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Cuando hablamos del sentido del misterio, nos damos cuenta de cómo ha ido
cayendo en el olvido y que ni siquiera se hace presente en las celebraciones litúrgicas
que es precisamente donde deberíamos estar más cerca. La liturgia debe ser punto
fundamental de la Iglesia, celebrando en ella la fe y acercándonos a nuestras tradiciones,
a la naturaleza divina y entrando en contacto con el Espíritu Santo. El centro de estas
celebraciones es Jesús, ya que el está presente en ellas y responde a la necesidad del
hombre de acogerle y honrarle. Este es el verdadero sentido de esta celebración y no el
aplacar los deseos inmediatos y temores del hombre. El nos habla, perdona y escucha y
a él hablamos y escuchamos, es una relación recíproca que se produce por gracias del
Espíritu Santo.
Para que la celebración litúrgica tenga verdadero significado, debe haber una
continua y fuerte formación de los ordenados, consagrados y laicos. Para ello, hay que
hacer más palpable la presencia del misterio para que la liturgia sea un acto de fe y una
comunión la Santísima Trinidad. De esta manera, Europa podrá recuperar el camino
perdido tiempo atrás. Esta formación ayudará a darle un verdadero sentido espiritual a
la celebración y así vivirla de manera plena.
La eucaristía es la llave que contiene a Cristo mismo, nos impulsa hacia adelante
y nos ayuda en las tareas de la vida. Nos adelanta a nuestro futuro encuentro con Cristo
porque recibimos su gracia en ese momento, con su cuerpo y su sangre.