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Mis Ángeles
Grupo Joven
Una Semana
La primavera recubre la ciudad; los naranjos se engalanan
de flores y se postran a los pies de las calles, cubriéndolas
con un manto de olor a azahar. Recobran la pasión que en
unas semanas paseará por nuestros lugares más
emblemáticos. Los pajarillos silban la melodía que
anuncia este tiempo de cuaresma. Un tiempo en el que
todos los cristianos debemos reflexionar acerca de la
importancia de la vida de Jesús. La cuaresma que vivimos
y que despacito está desembocando en el gran río de
procesiones, se nos hacia eterna cuando veíamos unos
cultos tardíos.
Aún recuerdo cuando saboreé el primer ‘mantecao’ de la
Navidad.
Todo parecía apreciarse en el horizonte del futuro. Pero
siempre estaba mi padre para decirme y recordarme que a
la primera le quedaba muy poco para estar en la calle y
que pronto las cruces harían de guía de las cofradías.
Nos hemos bebido el tiempo mientras limpiábamos los
pies y las manos de nuestros titulares, montábamos pasos
y hacíamos brillar la plata.
Como un suspiro han pasado estos cuatro meses, y
seguramente, como un rayo se pasará la semana. Una
semana queda para que el viernes de Dolores recobre vida,
al modo más sevillano posible: con capirotes en Pino
Montano.
Volará el sábado y empezará. La vida en siete días.
Comienza el domingo. Ese domingo que extenderá la
primavera entre cíngulos y espartos. Tocará vestirse con
capa y mirar al padre cuando salga por la puerta de San
Roque. Entonces me pondré mi capirote verde Esperanza,
y esa Esperanza nos llegará, la que anuncia las bambalinas
de la virgen más niña de toda la semana. Unas bambalinas
con el sonido más sevillano, mezclado con el olor a
incienso que viene de el Salvador. Allí el Amor será el
protagonista de una plaza que callará al ver este mismo
sentimiento representado en una perfecta imagen.
El sol del lunes asomará su luz y dará vida a los cautivos
del polígono y del tiro de línea. Navegaremos por el
Guadalquivir al Tardón donde recibiremos Salud para el
padre que va atado. Pero el martes… el martes es la
perfección absoluta, el día aclamado, el martes es
candelario. Sobran las palabras.
El palio del Refugio de una madre visitará San Nicolás y
la Caridad llenará de gracia al torero que reza en la capilla
del Maestranza. La Virgen del Carmen entrará en Feria y
despedirá el miércoles.
Tocó unir jueves, madrugá y viernes. ¿Y por qué no? Es
una semana, una vida primaveral.
Por un Valle de rosas pasará el señor de Pasión, y con los
Ángeles se aproximará la noche.
Dicen que llegan romanos a San Lorenzo. También
cuentan haber visto nazarenos de negra cola en San Gil.
Uno de ruan toca la puerta de San Antonio Abad y esta se
abre. Perfectísimas filas invaden la Campana. Pero la
sorpresa no acaba. Esto solo ha comenzado. Dios calza por
Sevilla. El Gran Poder nos enmudece.
El silencio se corta. Roma está cerca. Dicen que van a
declararle Sentencia y que su madre se va haciendo paso
por toda la Resolana. Los romanos desfilan, entre ellos, va
Macarius.
De nuevo un silencio procedente de la Magdalena. Pero
no, la noche vuelve a destellar al son de la marcha “Santa
Cruz”. Que llega de Triana a Sierpes, y los trianeros no la
dejan. Ella inspira la Esperanza que da a su hijo.
¿Un poquito de compás? Arte, mucho arte. Con una
bulería en San Román se acerca la Angustias que reza por
su hijo el gitano. Allá, en el transcurso del Guadalquivir,
un puente une la gracia con el salero. Allí un gitano
mataron y suspiró al cielo, un Cachorro que está más cerca
del Padre que de los hombres.
Sola en su soledad queda María en la Piedad, y amortaja a
Jesús en Bustos Tavera.
El sábado saldrán los Siete Dolores, por esta vida que,
poco a poco, se agota. Sevilla llora su muerte. La Soledad
está muy presente. Decidme, sevillanos, que la nostalgia y
la pena no os acoge cuando la puerta de su pestillo suena,
para aclarar que se acabó.
Y al tercer día, el domingo, la Resurrección invadirá la
ciudad y la alegría tomará las calles. ¡La Aurora anunciará
que Cristo hecho hombre ha resucitado!
Ella
Acabó tan cansada que decidió acostarse. Había sido un
día duro. El lugar donde dormía era poco confortable. A
pesar de ello quedó rendida en un profundo sueño. De
repente se levantó sobresaltada. Una presencia se sumergía
en el habitáculo. Una voz muy real parecía haberla
llamado. Cuando despertó en plena noche se dio cuenta de
que no estaba sola. Una luz esplendorosa alumbraba toda
la casa. Se levantó con tanta rapidez que casi precipita en
el suelo. Aquello era tan real…
- Hola María- y de pronto apareció un ángel. Si, eso que
muchas personas piensan que no existe.
Con una gran túnica blanca, que hacía juego con sus alas;
unos ojos tan azules como el firmamento estrellado en una
noche mágica; un cabello que se deslizaba en caracolas
hasta la cordillera de sus hombros. No podía distinguir su
sexo. Tal vez fuera lo de menos. Era un ángel, lo demás no
importaba.
- Soy Gabriel y vengo de Reino del Señor. Él me ha
enviado.
Cual gesto viera en la cara de la muchacha que le propuso
que tomara asiento. Ella con una sonrisa nerviosa forzada
aceptó.
Candelaria, madre
Quien te escribiera
En noches de penumbra
Dando luz por bandera.
Concentra el escenario
A cuantos devotos lloraron
Predicaron y pidieron
En una plegaria lo cantaron
Presides la Isla
Y tu aquí te has quedado.
Esperando en San Nicolás
A cada Martes Santo
Actitud
Semana Santa, cofradías, hermandades… Palabras que
brotan en cada conversación durante estos cuarenta días de
espera; que nos inquietan a la vez que nos alegra y crea
nostalgia. Palabras que llevamos escuchando toda una
vida, desde que nuestro nombre aparece por primera vez
en la solicitud de hermano. Hermanos. Palabra fácil de
adjudicar, pero que en el fondo muy pocos saben el
verdadero significado, o mejor dicho, muy pocos saben su
forma exacta de utilización. Teóricamente puede resultar
facilísimo de aprender. Lo complicado viene cuando el
arrepentimiento nos invade y queremos llevarlas a la
práctica. Mejor tarde que nunca, ¿no?
Lo que para un cofrade y creyente debería ser la palabra
hermandad: composición de gente que se reúne entorno a
algo o alguien. No hablamos de una organización, ni de
equipos de fútbol que compiten para ver quien es el mejor.
Siempre, en cada uno de los casos, seguimos a los
mismos, a Jesús y a su madre.
Él
Es el más importante, el que desprende más sabiduría. Es
el que nos ilumina cuando todo parece oscuridad. Una
palabra, solo una. Salud. Bella, para un bello hombre.
Siempre nos empeñamos en entretenernos en la esclavitud
que por desgracia aun tenemos, de una forma distinta.
Pero él está ahí, él no hecha cuentas de eso, porque
desprende una sencillez incalculable, y este mismo
término es el que a su vez le hace ser el más grande. El
Señor de la Salud es una imagen de talla completa. No
porta ropajes de telas que se perciben. Su vestidura no es
más que él mismo. No guarda secretos. No quiso hacerlo.
Se conformó con llevar a rastras el peso de los pecadores,
el peso de su cruz. Una cruz de madera que acaricia con
cuidado. Su mirada de dolor derrocha fe, la que a todos
nos falta.
Solidaridad
Macarena
En muchas familias existen tradiciones, que cada año se
repiten como si del comer se tratara. Tradiciones
insistentes que perduran y pasan de padres a hijos, de
abuelos a nietos, de tíos a sobrinos… En la mía tenemos
una que espero con impaciencia los 365 días del año.
Todos los Viernes Santo por la mañana temprano, a eso de
las 7, mi madre y yo emprendemos una caminata hacia el
que sería el lugar donde asenté mi vida por primera vez:
entre el barrio de la Macarena y de San Julián. Una vez
allí, solo tenemos en mente un destino: ver la cofradía de
la hermandad que lleva su mismo nombre. Allá por Feria,
o por Parra; porque el sitio es lo de menos, lo importante
en ese día es solo verla a ella.
Primera fila, pie parado, nazareno por nazareno.
Mucho tiempo para hablar mi madre y yo, para discutir
sobre el tiempo que tardará este año, por si llevará mucha
gente detrás, por que marcha le tocarán; pero añadiendo al
final de cada frase un: “Eso no importa, ¡total, ella viene
guapa siempre!”
Y que verdad más grande.
Para mi, es de los momentos a lo largo del año más
bonitos. Verme entre dos madres, la madre del cielo y la
madre de la tierra.
Tanta es la espera, que siempre sale el mismo tema de
conversación: su nombre, mi nombre. Macarena. Es obvio,
ella me lo dejo. Son sus manos las que después de haber
abrazado a su hijo recién nacido y amortajarlo, nos
acarician para ser besadas cada 18 de diciembre.
Y cuando se ve venir, desbordando la elegante esperanza a
todos los que estamos presentes. Como reza el saetero:
“Quiero cantarte madre, para aliviarte toitas tus penas...
Gritándote Dios te salve, Esperanza Macarena...y que tu
llanto a ti se te calme...
Quiero quitarte la pena, Dios te salve Macarena...”
No sé quien te tallara,
Si un hombre o una mujer.
No sé quien te nombrara,
Para poderte retener.
No sé quien te llevara,
Un viernes al amanecer,
Quien bordara tu manto,
O te viera parecer.
Muchos me preguntan
Que porque cuando te veo
Lloro con tanta pena
Y yo les contesto con lágrimas
¡No puedo mirar a los ojos,
a la Esperanza Macarena!
Promesas
Maldita pesadez,
Que el tiempo ya congelara,
Quiso hacer de ti,
La vida que tu un día me daras.
Martes Santo
Pocos son los años que no me visto con mi túnica blanca
impecable, que no calzo las sandalias marrones, ni me
coloco el capirote el segundo día de la Semana. Pocos los
años que los miro a los ojos desde otra perspectiva, los que
pido salud mientras de fondo se oyen tambores que no
interrumpen mi rezo. La Semana Santa de hace tres años
fue así. A veces, no solo se disfruta y se quiere salir de
nazareno. A mi también me gusta ver a mi hermandad por
la calle. Y eso fue lo que hice. Mi madre, mi abuela Mª
Carmen y yo. Me situé en la esquina de Candilejo y
Cabeza del Rey Don Pedro.
Llegó la cruz de guía y con ella el río de capirotes blancos
que cubría la estrecha calle. Pensé que cualquiera de
aquellos nazarenos podría ser yo otro Martes Santo; que
serían en el anonimato algún conocido de la hermandad.
A continuación se apreciaron los ciriales que anunciaban
el paso del Señor. Estaba cerca. Una bocanada de aire
llegaba en la lejanía mientras el olor a incienso inundaba a
los presentes. Todos callaban, las trompetas sonaban, y el
nudo en la garganta se creaba después de mirarlo a los
ojos y ver en su cara esa señal de dolor. Era él. El que
tantas plegarias había estado escuchando a lo largo del año
acogido a su cruz en el duro invierno de una Sevilla triste.
Mis lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas
cuando una nube de recuerdos rondó por mi cabeza. Me
hubiese gustado ser el angelito que lleva de cirineo mi
señor de la Salud para saber cuanto pesan los pecados.
Versos de poesía se deslumbraban por sus manos y entre
líneas se dibujaban recuerdos de lo vivido tiempo atrás.
En Alfalfa
La primera ha sonado,
La segunda en San Fernando
Cristo se ha derramado.
Y la tercera en un cuadro
de Murillos pintado
con escenario en San José
entre sollozos de llanto.
¿Quién es el hombre
que en el suelo está tirado?
Es nuestro Dios,
Nuestro padre candelario.
Semana Grande
Domingo de Ramos,
Llega impaciente
Mientras nuestra Sevilla de siempre,
Emociona con palmas en manos.
Un borrico que enfila Cuna,
Con Dios subido aclamado,
Un Despojo más,
Que la Paz ha alcanzado.
Al rey de reyes,
Con su cruz alzado,
Un sevillano de a pie,
De cirineo, lo ha ayudado.
Pero el miércoles,
otro señor recorrerá,
llevando Salud entre clavos,
y enfrente lo pondrán.
Y el santo jueves,
Una cofradía trianera
Pasará por donde hace siglos,
Lo hacia Carmen “La cigarrera”
El sentimiento áspero,
De que solo queda completado,
La Esperanza inquietante,
Del año que ha pasado.
Y recordaremos, entonces,
Aquel Domingo de Ramos,
Que extendía la primavera,
Con cíngulos y espartos.
Final
El Señor de la Salud
la aguarda en San Nicolás
esperando su última chicotá
la que hará a su madre entrar.