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A partir del capítulo 4, el autor centrará dos o tres capítulos seguidos en las
aventuras de cada uno de los chicos y, a través de las peripecias individuales,
ambos realizarán un aprendizaje que les servirá cuando retornen a su
verdadera vida.
Eduardo se enfrenta a castigos corporales infligidos por el padre de Tom en la
humilde casa de la calle de los Desperdicios, es burlado y golpeado por chicos
de su edad que no creen su discurso, vaga desalentado por los barrios bajos
de Londres, casi muere a manos de un ermitaño loco, es coronado
farsescamente como el rey de los mendigos, es culpado de un delito, va a la
cárcel, conoce en carne propia las injusticias impartidas al pueblo por parte de
la gente de sangre real. Todas sus ansias de libertad, su anhelo ferviente de
sentirse un niño de su edad, alejado de sus compromisos reales, se ven
frustrados. Pero sí logra algo muy positivo: la amistad incondicional de sir Miles
Henton, que lo defiende en las situaciones más peligrosas y es capaz de
arriesgar su propia vida por él sin pedir nada a cambio.
Tom, quien -influenciado por las lecturas del padre Andrés- siempre soñó con
conocer un príncipe y que delante de sus amigos se comportaba como tal, una
vez en el palacio de Westminster en su papel de príncipe de Gales, se siente
sofocado por sus obligaciones y, por momentos, ansía volver a su vida anterior.
Una vez en su papel real, se comporta como un soberano sensible y juicioso,
atento a las necesidades de su pueblo, ya que él ha experimentado
personalmente la pobreza y la injusticia. Sale fortalecido también por este
intercambio y recupera finalmente una vida más digna para él, su madre y sus
hermanas, convirtiéndose en hombre de confianza de Eduardo VI y en Director
del Orfanato, el mismo lugar donde había compartido tantos momentos de
esparcimiento junto a pequeños huérfanos.