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Apunte 1
La nueva CPE de Bolivia constituye, como es de consenso entre todos los estudiosos
que se han referido al tema, uno de los hitos más importantes en toda la historia jurídica
boliviana ya que con ella este país se reconoce por fin, según lo plantea el Art. 1 de la nueva
Constitución, como una república multiétnica y pluricultural. Se inició con ello, entre otros,
un horizonte de construcción democrática orientado en principio a otorgar a los pueblos
indígenas, originarios y comunidades campesinas rurales derechos de ciudadanía en tanto
colectividades distintivas en un marco de consolidación republicana a la vez unitaria y plural.
Reconocidos por la CPE como sujetos de derecho y como entidades legales, los
pueblos indígenas de Bolivia cuentan hoy además –como se ve, por razón también de la
CPE–, con el reconocimiento a sus derechos sobre sus Tierras Comunitarias de Origen
(TCOS). Se trata de un reconocimiento declarativo de rango constitucional cuya sola
formulación y promulgación sentó ya el inicio de uno de los más grandes cambios jurídicos
bolivianos en materia agraria. Con la nueva CPE de Bolivia la hora de los derechos
territoriales de sus pueblos indígenas comenzó a correr su curso. De modo declarativo
primero, pero marcando un precedente jurídico de la mayor importancia histórica, esa nueva
CPE abrió el cauce, en 1994, para que el reconocimiento de los derechos territoriales
indígenas en Bolivia pasara luego, en 1996, a adquirir contornos operativos.
La Ley Nº 1715 del INRA, como es más conocida, apunta a un saneamiento global
del régimen agrario en Bolivia; busca también, junto a otras leyes y disposiciones jurídicas
que son parte de la reforma legal boliviana, contribuir al desarrollo económico y social
indígena rural en este país y apuntalar la vigencia jurídica y el fortalecimiento material, social
y cultural de los pueblos indígenas, originarios y comunidades campesinas rurales, en este
caso por la vía de reconocerles –ahora con las correspondientes disposiciones operativas para
el efecto– el derecho de que sus tierras comunitarias de origen (TCOs) y sus tierras
comunales (TCs) les sean tituladas.
Con la nueva CEP y con la Ley del INRA se cuenta con un claro ejemplo de cómo los
pueblos indígenas, originarios y comunidades campesinas en Bolivia han podido, a través de
sus movilizaciones en las últimas décadas, lograr profundas modificaciones legales en el
régimen jurídico agrario. Efectivamente, el acápite agrario de la nueva CPE y la Ley del
INRA fueron promulgados, el primero en 1994 y la otra en 1996, gracias a dos décadas
previas de solicitaciones, reclamos, peticiones y hasta formulaciones jurídicas preparatorias
de fino detalle técnico presentadas al Estado por parte de los movimientos indígenas,
originarios y campesinos tanto de las tierras altas como de las tierras bajas de Bolivia.
Y es que, como es por demás conocido, desde la época colonial, y pasando por todo
lo largo de la época republicana boliviana, los pueblos indígenas, originarios y comunidades
campesinas que habitan este país cuentan con una amplia experiencia acumulada de defensa
y reivindicación de sus derechos territoriales en tanto colectividades originariamente
ocupantes de los territorios y espacios en los que se instaló ya hacia fines del siglo XVI un
orden colonial discriminador, primero, y luego, a inicios del siglo XIX, un ordenamiento
republicano insensible y contrario a las necesidades de seguridad jurídica de las poblaciones
indígenas, con respecto de sus usos y formas de ocupación espacial y acceso al territorio.
No es meramente adjetivo afirmar que, particularmente con la Ley del INRA, los
pueblos indígena, originarios y comunidades campesinas rurales de Bolivia, cuentan con un
importantísimo instrumento para afirmar sus derechos propietarios y jurisdiccionales (ver
más abajo) de carácter territorial a fin de avanzar en la consolidación de su existencia como
colectividades particulares en un país que paulatinamente comienza a reconocer
institucionalmente su diversidad etnocultural. Una breve lectura del texto de esta Ley basta
para demostrar su importancia. Así, el Art. 3º de la misma establece que:
y que:
Como fuere, tras su promulgación, la Ley del INRA pasó, desde fines de 1996, a
implementarse a nivel de terreno y pericias de campo. Aunque la implementación de la Ley
del INRA, en lo que se refiere a la titulación de TCOs sigue hasta el presente mostrando un
ritmo lento y hasta tortuoso –lo que ha provocado y sigue provocando algunas movilizaciones
de mayor o menor presión de los movimientos indígenas sobre los gobiernos bolivianos,
particularmente en el oriente boliviano–, su puesta en efecto ya ha dado sus primeros
resultados. Así, hasta fines de marzo de 2002 ya se habían titulado 22 TCOs, con un total de
5.432.552 hectáreas efectivamente tituladas sobre una superficie total demandada de TCOs
que alcanzaba a 32.282.661 hectáreas. Tal proceso macizo de titulación propende a generar
profundos efectos en el ordenamiento social boliviano toda vez que ahora los pueblos
indígenas han logrado la posibilidad de una seguridad jurídica sobre sus territorios de carácter
inédito en la historia boliviana. Tal seguridad jurídica hecha posible con la titulación de
TCOs podría además, acompañándose de políticas de desarrollo económico eficientes, ser
parte de la solución a la gravísima pobreza rural en Bolivia.
En todo caso, a seis años de la promulgación de la Ley del INRA, la lentitud del
proceso de saneamiento agrario, en general, y del proceso de titulación de TCOs, en
particular, se ha convertido, en todo caso, en una de las mayores preocupaciones no sólo
indígenas sino también oficiales. Tal lentitud se evidencia cuando se señala que de todas las
demandas existentes de titulación de TCOs, sólo se han titulado hasta ahora un 18%. Esa
lentitud ha llevado a que la Superintendencia Agraria de Bolivia –un órgano oficial
encargado de supervigilar, entre otros, la implementación de la Ley del INRA– plantee, en un
detallado informe reciente, que el lento ritmo del saneamiento iniciado a fines de 1996
amenaza con hacer colapsar el proceso (Superintendencia Agraria, 2001).
Aunque aquí no cabe abundar en torno a las razones para esa lentitud que afecta
también a las tierras bajas orientales de Bolivia–el informe citado de la Superintendencia
Agraria es por demás útil al respecto. Sí importa remarcar que en la región andina esa
lentitud ha terminado apuntalando una marcada confusión entre la población indígena,
originaria y campesina con respecto del tenor mismo de la Ley del INRA. Así, en la medida
en que su implementación en esta región, hasta la fecha, apenas está comenzando en lo que a
TCOs se refiere, la Ley del INRA ha podido, incluso, llegar a ser considerada –en el contexto
de una desinformación que produce a su vez mayor confusión– como una Ley adversa en
todos sus artículos a los intereses indígenas rurales. Los conflictos y enfrentamientos
políticos que persistentemente afectan las relaciones entre gobiernos, por lo general
impopulares, y algunos liderazgos rurales interesados en debilitarlos han creado un
entredicho en torno a la Ley del INRA, que se llega a interpretar en distintas subregiones
rurales andinas como una supuesta medida favorable sólo al régimen de propiedad agraria
empresarial por tratarse de una ley estatal oficial. Los importantísimos aspectos
objetivamente favorables a los pueblos indígenas, originarios y comunidades campesinas de
la Ley del INRA –como el de las TCOs y TCs – han tendido así a quedar en el área rural
andina en la sombra, y el aprovechamiento de la Ley por parte de los pueblos indígenas y
originarios –principalmente, en este caso, ayllus y markas– y comunidades campesinas
originarias, diferido.
Pero pese a todo, y esto no puede sino destacarse, también en la región andina el
proceso de titulación de TCOs ha arrancado con mayor fuerza a fines del año 2001 e inicios
del 2002 y las demandas al respecto por parte de distintos ayllus y markas, interesados en
obtener sus título de TCOs, empiezan ya a acumularse en unas oficinas del INRA que no
logran minimamente dar abasto a ese creciente interés por falta de más recursos y equipos de
trabajo. A la fecha, como ya se indicó, a pesar de toda la lentitud referida a la
implementación de la Ley del INRA, la demanda de titulación de TCOs en los andes alcanza
a cerca del 28% de todo Bolivia.
Para permitir una mirada a sobrevuelo sobre los procesos que estamos refiriendo, se
anexa a este texto la información oficial del INRA sobre las demandas y titulaciones de
TCOs en Bolivia hacia fines de marzo de 2002. Si se considera que el territorio de Bolivia
comprende alrededor de 109.858.100 hectáreas, no puede sino impresionar que ya
32.282.661 hectáreas estén siendo demandadas formalmente como TCOs por parte de los
indígenas del país, lo que hace a un tercio del territorio boliviano y en condiciones donde la
demanda andina de TCOs está, además, recién comenzando. En los andes, en todo caso, pese
a todos su tropiezos la Ley del INRA empieza despuntar y el que las demandas de TCOs
estén pasando a crecer y a acumularse sobre un atribulado INRA indica que también en la
región andina la hora de la territorialidad indígena empieza a ser parte del orden jurídico y
político del día.
Apunte 2
Se evidencia, pues, que el tema de los derechos territoriales de los pueblos indígenas
en Bolivia hace un acápite mayor de la reconfiguración social de este país, a partir de su
autoreconocimiento como uno de alta presencia indígena. Por otro lado, en los andes, como
en el oriente boliviano, la movilización indígena en torno al territorio no es ya sólo
reivindicativa y política sino también jurídica y operativa.
Para desarrollar nuestro argumento nos referiremos aquí, a modo de ejemplo y con
propósitos de análisis, a tres demandas de titulación de TCOs en los Andes que han sido ya
admitidas legalmente, entre otras varias por el INRA, admisión que en principio obliga ya al
INRA a llevar adelante procesos de titulación para los tres casos. Se trata de las solicitudes de
titulación de TCOs 1) del Ayllu Uma Uma del Norte de Potosí, 2) de los Ayllus de Jesús de
Machaqa de La Paz y 3) del Jacha Suyu Pakajaqui también de La Paz.
Cuando se cotejan los tres casos destaca, para empezar, la gruesa diferencia de los
tamaños físicos de las demandas implicadas. Por un lado, el caso Uma Uma norpotosino se
muestra, para decirlo de algún modo, como una microdemanda. Por su parte, el caso de Jesús
de Machaqa se muestra como una sumatoria de microdemandas configurando en su conjunto
una demanda sumada de dimensión intermedia. Finalmente, el caso Pakajaqui se presenta
como una vasta e imponente macrodemanda que por comparación contrasta radicalmente con
el microcaso Uma Uma, superando también de lejos el caso intermedio de Jesús de Machaqa.
Podría parecer que tales diferencias de tamaño de las solicitudes admitidas por el
INRA en estos tres casos no constituyen en sí un problema, ya que se trataría de solicitudes al
gusto de los demandantes. Sin embargo, para cada caso existen implicaciones y alternativas
de tratamiento cuya sola mención remite a distintos aspectos problemáticos de la todavía
poco discutida complejidad de la titulación de TCOs en la región andina.
Así, para comenzar con el caso de Uma Uma (en el Departamento de Potosí) es
preciso considerar que este ayllu es parte de un grupo étnico mayor norpotosino muy
distintivo y conocido y registrado por la literatura antropológica especializada, los Pukwata
que, como es sabido, se organizan en dos parcialidades o mitades (Manqhasaya y Alaxsaya)
a las que pertenecen distintos ayllus, uno a una mitad y otros a la otra mitad. El estado de
situación hoy existente con relación al caso Uma Uma es el siguiente: Mientras que el Ayllu
Uma Uma, en un arranque de celeridad, lograron hacer admitir una primera solicitud de
titulación como TCO por parte del INRA, los restantes ayllus del grupo étnico Pukwata
pasaron sólo después a discutir si lo que debía hacerse era o solicitar un solo título de TCO
para los Pukwata como conjunto o si, siguiendo el precedente marcado por Uma Uma,
deberían optar por la titulación separada de cada uno de sus ayllus, fragmentando un posible
título único Pukwata en varios. En la discusión, además, hubieron quienes arguían que el
Ayllu Uma Uma -que pertenece a la parcialidad Alaxsaya del grupo Pukwata- debiera
rectificar su demanda (ya admitida por el INRA) incorporándola a una solicitud Pukwata
unificada.
Se podría argüir –recurriendo inclusive a la misma letra de la Ley del INRA– que se
trata de un dilema estrictamente de los Pukwata y que el INRA y el Estado boliviano no
tendrían nada que hacer en este caso. Si los Pukwata hacen una solicitud unificada o dividida
de titulación de TCOs dependería de ellos y sólo de ellos. Sin embargo, es comprobable que
la decisión del Ayllu Uma Uma de optar por una titulación de TCO al margen del grupo
mayor Pukwata al que pertenecen, ha sido también en parte debido a influencias de ONGs y
asesoramientos externos. El INRA ha optado al respecto por una posición neutral pero que,
por otra parte, sí admite –aunque no explícitamente– el influjo de terceros externos
institucionales o individiduales en tomas de decisión tan importantes. ¿Qué dicen los propios
pueblos indígenas andinos al respecto? Y es que la pregunta medular para la implementación
del saneamiento y titulación de TCOs en la región andina es la siguiente: ¿A qué nivel de la
organización social segmentaria indígena rural se debe titular TCOs en la región andina?
Mientras ello no se defina es de esperarse que sigan surgiendo demandas de titulación de
TCOs libradas al arbitrio de opiniones locales difusas e iniciativas desmarcadas de una
política general mínima que la población indígena rural en los Andes bolivianos aún están
lejos de haber consensuado.
Queda así una vez más planteado el interrogante: ¿A qué nivel de la organización
social segmentaria indígena rural se debe titular TCOs (=territorios) en la región andina?
Según algunos tenores de la ley del INRA la decisión está en manos de los propios
interesados, pero –dado el contexto de desinformación relativa y de polémica en el que viene
transcurriendo el arranque del proceso de saneamiento y titulación de TCOs en la región
andina– las decisiones vienen siendo fruto de interpretaciones y opiniones al parecer de cada
quién y con base en arreglos muy locales resultantes de la ausencia de una política general
clara consensuada a nivel de las organizaciones indígenas de primer, segundo y tercer nivel.
El hecho es que una u otra opción de titulación de TCOs tiene implicaciones diversas que no
pueden dejar de tomarse en cuenta.
Pero, las implicaciones institucionales de una u otra opción son aún más arduas
puesto que de por medio se juega la aplicación del concepto de “pueblo indígena” para el
caso andino. ¿Será que aquí “pueblo indígena” es sinónimo del conjunto del grupo étnico
Pukwata? ¿O será más bien que el “pueblo indígena” es aquí cada ayllu menor del grupo
mayor y sus parcialidades? ¿O, para llevar las cosas a un límite, será que cada cawiltu es un
“pueblo indígena”? ¿O cada grupo patrilocal? Es evidente que, al haber aceptado la demanda
de titulación del Ayllu Uma Uma, el INRA, como reza ya en el expediente de esta solicitud,
considera a este ayllu como un “pueblo indígena”, una situación que de proseguirse con
relación a los once ayllus Pukwata restantes terminaría creando jurídicamente doce “pueblos
indígenas” distintos y disolviendo en tanto un solo “pueblo indígena” distintivo a la unidad
máxima Pukwata hoy todavía claramente existente.
Por otra parte, en caso de optarse por un solo título de TCO para el conjunto Pukwata
se podría omitir –y esto es a su vez preocupante desde la perspectiva de la contribución del
INRA al ordenamiento práctico de la propiedad rural– el deslinde claro de los derechos
propietarios de los doce ayllus que conforman la unidad mayor Pukwata, un deslinde sin
duda importante para un saneamiento con consecuencias útiles para el uso y manejo de la
tierra. Y es que, efectivamente, solicitudes de titulación a nivel de ayllus menores como el del
caso Uma Uma se deben también a la necesidad local de cada ayllu menor de deslindar sus
tierras con respecto de los restantes ayllus menores y no a un simple afán de fragmentación
cultural o a un simplemente equívoco asesoramiento externo. Todo debe siempre ser
analizado con sus matices. Lo que no se debe perder de vista es que sólo un claro
ordenamiento de las partes permite, en el caso de las organizaciones segmentarias, un
adecuado funcionamiento y reproducción del conjunto.
Una solución posible sería que se tramite un solo título de TCO para todo el grupo
Pukwata, abriendo un solo expediente (abaratando así costos legales), pero llevando adelante
pericias de campo para deslindar las tierras que pertenecen a cada ayllu a través de una
cartografía rigurosa con pleno valor jurídico y normativo y fijando que tierras pertenecen a
qué ayllu (y a qué parcialidad). Se trataría aquí de producir un solo título Pukwata –con lo
que se habilitaría la vigencia y persistencia del grupo étnico máximo en tanto “pueblo
indígena” distintivo– acompañado de un plano cartográfico o mapa de deslinde territorial
interno para los ayllus menores y parcialidades con pleno valor jurídico. Esta opción
(cerrada parcialmente ya debido al precedente jurídico creado por la admisión de la demanda
Uma Uma) quizá podría negociarse para revertir lo obrado y pasar a efectivizarse a través de
un trámite menor de saneamiento de la demanda Uma Uma inicial. Se trata, en todo caso, de
un opción para resolver técnicamente el caso del grupo étnico Pukwata y de sus ayllus, pero
que deja pendiente una muy fuerte implicación político-administrativa acarreada por el
proceso de saneamiento y titulación de TCOs para el país y sus políticas de
descentralización. Para tratar tal implicación, a la que volvemos adelante, fijémonos
previamente en los casos de Jesús de Machaqa y de Pakajaqui.
Apunte 3
Pero, ¿qué le interesa a la población indígena andina rural? Aquí también caben la
preguntas ya hechas previamente con relación al caso Uma Uma/Pukwatas: ¿Quién y a que
nivel se autoreconoce jurídicamente como “pueblo indígena” en los andes para proceder con
la titulación de TCOs?: ¿las comunidades mínimas?, ¿los cawiltus?, ¿los sectores?, ¿los
ayllus?, ¿las markas formadas por ayllus?, ¿los grupos étnicos formados por ayllus? Y,
entonces, ¿quién debe recibir el título de TCOs?: ¿La unidad máxima de la organización
segmentaria? ¿La unidad intermedia? ¿La unidad menor? ¿La unidad mínima? ¿Otra aún más
básica? ¿Debiera ser esto parte de una política de Estado? ¿Debieran decidir esto las ONGs y
los asesores externos? ¿Debería decidirlo cada grupo por sí mismo?
Apunte 4
Para contestar tal pregunta dejaremos aquí de lado toda referencia al oriente de tierras
bajas de Bolivia y continuaremos ceñidos a temáticas concretas andinas. Lo que sigue,
empero, vale en términos generales también para el caso del oriente boliviano y todo el país.
A diferencia de los casos anteriores referidos y otros varios que cursan en el INRA en
lo que hace a la región andina, aquí ya no estamos frente a una titulación de TCOs para ayllus
mayores o menores o para markas o para grupos étnicos andinos complejos que han venido
existiendo objetivamente durante la larga duración y hasta el presente de la realidad
republicana de Bolivia.
Es preciso remarcar que, con todo y el paso del tiempo, los ayllus mayores como en el
muy conocido caso del Norte de Potosí o tantos otros en los Andes bolivianos, los ayllus
menores como en el caso Uma Uma o tantos otros en la región andina, los grupo étnicos
como los Pukwata o los Yura y tantos otros en las tierras altas de Bolivia, las markas como
Jesús de Machaqa o tantas otras en los altiplanos y valles del país, todas estas unidades han
venido siendo realidades factuales efectivas, hechos empíricos objetivamente existentes a lo
largo de la vida republicana de Bolivia y hasta el presente, no importa cuán cambiados,
difusos o compactos, remodelados y reestructurados hayan sido por el flujo y el paso de la
historia y los ajustes institucionales y culturales traídos por el tiempo.
Pero, he aquí que a fines del siglo XX e inicios del XXI una nueva entidad con un
nombre específico, el suyu, ha hecho su aparición sin previos precedentes republicanos y
recién en el último par de años del siglo XX. ¿De qué se trata? Se trata del nombre
contemporáneo con el que algunas corrientes de pensamiento y activismo identifican a los
viejos “señoríos”, “reynos” o “naciones” locales de los andes hoy bolivianos del prehispánico
tardío. Esos “señoríos”, “reynos” o “naciones” locales menores –así los denomina la
literatura del siglo XVI– fueron, como es sabido, parte de la organización segmentaria del
Estado Inka -el Tawantinsuyu- dentro de esa unidad administrativa territorial que fue el
Qullasuyu, una de las cuatro unidades administrativas mayores del Inkario (Qullasuyu,
Antisuyu, Cuntisuyu, Chinchaysuyu). Como también es sabido, la invasión española quebró e
hizo desaparecer primero el Tawantinsuyu y sus cuatro unidades mayores. Luego, con las
reformas toledanas, se procedió a fines del XVI a disolver los “señoríos”, “reynos” o
“naciones” internos a cada segmento de la cuatripartición administrativa Inka. Algunos de
tales “señorios” fueron parcialente convertidos en “provincias” dentro del régimen colonial
español. Otros fueron directamente anulados.
Desde una interpretación ingenua de la Ley del INRA podría argumentarse que ello
no constituye ningún problema ya que la titulación de TCOs en Bolivia sólo otorgaría un
derecho propietario sobre tierras sin otra consecuencia que el que esto haga parte del proceso
de saneamiento de la propiedad agraria. Este argumento, sin embargo, omite reconocer que
una titulación como la de TCOs correspondiente a una colectividad representada por unas
autoridades indígenas jurídicamente reconocidas por el Estado, propende a transformar el
derecho propietario otorgado, en un derecho administrativo jurisdiccional de esa colectividad
y de sus autoridades, un derecho administrativo jurisdiccional –a ser reclamado desde la
política– imprevisto por el Estado boliviano y sus leyes y que las autoridades de los pueblos
indígenas beneficiados con el título de TCOs buscarán hacer prevalecer.
Apunte 5
Como están las cosas, por ahora los sistemas de autoridades indígenas constituyen
sistemas de mando y poder social y político crecientemente fortalecidos existentes fuera de –
y en múltiples casos en posiciones de tensión o de enfrentamiento abierto con relación a– las
estructuras orgánicas de gobierno central, subcentral y descentralizado del Estado boliviano.
Se trata de sistemas de mando y poder que en varios casos se piensan a si mismos como
sistemas de gobierno y que se vienen desarrollando, respaldándose en mecanismos jurídicos
oficiales insuficientemente elaborados, al margen y, en rigor, fuera de la institucionalidad
administrativa territorial pública estatal pero, por otro lado, con reconocimientos jurídicos
oficiales que les otorgan existencia formal. No se trata en este caso de simples sindicatos o
neosindicatos en tanto organismos gremiales reivindicativos de la sociedad civil, sino de
entidades con títulos propietarios o en procesos de titulación que propenden a convertirlos en
entidades administrativo-jurisdiccionales cuasilegales paralelas a los gobiernos prefecturales,
subprefecturales y municipales. “Cuasilegales”: Es preciso reconocer que, por ahora, las
autoridades indígenas se encuentran en un limbo de ambigüedad jurídica ya que no son parte
del organigrama administrativo público estatal; pero sí son autoridades reconocidas
legalmente a través de un marco jurídico que propende a otorgarles derechos administrativos
jurisdiccionales territoriales pero que no se los otorga abiertamente ni se los niega. Y es que
el derecho propietario del tipo TCO es y no es un derecho jurisdiccional territorial ya que
depende de cómo se lo interprete y de quién lo haga. Lo es si se interpreta que el derecho a
las “propias formas de organización económica, social y cultural” que la Ley del INRA (Art.
41) otorga a los pueblos indígenas en sus TCOs incluye las formas propias de gobierno de
estos pueblos (lo que implicaría tuiciones administrativas jurisdicionales que, por su parte, la
CPE en su Art. 127 tiende a reforzar cuando señala que “las autoridades naturales de las
comunidades indígenas y campesinas podrán ejercer funciones de administración y
aplicación de normas propias como solución alternativa de conflictos...”), no lo es si se
interpreta lo contrario. Estamos, en todo caso, frente a un vacío de más y mejor letra jurídica
explícita que deja en pié un ejercicio hermenéutico inacabable con relación a lo que rige
como ley oficial a este respecto.
Como fuere, para reiterar, las autoridades indígenas en los Andes constituyen hoy en
Bolivia un poder político y social rigurosamente legalizado, ampliamente legitimado y ahora
en proceso de un mayor fortalecimiento a través de la titulación de TCOs micro, intermedias
o macro sin que hasta ahora se haya examinado seriamente si tal poder debiera o no
convertirse en un componente más de los poderes estatales –lo que implicaría incorporar a las
autoridades indígenas en el organigrama formal y operativo de los sistemas de autoridad
estatales–, o si, como viene ocurriendo hasta el presente, tendría que persistir en desarrollarse
como un poder no estatal con recurso a un derecho propietario, la TCO, en algunos casos con
suficientes dimensiones y características como para i) impulsar propensiones, desde lo
indígena, a la creación de mini Estados o, ii) desde el status quo dominante en Bolivia, como
para transformarlas en reservaciones indígenas del tipo norteamericano aunque de papel.
Apunte 1
Efectivamente, distintos autores (entre otros Martinez, 2002, para el Ecuador, o Deere
y León, 2002, tanto para el Ecuador y el Perú) han hecho ya hincapié en torno al profundo
grado que ha alcanzado el proceso de privatización de la tierra en las regiones serranas del
Ecuador y Perú; un proceso en plena y aparentemente irrefrenable dinámica inducido de
modo creciente por efecto del impacto combinado de 1) la parcelación familiar de la tierra
agraria y de pastoreo concomitante al crecimiento demográfico de las poblaciones rurales
andinas en ambos países, 2) el abandono paulatino de usos y manejos productivos de índole
comunitarista de la tierra a favor de un creciente individualismo posesivo y de una creciente
propensión hacia los manejos familiares exclusivos de la tierra por parte de esas poblaciones
rurales y 3) la titulación privatizadora de la tierra hecha posible por legislaciones agrarias de
corte neoliberal en plena vigencia orientadas al desarrollo y la expansión del mercado de la
tierra en las sierras del Ecuador y el Perú.
Se trataría de un proceso que para el caso del Ecuador ha alcanzado un grado tal que
está llevando a distintos estudiosos a referirse ya a toda una dinámica de “pulverización”
(Vega, 2002) y desaparición poco menos que definitivas de la tierra comunal rural
ecuatoriana y que para el caso del Perú parece ya implicar por lo menos una dislocación
profunda de su régimen agropecuario comunitario de tradición andina de combinada raíz
prehispánica, colonial y republicana a favor de una parcelación de la tierra crecientemente
privatizadora tendiente a una expansión del mercado de tierras serranas que está pasando ya a
modificar el escenario andino rural de este país.
Apunte 2
Para el caso del Ecuador, los especialistas hacen hincapié en señalar que la Ley de
Desarrollo Agrario (LDA) de 1994 promulgada por el gobierno de Sixto Durán constituye
toda una franca opción neoliberal ya que, en un golpe de profundo efecto operativo, logró
introducir abiertamente en el ordenamiento jurídico ecuatoriano el fraccionamiento total o
parcial de las tierras comunales rurales como cosa legislada. Así, la LDA dispone:
“...(para) facilitar el desarrollo más rápido del mercado de tierras rurales, así como el
flujo de capital al sector agrícola, el gobierno de Fujimori promulgó en 1991 la Ley para
Promover la Inversión en el Sector Agrícola (Ley 653). Esta ley acabó formalmente con la
reforma agraria... y su intención fue facilitar el desarrollo de sector agrícola capitalista de
tamaño mediano al permitir ya fuere a las “personas naturales o jurídicas” adquirir tierra,
independientemente de que fueran o no los productores directos...” (p.186)
Apunte 3
Por supuesto, una perspectiva que examine el detalle de esos procesos más allá de lo
jurídico, que atienda las especificidades de los procesos ecuatorianos y peruanos en la sierra
y que se aproxime casuísticamente a las distintas micro y subregiones en cada caso
encontrará seguramente marcadas diferencias entre los dos países y entre las micro y
subregiones al interior de los mismos, diferencias que aquí no pueden auscultarse ni siquiera
aproximativamente pero que en uno u otro caso posiblemente relativizarían en grado mayor o
menor el cuadro genérico tendencial de privatización y parcelación de la tierra y de desarrollo
del mercado de tierras rurales al que acabamos de aludir para los dos países. De modo
groseramente general, se puede argüir que distintos indicadores confluyen suficientemente
como para hacer posible afirmar que el régimen de la tenencia comunal de tierras se halla
profundamente erosionado en la sierra del Ecuador y en menor grado en la sierra del Perú y
que el mercado de tierras rurales serranas muestra en el caso del Ecuador un significativo
mayor desarrollo que en el caso de la sierra del Perú.
No deja, en todo caso, de ser significativo el que los estudiosos del caso ecuatoriano
serrano tiendan, desde la distancia, a contrastar diferencialmente la situación de la región
andina ecuatoriana con la situación de la sierra peruana concibiendo a esta última como a un
universo donde aún se percibiría un mayor vigor que en el Ecuador de las viejas tradiciones
comunitaristas andinas sobre las cuales ha abundado parte de la literatura peruanista previa a
la década de la violencia en este país. A su vez, los estudiosos peruanistas de la actualidad
propenden a considerar que el vigor de las tradiciones comunitaristas andinas se encontraría
más bien en Bolivia, haciendo contraste con una situación serrana peruana marcada por
mayores cambios desestructuradores de lo comunitario a favor de lo privado. Por su parte, los
estudiosos bolivianistas nos ayudan a recordar que incluso los procesos de la Reforma
Agraria de Bolivia abiertos en 1952 y1953 –con toda su evidente influencia a favor de las
comunidades campesinas de este país y de la afirmación de la tenencia comunitaria de la
tierra a través de una legislación que hasta el presente valida los títulos comunitarios
proindiviso sobre la tierra rural– incluyeron también marcos jurídicos de validación de la
propiedad privada rural en los Andes bolivianos desatando ya desde los 1950s algunas
dinámicas micro y subregionales de minifundización o propietarización parcelaria legalizada
y de facto y de desarrollo relativo de mercados de la tierra rural a partir de los intersticios en
ó las explicitaciones de la letra de la legislación agraria reformista boliviana, cuestión que ha
llevado a que varios críticos consideren a esa reforma como una “procapitalista”. Para el
Ecuador y el Perú, entonces, pero también para Bolivia, los temas relativos a la
desestructuración de los regímenes de tenencia comunitaria de la tierra, a la propietarización
parcelaria privada de la tierra y al desarrollo del mercado de tierras rurales en sus regiones
andinas, hacen parte de una agenda de investigación inobviable aún si las diferencias en el
grado y alcance de tales procesos pueda ser muy grande entre los tres países.
Como fuere, y saltando por sobre las gruesas lagunas del conocimiento en torno al
detalle de la realidad del desarrollo del mercado de tierras rurales y del alcance de la
propietarización privada de la tierra rural tanto en los Andes ecuatorianos, peruanos como
también bolivianos, los casos del Perú y del Ecuador efectivamente obligan a una
aproximación a la problemática de los derechos territoriales de los pueblos indígenas andinos
en estos tres países desde un enfoque que considere con mayor atención el tema del mercado
y el de la propietarización privada de la tierra rural.
Y es que, y esto no puede destacarse sino con el mayor énfasis, por lo menos el
proceso contemporáneo en la sierra del Ecuador muestra de modo muy evidente –y algo
semejante parece ya estar incipientemente despuntando también en el Perú serrano– que no
importa cuán severo esté siendo el dislocamiento del régimen de la tenencia comunitaria de la
tierra y cuán marcadamente estén desarrollándose allí la propiedad privada parcelaria de la
tierra rural y el mercado de tierras rurales, ello no ha sido ni es en absoluto un impedimento
mayor para el florecimiento y desarrollo paralelo de procesos de autoafirmación y
autoidentificación indígena de vastos sectores poblacionales rurales y también urbanos,
procesos que –como es por demás sabido– dieron paso en las últimas dos décadas a la
emergencia de una tupida red de organizaciones de segundo y de tercer grado articuladas en
torno a la identificación étnica –baste para el caso sólo mencionar por ejemplo a la
CONAIE– cuyo poder político y social en este país es incuestionable tanto para el caso de la
sierra como para su costa y amazonía. Así, el caso del Ecuador permite afirmar que el
proceso de autoidentificación indígena y sus derivaciones organizacionales en este país hace
parte de un proceso político-cultural que viene discurriendo por encima de, y con marcada
autonomía con relación a las transformaciones del régimen de la tenencia de la tierra rural.
En lo que constituye sólo aparentemente una paradoja, Ecuador muestra hoy en su región de
sierra la emergencia afirmatoria –más densa o más difusa, dependiendo de los casos– de
autoidentificaciones indígenas locales y supralocales y el surgimiento de colectividades
indígenas (“nacionalidades” o “pueblos” indígenas, de acuerdo a la terminología en uso por
parte de las organizaciones que las representan) en el mismo momento en que la irrupción del
mercado de tierras rurales, la propietarización privada parcelaria de la tierra rural y la
disgregación de la tenencia comunitaria de la misma se encuentra en la etapa de mayor
expansión en todo lo que va de la historia del Ecuador serrano.
Apunte 4
Lo destacable del caso ecuatoriano –y que puede servir de importante referencia para
los activismos en el Perú orientados a la promoción de los derechos indígenas en su región
andina– reside, en todo caso, en el hecho de que sus procesos de autoidentificación y de
interpelación indígena han podido desarrollarse con manifiesta fuerza política en las últimas
dos décadas, también en la sierra, pese a toda la desestructuración del régimen de tenencia de
la tierra comunal que viene ocurriendo en la región. El que tal desarrollo político haya
logrado esbozar una línea de atención a los derechos territoriales indígenas, por un lado –no
importa si ello sólo se haya plasmado hasta ahora en un concepto todavía abstracto de
circunscripción, aún si se lo considere funcional a la neoliberalización agraria en la sierra– y
que, por el otro, esté empezando a volver la vista sobre la cuestión de la tenencia de la tierra
rural, desde una perspectiva crítica al neoliberalismo, también se hace evidente, por lo demás,
cuando se revisan otros acápites de la nueva Constitución Política ecuatoriana. Así, el
Artículo 84 en el Capítulo 5 De los derechos colectivos de la nueva Constitución de este país
pudo especificar, entre otros, por solicitud de la CONAIE, que:
Como fuere, tierra comunitaria y territorio, en todo caso, pueden y deben empezar a
ser avizorados en el vasto espacio andino como los retos indígenas para el nuevo siglo en un
contexto de tenaz penetración mercantil e impulsos propietaristas privatizadores. Y es que en
el arduo nuevo mundo del desarrollo inclemente de los mercados, alguna colectividad, quizá
también la indígena, deberá reponer las pautas civilizatorias de la solidaridad.
Bibliografía citada