiere entidad propia. Las experiencias de
Giotto y Duccio inician la recuperación de la visión del espacio, perdida
desde la antigüedad clásica. Con ellos se inicia la posibilidad de que lo
pintado se desenvuelva en un espacio sin límite, organizado y sólido,
aproximándose a una concepción casi tridimensional. Pero estas primeras
experiencias se diluirán durante el siglo XIV, de tal forma que los logros
que se alcanzan en Florencia a partir de 1400 son una creación
prácticamente de la nada.

En Florencia se inventó el sistema de la perspectiva, un nuevo código para


representar el espacio sin relación ni dependencia de la Antigüedad.
Surge como instrumento que hace posible la representación de la
naturaleza y el desarrollo de la idea tridimensional. Es la visión de la
naturaleza desde un punto externo al cuadro, el del espectador, que
justifica su valor y su existencia. Según este planteamiento, la
composición surge como una ventana abierta (así fue expresado por
Alberti) en la que el plano pictórico se configura mediante la intercesión
plana de la pirámide visual. Resuelto el problema de la forma de
representación, se plantea el de su significado y su carácter selectivo, es
decir, del problema matemático surge el problema artístico. La
representación artística tuvo que plantearse en qué sentido debía utilizar
este método que, por su ambivalencia, conducía a las grandes antítesis de
las distintas épocas y por tanto inducía a una toma de postura clara. En
este sentido, Italia es diferente al Norte: allí se considera como esencial el
aspecto objetivo mientras que en Italia lo es el subjetivo, ya que la
concepción del espacio tridimensional no es sólo de carácter empírico
sino también es producto derivado de una reflexión intelectual e
ideológica.

En el caso concreto de la arquitectura, el espacio se desarrolla como


fenómeno figurativo de carácter abstracto e ideal. No sólo el problema de
la proporción sino la proyección de la perspectiva es la que produce este
efecto. A través de ella se destaca el valor del individuo frente al mundo.
El desarrollo inicial de este método de representación no surgió a través
de la formulación matemática de sus principios, contenidos en un tratado,
sino de la verificación práctica de una reflexión teórica.

De acuerdo con ésto, quien primero puso en práctica estos principios fue
Brunelleschi, codificándose después en los escritos de Alberti. En la
cúpula de Santa María de las Flores ensaya un esquema de perspectiva
centralizada desde el punto de vista espacial y figurativamente transcrita
en el exterior de la misma. La alternancia cromática rojo/blanco subraya
esta idea gráficamente, de la representación figurativa y estructurante de
un edificio.

También los escultores dieron un nuevo sentido a la representación según


el nuevo método, ya que en algunos de sus relieves se observa una
dualidad de métodos, en el sentido de que las investigaciones
matemáticas se combinan con experiencias empíricas. Los escultores
resolvieron el problema del escalonamiento de planos de luz reduciendo
un tercio la distancia entre cada uno de ellos y no utilizando la diagonal de
control. Sin embargo, Alberti señala en su tratado De Pictura como lo
correcto que en el cuadro, al ser una intersección plana de la pirámide
visual, la perpendicular de intercesión es la que debe determinar la
relación de distancias.

En la escultura de bulto redondo, los escultores plantean una nueva


concepción sometiendo sus realizaciones a la idea de frontalidad y el
tratamiento de la pieza como un objeto exento (Donatello, Della Quercia,
Ghiberti...).

En pintura, muchos de los problemas compositivos y de perspectiva tienen


su punto de partida en las experiencias que se estaban realizando en el
relieve. Toda esta investigación no logra la categoría de formulación
teórica hasta que Alberti publica su tratado De Pictura (1435), codificando
de forma sistemática todas las experiencias anteriores y formulando una
teoría y un método humanista para los problemas de la figuración. Para
Alberti, la apariencia de las cosas es relativa, siendo la figura humana la
que proporciona la medida de la realidad; por lo tanto, se trata de
representar una realidad en la que la ventana abierta del cuadro se
entienda como su medida y su proyección.

Alberti consigue que los problemas matemáticos de la pintura se reduzcan


a lo mínimo, de tal forma que pueden ser utilizados por todos los aristas;
pero no sólo se limitó a racionalizar las experiencias sino que su teoría va
más allá, exponiendo una reflexión sobre los principios de la pintura.
Esta definición de la pintura constituye la base del nuevo método, pero no
unos principios normativos que determinan resultados. De hecho, la
práctica de la pintura, aún moviéndose dentro de ellos, fue más rica hasta
el punto de hacer de la perspectiva un problema sobre el que gira el
desarrollo de la pintura italiana del siglo XV. Andrea del Castagno
cuestionará la ley del marco, experiencia que fue desarrollada por
Mantegna, quien acomete el problema de desarrollar, hasta sus últimas
consecuencias, el sistema de perspectivas. La investigación continúa
hasta Leonardo da Vinci con sus logros sobre perspectiva aérea.

El Renacimiento es un periodo complejo de la historia de la humanidad,


tanto por lo que respecta a la determinación de sus características, como
por lo que toca a su ubicación temporal. Por lo general, se estipula que el
Renacimiento abarca los siglos XV y XVI, pero existen diferencias entre los
distintos estudiosos, y así, por ejemplo, algunos consideran que debe
restringirse al siglo XV, mientras que otros lo limitan al periodo que se
extiende desde mediados del siglo XV hasta mediados del siglo XVI. En lo
que sí parece haber acuerdo es en considerar el Renacimiento como una
época de crisis y transformación radical en todos los sentidos, a pesar de
que grandes temas renacentistas tenían ya sus antecedentes en el siglo
XIV. Se produjeron en el Renacimiento importantes descubrimientos y
cambios religiosos, político-sociales y culturales de gran relevancia desde
un punto de vista histórico. En lo que respecta a la filosofía, los cambios
relevantes son los culturales, entre los que se cuenta la aparición del
fenómeno del Humanismo, que un principio se produjo a un nivel general, y
que luego se plasmó en sucesivas transformaciones en las artes, la
filosofía, la teología y la ciencia. De cualquier forma, el Renacimiento no
puede compararse con los periodos medieval y moderno en originalidad e
influencia de sus ideas filosóficas. Los principales filósofos de esta época
elaboraron sistemas de pensamiento cuyo origen se encontraba en el
periodo clásico, con Platón como fuente de inspiración más importante.
Aristóteles y el escolasticismo fueron muy criticados por los
renacentistas, aunque algunos mantuvieron su interés por estas escuelas,
como P. Pomponazzi, Francisco de Vitoria o Francisco Suárez, y su
predominio anterior había sido tan intenso que difícilmente puede decirse
que desaparecieran ahora por completo.

El Humanismo

El término "humanista" se usó en un principio para calificar a los que


enseñaban humanidades (disciplinas que se interesaban directamente por
el hombre y su formación, como la historia, la retórica, la poesía, la
gramática, la filosofía moral, etc.); no fue hasta el siglo XIX cuando
apareció el término "humanismo" para hacer referencia al movimiento que
surgió en Italia en el siglo XIV y que se extendió por Europa a lo largo de
los siglos XV y XVI, cuyo objetivo era el estudio de las culturas griega y
latina.

En cuanto a la relación entre humanismo y filosofía, puede decirse que los


primeros humanistas eran en cierto sentido filósofos y en otro no. En favor
de su condición de filósofos debe decirse, en primer lugar, que los
humanistas dieron una importancia superlativa a la filosofía moral; y, en
segundo lugar, que la idea central del humanismo fue la exaltación de la
dignidad humana, del hombre en tanto que hombre, y no en tanto que hijo
de Dios, que era la consideración imperante en la época medieval
inmediatamente anterior. En este sentido, el pensamiento se liberó de la
tutela de la fe, y la filosofía se liberó de la teología. Todo ello provocó
grandes cambios en filosofía, al volver los humanistas sus ojos hacia los
textos clásicos que proclamaban la concepción del hombre como centro
del mundo, y cuyos autores eran hombres de gran sabiduría que, sin
embargo, no habían necesitado la ayuda de la fe para extraer sus
conclusiones y elaborar sus teorías.

Sin embargo, los grandes humanistas no fueron grandes filósofos si por


"filosofía" se entiende la elaboración de grandes sistemas filosóficos que
incluyeran una metafísica, una epistemología, una teoría de la naturaleza,
una antropología, una ética, una política, etc., al modo de lo que habían
hecho grandes filósofos de la antigüedad como Platón o Aristóteles.

Características del humanismo

Entre las características que compartieron la mayoría de los humanistas


figuran las siguientes:

En primer lugar, la gran importancia que otorgaron al estudio de la


Gramática, en la que se incluía todo lo relacionado con el lenguaje
humano (la morfología, la sintaxis, la literatura, el uso correcto de la
lengua, etc.). Pensaban que era fundamental un conocimiento profundo de
esa disciplina para comprender el auténtico mensaje de los textos y evitar
las interpretaciones erróneas, y además consideraban que debían
indagarse las palabras primeras y originarias en que se formularon las
cosas por medio de la lengua, puesto que existía en ellos la concepción de
que las principales verdades ya se habían descubierto al principio de los
tiempos, y el avance de la civilización desde entonces no había hecho sino
corromper aquellos primeros saberes.

En segundo lugar, como ya se ha mencionado, puede detectarse en todos


los humanistas un afán de exaltación de la dignidad humana que pretende
conquistar la independencia del hombre frente a la fe, frente a Dios; y esto
mediante el hincapié en el ejercicio de las dos actividades más propias
del ser humano: la razón y la voluntad. La razón durante la Edad Media se
había supeditado siempre a la fe, se pensaba que el hombre no podía
encontrar por sí mismo la auténtica verdad si no era con la ayuda de la
revelación divina. Los humanistas, primero, defendieron el derecho de la
razón frente a la fe; luego trataron de equiparar las verdades de razón con
las verdades reveladas; y, por último, intentaron reducir el Cristianismo a
un producto racional, y descartar en él todo aquello que estaba más allá
de los límites de la razón. En cuanto a la voluntad, los humanistas
defendieron que el hombre es libre, capaz de dirigir su vida y responsable
de ella. Este punto se opone a la idea de Dios como ser omnisciente y
omnipotente, así como al dogma del pecado original; sin embargo, los
humanistas encuentran entre los griegos ejemplos de hombres virtuosos,
que dominan la naturaleza, proyectan su vida, etc., y que son capaces de
actuar éticamente sin contar con la gracia, puesto que Cristo aún no
había nacido. Debe señalarse que esta exaltación de la dignidad humana
no se traduce entre los humanistas en un ateísmo absoluto; antes bien, se
trata de hacer acorde el Evangelio con una nueva corriente de
pensamiento.

En tercer lugar, la mayor parte de los humanistas fueron encendidos


críticos de la filosofía escolástica. Esta corriente filosófica representaba
la culminación del pensamiento medieval y, puesto que el humanismo es
una reacción contra el oscurantismo del Medievo, el escolasticismo, la
filosofía hegemónica en este periodo, fue fuertemente criticada por los
nuevos pensadores. Criticaron sobre todo la oscuridad y la complejidad de
las teorías escolásticas, según ellos plagadas de contradicciones, y el
hecho de que hubieran tratado de ajustar el cristianismo a los moldes de
la filosofía aristotélica, cuando parecía claro que la filosofía cristiana era
mucho más acorde con la filosofía de Platón.

En cuarto lugar, de nuevo como reacción al modo medieval de pensar, el


humanismo se caracterizó por su profundo rechazo a las verdades
establecidas por el peso de la autoridad. Los humanistas defendían la
autoridad de uno mismo, de la propia razón, frente a lo que otros dijeran o
pensaran. Incluso la Iglesia fue una institución tolerante en este periodo
(muchos altos cargos eclesiásticos fueron humanistas) y sólo más tarde,
con la Contrarreforma, la Iglesia llevó a cabo una dura represión.

En quinto lugar, el resurgimiento de lo griego trajo consigo una vuelta a


los grandes sistemas filosóficos de la antigüedad. Los humanistas fueron
esencialmente platónicos y neoplatónicos (véase neoplatonismo), y ello
por varias razones: por una parte, la crítica de la escolástica conllevaba la
crítica de la filosofía aristotélica; por otra, la filosofía platónica les parecía
más adecuada porque se centra más en la antropología que en la física.
Platón estaba interesado sobre todo en dilucidar cuál es el papel del
hombre en el mundo y, mediante su filosofía, trataba de formar
ciudadanos responsables, lo cual coincide exactamente con lo que
defendían los humanistas. Finalmente, las ideas de Platón, más acordes
con las verdades de la fe, eran menos problemáticas y más adecuadas
para tratar asuntos teológicos desde un punto de vista racional.

Principales humanistas

El humanismo fue un movimiento que se originó en Italia y, por tanto, sus


principales representantes fueron italianos. Entre los humanistas más
importantes de este país destacan Lorenzo Valla, latinista especializado
en la crítica textual bíblica, cuya revisión profunda del Nuevo Testamento
a la luz de los códices griegos ha pasado a la historia como uno de sus
mayores logros; Marsilio Ficino, destacado platonista y director de la
famosa Academia platónica de Florencia; Giovanni Pico della Mirandola,
especialista en lenguas orientales y entregado a una febril búsqueda de
una verdad fundamental que fuera fuente común a todas las filosofías;
Pietro Pomponazzi, uno de los pocos humanistas aristotélicos; y Tommaso
Campanella, para quien la filosofía es un conocimiento de las ideas
divinas, leídas con la luz natural en el libro de la naturaleza.
Entre los humanistas no italianos destacan Nicolás de Cusa, de quien se
dice que fue el primer filósofo renacentista, cuyo principal logro es haber
sabido traducir la tradición neoplatónica medieval y la tradición mística
alemana a los términos de la nueva cultura humanística; Tomás Moro,
autor de la obra Utopía; Luis Vives, humanista español cuyos
planteamientos influyeron notablemente en el desarrollo de la renovación
científica europea; y, sobre todo, Erasmo de Rotterdam, tal vez el
humanista más famoso y el principal difusor de este movimiento por toda
Europa.

La nueva ciencia

La aparición de un nuevo tipo de ciencia fue tal vez el fenómeno


renacentista que más cambió la cultura y el pensamiento de aquella
época. El modo de hacer ciencia en la Edad Media, vigente hasta
entonces, se caracterizaba por una serie de notas que imposibilitaban en
gran medida el avance científico. La física consistía básicamente en las
teorías de Aristóteles, y la astronomía se basaba también en las teorías de
este último y, sobre todo, en las de Ptolomeo. El gran valor otorgado a los
argumentos por autoridad hacía que no pudieran siquiera discutirse las
conclusiones de estos grandes sabios, así como tampoco los pasajes
bíblicos que hacían alguna referencia a cuestiones "científicas". Se partía
en el estudio de principios admitidos a priori y nunca demostrados, que
eran inamovibles, como la esfericidad perfecta de los movimientos de los
astros, el geocentrismo, la perfección del ámbito celeste..., y todas las
observaciones tenían que respetar esos principios, puesto que lo que se
buscaba en la experiencia era precisamente la verificación de los mismos.
Además, el uso de las matemáticas para expresar teorías científicas era
nulo, con excepción de la astronomía.

El surgimiento de una nueva forma de hacer ciencia se vio propiciado por


distintos factores. En primer lugar, la modificación de la economía debido
al desarrollo del comercio, los nuevos descubrimientos, etc., que exigía
nuevas modificaciones técnicas y nuevas bases teóricas, puesto que la
física de Aristóteles y la astronomía ptolemaica se hacían ya insuficientes
e imprecisas. En segundo lugar, el fenómeno del humanismo (vid. supra),
con su rechazo a lo medieval y su exaltación de la razón humana como
instrumento para alcanzar la verdad, y que fue igualmente un excelente
caldo de cultivo para el desarrollo de la revolución científica.

Así, la ciencia renacentista surgió como reacción a la medieval con una


serie de características directamente opuestas a las que hasta entonces
habían estado vigentes: la verdad de una teoría dejó de depender de las
autoridades que la defendieran para fundamentarse únicamente en los
argumentos que la apoyaran; se negaron los métodos puramente
apriorísticos y se exigió que cualquier tesis tuviera que ser verificada por
la experiencia (se admitían a priori, no obstante, ciertos dictados de la
razón); las matemáticas se empezaron a considerar imprescindibles para
la elaboración de cualquier teoría o sistema explicativo; surgió una
concepción mecanicista (véase mecanicismo) de la realidad física en la
cual el Universo se convierte en una máquina que sólo consta de piezas
que se mueven: movimiento, extensión y figura son las únicas
características sometibles a medición; la nueva confianza absoluta en la
razón hace que la experiencia se configure de acuerdo a la misma, y no de
acuerdo con los sentidos.

La gran ruptura con la ciencia antigua fue obra de N. Copérnico. J. Kepler


perfeccionó el sistema copernicano, Galileo lo defendió y, por último, I.
Newton lo utilizó ya en el siglo XVIII. Todo este proceso se conoce en la
historia de Occidente como la gran "Revolución científica", y su
repercusión en el ámbito de la filosofía sería a la postre enorme, puesto
que propició una nueva forma de verdad y posibilitó el desarrollo del
racionalismo ya en los principios del siglo XVII.

Otros filósofos renacentistas

Dos filósofos renacentistas importantes y que, sin embargo, no pueden ser


considerados estrictamente humanistas o científicos son Giordano Bruno
y Francis Bacon. Giordano Bruno fue un filósofo neoplatónico de la
naturaleza que defendió la infinitud del Universo y aceptó el
heliocentrismo y la existencia de otros sistemas solares y otros seres
vivientes en ellos. Su modelo de la naturaleza era vitalista -el Universo es
un gran ser vivo animado- (véase vitalismo) y panteísta -todos los seres
del Universo participan de Dios- (véase panteísmo), hasta el punto de
llegar a rechazar la distinción entre Dios y el hombre, lo que le valió ser
quemado en la hoguera por sus planteamientos heréticos.
Francis Bacon puede considerarse con toda propiedad un filósofo de la
ciencia. La idea central de su pensamiento es que el hombre puede
dominar la Naturaleza y que el instrumento adecuado para este dominio
es la ciencia. Propugnaba la experimentación como base de todo
conocimiento científico y criticó con energía el método aristotélico vigente
hasta entonces. Su propuesta de un nuevo método científico basado en la
observación y la experimentación supuso uno de los grandes logros
científicos de la historia y el comienzo del camino hacia la revolución
científica.

Humanismo.
{m.} | humanism.
Término acuñado por la crítica histórico-filológica centroeuropea en el
siglo XIX con el que se hacía referencia al movimiento cultural
correspondiente al Renacimiento europeo, cuyas bases se encontraban en
el estudio de los clásicos greco-latinos. Aunque suelen señalarse los años
de 1453 (en el que tuvo lugar la toma de Constantinopla por los turcos),
1492 (descubrimiento de América por Cristóbal Colón) o 1500 (último año
del siglo XV) para marcar el final de un período histórico (la dilatada Edad
Media) y el principio de esa nueva etapa, ésa no pasa de ser sino una
delimitación arbitraria, una simple referencia carente de pleno
significado; de hecho, ni estos límites son precisos ni puede
comprenderse la trascendencia de toda esta etapa histórica a partir de los
años señalados. El desarrollo de los ideales renacentistas y humanísticos
no se entiende sin los prerrenacimientos medievales, en época carolingia
y en el siglo XII (véase Edad Media), como tampoco sin atender al proceso
de recuperación y sublimación del mundo clásico fuera de Italia.
La imagen de la Edad Media como un tiempo de barbarie y de incultura, ?
los oscuros siglos del gótico?, se impuso en las mentes más preclaras y se
afianzó como un tópico (desarrollado por Lorenzo Valla en Italia y
aceptado por Antonio de Nebrija para España) que, desde entonces,
marcaría negativamente el mundo medieval; con todo, la investigación
moderna sobre esta materia ha demostrado que la continuidad imperó
sobre los cambios drásticos y que las raíces del Renacimiento y el
Humanismo italianos, y su posterior expansión y desarrollo, obligan a
tender la vista hacia otras naciones. Los orígenes de esta concepción
arrancan de una reivindicación de la Antigüedad marcada por un profundo
espíritu nacionalista, que se vislumbra ya en el círculo de prehumanistas
paduanos de comienzos del Trecento y en Dante Alighieri, su ilustre
contemporáneo; no obstante, este ideario sólo logrará adquirir su perfil
característico con Petrarca.

Durante el siglo siguiente, el deslumbrante Quattrocento, la nómina se


ampliará notablemente así como también se desarrollarán y, finalmente,
acabarán por cuajar las herramientas de trabajo o disciplinas propias del
humanista, algunas de ellas nuevas por completo: la epigrafía, la
numismática o la crítica textual, aplicadas todas ellas al estudio de los
clásicos latinos, buscados con empeño en las bibliotecas de toda Europa;
la lengua y cultura griegas, recuperadas tras largos siglos de olvido; y el
conjunto de las nuevas materias del currículo humanístico, a las que
enseguida aludiremos; en fin, el Humanismo facilitó el desarrollo de los
más diversos conocimientos, como la teoría política, la botánica o la
materia médica, apoyadas todas ellas en el estudio de los grandes
tratados clásicos greco-latinos recién recuperados. La primera mitad del
siglo XVI, el gran Cinquecento, se considera como el siglo renacentista por
excelencia, ya que sólo entonces consiguieron arraigar con fuerza los
ideales del Renacimiento y el Humanismo y su estética, para constituirse
en las formas de pensamiento y arte al uso en las principales naciones de
Europa. En esa divulgación de los rudimentos (y nada más que eso) del
Humanismo sitúan hoy muchos especialistas el principio de su fin como
corriente intelectual en Europa.

La importancia decisiva del Humanismo (palabra acuñada, como se ha


dicho, en el siglo XIX en Alemania, aunque el término humanista sea
utilizado ya desde el siglo XIV para referirse al maestro de latín o, lo que
es lo mismo, de Gramática) en la consolidación del nuevo planteamiento
cultural, social, político y humano de esta época no debe omitirse nunca
en cualquier estudio que trate de abordar el conocimiento del mundo
renacentista. Hasta tal punto se ha llegado a relacionar a los humanistas
con el Renacimiento que el mismo término Humanismo se utiliza con
frecuencia como sinónimo del primero; la crítica contemporánea, no
obstante, ve en el Renacimiento un fenómeno de mayor amplitud, pues
comprende el conjunto de las manifestaciones de la época (por ejemplo,
se habla de la historia renacentista o del arte renacentista para referirse
a ese periodo o a su producción artística), mientras el Humanismo es el
movimiento cultural correspondiente en todos los órdenes.
Los humanistas, en efecto, hicieron inseparables, como ha señalado Paul
Oskar Kristeller, la destreza literaria, la erudición histórica y filológica y la
sabiduría moral. Estos ?profesionales? del saber, que situaron en un
primer término la imitación de los clásicos griegos y latinos, considerados
como modelos literarios insuperables, revitalizaron el panorama cultural
de su época (con la imitatio atque emulatio veterum) y crearon un nuevo
horizonte que afectó a todos los órdenes y circunstancias de la vida diaria,
al plasmarse en cada manifestación artística y cultural. Los denominados
studia humanitatis (de ahí procede el término humanista) incluían el
conocimiento de las tradicionales Gramática y la Retórica, además de
otras tres nuevas disciplinas, la Poesía, la Historia y la Filosofía Moral; con
ellos, se forjó un ideal de cultura realmente ambicioso, que se interesaba
por cualquier campo del saber (eso era no sólo posible, sino inevitable,
desde el estudio de los clásicos) y que llevaría a forjar un nuevo modelo de
hombre, tanto en el plano intelectual como en el moral. La imagen del
perfecto hombre renacentista se asocia muy pronto con este modelo,
plasmado en los primeros años del siglo XVI en un tratado de buenas
maneras y educación que tuvo una aceptación enorme y que fue traducido
a las principales lenguas europeas. Se trata, naturalmente, de El
Cortesano de Baldassare Castiglione.

El Humanismo implicaba, por tanto, una nueva actitud ante el estudio y


unas formas de vida que traducían el renovado espíritu de esta época.
Como se ha dicho, la idea del hombre como centro del universo y de la
naturaleza como espacio vital calan hondo y modifican el férreo
teocentrismo medieval y la visión del mundo como un lugar de pecado y
corrupción que sólo puede conducir a un peligroso desorden moral. Es
ahora el momento idóneo para el desarrollo de corrientes de filosofía de
inspiración clásica: el epicureísmo, que favorece el goce moderado de los
placeres; el neoplatonismo, que tiende a la perfección y al idealismo de
los seres naturales como un reflejo de la belleza divina; y el escepticismo,
con su carga de crítica y objetividad. Es también, como consecuencia de
este individualismo y valoración humana, el momento oportuno para el
desarrollo de una religiosidad más íntima y verdadera, desprovista del
ceremonial característico de la liturgia medieval; surgen así corrientes
religiosas como el erasmismo (Erasmo de Rotterdam) o la gran reforma
protestante, que tuvieron una gran repercusión en la Europa de aquellos
tiempos.

El Renacimiento trajo, en fin, unos modelos culturales y sociales distintos


a los principios característicos del mundo medieval; la política, con el
desarrollo y creación de poderosas monarquías y de un nacionalismo
reforzado; la economía, con un predominio de la actividad mercantil y la
pujante importancia de la burguesía y de las ciudades son, entre otros
muchos, algunos de los aspectos que ponen de relieve la notable
transformación operada sobre las estructuras de la Edad Media. Sin
embargo, este nuevo impulso no fue consecuencia directa de un cambio o
cataclismo que actuó con brusquedad sobre las mentalidades de esta
época, sino el resultado de una evolución progresiva, en todos los
órdenes, desde los siglos previos. Por supuesto, muchos de los cambios
indicados encontraron un marco muy adecuado en las poderosas ciudades
italianas (Florencia, Venecia, Pisa, Milán o Nápoles y su reino), pero lo
cierto es que las transformaciones humanísticas y renacentistas pueden
perseguirse, con sus propios ritmos y características, en toda Europa.

El Humanismo fuera de Italia.

Así, el Humanismo italiano fue calando casi simultáneamente en otros


puntos de Europa, en especial en otras naciones próximas geográfica,
cultural e históricamente como Francia (cuna de tantos sabios, como el
gran Guillaume Budé) y el conjunto de los reinos de la Península Ibérica
(con numerosos intelectuales de talla en Aragón, entre los años de Juan
Fernández de Heredia y los de Juan Luis Vives; con los nombres de Alfonso
de Cartagena, Alonso de Palencia o Antonio de Nebrija en Castilla; con
sabios portugueses como los recordados por Vespasiano da Bisticci, el
gran librero italiano, en sus Vite; no obstante, el carácter internacional del
movimiento humanístico explica la presencia de intelectuales ingleses,
alemanes u holandeses en Italia y la rápida expansión de su característico
ideario. En el siglo XVI, sería precisamente en estos países donde surjan
algunos de los principales representantes del Humanismo y el
Renacimiento, como el holandés Erasmo, el inglés Tomás Moro o el
alemán Lutero, que fueron humanistas al tiempo que reformistas
religiosos.

CAPITALISMO
{m.} | capitalism
¨(De capital); sust. m.

1. Sistema socioeconómico basado en la propiedad privada del capital


como eje de la producción: la revolución comunista aspiraba a establecer
una sociedad proletaria tras acabar con el capitalismo.
2. Conjunto de capitales o capitalistas, considerado como entidad
económica de influencia y poder.

Sinónimos
Mercantilismo, liberalismo, consumismo, librecambismo, plutocracia,
competencia, burguesía.

Antónimos
Socialismo, marxismo, leninismo, cooperativismo, proteccionismo,
intervencionismo.

CAPITALISMO: Sistema económico en el que la propiedad del capital es en


su mayor parte privada y el trabajo se lleva a cabo por la remuneración
que se recibe bajo un sistema de libre contrato. Ésta es una doctrina que
se basa en la libertad individual, en la propiedad privada y en la utilización
económica de los excedentes productivos. En el plano ideológico existe un
profundo vínculo entre el capitalismo y el protestantismo. La mejor
explicación de esta relación se debe a Max Weber, que la expuso en su
libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En él, relacionó la
ascética calvinista con la actitud racional, la concepción de la
predestinación y la revelación del estado de gracia en el mundo terrenal a
través del éxito profesional.
Desde el punto de vista económico, los sistemas suelen clasificarse
teniendo en cuenta la propiedad de los medios de producción,
considerando si éstos son de propiedad pública, privada o una
combinación de ambas. En caso de prevalecer la propiedad privada, el
sistema es considerado capitalista. Si, por el contrario, se produce un
predominio de la propiedad pública, se le califica como socialista o
comunista. La denominación de economía mixta se reserva a aquellos
sistemas que cuentan con características capitalistas y socialistas.

Si bien desde una perspectiva económica el capitalismo responde a una


serie de características que se pueden encontrar en todas las épocas y
culturas, como proceso histórico se reconoce a partir del renacimiento
europeo. En ese sentido, el capitalismo es el sistema económico
dominante en Occidente tras el feudalismo. En cualquier caso, es cierto
que durante la Edad Media se reconocen en algunas organizaciones
características propias del capitalismo. Éste es el caso de las repúblicas
comerciantes italianas o de la Liga Hanseática. Al finalizar la Edad Media,
ya se encontraba dispuesta toda la logística necesaria para que surgiera
el nuevo sistema. El capitalismo, en su fase mercantilista, duró hasta
finales del siglo XVIII, momento en el que se desarrolló su vertiente
industrial, que se inició en Gran Bretaña.

Marx afirmó en El capital: "La riqueza de las sociedades en que impera el


régimen capitalista de producción ?empieza el Capítulo I? se nos aparece
como un inmenso arsenal de mercancías y la mercancía como su forma
elemental". El énfasis del sistema capitalista recae, por tanto, en un activo
tráfico de mercancías y éste se ve favorecido por el perfeccionamiento de
los sistemas de transporte marítimos y terrestres.

La definición del capitalismo

El concepto de capitalismo ha sido definido de muchas maneras


diferentes, con diverso rigor y desde distintas perspectivas ideológicas. El
término se utilizó por primera vez a mediados del siglo XVIII para aludir,
sin mayor precisión, al sistema económico donde el capital está en manos
de propietarios privados, pero fue difundido ampliamente un siglo después
por el marxismo, dentro del cual adquirió una connotación peyorativa que
en gran parte se mantiene hasta nuestros días. La carga ideológica del
concepto y su uso poco riguroso impiden considerarlo, en propiedad, como
un término científico; es recomendable, por lo tanto, emplear el término
economía de mercado para hacer referencia a las sociedades modernas
corrientemente llamadas capitalistas.

En un sentido estricto la palabra capitalismo alude a un sistema donde se


hace uso de bienes de capital, como ya lo señalaran Böhm-Bawerk y otros
representantes de la Escuela Austríaca. Pero, como tal forma de
conceptualizarlo impide hacer algunas distinciones que cobran
importancia desde el punto de vista histórico, muchos autores no
marxistas se inclinan por definirlo como un sistema social donde el capital
está en manos de personas privadas y donde el trabajo se lleva a cabo no
como un deber de costumbre o bajo coacción, sino por la recompensa
material que recibe el trabajador: el salario.
El capitalismo, en tal perspectiva, contrasta con el feudalismo y con otros
sistemas anteriores en que supone la existencia de personas libres que
realizan intercambios sin coerción, siguiendo sus propios intereses. Es por
ello esencial al sistema la existencia de un mercado libre, donde los
miembros de la sociedad puedan realizar sus intercambios, y de un
ordenamiento jurídico que garantice ciertas libertades civiles y políticas
indispensables para su funcionamiento. El capitalismo también se
diferencia del socialismo, pues admite la conveniencia y la necesidad de
la propiedad privada, confiando en el mercado para lograr la asignación
de recursos necesaria a la vida económica y para la distribución de la
renta entre los individuos. Se opone frontalmente, por lo tanto al sistema
de planificación central.

Dentro del amplio marco que brinda la definición precedente caben


diversas formas concretas de ordenamiento socio-económico: ellas
variarán en la medida en que se acepte una mayor o menor vigencia de un
sistema de precios libres, de acuerdo al grado de competencia que exista
entre diversas empresas y según el grado de intervención estatal. Cuando
esta última es amplia y el Estado se reserva el monopolio de un vasto
conjunto de empresas, o cuando los precios están regulados
políticamente, suele hablarse de un sistema mixto, o de una economía
mixta; cuando el nivel de intervención estatal es amplio y no existe un
sector privado de real envergadura es frecuente que las decisiones
políticas y económicas se entremezclen, del mismo modo en que
confluyen los grupos políticos y empresariales: en ese caso se habla,
generalmente, de un sistema mercantilista, utilizando este término por la
semejanza con los sistemas que existían en Europa durante el auge de
esa corriente de pensamiento.

Puede decirse, sin exagerar, que la ciencia económica surge con la


maduración de las sociedades capitalistas: su campo es el análisis del
mercado, de la competencia, de la firma, de la asignación de recursos y de
muchos otros objetos de estudio que no tenían una existencia
generalizada en sociedades anteriores. Por eso, para comprender el
capitalismo, es indispensable conocer tales conceptos, pero es importante
también tener en cuenta otras disciplinas y áreas de conocimiento: la
sociología y la historia, para entender cómo se pasa de los estamentos y
grupos cerrados de la antigüedad a las clases del capitalismo industrial y
a los agrupamientos más abiertos de las sociedades contemporáneas; el
derecho y las ciencias políticas, para apreciar la forma en que el
ordenamiento legal permite la libertad de los ciudadanos y la existencia
de un mercado libre; y otras disciplinas sociales, como la antropología,
que nos indican la forma en que los seres humanos satisfacemos nuestras
necesidades en diversos contextos y el modo en que ciertas tendencias
vitales se expresan en las sociedades capitalistas de la actualidad.

Los antecedentes del capitalismo

Tras las Cruzadas, en diferentes lugares de Europa aumentó el comercio


terrestre y marítimo y la acumulación de la riqueza. Ya en el siglo XIII se
dio en Italia una forma limitada de capitalismo con las repúblicas
comerciantes, estructuras con rasgos primigenios de lo que se llamaría
sistema capitalista. Éste es el caso de las repúblicas de Venecia y de
Génova, que tuvieron un gran esplendor en la Baja Edad Media y en las
que se usaron formas empresariales innovadoras como la vera societá o la
commenda. También es el caso de la Hansa, que extendió su red
comercial por el centro y el norte de Europa practicando formas
mercantiles muy avanzadas para el momento.

El capitalismo mercantil

Con el comienzo del Renacimiento, las monarquías consolidaron su poder,


se acumuló riqueza y creció el tráfico comercial. A partir de 1492, ya se
considera que el comercio de mercancías y personas en los territorios de
grandes estados era de corte capitalista. Decisivos para su desarrollo
fueron los descubrimientos geográficos de Portugal, hacia Oriente, y de
España, hacia Occidente, que significaron la aportación de elementos
indispensables para el progreso del capitalismo, como la abundancia de
recursos y de metales preciosos.

El mercantilismo, como doctrina capitalista, es difuso e incluye muchas


tendencias y prácticas que se utilizaron hasta el siglo XVIII. El término fue
utilizado por grandes pensadores como Adam Smith o Marx, si bien con
más intención de asignar un nombre a una fase histórica que para explicar
una doctrina. El lugar común en las prácticas mercantilistas incluía
entender como positivo el exclusivo interés por la propia nación, el
crecimiento de las exportaciones y la reducción de las importaciones, la
acumulación de metales preciosos y el comercio colonial.

La fisiocracia, dentro del capitalismo, es un sistema más definido que el


anterior que tuvo lugar fundamentalmente en el siglo XVIII en Francia. De
entre los fisiócratas fue Quesnay el que era mayor autoridad en esta
doctrina. Básicamente se consideraba que sólo la agricultura era
productiva, que se debía elevar el nivel de vida, mantener la libertad
económica y el impuesto único.

El Reino Unido, por otra parte, a lo largo del siglo XVI se convirtió en el
germen del capitalismo industrial, que convivió inicialmente con
estructuras socioeconómicas feudales y con el sistema gremial.

El capitalismo clásico de Adam Smith

La ideología del capitalismo clásico es atribuida al célebre texto de Adam


Smith Ensayo sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones
(1776), que recomendaba ceder las decisiones económicas al libre juego
del mercado. La semilla del capitalismo podría encontrarse en la
propensión humana a trocar e intercambiar una cosa por otra. Sin
embargo, esta propensión se ha dado en todas las etapas de la historia. Lo
que no ha existido siempre es la figura del empresario convertido en
especialista en el cambio y trueque, que se dedica a obtener beneficios
activando sus disponibilidades de capital.
Se destacó entonces la importancia del interés individual como servidor
en última instancia de la sociedad. Según esta fórmula, la mano invisible
bastaría con dejar a cada individuo satisfacer sus necesidades para que,
por medio de un círculo virtuoso, se lograra el bienestar colectivo. José
Luis Sampedro afirmaría en su libro Las fuerzas económicas de nuestro
tiempo (1988) en relación con la idea de la mano invisible de A. Smith: ?No
se puede llegar a más en la negación teórica de lo social, pues esta
ideología suscitada por el capitalismo concibe la economía como el
resultado de innumerables conexiones entre las moléculas humanas,
ligadas sólo por esas relaciones interindividuales. Por eso ha podido decir
Shumpeter que Ricardo no tenía ideas sociológicas, y pudo afirmar Stuart
Mill que la ciencia económica es más parecida a la mecánica que a la
química, significando así que no se ocupa de combinaciones estables
entre elementos, sino de equilibrios entre fuerzas molecularmente
divididas...?

La competencia perfecta en el mercado de productos y factores de


producción, el laissez-faire total, los derechos de propiedad privada y la
empresa individual se destacan entonces como la esencia formal del
capitalismo tradicional. Nunca existió en la práctica un completo laissez-
faire ni tampoco un sistema económico de competencia perfecta, ni
siquiera a lo largo de los primeros tiempos del capitalismo industrial.

La visión expuesta del capitalismo como sistema que respondía al modelo


de competencia perfecta popularizada por A. Smith prevaleció en los
textos de economía (con la excepción de los círculos de pensamiento
marxista) hasta la Gran Depresión de la década de 1930.

El capitalismo industrial

La aceleración del progreso técnico y la concentración orgánica de las


actividades convirtieron el primer capitalismo mercantil en otro más
conocido: el capitalismo industrial. La revolución industrial supuso la
aparición del mismo y produjo una transformación radical en la estructura
y la organización de toda la economía. Hacia finales del siglo XVIII
comenzó a generarse una profunda revolución técnica en el Reino Unido
que repercutiría en todas las facetas de la economía. García Delgado
(1993) definió el fenómeno de la revolución industrial como ?un conjunto
de innovaciones mecánicas y de organización de la producción (esto es,
tecnológicas en un sentido amplio) que, unidas a otras sociales e
institucionales, promueven la ampliación de las capacidades productivas
y la emergencia de las categorías propias del primer capitalismo
industrial (...)?.

Si se realiza un análisis de las circunstancias que unidas dieron lugar a la


revolución industrial, se pueden diferenciar varios aspectos. Por una parte
la población europea aumentó desde mediados del siglo XVIII más que la
de los otros continentes, aun sin tener en cuenta el efecto de las
migraciones desde Europa a otros lugares del mundo. Además, la
distribución territorial de la población se modificó al concentrarse en las
ciudades, que al crecer pedían a su vez más mano de obra. Por otro lado,
los recursos tuvieron una influencia fundamental de forma que la madera,
el carbón, los recursos hídricos o más tarde el petróleo se obtuvieron en la
propia nación o en su defecto de las colonias. En lo que se refiere a los
recursos financieros, el ahorro de unos países cubrió la falta de recursos
de otros necesaria para industrializarse, animados por la rentabilidad.
Otro elemento fundamental es el desarrollo de la tecnología como
aplicación práctica de la ciencia. A partir de la ilustración, el método
científico deductivo aplicado sobre el medio en el que el ser humano actúa
proporcionó una infinidad de descubrimientos. Éstos transformaron la
realidad y resultaron cruciales en el proceso industrializador. En lo que se
refiere al marco institucional, éste se trasformó con la caída del antiguo
régimen, ante la necesidad de responder a una nueva realidad. En este
contexto aparecieron nuevas formas empresariales, bancos
especializados en inversiones industriales, se sofisticó el sistema
financiero y varió el sistema monetario abandonando el trueque y
adoptando modelos bimetálicos o basados en el patrón oro. (Véase
revolución industrial)

Así, el caso inglés se ha convertido en prototipo. Éste ha servido para


ordenar el resto de los procesos industrializadores, distinguiendo entre
países que se incorporaron pronto al nuevo orden económico y social (first
comers, como son Francia o Estados Unidos) y los de industrialización
tardía (late comers, como Alemania, Italia, España, Rusia o Japón).

Sin embargo, ya en el siglo XIX se encuentran indicios de una mutación en


el capitalismo. Ésta tiene lugar cuando la institución de la propiedad
privada, fundamental para el capitalismo y esencial para su
funcionamiento, entra en contradicción con los intereses de la sociedad.
El Estado tuvo que intervenir ante las evidentes explotaciones que
denunciaban las clases trabajadoras, como la situación de los niños en la
industria, provocando las primeras limitaciones al capitalismo de viejo
estilo con la ley inglesa de 1802 sobre aprendices y la de 1819 sobre los
niños empleados en la industria algodonera. En 1841 se dictó en Francia la
primera ley sobre el trabajo infantil. Años después, situaciones
semejantes de explotación en el caso del trabajo de las mujeres
justificaron la aprobación de otra ley en el Reino Unido en 1844.

Muchos economistas han hablado de una segunda revolución industrial


para caracterizar las modificaciones profundas aportadas a la sociedad
industrial por el automóvil y por el cambio energético hacia el petróleo y la
electricidad a finales del siglo XIX y principios del XX. En esta fase se
intensificaron las comunicaciones y el comercio internacional, se dio paso
a la producción en masa y nuevas formas de organización científica de la
producción como el taylorismo o el fordismo. A la vez, se produjo un
fenómeno de concentración del capital, de suerte que aparecieron nuevas
formas empresariales como el conglomerado (que ofrece una gran
cantidad de bienes y servicios) o el holding empresarial (que sólo ejerce
control financiero sobre sus empresas). Además, se extendió el
crecimiento vertical de empresas, asumiendo desde la producción a la
venta de productos, y horizontal, absorbiendo a los competidores.

LA REFORMA.
Lutero, 1522.
En 1517, Lutero ponía en la puerta de la iglesia de Wittenberg, un escrito
con 95 tesis en contra de las indulgencias, este hecho provocó su
excomunión. Lutero recogido por el duque de Sajonia en su castillo, va a
estructurar su doctrina, que rápidamente encontrará adeptos y
seguidores.

La doctrina luterana se basa en la justificación por la fe, considerando que


el pecado original corrompe al hombre y que su voluntad humana es
impotente frente a su inclinación al mal, Lutero afirma que el hombre sólo
se salvará mediante la fe en Cristo. Eliminando uno de los principios
básicos del catolicismo, como es el valor de las obras, para justificar la
salvación. Partiendo de este principio básico, el luteranismo estructura su
doctrina sobre tres puntos fundamentales: el libre examen o
interpretación de la Biblia, considerada como única fuente de revelación,
negándose con ello el valor de la tradición de la Iglesia. La supresión de
los sacramentos, a excepción del Bautismo y la Eucaristía, suprimiéndose
el culto a los Santos y la Virgen y la creencia en el Purgatorio. Y la
eliminación de toda ostentación, tanto en los templos como en la liturgia.

Melanchton, discípulo de Lutero. Lucas Cranach.

Las doctrinas luteranas se extendieron con gran rapidez por toda


Alemania, pero en una expansión que no fue fácil, provocando diversas
guerras, que mantuvieron años de gran inestabilidad en toda Europa. En
Suiza las doctrinas protestantes fueron interpretadas y predicadas por
Calvino, dando origen al calvinismo, y en Inglaterra, fueron utilizadas por
Enrique VIII para llevar a cabo su ruptura con la Iglesia Católica,
estableciendo la Iglesia Anglicana.

Enrique VIII y su familia.

En Francia la introducción del protestantismo dio origen a un importante


período de guerras, conocidas como guerras de religión, pero finalmente
se mantuvo bajo la obediencia de Roma.
La Reforma Protestante dio origen también a un importante movimiento de
reforma dentro de la propia Iglesia Católica, conocido con el nombre de
Contrarreforma, con lo que se pretendía parar los avances de las nuevas
teorías luteranas.

LUTERANISMO
{m.} | Lutheranism
¨(De luterano); sust. m.

1. Doctrina protestante promulgada por Martín Lutero en el siglo XVI,


según la cual la fe sola justifica al hombre: la fuente del luteranismo es la
Biblia interpretada por la razón individual.
2. Comunidad de seguidores de esta doctrina.

(1)[Religión] Luteranismo.
Doctrina del alemán Martin Luther (Eisleben, Turingia, 1483-id. 1546), cuyo
nombre se latinizó como Martín Lutero. En un principio tenía como objetivo
una reforma dentro del seno de la Iglesia de Roma, pero terminó dando
origen a la constitución de una Iglesia independiente, la evangélica, tras
ser excomulgado Lutero por el Papa.

Lutero..

El sacerdote, miembro de la orden de San Agustín y doctor en teología


Martín Lutero comenzó su carrera de disensiones con la Iglesia de Roma
al oponerse a la venta de indulgencias, práctica que ésta llevaba a cabo
ofreciendo el perdón de penas y culpas a aquellos que contribuyesen
económicamente a sufragar las obras de San Pedro, en el Vaticano,
entonces en proceso de construcción. El 31 de Octubre de 1517 fijó en la
puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg sus 95 tesis, que supusieron
el comienzo de la Reforma. No parece haber sido su intención el provocar
una ruptura de tan grandes dimensiones con la Iglesia del Vaticano, pero
la inflexibilidad de sus dirigentes así como el convencimiento de Lutero y
la obstinación que éste mostró en la defensa de sus posturas, hicieron
inevitable el cisma y terminaron con la excomunión del agustino y de sus
seguidores.

El luteranismo es el movimiento principal dentro del conjunto de la


Reforma protestante llevada a cabo durante el siglo XVI contra la
decadencia de una Iglesia que, desde finales de la edad media, se
encontraba invadida por la corrupción. Parece que Lutero no estuvo nunca
satisfecho con el uso del término ?luteranismo? aplicado a sus doctrinas,
con lo que esta comunidad adoptó también el nombre de Iglesia
evangélica de la Confesión de Augsburgo, refiriéndose con este término a
los veinticinco artículos redactados en latín y en alemán en que se
encuentran expuestas las posturas fundamentales de los protestantes
luteranos en relación con los dogmas y los abusos que venían siendo
practicados por la Iglesia de Roma.

Lutero suma sus esfuerzos a los de otros reformadores de la época, como


Calvino (1509-1539) o el suizo Ulrico Zwinglio (1484-1571), quienes, con
diferentes métodos y puntos de vista, pretendieron a su vez un objetivo
parecido. Sin embargo, la doctrina de Lutero tuvo una difusión mucho
mayor que la de otros reformadores, gracias a diversos factores que se
daban en la Alemania del siglo XVI en la que surgieron las ideas luteranas.
Tras la ruptura con la Iglesia de Roma, el luteranismo extendió muy
rápidamente su influencia al norte y centro de Alemania, y penetró
también con fuerza en los países escandinavos, aunque los luteranos de
estas zonas adoptaron los nombres de sus respectivos países para
denominar sus iglesias (Iglesia de Suecia, etc.).

Felipe Melachton, discípulo de Lutero.

Uno de los factores que propiciaron el éxito y la propagación del


luteranismo fue el particular clima político de una Alemania que, a pesar
de encontrarse bajo el imperio de los Habsburgo, se hallaba dividida en
múltiples principados gobernados por otros tantos príncipes electores. Las
pretensiones de independencia que los príncipes electores manifestaban,
tanto con respecto al Imperio personificado por Carlos V, como frente al
papado, fueron caldo de cultivo para su rápida asimilación. Se da además
la circunstancia de que el Emperador Carlos V, ocupado con otros
problemas de su Imperio, como la temible amenaza turca, faltó de
Alemania precisamente en el tiempo crítico en que los electores alemanes
comenzaron a apoyar el nuevo credo y a hacerse fuertes en él. Favorecido
por los príncipes alemanes, que se unieron contra el emperador en la Liga
de Smalkalda (1531), el credo luterano se difundió por buena parte de
Europa. La nueva fe, siguiendo la fórmula que quedaría acuñada con la
Paz de Augsburgo (1555), Cuius regio, eius religio, contribuía así a
consagrar el absolutismo de los príncipes. Con esta frase se pretendía
afirmar que cada territorio debía tener la religión de su gobernante. Los
príncipes protestantes consiguieron defender el protestantismo durante la
guerra de los Treinta años, terminada con los tratados de Westfalia (1648).
Por su parte, al pueblo no le quedaba posibilidad de opción, una vez que se
adherían a las nuevas doctrinas los magistrados y príncipes territoriales a
cuyo poder estaba sometidos. El tradicional espíritu nacionalista de los
países escandinavos influyó sin duda en el buen recibimiento que
dispensaron al credo luterano, que constituía un medio más de cultivar
sus tradicionales diferencias con el resto de Europa.

Pero además de los factores políticos, las particulares características


sociales y culturales de la Alemania de Lutero parecen haber propiciado
también la expansión de la nueva doctrina. Los primeros propagadores de
las ideas del monje agustino son sus mismos compañeros curas y frailes
que, ya previamente a la publicación de las tesis de Wittenberg, debían de
sentirse interiormente escandalizados por asuntos como la venta de bulas
e indulgencias pontificias. Entusiasmados por la nueva fe, aplicaron todo
su ardor a transmitirla al pueblo que, indudablemente, debió de sentirse
contagiado por tanto convencimiento. Es bien conocido el valor que se da
al sermón en sociedades poco cultas cuya autoridad máxima en materia
de moral o de religión es la del predicador. Pero además, las nuevas
doctrinas hablaban al pueblo en su lengua, no en el frío latín, y apelaban a
la inteligencia y responsabilidad de cada creyente para acercarse a la
religión. Sin embargo no puede pensarse que la rápida aceptación de la fe
luterana fuera causada tan sólo por un deslumbramiento intelectual: la
oportunidad que se le presentaba a las oligarquías urbanas para hacerse
con los recursos económicos y con las áreas de poder que el clero dejaba
vacantes fue otro de los factores sociales que debieron de tener su
importancia en la rápida popularización del credo evangélico.

El surgimiento de las ideas de Lutero coincide además con el invento de la


imprenta, cuyo desarrollo correrá en un principio paralelo con el de la
nueva fe. La letra impresa permite el acceso de las nuevas ideas a
territorios alejados geográficamente. Con el abaratamiento de los libros
que suponen las nuevas técnicas de impresión, se hace posible el acceso
de los círculos burgueses más intelectuales a la fe evangélica. Por otro
lado, la imprenta permite que uno de los principios fundamentales del
credo luterano, la autoridad de la Biblia y la importancia de la
interpretación personal que de los textos sagrados hace cada creyente,
fuera efectivamente llevado a la práctica, una vez que los ejemplares
impresos de la Biblia traducida al alemán se fueron generalizando en las
casas de las familias burguesas.

El surgimiento y propagación de la fe evangélica coincide además con los


momentos de mayor auge del Humanismo renacentista en Europa, uno de
cuyos objetivos fundamentales es, precisamente, el de equiparar las
lenguas vernáculas nacionales a las clásicas, como el latín, el griego o el
hebreo, tanto en riqueza como en posibilidades de expresión, así como el
hacer de cada una de ellas un instrumento digno y hermoso que permita la
escritura y comunicación de todo tipo de materias. Para conseguirlo, los
humanistas del XVI se valen principalmente de la traducción y comentario
de obras clásicas, y esto es precisamente lo que hará Lutero cuando,
entre los años 1521 y 1534, emprenda la extraordinariamente laboriosa
tarea de traducir la Biblia al alemán. De este esfuerzo por ?hacer hablar
alemán a los redactores hebreos? surge, no sólo una lengua alemana
renovada e infinitamente más flexible, el Neuhochdeutsch, sino también
una obra que transmite la palabra de Dios a los alemanes como si hubiera
sido pronunciada en su idioma. La Biblia desciende así de los púlpitos y
entra en las casas familiares, donde se convertirá, como quería Lutero, en
fuente directa de espiritualidad.

Principales tesis luteranas.

Si dejamos a un lado el conflicto provocado por la oposición de Lutero y


sus seguidores ante la corrupción de la Iglesia de Roma, expresada en la
circunstancial cuestión de la venta de indulgencias, comprendemos que
un movimiento de renovación semejante tenía que surgir de un modo u
otro, y afectar no sólo a las formas de culto, sino a lo más profundo de la
interpretación de la fe cristiana. La doctrina luterana deriva luego hacia
una revisión profunda de la teología medieval que había quedado
anquilosada y resultaba inadecuada para las necesidades espirituales del
hombre moderno. Hacía ya muchos años que la Iglesia no hablaba al
pueblo en un lenguaje que éste pudiera comprender, y esto no quedaba
circunscrito solamente al hecho de que siguiera usando el latín como
lengua de culto.

La doctrina de Lutero irá articulándose poco a poco en una teología


basada sobre tres pilares ideológicos: La justificación por la fe, el
sacerdocio universal y la autoridad de la Biblia.

Justificación por la fe.

La teoría de la justificación por la fe consiste en la creencia de que la


salvación no depende de lo virtuoso que llegue a ser un hombre durante su
vida, ni siquiera de los esfuerzos que haga para perfeccionarse. Nos
salvamos exclusivamente por los méritos de Jesucristo. Quedan pues
descalificados como medios para alcanzar la salvación el recurso a los
santos o a la Virgen. Al hombre naturalmente pecador no le queda otra
opción si pretende salvarse que la de mantener viva su fe en la gracia del
redentor. Las buenas obras sí son consideradas como una excelente
disciplina moral, pero no tienen ninguna influencia en si se alcanza o no la
salvación. Hay que destacar la importancia que en los países de tradición
luterana tiene, todavía hoy, la idea de la obra bien hecha a los ojos del
propio individuo que la lleva a cabo, el concepto de moral personal no
como medio para alcanzar la salvación, sino como fin en sí mismo.

Sacerdocio universal.

El sacerdocio universal es resultado de la mayor responsabilidad que la


doctrina luterana atribuye al individuo, tanto a la hora de interpretar
personalmente las Sagradas Escrituras, como en el cultivo responsable de
su propia fe de modo que ésta le permita alcanzar la salvación. Hay que
tener en cuenta también la decadencia y el desprestigio que el estamento
eclesiástico había llegado a sufrir en tiempos de Lutero. Frente a un
pontificado sometido al poder temporal que se negaba a la celebración de
un Concilio que pusiera orden y acabara con los abusos, y un clero en gran
parte corrupto y vendido a los poderes materiales, parecía bastante más
lógico que el individuo se convirtiera en sacerdote de sí mismo, y bebiera
directamente de la fuente de espiritualidad, la Biblia, sin necesidad de
recurrir a otra clase de intermediarios.

Autoridad de la Biblia.

La autoridad de la Biblia será el tercer pilar sobre el que se apoye la fe


evangélica, que invoca la Biblia como única referencia y rechaza la
tradición interpretativa eclesiástica que se le había ido asociando desde
los orígenes del cristianismo, especialmente durante la edad media. De la
inteligencia individual depende la extracción que cada creyente haga del
mensaje contenido en las Sagradas Escrituras. La razón se convierte así
en único instrumento de conocimiento cierto. Lo que sí comprende Lutero
es que la palabra de Dios debe resultar asequible a todos los cristianos, y
de ahí su empeño en traducirla al alemán.

Si bien el luteranismo defiende la idea de que sólo la Biblia es fuente de


espiritualidad y el único libro que debe ser tomado como sagrado, las
doctrinas luteranas se apoyan en algunos textos elaborados por Lutero, y
que contienen la clave doctrinal de la teología evangélica. Éstos son la
Confesión de Augsburgo y el Catecismo.

PROTESTANTES. Concepto

El nombre fue aplicado originariamente a los seguidores de Martín Lutero


(1483-1546) que protestaron por la publicación de un decreto aprobado por
los Estados católicos en la Dieta de Espira, en el año 1529, en el que se
prohibían las innovaciones religiosas y se declaraba la necesidad de la
Misa y la interpretación de las Sagradas Escrituras de acuerdo con las
enseñanzas tradicionales de la Iglesia de Roma. En esa reunión,
convocada a instancia del emperador alemán Carlos V, seis príncipes
luteranos y los dirigentes de catorce ciudades libres alemanas firmaron
una protesta pública en la que manifestaban su total disconformidad con
el decreto, además de reafirmarse en su nueva fe, tras lo cual, todos los
luteranos pasaron a ser denominados como protestante. Más adelante,
todos los seguidores de las diversas religiones reformadas acabaron
también por ser designados con el mismo adjetivo.
Los reformadores reconocían solamente la Biblia interpretada
independientemente de la tradición o de la costumbre, como suprema
autoridad de la fe. Así pues, el término protestantismo vino a significar la
religión de todas y cada una de las agrupaciones cristianas basadas
fundamentalmente en la autoridad suprema de la Biblia libremente
interpretada por los creyentes. Durante la Reforma, el nombre de
protestante no se aplicó a iglesia alguna, ya que los primeros guías y
líderes espirituales del movimiento se consideraban asimismo evangélicos
y reformadores dentro de la propia Iglesia católica, formando parte de
ella. No fue hasta el estallido de la Guerra de los Treinta Años (1618-48),
cuando los dos grupos principales de iglesias se separaron para formar
comunidades religiosas bien definidas; la de los calvinistas, reunidos bajo
la denominación de Iglesia Reformada, y los luteranos, que originaron la
Iglesia Luterana. El calvinismo, por ejemplo, difería del luteranismo en su
teología; una de sus principales diferencias estribaba en la aceptación de
la predestinación. Muchas doctrinas calvinistas fueron luego adoptadas,
bajo diversas formas y variantes, por los covenanters escoceses, por los
hugonotes franceses y por los puritanos ingleses emigrados a las colonias
americanas.

Independientemente de cada credo protestante, la Iglesia fue concebida


desde un primer momento como una agrupación de creyentes a los que se
administraban los sacramentos, se impartían las ordenaciones y se
predicaba las Escrituras. Dentro de la Iglesia protestante no existe ningún
credo específico, por más que sus respectivas comunidades hagan uso de
ellos, al igual que tampoco se reconoce ningún tipo de organización
determinada; existe una multitud de formas eclesiásticas de gobierno,
entre las que destacan la episcopal anglicana y la presbiteriana.

A raíz de la Reforma luterana, se han multiplicado las sectas y


denominaciones protestantes de todo tipo. Algunas de las más recientes,
como la Church of Jesus Christ Scientist y la Church of Jesus Christ,
presentan aspectos muy poco comunes con el movimiento protestante
originario, por lo que apenas se las puede considerar comprendidas en él,
al igual que las sectas que precedieron históricamente a la Reforma, como
la de los husitas y valdenses. En la década de los noventa, había en todo
el mundo 436 millones de protestantes, es decir, una cuarta parte del total
de los creyentes cristianos.

Precursores del movimiento reformista

Desde la Baja Edad Media, empezaron a surgir amplios y numerosos


deseos de acometer una labor reformista en profundidad en el seno de la
Iglesia. Algunos de esos movimientos anticiparon la Reforma con sus
denuncias contra la corrupción generalizada de la Iglesia de Roma, así
como de aspectos importantes relativos a las enseñanzas y dogmas
católicos. Al término de la Edad Media, el hombre estaba atormentado por
el problema de la salvación, imbuido por una auténtica "hambre de Dios",
por lo que el movimiento reformador emprendido por Martín Lutero se
encontró con una coyuntura favorable y con el caldo de cultivo adecuado
para su posterior triunfo.
Volviendo a la Baja Edad Media, los primeros movimientos reformistas
serios nacieron con la intención de reformar las graves deficiencias que
se observaban en la estructura eclesiástica en general, en el
comportamiento del clero y de las órdenes religiosas, asunto del que se
hicieron eco los numerosos concilios ecuménicos llevado a cabo por la
Iglesia de Roma, desde Letrán I (1123), hasta el de Constanza (1414-18) y
Letrán V (1512-17). Al empezar el siglo XII, apareció el primer intento
reformista llevado a cabo fuera de las propias jerarquías eclesiásticas o
papales, liderado por Pedro Valdo, mercader de Lyon, que logró congregar
en torno a su persona a un nutrido grupo de seguidores (valdenses), los
cuales defendían el retorno al cristianismo sencillo y no corrupto de la
Iglesia primitiva. El movimiento, localizado principalmente en ciertas
zonas de Francia y norte de Italia, logró apenas sobrevivir a la implacable
persecución de la que fue objeto por parte de la Iglesia católica, apoyada
por los poderes seculares, los cuales veían a los valdenses como agentes
peligrosos y desestabilizadores. Durante la Reforma, muchos valdenses
acabaron convirtiéndose al calvinismo. Hacia el año 1380, surgió en
Inglaterra el movimiento de los lolardos, mucho más peligroso que los
anteriores por las presupuestos que defendía, liderado por su fundador
John Wicliff (ca.1320-1384).

John Wycliffe.

Los lolardos negaban la autoridad de los prelados eclesiásticos, a los que


tachaban de corruptos en el plano moral y económico, además de la
transubstanciación y otra serie de enseñanzas tradicionales que
constituían la piedra angular sobre la que reposaba todo el entramado
dogmático y teológico de la Iglesia católica, aparte de defender con
ahinco la fe en la Biblia. Al igual que los valdenses, los lolardos fueron
perseguidos con saña por la Iglesia romana, pero su líder logró salvarse
del castigo que le estaba reservado e influir de manera decisiva en la
Reforma anglicana y, sobre todo, en las enseñanzas de otro gran
reformador y auténtico preludio de la obra de Martín Lutero, el bohemio
Jan Hus (1369-1415), cuyos seguidores, los husitas, reformaron la Iglesia
de Bohemia y consiguieron una independencia virtual tras la ejecución de
Jan Hus, previamente excomulgado por el papa Alejandro V y quemado
vivo por orden del concilio de Constanza, en el año 1415. Al igual que
pasara con los lolardos y valdenses, muchos husitas acabaron abrazando
la doctrina luterana.

Así pues, a finales del siglo XV y principios del XVI, puede decirse que los
deseos de reforma eran universales, a lo que contribuyó una serie de
circunstancias y novedades. Tanto el emperador como el Papado estaban
más preocupados por los asuntos políticos que por los religiosos, como el
avance turco por Europa Central y el Mediterráneo, a lo que se sumó la
invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, que posibilitó la
difusión de tratados religiosos entre la nobleza y el pueblo llano, y la
preocupación del movimiento cultural renacentista, conocido con el
nombre de Humanismo, con lo que éste supuso para el conocimiento de la
Antigüedad grecorromana y de la antigua patrística. También, la triste
experiencia pasada del Cisma de Occidente y la conciencia, entre las
clases intelectuales, de que se estaba produciendo y viviendo un
importante cambio de circunstancias históricas (descubrimientos
geográficos, nuevas fuerzas sociales emergentes, etc.), contribuyeron de
manera decisiva al surgimiento y triunfo de la Reforma protestante.

Antes de la aparición fulgurante de Martín Lutero, se produjeron en la


Iglesia dos corrientes o formas de enfocar la necesaria renovación
eclesiástica. En primer lugar, aquella en la que las intenciones de
renovación se situaban en el interior mismo de la Iglesia y que abogaba
por una reforma del comportamiento de los clérigos, de la liturgia, de la
piedad, etc., pero siempre teniendo en cuenta la pertenencia a la Iglesia
de Roma, de Jesucristo, de los Apóstoles, es decir, defendiendo una
postura continuista y moderada, sin desfigurar, bajo ningún concepto, la
imagen sostenida hasta la fecha por la Iglesia. De otra parte, surgieron las
posiciones de quienes, perdiendo la conciencia de tradición o continuidad
eclesial, juzgaban a la iglesia presente como el fruto de una degeneración
constante cuyo resultado final era el apartamiento total de sus orígenes
apostólicos, por lo tanto, el programa reformador debía pasar
necesariamente por una renovación total con la edificación de una nueva
Iglesia que se ajustase al modelo supuestamente originario, como
pretendió y logró el protestantismo luterano, en tanto que fue y es un
movimiento de ruptura o separación de la comunión cristiana y apostólica
defendida por la Iglesia de Roma.

Realmente, lo que distinguió a ambos enfoques reformistas o renovadores,


no fue motivado por cuestiones de aptitudes o de decisiones
inmediatamente operativas, sino algo mucho más profundo y básico como
fue la concepción de la propia Iglesia, la cual acabó por condicionar la
actitud que se adoptase frente a ella: la concepción bíblico-patrística de la
Iglesia de Roma como Cuerpo de Cristo vivificado por el Espíritu Santo y,
por lo tanto, indefectible en su esencia; o la concepción
predominantemente jurídico-sociológica de la Iglesia como simple
asociación de hombres y, por consiguiente, absolutamente pecaminosa y
factible de ser reformada.

Causas principales de la Reforma

Es un hecho aceptado por la mayor parte de los especialistas que la


publicación de las 95 tesis clavadas por Martín Lutero en la puerta de la
catedral de Wittenberg, el 31 de octubre del año 1517 (fecha de Todos los
Santos), marcó el inicio como tal del movimiento reformador protestante.
No obstante, determinar las causas, complejas todas ellas, de la Reforma
es un acto muy complicado. El protestantismo se apoyó en tres doctrinas
principales: la de la justificación por la fe, la del sacerdocio universal y la
de la infalibilidad basada tan sólo en la Sagradas Escrituras. Ciertamente,
estas innovaciones teológicas respondían a las necesidades religiosas
demandadas por la época, ya que, de otro modo, la Reforma no hubiese
logrado el éxito tan rápido y rotundo que alcanzó.

Es poco convincente y simplista la tesis que afirma que los reformadores


abandonaron la Iglesia de Roma porque ésta estaba corrompida por el
libertinaje y dominada por todo tipo de impurezas, pecados y actos poco
eclesiásticos. En tiempos del papa Gregorio VII y de San Bernardo de
Clairvaux, probablemente se dieron en la Iglesia tantos abusos y faltas de
todo tipo entre el clero en general como en la época de la Reforma, y, sin
embargo, no se produjo una ruptura comparable a la provocada por el
protestantismo, bien porque la propia Iglesia y su poder coercitivo no lo
permitieron, bien por la propia insignificancia de los movimientos
reformistas. Otro hecho, también revelador, fue la conducta de una gran
parte de los pensadores humanistas, como, por ejemplo, la de su mayor
figura, Erasmo de Rotterdam, quien, en su obra Elogio de la locura (1511),
atacó con dureza a los sacerdotes, monjes, obispos y papas de su época,
aunque nunca se adhirió a la Reforma de una manera total. En sentido
inverso, cuando en el siglo XVII la iglesia católica ya había corregido la
mayor parte de sus debilidades disciplinarias de que se la acusaba en el
siglo anterior, las diversas confesiones reformadas no regresaron a la
obediencia de Roma. Todos estos hechos demuestran que las verdaderas
causas, sin obviar las aludidas anteriormente, fueron más profundas que
los desórdenes del clero católico, pasando por un replanteamiento
drástico de tipo teológico, dogmático y doctrinal.

Principales protagonistas

Martín Lutero

El principal promotor de la reforma religiosa que dividió a la cristiandad en


numerosas Iglesias y sectas fue Martín Lutero, hombre profundamente
religioso y lleno de constantes dudas, entre la que sobresalía la de su
salvación o condenación. Lutero nació en la ciudad alemana de Eisleben,
Turingia, el 10 de noviembre del año 1583, y murió en la misma ciudad, el
18 de febrero del año 1546. Aunque descendía de una familia de
agricultores, su padre era arrendatario de una mina y de un pequeño taller
de fundición, en la ciudad de Mansfield, la situación económica de la
familia distaba de ser precaria. Sus primeros estudios los realizó en la
escuela latina de Magdeburgo, de donde pasó a la escuela de Eisenach y
luego a la Universidad de Erfurt, donde obtuvo, en el año 1501, el título de
maestro en Filosofía. Cuando iba a comenzar los estudios de Derecho,
según los deseos de su padre, renunció a dicho propósito para cumplir con
el voto hecho con motivo de una tormenta en la que había estado a punto
de ser fulminado por un rayo, tras lo cual, ingresó en la orden de los
agustinos, en el año 1505. Después de un breve noviciado, fue ordenado
sacerdote al año siguiente. Por disposición de los superiores de su orden,
Lutero volvió a Erfurt para estudiar Teología y prepararse para la actividad
pedagógica. Luego de varios períodos de formación y al regreso de un
viaje a Roma donde había sido enviado para defender a su orden contra
una rama agustina de disciplina menos rigurosa, fue destinado
definitivamente al convento de Wittenberg, donde se dedicó a la
enseñanza en la universidad de la ciudad, así como a profundizar en el
estudio de las Sagradas Escrituras, una vez que consiguió el grado de
doctor en Teología. Sus primeros trabajos versaron sobre comentarios al
libro de los Salmos y, más tarde, a las Epístolas de San Pablo (Romanos y
Gálatas), materia esta última en la que fue una reconocida eminencia.
Lutero.

La lectura de las epístolas paulinas despertaron en el joven monje serias


objeciones respecto a la doctrina tradicional de la Iglesia de Roma. Su
interpretación personal le llevó a considerar que las buenas obras no
podían alcanzar la salvación de los hombres y, por lo tanto, la única
justificación provenía de la fe en Cristo, al contrario de lo defendido por la
Iglesia de Roma, la cual daba más importancia a las obras en sí mismas
que a la acción que provocaba tales obras. Estas reflexiones tuvieron
como estímulo principal la debatida cuestión de las indulgencias que el
papa León X otorgó a todos los fieles que habían contribuido, con su
compra, a la edificación de la basílica de San Pedro en Roma. Lutero
experimentó una viva repugnancia por los excesos que se cometían en tal
sentido, ya que, para él, la venta de tales indulgencias significaba un claro
abuso basado en el énfasis equivocado de la importancia de las buenas
acciones.

El cisma se inició en el año 1517, cuando Lutero, que a la sazón estaba


sustituyendo al párroco de la iglesia más importante de Wittenberg,
reaccionó contra la predicación del dominico Tetzel, encargado de
promover la venta de las indulgencias plenarias en la zona. El 31 de
octubre del mismo año, Lutero mandó fijar en las puertas de la catedral de
Wittenberg las 95 proposiciones sobre el efecto de las indulgencias. Las
tesis, realmente, no proponían ninguna doctrina nueva, sino que
recordaban la enseñanza clásica de la Iglesia primitiva, según la cual, las
indulgencias no tenían ningún poder redentor, puesto que esa función sólo
le pertenecía a Dios como el único capaz de perdonar la culpa de todos los
creyentes que demostrasen un sincero arrepentimiento. Debido, sin duda
alguna, a las fuertes críticas contra la Iglesia contenidas en las
proposiciones, éstas suscitaron un gran revuelo y resonancia, cuya
primera consecuencia fue la inmediata denuncia de su autor ante el
tribunal de Roma. León X le conminó a retractarse públicamente de su
error, a lo que Lutero se negó, por lo que se vio obligado a comparecer, en
abril del año 1518, ante el capítulo de su orden, reunido en Heidelberg.
Deseando explicarse, Lutero envió al Papa, asegurándole su sumisión, sus
Resolutiones disputationum de indulgentiarum virtute, esfuerzo que
resultó inútil pues el pontífice ya le había culpado por hereje. En julio del
mismo año, recibió la orden de presentarse en Roma sin demora, en el
plazo máximo de dos meses, para responder de sus errores ante el Papa.
Lutero, sintiéndose amenazado, pidió al príncipe elector de Sajonia,
Federico el Sabio, que intercediera en Roma para que el juicio se
celebrase en Alemania, a lo que el Papa accedió, toda vez que éste debía
ciertos favores políticos al príncipe alemán.

Martín Lutero pudo defenderse en la Dieta de Augsburgo, pero no logró


convencer a nadie de sus propuestas, cada vez más intransigentes a
medida que iba recabando apoyos; menos aún al cardenal y legado
pontificio, Cayetano, quien simplemente esperaba del monje herético
alemán una retractación pública de sus errores. El rompimiento definitivo
no se produjo aún, si bien, el agustino adoptaba ya una actitud de fuerza
que iba más allá del mero rechazo a las indulgencias y que implicaba algo
mucho más grave: el desacato a la autoridad pontificia.
Al fracasar la misión de Cayetano, la curia papal intentó, por todos los
medios, que el príncipe elector le entregase a Martín Lutero, pero las
negociaciones no tuvieron éxito, lo que aprovechó el monje agustino para
seguir puliendo más sus ataques y sus razonamientos contra la Iglesia de
Roma. La polémica volvió a recrudecerse en la ciudad de Leipzig, donde
Lutero se enfrentó en disputa pública con el eminente profesor de Teología
de la Universidad de Ingolstadt, Juan Eck, que se desarrolló entre los días
4 al 14 de julio del año 1519. En el curso de los debates abiertos, Lutero
sostuvo que los concilios generales no eran infalibles y que para los
cristianos no había otra autoridad que la emanada de la Sagradas
Escrituras. Los ataques de Lutero ya no se trataban de simples cuestiones
circunstanciales. Lutero multiplicó sus ataques a la Iglesia, los cuales
fueron dirigidos más contra aspectos doctrinales que contra el libertinaje
de algunos eclesiásticos. En su tratado El Papado de Roma, publicado tras
la disputa de Leipzig, Lutero, además de defender los mismos puntos de
vista expuestos ante Juan Eck, subrayó que también el Papa estaba
sometido a la autoridad de la Biblia. Tal audacia no tardó en ser
castigada. El 15 de julio del año 1520, la curia romana expidió la bula
Exsurge Domine, por la que se exigía al agustino su retractación, antes de
dos meses, bajo pena de excomunión definitiva. Lutero, ante tal tesitura,
pidió ayuda y se refugio en la opinión pública alemana, cada vez más
cercana a sus posturas. En agosto del mismo año, dirigió a los numerosos
hidalgos alemanes su tratado A la cristiana nobleza de la nación alemana,
manifiesto en el que presentó un programa reformador de amplio alcance,
en el que atacaba lo que él llamaba como "las murallas del Papado". Dos
meses después, Lutero, dominado por una especie de fiebre creadora,
publicó el Preludio sobre la cautividad babilónica de la Iglesia, destinado
especialmente a los clérigos y teólogos, en donde redujo a dos los
sacramentos fundamentales y válidos de la Iglesia, el Bautismo y la Cena,
además de denunciar también la doctrina de la transubstanciación, la
noción de sacrificio eucarístico y la comunión bajo una sola especie.
Deseoso de probar ante el Papa la sinceridad de sus intenciones, compuso
para él la obra Tratado de la libertad del cristiano, en octubre del mismo
año, obra maestra de la espiritualidad protestante que no consiguió
apaciguar al papado, que, con el apoyo del emperador Carlos V, emprendió
la represión de la herejía y quemó todos los escritos del monje agustino.
La reacción de Lutero no fue menos contundente: entregó a las llamas la
bula papal, en la plaza de Wittenberg, y consumó con esa acción el
rompimiento total con la Iglesia de Roma. La reacción papal no se hizo
esperar y, sin medir las consecuencias dramáticas que originaría su
gesto, el Papa promulgó la bula Decet Romanum Pontificem, que
anatematizó a Lutero y a todos sus partidarios. Desde ese mismo
momento, la Reforma protestante inició su andadura por sí sola.

Juan Calvino

Jean Cauvin, más conocido con el nombre de Calvino, fue el más


importante de los reformadores protestantes después de Martín Lutero, ya
que su influencia abarcó una amplia extensión del continente europeo,
donde proliferaron las comunidades religiosas que se adscribieron a la
Iglesia por él fundada. Por otra parte, Calvino llegó a tener un enorme
poder político en Ginebra, hasta el punto de que, durante catorce años, no
hubo autoridad por encima de la suya, circunstancia que no había
sucedido antes ni después de él, y que le permitió conformar todo un
sistema teológico que actualmente rige en las iglesias llamadas
presbiterianas o reformadas, para distinguirlas de las luteranas y de la
Iglesia anglicana.

Juan Calvino nació en Noyón, Picardía, el 10 de junio del ño 1509, y murió


en Ginebra, el 27 de mayo del año 1564. Gracias a su aprovechamiento en
los estudios y a la posición de su padre, agente fiscal del obispo de Noyón,
Calvino obtuvo una beca para estudiar en colegios católicos, donde recibió
una formación humanística, la misma que prosiguió en Montaigne y luego
en el célebre colegio de La Marche de París, lugar este último donde
recibió las enseñanzas del famoso Mathurin Corlier, a quien Calvino llamó
más tarde para fundar la Universidad de Ginebra. Al término de sus
estudios de Filosofía, Calvino se trasladó a Orleans con el propósito de
cursar la carrera de Derecho, perfeccionar su latín y adentrarse en el
estudio del griego. Familiarizado con la cultura clásica, su orientación
ideológica siguió en un principio las tendencias erasmistas.
Probablemente fue a través de Melchor Wolmar, discípulo de Lutero y su
maestro de griego, como llegó Calvino a conocer las doctrinas luteranas.

Tras la muerte de su padre, en el año 1531, Calvino regresó a París, donde


se consagró primero a las Letras, tras lo cual, libre ya de la vigilancia
paterna, publicó al año siguiente su primer comentario serio religioso,
dedicado a Séneca, titulado De clementia, en el que según sus propias
palabras "Dios alcanza y somete mi corazón a través de una súbita
conversión". Calvino, no sólo llevo a cabo una ruptura con Roma, sino que
experimentó una transformación profunda en la que descubrió el perdón y
la gracia de Cristo, tras lo que se sintió profundamente liberado y salvado.
Redactó para la Fiesta de Todos los Santos, del año 1533, el discurso del
rector Nicolás Cop, cuyo contenido teológico llevó al parlamento francés a
solicitar el inmediato arresto del autor, por su contenido herético. Cop
logró huir a Basilea, mientras que Calvino halló refugio en Angulema, junto
con un nutrido grupo de protestantes franceses, debido a la persecución
que inició contra ellos el rey Francisco I. En la casa de su amigo Tillet,
Calvino redactó los primeros capítulos de la Institution chrètienne.
Después de una breve estancia en la ciudad de Nérac y más tarde en
Ferrara, finalmente recaló en la ciudad de Ginebra mientras se dirigía a
Estrasburgo, además de publicar la primera edición de su obra capital,
antes aludida, compuesta de seis capítulos, que al año siguiente aumentó
a diecisiete y, por último, una vez muerto Calvino, a ochenta capítulos, en
1599. En Ginebra fue convencido por Guillaume Farel para que se
estableciese en la ciudad y le ayudase a llevar a cabo la reforma
protestante. Calvino conoció así su primer período de actividad ginebrina,
hasta el año 1538. Al año siguiente de su llegada a Ginebra, Calvino
publicó el Catecismo de la Reforma, obra que fue enseguida aceptada por
el Consejo de los Doscientos a modo de "constitución" para vivir según el
evangelio, tal como recomendó Calvino. Pero en abril del año 1538, la
reacción antiprotestante consiguió expulsar a Calvino y Farel de la ciudad,
todo ello como consecuencia de la rigidez de su gobierno. Calvino,
respondiendo a una llamada de otro gran reformador, Bucer, se presentó
en Estrasburgo, en el año 1538, donde se casó, desplegó una intensa
actividad teológica (segunda edición de la Institution), reanudó sus
estudios e incrementó la actividad proselitista; además, estableció
contactos con otros líderes reformistas, como el ayudante de Lutero,
Melanchthon. Las luchas intestinas que se produjeron en Ginebra por el
poder propiciaron a Calvino la oportunidad de recuperar su prestigio. Una
vez que los guillerminos (adeptos a Guillaume Farel) recobraron el poder,
llamaron a Calvino, quien tardó mucho en aceptar; lo hizo, por fin, en el
año 1540, aunque no regresó hasta septiembre del año siguiente. En
noviembre del año 1541, el consejo de la ciudad aceptó las ordenanzas
eclesiásticas que fijaron cuatro ministros calvinistas, por las que se
estableció un gobierno teocrático capaz de eliminar toda oposición,
incluso aplicando sin ningún tipo de prejuicios las más drásticas medidas,
como demostró en el caso del teólogo y médico español, Miguel Servet,
quien murió en la hoguera por determinación de la intolerancia
establecida por Calvino.

Desde Ginebra, Calvino desplegó una autoridad extraordinaria a través de


su abundante correspondencia; en ella se descubre su actitud para dar
todo tipo de consejos acerca de la doctrina reformada, ayudar a los
príncipes y a los fieles humildes, animar a las víctimas de las
persecuciones católicas, etc.

Autor de 4.271 documentos y de más de 2.300 sermones, jefe máximo de la


Iglesia Reformada y amo absoluto de Ginebra, Calvino murió tras padecer
una larga enfermedad que no le impidió continuar su obra hasta el final
mismo de su vida.

Ulrich Zwinglio

Fue el iniciador de una de las tres corrientes principales del


protestantismo, cuyo centro neurálgico fue la ciudad suiza de Zurich.
Nació el 1 de enero del año 1484, en Wildhaus, en las tierras de la abadía
de St. Gall, en el condado de Toggenburg, y murió el 11 de octubre del año
1531, cerca de la ciudad suiza de Kappel.

Perteneciente a una familia con miembros destacados en el estamento


eclesiástico (dos tíos suyos eran sacerdotes, y de los once hijos que tuvo,
cinco ingresaron en el clero protestante suizo), recibió una sólida
formación humanística y teológica en Basilea, donde frecuentó el activo
círculo humanista de la ciudad. En el año 1506, Zwinglio fue ordenado
sacerdote por el obispo de Constanza, tras lo cual fue nombrado párroco
de la importante parroquia de Glaris, puesto en el que permaneció hasta
el año 1516. Imbuido de un fuerte sentimiento "nacionalista", Zwinglio se
opuso al servicio de los suizos como mercenarios en las tropas
extranjeras. Aunque rechazaba la guerra como medio de conquista,
entendía que la paz podía defenderse eficazmente, siempre y cuando
dicha guerra se librase de buena fe, circunstancia por la que asistió como
capellán de las tropas suizas enviadas como mercenarias a Italia (batalla
de Novarra y Marignano). Entre los años 1516 a 1518, fue nombrado
capellán de Einsiedeln, importante centro de peregrinación mariano,
tiempo que aprovechó para consagrarse al estudio profundo del Nuevo
Testamento, siguiendo los pasos del humanista holandés Erasmo de
Rotterdam. En el año 1518 fue llamado a Zurich para ostentar el puesto de
predicador de la colegiata. Al entrar en funciones, comenzó la explicación
continuada del evangelio según San Mateo, lo que atrajo pronto a un gran
número de seguidores. La peste que asoló a la ciudad, en el año 1519, le
atacó gravemente, pero milagrosamente se pudo restablecer por
completo, lo cual aumentó aún más su evolución espiritual y teológica. En
tres poemas escritos inmediatamente después de su recuperación,
Zwinglio expresó una actitud de absoluta dependencia respecto a Dios,
como único dueño de los designios del hombre. Entre los años 1519 a
1522, Zwinglio comenzó a distanciarse progresivamente del humanismo
cristiano de Erasmo, y por consiguiente también de la propia Iglesia de
Roma, acto que consumó del todo en 1522, cuando se produjo el primer
conflicto serio con el obispo de Constanza. Sin duda alguna, la disputa de
Leipzig (junio-julio del año 1519), entre Lutero y Jan Eck, influyó
decisivamente en el ánimo ardiente del reformador suizo, quien no dudó
en abrazar totalmente la Reforma.

En una primera disputa que congregó a unos 600 participantes, el 29 de


enero del año 1523, Zwinglio redactó 67 tesis en las que afirmaba la
independencia de la Biblia con respecto a la Iglesia de Roma; en éstas
imprimió un carácter cristocéntrico muy acusado al afirmar que Cristo era
el único camino hacia la salvación del hombre. Estas tesis versaban sobre
todo tipo de cuestiones prácticas y formulaban una crítica acerada contra
ciertos aspectos de la Iglesia institucional romana. Al término de los
debates, el Consejo de Zurich, satisfecho de la labor sincera de Zwinglio
como predicador y como buen patriota, no dudo un momento en prestarle
apoyo y la autorización para predicar y anunciar el Evangelio con la "ayuda
de Dios". Aun así, Zwinglio tuvo el tacto y la prudencia suficientes para
abordar una serie de reformas parciales, de forma escalonada y sucesiva,
con el propósito de no levantar sospechas ni suspicacias alarmantes entre
la jerarquía eclesiástica romana. Así, sólo abolió la misa y el culto a las
imágenes dos años después de sucedida la disputa; dio pruebas de cierta
tolerancia al permitir que algunos miembros del Consejo de Zurich
pudiesen conservar la fe romana.

En el año 1525, Zwinglio fundó en Zurich un seminario de Teología


dedicado, sobre todo, a la exégesis bíblica, cuyos resultados era
expuestos periódicamente en varias publicaciones creadas para tal fin. Su
objetivo primordial era hacer que el trabajo de los especialistas sirviera
para la edificación de una comunidad popular centrada sobre la Biblia,
para ello elaboró una traducción alemana de las Sagradas Escrituras, al
igual que hiciera Lutero. Las misas cotidianas fueron reemplazadas por
una meditación por la mañana temprano; se instituyó un tribunal para el
régimen matrimonial y para dirimir los asuntos de costumbres y moral; la
comunidad eclesial fue puesta bajo el gobierno civil. Zwinglio, adoptando
como modelo a los profetas del Antiguo Testamento, actuó por medio de
sus predicaciones y por sus constantes intervenciones en el Consejo de
Zurich. A finales de ese mismo año, con la estructuración zwingliana de
Zurich concluida, Zwinglio publicó en latín su segunda exposición
completa de la fe evangélica, De vera et falsa religiones commentarius,
dedicada a Francisco I de Francia.

La reforma iniciada por Zwinglio llegó a Berna, Basilea, Sant Gall,


Chaffhausen, Glaris y otros lugares suizos, mientras que los seis primeros
cantones de la Confederación Helvética (Schwyz, Uri, Unterwalden,
Lucerna, Zug y Friburgo) permanecieron fieles a la antigua fe romana.
Zwinglio tuvo que hacer frente a varios movimientos opositores serios
alimentados desde los cantones católicos. La Dieta de los cantones suizos
convocó una disputa religiosa en Baden, a la que Zwinglio no asistió por
temor a una emboscada, y que fue desfavorable para el reformador. Sin
embargo, el veredicto de la Dieta no perturbó el ánimo de los protestantes
de Zurich, ni disminuyó el ritmo de su influjo en otros cantones, como se
pudo demostrar, dos años después, en otra disputa convocada en Berna,
en la que participaron Bucer, Capiton y Haller, que reforzó de nuevo la
causa evangélica defendida por Zwinglio. Con todos los apoyos a su favor,
desde el año 1529 Zwinglio entró a formar parte activa en el gobierno de
Zurich, como miembro permanente del Consejo, en el que su opinión se
hizo preponderante.

Con Zwinglio gobernando el cantón suizo más importante se produjo el


momento propicio para que estallase una guerra de religión entre
cantones, toda vez que ambos grupos se coligaron en dos facciones
enfrentadas. Los cantones católicos, ante la amenaza de la agrupación
protestante, se aliaron con Austria, secular enemiga de la Confederación
suiza. El conflicto estalló en el año 1529, como consecuencia de la
ejecución de un pastor de Zurich por los agentes del cantón católico de
Schwyz. Pero gracias a los esfuerzos pacificadores del Landamman de
Glaris, pudo firmarse un armisticio en el mismo campo de batalla de
Kappel. El armisticio no agradó a Zwinglio, que soñaba con una Suiza
evangélica y con una coalición de Estados protestantes capaz de
enfrentarse victoriosamente a los Habsburgo, por lo que, aprovechándose
de la retirada de la alianza austríaca hacia los cantones católicos,
proyectó una liga centroeuropea contra los Habsburgo, proyecto que no
tuvo éxito. El fracaso, junto con las dificultades propias que la Reforma
tenía en la misma Zurich, movió a Zwinglio a presentar la dimisión al
Consejo, que no fue aceptada, por lo que el reformador fue obligado a
seguir en su puesto. Cuando los cantones católicos, cansados del bloqueo
económico que les estaban imponiendo los cantones protestantes,
abrieron el frente de guerra contra la ciudad de Zurich, en el año 1531,
Zwinglio tomó las armas al lado de sus conciudadanos. Resultó muerto en
los enfrentamientos sangrientos habidos en el campo de batalla de
Kappel, al igual que un gran número de jefes de su partido religioso y un
elevado número de ciudadanos.

La derrota de Zurich acarreó consecuencias graves para la causa


evangelista. Frenó en seco la expansión de la Reforma y fijó, por mucho
tiempo, las fronteras confesionales de la Confederación de cantones
suizos. Las posiciones del catolicismo y del protestantismo permanecieron
inalteradas en los cantones, hasta comienzos del siglo XIX. El desastre de
Kappel, al mismo tiempo que comprometió definitivamente el desarrollo
de la nueva fe, privó a Zurich del hombre que había hecho triunfar allí la
Reforma.

Historia y evolución del Protestantismo

Origen y desarrollo inicial

La ocasión de la ruptura luterana fue motivada por la disputa de las


indulgencias, en la que Martín Lutero, después de enfrentarse a diversos
teólogos católicos, y luego al legado papal, cardenal Cayetano, apeló al
juicio del Papa, el 22 de octubre del año 1518, y, posteriormente, a la
convocatoria de un concilio general ecuménico, para finalizar, tras la
agria disputa celebrada en la ciudad de Leipzig, del 27 de junio al 16 de
julio del año 1519, negando la autoridad a los concilios y apoyarse
únicamente en la verdad emanada de las Sagradas Escrituras. Aunque, en
realidad Martín Lutero había roto hacía tiempo la comunión con la Iglesia
de Roma, ésta no se llevó a cabo de manera oficial y pública hasta el 3 de
enero del año 1521, mediante la bula expedida por el papa León X, Decet
Romanum Pontificem, por la que excluía a Lutero y a todos sus seguidores
de la comunión eclesiástica romana. Lutero selló, un año antes, su propio
destino al escribir, en julio del año 1520, las siguientes y proféticas
palabras: "La suerte está echada, yo desprecio el furor y el favor de Roma,
no quiero reconciliación ni comunión con ellos en toda la eternidad".

Tras reafirmarse en su postura en la dieta de Worms, celebrada los días 17


y 18 de abril del año 1521, se consumó el cisma que condujo a la
organización de una comunidad luterana, la cual se estructuró respaldada
en los textos escrituarios y a los escritos confesionales del propio Martín
Lutero. En el mismo año de la ruptura oficial con Roma, el luteranismo
naciente adquirió proporciones enormes: atrajo a un numeroso grupo de
partidarios provenientes de múltiples sectores sociales y con motivos bien
diversos; muchos de los cuales, en momentos posteriores, abandonaron el
movimiento reformador desencantados al contemplar cómo la mentalidad
de Martín Lutero se iba haciendo cada vez más radical y anticatólica, y al
comprobar que dichas teorías no ofrecían el aspecto de una reforma
religiosa auténtica.

A la par que la Reforma luterana contra la autoridad de Roma, tan


favorecida por la reacción regionalista contra la autoridad del emperador,
se produjo otro movimiento reformista en Zurich, encabezado por su líder
natural, el sacerdote Ulrich Zwinglio, quien a pesar de no considerarse
discípulo de Martín Lutero, no hay duda de que quiso ser su émulo. Entre
los años 1519 a 1520, combatió, como él, contra las indulgencias; en 1522
contra el ayuno cuaresmal, contra el celibato y contra la autoridad
conciliar y papal. Pero también, al igual que ocurría con Martín Lutero,
Zwinglio evolucionó de un régimen de libertad a otro de autoridad, bajo el
control republicano de Zurich. A partir del año 1525, estalló una violenta
disputa entre ambos reformadores, a propósito de la presencia real de
Jesucristo en la Eucaristía, que Zwinglio negaba interpretando las propias
palabras de Cristo "esto es mi cuerpo" en un sentido meramente simbólico.
Zwinglio consiguió establecer una comunidad disidente no sólo en Zurich,
sino también en varios cantones suizos y diversas ciudades imperiales.
Otra figura relevante surgida en los primeros años de la Reforma fue el
dominico de origen alsaciano Martín Bucer, que acabó instalándose en
Estrasburgo. En el año 1529, Bucer consiguió conquistar el poder
municipal para su movimiento, tras lo cual expulsó al obispo de la ciudad
y organizó la vida municipal conforme a un luteranismo moderado. Debido
a su carácter mediador, Bucer intentó en vano poner de acuerdo a Martín
Lutero y Zwinglio con respecto a la controversia de la Eucaristía. Pero
donde brilló con luz propia fue en la génesis y propagación del
protestantismo por gran parte de Europa, gracias a que convirtió a
Estrasburgo en la ciudad-refugio ideal de muchos protestantes
perseguidos por las autoridades católicas, como fue el caso de Jean
Calvino. Al mismo tiempo, Bucer también desempeñó un papel innegable
respecto al anglicanismo, ya que al ser exiliado a Inglaterra, tras negarse
a firmar el Ínterin de Augsburgo, fue profesor en la prestigiosa Universidad
de Cambridge, donde dejó una huella indeleble en el gran reformador
inglés Thomás Cranmer, autor del Common Prayer Book.

Calvino, el más joven de los tres hombres claves en el protestantismo, fue,


también, el más sistemático, lógico, intransigente y organizador enérgico.
Tras breves estancias en Basilea y Ferrara, recaló en Ginebra, donde ya se
habían producido los primeros atisbos reformistas por obra de Guillaume
Farel. La vida de la ciudad fue regulada, paulatinamente, sobre la gloria de
Dios, tal como Calvino la entendía y se impuso por la fuerza policiaca, no
sin tentativas serias de resistencia ante semejante dictadura teocrática.

Las controversias surgidas dividieron la primitiva armonía de la


comunidad protestante desde el comienzo de la Reforma. La primera crisis
seria surgió por parte de los anabaptistas, concentrada principalmente en
Alemania y gran parte de los Países Bajos, y liderada por uno de los
primeros compañeros de Martín Lutero, Andrés Carlostadio, que tuvo un
importante papel en la Guerras Campesinas. Los anabaptistas rechazaron
el bautismo de los niños, sacramento que reservaron a los fieles adultos.
Constituidos en bandas de fanáticos, se dieron a destruir todo lo que había
sido católico y redujeron, a sangre y fuego, grandes extensiones de la
Alemania del sur. Lutero, presa del pánico por el hecho de que su
movimiento reformista pudiera fracasar por el radicalismo anabaptista,
solicitó la ayuda armada de los príncipes alemanes para que acabasen
con ellos sin piedad, ya que representaban una amenaza grave política y
religiosa. No obstante, el fenómeno anabaptista, una vez superado el
período de las persecuciones y perdido su original carácter revolucionario
y violento, inició con su nuevo líder, Menno Simons (movimiento
mennonita), una nueva vía en el seno del protestantismo que volvería a
hacerse presente, con luz propia, en varios momentos de su historia
posterior. Influyó en movimientos, despertares y fervores, tanto en las
nuevas comunidades disidentes que iban surgiendo en el seno del
protestantismo, como en las primitivas confesiones protestantes. Los
mennonitas adoptaron un pacifismo radical y formaron comunidades
cooperativas independientes según los principios del Nuevo Testamento.

Las controversias teológicas acabaron por crear lo que se ha dado en


llamar una ortodoxia protestante, en la que se distinguieron desde el
principio dos grandes grupos: por un lado, el luterano, que recogió la
herencia dejada por Lutero y Melanchthon; y, el segundo, organizado en
torno a las enseñanzas de Zwinglio, Farel, Ecolampadio y, sobre todo, Jean
Calvino. Ambos grupos quedaron definitivamente fijados y establecidos: en
el año 1580, los luteranos por medio de la Fórmula de Concordia, y en el
año 1618, los reformados, gracias al Sínodo de Dortdrecht. El luteranismo
se extendió de manera progresiva sobre todo a partir del concilio
ecuménico católico de Trento (1545-1563) y la Paz de Augsburgo, firmada
el 25 de septiembre del año 1555, por la que se impuso el principio de los
territorios confesionales con la fórmula cuius regio, eius religio,
estableciéndose en las dos terceras partes de Alemania, los países
escandinavos, Bohemia, Hungría, Polonia y Livonia. Por su parte, el
calvinismo asentó sus reales en Suiza, Francia (hugonotes), Escocia
(presbiteriano y congregacionistas), Países Bajos y otras regiones
centroeuropeas en coexistencia, más o menos pacífica, con el
luteranismo.

Philipp Melanchthon.

Mientras tanto, en la Inglaterra del rey Enrique VIII, también tuvo éxito el
movimiento reformador, aunque, si bien, de una manera muy particular
que se tradujo en un cisma tan antirromano como antiluterano, pero
pronto influido alternativamente por el luteranismo y por el calvinismo,
que, tras la breve restauración católica de María Tudor, quedó fijado por
Isabel I en una confesión harto peculiar y sincrética que, aun conservando
en lo externo bastantes aspectos de la Iglesia católica, ha de ser incluido
en el seno del movimiento reformador protestante. Junto a esta
comunidad, que se autodenominaba Iglesia Establecida, existieron desde
un principio otras formas protestantes, muy perseguidas por el propio
Estado, que dieron lugar a ciertas comunidades no-conformistas,
congregacionalistas y puritanas, de la mano de las cuales se instaló el
protestantismo en las colonias británicas de América.

Desde los orígenes al racionalismo

Durante los siglos XVII y XVIII, la característica más notable del


protestantismo fue el asentamiento, en extensión y profundidad, de las
grandes confesiones antes mencionadas: luteranismo, calvinismo,
anglicanismo. Otra característica, no menos importante, fue la constituida
por la proliferación de reformas piadosas espirituales que modificaron
sensiblemente la imagen del protestantismo establecido y el consiguiente
asentamiento de éstas en las llamadas "Iglesias libres", totalmente
desvinculadas de la autoridad estatal común a las tres confesiones
protestantes iniciales. Una idea común a todos estos grupos
independientes era el hecho de pensar que las iglesias protestantes
estables no habían ido tan lejos como hacía falta en la dirección de un
cristianismo bíblico más sencillo. Estas comunidades también
contribuyeron al nacimiento del ideal misionero protestante, hasta ese
momento completamente ausente.

A partir de la Paz de Westfalia (1648), que finiquitó la Guerra de los Treinta


Años, el protestantismo entró en una fase de consolidación en la que se
definió y expuso con demasiada severidad y con un intelectualismo un
tanto áspero, la ortodoxia protestante, enfatizando la autoridad de la
Biblia y abogando por una lógica religiosa más rigurosa, tendencia
conocida como "escolasticismo protestante", por analogía directa con la
teología católica sistemática producida a lo largo de la Plena y Baja Edad
Media. Al mismo tiempo, y por reacción frente al intelectualismo de la
ortodoxia impuesto, surgió en Alemania el movimiento conocido como
Pietismo, bajo la dirección del sacerdote alemán Philipp Jacob Spener,
cuya finalidad básica fue la de poner en un primer plano la necesidad de
la experiencia religiosa. El pietismo fue una reacción del corazón frente a
la falta de sensibilidad de la doctrina y un reagrupamiento de los
convertidos en el seno de grandes confesiones que habían perdido parte
de su primigenio calor. En definitiva, lo que trajo consigo el pietismo fue la
revalorización de la conversión privada y la vuelta a una piedad sencilla y
activa.

La tendencia espiritualista abierta por el pietismo fue continuada por una


pléyade de confesiones con parecidos presupuestos revisionistas; a partir
del año 1630 se organizaron las iglesias baptistas, para quienes el
bautismo de los niños iba en contra del compromiso de una fe personal;
los congregacionistas, surgidos en el año 1643 y que insistían en la
autonomía de cada iglesia local; los cuáqueros, aparecidos en el año
1649, con su culto misterioso por el que eliminaron toda forma ritual o
jurídica en la vida eclesial y con su mensaje de la luz interior con que Dios
se manifiesta personalmente a cada hombre; en 1722 fueron los hermanos
moravos, con su proyección comunitaria, los que salieron a la luz. En la
Inglaterra anglicana, la reacción contra las tendencias intelectualistas y
formalistas se concretó en el surgimiento de varios movimientos
populares, entre los que destacó el metodismo fundado por los hermanos
John y Charles Wesley, ambos muy influidos por el pietismo y el
arminianismo. El metodismo predicó la conversión y la inquietud por los
pobres en grandes asambleas celebradas a la intemperie por toda la Gran
Bretaña, provocando un auténtico renacer del fervor religioso ante las
clases más humildes que se encontraban alienadas y anuladas por el
extremado formalismo y por el racionalismo imperante en la Iglesia
anglicana. A causa de la desaprobación oficial, el movimiento metodista
acabó por separarse de la Iglesia anglicana para incorporarse a los
denominados inconformistas.

John Wesley

La influencia del pensamiento científico y de la Ilustración en la teología


protestante se reflejó en los movimientos racionalistas, surgidos entre los
siglos XVII y XVIII, que contaban con corrientes predecesoras como, por
ejemplo, el armianismo, doctrina elaborada por el teólogo holandés
protestante Jacobo Arminio (1560-1609), que negaba por completo la
doctrina básica calvinista de la predestinación, y el latitudinarismo,
tendencia tolerante y antidogmática que apareció dentro de la Iglesia
anglicana, durante el siglo XVII.

El racionalismo introdujo un espíritu crítico en la teología protestante al


defender que se examinasen las creencias tradicionales a la luz de la
razón y de la ciencia, a la vez que cuestionaba las rígidas ortodoxias
surgidas durante el siglo XVII. Así pues, se abrió un período en el que los
debates sobre Teología y ortodoxia estuvieron en su pleno apogeo. Las
antiguas ortodoxias los sustentaban, pero fueron, sobre todo, las nuevas
ideas las que verdaderamente los suscitaron. La tendencia más pura de
corte racionalista que surgió fue el deísmo, concepción filosófica sobre la
religión que negaba las revelaciones, los milagros y los dogmas de
cualquier tipo de credo religioso. La otra forma de racionalismo
protestante de relativa importancia fue la surgida, ya en pleno siglo XVIII,
conocida como unitarismo, que tuvo su origen en la Europa continental del
siglo XVI, concretamente en el socianismo, llamado así por su fundador, el
reformador italiano Fausto Socino, al que también se adhirió el español
Miguel Servet. Los unitarios negaban la Trinidad y la divinidad de
Jesucristo, además de basar toda su fe en la
Racionalismo y reacciones

El protestantismo experimentó entre los siglos XVIII y XIX un intenso


proceso evangelizador y misionero en el exterior, aunque éste surgiese un
poco tarde con respecto al católico. El pietismo provocó de nuevo el
nacimiento de comunidades religiosas en las colonias. En este impulso
colonial y misionero se distinguieron, especialmente, las "iglesias libres"
(moravos, baptistas, congregacionistas, etc), que acompañaron a la
expansión colonial de las naciones europeas e intentaron corregir sus
efectos mercantiles y explotadores.

El siglo XIX fue, sin duda alguna, el siglo del liberalismo, propulsado
precisamente por los países protestantes en su mayoría, lo que acabó por
conformar el fenómeno conocido como protestantismo liberal. Esta
Teología liberal, aunque influyó poderosamente, encontró reacciones
importantes, englobadas bajo lo que se denominó como Teología del
Despertar, surgida como reacción contra el racionalismo imperante, como
un resurgir del pietismo con tintes de metodismo. El Despertar subrayó la
inspiración de las Escrituras y de la divinidad de Cristo, regresando a la
doctrina de la gracia expuesta por los primeros reformadores y recalcando
el papel redentor del arrepentimiento y la conversión. El movimiento,
surgido en Inglaterra gracias al evangelista George Whitefield, enseguida
se extendió a todos los países protestantes del continente y también a
América del Norte. Ahora bien, aunque el Despertar no fue en sí mismo un
movimiento creador en el campo del pensamiento, puesto que sus
representantes más eminentes no hicieron más que volver a las viejas
fórmulas de la ortodoxia, sí fue, en cambio, extremadamente fecundo en el
campo de la acción. Por intermedio de William Wilberfore, contribuyó
muchísimo a la abolición de la esclavitud y representó un importante
papel en la creación de las sociedades misioneras que propagaron el
protestantismo por todo el mundo.

Junto con el Despertar, en el siglo XIX surgieron otras fuerzas renovadoras


contrarias al racionalismo y numerosos teólogos que redescubrieron el
valor de la tradición de su Iglesia. Así surgió en Alemania el
neoluteranismo, cuyos representantes más destacados fueron los
profesores Ernest Hengstenberg y Auguste Fréderic Vilmar. También en
Inglaterra nació, poco después del año 1830, el importante Movimiento de
Oxford o Movimiento Tractariano (por la publicación de los Tracts for the
Times), que conmovió profundamente el mundo británico anglicano.

El movimiento de Oxford estuvo animado por teólogos de primerísima


magnitud, como John Henry Newman y Edwars Purey, los cuales se
propusieron reafirmar los principios de la Iglesia de Inglaterra frente al
grupo de los papistas y frente al de los disidentes. Preocupados por
destacar lo que les separaba de las iglesias libres, poco a poco, derivaron
hacia posturas claramente católicas, hasta el punto de que varios de sus
miembros, Newman entre ellos, entraron en la Iglesia de Roma. No
obstante, los que permanecieron fieles a su origen, llamados anglo-
católicos, contribuyeron a dar a la Iglesia de Inglaterra el sentimiento de
que seguían su propio camino, la llamada "vía media", y de que su papel de
mediadora entre el catolicismo y el protestantismo era decisivo. Se
restauró el ayuno y la confesión, a lo que se sumó la iniciativa de fundar
una serie de hermandades religiosas femeninas.

John Henry Newman.

El racionalismo, rechazado por el Despertar y el confesionalismo, fue


cuestionado también por el liberalismo, concretamente por el
protestantismo liberal, que bajo la influencia de la filosofía idealista de
Kant, redescubrió los valores propiamente religiosos del cristianismo.
Pionero de este nuevo descubrimiento fue Friedrich Schleiermacher (1768-
1834), figura que dominó todo el siglo XIX y cuya sombra todavía se
proyecta sobre la Teología protestante contemporánea. Sin fundar escuela
alguna, consiguió inaugurar un nuevo período en la historia de la Iglesia.
La originalidad y el genio de Schleiermacher consistió en llevar a la
religión de los dominios de la pura especulación y de la ética a los del
sentimiento o la intuición, representada ésta, según el propio reformador,
como un instinto sagrado. Ese sentimiento, que implicaba una especie de
identificación del sujeto que siente con el objeto sentido, era el
sentimiento del infinito. En definitiva, Schleiermacher interpretaba la
religión como un sentimiento intuitivo de dependencia del infinito o de
Dios, al que consideraba una experiencia universal de la humanidad al
completo.

El desarrollo espectacular de la industria y los problemas de tipo social


derivados del propio proceso industrial provocó el surgimiento de la clase
proletaria, lo que llevó a cierto grupo de teólogos protestantes a una
interpretación del Evangelio en clave social y al nacimiento de lo que se
dio en llamar el protestantismo social. Bajo esa denominación, se
agruparon diversos movimientos muy diferentes entre sí, que tenían en
común el estar inspirados por la convicción de que la Biblia contenía la
solución para la justa organización del orden social. Su mensaje debía
encarnarse en realidades visibles y tangibles en la sociedad del momento,
que debía ser vivificada de acuerdo con el ideal del Reino de Dios, tal y
como estaba representado en las Sagradas Escrituras. En América del
Norte, esta nueva tendencia tuvo un desarrollo mucho mayor que en
Europa, agrupado bajo la denominación de Social Gospel, que llegó a
constituirse en una federación interconfesional en pro de modificar la
legislación social del país en favor de los trabajadores.
Al llegar a los estertores del siglo XIX, el balance del protestantismo
ciertamente no podía ser considerado negativo, sobre todo por la gran
expansión mundial que había experimentado. Sin embargo, las
generaciones de las últimas décadas del siglo XIX no fueron capaces de
afrontar dos cuestiones importantísimas. La primera de ellas aludía al
hecho de cómo era posible que la "única" Iglesia de Jesucristo pudiera
fragmentarse en tantas denominaciones y sectas tan dispares las unas de
las otras, con el agravante de que sus respectivas misiones en el exterior
competían a menudo de forma escandalosa y nada edificante. La segunda,
hacía referencia a qué tipo de mensaje convincente podía ofrecer el
protestantismo y, en general, el cristianismo en una época tan
secularizada.

El movimiento ecuménico y la renovación teológica dominaron la historia


reciente de las Iglesias protestantes durante el siglo actual.

s enseñanzas morales y ejemplos de la vida de Jesucristo. Sus discípulos


establecieron una primera colonia comunitaria en Transilvania, pero
donde realmente se desarrolló fue en Nueva Inglaterra, donde se crearon
comunidades de unitarios y universalistas que contribuyeron al desarrollo
de la Teología llamada de la Alianza, o Teología Federal.

LAS NUEVAS IDEAS

En tiempos de Copérnico, la astronomía tradicional (la de Ptolomeo) había


llegado a ser un escándalo por su incapacidad para conjugar los hechos
conocidos con el marco de la teoría en la que se les pretendía hacer
encajar. Durante muchos años, la astronomía ptolemaica se había
mostrado como un instrumento capaz de salvar los fenómenos, es decir,
de mostrar que las posiciones observadas de los cuerpos celestes eran las
que cabía esperar en función de la teoría. Siempre se habían presentado
dificultades en esta tarea, pero no eran más que eso: dificultades que
tarde o temprano acabarían resolviéndose con ayuda de la teoría. Nadie
pensaba que el instrumento teórico no fuese capaz de suministrar
soluciones suficientemente buenas. El que no fuese siempre así se debía a
la poca habilidad de los astrónomos, y no a la insuficiencia del
instrumento. Sin embargo, repetidos fracasos terminaron por suscitar
cada vez con más fuerza la idea de que tal vez la incapacidad no fuese
imputable a los astrónomos, sino a la teoría, a los principios mismos de la
construcción astronómica. ¿Cuáles eran esos principios, esas
construcciones y sus dificultades?

Las bases de la solución ptolemaica se remontan a la doctrina de Platón1,


quien ya había tratado de hacer comprensible el comportamiento de los
cuerpos celestes. Uno de los problemas fundamentales de los filósofos
griegos, como hemos visto, era comprender la naturaleza. Aparentemente,
ésta se mostraba a los sentidos como un conjunto variable, mudable,
desordenado y caótico. Era necesario descubrir tras esta apariencia
aquellos rasgos necesarios, universales e inmutables que mostrasen el
carácter racional de la naturaleza. La tarea fundamental de los primeros
filósofos fue dotar a la naturaleza de un orden necesario que la hiciese
accesible al conocimiento intelectual a pesar del aparente desorden de
que eran testigos los sentidos. La idea de cosmos, frente a caos, es
precisamente la que recoge el ideal de aquellos filósofos.

Los pitagóricos habían conjeturado que el orden cosmológico era un orden


matemático de carácter aritmético. La esencia de las cosas, su verdadera
constitución, eran los números. No se trataba de que la aritmética fuese
un cálculo útil a la hora de formular afirmaciones acerca de la naturaleza,
sino que ella misma era de naturaleza matemática. De hecho, la distinción
entre ciencias naturales y formales es una distinción que solamente
empieza a hacerse a partir del Renacimiento. La idea pitagórica entró en
crisis cuando se descubrió la irracionalidad en el seno mismo de las
matemáticas, que se extendió también al ideal cosmológico. Se trataba de
la conocida inconmensurabilidad de la diagonal del cuadrado con el lado.
Si ambas magnitudes son inconmensurables, si ninguna división en partes
alícuotas del lado puede suministrar una unidad que, tomada un número
entero de veces, mida la diagonal, es que nuestra conjetura sobre la
constitución del cosmos es un fracaso. Las matemáticas son incapaces de
demostrarnos la razón de las cosas. En más de un aspecto Platón fue un
pitagórico. La tarea que se impuso fue la de salvar el ideal pitagórico (la
constitución matemática del cosmos) sustituyendo la aritmética por la
geometría. Dos buenos resultados de su programa fueron debidos a
Eudoxo: la teoría de las proposiciones del propio Eudoxo (base del libro V
de Euclides), capaz de enfrentarse al problema de tratar con magnitudes
inconmensurables, y el haber reducido las desordenadas apariencias
celestes a un orden subyacente de carácter geométrico (base de la teoría
de Ptolomeo).

Según Platón, si se quiere abordar la astronomía científicamente se debe


recurrir a la geometría sin preocuparse de observar los cielos. La
observación sólo nos pone en contacto con el fárrago de las apariencias, y
en el caso concreto de la astronomía Platón se sentía turbado ante la
irregularidad del comportamiento planetario. Por ello su pretensión era la
de reducir la aparente irregularidad planetaria al orden geométrico ideal y
al mismo tiempo real, no aparente. Platón pensaba que el movimiento
uniforme y circular representaba precisamente ese orden real, porque era
el único capaz de salvaguardar la necesidad e inmutabilidad matemática
de los cielos. Dado que el sistema astronómico no permanece inmóvil, el
único movimiento compatible con el orden es el movimiento circular: las
relaciones de distancia al centro del sistema son constantes. Además la
inmutabilidad necesaria queda salvaguardada porque los círculos se
cierran sobre sí mismos reiterándose perpetuamente y evitando las
mutaciones, ya que los cambios de lugar son cíclicos, cerrados, finitos,
geométricos y uniformes. Si a esto se añade la tesis del sentido común,
según la cual la tierra está inmóvil en el centro del orbe de las estrellas
fijas que constituyen el límite del mundo, quedará claramente planteado el
marco del problema a resolver: la construcción geométrica de círculos
cuyos movimientos uniformes sean capaces de salvar los fenómenos. Esta
tarea fue emprendida por Eudoxo, aunque, a diferencia de Platón, Eudoxo
sí se planteó el problema de si dichas construcciones tenían una entidad
física, y en el caso de que así fuera, de cuál era el mecanismo por el que
se movían.

Aristóteles fue quien abordó claramente el problema del mecanismo, pero


desde una perspectiva cualitativa, alejada de las matemáticas y de la
medida. Según Aristóteles, las esferas en las que están situados cada uno
de los planetas están encajadas unas dentro de otras y, entre ellas, hay
esferas compensadoras. La esfera de las estrellas fijas es la que
transmite el movimiento al vasto sistema de engranajes cósmicos hasta la
esfera de la Luna. Por otro lado, el motor inmóvil explica lo único
inexplicado de este sistema: el movimiento de la esfera superior.

Éste fue el punto de partida de Ptolomeo. Aunque aceptaba la física


aristotélica, limitó sus trabajos a la articulación matemática de la
astronomía, despreocupándose de las explicaciones mecánicas de la
física. En este sentido es más platónico que aristotélico. Sus métodos
matemáticos son ingeniosos y precisos, además de ajustarse al ideal
platónico de reconstruir las apariencias mediante movimientos circulares
y uniformes. Sus recursos básicos eran los epiciclos, las excéntricas y los
ecuantes. Las dos primeras construcciones salvaban fundamentalmente
la forma circular de las trayectorias; la última, la uniformidad del
movimiento.

Con este tinglado se podían reconstruir prácticamente todos los


movimientos observados con la precisión permitida en la época. Sin
embargo, sus procedimientos son tan faltos de escrúpulos que nos dejan
perplejos. No tiene inconveniente en resolver los distintos problemas
relativos a la posición, velocidad y diámetro de un mismo cuerpo celeste
con otras tantas construcciones distintas e incompatibles. Para hacer
esto compatible con la idea aristotélica, adoptó un giro instrumentalista:
"el astrónomo debe esforzarse (...) por hacer que sus hipótesis (...)
concuerden con los movimientos celestes; pero si no lo consigue, debe
tomar las hipótesis que más le convengan" (Almagesto). Es decir, las
teorías no tienen por qué ser verdaderas, basta con que sea útiles. De este
modo, la teoría queda inmunizada de la crítica, ya que no deja lugar a una
interpretación realista de los términos teóricos: epiciclos, ecuantes y
excéntricas no representan ni describen nada existente, sólo son
instrumentos matemáticos sin entidad física, que facilitan cálculos y
permiten manejar mejor los objetos observados. En este punto, Ptolomeo
se alejó de Aristóteles y dejó a sus sucesores una herencia que escindía
drásticamente la astronomía de la física. Esta herencia, por estar
inmunizada contra la interpretación realista, gozó de gran éxito y eficacia.
Pero con el paso del tiempo las dificultades aumentaron y la teoría se fue
haciendo cada vez más farragosa e inconexa, puesto que era necesario
ingeniar una construcción nueva para cada nuevo problema surgido.

La reacción copernicana.

La situación de la astronomía era tan escandalosa que ya el propio


Alfonso X, el sabio, había dicho que si el viejo Dios Padre le hubiese
consultado a la hora de crear la trama de los cielos, le hubiera dado
buenos consejos. La descripción astronómica de Ptolomeo daba una
imagen demasiado desarticulada e irracional del cosmos, que no podía
satisfacer a un hombre como Copérnico. El problema de Copérnico fue el
siguiente: ¿cuáles eran las expectativas ideales en virtud de las cuales
estas teorías numéricamente precisas resultaban fallidas?

Las premisas de Copérnico para resolver el problema, que pretendían


básicamente explicar los fenómenos con la precisión alcanzada por la
astronomía ptolemaica, aunque no a cualquier precio, eran dos. En primer
lugar, reconciliar la astronomía con el ideal platónico de inteligibilidad
cosmológica que el instrumentalismo de Ptolomeo había transgredido
solapadamente; es decir, recurrir a movimientos armónicos simples
(círculos con movimiento uniforme). En segundo lugar, aceptar la
pretensión aristotélica de producir una imagen real del cosmos capaz de
suministrar "una explicación verdadera de los movimientos de la máquina
del mundo"; es decir, interpretar de modo realista las hipótesis
matemáticas, que así se convertían en mecanismos físicos realmente
existentes. Así, la cosmología de Copérnico aparece más como una vuelta
a los viejos ideales de la cosmología filosófica griega que como una
revolución.

¿Cuál es, entonces, la innovación de Copérnico? La solución de Copérnico


a estos problemas fue la de sustituir la idea trivial del sentido común de
que la Tierra estaba inmóvil en el centro del orbe de las estrellas fijas por
otra más sofisticada y anti-intuitiva, vagamente apoyada en las
especulaciones sobre el movimiento terrestre de Filolao, Heráclides y
otros griegos, así como en la tradición de Nicolás de Cusa y
Regiomontano, viva en las Universidades en las que Copérnico había
estudiado.

Toda la originalidad de Copérnico se redujo a sus famosos siete supuestos


básicos, ingeniados para superar las dificultades de Ptolomeo: "Como
advertí estos defectos, con frecuencia consideré si no era posible acaso
encontrar una disposición más razonable de los círculos (..) en la cual
cada cosa se moviese uniformemente sobre su propio centro, como lo
exige la regla del movimiento absoluto". Estos supuestos son los
siguientes:

1. No hay un centro común a todos los astros.


2. La Tierra es el centro de la Luna y de la gravedad.
3. El Sol es el centro del sistema planetario.
4. La distancia al Sol es infinitamente pequeña comparada con la que hay
a las estrellas fijas.
5. La Tierra gira diariamente sobre su eje, dando así la impresión que es el
firmamento el que gira.
6. La Tierra y los demás planetas giran en torno al Sol, dando así la
impresión de que éste tiene un movimiento anual.
7. Las detenciones y retrocesos aparentes de los planetas se deben a la
misma causa.

G. Kepler.
La vida de Kepler fue un martirio de pobreza y enfermedad. Su mala vista
le impedía ser un buen observador del cielo, pero en cambio era un
fecundo teórico de poderosa imaginación intelectual y un matemático de
primera categoría. Estaba convencido de que en ciencia el principio de
autoridad no cuenta, y de que la única autoridad válida es la razón: "Esto
es cuanto concierne a las Sagradas Escrituras. Pero en lo que respecta a
las opiniones de los santos sobre estos asuntos de la naturaleza,
respondo, en una palabra, que en teología lo único válido es el peso de la
autoridad, mientras que, en filosofía, lo es sólo el peso de la razón. Un
santo, Lactancio, negaba la redondez de la Tierra; otro santo, Agustín,
admitía la redondez de la Tierra, pero negaba la existencia de los
antípodas. Sagrado es el Santo Oficio de nuestros días, que admite la
pequeñez de la Tierra, pero le niega el movimiento: empero, más sagrada
de todas estas cosas es para mí la verdad, cuando yo, con todo el debido
respeto por los doctores de la Iglesia, demuestro, partiendo de la filosofía,
que la Tierra es redonda, y habitada por antípodas en toda superficie; que
es de una pequeñez insignificante y que corre veloz entre los demás
astros" (Astronomía Nova).

Kepler estaba convencido intelectualmente de tres supuestos, más


creencias que conocimiento. El primero era una fe casi pitagórica en la
sencillez matemática de la naturaleza. En segundo lugar, Kepler estaba
convencido de que los planetas se movían según sencillas leyes
geométricas, y de que esas leyes podían obtenerse por abstracción a
partir de la gran cantidad de observaciones recogidas por Tycho Brahe.
Finalmente, como muchos griegos, creía que podría expresar las leyes
naturales que buscaba con ayuda de las matemáticas existentes.

Por suerte, resultó que sus ingenuas hipótesis eran verdaderas, y Kepler,
luego de corregir muchas salidas en falso, acabó por descubrir tres
principios de enorme simplicidad con los que la humanidad pudo archivar
finalmente los molestos epiciclos ptolemaicos. Cuando enseñaba
astronomía en Tubinga tropezó con las ideas de Copérnico. A diferencia de
Tycho Brahe, Kepler adoptó y defendió repetidamente la noción central de
que la Tierra giraba con los demás planetas alrededor del sol, pero al
mismo tiempo estaba decidido a eliminar los rudos procedimientos
geométricos que afectaban al sistema de Copérnico.

Para empezar buscó una regla que determinara las distancias de los
planetas al sol. Al no hallar una relación numérica sencilla, intentó
resolver el problema mediante construcciones geométricas con polígonos
regulares y sólidos regulares. Colocaba sólidos regulares lo más
limpiamente posible en las lagunas existentes en las esferas planetarias.
Como se conocían en la época seis planetas, había cinco espacios que
rellenar y, por fuerza, le pareció providencial que en la geometría hubiera
precisamente cinco sólidos regulares. Aunque estos intentos de Kepler
carecen de valor científico, son interesantes para apreciar la extraña
resistencia del misticismo matemático con que tuvo que luchar el genio
de Kepler. A Kepler le complacía muchísimo su esfuerzo en este terreno,
tan fantástico como cualquier especulación pitagórica. Pero luchando
consigo mismo, Kepler afirmó definitivamente el derecho de los
astrónomos occidentales a una absoluta independencia de pensamiento
antiguo. Introdujo nociones para cuya documentación no existía en el
mundo ni una sola autoridad. Por ello debe ser considerado, más que
Copérnico, el primer astrónomo genuinamente moderno.

Intentando entender los movimientos de Marte, Kepler se vio obligado a


considerar la posibilidad de un movimiento que no fuera ni uniforme ni
circular. Marte es mas fácil de observar que Mercurio o Venus, pues, a
diferencia de éstos, es visible durante largos períodos por la noche. Sus
movimientos estaban más detalladamente estudiados en su época que los
de Júpiter y Saturno, porque Marte completa su órbita más rápidamente
que ellos. Marte era, pues, el planeta más indicado para una primera
investigación. El problema de Kepler consistía en determinar órbitas y
velocidades para Marte y la Tierra de tal modo que pudiera deducirse de
ellas su movimiento aparente tal y como había sido registrado por Tycho
Brahe. Kepler elaboró hipótesis tras hipótesis sobre la disposición de las
órbitas y las velocidades de los planetas. Cada hipótesis fue objeto de
laboriosa comprobación. Calculó cada vez con más detalle el
comportamiento de Marte, según la hipótesis que estaba estudiando, para
poder compararlo con el comportamiento observable. En su primera
hipótesis siguió aún respetando la idea tradicional de la combinación de
movimientos circulares. Pero no consiguió la victoria hasta que rompió
con la tradición e introdujo movimientos no uniformes y luego no
circulares. En 1609, luego de años de trabajo y desesperación, hizo
públicas las dos leyes que regulan el movimiento de Marte: la primera ley
dice que la órbita de Marte es una elipse con el sol en uno de sus focos; la
segunda, que la línea que une los centros de Marte y el Sol barre áreas
iguales en tiempos iguales. En 1619, Kepler estaba convencido ya de que
sus dos leyes regían el comportamiento de todos los planetas y había
descubierto ya la tercera ley: el cuadrado del periodo de un planeta es
proporcional al cubo de su distancia al Sol. El periodo es el tiempo
necesario para que el planeta recorra su órbita. La "distancia al Sol" podía
interpretarse de varios modos: en este contexto significa la semisuma de
la distancia mayor y menor, es decir, la mitad de la longitud del eje mayor
de la órbita. Si t es el periodo y d la distancia media al Sol, entonces la
razón t / d es la misma para todos los planetas.

Galileo Galilei.

Mientras que Kepler trabajaba en la reforma matemática de la nueva


astronomía, Galileo trabajó aún más fecundamente por ella y por la nueva
ciencia en otros terrenos. Galileo, con enorme capacidad de acción,
realizó un ataque general contra la ciencia aristotélica en todos sus
puntos vulnerables a la vez. Al igual que Kepler, rechazó para la ciencia el
principio de autoridad; así, en la "Jornada Primera" de su Diálogo sobre los
grandes sistemas del universo, Galileo escribe:
SIMPLICIO: Por favor, Sr. Salviati, hablad con más respeto de Aristóteles...
SALVIATI: Sr. Simplicio, estamos aquí discurriendo familiarmente para
investigar algunas verdades; yo no tomaría a mal que vos me reprochaseis
mis propios errores, y cuando yo no haya entendido claramente el
pensamiento de Aristóteles reprendedme libremente, que lo aceptaré de
buen grado. Concededme, sin embargo, que exponga mis dificultades y
que responda alguna cosa a vuestras últimas palabras, diciéndoos que la
lógica, como bien sabéis, es el órgano con el que se filosofa; pero, de la
misma manera que un artífice puede ser excelente en la construcción de
órganos, e indocto en saberlos tocar, así puede existir un gran lógico, que
sea poco experto en saber usar la lógica...
SIMPLICIO: Esta manera de filosofar tiende a la subversión de toda la
filosofía natural y al desorden y a poner boca abajo el cielo y la Tierra y
todo el universo. Pero yo creo que los fundamentos de los peripatéticos
son tales que, destruyéndolos, mucho dudo que se puedan construir
ciencias nuevas.
SALVIATI: No os preocupéis ni del cielo, ni de la Tierra, ni temáis su
subversión ni siquiera la de la filosofía; porque, en cuanto al cielo, vano
será que temáis por lo que vos mismo reputáis como inalterable e
impasible; en cuanto a la Tierra, lo que nosotros hacemos es tratar de
ennoblecerla y perfeccionarla, puesto que procuramos hacerla semejante
a los cuerpos celestes y, hasta en cierta manera, colocarla casi en el
cielo, de donde vuestros filósofos la han arrojado. Incluso la filosofía, no
puede sino recibir beneficio de nuestras disputas, porque, si nuestros
pensamientos son verdaderos, se habrán conseguido nuevas
adquisiciones, y si falsos, con rebatirlos, más confirmación recibirán las
doctrinas anteriores. Preocupaos más bien de algunos filósofos y ved de
ayudarlos y sostenerlos, que, en cuanto a la ciencia, ésta no puede sino
avanzar.
Con esta actitud, además de defender directa y explícitamente la teoría
copernicana, Galileo abrió el camino para barrer obstáculos por todos los
lados. Fue el principal soldado de vanguardia de la nueva mecánica,
llamada con cierta injusticia newtoniana.

La nueva geometría celeste.

La posibilidad de construir un telescopio fue mostrada a la humanidad por


vez primera por Hans Lippershey, un óptico de Middleburg, en 1608. Al
tener Galileo noticia del invento, construyó inmediatamente uno, en una
única noche de estudio que se ha hecho célebre en la historia de la
ciencia: "Hace aproximadamente diez meses me llegó la noticia de que un
holandés había construido unos prismáticos con los que se conseguía ver
con enorme precisión, como si estuvieran muy cerca, objetos que en
realidad estaban muy lejos del ojo del observador. También se dieron a
conocer algunas experiencias, aceptadas por unos, desmentidas por
otros, que tenían que ver con este asombroso efecto. Días después, una
carta de un noble francés, Jacques Badovere, confirmaba las noticias que
yo tenía, lo que me indujo a lanzarme de lleno a la investigación de los
medios con los que yo podría conseguir descubrir un instrumento
parecido".

Con su telescopio o anteojo, Galileo hizo descubrimientos sensacionales


de 1609 a 1610, es decir, al mismo tiempo que Kepler publicaba sus dos
primeras leyes. En el año 1610 Galileo dio a conocer por primera vez su
invento y sus descubrimientos. Esto constituyó un acontecimiento
científico de primera magnitud. No sólo se había introducido un
instrumento nuevo y misterioso en el mundo "instruido", sino que además
este instrumento se había utilizado con un fin bastante poco habitual: se
había dirigido directamente hacia el cielo. Así empezó una nueva época en
la astronomía, tanto porque las observaciones eran más precisas como
porque eran de naturaleza radicalmente nueva.

¿Cuáles fueron los principales descubrimientos astronómicos de Galileo?


En primer lugar, Galileo descubrió que la superficie lunar parece una tierra
yerma, en la que hay zonas de sombra, al igual que en la superficie del
Sol. Todo ello era una evidencia importantísima contra la fe aristotélica en
la inmutabilidad y perfección de los cielos. Esa fe había sido ya conmovida
antes por el descubrimiento, llevado a cabo por Tycho Brahe en 1592 y por
Kepler en 1604, de estrellas nuevas brillantes. Los aristotélicos intentaron
sostener su posición declarando que esas estrellas nuevas eran
sublunares, es decir que estaban más cerca de la Tierra que de la Luna.
Pero esta postura era insostenible. Galileo descubrió que la vía láctea
consta de innumerables estrellas, lo que hacía plausible la tesis, si no de
la infinitud del universo, sí de una extensión mucho mayor. Al describir la
forma de la luna, Galileo escribía: "Hay otra cosa que no puedo dejar de
lado, ya que cuando la vi me produjo auténtica admiración. Se trata de
que casi en el centro de la Luna hay una depresión más grande que todas
las demás. He estado observando esta hondonada alrededor del primero y
del último cuarto de Luna y he intentado reproducirla lo más exactamente
posible en el segundo de los dibujos de arriba". El dibujo de Galileo llamó
la atención de Kepler, uno de los primeros que leyó su trabajo, quien
comentó lo siguiente: "Estoy realmente asombrado ante el posible
significado de esta depresión circular, con la cual normalmente designo el
lado izquierdo de la Luna. ¿Se trata de una obra de la naturaleza, o de la
obra de una mano experimentada? Supongamos que hay seres vivos en la
Luna (hace tiempo que, siguiendo a Pitágoras y a Plutarco, vengo jugando
con esa idea); es evidente que estos habitantes imprimen carácter al
lugar donde viven, un lugar que tiene montañas y valles mucho más
grandes que en nuestra Tierra. En consecuencia podemos deducir que
estos seres, que están dotados de un cuerpo enorme, construirán de
acuerdo con ello proyectos también gigantescos".

En segundo lugar, el descubrimiento más sensacional de Galileo fue el de


cuatro satélites de Júpiter. Con este descubrimiento Galileo probaba
definitivamente que en nuestro sistema solar había astros que no giraban
directamente alrededor de la tierra. Así se disminuía la probabilidad de
que la Tierra fuera el centro del universo. El descubrimiento era mortal
para los aristotélicos también por otra razón: porque los aristotélicos
creían, sin ninguna justificación científica, que en el cielo no había mas
que siete cuerpos aparte de las estrellas fijas. Los satélites de Júpiter
desempeñaron un doble papel. En primer lugar, sufren eclipses cuando
pasan por la sombra de Júpiter, y como se conocen sus periodos de
revolución pueden predecirse fácilmente los momentos de futuros
eclipses. En 1675 el astrónomo danés Roemer observó que los eclipses
ocurrían antes del momento previsto cuando Júpiter se encontraba a su
menor distancia de la Tierra, y después de ese momento cuando Júpiter
se encontraba a su mayor distancia de la Tierra. Roemer explicó el
fenómeno suponiendo que la luz tarda más tiempo en alcanzar la Tierra
desde la región en la cual se encuentra Júpiter cuando el eclipse se
retrasa, y menos cuando el astro se encuentra en la zona en la cual el
eclipse se adelanta. Así se confirmó científicamente la vieja hipótesis de
Empédocles de que la luz tiene una velocidad finita. Roemer fue además
capaz, por primera vez en la historia, de dar una tosca aproximación a la
velocidad de la luz mediante el fenómeno observado, es decir, la
diferencia entre los tiempos previstos y reales de los eclipses. En segundo
lugar, las lunas de Júpiter constituían un reloj público y universal, por ser
visible desde todos los puntos de la Tierra.

En tercer lugar, las fases de Venus y los anillos de Saturno completan la


lista de los principales descubrimientos de Galileo. Si Venus y Mercurio
giraran alrededor del Sol, según decía la teoría copernicana, tendrían
fases como la luna, y en algunas de ellas su cara iluminada sería
totalmente visible desde la Tierra. Cuando el planeta se encontrara en A,
se vería totalmente iluminado. Copérnico había deducido de su sistema
que Mercurio y Venus tenían que presentar tales fases. Galileo lo
descubrió con el telescopio. Saturno resquebrajó la confianza de Galileo
en su propio talento observador. En su primera declaración, anunció que
por el telescopio Saturno parecía ser un planeta triple: una esfera grande
con dos pequeñas, una a cada lado, en contacto con ella. Tiempo después,
Saturno se le presentó al telescopio con un aspecto totalmente normal. De
hecho, Galileo vio por primera vez en la historia los anillos de Saturno,
pero no pudo distinguirlos como tales a causa de la escasa potencia de su
anteojo. Estas formaciones de Saturno no fueron identificadas como
anillos hasta 1695, por el científico holandés Christian Huygens.

La nueva mecánica celeste.

Los problemas mecánicos planteados por la nueva astronomía no podían


ser resueltos por la mecánica de Aristóteles. Los aristotélicos vieron en
esto un argumento en contra de la nueva astronomía, pero Galileo y
Newton demolieron sus objeciones al proponer una mecánica científica
nueva y adecuada.

La nueva mecánica se fundaba especialmente en la resurrección de una


idea, mucho tiempo despreciada, de los atomistas griegos, quienes
sostenían que los átomos, una vez en movimiento, continuaban
moviéndose uniformemente, a menos que chocaran con otros átomos.
Esta idea no es nada obvia ni sencilla, y no podemos asombrarnos de que
fuera rechazada durante dos mil años. La experiencia cotidiana favorece
la creencia contraria de que los cuerpos no se mueven a no ser que estén
sometidos a la acción de un motor, primero o segundo. La idea de que los
cuerpos se sigan moviendo indefinidamente hasta que algo los detenga no
es una idea de sentido común, y no puede atraer, ni siquiera como
hipótesis, más que a personas que hayan pensado sobre los problemas del
movimiento local. Esa idea natural (si no hay fuerza actuando, no hay
movimiento) fue la base de la mecánica aristotélico-escolástica y se
afianzó con el apoyo de la ortodoxia eclesiástica y del sentido común
durante la Edad Media.

A pesar de su plausibilidad no dejó de sufrir ataques, ya que había


objeciones que resultaban difíciles de superar. La principal objeción se
encontraba en preguntas como la siguiente: ¿por qué sigue moviéndose
una flecha cuando deja de estar en contacto con la cuerda del arco que la
impulsa? De acuerdo con el principio de la mecánica aristotélica, la flecha
debía detenerse en el momento en que dejaba de estar en contacto con la
cuerda. La respuesta de los aristotélicos fue que, cuando la flecha se
movía aún en contacto con la cuerda, el aire se precipitaba a rellenar el
espacio que quedaba vacío, y que aquella corriente de aire seguía a la
flecha y posibilitaba su movimiento. La respuesta era decepcionante, ya
que incurría en un círculo vicioso: resultaba que el aire se movía porque la
flecha se movía, y que la flecha se movía porque el aire se movía. Junto a
éstas, el argumento ofrecía nuevas dificultades, ya que tampoco explicaba
por qué se detenía la flecha, y además significaba que una flecha no podía
moverse en el vacío.

A pesar de todas las dificultades, la idea de que el movimiento no puede


existir sin un motor que constantemente lo promueva fue difícil de
abandonar. La tarea con que se enfrentó Galileo fue doble. Se trataba, por
una parte, de sustituir la mecánica aristotélica por otra totalmente nueva
en la que encajaran los hechos que aquella no podía justificar y, por otra,
de eliminar las objeciones que se le ponían desde la mecánica
aristotélica.

El interés de Aristóteles en su Física era el de tratar de estudiar el ente


móvil dando primacía a la entidad. El movimiento era visto como la
corrección de una deficiencia: como un tender hacia (potencia) la
perfección (acto). Por el contrario, a Galileo le interesaban las
propiedades del movimiento en cuanto tal, no las causas de que algo esté
en movimiento ni las razones por las que deja de estarlo. Además,
Aristóteles estudiaba la esencia de todos los cambios o movimientos,
fueran sustanciales o accidentales. En el caso del movimiento local, le
interesaron los límites de este movimiento: el de dónde y el hacia dónde.
Por el contrario, a Galileo no le interesaba preguntarse por la esencia del
móvil, del espacio o del tiempo, sino por la proporción numérica entre
estos últimos.: "Expongamos, ahora, una ciencia nueva acerca de un tema
muy antiguo. No hay, tal vez, en la naturaleza nada más viejo que el
movimiento, y no faltan libros voluminosos sobre tal asunto, escritos por
los filósofos. A pesar de todo esto, muchas de sus propiedades, muy
dignas de conocerse, no han sido observadas ni demostradas hasta el
momento. Se suelen poner de manifiesto algunas más inmediatas, como la
que se refiere, por ejemplo, al movimiento natural de los cuerpos que al
descender se aceleran continuamente, pero no se ha demostrado hasta el
momento la proporción según la cual tiene lugar tal aceleración. En
efecto, que yo sepa, nadie ha demostrado que un móvil que cae partiendo
de una situación de reposo recorre, en tiempos iguales, espacios que
mantienen entre sí la misma proporción que la que se da entre los
números impares sucesivos comenzando por la unidad" (Discorsi. "Jornada
tercera").

Siguiendo los mismos pasos que recorrió Galileo en la demostración de su


nueva ciencia, encontramos que: "Esta discusión está dividida en tres
partes: la primera trata del movimiento estable o uniforme; la segunda
trata del movimiento que encontramos acelerado en la Naturaleza; el
asunto de la tercera es el de los movimientos violentos y de los
proyectiles". (Discorsi. "Jornada tercera").
Lo primero que Galileo hace al tratar el movimiento uniforme es dar una
definición para cada tipo de movimiento que sea expresable
matemáticamente, para incluir luego un conjunto de axiomas. Galileo
entiende por movimiento uniforme: "aquel en el cual las distancias
recorridas por la partícula en movimiento durante cualesquiera intervalos
iguales de tiempo son iguales entre sí": s t o s = kt. Llamando v a esa
constante: s = vt y v = s/t. La expresión en coordenadas cartesianas de los
puntos que intersectan distancias e intervalos temporales no autoriza a
pasar, de los puntos, a una recta continua. Si trazamos dicha recta, es por
una operación mental que va más allá de los datos: interpolación (recta
que une los puntos) y extrapolación (suposición de que la ecuación
seguirá siendo válida si prolongamos la recta más allá de los puntos).

La matematización de un movimiento tan sencillo como es el uniforme


supone en realidad un profundo esfuerzo de abstracción e idealización
matemáticas. Esto supone, en primer lugar, desechar todas aquellas
cualidades no matematizables. Éstas son para Galileo las cualidades
secundarias que considera, como Descartes, puramente subjetivas. En
segundo lugar, supone geometrizar la realidad afirmando los derechos del
símbolo (álgebra) sobre la pura imagen geométrica: la mente interpola y
extrapola datos interpretados geométricamente.

Sobre el movimiento en caída libre, el propio Galileo escribió: "Cuando


observo, por tanto, una piedra que cae desde cierta altura partiendo de
una situación de reposo, que va adquiriendo poco a poco cada vez más
velocidad, ¿por qué no he de creer que tales aumentos de velocidad no
tengan lugar según la más simple y evidente proporción? Ahora bien, si
observamos con cierta atención el problema, no encontraremos ningún
aumento o adición más simple que la que va aumentando siempre de la
misma manera. Esto lo entenderemos fácilmente si consideramos la
relación tan estrecha que se da entre tiempo y movimiento: del mismo
modo que la igualdad y uniformidad del movimiento se definen y conciben
sobre la base de la igualdad de los tiempos y de los espacios (en efecto,
llamamos movimiento uniforme al movimiento que en tiempos iguales
recorre espacios iguales), así también, mediante una subdivisión uniforme
del tiempo, podemos imaginarnos que los aumentos de velocidad tengan
lugar con [la misma] simplicidad. [Podremos hacer esto] en cuanto
determinemos teóricamente que un movimiento es uniformemente y, del
mismo modo, continuamente acelerado, cuando, en tiempos iguales, se
los tome de la forma que se quiera, adquiera incrementos iguales de
velocidad" (Discorsi. "Jornada Tercera").

En el primer paso "no encontraremos ningún aumento o adición más


simple que la que va aumentando siempre de la misma manera. Esto lo
entenderemos fácilmente si consideramos la relación tan estrecha que se
da entre tiempo y movimiento". Tan estrecha relación no aparece ante
nuestros sentidos, ya que los sentidos nos proporcionan conexión entre
aceleración y espacio recorrido, pero no entre tiempo y movimiento. Es la
razón la que establece esa relación estrecha llevada por una exigencia de
simetría conceptual entre las nociones antitéticas de reposo y de
movimiento natural (caída libre). Galileo define el reposo por la relación de
un cuerpo con el espacio que ocupa, sin consideración del tiempo, y esta
estrecha relación entre espacio y reposo es percibida por los sentidos.
Pero la definición de movimiento debe hacerse por la relación de un
cuerpo con los intervalos temporales en que se despliega su trayectoria,
sin consideración del espacio, y en esta relación es la razón, y no los
sentidos, la que dicta la esencia del movimiento.

El segundo paso es considerar que "un movimiento es uniformemente y,


del mismo modo, continuamente acelerado, cuando, en tiempos iguales,
se los tome de la forma que se quiera, adquiera incrementos iguales de
velocidad". Esto es: a = v - vo /t . De donde: v = vo + at. Para la caída
desde el reposo: v = at. Continúa el diálogo de Galileo con la propuesta de
un interlocutor, Sagredo, de preguntarse por la causa de esta aceleración.
La contestación de Salviati, el otro interlocutor, marca claramente el
rumbo de la ciencia moderna: la primacía del estudio de las propiedades
físicas (cantidad) sobre las causas (cualidades ocultas) que pueden haber
producido esas propiedades. Las causas son relegadas a reino de la
ficción: "Tales fantasías, aparte de otras muchas, habría que irlas
examinando y resolviendo con bien poco provecho. Por el momento es la
intención de nuestro autor investigar y demostrar algunas propiedades del
movimiento acelerado (sea cual sea la causa de tal aceleración)". La
fórmula a = v t no se puede verificar directamente. Sin embargo, Galileo
sabía que tal fórmula era correcta y que describe la esencia del
movimiento natural de caída. Galileo refutó la idea de que la velocidad
está en proporción con el peso por pruebas estrictamente racionales.
Sostuvo, por el contrario, que sería la misma para todo cuerpo si se
pudiera realizar el experimento en el vacío.

El tercer momento es el de una prueba indirecta. La velocidad media de un


cuerpo será: v = v + vo/2. Las distancias recorridas por un grave son, una
a otra, como los cuadrados de los intervalos temporales:

s1 t1 s
--- = --- ; en general, --- = k
s2 t2 t

De donde:

v+v
s = vt = -------- t
2

Partiendo del reposo:

s = 1/2 vt

Pero sabíamos que v = a t.

Luego: s = 1/2 a t

Ni la velocidad ni el tiempo podían medirse, pero sí el espacio recorrido, si


se acepta que: "Los grados de velocidad adquiridos por el mismo móvil
sobre planos de diversa inclinación son iguales si son iguales las alturas
de los diversos planos". Este principio sólo resulta inteligible si
entendemos la altura OA como la imagen del tiempo transcurrido (la
pregunta es por la aceleración en el punto A, no por la velocidad). El
principio dice que la aceleración en A es la misma que en B, C, D, E, etc.
Así, puede sustituirse la perpendicular OA por un plano inclinado,
perfectamente pulimentado, por el que ruede una bola de cobre, sin
fricción.

Muy fecundo en consecuencias es el corolario de este experimento. Todo


grave que desciende por un plano inclinado sufre una aceleración. Si
tuviese que ascender, sufriría una deceleración. Si nos preguntamos qué
ocurriría si se mantuviera en un plano horizontal, a partir de una caída
previa, es evidente que no podía acelerar ni decelerar: "la velocidad
adquirida durante la caída precedente... si actúa ella sola, llevaría al
cuerpo con una velocidad uniforma hasta el infinito". Esta es la ley
fundamental de la física clásica: la ley de la inercia. Sin embargo, Galileo
fue incapaz de formularla explícitamente, porque pensó toda su vida que
la gravedad era la propiedad física esencial y universal de todos los
cuerpos materiales. La gloria de la formulación explícita de la ley de
inercia sería para Descartes.

Objeciones principales a los nuevos descubrimientos.

En unos cien años, Copérnico, Kepler y Galileo resolvieron el problema


planteado dos mil años antes por los griegos. El sistema de Ptolomeo no
se despidió inmediatamente, pero era claro que no conseguiría sobrevivir
mucho tiempo, enfrentado como estaba al elegante esquema
heliocéntrico. No obstante, había un conjunto de objeciones de distinta
índole que era necesario resolver.

En primer lugar, estaban las objeciones de índole científica. La primera de


éstas era de índole geométrica. El movimiento de la tierra alrededor del
Sol debería producir cambios aparentes de las posiciones relativas de las
estrellas fijas, al menos que éstas estuvieran a tal distancia que el
diámetro de la órbita terrestre fuera despreciable en comparación con
ella. Pero tales cambios de posición relativa no habían sido detectados ni
siquiera por observadores tan agudos como Hiparco o Tycho Brahe. Por
tanto, había dos alternativas: o se negaba el movimiento de traslación de
la Tierra o se admitía que las estrellas se encuentran a una distancia tal
que no podía ser imaginada por los hombres de aquella época. El hecho de
admitir tan fantásticas distancias, que hoy nos resultan normales, fue un
acto de heroica fe en la ciencia que realizaron los defensores de la teoría
heliocéntrica, ya que hasta el siglo XIX no fueron comprobadas las
grandes distancias estelares.

Las demás objeciones científicas eran de naturaleza mecánica. La


mecánica tradicional no podía dar respuesta a objeciones como estas: si
la Tierra se mueve ¿cómo es que no percibimos su movimiento?, ¿cómo es
que el movimiento no le arrebata la atmósfera?, ¿cómo es que los cuerpos
caen verticalmente en vez de ser desviados por el movimiento de la Tierra
en su caída? La mecánica tenía que ser reconstruida de pies a cabeza y
sobre nuevas bases antes de que pudieran resolverse los problemas
mecánicos suscitados por la nueva astronomía. La idea kepleriana del
movimiento elíptico aumentaba aún las dificultades mecánicas, que hasta
Galileo y Newton no serían superadas plenamente.

Un segundo tipo de objeciones eran las de índole religiosa. Así, por


ejemplo, hay textos de la Biblia que, si se toman literalmente, son
contradictorios con la teoría heliocéntrica. Así, por ejemplo, en su ataque
a la nueva ciencia Lutero citaba sobre todo a Josué. La Biblia dice que
Josué ordenó al Sol que se detuviera, lo que implica que el sol se estaba
moviendo, y precisamente estaba moviéndose alrededor de la tierra,
puesto que se trataba de prolongar el día. El primer versículo del salmo 93,
argüido por Calvino contra la ciencia, niega el movimiento de la Tierra al
decir que el mundo (en el sentido de la Tierra) está establecido de tal
modo que no puede moverse. En el mismo sentido se expresa el salmo
104. Además, pronto quedó claro que a medida que se desarrollaba la
nueva astronomía iba entrando en profundo conflicto con la ciencia
ptolemaica y aristotélica profesada por la Iglesia Romana. La nueva
ciencia destruía la autoridad eclesiástica, igual que destruía la de la
Biblia.

Copérnico era un canónigo de Warnia, en donde su tío era obispo católico


y señor político. Antes de publicarlas, discutió sus ideas libremente con
sus superiores y no hay ningún indicio que permita suponer que las
desaprobaran. Los primeros signos de oposición religiosa se registraron
cuando Rético, un amigo de Copérnico, buscó en 1542, cuando la vida de
éste se extinguía, un editor en la luterana Wittemberg para el De
revolutionibus. La primera edición apareció en Nuremberg en 1543, pero
con un prólogo enmendado por su editor Osiander para evitar conflictos
con la autoridad religiosa. El prólogo, falseado por el editor, sugiere la
idea de que el movimiento de la Tierra puede ser tomado como base
hipotética, pero sin significación real, solo como criterio para el cálculo.
Sin embargo, en el libro quedaban los párrafos suficientes para que el
lector comprendiera que Copérnico aceptaba el movimiento de la Tierra
como un hecho, y no hay duda de que los copernicanos de los siglos XVI y
XVII hicieron lo mismo. Gracias a la habilidad sin escrúpulos de Osiander,
el libro escrito por un católico sincero y dedicado al Papa se publicó con la
aprobación pontificia y como un reto a la oposición protestante. Pero la
tajante oposición católica se presentó pronto como resultado del Concilio
de Trento, y cayó terriblemente sobre los sucesores de Copérnico
ocupados en difundir las ideas de su maestro. Durante el siglo XVII, tanto
católicos como protestantes no tuvieron más alianza implícita que la
destrucción y persecución de la ciencia copernicana.

La resolución de las objeciones mecánicas se hizo posible a medida que la


nueva ciencia avanzaba y aparecían nuevos descubrimientos. Una
objeción importante era: ¿por qué caen verticalmente las piedras a pesar
del movimiento de la tierra? Un ejemplo expuesto por los mismos
científicos del siglo XVII lo explicaba. Supóngase que se arroja una piedra
desde lo alto de un mástil de un barco en movimiento, ¿en qué punto
alcanzará el puente del barco? El argumento aristotélico era el siguiente:
mientras la piedra se encuentra en manos del hombre situado encima del
mástil está en conexión física con el buque, y éste suministra una fuerza
capaz de mantener el movimiento horizontal de la piedra respecto del mar.
Cuando el hombre suelta la piedra, esta fuerza horizontal deja de actuar, y
la piedra deja instantáneamente de tener su movimiento horizontal
respecto a la superficie del mar. Cae a causa de su tendencia instintiva a
reunirse con su propia esfera. Pero mientras la piedra cae, el buque sigue
moviéndose horizontalmente. Por tanto, la piedra golpea el puente del
barco más atrás del mástil.

El razonamiento de la nueva ciencia, basado en la ley de la inercia, es el


siguiente: la piedra en manos del hombre se está moviendo
horizontalmente con el barco. Cuando el hombre la suelta, cae con una
aceleración causada por la gravedad. Mientras cae, se mantiene también
en su movimiento horizontal, pues no ha habido ninguna fuerza que se
haya aplicado para impedir ese movimiento. Mientras cae está, por tanto,
de acuerdo con el barco en cuanto al movimiento horizontal.
Consiguientemente caerá a lo largo del mástil y tocará el puente al pie del
mástil. No hace falta embarcarse para saber que es el segundo argumento
el que explica los hechos, ya que en la experiencia diaria tenemos
ejemplos parecidos. De igual modo que el movimiento del buque no impide
a la piedra caer al pie del mástil, el movimiento de la tierra no impide que
una piedra aterrice precisamente en la vertical del punto desde el cual se
dejó caer.

Otra objeción argumentaba: ¿cómo es que la tierra no pierde atmósfera al


moverse? Este problema sólo parcialmente era resuelto por la ley de la
inercia, pues también está relacionado con la cuestión de la posibilidad
del vacío. Admitiendo que el vacío es posible y que el espacio
interplanetario es vacío, el problema no presenta gran dificultad. La
atmósfera terrestre es una capa gaseosa que cubre la superficie del
planeta con una capa de unos cuantos kilómetros. Suponiendo que la
tierra y su atmósfera se pusieran juntas en movimiento, entonces hay que
pensar que la atmósfera se mueve con la tierra exactamente igual que la
piedra, y no hay ninguna razón para temer que el planeta vaya a perder su
atmósfera, puesto que no hay una fuerza que se oponga a ello. Pero si el
vacío es imposible, y por tanto hay en el espacio una atmósfera de una u
otra naturaleza, entonces es difícil explicar cómo es que la tierra se
mueve sin que se sienta una poderosa corriente de aire.

Para superar esta segunda objeción contra el movimiento de la tierra


habrá que contar con la explicación del movimiento que da la ley de la
inercia, pero sólo podrá hacerlo eficazmente si se admite la posibilidad de
un espacio vacío entre los planetas. Para lograr eso había que refutar un
segundo principio aristotélico que decía que "la naturaleza odia el vacío".
Esta tarea fue obra de la neumática, una ciencia que había permanecido
al margen de los problemas de la física, pero que en este momento se
introduce en la corriente principal del pensamiento científico y realiza su
aportación particular para el derrumbamiento de la ciencia aristotélica y
la fundamentación sólida de la nueva astronomía.

Epílogo.
Galileo puede ser considerado como el fundador de la ciencia moderna,
porque hizo despertar a la inteligencia humana de una acrítica aceptación
de la autoridad de Aristóteles, y trazó las líneas de un método
experimental en el que la experiencia sensible y la razón venían a
encontrarse unidas en el común esfuerzo de la investigación. Demostró
por sí mismo la validez y la eficacia innovadora de tal método con la
verificación experimental de las teorías propuestas y con la construcción
de instrumentos útiles al saber y al ingenio de los hombres. En particular,
Galileo, sobre todo con los Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno a
due nuovescienze attinenti alla meccanica ed ai movimenti localli, es
universalmente reconocido como el verdadero fundador de la dinámica.
Además de científico y filósofo, Galileo fue también músico, poeta y
literato. Su mente, abierta a multitud de intereses y aspiraciones, estuvo
animada por una continua insatisfacción, que unida a los acontecimientos
dramáticos de su vida, a las angustias familiares de todo tipo, a la interior
desazón entre su conciencia religiosa y las ineludibles exigencias
científicas, le configuró una personalidad atormentada.

El siglo de Galileo fue el de la Contrarreforma; su posición frente a la


cultura oficial y a la mentalidad predominante de la época es
característica del contraste dialéctico que, en el plano cultural, puede
establecerse entre estructura y superestructura. Aquella sería el
razonamiento científico fundado sobre la experiencia; ésta, la tradición
cultural dominante en las universidades y en las academias, que
derrotada en el plano especulativo resiste todavía en los hombres y en las
instituciones, e incluso impulsa el contraataque contra Galileo, el hombre
de la nueva ciencia que en determinado momento se queda solo e
indefenso frente a la autoridad de la tradición.

Anexo.

Por su importancia en la historia de la ciencia y del pensamiento


transcribimos el texto de condena de Galileo por el Santo Oficio romano y
el texto de abjuración de Galileo ante éste tribunal.

1º. La condena de Galileo por el tribunal del Santo Oficio. "... Por cuanto tú,
Galileo, hijo del difunto Vincenzo Galilei, de Florencia, de setenta años de
edad, fuiste denunciado, en 1615, a este Santo Oficio por sostener como
verdadera una falsa doctrina enseñada por muchos, a saber; que el sol
está inmóvil en el centro del mundo y que la Tierra se mueve y posee
también un movimiento diurno; así como por tener discípulos a quienes
instruyes en la mismas ideas; así como por mantener correspondencia
sobre el mismo tema con algunos matemáticos alemanes; así como por
publicar ciertas cartas sobre las manchas del sol, en las que desarrollas
la misma doctrina como verdadera; así como por responder a las
objeciones que se suscitan continuamente por las Sagradas Escrituras,
glosando dichas escrituras según tu propia interpretación; y por cuanto
fue presentada la copia de un escrito en forma de carta, redactada
expresamente por ti para una persona que fue antes tu discípulo, y en la
que, siguiendo la hipótesis de Copérnico, incluyes varias proposiciones
contrarias al verdadero sentido y autoridad de las Sagradas Escrituras;
por eso este Sagrado Tribunal, deseoso de prevenir el desorden y perjuicio
que desde entonces proceden y aumentan en menoscabo de la sagrada
Fe, y atendiendo al deseo de Su Santidad y de los eminentísimos
cardenales de esta suprema universal Inquisición, califica las dos
proposiciones de la estabilidad del Sol y del movimiento de la Tierra,
según los calificadores teológicos, como sigue: 1. La proposición de ser el
Sol el centro del mundo e inmóvil en su sitio es absurda, filosóficamente
falsa y formalmente herética, porque es precisamente contraria a las
Sagradas Escrituras. 2. La proposición de no ser la Tierra el centro del
mundo, ni inmóvil, sino que se mueve, y también con un movimiento
diurno, es también absurda, filosóficamente falsa y, teológicamente
considerada, por lo menos errónea en la fe.

Pero estando decidida en esta ocasión a tratarte con suavidad, la Sagrada


Congregación, reunida ante Su Santidad el 25 de febrero de 1616, decreta
que su eminencia el cardenal Belarmino te prescriba abjurar del todo de la
mencionada falsa doctrina; y que si rehusares hacerlo, seas requerido por
el comisario del Santo Oficio a renunciar a ella, a no enseñarla a otros ni a
defenderla; y a falta de aquiescencia, que seas prisionero; y por eso, para
cumplimentar este decreto al día siguiente, en el palacio, en presencia de
su eminencia el mencionado cardenal Belarmino, después de haber sido
ligeramente amonestado por dicho cardenal, fuiste conminado por el
comisario del Santo Oficio, ante notario y testigos, a renunciar del todo a
la mencionada opinión falsa, y en el futuro, no defenderla ni enseñarla de
ninguna manera, ni verbalmente ni por escrito; y después de prometer
obediencia a ello, fuiste despachado.

Y con el fin de que una doctrina tan perniciosa pueda ser extirpada del
todo y no se insinúe por más tiempo con grave detrimento de la verdad
católica, ha sido publicado un decreto procedente de la Sagrada
Congregación del Indice, prohibiendo los libros que tratan de esta
doctrina, declarándola falsa y del todo contraria a la Sagrada y Divina
Escritura.

Y por cuanto después ha aparecido un libro publicado en Florencia el


último año, cuyo título demostraba ser tuyo, a saber: El Diálogo de Galileo
Galilei sobre los dos sistemas principales del mundo: el ptolomeico y el
copernicano; y por cuanto la Sagrada Congregación ha oído que a
consecuencia de la impresión de dicho libro va ganando terreno
diariamente la opinión falsa del movimiento de la Tierra y de la estabilidad
del Sol, se ha examinado detenidamente el mencionado libro y se ha
encontrado en él una violación manifiesta de la orden anteriormente dada
a ti, toda vez que en este libro has defendido aquella opinión que ante tu
presencia había sido condenada; aunque en el mismo libro haces muchas
circunlocuciones para inducir a la creencia de que ello queda indeciso y
sólo como probable, lo cual es así mismo un error muy grave, toda vez que
no puede ser en ningún modo probable una opinión que ya ha sido
declarada y determinada como contraria a la Divina Escritura. Por eso, por
nuestra orden, has sido citado a este Santo Oficio, donde, después de
prestado juramento, has reconocido el mencionado libro como escrito y
publicado por ti. También confesaste que comenzaste a escribir dicho
libro hace diez o doce años, después de haber sido dada la orden antes
mencionada. También reconociste que habías pedido licencia para
publicarlo, sin aclarar a los que te concedieron este permiso, que habías
recibido orden de no mantener, defender o enseñar dicha doctrina de
ningún modo. También confesaste que el lector podía juzgar los
argumentos aducidos para la doctrina falsa, expresados de tal modo, que
impulsaban con más eficacia a la convicción que a una refutación fácil,
alegando como excusa que habías caído en un error contra tu intención al
escribir en forma dialogada y, por consecuencia, con la natural
complacencia que cada uno siente por sus propias sutilezas y en
mostrarse más habilidoso que la generalidad del género humano al
inventar, aun en favor de falsas proposiciones, argumentos ingeniosos y
plausibles.

Y después de haberte concedido tiempo prudencial para hacer tu defensa,


mostraste un certificado con el carácter de letra de su eminencia el
cardenal Belarmino, conseguido, según dijiste, por ti mismo, con el fin de
que pudieses defenderte contra las calumnias de tus enemigos, quienes
propalaban que habías abjurado de tus opiniones y habías sido castigado
por el Santo Oficio; en cuyo certificado se declara que no habías abjurado
ni habías sido castigado, sino únicamente que la declaración hecha por Su
Santidad, y promulgada por la Sagrada Congregación del Índice, te había
sido comunicada, en la que se declara que la opinión del movimiento de la
Tierra y de la estabilidad del Sol es contraria a las Sagradas Escrituras, y
que por eso no puede ser sostenida ni defendida. Por lo que al no haberse
hecho allí mención de dos artículos de la orden, a saber: la orden de "no
enseñar" y "de ningún modo", argüiste que debíamos creer que en el lapso
de catorce o quince años se habían borrado de tu memoria, y que ésta fue
también la razón por la que guardaste silencio respecto a la orden, cuando
buscaste el permiso para publicar tu libro, y que esto es dicho por ti, no
para excusar tu error, sino para que pueda ser atribuido a ambición de
vanagloria más que a malicia. Pero este mismo certificado, escrito a tu
favor, ha agravado considerablemente tu ofensa, toda vez que en él se
declara que la mencionada opinión es opuesta a las Sagradas Escrituras,
y, sin embargo, te has atrevido a ocuparte de ella y a argüir que es
probable. Ni hay ninguna atenuación en la licencia arrancada por ti,
insidiosa y astutamente, toda vez que no pusiste de manifiesto el mandato
que se te había impuesto. Pero considerando nuestra opinión de no haber
revelado toda la verdad respecto a tu intención, juzgamos necesario
proceder a un examen riguroso en el que contestaste como buen católico.

Por eso, habiendo visto y considerado seriamente las circunstancias de tu


caso con tus confesiones y excusas, y todo lo demás que debía ser visto y
considerado, nosotros hemos llegado a la sentencia contra ti, que se
escribe a continuación.:

Invocando el sagrado nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de Su


Gloriosa Virgen Madre María, pronunciamos esta nuestra final sentencia,
la que, reunidos en Consejo y Tribunal con los reverendos maestros de la
Sagrada Teología y doctores de ambos Derechos, nuestros asesores,
extendemos en este escrito relativo a los asuntos y controversias entre el
magnífico Carlo Sincereo, doctor en ambos Derechos, fiscal procurador del
Santo Oficio, por un lado, y Galileo Galilei, acusado, juzgado y convicto,
por el otro lado, y pronunciamos, juzgamos y declaramos que tú, Galileo, a
causa de los hechos que han sido detallados en el curso de este escrito, y
que antes has confesado, te has hecho a ti mismo vehementemente
sospechoso de herejía a este Santo Oficio al haber creído y mantenido la
doctrina (que es falsa y contraria a las Sagradas y Divinas Escrituras) de
que el Sol es el centro del mundo, y de que no se mueve de Este a Oeste, y
de que la Tierra se mueve y no es el centro del mundo; también de que una
opinión no puede ser sostenida y defendida como probable después de
haber sido declarada y decretada como contraria a la Sagrada Escritura, y
que, por consiguiente, has incurrido en todas las censuras y penalidades
contenidas y promulgadas en los sagrados cánones y en otras
constituciones generales y particulares contra delincuentes de esta clase.
Visto lo cual, es nuestro deseo que seas absuelto, siempre que con un
corazón sincero y verdadera fe, en nuestra presencia abjures, maldigas y
detestes los mencionados errores y herejías, y cualquier otro error y
herejía contrario a la Iglesia católica y apostólica de Roma, en la forma
que ahora se te dirá.

Pero para que tu lastimoso y pernicioso error y transgresión no queden del


todo sin castigo, y para que seas más prudente en lo futuro y sirvas de
ejemplo para que los demás se abstengan de delincuencias de este
género, nosotros decretamos que el libro Diálogos de Galileo Galilei sea
prohibido por un edicto público, y te condenamos a prisión formal de este
Santo Oficio por un período determinable a nuestra voluntad, y, por vía de
saludable penitencia, te ordenamos que los tres próximos años recites,
una vez a la semana, los siete salmos penitenciales, reservándonos el
poder de moderar, conmutar o suprimir, la totalidad o parte del
mencionado castigo o penitencia".

2º. Fórmula de abjuración pronunciada por Galileo Galilei. "Yo, Galileo


Galilei, hijo del difunto Vincenzo Galilei, de Florencia, de setenta años de
edad, siendo citado personalmente a juicio y arrodillado ante vosotros, los
eminentes y reverendos cardenales, inquisidores generales de la
República universal cristiana contra la depravación herética, teniendo
ante mí los Sagrados Evangelios, que toco con mis propias manos, juro
que siempre he creído y, con la ayuda de Dios, creeré en lo futuro, todos
los artículos que la Sagrada Iglesia católica y apostólica de Roma
sostiene, enseña y predica. Por haber recibido orden de este Santo Oficio
de abandonar para siempre la opinión falsa que sostiene que el Sol es el
centro e inmóvil, siendo prohibido el mantener, defender o enseñar de
ningún modo dicha falsa doctrina; y puesto que después de habérseme
indicado que dicha doctrina es repugnante a la Sagrada Escritura, he
escrito y publicado un libro en el que trato de la misma y condenada
doctrina y aduzco razones con gran fuerza en apoyo de la misma, sin dar
ninguna solución; por eso he sido juzgado como sospechoso de herejía,
esto es, que yo sostengo y creo que el Sol es el centro del mundo e
inmóvil, y que la Tierra no es el centro y es móvil, deseo apartar de las
mentes de vuestras eminencias y de todo católico cristiano esta
vehemente sospecha, justamente abrigada contra mí; por eso, con un
corazón sincero y fe verdadera, yo abjuro, maldigo y detesto los errores y
herejías mencionados, y en general, todo error y sectarismo contrario a la
Sagrada Iglesia; y juro que nunca más en el porvenir diré o afirmaré nada,
verbalmente o por escrito, que pueda dar lugar a una sospecha similar
contra mí; asimismo, si supiese de algún hereje o de alguien sospechoso
de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio o al inquisidor y ordinario del
lugar en que pueda encontrarme. Juro, además, y prometo que cumpliré y
observaré fielmente todas las penitencias que me han sido o me sean
impuestas por este Santo Oficio. Pero si sucediese que yo violase algunas
de mis promesas dichas, juramentos y protestas (¡qué Dios no quiera!), me
someto a todas las penas y castigos que han sido decretados y
promulgados por los sagrados cánones y otras constituciones generales y
particulares contra delincuentes de este tipo. Así, con la ayuda de Dios y
de sus Sagrados Evangelios, que toco con mis manos, yo, el antes
nombrado Galileo Galilei, he abjurado, prometido y me he ligado a lo antes
dicho; y en testimonio de ello, con mi propia mano he suscrito este
presente escrito de mi abjuración, que he recitado palabra por palabra.
En Roma, en el convento de la Minera, 22 de junio de 1633; yo, Galileo
Galilei, he abjurado conforme se ha dicho antes con mi propia mano".

COPERNICO. Astrónomo prusiano, cuyo nombre real pudo ser Niklas


Koppernigk (nombre prusiano) o Mikolaj Kopernik (polaco), nacido en 1473
y muerto en 1543. Autor a quien se debe la formulación de la teoría
heliocéntrica, según la cual la Tierra y el resto de los planetas giran
alrededor del Sol; teoría que ofrecía una explicación de los movimientos
planetarios más sencilla que el modelo geométrico de Tolomeo, que
situaba a la Tierra en el centro. Con esta teoría Nikolaus inicia una
revolución que, en el término de dos siglos, a través de la contribución de
Galileo, Kepler y Newton, conduciría a una renovación total de las bases
de la astronomía.
La biografía de Copérnico presenta muchas lagunas e incertidumbres,
empezando por su nacionalidad que, según algunos estudiosos, es
alemana y no polaca. Nació probablemente en la ciudad libre de Thorn,
entonces en territorio polaco, y después de haber realizado los estudios en
la universidad de Cracovia, continuó su educación en Italia, donde se
quedó durante ocho años, entre 1496 y 1503. Estudió matemáticas,
jurisprudencia y medicina, interesándose también por otras muchas
disciplinas, como teología, derecho canónico y astronomía. En 1505 volvió
a su patria, donde ocupó un puesto de canónigo en la Catedral de
Frauenburg, desempeñando tareas fundamentalmente administrativas.
Algunos años más tarde heredó bienes de su tío, obispo, y se aseguró una
vida desahogada.
Fue típico exponente de la cultura del Renacimiento, conocía
perfectamente el latín y el griego y estudió a los clásicos directamente en
las fuentes.

Copérnico firmaba sus escritos con el latino nombre de ...

La idea del Sol en el centro del universo no fue original de Copérnico, ya


fue adelantada por los antiguos filósofos griegos desde el siglo III a.C.,
siendo Aristarco de Samos, el más importante defensor de un sistema
heliocéntrico del Universo en la Antigüedad, quien ya entonces afirmó,
tomando las concepciones de Heráclides del Ponto, que todos los
planetas, incluida la Tierra, giraban alrededor del Sol. Durante veinte
años, desde 1509 a 1529, acumuló observaciones astronómicas y medidas
para confirmar su teoría heliocéntrica. En 1514 plasmó en un breve
manuscrito sus estudios preliminares, hasta entonces privados. En su
época aún imperaba el sistema de Tolomeo, quien negaba a la Tierra
cualquier movimiento, tanto de revolución como de rotación, alrededor de
su propio eje, siendo el centro, alrededor del cuál giraban los planetas y el
Sol. Copérnico aportó una idea de gran interés para la astronomía,
postulando que las estrellas fijas se encontraban a una distancia de la
Tierra mayor de la hasta entonces aceptada. Afirmó también que el
movimiento nocturno aparente de las estrellas fijas, así como el solar
diurno, se debían a la rotación diaria de la Tierra en torno a su eje.
Copérnico se dio cuenta de que el movimiento de los astros era una mera
apariencia; en su obra más importante, De revolutionibus orbium
coelestium (De la revolución de los orbes) publicada en el año de su
muerte, es decir, en 1543 (aunque ya estaba lista para su publicación
desde 1530), dice: "...cuando un barco navega sin sacudidas, los viajeros
ven moverse, a imagen de su movimiento, todas las cosas que les son
externas y, a la inversa, creen estar inmóviles con todo lo que está con
ellos. Ahora, en lo referente al movimiento de la Tierra, de manera
totalmente similar, se cree que es todo el Universo íntegro el que se
mueve alrededor de ella...". Su libro se convirtió en el punto de partida
sobre el que Galileo Galilei basó su batalla para la reforma de la
astronomía. La tesis de Copérnico que sostenía el movimiento terrestre,
no era fácil de aceptar por los astrónomos de la época, y enseguida
suscitó reacciones, de Brahe en particular. En 1616 la iglesia condenó
oficialmente su gran obra, que no volvería a la luz hasta 1835. Aunque los
estudios de Copérnico se acercaron bastante a la realidad, no logró
encontrar la razón de los movimientos aparentes de los astros, por lo cual
tuvo que recurrir a los epiciclos. Será mérito de Kepler, algunos años más
tarde, intuir la forma elíptica de las órbitas y archivar para siempre los
complicados esquemas epicicloidales, desplazando las órbitas circulares
de Copérnico en 1609.
Otras de sus obras son: De revolutionibus orbium colestium; De lateribus
et angulis triangulorum; Theophylacti scholastici Simocatho epistolo.

René Descartes.
Filósofo y científico francés, considerado "padre de la filosofía moderna",
Descartes (también conocido con el nombre latinizado de Cartesius) es un
pensador que puso su vida al servicio de una noble causa: la consecución
de la verdad. Genial innovador de la filosofía, fue también el primero en
aplicar las matemáticas a las ciencias físicas, y el iniciador de la
concepción mecanicista de la naturaleza. Su doctrina tuvo tal capacidad
para espolear a los espíritus de su época, que, de una u otra forma, las
importantes corrientes posteriores han partido de é

Descartes, René (1596-1650)

Vida y obras

Perteneciente a una noble familia, nació en La Haye (Turena). A los ocho


años entró a la escuela jesuita de La Flèche, una de las más famosas de
Europa en aquella época, donde permaneció hasta la edad de 16 años.
Luego estudió Derecho en Poitiers hasta el año 1617. Fueron estos años de
su juventud una etapa marcada por la disipación y la incertidumbre, sin
que nunca llegara a apagarse en él la inquietud por conocer. Con afán de
aventura se enroló, primero, en el ejército protestante de Mauricio de
Nassau, príncipe de Orange, y luego en el ejército católico del Duque de
Baviera. En 1619, estando acampados en Neuburg, en espera de que
amainara la tormenta para entrar en combate, y entregado Descartes a
sus reflexiones, vivió una noche de entusiasmo, de sueños exaltantes y
reveladores, en los cuales tomaron forma las primeras intuiciones de una
nueva lógica (el inventum mirabile), capaz de fundar una ciencia universal.
Agradecido por aquel don, prometió peregrinar a los pies de la Virgen de
Loreto, y cumplió su promesa al viajar a Italia tres años después. En 1621
ya había abandonado la vida militar. Vendió sus propiedades, y del dinero
que obtuvo vivió toda su vida, sin penurias, pero austeramente. El
encuentro con el cardenal Bérulle, en 1627, reforzó su decisión de
consagrarse a la investigación filosófica. Buscando la paz y la libertad
necesarias que requería su trabajo científico y de reflexión, se trasladó a
Holanda. Allí conoció la fama, pero también las dificultades, pues las
controversias contra sus teorías le venían tanto de parte de los católicos
como de los protestantes. En 1649, aceptando una invitación de la reina
Cristina, pasó a vivir a Estocolmo. En la corte sueca prosiguió su intenso
trabajo, el cual, unido al riguroso clima de Estocolmo, minó su salud,
hasta acarrearle la muerte.

Desde el principio de su filosofar, Descartes abandonó la filosofía de corte


escolástico que había aprendido en La Flèche, -la cual, según él, poco
tenía de utilidad-, para entregarse a la búsqueda de un saber fundado en
el modelo del conocimiento matemático y, cada vez con mayor intensidad,
la ambición de efectuar una síntesis que, en cuanto alternativa a la
escolástica, constituyese un marco sistemático a la vez comprensivo y
definitivo. Hubo dos momentos decisivos en este camino: uno fue el
encuentro, en 1618-19, con I. Beeckmann, matemático y físico holandés de
formación galileana, a raíz del cual abandonó también su tentación de
adentrarse por el camino del ocultismo de inspiración renacentista, al
cual mirará desde ese momento como a otro enemigo que combatir; el
segundo fue en los años 1628-29, cuando halló el fundamento metafísico
que le permitió la fundamentación de la física en la metafísica a través de
la deducción a priori de las leyes fundamentales de la naturaleza a partir
de un atributo de Dios, como es la inmutabilidad de la acción divina. A
estos años se remonta la genial contribución matemática de Descartes,
con la elaboración de la geometría analítica, la cual, al permitir la
reducción de los problemas geométricos a ecuaciones algebraicas,
implicaba una gran universalización y, en consecuencia, una gran
simplificación de los problemas.

Sus obras principales son: Regulae ad directionem ingenii (1628), Discours


de la méthode pour bien conduir sa raison et chercher la vérité dans les
sciences (1637), Meditationes de prima philosophia (1641), Principia
philosophiae (1644), y Les passions de l´âme (1649).

René Descartes.
CARTESIANISMO-
{m.} | Cartesianism
¨(De Cartesius, nombre latino de Descartes); sust. m.

1. Conjunto de las tesis que conforman el pensamiento filosófico de René


Descartes y sus seguidores.
2. Grupo de pensadores que en los siglos XVII y XVIII se identificaron con
el pensamiento de Descartes.
à
(1) [Filosofía]

Pensamiento filosófico de Descartes (1596-1650) y sus seguidores.


Descartes buscaba una filosofía que asegurara "el conocimiento perfecto
de todas las cosas que el hombre puede saber, tanto para la conducta de
su vida (moral), como para la conservación de su salud (medicina) y para
la invención de las artes (mecánica)".

El método

Buscando un método fiable que valga para todas las ciencias, Descartes
establece cuatro reglas básicas, ciertas y fiables:

1. Evidencia. Ella postula aceptar lo que se muestra como tal, como


evidente. Se llega a la evidencia por la intuición. Una idea evidente se
distingue por dos presupuestos: claridad y distinción. Véase Claro y
distinto.
2. Análisis. Consiste en desmenuzar el problema en problemas más
simples, bien delimitados, excluyendo lo innecesario e inexacto.
3. Síntesis. Significa conducir el pensamiento desde los objetos más
simples y fáciles de conocer, para ascender poco a poco y por grados
hasta los más difíciles y complejos. A ellos se llega aplicando la
deducción.
4. Enumeración. Recuento exhaustivo, para cerciorarnos de que nada
importante se ha omitido en el análisis.

El "Cogito ergo sum"

Definido el método, Descartes se dedica a dudar metódicamente, de todo


(lo cual no tiene nada que ver con el escepticismo). Dudamos de los
conocimientos de los sentidos, así como de las conclusiones de nuestras
reflexiones. Pero sí estamos seguros de que hay conocimientos, certezas,
que no varían (dos más dos son cuatro). Mas Descartes todavía se
pregunta: ¿Y no cabe también en esta clase de conocimientos la duda?
Pudiera ser... Pero yo estoy seguro de que hay algo de lo que no puedo
dudar: no puedo dudar de que pienso, y que al pensar, estoy existiendo.
Así llega a formular su Cogito, ergo sum ("Pienso, luego existo"). He ahí la
certeza que él cree firme y sobre la cual va a cimentar el edificio de su
filosofía. Pero, ¿se puede asegurar a partir de esta verdad, la existencia de
otras verdades igualmente evidentes? Si no es así, me veo prisionero en
ella, porque no puedo pensar si no tengo ideas con qué hacerlo. De esta
forma Descartes se ve obligado a admitir la existencia de otras ideas
innatas, que también sean claras y distintas. Éstas son:

1. El yo que piensa (el alma).


2. El ser infinito y perfectísimo (Dios).
3. La realidad externa (mundo).
[anterior-siguiente]
ios y su existencia

Descartes se ve empujado a acudir a Dios, no por su celo de creyente, sino


por necesidad filosófica. Si no puede asegurar la existencia de Dios,
tampoco puede asegurarse la certeza sobre cosa alguna. Por el contrario,
si consigue probar la existencia de Dios, se hallará al abrigo de dudas que
imposibiliten tener confianza en su método de investigación de verdades.
Se le hace imprescindible, por lo tanto, probar la existencia de un Dios no
engañador, y lo hace sin recurrir al mundo externo, sino a partir de la idea
de Dios que es innata al alma. Establece así tres pruebas:

1. La idea innata que poseo de una sustancia eterna, infinita,


omnipresente, creadora y perfectísima -la cual ni yo ni las cosas
materiales hemos podido crear-, no procede de mí, sino que me ha sido
dada precisamente por quien existe en esa realidad sustancial objetiva:
Dios.
2. Yo me sé imperfecto y limitado, pero tengo idea de lo perfecto e
ilimitado. Esto quiere decir que soy creado y conservado por alguien que
en sí mismo tiene esas perfecciones.

3. En la tercera prueba recoge el argumento ontológico anselmiano. Si soy


capaz de concebir la idea de Dios como perfectísimo, incluyo,
necesariamente, la esencia perfecta, es decir, existente.

Las sustancias

La sustancia es entendida por Descartes como "una cosa que existe de tal
modo que sólo necesita de sí misma para existir". En rigor esta concepción
de sustancia solamente es aplicable a Dios, pero Descartes la extiende
también a los entes finitos, por analogía, aunque ellos necesitan para
subsistir la asistencia de Dios. Existen tres sustancias: La sustancia
infinita y necesaria (res cogitans infinita), la sustancia pensante (res
cogitans) y la sustancia extensa (res extensa). De estas tres, las dos
últimas son las sustancias contingentes, siendo ambas independientes
entre sí (dualismo metafísico). A la sustancia la define su atributo
principal. Por lo tanto, en el caso del hombre no se da unión sustancial,
porque los atributos de las dos sustancias que lo componen son distintos
entre sí: el atributo de la sustancia pensante es el pensamiento, mientras
que el atributo del cuerpo es la extensión. La comunicación entre ambos
se da a través de los "espíritus vitales", los cuales transmiten a la glándula
pineal, donde se aloja el alma, los mensajes extraídos del cuerpo, de la
misma forma que también ellos transmiten los mandatos del alma a los
diferentes órganos corporales. El cuerpo no es más que una máquina
acoplada al espíritu.

El mundo material o res extensa se reduce a mera extensión, que crece,


se mueve y se transforma siguiendo procesos mecánicos. Por cuerpo
entiende Descartes todo lo que puede ser circunscrito por algún lugar y
llenar un espacio, de tal suerte que cualquier otro cuerpo sea excluido de
allí; todo lo que puede ser sentido por uno de los cinco órganos
sensoriales; lo que puede ser movido de diversas maneras, no por sí
mismo, sino por algo extraño que lo toque. Se trata del mecanicismo
geométrico, que excluye toda cualidad que no sea la extensión y el
movimiento.

Por último, es necesario señalar que la ética de Descartes se acoge a lo


que se ha denominado ética provisional: debemos actuar -dado que
muchas veces nos vemos obligados a actuar aun en medio de la duda-
como si los postulados fuesen absolutamente válidos; lo cual no es
defender la indiferencia o la comodidad, puesto que el hombre ha de
procurar clarificar todos los aspectos concomitantes a todo acto humano.

Repercusión del pensamiento de Descartes

Iniciador de la filosofía moderna, el pensamiento cartesiano marcó toda la


filosofía europea desde la segunda mitad del siglo XVI hasta Kant. Con el
racionalismo como principio fundamental, ya durante la vida del propio
Descartes muchas de sus tesis metafísicas y físicas fueron objeto de
apasionados debates.

René Descartes.

En muchos casos la doctrina cartesiana se ha prestado a interpretaciones


contrapuestas. Por ejemplo, Florent de Schuyl, traductor y presentador del
Traité de l´homme de Descartes, verá en esa obra la negación de la tesis
del alma de los brutos, mientras que los libertinos del siglo XVIII la
interpretarán como un tratado de ateísmo. Tanto los materialistas como
los idealistas (véase materialismo e idealismo), han encontrado en
Descartes apoyo para sus ideas. En todo caso, unos y otros convienen en
ver en él el primer filósofo moderno.

La impronta del cartesianismo penetró rápidamente en los claustros


universitarios (sobre todo en Holanda), gracias al apoyo de filósofos,
científicos y teólogos, y aun en la literatura, la psicología y la sociedad. La
difusión del pensamiento cartesiano comenzó en Holanda, donde
Descartes vivió sus 20 últimos años (de 1628 a 1649). En este país los
principales representantes del cartesianismo fueron, Henrik van Roy
(también conocido como Henricus Regius), Arnold Geulincx (1624-1669) o
el sabio Christian Huygens (1629-1695), quien asumió en buena medida la
física cartesiana, aunque también se separó de ella en muchos puntos.

En Francia la doctrina de Descartes encontró más resistencia en los


ambientes universitarios, verdaderos bastiones de la filosofía tradicional.
No obstante fueron muchos los seguidores de Descartes que propusieron
su doctrina como un valioso sustento del cristianismo; en el caso de
Malebranche incluso hubo un intento de entroncar el cartesianismo con la
tradición agustiniana. Mersenne, por su parte, veía en el mecanicismo de
Descartes un argumento para combatir a los ateos.

Los más relevantes representantes del cartesianismo francés fueron Louis


De La Forge (1632-1666) -médico que publicó en 1666 un Traité de l´esprit
de l´homme-, Géraud de Cordemoy (1626-1684), Claude Clerselier (1614-
1684) y Nicolas Malebranche (1638-1715).

Uno de los temas que suscitó mayor controversia fue el de las relaciones
entre el cuerpo y el alma. Descartes sostenía que, pese a ser de esencia
heterogénea la sustancia pensante (espíritu) y la sustancia extensa
(cuerpo), ambos elementos se relacionan estrechamente entre sí. Muchos
de sus discípulos, sin embargo, negaban toda posibilidad de interacción
de cuerpo y alma. De ahí nació la doctrina del ocasionalismo, que fue
defendida por Geulincx, De La Forge y de Cordemoy; en este último se
inspiró Malebranche.

Las ideas de Descartes arraigaron también entre los jansenistas (véase


jansenismo), especialmente entre los que más defendían el valor de la
razón frente a la fe. Destacaron entre ellos A. Arnauld y Pierre Nicole. El
pensamiento filosófico cartesiano fue expuesto sistemáticamente por P. S.
Regis en su Curso de filosofía (1690), dividiéndolo en Lógica, Metafísica,
Física y Moral. Tampoco se puede negar la presencia de aspectos
cartesianos en Spinoza, Leibniz, Hobbes y Locke, lo cual no significa que a
estos autores se les pueda calificar de cartesianos, pero sí que reflejan la
influencia del cartesianismo.

De la duda sistemática introducida por Descartes, algunos filósofos


(conocidos con el nombre de libertinos) propugnaron la desmitificación de
la virtud, al mismo tiempo que desplegaban una dura crítica a la moral
tradicional, en la pretensión de hacer más espontánea y libre la conducta
humana, y proponer como norma de comportamiento el conocimiento de sí
mismo y el seguimiento de la libre conducta. A este grupo pertenecen,
entre otros, La Rochefoulcauld y Louis de Bans.

El fundador de la moderna filosofía de la historia, Giambattista Vico (1668-


1744), adoptó una actitud anticartesiana con respecto a la importancia del
conocimiento de los hechos en filosofía pero mantuvo el espíritu del
cartesianismo, enfocando su reflexión hacia los problemas del hombre.

Igualmente, el espíritu cartesiano estuvo presente en tratadistas morales


y autores de sentencias -como Pascal o Cyrano de Bergerac, o literatos
como Mme. de Lafayette o Molière. Pascal, por su parte, puso límites al
racionalismo cartesiano, sobre todo en sus Pensamientos, al ensalzar las
verdades del corazón, diferentes a las verdades de la razón. Frente al
control racional exigido por Descartes para los sentimientos y pasiones,
Pascal propone como una de las características más propias del espíritu
la sensibilidad ante la belleza material y espiritual.

Pero junto a la buena acogida, se dio también una amplia oposición al


cartesianismo. No sólo recibió críticas de filósofos, teólogos, físicos y
moralistas, sino que sus obras llegaron a ser condenadas por un decreto
de la Congregación del Índice (como consecuencia de los informes
negativos emitidos por la Universidad de Lovaina). También se opusieron
al cartesianismo muchos aristotélicos y los jesuitas en general. En el siglo
XVIII, sufrió la oposición de los defensores de la nueva filosofía natural,
centrada en torno a la física newtoniana, y del empirismo liderado por
Locke.

En cuanto a la física cartesiana, ésta gozó de especial influjo en el campo


de las ciencias, teniendo como principal representante a J. Rouhault,
quien escribió el Tratado de Física (1671), aunque en algunos puntos se
separó del maestro. En Italia el cartesianismo se unió a la tradición
galileana, gracias a los trabajos T. Cornelio (1614-1686) y Leonardo de
Capua (1617-1695). La obra más representativa del encuentro de la línea
galileana y cartesiana fue la de Giovanni Alfonso Borelli, De motu
animalium (1681). Después de conflictos que parecían irreductibles entre
atomistas y cartesianos, se dieron varios intentos de conciliar el
atomismo de Pierre Gassendi (1592-1655) con las doctrinas de Descartes.

El cartesianismo no es una filosofía anclada en el pasado. Muchos


filósofos contemporáneos han hecho referencia explícita al espíritu
cartesiano, unos para defenderlo, y otros para criticarlo. De E. Husserl, por
ejemplo, se ha llegado a hablar de un neocartesianismo; de hecho una de
sus obras la tituló Meditaciones cartesianas. G. Ryle y Franz Böhm se han
opuesto a Descartes, por motivos filosóficos-psicoloógicos y filosóficos-
políticos respectivamente. A Descartes hace referencia también J.
Maritain, quien le reprocha el haber caído en el endiosamiento del ser
humano; si bien es cierto que esa actitud de Descartes, se debe, según
Maritain, a la concepción angelical que del entendimiento humano tiene
Descartes.

Para más información sobre la doctrina filosófica de Descartes véase el


apartado correspondiente en la biografía de este filósofo y científico
francés.
[anterior-siguiente]
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TUDOR. Dinastía reinante en el trono inglés desde 1485 a 1603. Originaría


del País de Gales, su fundador fue Ednyfed Vychan de Tregarnedd; uno de
sus descendientes, Owen Meredydd, escudero en la corte de Enrique V y
de Enrique VI, se casó, en 1428, con la viuda de Enrique V, Catalina de
Francia, con la que tuvo tres hijos, el mayor de los cuales, Edmundo de
Hadham o Tudor (1430-1456) se casó con Margarita de Beaufort. El hijo de
ambos, Enrique conde de Richmond, por los derechos dinásticos de su
madre se convirtió en el heredero al trono por la Casa de Lancaster.

Proclamado rey de Inglaterra en 1485 bajo el nombre de Enrique VII, se


casó con Isabel de York, por lo que reunió las herencias de las dos casas
reales inglesas. Se puso fin así a la Guerra de las Dos Rosas.

Le sucedió en el trono su hijo, Enrique VIII, que se convirtió en jefe de la


Iglesia Anglicana en 1531. Se casó en seis ocasiones en busca de un
heredero para el trono y persiguiendo diversos intereses de estado. Su
hijo, tenido con su tercera esposa Juana Seymour, le sucedió en el trono
bajo el nombre de Eduardo VI, que careció completamente de poder, pues
estaba bajo el control de la corte. A éste le sucedió su hermana María que
a su vez fue sucedida por su hermana Isabel. Isabel declaró heredero, en
su lecho de muerte, al rey de Escocia Jacobo VI. Con ello se ponía fin al
reinado de la Casa Tudor en Inglaterra, que era sucedida por los Estuardo.

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Rey de Inglaterra, jefe de la familia de los Tudor, nacido en 1457 y muerto
en 1509. Descendía por línea femenina del tercer hijo de Eduardo III, Juan
de Gante, duque de Lancaster, cuya biznieta, Margarita de Somerset, se
casó con el padre de Enrique VII, Edmundo Tudor.

Tomó parte en la Guerra de las Dos Rosas, por la causa de los Lancaster y
contra Ricardo III, que representaba a la Casa de York y que lo derrotó en
Tewkesbury. Entonces Enrique se refugió en Bretaña y luego en Francia,
desde donde volvió a Inglaterra con un ejército con el que venció y dio
muerte a Ricardo III en Bosworth, con lo que se ponía fin a la guerra. Era
el año 1485. Poco después, para afianzar la nueva paz, se casó con Isabel,
heredera de la casa de York.

En 1487, apareció en Escocia un joven que aseguraba pertenecer a la


Casa de York, el cual, junto a algunos nobles locales, se sublevó. Fueron
rápidamente derrotados y se demostró que el joven no era sino un
impostor. Aplacada esta revuelta, estalló otra, esta vez por el motivo de
los impuestos. Un tal Perkin Warbeck, asegurando ser hijo de Eduardo IV,
se sublevó, ayudado por los seguidores de la Casa de York, pero en 1499
fue derrotado y ejecutado. El rey, cansado de tantas insurrecciones, se
propuso dominar a la nobleza de una vez y para siempre, para ello
aprovechó que ésta se encontraba extenuada tras la guerra civil y cercenó
sus derechos a mantener tropas en pie de guerra; impuso la autoridad del
rey sobre cualquier otra.

Pacificado su reino, llevó a cabo diversas empresas comerciales de las


que sacó importantes beneficios, así como dos expediciones a Francia en
busca de aumentar sus ingresos. A su muerte, el país y sobre todo las
arcas reales gozaban de una extraordinaria abundancia. El rey había
conseguido paz y prosperidad tras décadas de guerra civil.

Casó a su primogénito con Catalina de Aragón, y a la muerte de éste la


casó con su segundo hijo Enrique VIII. También casó a su hija Margarita
con Jacobo IV de Escocia, con lo que se unían las dos coronas.

Su sucesor fue su hijo, Enrique VIII.

Rey de Inglaterra (1509-1547), tercer hijo de Enrique VII, fundador de la


dinastía de los Tudor, y de Isabel de York. Nació en el palacio de
Greenwich, el año 1491, y murió en Westminster, el 28 de enero de 1547.
Enrique era el tercero de los cinco hijos de Enrique VII, y el segundo varón.
Su destino era el de ocupar el arzobispado de Canterbury. A la temprana
edad de un año fue nombrado condestable de Dover y Lord protector de los
Cinco Puertos. Con tres años recibió el título de duque de York y caballero
de la Orden de la Jarretera.

Su padre, Enrique VII, puso fin a la Guerra de las Dos Rosas venciendo en
el campo de batalla al tiránico Ricardo, en el año 1485. El primer Tudor se
casó con la heredera de York, Isabel, hija del monarca inglés Enrique IV.
Con esta unión, Enrique VII pudo adoptar la enseña de la doble rosa, la
roja y la blanca, presentándose como rey de todos los ingleses. A causa de
la implacable guerra civil que desangró a Inglaterra y la postró a todos los
niveles, Enrique VII encontró el camino libre para la implantación de una
monarquía autoritaria: el poder feudal o nobiliar fue diezmado en la
sangrienta lucha entre las casas de York y Lancaster, a la vez que la
pujante burguesía inglesa apoyaba al nuevo monarca, como único garante
para establecer el orden y la paz interior que permitiera la posibilidad de
prosperar. Gracias a estos dos elementos, el nuevo monarca pudo
quebrantar el poder excesivo de la nobleza y recortar sus privilegios. El rey
impuso una política de confiscación de bienes de sus más poderosos
adversarios, además de instaurar un sistema penal de multas. Para
consolidar sus alianzas con los demás reinos, hizo casar a su hijo
primogénito, Arturo, con la hija menor de los Reyes Católicos, Catalina de
Aragón, Reina de Inglaterra. Esta princesa representaba la vinculación de
los Tudor con una potencia que ya se presuponía como la más fuerte del
continente y, por lo tanto, significaba una alianza muy apreciada para el
afianzamiento definitivo de la dinastía de los Tudor. Al poco de celebrarse
la boda, el príncipe heredero inglés murió. Esta circunstancia hizo que,
para no romper la alianza entre las dos coronas, se decidiera el
casamiento del segundo príncipe inglés y ahora heredero a la Corona,
Enrique, con Catalina. El papa Julio II autorizó el matrimonio, pero hasta el
año 1509 no se pudieron formalizar definitivamente los esponsales. En ese
mismo año murió el rey Enrique VII, por lo que a los funerales del monarca
muerto le sucedieron, al día siguiente, la coronación solemne de los
nuevos reyes de Inglaterra, Enrique y Catalina, que contaban entonces con
dieciocho y veintitrés años respectivamente.

Una vez instalado en el trono, Enrique VIII se aprovechó de la diplomacia


de su padre y de la progresiva acumulación de riqueza de la dinastía
Tudor, a la vez que heredó un país pacificado y debilitado por las guerras
anteriores. Fue el primer rey, desde Enrique V, que no tuvo que librar una
batalla para alcanzar o mantenerse en el trono. Según los textos de la
época, era hermoso, excelente músico y con una profunda formación
humanística, además de sincero entusiasta de la poesía: todo un príncipe
del Renacimiento.

Política exterior

Enrique VIII fue un rey a la manera de su época: ni sagaz ni profeta, pero


sí muy astuto en todos los asuntos que asumía, egoísta e intensamente
nacionalista. No podía perseguir los propósitos de tanto alcance como los
otros soberanos de Europa, como Carlos V de Alemania y Francisco I de
Francia, ya que Inglaterra no tenía los recursos de Francia, y mucho
menos de España y Alemania, después de que Carlos V reuniera en su
persona la Corona imperial y la de España. Su política exterior estuvo
siempre supeditada a los intereses de Inglaterra, cambiando
constantemente de bando según le conviniera a sus intereses. Bajo la
influencia de Fernando el Católico, Enrique se unió a la Santa Liga
formada contra Francia, venciendo en la batalla de Guinegate, el año
1513. Este suceso hizo que en el año 1514 se firmara la paz con Francia
por la que se decidió el matrimonio de la hermana del monarca inglés,
María, con el rey de Francia Luis XII. En ese mismo año Surrey, su general
más capaz, derrotó a los escoceses en la batalla de Flodden. Enrique VIII
intentó por todos los medios sacar partido de la gran rivalidad entre
Carlos V y el nuevo rey francés, Francisco I, por lo que, por mediación de
su brazo derecho en el gobierno, el cardenal Wolsey, inició una política de
acercamiento con el emperador Carlos V que cristalizó con el acuerdo del
Campo del Paño de Oro, en 1520. Esta unión entre España e Inglaterra
duró hasta el año 1527, año en el que decidió apoyar la causa del rey
francés. Este cambio tan radical fue debido a la derrota aplastante que el
emperador infligió a Francisco en la batalla de Pavía, del año 1525. Las
paces entre España y Francia se celebraron en 1529, sin que para ello se
contara para nada con el arbitraje o consulta de Inglaterra. Enrique VIII se
sintió dolido a la vez que se percató del excesivo poder de Carlos V, por lo
que decidió apoyar al rey francés, siempre buscando el contrapeso en la
política europea. Esta nueva dirección política trajo consigo la caída en
desgracia y posterior ejecución del cardenal Wolsey, puesto que fue éste
quien apoyó y alentó el acercamiento hacia el emperador.

Enrique VIII, gracias a su victoria anterior en la batalla de Flodden sobre


los escoceses, volvió a sacar a relucir las viejas pretensiones inglesas
sobre Escocia. Para ello se volcó en una dinámica de agresión constante
contra Escocia, irritando el sentimiento nacionalista de los escoceses. El
balance fue positivo para Inglaterra, con la batalla de Solway Mors, en
1542, donde las tropas escocesas fueron masacradas. En el año 1545, las
tropas inglesas arrasaron e incendiaron Edimburgo, capital del reino
escocés. El dominio inglés no pudo ser total gracias a la ayuda que
Francia prestó a los escoceses, lo que provocó que Inglaterra abriera
nuevamente las hostilidades contra Francia. En enfrentamiento galo-
británico tuvo lugar entre 1544-1546, y las tropas inglesas llegaron a
ocupar la ciudad francesa de Boulogne. Este enfrentamiento en seguida se
vio inútil, a la par que causaba excesivos gastos en cuanto a hombres y
dinero, provocando un creciente malestar en la población. En el año 1546
se firmó la paz entre ambos países.

Las ambiciones europeas de Enrique VIII estimularon el esfuerzo por


construir una fuerza naval, hasta el punto de ser él el auténtico creador de
la posterior potencia marítima de Inglaterra. Para ello, Enrique VIII
contrató a los mejores ingenieros de la época, que hicieron posible la
construcción de una flota notable, sobre todo por la gran calidad de sus
barcos: navegables y con una artillería superior, lo que les hizo ser
prácticamente invencibles, como más tarde se demostró.

olítica interior: la Reforma Anglicana

Realmente, el deseo de Enrique VIII por divorciarse de su primera esposa,


Catalina de Aragón, fue la ocasión, más que la causa, de realizar la
Reforma Anglicana. A todo esto había que sumar la creciente importancia
y autoridad del emperador Carlos V de Alemania y rey de España, quien
tras derrotar a Francisco I de Francia se convertía en el monarca más
poderoso de Europa.
En relación con el divorcio, había importantes razones de Estado para
poder llevarlo a cabo: Enrique VIII no tenía un heredero varón, y no
existían precedentes, excepto el caso dudoso de la emperatriz Matilde en
el siglo XI, del acceso a la Corona de Inglaterra de una mujer. Debido a
esta circunstancia de peso, tanto el rey como los poderes de la nación
temían la posibilidad de que se abriese otra guerra por la sucesión al
trono. Además, Enrique VIII alegó motivos eclesiásticos y dogmáticos para
intentar forzar la anulación del matrimonio, amparándose en el hecho de
que el matrimonio con la mujer de su hermano había sido posible gracias
a una dispensa papal, por lo que si el nuevo Papa accedía a declararla
ilegal, el matrimonio quedaría anulado. Pero el papado no accedió a sus
peticiones ya que éste estaba bajo el control de Carlos V, sobrino de
Catalina de Aragón. Aunque la negativa papal fue un mazazo para Enrique
VIII, éste siguió adelante con su propósito de divorciarse de la reina. Para
que la empresa tuviera éxito, fue el propio monarca quien se hizo cargo
directamente del asunto, llevándolo hasta sus últimas consecuencias.

Lo primero que hizo Enrique VIII fue movilizar todos los recursos de que
disponía a su alcance, actuando con contundencia y autoridad, gracias,
sobre todo, al apoyo que encontró desde el principio del parlamento y del
pueblo en general. El monarca, preocupado por darle al asunto un tinte
legalista favorable a su decisión, buscó el apoyo de las universidades
inglesas más importantes, como la de Oxford y Cambridge, así como las
de Europa, Bolonia, Siena, Padua, La Sorbona, etc, las cuales le apoyaron.
El cardenal Wolsey fue defenestrado de su puesto de primer ministro y
consejero del rey, habida cuenta de su postura cercana al emperador y a
Roma, con lo que se rompió definitivamente el vínculo directo entre la
Iglesia de Roma y la Anglicana. Enrique VIII se rodeó de colaboradores
afines a su postura, quienes llevarían el asunto a feliz término para el
monarca. Thomas Cromwell fue puesto al frente de los asuntos de Estado
y Thomas Cranmer dirigiendo la política religiosa. A su vez, Thomas Moro
se hizo cargo de una cada vez más simbólica e inoperante cancillería.
Excepto Moro, amigo íntimo y estimado del rey pero que pronto se
desmarcó del problema, tanto Cromwell como Cranmer eran los típicos
representantes de la nueva política marcada por el rey: de ascendencia
baja, debían todo su poder a los servicios prestados al monarca y por ello
se dedicaron con todas sus fuerzas a seguir las directrices marcadas por
el rey. Ambos defendían fervientemente el poder ilimitado del monarca y
por lo tanto veían con buenos ojos la necesidad de romper con el yugo de
Roma.

Los planes de Enrique VIII y de sus colaboradores fueron favorecidos por


múltiples circunstancias: la inflexibilidad del papado, las presiones
políticas del emperador que facilitaron el camino hacia una Iglesia inglesa
y capacitada para dirimir sus propios asuntos, el fortalecimiento del rey
con un parlamento obediente y con un clero pasivo y, por último, un
progresivo y entusiasta nacionalismo que sacudía a todo el país.

La primera medida concreta fue la proclamación, en el año 1531, de la


vieja ley medieval de la Praemunire, por la que se condenaba como traidor
a todo aquel que defendiera intereses contrarios a los del rey. Esta
disposición le posibilitó obtener un arma política de primer orden y la
posibilidad de deshacerse de todo rival político que se le enfrentase.
Seguidamente, la Cámara de los Lores, con Thomas Moro incluido, aceptó
la fórmula de Su Majestad como jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra.
En 1532 se prohibieron las Annatas, esto es, el envío a Roma de las rentas
de los obispos en el primer año de la ocupación de los obispados. Con esta
medida, Inglaterra consiguió su total independencia fiscal de Roma,
además de aliviar sus siempre hambrientas arcas. Enrique VIII pasó de la
independencia fiscal a la judicial. Para ello prohibió recurrir a los
tribunales eclesiásticos extranjeros (La Curia y el Papado) al clero inglés,
con la aprobación de la Ley de Apelación de 1533. La medida iba
encaminada a fortalecer al clero inglés en detrimento de la Iglesia de
Roma que veía cómo los asuntos ingleses se les escapaban de las manos.
Un clero que cada vez era más favorable a su monarca. En ese mismo año,
Ana Bolena, la amante del rey, anunció su embarazo, hecho que precipitó
aún más los acontecimientos. El rey necesitaba un heredero varón que no
fuera tildado, en un futuro, de bastardo y por consiguiente que accediera
al trono legalmente. Gracias a la muerte del arzobispo de Canterbury,
William Warlam, contrario al divorcio y el nombramiento de Thomas
Cranmer como su sucesor, el divorcio se hizo efectivo y sancionado, el 23
de mayo de 1533. El 1 de junio, Ana Bolena fue coronada con todas las
solemnidades como reina de Inglaterra, y el 7 de septiembre daba a luz a
quien sería en futuro reina de Inglaterra: Isabel. Catalina de Aragón fue
confinada a una ?prisión dorada?, hasta morir a principios de 1536.

Las amenazas de excomunión lanzadas por Roma no hicieron más que


acelerar la carrera sin retorno en la que se había embarcado Enrique VIII.
El rey contaba con los instrumentos y apoyos necesarios para no sentirse
solo. Con esto, la ruptura definitiva se sancionó con la llamada Acta de
Supremacía, del 3 de noviembre de 1534, por la cual se reconocía al rey y
a sus posteriores sucesores como ?al único jefe supremo en la tierra de la
Iglesia de Inglaterra, llamada Anglicana Ecclesia?. Esta ley venía a
consagrar de derecho lo que ya era un hecho. El rey inglés era el jefe
disciplinar y jurisdiccional sobre el ámbito eclesiástico, pero nunca se
autotransfirió competencias sacerdotales o episcopales. El Acta de
Supremacía fue alimentada de todo un aparato jurídico y represivo
necesario para garantizar su eficacia.

La Iglesia de Inglaterra se hallaba a merced del rey. Dicho control implicó,


por pura inercia, el control de las cuantiosas y ricas fundaciones
eclesiásticas. El ataque a los monasterios fue la concreción más lógica
para demostrar la supremacía del rey sobre el estamento eclesiástico.
Enrique VIII volvió a conseguir el apoyo de la mayoría de las clases
dirigentes del país. Lo cierto es que el clero inglés, como todo el resto,
vivía más pendiente y preocupado de las rentas y de las cuestiones
materiales que del estado religioso. Enrique VIII se apoyó en esa realidad
evidente para anexionarse las rentas monásticas, entre los años 1536-
1539. Una gran porción de los beneficios extraídos la utilizó para gratificar
a los oficiales cortesanos y a todo aquel lo bastante listo para asegurarse
una participación de los beneficios. Entre bienes muebles e inmuebles, la
Corona inglesa extrajo un millón y medio de libras. La reforma dogmática y
teológica no se produjo hasta el reinado de Eduardo VI, hijo de Enrique
VIII.
La figura de Thomas Moro

Todas las medidas impulsadas por el rey fueron aceptadas de buen


talante o forzadamente por los personajes más poderosos del reino. No
fueron muchos los que se opusieron ya que la mayoría de ellos acabó
ejecutada o, cuando menos, defenestrada del cargo y expulsada del país,
como pasó con la gran mayoría de los abades y frailes de las órdenes
expropiadas.

El proceso más conocido y que conmocionó a la Europa católica fue el de


Thomas Moro, el personaje más prestigioso de aquella Inglaterra tan
convulsa y canciller del rey tras la caída del cardenal Wolsey. Thomas
Moro, ante el rumbo que tomaron los acontecimientos dimitió de su puesto
y honores el año 1532, como decía él mismo ?para no comprometer mi
conciencia?, convencido de la validez del primer matrimonio del rey.
Presionado por Enrique VIII y sus ministros para que jurara el Acta de
Sucesión por la que se aseguraba el trono al hijo que tuviera Ana Bolena y
ante la pertinaz negativa de Moro, fue confinado a la Torre de Londres. Su
proceso, conocido gracias a su transmisión entera, fue un caso precoz y
no habitual de lucha denodada por la libertad de conciencia y del sentido
humanista de la unidad de la cristiandad. Permaneció más de un año
encerrado. No se pudo demostrar, legista avezado como era, su
presumible deslealtad al rey, sino todo lo contrario. Inexorable en su
actitud, el tribunal lo condenó a ?ser arrastrado por las calles hasta la
horca y luego arrojado vivo contra la tierra, arrancándosele las entrañas
para ser quemadas?. La clemencia del rey (su antiguo amigo) le conmutó
las penas a la sola decapitación.

Las mujeres de Enrique VIII

El capítulo más popular y desfigurado de Enrique VIII ha sido, sin lugar a


dudas, sus tormentosas y difíciles relaciones con sus mujeres. Hay que
insistir en el hecho de que el matrimonio regio era, en el época, un
instrumento político de primer orden, además de un medio para asegurar
pacíficamente la sucesión al trono. Por todo ello, Ana Bolena, que sólo le
dio una hija viva (la futura reina Isabel I), cuando ya no servía para su
cometido, fue declarada culpable de adulterio y de traición al rey y se
anuló el matrimonio. Fue ejecutada en mayo de 1536.

El rey se casó al día siguiente con Jane Seymour, dama de la corte, que le
dio el ansiado hijo varón, y que reinaría con el nombre de Eduardo VI. Jane
de Seymour murió al año siguiente de sobreparto. El cuarto matrimonio
fue arreglado por Cranmer y Crommwell, deseosos de comprometer al rey
en la acción protestante que se venía desatando contra el emperador
Carlos V. Para ello la elegida fue una princesa alemana, Ana de Cleves.
Dicho matrimonio duró seis meses, y fue anulado por Cranmer. Crommwell
fue considerado culpable y responsable del fracaso, encerrado por traidor
y posteriormente ejecutado. El rey se volvió a casar con otra dama de la
corte, Catalina Howard, de dieciocho años de edad. Este matrimonio
tampoco tuvo suerte ya que fue acusada, parece que esta vez con
pruebas, de adúltera. Fue decapitada en el año 1542 con dos de sus
amantes. La sexta y última mujer tendría mejor fortuna. Catalina de Parra
llegó al matrimonio con experiencia, ya que era viuda dos veces. Demostró
tener habilidad en su trato con el rey, ya muy decaído y aquejado por todo
tipo de dolencias. Catalina le sobrevivió y aún se casó una cuarta vez, con
Thomas Seymour.

La imagen de Enrique VIII no parece agradable casi desde ningún ángulo


que se mire; sin embargo, fue un monarca inteligente, astuto y hábil.
Debajo de los forcejeos con Roma por los asuntos eclesiásticos, sostuvo
una lucha sorda por sustraer a su país del puro dominio del Papa. Tuvo
aprecio por las artes y se inclinó a protegerlas. Con todo, su conducta
estuvo dirigida siempre por la ambición y una crueldad extrema, que no se
paraba ante nada, si con ello lograba algo positivo para su política. Para
resaltar aún más su complejidad y evolución, baste decir que en el año
1517 escribió, como respuesta a los postulados protestantes de Martín
Lutero, una obra, titulada Defensa de los siete sacramentos, que le valió
ser nombrado por el papa León X Defensor de la fe. En esta obra, entre
otras muchas cosas, el rey señalaba que ?nunca se atreva un hombre a
separar lo que Dios ha unido?, ironías que proporciona la Historia.

Rey de Inglaterra, hijo de Enrique VIII y de Juana Seymour, nacido en 1538


y muerto en 1553.

Fue coronado en 1547 a la edad de nueve años, por lo cual se formó un


consejo de regencia dirigido por el conde de Hertfort, posteriormente
duque de Somerset, tío del joven monarca. El duque llevó a cabo una
política de persecución religiosa contra los católicos, lo que provocó
repetidas sublevaciones entre esta comunidad. Una de dichas revueltas le
costó la pérdida del favor real y su ajusticiamiento por parte de sus
enemigos. Le sucedió el duque de Northumberland, Dudley, que prosiguió
la política religiosa de su antecesor.

Por consejo de Dudley, el rey, a su muerte, dejó el trono a Juana Grey,


nieta de Enrique VIII y casada con uno de los hijos del favorito.

No fue más que un rey nominal, ya que siempre estuvo bajo el control de
sus distintos favoritos. Asistió indiferente a los acontecimientos que
sucedían en su reino. Enfermo de viruela, su muerte provocó una crisis
sucesoria, pues el pueblo no admitió a Juana Grey como reina.

REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Amplio proceso de cambios económicos, políticos y sociales que llevó a


los países de Europa Occidental a convertirse en sociedades industriales.
Iniciada por Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XVIII se extendió
luego a otros países -Bélgica, Holanda, Francia, los Estados Unidos,
Alemania, etc.- durante el curso de la siguiente centuria. La Revolución
Industrial no fue un proceso violento, como el de casi todas las
revoluciones políticas, sino un conjunto de cambios graduales y
acumulativos, que sin embargo significó una verdadera aceleración con
respecto al ritmo de las transformaciones de los siglos precedentes.
Desde el punto de vista tecnológico la Revolución Industrial se
caracterizó, en su primera fase, por el uso intensivo de la máquina de
vapor, lo que permitió multiplicar enormemente la cantidad de energía
disponible para la producción. Se inventaron y desarrollaron un sinnúmero
de máquinas, entre las cuales cabe citar especialmente la máquina de
hilar, generalizándose la producción y el empleo del hierro y, luego, del
acero. Estos cambios tecnológicos tuvieron dos efectos de gran
trascendencia: por una parte, se modificó completamente la organización
industrial, pasándose de un sistema de manufacturas basado en el trabajo
artesanal a la fábrica moderna, donde se concentraban un gran número de
obreros y se hacía uso intensivo de la división del trabajo; por otra parte,
la producción industrial se incrementó considerablemente, creando una
oferta de bienes manufacturados que no tenía precedentes y abaratando
estos productos de modo significativo.

La demanda de trabajo de las industrias nacientes impulsó la migración


de la población rural hacia las ciudades; una nueva clase de obreros
asalariados comenzó a crecer, hasta el punto de constituirse en muchos
países en la mayoría de la población. El campo, aunque despoblándose, no
redujo la oferta de productos agrícolas: ello fue debido en parte a los
nuevos instrumentos que la industria estaba en condiciones de proveer y,
en general, a una mejoría notable en las técnicas de producción que ya
venían modificándose desde tiempo atrás.

Las economías surgidas de la Revolución Industrial se caracterizaron, en


consecuencia, por un uso mucho más intensivo del capital que el que era
típico de las economías agrarias precedentes. La incorporación de capital
y la creación constante de nuevas tecnologías aumentó la productividad,
elevando el nivel de consumo de la población y desarrollando un amplio
mercado de bienes y servicios así como, más lentamente, un vigoroso
mercado de capitales.

Todos estos cambios se realizaron en el curso de unas pocas décadas,


transformando radicalmente la fisonomía de los países de Europa
Occidental y de los Estados Unidos. Pero el proceso no se detuvo: a
mediados del siglo XIX comenzó lo que algunos llaman una "Segunda
Revolución Industrial", o una segunda fase de la misma, caracterizada por
el auge de la producción de acero, el tendido de líneas férreas, los
adelantos de la industria química y, algo después, el uso extendido de la
electricidad. En realidad no tiene mayor sentido hablar de diversas fases o
revoluciones industriales, puesto que el proceso de desarrollo -una vez
logrado el impulso inicial- se ha desplegado de un modo ininterrumpido
hasta nuestros días. Tampoco parece adecuado extender el término de
revolución industrial a los procesos de cambio que se producen en
nuestros días en una multitud de países, pues las condiciones de partida
son muy diferentes a las de Inglaterra en 1750 y porque la industria ha
cambiado radicalmente desde aquellos años. Los procesos sociales, por
otra parte, guardan sólo una muy ligera semejanza con los que
prevalecieron durante el período que hemos reseñado. Por eso conviene
emplear, para los casos del presente, el término más abstracto y menos
restringido de industrialización.
Antecedentes

El nacimiento del capitalismo facilitó el desarrollo de las técnicas


modernas debido a que se estableció un sistema económico basado en el
dinero que fomentaba la búsqueda de beneficios económicos.

El cambio de una "economía de trueque" a una" economía de dinero" con


una estructura de crédito internacional (oro, cheques, letras de cambio)
desarrolló los hábitos científicos del pensamiento. La Ciencia y el dinero
eran la misma clase de poder: el poder de abstracción y de cuantificación.
Con ello se fomentaron los hábitos abstractos de pensamientos, intereses
pragmáticos y estimaciones cuantitativas.

Las máquinas, la producción fabril y la necesidad de nuevas armas para


equipar a los ejércitos provocaron demandas directas de capital.
Probablemente las máquinas no se hubieran inventado ni difundido tan
rápidamente sin el incentivo adicional del beneficio. La técnica tiene una
gran deuda con el capitalismo y con la acción bélica.

La época que precede a la revolución industrial se caracteriza por la


rápida difusión de los conocimientos a causa de la introducción de la
imprenta en Europa, por el desarrollo de nuevas armas debido a los
avances de la minería y de la industria metalúrgica y por la afluencia en
Europa de nuevos productos como consecuencia de los grandes
descubrimientos geográficos.

Nace también el espíritu científico y la ciencia en sentido moderno,


realizándose grandes avances en matemáticas, física, química y biología.
En relación a la tecnología, el progreso técnico dependía aún de la
utilización de métodos empíricos.

Después de 1750 la industria llega a una nueva fase, con una fuente de
energía, materiales y objetivos sociales diferentes. Esta revolución se
dirige hacia la cuantificación de la vida. El atraso industrial original de
Gran Bretaña ayudó a establecer su hegemonía en la fase paleotécnica,
primera fase de la revolución industrial. El trabajo ya no era algo
necesario para vivir, se convirtió en un fin.

La industria se trasladó a nuevos lugares, instalándose en suburbios o en


distritos rurales fuera del alcance de la legislación, donde no se conocía
otra tarea que el incesante trabajo. Las operaciones eran repetitivas y
monótonas, dentro de un ambiente sórdido. Los jornales disminuyeron
debido a la competencia de la máquina y nunca estuvieron muy por
encima de un nivel mínimo de subsistencia.

La fase paleotécnica alcanzó su punto culminante en Londres a mitad del


siglo XIX, en la primera Exposición Mundial celebrada en el nuevo Palacio
de Cristal de Hyde Park en 1851, una victoria aparente para el libre
comercio, la libre empresa, el invento libre y el libre acceso a todos los
mercados mundiales. Este período puede considerarse que se inició en
1700, en 1870 como su punto culminante y en 1900 como su punto
descendente. Pero es a partir de 1750 cuando realmente comienzan los
grandes cambios industriales, y se distinguen varias etapas diferenciadas
en relación al desarrollo industrial experimentado.

Etapas

1750-1792. Período de aceleración industrial

Comienza la revolución industrial en Gran Bretaña. Se caracteriza por el


desarrollo de la industria textil, las mejoras de Watt incorporadas a la
máquina de vapor y el crecimiento de la industria metalúrgica. Aunque la
revolución industrial se estuvo gestando años atrás, es en este período
cuando aparece en Gran Bretaña debido a una serie de gobiernos
estables, a guerras llevadas a cabo por profesionales que no dañan la
economía, a un comercio en expansión, a una clase media que puede
optar a un nivel de vida superior y aspirar a ser valorada en términos de
distinciones intelectuales, sociales y políticas. Adam Smith publica La
riqueza de las naciones, que representa el pensamiento del liberalismo
económico con su planteamiento sobre la naturaleza y las causas de la
riqueza de la naciones, formulando una teoría relativa al crecimiento
económico y la importancia de la producción, el comercio y el trabajo.

1792-1815. Período de las guerras napoleónicas

Con las guerras napoleónicas la revolución industrial se vio afectada por


la economía de guerra (no hay que olvidar que 1815 es el año de la batalla
de Waterloo); como consecuencia se desarrollan las industrias de
armamentos, la naval y la textil. Los sufrimientos que trae consigo la
guerra se asocian a la revolución industrial y surgen modificaciones en las
reglamentaciones legales como la supresión del sindicalismo. A medida
que la máquina de vapor sustituyó a la rueda hidráulica como fuente de
energía, el trabajo se concentró en las ciudades, dando lugar a zonas
urbanas que presentaban viviendas de un nivel de calidad muy bajo.

1815-1851. Período de Waterloo a la Gran Exposición

Las naciones europeas intentan seguir a Gran Bretaña en relación a los


avances de su industria. Se desarrolla el ferrocarril con una ampliación de
su red de comunicaciones, que fue el avance tecnológico promovido por
Gran Bretaña más significativo de la época, seguido por los Estados
Unidos. Los inventores americanos destacaron rápidamente en la tarea de
patentar diversos medios para ahorrar fuerza de trabajo. Esto se hizo
evidente en la Gran Exposición de 1851, donde los americanos llamaron la
atención con su segadora McCormick, la máquina de coser y el revólver
Colt.

1851-1871. Período de luchas nacionalistas

Este período se denomina así pues coincide con la guerra civil


estadounidense y diversas guerras europeas. En esta época Gran Bretaña
se convirtió en el taller del mundo, vendía todo lo que era capaz de
fabricar y mantenía la supremacía en la industria textil. La utilización,
cada vez mayor, del hierro y del vapor en la navegación amplió el campo
de acción de los fundidores de aquel metal y de los constructores de
maquinaria. La invención de un acero barato, gracias a los procedimiento
de Bessemer y de Siemens, permitió a Gran Bretaña forjar y trabajar un
nuevo material y aplicarlo en la construcción de raíles para el transporte
ferroviario, pues además un raíl de acero duraba diez veces más que uno
de hierro. John Stuart Mill publica Principios de Economía Política, donde
pone en duda que el progreso hubiera disminuido las penalidades de los
obreros, y de hecho estos tuvieron que esperar unos años para que los
salarios se incrementaran por encima de la subida de los precios; hasta
entonces realmente no se habían vistos favorecidos por la revolución
industrial.

1871-1900. La época del materialismo

Hacia 1900 el ferrocarril había cuadruplicado su red en el trascurso de


una generación con el fin de unir las grandes zonas continentales con los
numerosos puertos, en los que atracaban los buques de vapor, y a los
cuales el canal de Suez proporcionó una ventaja importante sobre los
veleros en relación al transporte intercontinental. El consumo mundial del
carbón se incrementó tan rápido como el kilometraje de vías férreas,
mientras que la sustitución del hierro por el acero como material básico
en la construcción de máquinas, barcos y edificios contribuyó a la
durabilidad de los bienes de la industria pesada, que se producían en
cantidades cada vez mayores. Surgen nuevas técnicas, como los grandes
avances de la electricidad y de la industria química. Se introduce el motor
de combustión interna, que va a proporcionar nuevas comodidades en el
transporte.

Fuentes de energía

El gran cambio en la población y la industria durante el siglo XVIII se debió


a la introducción del carbón como fuente de energía mecánica, que logró
medios que hicieron más efectiva la energía -la máquina de vapor- y
métodos para fundir y trabajar el hierro. El uso del carbón se generalizó
entre los distintos fabricantes de la época. A principios del siglo XVII se
intentó sustituir el carbón de leña por el carbón mineral en la producción
del hierro, siendo logrado por Darby en 1709. Gracias a este invento fue
posible el alto horno de gran potencia, aunque no se extendió su empleo
hasta el año 1760. Posteriormente se perfeccionó la fabricación del hierro
colado con la introducción de una bomba que proporcionaba al horno un
chorro más efectivo de aire, gracias a la bomba de vapor de Watt.

A finales del siglo XVIII, el carbón ocupó el lugar de las fuentes corrientes
de energía utilizadas para la iluminación. Como además el carbón podía
extraerse con antelación al momento de su uso y se podía almacenar,
situó a la industria fuera del alcance de la influencia de la meteorología, a
diferencia de lo que ocurría en el período anterior que dependía del viento
y del agua para la generación de energía. Al explotar a gran escala las
vetas de carbón, la industria empezó a vivir de la acumulación de energía
potencial, derivada de los helechos del período carbonífero. El capital en
forma de yacimientos de carbón, hizo girar alrededor del carbón y del
hierro a todo el organismo social y económico de la época.

En este momento, la industria dependía de la mina y ella fue la que


determinó los inventos y perfeccionamientos típicos de esta fase, tales
como la bomba de vapor, la máquina de vapor, la locomotora de vapor (en
las minas de construyeron vías con raíles de madera), el barco de vapor, la
escalera mecánica, el ascensor, etc. La mina respondía al modelo de
explotación capitalista, y la necesidad de una explotación más eficiente
que alcanzara vetas más profundas impulsaron el esfuerzo para idear una
bomba más poderosa, regular y accesible, para evacuar el agua de las
galerías, y de aquello surgió el proyecto de Tomás Savery cuya invención,
denominada el "Amigo del Minero", data de 1698. Papin trabajó sobre los
mismos aspectos y describió a su máquina como un medio nuevo para
crear energía motriz a bajo precio. Newcomen, en 1712, construyó un tipo
perfeccionado de la bomba, pero ineficiente pues perdía grandes
cantidades de calor con la condensación, aunque superaba en potencia a
cualquier otra máquina anterior. Watt incrementó la eficiencia creando
una cámara separada de condensación y utilizando la presión expansiva
del vapor. Las máquinas iniciales de Watt fueron todas bombas hasta que
en 1781 inventó una máquina rotatoria.

La mejora de Watt de la máquina de vapor exigió el perfeccionamiento en


la metalurgia. La técnica de la madera se perfeccionó en el material más
difícil y refractario, el hierro. La turbina hidráulica se desarrolló en 1832, y
se convirtió en el símbolo de la eficiencia.

La energía del vapor aumentó la superficie de las áreas urbanas, pues con
la integración del sistema de ferrocarriles y el incremento de los mercado
internacionales, la población tendió a aglomerarse en las grandes
ciudades.

Materiales

El hierro se convirtió en el material universal, su producción eficiente fue


la consecuencia de la gran demanda militar de este producto, surgiendo
mejoras en el procedimiento de obtención, como el procedimiento de
pudelación de Cort (1784), la descarbonización del hierro colado en un
convertidor oval de Bessemer (1856), el procedimiento Siemens-Martin
para fabricar acero,... Todo ello hizo posible equipar grandes ejércitos
(cañones, buques, etc.), mientras el ferrocarril facilitaba la comunicación
con el campo de batalla. La guerra se convirtió en un sector de producción
en masa a gran escala.

La principal virtud del hierro consiste en su resistencia y maleabilidad; es


resistente a compresión y a tracción. Como a gran escala el hierro exige
producción de energía, el hierro fundido no se obtuvo hasta el siglo XIV,
cuando los fuelles movidos por el agua hicieron posible la gran
temperatura necesaria para el alto horno. El martinete a vapor Nasmyth
(1838) fue uno de los pasos finales que facilitaron el trabajo de este
material.
Esta utilización del metal, fundamentalmente del hierro, no llegó antes
debido a que los metales existen generalmente como componentes de
minerales y estos, a su vez, son a menudo difíciles de encontrar y de
extraer. Además, la obtención de metales exige altas temperaturas
durante un tiempo considerable, son duros de trabajar, pues predominan
las operaciones de machacado: la piqueta, el acotillo, el triturador del
mineral, la máquina de machacar, el martinete a vapor. Por tanto se debe
o bien fundir o bien romper el material, con el fin moldearlo.

La industria

La máquina de vapor condujo al monopolio y a la concentración de la


industria, pues tanto ella como el carbón, su fuente de energía, eran
costosos. El funcionamiento durante veinticuatro horas, característico de
la mina y del alto horno, se trasladó a otras industrias, con el objeto de
rentabilizar las altas inversiones. Con la energía del vapor se tendió hacia
grandes instalaciones industriales y se aceptó la concentración y el
gigantismo como condición de funcionamiento, pues se suponía que la
eficiencia era razón directa del tamaño.

Por otra parte, la demanda de hierro para armamento llevó a la producción


en masa que exigió una fabricación cooperativa en una escala mucho
mayor, y cuyos efectos fueron el establecimiento de la técnica de partes
intercambiables, la estandarización en la fabricación de productos, la
división del trabajo, y en consecuencia la especialización. La presión de la
demanda militar aceleró la organización de la fábrica. La estandarización
y la producción en masa de mosquetes se iniciaron a finales del siglo
XVIII. En 1785, Le Blanc, en Francia, fabricó mosquetes con piezas
intercambiables, una gran novedad en la producción. En 1800, Eli Whitney,
produjo un arma estándar en su nueva fábrica de Whitneyville. Se dio un
paso parecido hacia la producción normalizada en la marina británica, de
forma casi simultánea. Todo ello sirvió de modelo a otras industrias.

La demanda a gran escala de mercancías totalmente estandarizadas


surge con el uniforme militar, usado en gran escala en el siglo XVII, por
primera vez. Las industrias textiles fueron las primeras en notar esta
demanda, y cuando Thimonnet inventó la máquina de coser en 1829, el
Ministerio de la Guerra francés fue el primero en utilizarla.

La especialización provocó que se volcaran los recursos, la energía y la


mano de obra en la industria y que se descuidara la agricultura. Una
localidad se dedicaba a la fabricación de un solo producto sin diversificar
la manufactura, y a causa de esta especialización, se incrementaron los
costes de transporte de los productos, y el cierre de una sola fábrica
llevaba al colapso de toda la comunidad local. El resultado fue una
industria insegura, una vida social desequilibrada y un empobrecimiento
de los recursos intelectuales.

Los requisitos del sistema fábrica eran la anulación de la destreza, el


cierre de toda ocupación alternativa a causa de los monopolios y la
imposibilidad del aprendizaje de un oficio debido a la especialización de
las tareas, que se convirtieron en operaciones meramente mecánicas. No
había otra norma que los grandes beneficios y para ampliar el margen de
ventas en un mercado competitivo, se redujeron los salarios, se alargó la
jornada laboral, se aceleraron los ritmos de producción y se disminuyó el
tiempo de descanso de los obreros y bajo la presión de la competencia, se
adulteraron los productos, como era el caso de la harina a la que se la
añadía yeso, de algunos alimentos a los que se les trataba con ácido
bórico y de la leche que para evitar que se agraria se la trataba con
líquido de embalsamar. Las máquinas eran cada vez más automáticas y se
intentaba producir toda cantidad de artículos que fuera posible vender con
beneficios, lo que llevaría, en principio, a abrir nuevos mercados.

Todo ello condujo a un desequilibrio entre agricultura y producción y a una


división del mundo en zonas productoras de máquinas y zonas productoras
de materias primas. Pero los países que fueron zonas de consumo
originales, rápidamente fueron capaces de producir artículos fabricados a
máquina, por lo que los países avanzados dejaron de estar a la cabeza,
pues el sistema máquina era universal.

En la instalación industrial se empleaba el método de ensayo y error,


debido a que el conocimiento científico estaba poco estimado,
predominando el hombre práctico. La industria carecía de toda
planificación, así como el mercado de la mano de obra y la ubicación de
las industrias. Además los secretos comerciales retrasaron la expansión
de conocimientos, que es la base de todo adelanto técnico.

Hubo un denominador común en todos los sectores, el aumento de


energía. El principal uso de la energía era disminuir el tiempo de
realización de los trabajos, pero el tiempo ahorrado se desperdició en la
producción desordenada, en paros derivados de las debilidades de las
instituciones sociales y en desempleo. En consecuencia, medido en
trabajo efectivo, la eficiencia real fue muy pequeña. Con el incremento de
energía y la aceleración del ritmo de trabajo, se ahorró en mano de obra, y
este ahorro se volvió a invertir en nuevas formas de explotación.

La primera marca de esta industria fue la polución del aire. Las fábricas
construyeron máquinas de vapor y chimeneas que no conservaban la
energía, se quemaban totalmente los productos de la combustión; no se
utilizaron los productos derivados de los hornos de coque ni se quemaron
los gases producidos en el alto horno. La máquina de vapor sólo era
eficiente en un 10%, el otro 90% se escapaba en radiación y parte del
combustible se esfumaba por la chimenea. Era inevitable el deterioro del
medio ambiente. En las industrias químicas de este período no se
combatió la contaminación del aire ni de las aguas, ni se alejaron estas
industrias de las zonas habitadas, de ellas salían polvo, humos, efluvios,
nocivos para el organismo humano. También se produjo la contaminación
de las aguas, se vertían productos de desecho químicos e industriales en
las corrientes de agua. Otra forma de contaminación fue el excremento
humano vertido sin consideración en los ríos y las aguas de las mareas sin
ningún tratamiento previo; se carecía de los más elementales medios
sanitarios.

Factor trabajo
El trabajador fue tratado como un medio para la producción mecánica
barata. La mano de obra era un recurso que se había de explotar. La
responsabilidad sobre la vida del trabajador y su salud terminaba con el
pago de su jornal por cada día de trabajo. Hacia la mitad del siglo XVIII el
artesano había sido reducido, en las nuevas industrias, a un mero
competidor de la máquina.

Los trabajadores carecían de los incentivos de los capitalistas de la


ganancia y la oportunidad social e intentaron modificar el sistema de libre
competición de salarios y contratación, su meta era el control del
mercado de la mano de obra, obteniendo una parte más amplia de los
costes de producción, pero no buscaban la participación en el negocio;
surgen de esta manera las agrupaciones sindicales.

A medida que aumenta el ritmo de ciertos procesos mecánicos, se


incrementaba el peligro para la salud y la seguridad en la industria. Con el
repentino crecimiento demográfico, la mano de obra apareció como un
recurso natural. Con la organización en gran escala de la fábrica se hizo
necesario que los obreros pudieran por lo menos leer los avisos que la
dirección les notificaba y a partir de 1832 se introdujeron medidas en Gran
Bretaña para proporcionar educación a los hijos de los trabajadores.

El elemento crucial de la degradación del trabajador fue la tremenda


intensidad del trabajo. Había nacido un nuevo tipo de personalidad, el
hombre económico, que sacrificó los placeres de la existencia civilizada
por el afán de poder y de dinero. La máquina desplazó cualquier clase de
valor, porque era por naturaleza el elemento más progresivo en esta
economía. El progreso sólo era posible con el incremento de la
producción, que llevaba a mayores ventas, y éstas a su vez eran un
incentivo para perfeccionamientos mecánicos y nuevas invenciones que
satisfacían las necesidades de la población. Así la lucha por el mercado
era el factor dominante para el progreso y el trabajo sólo era un producto,
cuyo valor variaba según la cantidad de otros trabajadores de los que se
dispusiera para realizar la misma tarea.

Comunicaciones

El sector del transporte sufrió cambios radicales debido a la aplicación de


la máquina de vapor en la navegación y en el ferrocarril. En los primeros
años del siglo XIX fue espectacular la utilización que se dio a las
máquinas de vapor fijas, y de esta aplicación nace la vinculación de las
máquinas de vapor al desarrollo de formas modernas de transporte.

El americano Robert Fulton, en 1807, logró el primer éxito comercial con


una máquina conducida al vapor mediante ruedas de paletas Clermont,
desde Nueva York a Albany. El primer barco a vapor europeo entró en
servicio en 1812, y era similar impulsado por una máquina similar a la de
Fulton.

El barco de vapor sufrió un cambio decisivo con la sustitución de las


ruedas de paletas por hélices. En 1842, la Marina de los Estados Unidos
introdujo en uno de sus barcos, el Princeton, un motor de hélice diseñado
para mantener toda la maquinaria del barco debajo de la línea de flotación
con objeto de lograr una mayor seguridad. Un año después el barco Great
Britain fue la primera nave de vapor que cruzó el océano Atlántico.

Los problemas para resolver la ubicación de la máquina de vapor dentro


de unos límites tan reducidos como los de los locomóviles por carretera y
por ferrocarril se resolvieron cuando Stephenson construyó la locomotora
Rocket, en 1814.

En el primer año del siglo XIX, Trevithick, sacó a la luz su primer carruaje
movido a vapor; ideó una combinación de la locomotora de vapor y de los
raíles, dado su convencimiento de la importancia que tendría en el futuro
este tipo de transporte tanto para mercancías como para pasajeros. En
1804, Trevithick diseñó una locomotora capaz de arrastrar una carga de
10 toneladas sobre raíles a lo largo de un recorrido de 15,5 Km y a la
velocidad de 8 km/h. Según se iba incrementando la fabricación y el uso
de las locomotoras, se fue perfeccionando su diseño, y a mediados del
siglo XIX, las velocidades habituales eran ya de 95 km/h. Uno de los
objetivos de los diseñadores de locomotoras fue el de economizar
combustible a base de usar máquinas de expansión múltiple, pues la
distancia que la máquina podía recorrer sin detenerse estaba limitada por
la cantidad de combustible y agua que podía llevar encima y la exigencia
de reducir la proporción peso-energía era constante. A finales del siglo
XIX, la expansión múltiple estaba totalmente implantada.

En la segunda mitad del siglo XIX, las locomotoras experimentan un


considerable incremento de tamaño, el uso de los modernos boogies de
cuatro ruedas contribuyó a alentar la construcción de locomotoras más
grandes y potentes, así como los frenos Westinghouse utilizados por
primera vez en 1868 en trenes americanos de pasajeros. En la segunda
mitad del siglo XIX la máquina de vapor se adueñó del mundo civilizado, la
red de comunicaciones atendida por los barcos de vapor y el ferrocarril se
iba ampliando día a día.

Capital y Banca

El cambio industrial y económico tan profundo experimentado en este


período requirió fuertes sumas de capital, lo que trajo consigo el
desarrollo de la Banca y la organización del crédito. La moneda metálica,
fabricada en metales como oro, plata y cobre, seguía existiendo, pero
había mayor demanda de ella, y hasta mediados del siglo XIX, con el
descubrimiento de nuevos yacimientos de estos metales, no se producían
en cantidad suficiente, según la demanda del mercado.

Se emitía también papel-moneda o moneda fiduciaria, a cargo de bancos


de emisión con garantía estatal. Este papel-moneda era convertible en
monedas de oro o plata en cualquier momento. De hecho, los bancos
estaban obligados a mantener una reserva de oro y plata para garantizar
dicha conversión y facilitar así su empleo. Con ello, los bancos
controlaban el capital y de esta forma las industrias, pues ellas tienen que
acudir a estas instituciones para obtener los créditos.
Transformaciones sociales

El desarrollo industrial y económico trajo consigo una profunda


transformación social; aparece de hecho la sociedad de clases, donde
predomina la burguesía. Dentro de ella, se diferencia la gran burguesía,
formada por los banqueros industriales, y los grandes comerciantes y
funcionarios, que controlan las nuevas actividades económicas; la
burguesía media, constituida por intelectuales y funcionarios, y la
pequeña burguesía formada por los pequeños comerciantes e industriales.
Existe también la clase popular, integrada por los campesinos,
habitualmente analfabetos, y por los obreros industriales, explotados,
fundamentalmente en la primera fase de la revolución industrial.

Otros avances fundamentales

Además se sucedieron una serie de importantes avances en esta fase,


como consecuencia de todos los acontecimientos descritos:

- Se impuso el tiempo estándar definitivamente en 1885, dividiéndose el


planeta en una serie de zonas horarias.
- Se desarrolló tecnológicamente el sector ferroviario, que, como
consecuencia, fue el primero en beneficiarse de la electricidad con el
empleo del telégrafo, lo que hizo posible un sistema de señalización a
larga distancia y de control remoto.
- Se aplicó, aunque de forma esporádica, la ciencia a la producción
industrial, fundamentalmente en el perfeccionamiento de los engranajes.
- Se llevaron a cabo realizaciones mecánicas, como el perfeccionamiento
de las principales máquinas-herramientas (taladradora, cepilladora,
torno), se crearon vehículos accionados por energía, apareció la prensa
rotativa, se incrementó la capacidad de producir, transformar y manipular
el metal, se empleó el hierro a gran escala. La más importante de todas
las máquina-herramientas, es el torno; su conjunto de rueda y eje, se
considera el adelanto técnico que caracteriza la Edad Moderna, pues
permitió el paso de los movimientos alternativos a los movimientos
rotatorios. Sin una máquina para tornear cilindros, tornillos, pistones,
instrumentos perforadores, sería imposible crear otros instrumentos de
precisión: la máquina-herramienta hizo posible la máquina moderna.

Sistema mecánico de combustión externa y movimiento alternativo que


transforma la energía térmica en energía mecánica, normalmente con el
objeto de mover algún aparato. Es una máquina térmica que como tal se
rige por los principios de la termodinámica. Véase Máquina térmica.

Es, por tanto, un sistema compuesto por dos subsistemas, el subsistema


máquina y el subsistema focos, entre los que se produce un intercambio
de calor. Su funcionamiento básico es el siguiente: en una caldera se
calienta un líquido hasta que se vaporiza y pasa a alta presión a un
cilindro donde hay un émbolo que admite y expulsa vapor
alternativamente, de forma que adquiere un movimiento de vaivén que es
recogido por una mecanismo de biela-manivela articuladas entre sí, el
cual comunica movimiento a una rueda o volante.

Historia de la máquina de vapor

En el siglo XVIII, la creciente utilización de la máquina de vapor estuvo


relacionada con el consumo de carbón, pues una de las funciones más
importantes de esta máquina fue la de bombear agua fuera de las minas
de carbón y posteriormente el transporte de este mineral mediante las
locomotoras de vapor. De hecho, en Inglaterra la producción de carbón
creció espectacularmente a partir de 1700 debido a las necesidades de
las máquinas de vapor, como muestran los siguientes datos:

Avanzada la Edad Moderna, en concreto en el siglo XVII, se produjeron una


serie de experimentos que constituyeron los fundamentos de la máquina
de vapor.

El italiano Evangelista Torricelli (1608-1647) enunció, en 1644, que la


presión atmosférica era igual a la ejercida por una columna de mercurio
de 760 milímetros de altura aproximadamente, por tanto la presión de la
atmósfera sería menor a medida que aumentase la altitud sobre el nivel
del mar. Esta teoría fue comprobada experimentalmente en 1647.

El físico alemán Otto von Guericke (1602-1686) en otro experimento mostró


que cuando se creaba un vacío parcial bajo un émbolo de grandes
dimensiones introducido en un cilindro, la fuerza sumada de cincuenta
personas no podía evitar que la presión atmosférica llevase el émbolo al
fondo del cilindro.

Los experimentos mencionados y otros que se produjeron a lo largo de


este tiempo hicieron surgir la idea de que si se pudiese encontrar un
medio sencillo para crear el vacío repetidas veces se podría utilizar la
presión atmosférica como fuente de energía. De hecho, las primeras
máquinas de vapor fueron denominadas máquinas atmosféricas, ya que la
presión de la atmósfera era la que proporcionaba la fuente motriz.

En 1680 el holandés Christian Huygens (1629-1695) ideó una máquina en


la que se hacía explotar pólvora en un cilindro cerrado por un pistón. Al
prender fuego a la pólvora, la mayoría de los gases calientes en que se
convertía, junto con parte del aire que originalmente estaba en el interior
del cilindro, dilatado por el calor, eran expulsados a través de válvulas de
escape. Al enfriarse las válvulas se cerraban y se creaba un vacío parcial
en el interior del cilindro. Una vez frío, el gas ocupaba un espacio mucho
menor que cuando estaba caliente, luego la presión atmosférica llevaba al
pistón hacia el fondo del cilindro. No obstante, este procedimiento poseía
una serie de desventajas, tales como:

- Se originaban considerables residuos de gas en el interior del cilindro,


que provocaban que sólo se lograra un vacío parcial.
- Era peligroso volver a cargar el cilindro con pólvora.
Por la razones que anteceden, el francés Denis Papin (1647-1712) dirigió
su atención hacia el vapor del agua y en 1690 expuso el modo de actuar
de las primeras máquinas de vapor, de la siguiente forma: "Como el agua
goza de la propiedad de que una pequeña cantidad de ella transformada
en vapor por medio del calor tiene una fuerza elástica similar a la del aire
y por medio del frío se transforma de nuevo en agua, de manera que no
queda ni rastro de aquella fuerza elástica, se pueden construir máquinas
en cuyo interior, por medio de un calor no demasiado intenso y a bajo
costo, se pueda producir el vacío perfecto, que de ningún modo se podría
conseguir utilizando la pólvora".

Estas ideas fueron puestas en prácticas por el propio Papin, quien


construyó una máquina que consistía en un tubo vertical de unos 63
milímetros de diámetro, cerrado por la parte inferior, que contenía un
émbolo con un vástago. Se ponía un poco de agua en el fondo del cilindro y
a continuación se introducía el émbolo y se calentaba la parte inferior del
tubo para hacer hervir al agua. Así se generaba el vapor que hacía
elevarse al émbolo, el cual se sostenía en el punto más alto de su
recorrido por medio de un pasador. Entonces se enfriaba el aparato, lo que
hacía que el vapor se condensara para convertirse otra vez en agua,
creando el vacío debajo del émbolo. Al quitar el pasador, el émbolo era
empujado hacia el fondo del cilindro por la fuerza de la presión
atmosférica. Con esta experiencia, Papin estableció el siguiente principio:
"es posible utilizar vapor para mover un émbolo hacia arriba y hacia abajo
en el interior de un cilindro". Dicho principio fue trasladado a la práctica
por Savery, Newcomen y Smeaton.

Thomas Savery construyó la primera máquina de vapor utilizable, conocida


como la "máquina de fuego" o "el amigo del minero". Fue utilizada en los
primeros años del siglo XVIII para bombear agua a grandes edificios o a
ruedas hidráulicas. Pero la altura máxima a que podía elevar agua no era
suficiente como para permitir su uso en el drenaje de las minas. En un
intento de aumentar la altura, Savery utilizó vapor a alta presión, es decir,
vapor a una presión entre 8 y 10 atmósferas, para tener la posibilidad de
elevar el agua unos 90 metros. Sin embargo, este tipo de máquina
presentaba problemas de construcción y tuvo que transcurrir una centuria
para que las máquinas de vapor a alta presión fueran de uso común.

El inglés Thomas Newcomen (1663-1729) adoptó el cilindro y el pistón


propuestos por Papin. Su máquina se movía sólo por la presión
atmosférica, por lo que fue fácil de construir. Con ella se logró extraer
aproximadamente 45 litros de agua de una profundidad de unos 46 metros
por medio de una serie de bombas de extracción escalonadas, lo que
equivale a unos 5,5 cv frente a 1 del "amigo del minero" de Savery. Cabe
señalar que su eficacia estaba limitada por el hecho de que a principios
del siglo XVIII era imposible asegurar que el interior de un cilindro iba a
ser perfecto, algo que se necesitaba en los cañones y bombas de agua si
superaban los 18 centímetros de diámetro.

En 1767 Smeaton inició un estudio científico sobre el rendimiento de una


máquina de vapor, medido en términos de la cantidad de agua que podía
levantar a 0,3 metros de altura por cada bushel (36,3 decímetros cúbicos).
Descubrió que el rendimiento medio era entonces de unos 4 millones de
metros por kilogramo, y con la ayuda de una máquina especial para
barrenar cilindros procedió a diseñar un cierto número de máquinas
mucho más eficaces con cilindros de gran tamaño. En 1774 había logrado
duplicar el rendimiento.

James Watt (1736-1819), ingeniero mecánico escocés, se dio cuenta de


que la causa principal del mal funcionamiento de la máquina de
Newcomen era el hecho de tener que enfriar el cilindro, con objeto de
condensar el vapor, entre movimiento y movimiento del pistón, luego, si se
pudiese mantener el cilindro siempre caliente, se podría esperar una gran
mejora de su rendimiento. Watt dedujo que al ser el vapor un cuerpo
elástico se precipitaría a ocupar cualquier vacío y que si se establecía una
comunicación entre el cilindro y un recipiente en cuyo interior se hubiese
hecho el vacío, el vapor pasaría del cilindro a este recipiente, en donde se
podría condensar sin necesidad de enfriar el cilindro.

La innovación más importante de la máquina de Watt es su condensador


independiente, aunque también introdujo otras mejoras. La máquina
fabricada en 1788 funcionaba de la siguiente manera: el cilindro se
mantenía a una temperatura elevada por medio de un baño de vapor y
existía un condensador independiente vaciado por medio de una bomba de
aire. Cuando el pistón alcanzaba el punto más elevado de su recorrido, la
válvula de escape se abría, y de forma simultánea se hacía entrar vapor
por medio de otra válvula de admisión en el espacio comprendido entre el
pistón y la parte superior del cilindro. La presión de vapor y la presión
atmosférica combinadas hacían descender el pistón. Cuando el pistón
alcanzaba el punto inferior de su recorrido, las dos válvulas anteriores (la
de admisión y la de escape) se cerraban y se abría una válvula de
equilibrio. Todo ello servía para igualar la presión a ambos lados del
pistón, que entonces era llevado de nuevo a la parte más alta de su
recorrido por el peso del vástago de la bomba de agua.

Las mejoras introducidas por Watt son las siguientes:

1) La innovación de la máquina de doble efecto, que la hacía doblemente


potente por medio de la inyección alternativa de vapor a cada lado del
pistón, llevó a Watt a inventar en 1782 el mecanismo del "paralelogramo
articulado". El problema a resolver era la transmisión del impulso del
pistón, en su camino hacia arriba, al balancín. La cadena que hacía
descender al balancín en la máquina de simple efecto no servía para este
propósito, puesto que era necesaria una conexión rígida para empujar al
balancín hacia arriba y no se podía unir directamente el balancín al
pistón, dado que mientras el segundo se movía siempre en línea recta, el
extremo del balancín describía un arco.

2) La segunda innovación fue usar la fuerza expansiva del vapor, cortando


su entrada al poco de haber iniciado su recorrido el pistón y dejando que
el resto del trabajo lo hiciese su fuerza de expansión.
3) Un regulador para gobernar la entrada de vapor y mantener la máquina
funcionando a una velocidad regular.

Las mencionadas innovaciones y otras más triplicaron el rendimiento de


las bombas de agua, en relación a las de Smeaton.

Watt conquistó el campo industrial añadiendo una nueva innovación, una


máquina capaz de producir un movimiento rotativo. Desarrolló un
engranaje planetario, en el que la rueda planetaria, unida al extremo del
vástago del pistón, se movía alrededor del parámetro del piñón central,
unido éste al extremo del balancín. En 1784, se construyó una máquina de
este tipo, de una potencia de 10 cv.

En 1802 Richard Trevithick construyó una máquina de bombeo de pequeño


tamaño pero de gran potencia, con una caldera de hierro colado cuyas
paredes medían unos 38 milímetros de espesor, y lograba una presión de
10 kilogramos por centímetro cuadrado, es decir, diez veces la presión de
la atmósfera. En 1800 había construido una máquina de doble efecto y alta
presión para extraer minerales en Cornualles. En 1804 construyó la
primera locomotora para ferrocarril.

Locomotora de vapor.

La máquina "Cornualles" se usó hasta finales de siglo para trabajos de


bombeo y para múltiples aplicaciones industriales, tales como la
laminación de hierro, la molienda de cereales y la fabricación de azúcar.
En 1844 el rendimiento de esta máquina era de unos 45 millones de
metros por kilogramo por cada 36,3 decímetros cúbicos de carbón, frente
a los 4 millones de metros por kilogramo que rendía una máquina de
Newcomen en 1767.

Otra vía de progreso fue la de las máquinas de expansión múltiple, pero no


se usó hasta entrado el siglo XIX.

En los primeros años del siglo XIX fue espectacular la utilización que se
dio a las máquinas de vapor fijas, como la aplicación de las máquinas de
vapor al desarrollo de formas modernas de transportes.

El tamaño y el peso de las primeras máquinas de vapor serían los


causantes de que las primeras aplicaciones del vapor al transporte se
hiciese sobre barcos. En los barcos se necesitaba un centro de gravedad
muy bajo para lograr la estabilidad y el enorme balancín de las primeras
máquinas de vapor estaba colocado a gran altura, por lo que se necesitó
una modificación en el diseño que situase el balancín a menor altura. Se
necesitaban máquinas marinas que ofrecieran tamaño reducido, eficacia y
seguridad.

En 1807 el americano Robert Fulton logró el primer éxito comercial con


una máquina que conducía al vapor de ruedas de paletas Clermont de
Nueva York a Albany. El primer barco a vapor europeo entró en servicio en
1812 y era similar a la máquina de Fulton, pues tenía un par de balancines
situados a muy baja altura a ambos lados del cilindro vertical.

En 1837 se introdujeron las máquinas verticales de acción directa, en las


que la longitud adecuada de la bielas se consiguió por medio de los más
diversos artificios, entre ellos la eliminación del vástago del pistón,
uniendo directamente las dos bielas laterales a la parte superior del
émbolo.

El barco de vapor sufrió un cambio decisivo con la sustitución de las


ruedas de paletas por hélices. Para este nuevo método de propulsión se
necesitaba una velocidad de rotación relativamente elevada, de forma que
en los vapores de hélice la transmisión al eje propulsor debía ser objeto de
una multiplicación.

En 1842 la Marina de los Estados Unidos introdujo en uno de sus barcos,


en concreto en el Princeton, un motor de hélice, diseñado para mantener
toda la maquinaria del barco debajo de la línea de flotación con objeto de
lograr una mayor seguridad. Un año después, el barco Great Britain fue la
primera nave de vapor que cruzó el océano Atlántico.

En 1784 Watt patentó una máquina de pistón tubular o troncal, en la cual


la biela estaba unida directamente al pistón. Esta máquina fue muy
utilizada a mediados del siglo XIX a causa del importante ahorro de
espacio transversal que suponía. Cuando los barcos de guerra
comenzaron a estar equipados con blindaje lateral, la máquina vertical
invertida se convirtió en la más empleada en este tipo de barcos.

Las máquinas de triple expansión empezaron a utilizarse durante la


década de 1870, trabajando a una presión de 10,5 kg/cm², mientras que en
1900, para la utilización más económica del combustible, con presiones
superiores a 12,5 kg/cm², se consideraba imprescindible el uso de las
máquinas de cuádruple expansión.

Los cambios introducidos en los diseños de las máquinas de vapor, sobre


todo en el uso de presiones más elevadas, originaron las correspondientes
modificaciones en las calderas que las alimentaban. Los problemas
básicos fueron cómo aumentar la eficacia de las calderas y cómo obtener
el suficiente vapor a presiones cada vez más altas para mantener el ritmo
de desarrollo de las máquinas de vapor. Las dificultades causadas en los
primeros momentos por la corrosión se vieron reducidas cuando los tubos
de hierro fueron sustituidos por tubos de acero. La sustitución de los tubos
de hierro por otros de cobre mitigó los problemas, pero no hubo solución
satisfactoria hasta 1834, cuando Samuel Hall introdujo el condensador de
superficie que proveía de agua estilada para alimentar la caldera.

Fue realmente complicado resolver el problema de acomodar la máquina


de vapor dentro de unos límites tan reducidos como los de los locomóviles
por carretera y por ferrocarril. Los problemas básicos fueron resueltos en
la locomotora "Rocket" de Stephenson.
En el primer año del siglo XIX, Trevithick sacó a la luz su primer carruaje
movido a vapor. Para mantener caliente el cilindro vertical lo sumergió a
medias en la caldera; la transmisión se efectuaba por medio de una biela
conectada desde el vástago del pistón a las ruedas traseras. La máquina
incluía un proceso especial inventado por el propio Trevithick que
consistía en expulsar el vapor de exhaustación por la chimenea para
incrementar el tiro de ésta. Trevithick introdujo también un manómetro y
una válvula de seguridad en la caldera.

Trevithick ideó una combinación de la locomotora de vapor y los raíles,


dado su convencimiento de la importancia de este tipo de transporte no
sólo para mercancías sino también para pasajeros.

En 1804 Trevithick diseñó una locomotora capaz de arrastrar una carga de


10 toneladas sobre rieles de hierro colado a lo largo de un recorrido de
15,5 kilómetros, a la velocidad de 8 km/h. Al año siguiente, se construyó
una máquina similar para una mina de carbón de Tyneside, que constituyó
un acontecimiento de especial relevancia, pues sería en esta zona
industrial del norte de Inglaterra donde Stephenson pondría en marcha por
primera vez su "máquina ambulante", denominada Blucher, con idéntico
objetivo.

Según se iba incrementando la construcción y uso de las locomotoras, se


fue perfeccionando su diseño. Así, Marc Seguin patentó la caldera
multitubular y Henry Giffard fue el responsable de los primeros inyectores.
A mediado del siglo XIX, los ingenieros de locomotoras de vapor de todo el
mundo basaban su trabajo bien en un bastidor de chapa característico de
las locomotoras de vapor inglesas o bien en tipo de bastidor de barras
elaborado en Estados Unidos. Entonces las velocidades habituales eran de
95 km/h.

Uno de los objetivos de los diseñadores de locomotoras fue el de


economizar combustible a base de usar máquinas de expansión múltiple,
pues la distancia que la máquina podía recorrer sin detenerse estaba
limitada por la cantidad de combustible y agua que podía llevar encima y
la exigencia de reducir la proporción peso-energía era constante. A finales
del siglo XIX, la expansión múltiple estaba totalmente implantada.

En la segunda mitad del siglo XIX las locomotoras habían experimentado


un considerable incremento de tamaño; las primeras locomotoras rápidas
con seis bogies acoplados aparecieron en Italia en 1884. En Inglaterra se
introdujeron en 1859 las ruedas motrices acopladas que proporcionaron
un mejor agarre sobre raíles y el uso de modernos bogies de cuatro
ruedas, con amplia la base y pivote lateral, contribuyó a alentar la
construcción de locomotoras más grandes y potentes, a lo que
contribuyeron los frenos Westinghouse usados por primera vez en 1868 en
trenes americanos de pasajeros.

En la segunda mitad del siglo XIX la máquina de vapor se adueñó del


mundo civilizado. Entre 1840 y 1880, la potencia de las máquinas de vapor
instaladas en el mundo pasó de 2 millones a 28 millones de cv. Año tras
año se extendía a nuevos países, nuevas industrias, nuevos servicios. A
modo de ejemplo se puede mencionar que, en 1860, se transformaron por
completo las bombas contra incendios y la red de comunicaciones servida
por los barcos de vapor, y el ferrocarril se ampliaba y unificaba en las
áreas civilizadas. No obstante, no hubo cambios significativos en la
máquina de vapor como tal, exceptuando la introducción de la turbina de
vapor a finales de siglo.

Sí se mejoró en el diseño, en los materiales y en los métodos de


manufactura, lo que dio como resultado una proporción energía/peso más
favorable y un uso más económico del combustible, el desarrollo de la
industria de las máquinas-herramienta también tuvo profundas
consecuencias. El progreso se apoyaba también en la creciente eficacia
de la maquinaria a la que iba conectada la fuerza motriz como en el caso
de la sustitución de la rueda de paletas por hélices en los barcos de vapor.

En el último cuarto del siglo XIX se hicieron necesarias máquinas que


desarrollasen altas velocidades capaces de impulsar dinamos. En
Inglaterra, P.W. Willans ideó una máquina de expansión múltiple, con los
cilindros de alta presión en su parte superior, de simple efecto y
movimiento muy uniforme, en la que el vapor era distribuido por un
sistema nuevo de válvulas de pistones verticales que se movían arriba y
abajo en el interior del vástago del pistón, que era hueco y con una serie
de lumbreras abiertas en su superficie. Willans fue el precursor de la
normalización, elaborando piezas de máquinas con un error menor de
0,025 mm y haciendo que el cilindro de alta presión para una máquina de
un tamaño determinado correspondiese exactamente al cilindro de baja
presión de la otra; pistones, juntas, válvulas y otras muchas piezas
también eran intercambiables. Entre 1890 y 1900 fueron construidas
muchas máquinas de este tipo para mover generadores eléctricos y a
finales de siglo el máximo de potencia había subido hasta 2.400 cv.

Las máquinas con condensación de vapor de escape y triple expansión, de


mayor tamaño, que utilizaban vapor recalentado, podían desarrollar hasta
2.900 cv en las proximidades del año 1900, pero para entonces ya se
encontraba en funcionamiento la turbina de vapor y había empezado el
declinar de las grandes máquinas de vapor alternativas.

Sistema de la empresa que transforma una serie de recursos en


bienes o servicios de la manera más eficiente posible, y con una calidad
que satisfaga las expectativas de los clientes. Estos recursos son los
materiales, la mano de obra, el capital, la energía, la información y la
tecnología. La ejecución de cada tarea para la conversión de las entradas
del proceso en productos se lleva a cabo por trabajadores, herramientas,
máquinas o máquinas automáticas La diferencia entre ellas es que la
herramienta se acciona mediante la fuerza muscular del trabajador y es él
quien decide sobre su propio trabajo, marca el ritmo de producción y
controla los resultados que obtiene. Cuando la máquina realiza la tarea
surge la mecanización o la automatización; si la acción la controla el
trabajador es mecanización y cuando la controla la propia máquina e,
incluso, corrige sus propios errores se denomina automatización.
Existen una serie de aspectos que han sido claves para la evolución del
sistema productivo:

1. La división del trabajo: es la especialización del trabajo en una sola


tarea; al asignar una
tarea a un trabajador aumenta la productividad y la eficiencia. Las
ventajas que se logran con ello son:

- la disminución del tiempo de aprendizaje de una tarea.


- la reducción del gasto de material durante el período de aprendizaje.
- la eliminación del tiempo empleado en el cambio de una tarea a otra.
- el logro de elevados niveles de habilidad personal.
- la posibilidad de encontrar el puesto más idóneo a cada persona.

2. La estandarización: es la universalización de la forma, composición o


diseño del producto, y es conveniente llevarla a cabo para que las partes
puedan ser intercambiadas; una de las primeras estandarizaciones surgió
en la fabricación de mosquetes en el siglo XVIII.

3. La mecanización: se refiere a la sustitución a gran escala de la fuerza


humana por la máquina, que cobró especial importancia a raíz de la
revolución industrial y el desarrollo de la máquina de vapor.

4. El estudio científico del trabajo: consiste en la aplicación del método


científico para encontrar el mejor sistema de trabajo. El primer estudio de
este tipo fue desarrollado por Frederick W. Taylor en 1911, cuando observó
cómo realizaba su tarea cada trabajador, primero en la Midvale Steel
Company y posteriormente en la Bethlehem. Reunió hechos y mediciones y
proporcionó un fundamento científico para diseñar y ejecutar los trabajos;
primero analizaba el trabajo y luego lo rediseñaba basándose en sus
componentes, como métodos, equipo y tiempos estándar, con momentos
de descanso y tomando en cuenta los retrasos inevitables. Después se
buscaba a la persona más idónea para llevar a cabo dicha tarea, con lo
que se logró aumentar la productividad. Posteriormente, Frank y Lillian
Gilbreth aplicaron a la industria el estudio de movimientos, descubriendo
17 tipos de movimientos distintos que analizaron buscando la forma de
acortar el tiempo requerido para cada uno.

El método científico se basa en los siguientes puntos:

- observación de los métodos de trabajo actuales.


- desarrollo de un método mejorado a través de la medición y análisis
científico.
- formación de los trabajadores en el nuevo método.
- retroalimentación constante y gestión del proceso de trabajo.

5. El factor humano: se refiere a todo lo relativo a la formación y


motivación de los trabajadores. La preocupación por estos aspectos
surgió en la década de los 30 en Estados Unidos, cuando Elton Mayo
realizó una serie de estudios en la Western Electric, concluyendo que la
mejora de la productividad dependía de la motivación de los trabajadores,
así como del ambiente en el que desarrollasen su trabajo.
6. Los modelos cuantitativos: dentro del sistema de producción se pueden
tomar decisiones con la ayuda de métodos cuantitativos, que no son más
que la representación de un conjunto de ecuaciones matemáticas de una
serie de variables, junto con las restricciones a las que están sometidas.
Estos modelos persiguen encontrar soluciones óptimas (métodos
optimizadores) o satisfactorias (métodos heurísticos). Uno de los primeros
modelos empleados fue el de la cantidad económica de pedido para la
gestión de inventarios, desarrollada por F. W. Harris en 1915, y que fue
difundido por un consultor llamado Wilson. En 1931 Shewhart desarrolló
modelos estadísticos para el control de procesos. En 1947 George
Dantzing desarrolló el método simplex de programación lineal, y poco
después, ya en la década de los 50, surgieron los modelos de simulación
por ordenador.

7. Los ordenadores: la utilización de los ordenadores supuso un cambio en


toda la gestión de la producción. Su uso se ha extendido a todas las áreas,
desde el diseño por ordenador, la fabricación asistida, la gestión de
inventarios, el control de calidad, etc. Con ello, ha sido posible la
automatización de los sistemas productivos, lo que ha posibilitado la
obtención de productos de gran variedad en una misma fábrica que, a su
vez, puede satisfacer una demanda cambiante.
[anterior-siguiente]

Desde la Antigüedad hasta la revolución industrial

En la Antigüedad ya existían ciertos sistemas de producción concebidos


prácticamente como fábricas, lugares en los que se hacían ciertos
artículos de consumo habitual en aquel entonces, como el bronce, textiles
y vidrio. De ello se han encontrado indicios en Grecia, Roma y en ciudades
del próximo Oriente, como Tiro. La división del trabajo se practicaba ya en
la Antigua Grecia, donde había trabajadores dedicados exclusivamente a
la tarea de afilar los cinceles de piedra. No obstante, la producción de
diferentes productos se llevaba a cabo de forma artesanal.

A partir del siglo XI, en Europa se recopilaron un conjunto de adelantos


técnicos dispersos de otras civilizaciones que favorecieron la
mecanización. La imprenta fue modelo para los futuros instrumentos de
reproducción, pues la hoja impresa fue el primer producto totalmente
estandarizado, manufacturado en serie y los mismos tipos móviles fueron
el primer ejemplo de piezas del todo estandarizadas e intercambiables.
Este período se caracteriza por la disminución del uso de personas como
principales motores y la separación de la producción de energía de su
aplicación inmediata. La herramienta dominó la producción. El molino de
agua y de viento se usaron para generar energía en diversos sectores
(producción de pasta de papel, herrerías, serrerías, hilatura de seda).

El desarrollo de esta energía eólica e hidráulica alcanzó su apogeo en


Europa durante el siglo XVII; no obstante, es difícil estimar cuánta de esta
energía se aplicó a la producción. Aunque el suministro de agua y de
viento estaba sometido a los caprichos del clima local, se podían
comparar con las actuales suspensiones causadas por las variaciones de
las necesidades de mano de obra, las huelgas, los cierres de fábricas y la
superproducción. De hecho, el mayor progreso técnico tuvo lugar en
regiones con abundantes suministros de agua y viento. La energía era
libre, por lo que, una vez construido el molino, no había que añadir nada al
coste de producción.

Un efecto directo sobre la técnica fue la creación de la fábrica, pues


proporcionó una organización social adecuada para la explotación de la
máquina. Hasta el siglo XIX, las fábricas se denominaban molinos, pues
nacieron de la aplicación de la energía hidráulica a los procedimientos
industriales. Consistían en un edificio central, separado del hogar y del
taller del artesano, donde se podían reunir grandes grupos de personas
para realizar las operaciones industriales con el beneficio de la
cooperación conjunta. En el siglo XVIII, las fábricas ya habían alcanzado la
base de operaciones a gran escala en Suecia, especialmente en la
manufactura de ferretería. La fábrica simplificó la recogida de materia
prima y la distribución de los productos terminados, y facilitó la
especialización de los conocimientos y la división de los procedimientos
de producción. A su vez, proporcionó un lugar de reunión a los
trabajadores, permitiendo superar el aislamiento del artesano cuando la
estructura gremial se desorganizó.

La fábrica tenía un doble fin:

- estructural: sirvió de centro de integración social e hizo posible una


coordinación eficiente de producción industrial, que sería muy valiosa
bajo cualquier orden social.
- económico: facilitó la inversión capitalista en forma de compañía con
capital social.

La manufactura, es decir, la labor a mano organizada, repartida y


realizada en grandes establecimientos con o sin máquinas, dividió el
proceso de producción en una serie de operaciones especializadas que
eran efectuadas por un trabajador, cuya destreza aumentaba a medida
que su función se limitaba. Todo ello dividió el proceso de trabajo en una
serie de movimientos humanos simplificados que podían transformarse en
operaciones mecánicas, y el resultado fue la deshumanización en el
trabajo. Los nuevos procedimientos ahorraban mano de obra y disminuían
la cantidad e intensidad del trabajo manual, como consecuencia de la
sustitución del trabajo manual por energía hidráulica. Para juzgar este
progreso es necesario comparar qué cantidad de energía se dedicó a la
producción de mercancías duraderas. En este período, lo que faltó en
energía se suplió con el tiempo: sus obras tenían duración.

Las nuevas industrias tendieron a escapar a los reglamentos de


producción de los gremios y del Estado. Los avances mecánicos se
desarrollaron ajenos a las mejoras en las condiciones de trabajo
introducidas por los gremios artesanales, y estos, a su vez, iban perdiendo
fuerza debido al crecimiento de los monopolios capitalistas. La máquina
tendía a formas de explotación humana. En las industrias textiles, eje de
la economía en esta época, se evidenció lo anterior, en el desarrollo
técnico y en la degradación de la mano de obra. Desapareció el sistema
gremial y apareció el trabajador asalariado. Esta fue la razón por la que
finalizó la disciplina interna del taller, administrado por maestros y
oficiales a través de un sistema de aprendizaje (enseñanza tradicional) y
la inspección conjunta del producto. Mientras tanto, comenzaba la
disciplina externa, impuesta por el trabajador especializado y el fabricante
en el interés del beneficio privado, un sistema que se prestó a la
adulteración y al deterioro de las normas de producción casi tanto como
se prestaba a las mejoras técnicas. Los inventos de este período fueron
consecuencia de la destreza y del conocimiento artesanos. La tendencia a
la organización por oficios reglamentados hacia una labor estandarizada y
eficiente no fue muy grande y, en principio, el conocimiento, la habilidad y
la experiencia fueron monopolio del gremio. Con el desarrollo del
capitalismo se concedieron monopolios especiales a empresas y
propietarios de patentes.

Desde la máquina de vapor hasta la aparición de la electricidad

A mediados del siglo XVIII se inició la sistematización los avances


realizados en la época anterior. Después de 1750, la industria llegó a una
nueva fase, con una fuente de energía, materiales y objetivos sociales
diferentes; en ella no se conocía otra tarea que el incesante trabajo y se
ejecutaban operaciones repetitivas y monótonas. Los jornales se
redujeron debido a la competencia de la máquina y nunca estuvieron muy
por encima del nivel de subsistencia. Se perfeccionaron las principales
máquinas-herramientas (taladradora, cepilladora o torno), se crearon
vehículos accionados por energía, se incrementó la capacidad de
producir, transformar y manipular el metal, además del empleo del hierro
a gran escala. La más importante de todas las máquinas-herramientas fue
el torno. Su transformación final en un instrumento metálico de alta
precisión tuvo lugar en el siglo XVIII, mediante la aplicación del sistema
patentado por Maudslay en Inglaterra, que permitió elaborar tornillos
normalizados.

El gran cambio en la industria durante el siglo XVIII se debió a la


introducción del carbón como fuente de energía mecánica, que logró
medios que hicieron más efectiva la energía (la máquina de vapor) y
métodos para fundir y trabajar el hierro. El uso del carbón se generalizó
entre los distintos fabricantes. Esta industria dependía de la mina, la cual
respondía al modelo de explotación capitalista; la necesidad de una
explotación más eficiente que alcanzara vetas más profundas impulsó el
esfuerzo para idear una bomba más poderosa, regular y accesible, para
evacuar el agua de las galerías. De dicha necesidad surgió el proyecto de
Tomás Savery cuya invención, denominada el Amigo del Minero, data de
1698 y concluyó cuando Watt, en 1781, inventó una máquina de vapor
rotatoria. La mejora de Watt de la máquina de vapor exigió el
perfeccionamiento en la metalurgia.

La máquina de vapor llevó al monopolio y a la concentración, pues tanto


ella como el carbón eran costosos. El funcionamiento durante veinticuatro
horas característico de la mina y del alto horno pasó a otras industrias,
debido al afán de rentabilizar las inversiones. Con la energía del vapor se
tendió hacia grandes instalaciones industriales. Se aceptó la
concentración y el gigantismo como condición de funcionamiento, pues se
suponía que la eficiencia estaba en relación directa con el tamaño. Por
otra parte, la demanda de hierro para armamento originó una producción
en masa que exigió una fabricación cooperativa en mucha mayor escala, y
cuyos efectos fueron:

1- La técnica de partes intercambiables. En el siglo XVII hubo talleres y


fábricas a gran escala, destacando la producción de armas; dentro de
estas fábricas estaba establecida la división del trabajo. La presión de la
demanda militar aceleró la organización fabril. La estandarización y la
producción en masa de mosquetes se inició al final del siglo XVIII. En
1785, el francés Le Blanc fabricó mosquetes con piezas intercambiables,
una gran novedad en la producción y un modelo para todos los proyectos
mecánicos futuros (hasta entonces no había habido uniformidad ni
siquiera en la fabricación de elementos menores, como los tornillos y sus
filetes). En 1800, Eli Whitney produjo un arma estándar en su nueva fábrica
de Whitneyville. Se dio un paso parecido con respecto a la producción
normalizada en la marina británica casi simultáneamente: las diferentes
cuadernas y planchas de los barcos de madera se cortaron según medidas
uniformes. La construcción se convirtió entonces en la ensambladura de
elementos medidos con precisión, en vez de la producción artesana
anticuada de cortar y ensayar. La artillería sirvió de modelo a otras
industrias por su rigurosa base matemática y la creciente precisión del
fuego de artillería.

2- Demanda a gran escala de mercancías totalmente estandarizadas. El


uniforme fue el símbolo, por primera vez, usado en gran escala en el siglo
XVII. Con un ejército de 100.000 soldados, como el que tenía Luis XIV,
surgió la primera demanda a gran escala de mercancías totalmente
estandarizadas: el uniforme militar. Las industrias textiles sintieron esta
demanda y cuando Thimonnet inventó la máquina de coser en 1829, el
Ministerio de la Guerra francés fue el primero que procuró utilizarla.

La especialización volcó sus recursos, energía y mano de obra en la


industria mecánica. Una localidad fabricaba un solo producto sin
diversificar la manufactura y, a causa de esta especialización, se
incrementaron los costes de transporte de los productos, además de que
el cierre de una sola fábrica llevaba al colapso de toda la comunidad local.
El resultado fue una industria insegura y una vida social desequilibrada.
Los requisitos del sistema fabril fueron la anulación de la destreza, el
cierre de toda ocupación alternativa mediante los monopolios y la
exclusión del aprendizaje de un oficio junto con el especialización en
funciones mecánicas subdivididas y separadas. No había otra norma que
los grandes beneficios y, para ampliar el margen de ventas en un mercado
competitivo, se redujeron los salarios, se alargó la jornada laboral, se
aceleraron los ritmos de producción y se disminuyó el tiempo de reposo
del obrero y bajo la presión de la competencia, se adulteraron los
productos. La máquina acentuaba su automatismo y se suponía que
produciría únicamente la cantidad de artículos que fuera posible vender
con beneficios, lo que llevaría a abrir nuevos mercados. La industria
carecía de toda planificación, así como el mercado de la mano de obra y la
ubicación de las industrias.
Hubo un denominador común en todos los sectores: el aumento de
energía. El principal uso de la energía era disminuir el tiempo de
realización de los trabajos; pero el tiempo ahorrado se desperdició en la
producción desordenada, en paros derivados de las debilidades de las
instituciones sociales y en desempleo. En consecuencia, medido en
trabajo efectivo, la eficiencia real fue muy pequeña. Con el incremento de
energía y la aceleración del ritmo de trabajo se ahorraba en mano de obra,
ahorro que se volvía a invertir en nuevas formas de explotación. La
primera marca de esta industria fue el deterioro del medio ambiente: la
máquina de vapor sólo era eficiente en un 10%, mientras que el otro 90%
se escapaba en radiación y parte del combustible se esfumaba por la
chimenea. De las industrias químicas de este período salían polvo, humos,
efluvios, nocivos para el organismo humano; se vertían productos de
desecho químicos e industriales en las corrientes de agua.

El economista Adam Smith indicó que la especialización del trabajo


incrementaba la producción; posteriormente, Charles Babbage difundió
estas ideas en su estudio relativo a la fabricación de alfileres, pues con la
especialización no sólo se aumentaría la productividad sino que permitiría
pagar los salarios debidos por unas habilidades específicas. El trabajador
se consideraba como un medio para la producción mecánica de bajo
coste. La responsabilidad sobre la seguridad del trabajador terminaba con
el pago de su jornal.

Hacia la mitad del siglo XVIII el artesano había sido reducido, en las
nuevas industrias, a un competidor de la máquina. Los trabajadores
carecían de los incentivos de los capitalistas de la ganancia y la
oportunidad social e intentaron modificar el sistema de libre competición
de salarios y contratación. Su meta era el control del mercado de la mano
de obra, obteniendo una parte más amplia de los costes de producción,
pero no buscaban la participación en el negocio. A medida que aumentaba
el ritmo de ciertas procesos mecánicos se incrementaba el peligro para la
salud y la seguridad en la industria. Con la organización en gran escala de
la fábrica se hizo necesario que los obreros pudieran por lo menos leer los
avisos y, a partir de 1832, se introdujeron medidas en Inglaterra para
proporcionar educación a los hijos de los trabajadores. La máquina
desplazó cualquier clase de valor y el progreso sólo era posible con el
incremento de la producción, que llevaba a mayores ventas; éstas, a su
vez, eran un incentivo para perfeccionamientos mecánicos y nuevas
invenciones que satisfacían las necesidades de la población. Así, la lucha
por el mercado fue el factor dominante para el progreso y el trabajo sólo
era un producto, cuyo valor variaba según la cantidad de otros
trabajadores disponibles para realizar la misma tarea.

REVOLUCIÓN FRANCESA

La Revolución Francesa se ha considerado un acontecimiento


particularmente significativo en la Historia mundial, de tal manera que la
política europea entre 1789 y 1914 estuvo basada en la lucha constante a
favor o en contra de los principios declarados en ella.
Sin embargo, la Revolución no se puede considerar un acontecimiento
excepcional, sino un proceso lógico. Se explica como un estadio clave en
la evolución de la sociedad, en el tránsito hacia una sociedad capitalista
propio de los países atlántico-occidentales.

De esta manera forma parte de las denominadas revoluciones burguesas,


o revoluciones Atlánticas, en las que se logró la transformación de las
estructuras feudales en estructuras propias de sociedades capitalistas,
por medio de la unidad nacional y de la destrucción del régimen señorial.

Durante el siglo XVIII se produjeron diversas revoluciones burguesas,


entre las que destacan la Independencia Americana, en 1776; la
Revolución Irlandesa de 1782-1784; la Revolución Belga de 1787-1790, y la
Revolución Holandesa de 1783-1787. La Francesa fue, sin embargo, la más
dramática y la que tuvo mayores consecuencias, ya que este país era, en
cuanto a población, una cuarta parte del continente europeo.

Causas de la Revolución Francesa

La Revolución Francesa se produjo en 1789 por una serie de


circunstancias que actuaron conjuntamente, entre las que hay que
considerar, dentro de la evolución lógica del devenir histórico, la
estructura de la sociedad, las transformaciones demográficas, la
estructura económica del país, la influencia de las ideas ilustradas y la
evolución política singular.

Por ello, hay que hablar de las condiciones económicas europeas, y


particularmente de Francia, en los años previos a la Revolución, puesto
que en este país (la más poderosa y poblada de las viejas monarquías
aristocráticas de Europa), aferrado al sistema absolutista y aristocrático,
fue donde las ideas ilustradas causaron mayores conflictos.

Estructura Social

En el siglo XVIII la tierra era la principal fuente de riqueza. El sistema


señorial y los derechos señoriales conferían al aristócrata el poder. La
burguesía, sin embargo, dirigía y controlaba las finanzas, el comercio y la
industria, pero la aristocracia se mantenía a la cabeza de la jerarquía
social. En la sociedad francesa prerrevolucionaria el 70% de los
ciudadanos no poseían privilegios jurídicos. La burguesía con ideas
ilustradas, consideró que esta situación era insostenible y cuestionó el
orden institucional.

El feudalismo, por otra parte, con sus prerrogativas frenaba la expansión


de la burguesía y el avance del capitalismo, por ello la burguesía
reclamaba la libertad política y económica, de empresa y comercio.

El ministro francés Tugot, fisiócrata, conocía la necesidad de explotar la


tierra de forma racional, pero era consciente de que sólo lo lograría con la
abolición de los privilegios feudales, ya fueran personales, o reales, sobre
moneda, monopolios, u otros excepcionales. Las ideas de Turgot, que trató
de decretar la libertad de empresa y comercio, chocaron con los intereses
de la aristocracia, que en aquella época ascendía a 400.000 individuos en
un población total de aproximadamente 23 millones. Los privilegiados
dependían para mantener su ritmo de vida, del cobro de rentas y de otras
execciones, pero en los años precedentes a la Revolución se redujeron sus
ingresos por efecto de la inflación.

La aristocracia, que vio peligrar sus rentas en los años previos a la


Revolución, se aferró a sus privilegios y acaparó los puestos
administrativos y burocráticos, lo que fue en contra de los intereses de la
burguesía. En esta situación de crisis, la reforma fiscal que pretendía
Turgot, para salir precisamente de ella, fue imposible por la férrea
oposición de la aristocracia, aunque también es cierto que algunos
miembros de este estamento conocían la razón profunda de los problemas
y defendieron el cambio.

No hay que olvidar tampoco que la burguesía se afianzó como clase a


través de las ideas filosóficas y económicas que más tarde se sintetizaron
en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano; estos
derechos defendidos por el Tercer Estado son, fundamentalmente, el de la
propiedad privada, la igualdad ante la ley, la defensa del sistema
constitucional con Asamblea que representase al burgués y, por tanto, la
idea de la Soberanía Nacional.

La crisis económica

La crisis fue la causa directa de la Revolución de Francia de 1787. Durante


los años anteriores a la Revolución, se produjo un aumento constante de
los precios de los productos de primera necesidad, como eran el trigo y la
leña. Esta situación se debió a las malas cosechas, lo que produjo que los
salarios fueran aproximadamente un 25% más bajos que entre 1726 y
1741. Este contraste, la pérdida del poder adquisitivo, influyó sobre todo
en las clases populares, que sufrieron los efectos del hambre y de la
miseria; la aristocracia obtuvo menores ingresos y la burguesía, por el
contrario, se benefició de la situación por un incremento de los beneficios
en el comercio.

El aumento demográfico, con una tasa de un 40% de la natalidad unido a


un descenso de la mortandad, que se situó en un 33%, agudizó los efectos
de la crisis.

Como factores adicionales, el Estado tuvo que declararse en bancarrota,


incapaz de soportar los gastos excesivos por la participación en la Guerra
de los Siete Años y en la de Independencia de los Estados Unidos.

Evolución Política
Los estados Generales

La solución al problema económico era, según Calonne y Brienne la


"subvención territorial", pero esta solución se desechó en 1787.
Concordet, La Fayette, Danton y Mirabeau llevaron a cabo la convocatoria
de los Estados Generales, que no se habían reunido desde 1614, para
tomar decisiones sobre el problema. La aristocracia quiso aprovechar la
ocasión para tomar las riendas del Estado, sin tener en cuenta la crisis
económica; querían afianzar sus privilegios feudales.

Tras la convocatoria de los Estados Generales se elaboraron los


Cuadernos de Quejas (de los que hoy conservamos casi 40.000), en los que
los diputados se dirigían al Rey con sus peticiones y problemas. El 5 de
mayo de 1789, los 1139 diputados (561 entre clérigos nobles y 578 entre
representantes del Tercer Estado y del Estado Llano) se reunieron por
primera vez. Sin embargo, desde el comienzo surgieron los problemas
sobre el modo de votar. La burguesía planteó, amparada en las ideas
ilustradas y en su poder económico, una revolución jurídica; pretendían
que a cada persona correspondiera un voto, y no un voto común para cada
estamento. Dada la entidad de esta propuesta, el acuerdo fue imposible, y
los miembros del Tercer Estado rompieron con la legalidad y abandonaron
los Estados Generales. Como promotores de la postura del Tercer Estado
destacaron Sieyés, Barnavé, Mounier, que encabezaron la Revolución.

Los representantes del Tercer Estado, reunidos en un frontón, se


plantearon la idea de hacer triunfar la Soberanía Nacional y declarar la
igualdad jurídica. Por ellos proclamaron la legalidad de sus tesis a través
de la organización de una Asamblea Nacional Constituyente. En ella, los
representantes juraron seguir delante con sus propósitos, y continuar
reunidos hasta la elaboración de una Constitución, que iniciaría un nuevo
sistema de Estado. A las reuniones invitaron a los miembros de los otros
estamentos. El Rey, ante estos hechos, tuvo que aceptar esta iniciativa y
declarar el inicio de la Asamblea Nacional Constituyente.

Asamblea Nacional Constituyente

En la Asamblea Nacional Constituyente se encontraron las siguientes


tendencias: los aristócratas como seguidores del Antiguo Régimen; los
monárquicos que deseaban una revolución moderada; los patriotas, o
demócratas, que buscaban la revolución socioeconómica.

Los denominados patriotas, mantenían dos tendencias. Por un lado los


Jacobinos, representados por Marat, Danton y Saint-Just, como
representantes de la burguesía media y por otro, los Girondinos que
formaban parte la gran burguesía, entre los que destacó Brissot.

Fue ésta una época de tensión política. En ella adquirieron una gran
importancia los clubes. En ello coexistieron diversas tendencias: el Club
de Versalles estaba formado por Breton y Lechapelier, y fue éste el origen
de los Jacobinos; el Club Sociedad de 1789, estaba formado por burgueses
moderados y monárquicos como Dupont y Lafayette; el Club de Condeliers,
reunía a figuras de la talla de Marat, Danton o Herbert; el Salón Francés, al
que pertenecía la aristocracia intransigente; o el Club de Amigos de la
Constitución Monárquica. Cada club tenía su propia revista, como el
periódico de la Sociedad de Amigos de la Constitución, o Le Moniteur, de
los Jacobinos.
Desde el primer momento la burguesía se esforzó por estabilizar la acción
revolucionaria, aprovechándose de las masas populares para presionar.
Quisieron controlar los distritos, las secciones y también al ejército.

En este contexto se produjo la toma de la Bastilla, que se puede


interpretar como un ejemplo de la actuación de la masas al servicio de la
ideología burguesa y empujada por la crisis. La Bastilla, la cárcel y
símbolo del poder real, fue la demostración de que la Revolución no podría
pararse. El pueblo se lanzó a la calle tras la dimisión del ministro Necker,
porque sintió miedo de que las reformas prometidas se anulasen. Las
principales consecuencias de la toma de la Bastilla fueron la decisión de
eliminar el feudalismo, tanto jurídica como institucionalmente, para evitar
los motines del pueblo. Para llevar a cabo esta importante reforma se
estableció el precio justo para las tierras y se suprimieron los gremios y
las corporaciones. La burguesía, alentando estas medidas, buscó la
unificación del mercado interno.

Durante la Asamblea Nacional Constituyente se elaboraron tres


documentos importantes:
- La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano
- La Constitución Civil del Clero
- La Constitución de 1791.

- La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789). Este


documento consagraba la igualdad ante la ley, el ascenso social se hará
en virtud del talento. No hay, sin embargo, que interpretarlo como la
democracia que hoy en día entendemos, por cuanto dejaba fuera del
sistema político a las clases populares.

- La Constitución Civil del Clero (1790). Este documento trató de erosionar


el poder temporal del Papa. Se produjo, como causa de la publicación de
este documento, un ambiente tenso entre los clérigos, que se dividieron
entre juramentados (los que aceptaron esta Constitución Civil), y no
juramentados.

- La Constitución de 1791. Esta carta se basó en las ideas de la Soberanía


Nacional, la separación de poderes, y la propuesta de libertad social y
política. Fue una constitución claramente burguesa, por la que el Rey
elegiría a los ministros y éstos adquirían la responsabilidad de dar
explicaciones ante la Asamblea.

El papel de la Asamblea era legislativo, y los jueces, elegidos con carácter


temporal, tenían la evidente función de hacerlas cumplir.

Una de las mayores innovaciones de esta carta constitucional, fue la


modificación del sistema fiscal. Se dictaminaron impuestos territoriales,
que cambiaban radicalmente el sistema de privilegios de la nobleza y del
clero. A la vez, estos impuestos coexistían con los que gravaban las
propiedades personales, sobre todo los artículos de lujo. Asimismo, se
establecieron impuestos sobre sociedades mercantiles.
Como otro remedio a la bancarrota del Estado, se estableció que los
trabajadores pagaran un impuesto igual a tres días de trabajo.
En el orden administrativo, el territorio francés se dividió en
departamentos.

Asamblea Nacional Legislativa

Tras la aprobación el 30 de septiembre de 1791 de la Constitución, se


disolvió la Asamblea y se convocaron elecciones a la Asamblea Nacional
Legislativa. Como resultado de estos comicios, se conformó una Asamblea
de carácter netamente burgués, ya que, no lo olvidemos, el sistema
electoral no admitió el sufragio universal.

Fue el ambiente de disputas políticas lo que empujó al Rey a huir, por lo


que una transición menos traumática fue imposible. El establecimiento de
tropas en la otra orilla del Rhin, y el manifiesto reaccionario de Brunswick,
hicieron que en julio 1792 estallara la guerra. La Asamblea Legislativa se
disolvió y se convirtió en Convención, es decir, en un gobierno de guerra.

Convención Nacional

Esta nueva fase puede considerarse el período democrático de la


Revolución. El paso hacia la República se caracterizó por la oposición
entre Girondinos y Jacobinos, durante una guerra deseada tanto por la
aristocracia como por la burguesía francesa, ya que durante las
elecciones a la Convención Nacional, la aristocracia fue consciente de
que la intención de los Girondinos por mantener al Rey era imposible.

La Convención tuvo dos fases diferenciadas: el período en el que


gobernaron los Girondinos (1792 y 1793), y aquél en que tomaron las
riendas del Estado los Jacobinos (1793-1795).
Francia consiguió parar la invasión prusiana y austríaca en Valmy, sin
embargo, la controvertida decisión de ejecutar al rey Luis XVI se decidió
por un estrecho margen (387 votos a favor y 334 en contra), debido al
miedo a la reacción y al verse acuciados por el conflicto interno en La
Vendeé.

El enfrentamiento entre los radicales y la burguesía conservadora se


radicalizó entonces más aún, por lo que en 1793 los Jacobinos buscaron el
apoyo de las clases más desfavorecidas (los Sans-Culottes, o
desharrapados), para instaurar, mediante un golpe de Estado, una
democracia popular.

Durante los años de gobierno jacobino, Francia estuvo organizada con una
economía de guerra, y dirigida conforme a una nueva Constitución, más
democrática, donde se recogió la abolición de los derechos feudales y
señoriales.

Constitución de 1793
Aprobada por la Convención Jacobina, estableció el sufragio universal
directo, la cámara única y, por tanto, la participación del pueblo en la
elaboración de las leyes.

El Gobierno revolucionario fue un gobierno de guerra, apoyado por las


clases populares en la política del Terror. Cuando la guerra acabó,
también supuso el fin de este gobierno de guerra, y por tanto de Danton,
Marat y Robespierre. El terror legal se utilizó, por tanto, para acabar con la
oposición Girondina, para robustecer el poder central y, según algunos,
para evitar el terror indiscriminado en un período de caos e incertidumbre
política y militar.

La Convención estableció una serie de mecanismos para llevar a cabo su


política:
- Comité de Salud Pública. Se le asignó como funciones la Diplomacia y
tareas del ejecutivo.
- Comité de Seguridad General. Actuaba con el órgano supremo, esto es, el
auténtico Gobierno de la Nación.
- Comité Ejecutivo, formado por los ministros.
- Comité de Seguridad Nacional, que realizaba las misiones de una policía
política.
- Agentes Nacionales. Suponía la descentralización de la administración,
que se organizó en departamentos

La política represiva llevada a cabo por la Convención, empujó al gobierno


a aplicar, en septiembre de 1793, la Ley de Sospechosos, que supuso la
condena en tan sólo cuatro días de 35.000 personas por el Tribunal de
Vigilancia.

El gobierno, para defender al país del desabastecimiento y de la carestía


de productos de primera necesidad, elaboró una política económica
dirigida, en la que se establecieron tasas máximas para determinados
productos, y obligó a los campesinos a declarar las cosechas, para evitar
el estraperlo.

La Convención chocó con el problema de dictar, a la vez, medidas


favorables a la burguesía alta y a los pequeños artesanos, ya que las leyes
económicas dictadas fueron en contra de la economía libre, uno de los
objetivos burgueses de la Revolución.

Por otro lado, la Convención sufrió numerosos problemas derivados de los


choques entre comités e instituciones, debido a las atribuciones, a veces
poco claras, que cada uno detentaba. Ejemplo de ello fueron los choques
entre Danton y Robespierre, quienes se acusaron mutuamente de ser
tiranos y antirrevolucionarios. Ello, en parte explicó que al final del período
se juzgará primero a Danton y más tarde a Robespierre.

Convención Thermidoriana

Entre 1794 y 1795 se produjo el fin de la fase revolucionaria de este


trascendental acontecimiento histórico. A partir de entonces, la Montaña
(el partido radical), dejó paso a la Llanura (los reaccionarios).
El gobierno del Estado lo detentó la burguesía conservadora apoyada por
el ejército, que comenzó una política de depuración de radicales
jacobinos, etapa que se conoce como el Terror blanco.

Como consecuencia de esta alianza entre gran burguesía y militares, se


firmaron tratados con Prusia, Holanda y España, para lograr el fin de la
guerra.

Los Jacobinos sufrieron el cierre de sus clubes, de sus órganos de


expresión, y fueron perseguidos política y jurídicamente. Por ello trataron
de aprovechar las protestas populares por el elevado precio del pan para
intentar tomar de nuevo la Convención, pero el ejército lo evitó, lo que
provocó el fin definitivo del proceso revolucionario en Francia.

l Directorio

El 27 de octubre se disolvió la Convención y se estableció una nueva


Constitución que dio comienzo al Directorio, del cual surgiría Napoleón.

El Directorio transformó de nuevo el sistema político. Aprobó la


Constitución del año III (ya que se mantuvo el calendario revolucionario),
por el que se estableció la separación de poderes de la forma siguiente:

- El poder legislativo quedó formado por un Consejo de Senadores, de 250


miembros mayores de cuarenta años, y un Consejo de los Quinientos, que
proponía resoluciones dadas por el Consejo de Senadores.

- El poder ejecutivo, o Directorio, del que formaban parte cinco personas


cuyo cargo era renovado cada año, elegidos por el Consejo de Senadores
entre diez candidatos presentados por el Consejo de los Quinientos

- El poder judicial, jueces designados popularmente.

Asimismo, se estableció la administración por departamentos, cargo


ostentado por un director y un comisario.

Como sistema de elección se eligió la democracia censataria, por lo que


se admitía que la Igualdad propugnada por los Jacobinos era imposible,
aunque el sistema debía "garantizar la propiedad del rico y la existencia
del pobre".

El Directorio fue, en parte, una vuelta al programa propugnado en la


primera etapa de la Revolución, entre 1789 y 1791, pero con cambios
importantes: negaba el derecho de insurrección; el sistema instaurado era
burgués y censatario, apoyado en el miedo al período radical y en un
ejército profesional, abierto al ascenso por el mérito y que falseaba el
juego electoral.

Los problemas que se plateó solucionar el Directorio fueron, por un lado,


la grave crisis económica y a la vez, acabar con el movimiento de
oposición protagonizado por Los Iguales de Babeuf, que fueron duramente
reprimidos en 1797.

El Directorio debió también negociar una paz necesaria, tras las


campañas triunfantes de Napoleón en Italia. En octubre de 1798 se firmó
la Paz de Campoformio con Austria, y más tarde Francia logró importantes
triunfos frente a la Segunda Coalición. En este período en el que el Ejército
alcanzó cada vez más protagonismo, se preparó el golpe de Estado del 18
brumario de 1799, que llevó al poder a Napoleón, y que refrendó la alianza
entre la burguesía conservadora y el ejército revolucionario. El Directorio
se transformó entonces en Consulado y Napoleón logró estabilizar
políticamente el país, transformando las ideas revolucionarias en ideas
más conservadoras, más autoritarias, que evolucionaron hasta justificar la
dictadura militar. Con ello se lograba definitivamente la consolidación del
Estado Burgués.

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