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La apelación de las sanciones del Tribunal de Disciplina del Colegio

Público de Abogados de la Capital Federal. Estado de la Jurisprudencia


(Nota 1)

por Alejandro Juan Uslenghi (Nota 2)

I – La colegiación de los abogados y la potestad disciplinaria.

En primer lugar, me parece conveniente hacer un pequeñísimo repaso acerca de las normas
correspondientes de la ley 23.187 que regula los requisitos exigidos para el ejercicio de la
profesión de abogado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Su sanción resultó una novedad en
muchos aspectos, en especial el tema de la colegiación obligatoria y las potestades del Colegio. A
éste Colegio Público, de acuerdo con la ley, entre otras de sus finalidades se le asigna el ejercicio
del poder disciplinario sobre los matriculados. La propia norma establece que lo debe hacer a
través del Tribunal de Disciplina, al cual califica como uno de los órganos de conducción del
Colegio Público, conjuntamente con el Consejo Directivo y la Asamblea de Delegados. El Tribunal
está constituido por 3 Salas de 5 miembros, con sus respectivos suplentes. Se establece en el art.
23º de la ley que debe reunirse como Tribunal en Pleno para considerar la expulsión de la
matrícula.

En lo que hace a los procedimientos, queda su regulación -salvo los principios básicos señalados
en el art. 41- a cargo de la Asamblea, el órgano legislativo del Colegio Público. Las causas de las
sanciones disciplinarias están establecidas en el art. 44.

II – Tipos de sanciones y mayorías para adoptarlas.

Resumiré las sanciones previstas legalmente. En una graduación de menor a mayor gravedad,
encontramos primero el llamado de atención; en segundo lugar: la advertencia en presencia del
Consejo Directivo –un tirón de orejas calificado-;en tercer lugar, la posibilidad de imponer una
multa hasta un monto equivalente a la remuneración mensual de un juez; luego, una sanción más
severa, como es la suspensión en el ejercicio de la matrícula hasta un año; para dar lugar, por
último, a la máxima penalidad, que es la expulsión de la matrícula.

Como el tema es abordado en algunos de los pronunciamientos que vamos a citar, me permito
recordar que –de acuerdo con lo establecido en la ley- para las 3 primeras sanciones (llamado de
atención, advertencia y multa) se requiere el voto coincidente de la simple mayoría de los
integrantes de la Sala que intervenga. Para la cuarta, la multa, las 2/3 de los integrantes de esa
Sala. Vale decir, la opinión coincidente de 4 vocales. Y en el caso de la expulsión de la matrícula,
2/3 de los votos del Pleno. Vale decir, la opinión coincidente de 10 vocales.

III- Procedimiento de revisión judicial.

La revisión judicial de las sanciones aplicadas por el Tribunal está plasmada en el art. 47 de la ley.
Una primera norma, muy sana, establece que todas las sanciones son apelables con efecto
suspensivo. Vale decir, que se van a cumplir una vez que se resuelva en sede judicial sobre la
legitimidad del acto sancionatorio.

Esta sabia previsión de la ley ha obviado el debate judicial que se ha planteado en torno a otras
leyes que atribuyen facultades a la administración, propias del derecho administrativo penal. Me
refiero a los casos en que las normas permiten a diferentes órganos o entes de la administración
federal aplicar sanciones de naturaleza penal y en las que se contemplan recursos judiciales, los
que deben ser concedidos al solo efecto devolutivo. Según la jurisprudencia imperante en la Sala
IV –que integro- se ha concluido que ese tipo de otorgamiento de la revisión judicial resulta
inconstitucional, porque al permitir el cumplimiento de la sanción antes que se pronuncie en
definitiva el Poder Judicial importa tanto como un adelanto de culpabilidad sin que se haya
realizado el debido juzgamiento, en clara vulneración de las garantías contempladas en el art. 18
de la Ley Fundamental. Permítanme un ejemplo por el absurdo: tal procedimiento sería
equiparable a aquel en el que el juez de instrucción sentenciara a un imputado a 10 años de cárcel
y, luego, al terminar la vista de causa se decidiera si es o no culpable.

La Ley de Ejercicio de la Abogacía en Capital Federal ha previsto que la impugnación judicial


directa ante la Cámara se tiene que plantear en el término de 10 días hábiles, fundada, y debe ser
presentada en la sede del Colegio, ante la Sala o el Tribunal que intervenga. La sentencia
definitiva será dictada por alguna de las Salas de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Contencioso Administrativo Federal. Antes de dictar sentencia, se prevé un trámite en el cual
media un traslado al Consejo Directivo del Colegio por el término de 10 días. Concluido ello y
estando en condiciones de resolver en definitiva las actuaciones –corresponde que se expida el
Fiscal General ante la Cámara-, corre un plazo de 30 días para que en el tribunal judicial se
resuelva.

IV – Resoluciones sancionatorias impugnables directamente ante la Cámara.

Las resoluciones que resultan impugnables por el procedimiento que estamos revisando son
aquellas definitivas que aplican cualesquiera de los tipos de sanciones legales; es decir, que no
hay sanción por leve que fuera despojada –según la ley- de la posible impugnación judicial directa.
Hemos interpretado que la impugnación judicial especial que prevé la ley y que otorga ésta suerte
de recurso directo ante la Sala, queda circunscripta al acto definitivo del procedimiento
sancionatorio.

Sobre la base de este criterio, hemos rechazado -por ejemplo- un recurso de queja, en el cual el
imputado planteó recusación contra uno de los vocales del Tribunal. La Sala correspondiente del
Tribunal de Disciplina rechazó ese pedido de apartamiento. Contra esa decisión, el letrado planteó
impugnación judicial directa y el Tribunal de Disciplina rechazó la apelación. Recayó la queja en la
Sala, IV y sus integrantes coincidimos con el Tribunal de Disciplina en que sólo son recurribles por
ésta vía especial las resoluciones definitivas que aplican sanciones.

V – Trámite judicial de la impugnación.

He de referirme –en homenaje a la ilustración de los letrados oyentes- tan sólo a algunos casos
atípicos. En un caso relativamente reciente, el letrado sancionado que apelaba, tras el traslado
contestado por el apoderado del Colegio, opuso lo que él llamó la falta de legitimación pasiva.
Dijo, ateniéndose a una lectura lineal de lo establecido en la ley, que el traslado debía entenderse
con el Colegio Público y no con el Consejo Directivo. Por lo tanto, según la opinión muy particular
de éste imputado, ante cada traslado el Consejo Directivo debía reunirse, considerar la situación y
luego a través de su Presidente evacuar el respectivo traslado.

Nosotros interpretamos que más allá de la calificación asignada, no constituía la defensa planteada
una falta de legitimación pasiva, porque el sancionado no objetaba que su contrario fuera el
Colegio como persona jurídica, sino el mecanismo y la definición de la postura del Colegio frente a
la apelación del letrado. O dicho de otra manera, cómo se gestaba la decisión de ocurrir en
defensa del acto de un órgano del Colegio. En consecuencia, entendimos que era una excepción de
personería y consideramos que resultaba infundada, toda vez que no había impedimento legal
para que el Presidente del Consejo Directivo del Colegio lo representara y en ese carácter –con el
aval del órgano correspondiente- apoderara, cómo lo ha hecho habitualmente desde su creación, a
colegas para que ejercieran la función de mandatario y contestaran el traslado judicial.

La cuestión resuelta tiene cierto parangón con otros casos que ocurrieron hace unos años,
planteando una situación curiosa. El Tribunal de Disciplina, aplicaba una sanción. El letrado
sancionado planteaba el recurso. Ingresaba a la Sala. La Sala le otorgaba traslado al Colegio. En el
ínterin había habido un cambio de autoridades. Aparentemente la política de las nuevas
autoridades ejecutivas se contraponía con los criterios de penalización aplicados por el Tribunal de
Disciplina. En consecuencia, el Consejo Directivo le había dado instrucciones al letrado que
representaba al Colegio para que se allanara a los planteamientos realizados por algunos de los
abogados sancionados.

Ante esos allanamientos tuvo que entender nuestra Sala y entendió que eran improponibles. En la
resolución hizo un estudio del sistema pergeñado por el legislador; según el cual los órganos de
gobierno del Colegio Público eran el Consejo Directivo, el Tribunal de Disciplina, y la Asamblea de
Delegados; cada uno con su competencia, pero sin que uno primara sobre el otro.

A partir de este examen, discurrimos de la siguiente manera: si el legislador, para revisar las
decisiones del Tribunal de Disciplina únicamente otorgó un recurso ante el Poder Judicial, no
contemplando la que podríamos llamar vía administrativa, cabe concluir que no pretendió que el
Consejo Directivo fuera la Alzada de ese Tribunal de Disciplina. Entonces, de aceptarse ésta vía
elíptica del allanamiento, se transgrediría el sistema implementado por la ley, puesto que la
sanción quedaría en manos -en definitiva- del Consejo Directivo. Al menos para suprimirla.
Según este enfoque, se trataba de una cuestión de orden público, en cuanto ya había emanado
una sentencia del Tribunal de Disciplina que –por disposición del legislador que había dotado al
Colegio de tal potestad sancionatoria, propia de facultades exorbitantes como es el ejercicio de la
policía de la profesión abogadil- no podía ser revisada por un órgano ejecutivo dentro del Colegio.
Entenderlo de otro modo, importaría tanto como arrebatar una función propia del Tribunal de
Disciplina, discernida por la ley, y atribuirle a otro órgano colegial su revisión, sin texto legal que
lo cohoneste.

Cabe advertir que el sistema de revisión judicial diseñado por el legislador y del cual no se puede
prescindir –salvo su declaración de inconstitucionalidad- tiene determinadas características. Hay
un principio que está campeando sobre todo el procedimiento que es la imposibilidad de la
“reformatio in pejus”. Como consecuencia, el procedimiento de revisión judicial se pone en marcha
exclusivamente a partir de una sanción a un letrado.

Practicada la impugnación judicial de esa sanción por el letrado, o su defensor, el pretensor –al
que en la jerga común forense llamamos apelante y al trámite intentado, apelación- no puede ver
empeorada su situación en Cámara. Tampoco puede verse favorecida por la anuencia del Consejo
Directivo que considera que es inconveniente o ilegítima la decisión del Tribunal de Disciplina. Sólo
cabe una declaración acerca de la legitimidad de la sanción impuesta , mediante un proceso
judicial en el que se evalúan razones estrictamente jurídicas y no pueden introducirse valoraciones
referidas a la oportunidad o conveniencia del acto de reprensión profesional.

VI – Conformación del Tribunal de Disciplina que sanciona.

Vamos a proseguir reflexionando acerca de la conformación del Tribunal, dentro del ámbito del
Colegio Público de Abogados, que tiene que imponer las sanciones y cuáles son los requisitos
legales exigibles

Ustedes perdónenme, pero preferiría no hacer mención de los nombres de las partes, por más que
son sentencias pasadas en autoridad de cosa juzgada, ya que se trata de colegas. En éste caso
que comento, el Tribunal en pleno había impuesto un año de suspensión al colega. El Tribunal
Plenario había sido convocado porque, una vez sustanciada la causa, los hechos que la habían
originado podían –eventualmente- dar lugar a una sanción que tan sólo el cuerpo completo estaba
facultado para adoptar.

Como la sanción aplicada en definitiva por el cuerpo profesional era de suspensión en la matrícula
por un año, vale recordar que la ley, para este tipo de sanción, requiere el voto conforme de los
2/3 de los miembros de Sala. Por otra parte, el Reglamento establece que en caso de renuncia,
impedimento o ausencia temporal o definitiva, el Vocal Titular de una Sala es reemplazado por el
Vocal Suplente de la misma lista y en el orden correspondiente. En consecuencia, como había sido
votada en el pleno, pero la ley exige que 2/3 de los miembros de Sala estén concordes en la
sanción, entramos a examinar cómo habían votado los miembros de Sala en esa reunión plenaria
y advertimos que en el pleno habían estado 4 de los 5 miembros de Sala, sin que se dieran las
razones por las cuales no había asistido el 5 miembro de la Sala o su suplente. De esos 4, solo 3
habían coincidido con la sanción.

En consecuencia, haciendo una aplicación estricta del principio del juez natural y de la
conformación de las mayorías legalmente establecidas, consideramos que la sanción resultaba
anulable y tras privarla de efectos, devolvimos las actuaciones al Colegio Público para que con una
integración conforme a ley se resolviera nuevamente.

En otro caso, el plenario había dispuesto la suspensión por 9 meses del letrado y por la Sala sólo
habían votado 3 de sus 5 miembros. Aclaramos en la sentencia que no era motivo de exculpación
de esta ausencia el hecho de que una vocalía de la Sala estuviera vacante por renuncia del titular
y también renuncia del suplente. Porque quedaban 4 miembros de la Sala y si esos 4 estaban de
acuerdo en la sanción hubieran validado la pena.

Pero en éste caso, uno de los vocales suplentes no había asistido al Pleno por considerar que no le
correspondía votar puesto que no había estado presente en las audiencias de prueba. Nosotros
consideramos que no había admisión de éste impedimento de acuerdo a la ley, ya que la forma en
que quedan materializadas esas audiencias, por medio de un soporte magnetofónico con doble
cassettera, permite reconstruir lo que ocurrió en el acto procedimental aunque no estuviera
presente el vocal al que correspondía integrar la Sala.
La situación a la que se enfrentaba el vocal del Tribunal de Disciplina, por lo demás, no es
diferente a la que nos sucede a nosotros, los jueces, quienes habitualmente en los casos en que
están cuestionados en la apelación los términos en que se expresó un testigo o cuál fue el tenor
de las manifestaciones del imputado, utilizamos la prueba magnetofónica y la reproducimos en el
Tribunal para escuchar los dichos.

En el último caso, nuestro colega de Sala, el Dr. Galli votó también por anular la sentencia pero
con un matiz: devolviendo las actuaciones al Colegio para reconsiderar sólo un cargo. Lo voy a
destacar porque, si bien es una posición minoritaria, tiene su fundamento y sería conveniente
conocerla. El Tribunal de Disciplina en esa causa le había imputado dos cargos al colega. El
primero, una defraudación. Se había quedado con dinero del cliente y por eso había sido
condenado en sede penal. En segundo lugar, por haber percibido sus honorarios antes de pagarse
el crédito de su mandante. Típica falta involucrada dentro de las reglas éticas.

Nuestro colega de Sala entiende, haciendo aplicación del principio “non bis in idem”, de raíz penal,
y dado que éste procedimiento está presidido por los principios propio del derecho represivo, que
no tiene competencia el Colegio Público para considerar desde el punto de vista ético la conducta
que ya ha sido juzgada por una juez penal. Y por ello, en éste caso él ordenaba devolver –en
minoría- al Tribunal de Disciplina, porque no se había logrado la mayoría entre los Jueces, pero
sólo para que se volviera a decidir el cargo de violación de la ética en cuanto a la percepción de
honorarios antes de pagarse el crédito del mandante del abogado y no por los hechos que habían
dado lugar a la condena penal del colega.

La mayoría de nuestra Sala esta en una posición contraria, como es obvio por el resultado del fallo
que comento, y admite los dos tipos de juzgamientos (en sede penal y en sede del Colegio, por los
mismos hechos) por tratarse de la protección de bienes jurídicos distintos y de juzgamientos en
planos del derecho diferentes.

VII – Alcance de la revisión judicial.

Si pretendiera ante Ustedes definir cual es -me voy a referir sólo a la Sala que integro, porque no
quiero llevar la palabra de la Cámara- el criterio rector respecto del alcance de la revisión judicial
de las sanciones aplicadas en el ámbito del Colegio Público, yo hablaría de un principio de
deferencia moderada hacia las decisiones del Tribunal de Disciplina. Este principio de deferencia,
que tiene raíz norteamericana, generalmente se exhibe en materia contencioso administrativa, en
las relaciones entre la Administración Pública y el Poder Judicial. Pone de manifiesto cómo el Poder
Judicial por deferencia hacia las razones técnicas o la valoración del interés público de la
administración sigue sus dictados en la medida en que no encuentre una manifiesta ilegitimidad o
arbitrariedad en esa decisión. En la materia que tratamos, el principio de deferencia hacia la
administración pública se traspone a favor de la labor del Tribunal de Disciplina, que tiene mucho
también de administración pública, porque –como lo adelanté- es una delegación del Estado de
una de sus potestades más importantes como es la de ejercer la policía de la matrícula, aplicando
sanciones que llevan hasta la exclusión del ejercicio profesional

¿Cómo se aplica en la práctica el principio enunciado? En primer lugar, revisamos si los hechos
constituyen efectivamente una de las faltas legal y reglamentariamente previstas; en segundo
lugar, cómo tipifica esa falta el Tribunal de Disciplina; y finalmente, cómo encaja dentro del
esquema sancionatorio, al que he hecho mención, la pena aplicada. Las cuestiones más arduas se
plantean con aquellas faltas a la ética respecto de las cuales la norma otorga un cierto margen de
discrecionalidad al Tribunal de Disciplina para mensurar su trascendencia y, en consecuencia,
adecuar la pena –dentro de ciertos parámetros- a la intensidad del agravio cometido.
Precisamente, entiendo que uno de los pilares sobre los que se asienta el juzgamiento por los
pares es la conveniencia de que quienes son los colegas profesionales resulten los que califiquen y
adviertan cuál es la intensidad de la falta ética y, en consecuencia, la pena que debe ser aplicada.

De ahí que ese principio de deferencia en forma moderada nos lleva a convalidar las sanciones que
aplique el Tribunal de Disciplina en la medida en que no hallemos arbitrariedades o ilegitimidades.
Para decirlo de otra manera más sencilla. El juez del recurso no pretende sustituir al vocal del
Tribunal de Disciplina en la valoración exacta de la pena a aplicar, sino que aprecia si el juez
administrativo –al estimar la sanción- se ha mantenido dentro del margen legal y razonable. Si el
Tribunal de Disciplina aplicó un mes o dos meses, valorando el conjunto de situaciones, tengo que
respetar cierto margen de discrecionalidad y no ahondar en una tarifación estricta que responda
mas a mis conceptos del interés público comprometido, despreciando los del Tribunal de
Disciplina.
Por supuesto, cuando se exceden los marcos legales, o cuando la pena es realmente
desproporcionada, se impone al magistrado judicial la obligación de calibrar la sanción de acuerdo
a lo dispuesto en la ley y a la subsunción legal que merecen los hechos probados en la causa.

VIII – Fallas éticas de envergadura habitualmente juzgadas.

¿Cuales son las faltas éticas que más habitualmente llegan a conocimiento del Tribunal? Aquellos
casos de trasgresores a los deberes de lealtad, probidad y buena fe en cuanto al manejo de los
intereses del cliente.

En un caso que vale la pena citar, la Sala convalidó una sanción de multa del 30% de la
retribución de un juez de primera instancia. El letrado apoderado estaba inculpado de haber
aceptado una oferta indemnizatoria de $ 12.000, en una causa por daños y perjuicios, y de haber
–de esos $ 12.000- retirado $ 6.000 para pagar a un colega que había atendido una causa penal
en Provincia, que se consideraba que era necesaria vigilar y activar para el buen resultado de la
indemnización civil. El letrado había evaluado los honorarios y gastos de ese colega en el 50% de
la indemnización recibida por un padre de familia, su esposa y dos hijos.

En otro caso, se convalidó una multa de $ 2.500, porque –otra de las causas típicas de falta ética-
se había abandonado un juicio sin motivo que lo justificara, aunque la encomienda que había
aceptado el profesional se circunscribía al patrocinio letrado. Vale decir, cuando el cliente, el
particular, confía en un letrado para llevar adelante un juicio, aunque no le otorgue mandato, el
Tribunal de Disciplina entiende -nosotros coincidimos con esa inteligencia- que el abandono del
juicio, sin causas suficientes de exculpación por parte del letrado, constituye una falta de ética.

En otro caso, se convalidó una multa de $ 2.000 por entender que el letrado interviniente había
proferido un agravio gratuito y desmedido hacia la honorabilidad de un juez que había dictado una
sentencia en una causa laboral. El colega había calificado -en la expresión de agravios- a ese juez
como carente de honestidad intelectual. Había afirmado por otra parte que decididamente
procuraba beneficiar a una empresa. Más adelante le había imputado la “tendenciosidad” –es la
primera vez que escucho esa palabra, pero es textual- del pronunciamiento. Y para culminar, dijo
del juez que era un verdadero mamarracho. Posteriormente, en una actitud muy hidalga, en la
audiencia de prueba aclaró que lo que era un verdadero mamarracho era la sentencia pero no el
juez. De todas maneras se mantuvo en que era un mamarracho la sentencia. La actitud asumida
en las diversas circunstancias le ocasionó la sanción que hicimos mención.

Otro tipo habitual de transgresión a las reglas éticas está constituida por los casos en que los
abogados no prestan debida atención a los intereses confiados al cliente, comportándose con el
celo, el saber, la dedicación, que es dable esperar de un profesional responsable. Incurrió en éste
tipo de actitud un letrado, al cual se le impuso una sanción de multa del 50% de la retribución
mensual de un juez. Los hechos que dieron lugar a la pena fueron –en síntesis- los siguientes:
este abogado había asumido el patrocinio letrado de su cliente en un juicio de divorcio y de
disolución de sociedad conyugal. Terminado el proceso, el juez había ordenado inscribir los bienes
a nombre de su cliente. El había sido autorizado judicialmente para realizar esa inscripción e
incluso había cobrado de su cliente los gastos necesarios para llevarla a cabo. Retiró el testimonio
de inscripción y, casi un año después, lo ingresó en el Registro de la Propiedad. El testimonio y los
documentos de inscripción contenían algunas deficiencias y merecieron una inscripción provisoria
por parte del Registro por 180 días, dentro de los cuales el letrado debía subsanar las deficiencias.
Este letrado dejó sin cumplir los requerimientos del Registro y, por lo tanto, cayó la inscripción
provisoria, desentendiéndose totalmente del trámite posterior.

IX – Facultades investigadoras del Tribunal de Disciplina.

La Sala que integro ha tenido oportunidad -reiterada- de definir cuáles son los alcances de las
facultades investigadoras del Tribunal de Disciplina, ante la oposición de planteos judiciales
anulatorios opuestos por abogados sancionados. Se quejan los colegas sancionados de que se han
violado sus derechos constitucionales porque son condenados por el Tribunal de Disciplina sobre la
base de hechos no alegados en las denuncias que han dado pie al caso. Estas circunstancias
ocurren de la siguiente manera: el ex cliente de un abogado hace una denuncia contra el
profesional que lo patrocinó o representó, imputándole alguna falta ética, y relatando los hechos
en que funda el pedido de sanción.

El Tribunal de Disciplina, cuando pide la causa judicial en la cual intervino el letrado, encuentra
algunas otras conductas –no mencionadas en la denuncia del ex cliente o de otro colega- que
también constituyen causales sancionables. Después de haber oportunamente formulado los
cargos al profesional y haberle dado oportunidad de defensa y de prueba, el Tribunal de Disciplina
dicta su resolución condenatoria sobre la base de todas las conductas observadas.

Al recurrir, generalmente, los letrados se agravian sosteniendo que los hechos por los que son
sancionados no habían sido enunciados en la denuncia que originó la causa de ética. Nosotros
entendemos que ello no resulta de ninguna manera óbice para la actuación del Tribunal de
Disciplina, ya que si la ley le permite actuar de oficio, es evidente que podrá basar su
pronunciamiento en los hechos denunciados y en todos los demás que se acrediten en la
investigación que realiza. El Tribunal de Disciplina está para sancionar la conducta contraria a la
ética profesional de los colegas y en modo alguno se encuentra constreñido a la valoración de los
hechos denunciados, sino que puede hacer mérito de todas las conductas que lleguen a su
conocimiento –por el medio que fuere-, con la sola salvedad que se respete el derecho de defensa
del abogado, dándole oportunidad de alegar y probar sobre aquellos hechos que se estimen
sancionables.

X – Otras fallas a la ética profesional.

Habré de referirme para concluir a otras conductas que no revisten la gravedad o trascendencia de
las anteriormente comentadas pero que de igual manera configuran conductas reprimibles en el
enjuiciamiento corporativo. En cuanto a la falta de presentación del Bono Fijo, podemos sostener
que es una causal bastante reiterada y que ha dado motivo, por lo menos en cierto período, a
muchas causas. Nosotros hemos convalidado las sanciones de llamado de atención, considerando
que no era motivo de exculpación válida el incumplimiento que, por ejemplo, una letrada calificó
de cuasi-negligencia. Que sea negligencia o cuasi-negligencia, lo cierto es que constituye una
sanción desde el punto de vista ético, ésta falta de colaboración con el sostenimiento de la
corporación.

Otra causal que se reitera mucho -es la última que voy a citar para no dilatar en demasía mi
exposición y permitir a mis colegas jueces expresar sus puntos de vista- es el tema de la debida
notificación al letrado, nuestro colega, que ha atendido al cliente antes, ya sea fuera de la causa o
dentro de la causa, respecto obviamente a la misma cuestión. Antes de patrocinarlo o
representarlo y en consecuencia sustituir el anterior patrocinio letrado, es necesario advertirle al
anterior colega ese cambio.

La falta de anoticiamiento al anterior colega ha provocado no pocas sanciones profesionales. La


Sala que integro ha sostenido que no es causal de exculpación -frecuentemente alegada en las
expresiones de agravio- el mero hecho de que el cliente al contratar al nuevo profesional le haya
asegurado que su otro colega ya no era más letrado de él por haberse desvinculado. Las razones
de deferencia hacia los derechos y la persona del colega obligan a asegurarse de ese apartamiento
a través de una comunicación fehaciente con el otro letrado. En una sola causa y por aplicación del
beneficio de la duda -principio de carácter penal que juzgamos aplicable en éste tipo de
procedimiento- consideró la Sala que la mera manifestación del cliente a su nuevo abogado, en el
sentido de que el anterior letrado había sido correctamente desvinculado, era suficiente y no
permitía que se condenara al nuevo profesional por esta falta ética.

¿Cuál fue el matiz distintivo que encontramos para sustentar ésta posición? Era que el cliente
tenía título de abogado. El nuevo letrado, así como le debe respeto y confianza al anterior letrado,
que es un profesional, también le debe respeto y confianza a ese, su cliente y colega. Por lo tanto,
si su nuevo cliente –también abogado- le manifiesta que el anterior letrado que lo asistía había
sido correctamente anoticiado de que había cesado la encomienda y con él había solucionado los
aspectos económicos de la relación, es dable entender que el respeto profesional que le merece el
cliente haya inducido al nuevo letrado a dar por cierta esa información y, en consecuencia, obviar
la notificación fehaciente de que asumía el patrocinio. Como el cliente respaldaba en su defensa al
nuevo profesional, juzgó la Sala que, al menos, le era extensible el beneficio de la duda al
sancionado por el Colegio.

XI – Epílogo.

Con la reseña legislativa y jurisprudencial realizada, se ha pretendido dar un vistazo, tan sólo al
estado de la doctrina judicial en torno a la potestad sancionatoria atribuida al Colegio Público y su
revisión por la Justicia. Dado el ámbito en el que se ha desenvuelto la exposición y por tratarse en
todos los casos de colegas sancionados, se ha omitido la individualización de las causas, pero cabe
aclarar que corresponden a pronunciamientos de la Sala IV de la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Contencioso Administrativo Federal y las sentencias se encuentran a disposición de los
interesados en el Tribunal.

NOTA:

(1) Versión corregida por el autor de su exposición en la Mesa Redonda “La Apelación de las
sanciones del Tribunal de Disciplina del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal. Estado
de la Jurisprudencia” que se desarrolló el 18 de septiembre de 2001 en la Sala 8 del Colegio
Público de Abogados de la Capital Federal.

(2) Abogado, especializado en Derecho Administrativo y Administración Pública, por la Facultad de


Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Profesor del Master en Derecho
Administrativo de la Universidad Austral. Profesor del Programa de Especialización en Derecho
Administrativo Económico de la Universidad Católica Argentina. Ex Profesor del Instituto Nacional
de la Administración Pública. Ex Profesor Titular de Administración Pública en la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad del Salvador. Ex Profesor Adjunto de Derecho Administrativo y
Profesor del Curso de Postgrado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad
de Buenos Aires. Miembro del Instituto de Derecho Administrativo de la Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales. Ex Procurador General Adjunto de la Municipalidad de la Ciudad de
Buenos Aires. Ex Secretario de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Actualmente, se
desempeña como Juez de la Sala IV de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso
Administrativo Federal. Autor de publicaciones sobre cuestiones de derecho administrativo,
municipal y urbanístico.

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