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LA LEY DE DIOS Y EL CRISTIANO

Una de las palabras más malinterpretadas en


toda la Biblia es la que ha sido traducida como
"ley" o "la Ley." Proviene del término judío de
Torá, o ‘halajá’, que literalmente significa
"camino" o "senda." Salmo 119:105-106 dice:
"Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi
camino. He jurado, y lo confirmaré, que guardaré
tus justas ordenanzas." Para el pueblo judío, las
leyes de Dios no eran un instrumento de
esclavitud, sino una expresión de Su amor. Dios
quiso explicar a Su pueblo la manera en que
podría vivir justamente y recibir la abundancia de
Sus bendiciones.

Tristemente, la actitud general de los cristianos hacia la Ley es muy negativa. La mayoría de los
cristianos han sido enseñados a ser muy reacios a la Ley, como si Dios se hubiera equivocado al
establecer la Ley, necesitando rectificarlo por medio de la gracia en el Nuevo Testamento. Sin
embargo, también encontramos el concepto de la gracia, o ‘jesed’, en las Escrituras Hebreas
(Antiguo Testamento), además de miles de leyes o preceptos en el Nuevo Testamento. En otras
palabras, el Señor, quien es el mismo ayer, hoy y por los siglos, nos dio tanto la gracia como
también la ley en ambos testamentos. Él nunca cambia.

En el Nuevo Testamento, cuando Pablo envió su carta a los amados santos en Roma, escribió
acerca de seis "leyes", pero solamente una de ellas se refiriere a la Torá. No obstante, cada una
de las leyes representa una esfera que ejerce influencia sobre nuestras vidas. En este estudio,
discutiré cada una de esas leyes para que podamos comprender mejor este concepto importante
que se encuentra a través de toda la Biblia.

LA LEY MOSAICA (LA TORÁ)

La Ley Mosaica también se conoce como la "Ley de Moisés" (1 Cor.


9:9) o la "Ley de Dios" (Rom. 7:22). Para evitar confusiones, en este
estudio me referiré a la Ley de Moisés como la Torá. Así se podrá
distinguir mejor de las otras "leyes" que Pablo menciona en el libro de
Romanos. La Torá es el corazón de toda la Biblia y, para el pueblo
judío, es el fundamento en que se basa su conocimiento de Dios. La
esencia de la Torá es lo que conocemos como los Diez Mandamientos,
pero la Torá en sí consiste de los primeros cinco libros de la Biblia.

Pablo escribió sobre esta Ley: "Pues todos los que han pecado sin la
ley, sin la ley también perecerán; y todos los que han pecado bajo la
ley, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los
que cumplen la ley, ésos serán justificados" (Rom. 2:12-3).

Deseo recalcar tres aspectos esenciales acerca de la Torá:

1) LA TORÁ FUE ESCRITA POR DIOS. Los cristianos tendemos a enfatizar el hecho de que fue
escrita en piedra y, por ende, es fría, rígida y sentenciosa. Hay una tendencia inmediata de
comparar ésta con la gracia, la misericordia y la ternura de Yeshúa (Jesús). Como resultado, la
Torá es frecuentemente rechazada como algo que ya no tiene lugar en la vida del cristiano.
Lamentablemente, enfatizamos más la piedra fría que la mano de Dios que escribió sobre esa
piedra.
"Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los
hombres, siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por nosotros, no escrita con tinta,
sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos...
Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, de tal manera que los
hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés por causa de la gloria de su rostro,
que se desvanecía, ¿cómo no será aún con más gloria el ministerio del Espíritu?" (2 Cor. 2:2-3;
3:7-8).

¿Deberíamos menospreciar lo que ha sido escrito por Dios en piedra, a pesar de que el Nuevo
Testamento lo describe como "glorioso"? Si hacemos eso, desaprovechamos la enorme
bendición que Dios quería darnos por medio de la Torá. Justamente, algunos judíos nos
considerarían blasfemos por rechazar la esencia misma de las Sagradas Escrituras. Por ende,
también terminamos rechazando a Dios.

2) LA TORÁ REVELA LA RECTITUD DE DIOS . En ella, encontramos la naturaleza, el carácter


y la mente de Dios revelada a nosotros. La pregunta es: "¿Cuán recto es Dios?" Podríamos
debatir largamente sobre cuán recto y santo es Dios. Sabemos que no hay pecado en Él, no
transa con la verdad, y es perfecto en todos Sus caminos. El asunto es que, en términos de
santidad, Dios nos lleva la delantera, y por gran distancia. Pero si algún día quisiéramos pasar la
eternidad con Él, estar ante Su presencia y el trono de Su gracia, debemos parecernos a Él.

La Torá revela que no somos como Dios, y nunca lo seremos; por lo menos, no sin Su gracia. Si
la Torá nos enseña a ver cuán santo es Dios, también nos revela cuán lejos estamos de ser
santos, pero sin santidad nadie verá a Dios. La Torá revela Su plenitud y nuestra enorme
necesidad de Él. La Torá nos lleva al mismo borde del precipicio del infierno y nos permite ver
cómo sería nuestra vida sin Dios. Como consecuencia, nos obliga a preguntarnos si existe
alguna alternativa, y concluimos que sí la hay. Dios nos demuestra que la solución está en el
Mesías, quien ha quitado la maldición de vivir dominado por el pecado y sin la Torá en nuestro
interior, y nos hace el regalo de la vida eterna.

3) LA TORÁ NO CONFLIGE CON LA GRACIA. La Torá y la gracia no


son enemigas. Necesitamos a ambas si hemos de comprender
plenamente nuestra relación con Dios y explorar nuestro potencial en
Él. La Torá y la gracia son complementarias y necesarias para que
podamos apreciar más profundamente nuestra enorme salvación.

En Romanos 7, Pablo describe a la Torá de la siguiente manera: "Así


que la ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno" (Rom.
7:12). También dijo: "Porque sabemos que la ley es espiritual, pero yo
soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado" (Rom. 7:14). De
ninguna manera Pablo menospreció a la Torá, ni enseñó que la
menospreciáramos. Tenía una alta estima de la Torá y una sobria
perspectiva acerca de su propia pecaminosidad, gracias a la
revelación de la santidad de Dios que encontró en la Torá. Sin
embargo, fue la gracia del Mesías que levantó a Pablo de su estado
de muerte. La Torá santa, perfecta, buena y espiritual le había
revelado su verdadera condición delante de Dios.

Si los cristianos no conociéramos la Torá, tampoco tendríamos estándares eternos y universales


con las cuales valorar la magnitud de la gracia de Dios. Quizás por eso es que hay tantos
"cristianos" que viven sin reverencia a Dios y con un llano sentido de devoción ante la cruz. La
gracia sin la Torá pierde su valor y produce una persona irreverente con un testimonio fracasado.
Por otro lado, la Torá sin gracia es muerte.
En fin, la Torá nos presenta un estándar inalcanzable de la perfección de Dios. Nada de lo
hagamos por cuenta propia podrá cerrar la brecha entre nosotros y Dios. Aún así, la Torá tiene
cuatro propósitos básicos:

LA TORÁ PREPARA NUESTRO CORAZÓN PARA EL MESÍAS AL REVELAR NUESTRA


NECESIDAD DE LA GRACIA DE DIOS. Solamente existe un intercesor suficientemente
calificado.

LA TORÁ NOS REVELA QUE EXISTE UNA DIFERENCIA ENTRE EL BIEN Y EL MAL. La Torá
nos enseña lo que es el pecado y las consecuencias de ello.

LA TORÁ ES LA REVELACIÓN DE DIOS COMO CREADOR DEL MUNDO. Ante Su trono, todos
tendremos que rendirle cuentas. No podremos escondernos de la sentencia de la Palabra de
Dios, ni tampoco podrá ser silenciada. Por Su Palabra, el cielo y la tierra serán juzgados. No nos
debe extrañar que las naciones se amotinen y se confabulen contra el Señor y Su Ungido (Sal.
2:1-3). Tampoco es extraño que las naciones intenten destruir a cada judío de sobre la faz de la
tierra, porque son mensajeros de la Torá. La Torá es el maestro, que enseña que estamos
muertos en nuestros pecados, pero nos dice que la salvación está en el Mesías (Gál. 3:24). La
lección de la Torá se levanta como un testigo eterno entre Dios y la humanidad. Lo que hacemos
con esa lección es nuestra decisión. Dios nos ha dado libertad de voluntad para decidir.

LOS PRIMEROS CRISTIANOS UTILIZARON LA TORÁ PARA PREDICAR EL EVANGELIO Y


COMPROBAR QUE JESÚS DE NAZARET ERA EL MESÍAS. "Y habiéndole fijado un día,
vinieron en gran número adonde él posaba, y desde la mañana hasta la tarde les explicaba
testificando fielmente sobre el reino de Dios, y procurando persuadirlos acerca de Jesús, tanto
por la ley de Moisés como por los profetas" (Hech. 28:23).

La base bíblica para el Evangelio es la misma Torá, y no los cuatro libros que encontramos al
principio del Nuevo Testamento que llamamos "evangelios." Esos cuatro libros históricos, Mateo,
Marcos, Lucas y Juan, son registros acerca de la vida y ministerio de Yeshúa, y se basan en la
teología y la expectativa mesiánica de la Torá. Sin los primeros cinco libros de la Biblia, los
cuatro evangelios serían representaciones inadecuadas del Mesías y Su misión, que es la
redención de la toda la humanidad.

La Torá es fundamental en nuestra historia, y los cuatro evangelios son el


cumplimiento de las profecías mesiánicas de Dios redimiendo a la
humanidad para Sí mismo. Son cumplidas en Yeshúa y Su muerte sobre
la cruz. Pero Yeshúa mismo dijo: "No penséis que he venido para abolir la
ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir. Porque en
verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la
letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla.
Cualquiera, pues, que anule uno solo de estos mandamientos, aun de los
más pequeños, y así lo enseñe a otros, será llamado muy pequeño en
pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los guarde y los
enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos" (Mat. 5:17-19).

Si no conocemos la Torá por haberla rechazado, no vemos la razón para el plan redentor de
Dios. No reconocemos que el Yeshúa histórico era judío, ni comprendemos por qué razón era
tan importante que fuera judío. Perdemos de ver gran parte de la belleza y resplandor del plan de
Dios. A medida que Dios va revelando esta verdad a Su iglesia hoy día, muchos cristianos se
asustan o se enojan. Ni siquiera quieren saber acerca de la obra restauradora del Espíritu de
Dios por medio de las raíces hebraicas de la fe cristiana. El estudio de nuestras raíces es
importante para obtener mayor conocimiento de Dios y ser mejores discípulos, no para
distraernos y alejarnos de Él. Ésto no es judaizar, sino contextualizar para obtener mayor
claridad y comprensión acerca de la Palabra de Dios.

LA LEY NATURAL

"Porque cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por instinto los dictados de la ley,
ellos, no teniendo la ley, son una ley para sí mismos, ya que muestran la obra de la ley escrita
en sus corazones, su conciencia dando testimonio, y sus pensamientos acusándolos unas veces
y otras defendiéndolos" (Rom. 2:14-15).

Existe una ley natural escrita por Dios en los corazones y en las conciencias de todo ser
humano. Por diseño de Su obra en la creación, Dios puso dentro de todos la capacidad para que
Su Torá fuese escrita en las tablas de nuestra conciencia, lo que a menudo llamamos el corazón.
Sin embargo, esta ley natural ha sido corrompida por el hábito de pecar o por la rebeldía contra
lo que sabemos es correcto y justo. Esta capacidad natural de saber lo que Dios desea que
hagamos ha sido corrompida por la idolatría, el paganismo y la rebeldía espiritual.

Sin embargo, esta ley natural ha sido escrita por Dios profundamente en el interior de cada
persona. Permanece indeleble en la conciencia de toda la humanidad. Pero puede ser ofuscada
a consecuencia de hábitos indebidos, por ignorarla o suprimirla, y cuando intencionalmente
aceptamos prácticas y valores que contradicen todo lo santo y bueno. Siendo vulnerables a la
contaminación, esperamos la obra del Espíritu Santo para conducirnos a la salvación en el
Mesías.

Esta ley natural existe para llevar a las personas que aún no han tenido la oportunidad de
conocer la Torá (la Ley de Moisés) ni el Mesías, pero aún son puros de corazón y buscan a Dios
su Creador.

LA LEY DE LAS OBRAS

"¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿La de las obras? No, sino por
la ley de la fe" (Rom. 3:27).

Ambas leyes descritas anteriormente fueron establecidas por Dios: la Torá, escrita en piedras, y
la natural, escrita en la conciencia. Sin embargo, la "ley de las obras" fue establecida por el
hombre. Revela nuestra naturaleza idólatra y nuestra capacidad de enorgullecernos a
consecuencia de nuestros esfuerzos espirituales. A menudo aparece en conjunto con la Torá y la
ley natural, ofuscando las leyes divinas dadas por Dios.

La ley de las obras es un esfuerzo deliberado por el ser humano de establecer su propia justicia
aparte de Dios, e incluso, de impresionar a Dios. En esencia, esta ley es producto de la fe en uno
mismo y no la fe en Dios. Las obras producidas por esta ley podrían tener la apariencia de
justicia, pero son carnales en origen y motivo. Serán consumidas por el fuego de Su justicia (1
Cor. 3:12-15).

LA LEY DE LA FE

Veamos nuevamente el verso anterior: "¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida. ¿Por
cuál ley? ¿La de las obras? No, sino por la ley de la fe" (Rom. 3:27).

La "ley de la fe" hace marcado contraste con "la ley de las obras". Mientras que la ley de las
obras puede ser identificada y observada fácilmente, la ley de la fe nos desafía porque es algo
interno. Requiere que entreguemos a Dios toda nuestra genuina fe y confianza, por pequeña que
sea, junto con nuestra máxima devoción.

"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Deut. 6:5).

"Solamente guardad cuidadosamente el mandamiento y la ley que Moisés, siervo del Señor, os
mandó, de amar al Señor vuestro Dios, andar en todos sus caminos, guardar sus mandamientos
y de allegarse a El y servirle con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma" (Jos. 6:5).

"Y El le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente" (Mat. 22:37).

"Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es
don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe" (Ef. 2:8-9).

Esta debe ser nuestra respuesta ante la rectitud, la gracia y la verdad de Dios. Dios hace que
surja en nuestro interior una fe que es fundada sobre la Torá, y nos atrae hacia el Mesías en
adoración y servicio. La ley de la fe no existe por sí sola. Debe producir obras, según Santiago,
pero que sean totalmente puras. "... la fe sin las obras está muerta" (Sant. 2:26). Éstas no son
contradictorias. Las obras no nos salvan; sólo la fe conduce a la salvación. Sin embargo, la fe
verdadera será demostrada en nuestras vidas por medio de las obras y el fruto del Espíritu, que
podrán ser vistas por los hombres y por Dios como resultado de la salvación en nuestro interior.

LA LEY DEL PECADO

La "ley del pecado" es una ley que ejerce enorme poder sobre las
pasiones que todos poseemos como seres humanos. Todos lo
llevamos por dentro. Los cristianos lo llamamos "pecado original,"
y fue sembrado en el ser humano desde el primer pecado de Adán
y Eva, infectando así al resto de la humanidad. El judaísmo lo
llama "la mala inclinación." Cuando nos dominan las pasiones por
esta ley, se evidencia el pecado. Se manifiesta de manera
particular en las pasiones físicas de nuestros cuerpos, y puede
dominar nuestra voluntad. A veces es tan fuerte que, si no nos
refugiamos en los brazos del Señor, se apodera de nosotros.
Produce en nuestro interior una gran batalla.

Pablo describe esa batalla de la manera siguiente: "¡Miserable de


mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor
nuestro. Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero por el otro, con
la carne, a la ley del pecado" (Rom.7:24-25).

La respuesta para calmar esa tormenta interna espiritual que se levanta al luchar el deseo de lo
divino contra las exigencias de la carne es la gracia de Dios, alcanzada a través de Yeshúa el
Mesías, quien es también Dios. Sólo Dios puede librar nuestra alma de la muerte espiritual y el
dominio satánico. Es la gracia de Dios en el Mesías la que nos capacita
para cumplir con los requerimientos perfectos y santos de la Torá, y de
esa manera escapar las consecuencias de estar bajo la ley del pecado.

LA LEY DEL ESPÍRITU

Luego de Su resurrección, Yeshúa ordenó a Sus discípulos que


esperasen en Jerusalén hasta que recibiesen el Espíritu Santo. Fue
necesario recibirlo si iban a salir y cumplir el mandato de llevar las buenas noticias (evangelio) al
mundo. El Espíritu Santo los activaría y les daría poder para testificar de su fe en Yeshúa como
el Mesías. La ley del pecado es derrotada por la presencia y el trabajo del Espíritu cuando hace
real y accesible la victoria de la muerte de Jesús en nosotros.

El Espíritu Santo nos enseña que Dios es perfecto y Santo. Nos redarguye y nos revela que
estamos lejos de cumplir los requisitos de la perfección de la Torá. La ley del Espíritu no echa a
un lado la Torá, sino que enfatiza las lecciones que de ella debemos aprender. El Espíritu atrae
nuestra atención a la verdad de nuestro pecado, y luego redirige nuestra atención hacia la gracia
que podemos hallar en el Mesías.

¿QUÉ SIGNIFICA ÉSTO PARA NOSOTROS?

Los cristianos necesitamos reevaluar nuestra actitud hacia los cinco libros de Moisés, sin
cometer el error de volver a caer bajo la ley de las obras. Debemos ponernos el manto de la
verdad, una vestimenta sin costuras, formado por la Torá, como fuente de conocimiento, junto
con la Gracia, recibida por nuestra fe en el Mesías. En el Mesías, los requerimientos justos de la
Torá son plenamente cumplidos, y podemos alcanzar esa bendición por fe en la obra redentora
de Yeshúa sobre la cruz.

Cuando uno aprende a apreciar sus raíces judías, no entra nuevamente a un código legal ni
pretende ser judío cuando no lo es. Uno pone en justa perspectiva toda la Escritura y el
trasfondo de su fe de manera que se explica la relación de Israel, el pueblo judío y la Iglesia en
contexto histórico y bíblico.

Para que vea que la Ley de las Escrituras Hebreas no esclaviza, consideremos esta bella
descripción que nos da el salmista acerca de la Ley: "La ley del Señor es perfecta, que restaura
el alma; el testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo. Los preceptos del Señor
son rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos. El
temor del Señor es limpio, que permanece para siempre; los juicios del Señor son verdaderos,
todos ellos justos; deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino, más dulces que la miel
y que el destilar del panal. Además, tu siervo es amonestado por ellos; en guardarlos hay gran
recompensa" (Sal. 19:7-11).

Considere también este otro pasaje: "¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el
consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los
escarnecedores, sino que en la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de
noche! Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su
tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera"(Sal. 1:1-3).

Ministerio Bar-Enosh.

Wilfredo Torres
904 collinswood dr west
Jacksonville, Florida 32225

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