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com/doc/6649579/Especificidades-Del-Psicoanalisis-
Lacaniano-en-Formato-A4
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daaa14
garrasyscuciedad
El cuarto capítulo tratará, del Nombre del Padre, la forclusión. Para esto
Maleval nos recuerda que no se debe omitir que el proceso forclusivo, en un
segundo tiempo de la enseñanza de Lacan es puesto en correlación con la
función paterna. Entonces en el psicótico la forclusión afecta al Nombre del
Padre y no a significantes cualesquiera, ni a experiencias singulares. Maleval
es categórico en este punto y a lo que apunta es a subrayar la especificidad de
la estructura psicótica , en un intento de no caer en inexactitudes poco
producentes.
Será esta intuición la que anticipará los ulteriores desarrollos. Esto lleva a
Maleval en el capítulo siete a trabajar la incompletud del Otro. La construcción
del grafo del deseo que aparece ordenada y comentada en "Subversión del
sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano" (22)marcó un giro
decisivo en la concepción del Nombre del Padre, correlativo del descubrimiento
de una hiancia en el campo del Otro, falta que aparece como hecho de
estructura en la distancia que existe entre los significantes, entre S1 y S2. El
significante del deseo no se puede obtener mediante una deducción: el sujeto
sólo se constituye en su división sustrayéndose del lugar del Otro. De esta
forma el sujeto descompleta al Otro, y de su sustracción del lugar del Otro,
resulta una falta: . Este matema designa un significante exterior al Otro,
pero conectado con él y necesario para su consistencia; ningún lenguaje
permite articular toda la verdad, lo que luego de Kurt Gödel quedó demostrado.
Vemos así que está justificado considerar como un matema del Nombre
del Padre en la medida que el orden simbólico demuestra estar articulado
alrededor de un agujero. La incompletud del Otro origina un nuevo abordaje de
la forclusión del Nombre del Padre centrado en la ilocalización (‘illocalisation’)
del goce. La elaboración conceptual del campo simbólico, del Otro, como
barrado, agujereado, como no-todo, constituye la condición para que lo real del
goce no simbolizable pueda ser circunscrito en la operación psicoanalítica. La
ley paterna demuestra que no se puede captar por entero mediante el
significante: el imperativo categórico kantiano, que plantea un deber
incondicional, purificado de los intereses humanos y vitales, traza un vacío
central donde ahora Lacan puede distinguir lo que revela el Marqués de Sade:
una exigencia de goce. Ésta, según Lacan, excava un agujero en el lugar del
Otro para levantar allí la cruz de la experiencia sadiana. Esta hiancia del Otro,
como forclusión normal y normativa debe ser diferenciada de la forclusión
psicótica. Entonces, a partir de los años sesenta se torna necesario concebir la
forclusión del Nombre del Padre, no ya como rechazo de un significante
primordial, sino como la ruptura de un anudamiento entre la cadena significante
y aquello que desde el exterior sostiene su ordenamiento. Para ello deberá
analogizar el Nombre del Padre con la función del cero,plantear su estatuto de
excepción en las fórmulas de la sexuación y finalmente su equivalencia con el
anudamiento de la cadena borromea .
El capítulo nueve Maleval lo titula ‘El Un-Padre’. Allí vemos que en la definición
del concepto Nombre del Padre se han producido varias modificaciones.
Inicialmente concebido como significante inscrito en el Otro, garante de la
existencia de un lugar de la verdad, luego se pluraliza y al mismo tiempo es
correlacionado con una pérdida de goce. Más tarde, en los años setenta se
relaciona con una formalización que da cuenta del ordenamiento de la cadena
significante y que articula dicho orden con el cifrado del goce. Son estas
últimas elaboraciones de Lacan las que originan según Jacques-Alain Miller,
una ‘axiomática del goce’ que suplanta poco a poco a la axiomática del Otro.
Ocurre que el Uno del goce sabe que ha de contar con el Otro, lo que sucede
es que entre ellos no hay relación armónica. Las fórmulas de la sexuación,
contemporáneas de la articulación del Nombre del Padre con el cero, definido
como el número asignado al concepto ‘no idéntico a sí mismo’ (según los
trabajos de Gottlob Frege)(23) lo establecen rigurosamente, proponiendo una
nueva formalización de la función paterna fundada en la existencia del Uno que
constituye la excepción (lo que inmediatamente nos hace pensar en el padre de
la horda primitiva planteado por Freud en "Totem y tabú"). Si se concibe el
Nombre del Padre en referencia a la axiomática de Giuseppe Peano, su
forclusión se ha de entender como homóloga a la carencia de un principio
regulador, de ello se deriva una pérdida del ordenamiento de la cadena
significante y una falta de aptitud del sujeto para localizar el goce mediante el
significante, lo cual implica una dificultad para apaciguarlo. Todas estas
referencias hacen necesario detenerse en las fórmulas de la sexuación, que
Maleval trabajará en el décimo capítulo de su obra , desde el lugar de ese
padre mítico:
El último capítulo de este libro de Maleval se titula ‘Más allá de "De una
cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis"’. Si se acepta la
tesis de acuerdo con la cual es la invasión de goce lo que produce el
sufrimiento del sujeto, ¿no es acaso manifiesto que lo que ha de orientar el
análisis es oponerse a dicha invasión? se pregunta el autor. M.Silvestre parece
haber sido el primero en extraer esta conclusión.Así, afirma en 1984: "si, en su
demanda inicial, el psicótico espera del analista significantes adecuados para
organizarsu mundo alterado, en su demanda segunda, a partir de la cual se
orientará la transferencia, el psicótico ofrece su goce al analista para que sea él
quien establezca sus reglas" (34). Estas dos demandas no carecen de
correlación con los lugares del analista que se pueden situar en el ‘esquema I’
respecto a los dos polos simbólicos a partir de los cuales el psicótico puede
proceder a una reconstrucción de la realidad: en uno de ellos, I, ideal del yo,
donde el sujeto apela a ‘significantes adecuados para organizar el trastorno de
su mundo’ ; en el otro , M, ‘el significante del objeto primordial’, donde existe el
riesgo que se manifieste el deseo del Otro. En las curas de psicóticos el
analista oscila entre ambos lugares, que a veces se combinan y a veces se
distinguen claramente.Maleval aportará dos de sus experiencias clínicas para
graficar esto.La posición del analista en la transferencia produce por tanto,
estilos de cura muy disímiles. Esta es una de las razones por las que toda
generalización sobre el psicoanálisis de los psicóticos se debe plantear con
prudencia. Entonces en relación a la transferencia psicótica y la dirección del
tratamiento, Maleval propone, que frente a la encarnación desafortunada del
Otro del Otro, oponerle la del testimonio, situada por C. Soler como otro Otro,
es decir, un semejante que se borra para que el sujeto pueda encontrar un
lugar vacío al que dirigirse y donde, al situarse allí su testimonio, se pueda
recomponer (35). Al llegar a su término, el trabajo analítico con un psicótico no
lo conduce a pasar por la experiencia de un pase. Lo que se verifica es una
gran variedad de formas de estabilización (apoyo en un partener; construcción
de suplencias, mediante objetos, mediante un trabajo de la letra o la voluntad
de hacerse un nombre; o también mediante una regulación de la distancia
respecto al Otro; el enquistamiento del delirio, etc). En consecuencia no parece
un hecho ineludible que el tratamiento psicoanalítico del psicótico sea
interminable.Diferentes analistas han descrito la obtención, tras varios años de
trabajo, de estabilizaciones fundadas, en parte, en la construcción de un orden
delirante. El delirio constituye así una metáfora que suple la función paterna
forcluída, dice el autor, de tal forma que, en sus manifestaciones más
elaboradas (paranoicas y parafrénicas) consigue enmarcar el goce del sujeto,
llevando a cabo una composición a base de significantes ideales que
estabilizan la realidad. A veces, el resultado favorable del tratamiento de un
psicótico puede ser la estructuración de un delirio. Uno de ellos declaraba:’De
hecho, lo que espero de las entrevistas con usted es conseguir evitar esta
fatalidad que me ha llevado por tres veces al hospital psiquiátrico.Quizás usted
pueda ayudarme a producir un delirio que se sostenga, ¡digo yo!... un delirio
que se pueda ajustar al delirio colectivo.No me molesta tener una percepción
distinta, lo que me molesta es la policía, el hospital psiquiátrico y las
situaciones altamente angustiantes’(36); alguien ubicado en la perspectiva que
autoriza el D.S. M.IV dificilmente pueda proponerle algo a este sujeto. El
abordaje lacaniano del psicótico,sostiene Maleval no promueve ni un
reforzamiento del yo, ni una ortopedia de los fantasmas, ni el análisis de un
núcleo abisal; por el contrario apuesta a las capacidades del sujeto para
construir una suplencia o una parapsicosis.Esta apuesta, el analista ha de
sostenerla ajustando su acción en función de la posición ética de objeto ‘a’, o
sea, no queriendo nada para su analizante, ni siquiera, en ocasiones, impedirle
delirar. Esta es la tarea frente a prácticas asfixiantes y mutiladoras, que la
psiquiatría positivista, empeñada en mundializar la evacuación del sujeto, lleva
adelante, concluye Maleval.
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