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Tristemente, la actitud general de los cristianos hacia la Ley es muy negativa. La mayoría de los
cristianos han sido enseñados a ser muy reacios a la Ley, como si Dios se hubiera equivocado al
establecer la Ley, necesitando rectificarlo por medio de la gracia en el Nuevo Testamento. Sin
embargo, también encontramos el concepto de la gracia, o ‘jesed’, en las Escrituras Hebreas
(Antiguo Testamento), además de miles de leyes o preceptos en el Nuevo Testamento. En otras
palabras, el Señor, quien es el mismo ayer, hoy y por los siglos, nos dio tanto la gracia como
también la ley en ambos testamentos. Él nunca cambia.
En el Nuevo Testamento, cuando Pablo envió su carta a los amados santos en Roma, escribió
acerca de seis "leyes", pero solamente una de ellas se refiriere a la Torá. No obstante, cada una
de las leyes representa una esfera que ejerce influencia sobre nuestras vidas. En este estudio,
discutiré cada una de esas leyes para que podamos comprender mejor este concepto importante
que se encuentra a través de toda la Biblia.
Pablo escribió sobre esta Ley: "Pues todos los que han pecado sin la
ley, sin la ley también perecerán; y todos los que han pecado bajo la
ley, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los
que cumplen la ley, ésos serán justificados" (Rom. 2:12-3).
1) LA TORÁ FUE ESCRITA POR DIOS. Los cristianos tendemos a enfatizar el hecho de que fue
escrita en piedra y, por ende, es fría, rígida y sentenciosa. Hay una tendencia inmediata de
comparar ésta con la gracia, la misericordia y la ternura de Yeshúa (Jesús). Como resultado, la
Torá es frecuentemente rechazada como algo que ya no tiene lugar en la vida del cristiano.
Lamentablemente, enfatizamos más la piedra fría que la mano de Dios que escribió sobre esa
piedra.
"Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los
hombres, siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por nosotros, no escrita con tinta,
sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos...
Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, de tal manera que los
hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés por causa de la gloria de su rostro,
que se desvanecía, ¿cómo no será aún con más gloria el ministerio del Espíritu?" (2 Cor. 2:2-3;
3:7-8).
¿Deberíamos menospreciar lo que ha sido escrito por Dios en piedra, a pesar de que el Nuevo
Testamento lo describe como "glorioso"? Si hacemos eso, desaprovechamos la enorme
bendición que Dios quería darnos por medio de la Torá. Justamente, algunos judíos nos
considerarían blasfemos por rechazar la esencia misma de las Sagradas Escrituras. Por ende,
también terminamos rechazando a Dios.
La Torá revela que no somos como Dios, y nunca lo seremos; por lo menos, no sin Su gracia. Si
la Torá nos enseña a ver cuán santo es Dios, también nos revela cuán lejos estamos de ser
santos, pero sin santidad nadie verá a Dios. La Torá revela Su plenitud y nuestra enorme
necesidad de Él. La Torá nos lleva al mismo borde del precipicio del infierno y nos permite ver
cómo sería nuestra vida sin Dios. Como consecuencia, nos obliga a preguntarnos si existe
alguna alternativa, y concluimos que sí la hay. Dios nos demuestra que la solución está en el
Mesías, quien ha quitado la maldición de vivir dominado por el pecado y sin la Torá en nuestro
interior, y nos hace el regalo de la vida eterna.
LA TORÁ NOS REVELA QUE EXISTE UNA DIFERENCIA ENTRE EL BIEN Y EL MAL. La Torá
nos enseña lo que es el pecado y las consecuencias de ello.
LA TORÁ ES LA REVELACIÓN DE DIOS COMO CREADOR DEL MUNDO. Ante Su trono, todos
tendremos que rendirle cuentas. No podremos escondernos de la sentencia de la Palabra de
Dios, ni tampoco podrá ser silenciada. Por Su Palabra, el cielo y la tierra serán juzgados. No nos
debe extrañar que las naciones se amotinen y se confabulen contra el Señor y Su Ungido (Sal.
2:1-3). Tampoco es extraño que las naciones intenten destruir a cada judío de sobre la faz de la
tierra, porque son mensajeros de la Torá. La Torá es el maestro, que enseña que estamos
muertos en nuestros pecados, pero nos dice que la salvación está en el Mesías (Gál. 3:24). La
lección de la Torá se levanta como un testigo eterno entre Dios y la humanidad. Lo que hacemos
con esa lección es nuestra decisión. Dios nos ha dado libertad de voluntad para decidir.
La base bíblica para el Evangelio es la misma Torá, y no los cuatro libros que encontramos al
principio del Nuevo Testamento que llamamos "evangelios." Esos cuatro libros históricos, Mateo,
Marcos, Lucas y Juan, son registros acerca de la vida y ministerio de Yeshúa, y se basan en la
teología y la expectativa mesiánica de la Torá. Sin los primeros cinco libros de la Biblia, los
cuatro evangelios serían representaciones inadecuadas del Mesías y Su misión, que es la
redención de la toda la humanidad.
Si no conocemos la Torá por haberla rechazado, no vemos la razón para el plan redentor de
Dios. No reconocemos que el Yeshúa histórico era judío, ni comprendemos por qué razón era
tan importante que fuera judío. Perdemos de ver gran parte de la belleza y resplandor del plan de
Dios. A medida que Dios va revelando esta verdad a Su iglesia hoy día, muchos cristianos se
asustan o se enojan. Ni siquiera quieren saber acerca de la obra restauradora del Espíritu de
Dios por medio de las raíces hebraicas de la fe cristiana. El estudio de nuestras raíces es
importante para obtener mayor conocimiento de Dios y ser mejores discípulos, no para
distraernos y alejarnos de Él. Ésto no es judaizar, sino contextualizar para obtener mayor
claridad y comprensión acerca de la Palabra de Dios.
LA LEY NATURAL
"Porque cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por instinto los dictados de la ley,
ellos, no teniendo la ley, son una ley para sí mismos, ya que muestran la obra de la ley escrita
en sus corazones, su conciencia dando testimonio, y sus pensamientos acusándolos unas veces
y otras defendiéndolos" (Rom. 2:14-15).
Existe una ley natural escrita por Dios en los corazones y en las conciencias de todo ser
humano. Por diseño de Su obra en la creación, Dios puso dentro de todos la capacidad para que
Su Torá fuese escrita en las tablas de nuestra conciencia, lo que a menudo llamamos el corazón.
Sin embargo, esta ley natural ha sido corrompida por el hábito de pecar o por la rebeldía contra
lo que sabemos es correcto y justo. Esta capacidad natural de saber lo que Dios desea que
hagamos ha sido corrompida por la idolatría, el paganismo y la rebeldía espiritual.
Sin embargo, esta ley natural ha sido escrita por Dios profundamente en el interior de cada
persona. Permanece indeleble en la conciencia de toda la humanidad. Pero puede ser ofuscada
a consecuencia de hábitos indebidos, por ignorarla o suprimirla, y cuando intencionalmente
aceptamos prácticas y valores que contradicen todo lo santo y bueno. Siendo vulnerables a la
contaminación, esperamos la obra del Espíritu Santo para conducirnos a la salvación en el
Mesías.
Esta ley natural existe para llevar a las personas que aún no han tenido la oportunidad de
conocer la Torá (la Ley de Moisés) ni el Mesías, pero aún son puros de corazón y buscan a Dios
su Creador.
"¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿La de las obras? No, sino por
la ley de la fe" (Rom. 3:27).
Ambas leyes descritas anteriormente fueron establecidas por Dios: la Torá, escrita en piedras, y
la natural, escrita en la conciencia. Sin embargo, la "ley de las obras" fue establecida por el
hombre. Revela nuestra naturaleza idólatra y nuestra capacidad de enorgullecernos a
consecuencia de nuestros esfuerzos espirituales. A menudo aparece en conjunto con la Torá y la
ley natural, ofuscando las leyes divinas dadas por Dios.
La ley de las obras es un esfuerzo deliberado por el ser humano de establecer su propia justicia
aparte de Dios, e incluso, de impresionar a Dios. En esencia, esta ley es producto de la fe en uno
mismo y no la fe en Dios. Las obras producidas por esta ley podrían tener la apariencia de
justicia, pero son carnales en origen y motivo. Serán consumidas por el fuego de Su justicia (1
Cor. 3:12-15).
LA LEY DE LA FE
Veamos nuevamente el verso anterior: "¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida. ¿Por
cuál ley? ¿La de las obras? No, sino por la ley de la fe" (Rom. 3:27).
La "ley de la fe" hace marcado contraste con "la ley de las obras". Mientras que la ley de las
obras puede ser identificada y observada fácilmente, la ley de la fe nos desafía porque es algo
interno. Requiere que entreguemos a Dios toda nuestra genuina fe y confianza, por pequeña que
sea, junto con nuestra máxima devoción.
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Deut. 6:5).
"Solamente guardad cuidadosamente el mandamiento y la ley que Moisés, siervo del Señor, os
mandó, de amar al Señor vuestro Dios, andar en todos sus caminos, guardar sus mandamientos
y de allegarse a El y servirle con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma" (Jos. 6:5).
"Y El le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente" (Mat. 22:37).
"Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es
don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe" (Ef. 2:8-9).
Esta debe ser nuestra respuesta ante la rectitud, la gracia y la verdad de Dios. Dios hace que
surja en nuestro interior una fe que es fundada sobre la Torá, y nos atrae hacia el Mesías en
adoración y servicio. La ley de la fe no existe por sí sola. Debe producir obras, según Santiago,
pero que sean totalmente puras. "... la fe sin las obras está muerta" (Sant. 2:26). Éstas no son
contradictorias. Las obras no nos salvan; sólo la fe conduce a la salvación. Sin embargo, la fe
verdadera será demostrada en nuestras vidas por medio de las obras y el fruto del Espíritu, que
podrán ser vistas por los hombres y por Dios como resultado de la salvación en nuestro interior.
La "ley del pecado" es una ley que ejerce enorme poder sobre las
pasiones que todos poseemos como seres humanos. Todos lo
llevamos por dentro. Los cristianos lo llamamos "pecado original,"
y fue sembrado en el ser humano desde el primer pecado de Adán
y Eva, infectando así al resto de la humanidad. El judaísmo lo
llama "la mala inclinación." Cuando nos dominan las pasiones por
esta ley, se evidencia el pecado. Se manifiesta de manera
particular en las pasiones físicas de nuestros cuerpos, y puede
dominar nuestra voluntad. A veces es tan fuerte que, si no nos
refugiamos en los brazos del Señor, se apodera de nosotros.
Produce en nuestro interior una gran batalla.
La respuesta para calmar esa tormenta interna espiritual que se levanta al luchar el deseo de lo
divino contra las exigencias de la carne es la gracia de Dios, alcanzada a través de Yeshúa el
Mesías, quien es también Dios. Sólo Dios puede librar nuestra alma de la muerte espiritual y el
dominio satánico. Es la gracia de Dios en el Mesías la que nos capacita
para cumplir con los requerimientos perfectos y santos de la Torá, y de
esa manera escapar las consecuencias de estar bajo la ley del pecado.
El Espíritu Santo nos enseña que Dios es perfecto y Santo. Nos redarguye y nos revela que
estamos lejos de cumplir los requisitos de la perfección de la Torá. La ley del Espíritu no echa a
un lado la Torá, sino que enfatiza las lecciones que de ella debemos aprender. El Espíritu atrae
nuestra atención a la verdad de nuestro pecado, y luego redirige nuestra atención hacia la gracia
que podemos hallar en el Mesías.
Los cristianos necesitamos reevaluar nuestra actitud hacia los cinco libros de Moisés, sin
cometer el error de volver a caer bajo la ley de las obras. Debemos ponernos el manto de la
verdad, una vestimenta sin costuras, formado por la Torá, como fuente de conocimiento, junto
con la Gracia, recibida por nuestra fe en el Mesías. En el Mesías, los requerimientos justos de la
Torá son plenamente cumplidos, y podemos alcanzar esa bendición por fe en la obra redentora
de Yeshúa sobre la cruz.
Cuando uno aprende a apreciar sus raíces judías, no entra nuevamente a un código legal ni
pretende ser judío cuando no lo es. Uno pone en justa perspectiva toda la Escritura y el
trasfondo de su fe de manera que se explica la relación de Israel, el pueblo judío y la Iglesia en
contexto histórico y bíblico.
Para que vea que la Ley de las Escrituras Hebreas no esclaviza, consideremos esta bella
descripción que nos da el salmista acerca de la Ley: "La ley del Señor es perfecta, que restaura
el alma; el testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo. Los preceptos del Señor
son rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos. El
temor del Señor es limpio, que permanece para siempre; los juicios del Señor son verdaderos,
todos ellos justos; deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino, más dulces que la miel
y que el destilar del panal. Además, tu siervo es amonestado por ellos; en guardarlos hay gran
recompensa" (Sal. 19:7-11).
Considere también este otro pasaje: "¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el
consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los
escarnecedores, sino que en la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de
noche! Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su
tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera"(Sal. 1:1-3).
Ministerio Bar-Enosh.
Wilfredo Torres
904 collinswood dr west
Jacksonville, Florida 32225