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Padre Nuestro

Padre Nuestro, de cada persona que habita la Tierra.


Que estas en los cielos, para observar tu creación, aquella
que poco a poco destruimos sin razón.
Santificado sea tu nombre, respetando y adorando a aquel
que llamamos Padre de todos los hombres.
Venga a nosotros tu reino, venga a los que sufren, venga a
los que lloran y ahora más que nunca a esos corazones que
oran.
Hágase tu voluntad en la Tierra como en el cielo, tanto en
los que viven contigo y duermen en paz como los que
viven en ti y quieren la paz.
Danos hoy nuestro pan de cada día, danos hoy nuestra fe
de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden, aunque siempre nos
quede odio y recelo por derrotar, y de nuestras almas y
espíritu erradicar.
No nos dejes caer en la tentación, las que día a día
encontramos y superamos con oración.
Y líbranos del mal, porque nuestra entrega debe ser un
canto de corazón y vivir como cristianos llenos de fe y
pasión.

Hermano Mayor y Junta de Gobierno de esta Ilustre y


Fervorosa Hermandad Sacramental y Cofradía de
Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Salud, María
Santísima de la Candelaria, Nuestra Señora del
Subterráneo y Señor San Nicolás de Bari, Grupo Joven de
la hermandad de la Candelaria, Grupo Joven de la
hermandad de San Roque, familiares, amigos, compañeros
que hoy estáis aquí conmigo.

Antes de encender mi luz para que me ilumine en esta


noche candelaria, quiero agradecer a mi antecesor y
compañero de hermandad y atril su espléndida
presentación. Hoy me toca a mí coger las riendas para
exponerle a los presentes cómo soy y con qué sentido
miran mis ojos a la fe; una fe cristiana que despacito se
engrandece y que en cuaresma derrocha alegría.
Jesús, que el Señor que lleva tu bendito nombre me guíe,
como hizo contigo, hace ya un año.
Tampoco me voy a dejar atrás a las personas que me han
estado apoyando en estos días de espera; a la familia que
se escoge: mis amigos
Gracias, por creer en lo que esta noche voy a deciros.
Gracias, de corazón, amigos

Mis Ángeles

Todos y cada uno de los presentes tenemos un ángel. Un


ángel que nos guarda y que nos intenta llevar siempre por
el buen camino de la vida: que nos cuida y nos protege,
que nos enseña a convertirnos en personas. Este ángel no
está ahí por que sí. Es mandado por el de arriba, y designa
pues, quien será él que nos proteja en cada momento. El
que nos arrope en las malas situaciones, el que sufra en
silencio por nosotros, y el que más nos eche de menos
cuando nos marchemos. El que llora de felicidad cuando
nos tiene en sus brazos, el que se emociona cuando nos ve
vestirnos por primera vez la túnica de nazareno. Y en
definitiva, para lo bueno y para lo malo siente lo que
nosotros sentimos.
Yo, a falta de uno, tengo dos ángeles, con nombres y
apellidos. Mª Carmen Escudero Díaz y Antonio Benítez
Suárez, mis padres.
Mi madre me ha mostrado desde mi nacimiento que mirar
al Señor de la Salud es ver a Jesús esculpido en madera.
Fue ella la que me trajo al mundo un miércoles de cenizas.
Quizás este sea uno de los motivos esenciales de mi amor
por la semana Grande.
Las manos de la Esperanza llena de Gracia acunaron a mi
padre cuando mi abuela lo tuvo en sus brazos por primera
vez. Actualmente, corteja bien cerquita a su bendita
madre: el color verde tiñe su cirio cada Domingo de
Ramos.
En un día tan especial y señalado para mi, no me podía
dejar atrás a los causantes de mi presencia aquí hoy, los
que hace diecisiete años me dieron el regalo más
importante, la vida; y por los que soy cofrade.
Mis palabras dichas en esta noche primaveral están
dedicadas a las dos personas más importantes de mi vida.
Va por vosotros.

Un sueño llamado Sevilla

Recuerdo el día que se presentó. Bonito pero corto.


Intenso y no sé, no me sale una palabra exacta para
describirte. Te vi acercarte sigilosamente sin hacer ruido.
Te sentaste a mi lado y nos miramos. Sonreíste y
comenzamos a hablar. Ojala aquel momento jamás
hubiese acabado. Mujer alta, de pelo gris, demasiado
mayor para ir sola. Sus ojos me recordaban a la Giralda
extendida al cielo, sus labios simulaban dos puentes
singulares, recorrían Triana de punta a punta, sus manos
se acariciaban mutuamente dibujando los callejones de la
judería de la capital de Andalucía; su piel amurallada por
sus arrugas, y sus palabras parecían sacadas de un libro de
Bécquer. De abuelos musulmanes y padres cristianos,
experimentó una mezcla cultural que por lo que narraba,
aun perdura en ella. Cuando creció, llegó a ser muy
famosa en todo el lugar, la visitaban gente de todos lados.
Su trabajo era bastante importante. Nunca se casó, ni tuvo
descendencia. Al acabar su historia me dijo: “A pesar de
mis grandes problemas de salud a lo largo de mi vida,
nunca moriré.”
Extrañada, mientras veía como se levantaba le pregunté
que cual era su nombre.
Y ella me contestó: “Me conoces más de lo que crees.”
Lo último que observé en ella fue su bastón, deteriorado
por el tiempo, pero realizado con mucha perfección. Se
disfrazaban unas letras que endulzaban su nombre. Sevilla.

Abrí los ojos y me encontré tumbada en la cama. Fue un


sueño mágico.

Los primeros rayos de luz asoman por Sevilla. Amanece


un día espléndido. Suerte que es Santo, aparte de martes.
Llevaba semanas viendo colgadas mis dos túnicas de
nazareno, la de capa y la de cola. Tocaba, pues, vestirse
con la de la Candelaria, colocada justo al lado de la de San
Roque, esta última, llena de cera, señal de haber sido
utilizada el Domingo de Ramos.
Todo listo, sandalias, escudo en el antifaz, capirote,
medalla, papeleta de sitio, estampas…
Como cada año, de nuevo recorriendo las calles de mi
ciudad con la hermandad que me vio nacer.

De camino a la Iglesia pienso en ver a mis primos vestidos


de monaguillos o de nazarenos, viviendo desde tan
pequeños la hermandad, nuestra hermandad. Pensar que
toda mi gente gira en torno al Señor de la Salud y a la
Virgen de la Candelaria. Resulta curioso que tanto mi
familia materna como la paterna son hermanos de aquí,
aunque mi abuelo, mi padre y yo seamos aparte de San
Roque.
Candelarios desde la cuna, como por ejemplo, mi tío
Juanma. Mi abuela no se pensó ni un momento de que
hermandad iba a ser.
Mi abuelo materno componía aquellos tramos de
nazarenos antiguos que paseaban por la Sevilla de
mediados del siglo XX.; incluso recibió en matrimonio a
mi abuela en este mismo altar, hace ya cincuenta años.
Y mi madre y mis tata, siendo las primeras mujeres
nazarenas. ¡Qué orgullo más importante!

A la llegada a la iglesia, después de rezar, todo son


abrazos con los que hemos estado ahí día tras día, reunión
tras reunión, misa tras misa, e incluso, quedada tras
quedada, llevando la amistad fuera del ámbito de la
corporación. Aquellos con los que comparto risas y
momentos entrañables. Y como no, no podía ser menos,
salir de nazareno.
Habla el hermano mayor. La cruz de guía apoyada en el
dintel. La puerta se abre. Los primeros nazarenos
comienzan a salir. Cada uno de nosotros nos despedimos,
nos volvemos a abrazar y nos deseamos una buena
estación de penitencia. Nos colocamos el capirote. Nos
acogemos al cirio. No hay marcha atrás.
Empieza mi estación.

Grupo Joven

Son tantas las anécdotas que mi madre me contaba sobre


el Grupo Joven, tantos momentos plasmados en
fotografías que aguardan en los álbunes de fotos de mi
casa, tantos rezos hechos canciones…
Para algunos, son nuestros padres los que componían
aquel Grupo Joven del que mis tíos tanto me hablan. Los
hermanos Escudero, Rocío, Pali, Lola, Manolo, Javi,
Yolanda, Mª Carmen Jiménez, presidido por nuestro
hermano mayor, José María, formaban aquel glorioso
grupo de jóvenes de los años 80.
Vivieron situaciones inolvidables, como la llegada de las
mujeres nazarenas y no digo yo que otras no tan buenas.
Siempre desde pequeña, cuando hablaban en mi casa de
todos estos recuerdos, deseaba que algún día yo pudiese
vivir la mitad de lo que ellos cuentan. ¿Y sabéis que?
A pesar de mi corta edad, lo que un día desee, se cumplió,
hasta tal punto que hijos de aquellos jóvenes, junto con
otros nuevos “fichajes’’ formamos el actual Grupo Joven.

Aún recuerdo el primer día que fui a una actividad del


Grupo Joven: una exaltación de la saeta. En aquel
entonces nos llevaba la anterior Junta de Gobierno. Conocí
a un grupo de chavales algo mayores que yo. Solo tenía
11 años, me distancié un poco por el hecho de que me era
imposible venir sola.
Pasó el tiempo y volví, pero esta vez con gente nueva;
algunos que ya conocía desde hace mucho, otros que me
sonaban de vista y otros que llegaron por primera vez,
pero todavía quedábamos algunos miembros de aquel
grupo.

Para mi no son solo hermanos de nuestra corporación. En


ellos he encontrado un significado claro y limpio de dos
palabras algo inequívocas en muchos casos: la amistad y
el amor. Dos sentimientos que se entre cruzan cuando el
destino está escrito sobre
unos folios que dictan como título “Papeleta de sitio de la
hermandad de la Candelaria” y que tiene como fin
dejarnos guiar por la salud que derrama la candela de
nuestros sagrados titulares.

Una Semana
La primavera recubre la ciudad; los naranjos se engalanan
de flores y se postran a los pies de las calles, cubriéndolas
con un manto de olor a azahar. Recobran la pasión que en
unas semanas paseará por nuestros lugares más
emblemáticos. Los pajarillos silban la melodía que
anuncia este tiempo de cuaresma. Un tiempo en el que
todos los cristianos debemos reflexionar acerca de la
importancia de la vida de Jesús. La cuaresma que vivimos
y que despacito está desembocando en el gran río de
procesiones, se nos hacia eterna cuando veíamos unos
cultos tardíos.
Aún recuerdo cuando saboreé el primer ‘mantecao’ de la
Navidad.
Todo parecía apreciarse en el horizonte del futuro. Pero
siempre estaba mi padre para decirme y recordarme que a
la primera le quedaba muy poco para estar en la calle y
que pronto las cruces harían de guía de las cofradías.
Nos hemos bebido el tiempo mientras limpiábamos los
pies y las manos de nuestros titulares, montábamos pasos
y hacíamos brillar la plata.
Como un suspiro han pasado estos cuatro meses, y
seguramente, como un rayo se pasará la semana. Una
semana queda para que el viernes de Dolores recobre vida,
al modo más sevillano posible: con capirotes en Pino
Montano.
Volará el sábado y empezará. La vida en siete días.
Comienza el domingo. Ese domingo que extenderá la
primavera entre cíngulos y espartos. Tocará vestirse con
capa y mirar al padre cuando salga por la puerta de San
Roque. Entonces me pondré mi capirote verde Esperanza,
y esa Esperanza nos llegará, la que anuncia las bambalinas
de la virgen más niña de toda la semana. Unas bambalinas
con el sonido más sevillano, mezclado con el olor a
incienso que viene de el Salvador. Allí el Amor será el
protagonista de una plaza que callará al ver este mismo
sentimiento representado en una perfecta imagen.
El sol del lunes asomará su luz y dará vida a los cautivos
del polígono y del tiro de línea. Navegaremos por el
Guadalquivir al Tardón donde recibiremos Salud para el
padre que va atado. Pero el martes… el martes es la
perfección absoluta, el día aclamado, el martes es
candelario. Sobran las palabras.
El palio del Refugio de una madre visitará San Nicolás y
la Caridad llenará de gracia al torero que reza en la capilla
del Maestranza. La Virgen del Carmen entrará en Feria y
despedirá el miércoles.
Tocó unir jueves, madrugá y viernes. ¿Y por qué no? Es
una semana, una vida primaveral.
Por un Valle de rosas pasará el señor de Pasión, y con los
Ángeles se aproximará la noche.
Dicen que llegan romanos a San Lorenzo. También
cuentan haber visto nazarenos de negra cola en San Gil.
Uno de ruan toca la puerta de San Antonio Abad y esta se
abre. Perfectísimas filas invaden la Campana. Pero la
sorpresa no acaba. Esto solo ha comenzado. Dios calza por
Sevilla. El Gran Poder nos enmudece.
El silencio se corta. Roma está cerca. Dicen que van a
declararle Sentencia y que su madre se va haciendo paso
por toda la Resolana. Los romanos desfilan, entre ellos, va
Macarius.
De nuevo un silencio procedente de la Magdalena. Pero
no, la noche vuelve a destellar al son de la marcha “Santa
Cruz”. Que llega de Triana a Sierpes, y los trianeros no la
dejan. Ella inspira la Esperanza que da a su hijo.
¿Un poquito de compás? Arte, mucho arte. Con una
bulería en San Román se acerca la Angustias que reza por
su hijo el gitano. Allá, en el transcurso del Guadalquivir,
un puente une la gracia con el salero. Allí un gitano
mataron y suspiró al cielo, un Cachorro que está más cerca
del Padre que de los hombres.
Sola en su soledad queda María en la Piedad, y amortaja a
Jesús en Bustos Tavera.
El sábado saldrán los Siete Dolores, por esta vida que,
poco a poco, se agota. Sevilla llora su muerte. La Soledad
está muy presente. Decidme, sevillanos, que la nostalgia y
la pena no os acoge cuando la puerta de su pestillo suena,
para aclarar que se acabó.
Y al tercer día, el domingo, la Resurrección invadirá la
ciudad y la alegría tomará las calles. ¡La Aurora anunciará
que Cristo hecho hombre ha resucitado!

Ella
Acabó tan cansada que decidió acostarse. Había sido un
día duro. El lugar donde dormía era poco confortable. A
pesar de ello quedó rendida en un profundo sueño. De
repente se levantó sobresaltada. Una presencia se sumergía
en el habitáculo. Una voz muy real parecía haberla
llamado. Cuando despertó en plena noche se dio cuenta de
que no estaba sola. Una luz esplendorosa alumbraba toda
la casa. Se levantó con tanta rapidez que casi precipita en
el suelo. Aquello era tan real…
- Hola María- y de pronto apareció un ángel. Si, eso que
muchas personas piensan que no existe.
Con una gran túnica blanca, que hacía juego con sus alas;
unos ojos tan azules como el firmamento estrellado en una
noche mágica; un cabello que se deslizaba en caracolas
hasta la cordillera de sus hombros. No podía distinguir su
sexo. Tal vez fuera lo de menos. Era un ángel, lo demás no
importaba.
- Soy Gabriel y vengo de Reino del Señor. Él me ha
enviado.
Cual gesto viera en la cara de la muchacha que le propuso
que tomara asiento. Ella con una sonrisa nerviosa forzada
aceptó.

- Lo que te voy a encomendar ahora es una tarea


delicada y especial. Elegida quedas por parte de Dios,
quien ha encontrado en tu vientre el lugar perfecto
para engendrar a un niño. Un niño al que pondrás de
nombre Jesús, y que será el Mesías que todos esperan
para salvar a la humanidad de todo mal.

Esta cita que tanto hemos escuchado seguro que alguna


vez la hemos visualizado en nuestra mente. Y siempre
que a mí me pasa le pongo cara y nombre a esa joven
que un día sería la madre de Dios.
Cuando te veo, Candelaria, se que fuiste en aquel
entonces, la que te quedaste postrada ante la cruz de tu
hijo. Ese hijo que anunciaron que tendrías; que nació
entre maderos y murió en dos de ellos. El que suspiró
al cielo para que se lo llevaran los ángeles una vez
muerto.
Galiano tuvo
tanto arte en sus manos
que talló a la perfección
la madre de los candelarios.

¡Qué sufrir muestran tus ojos!


Con esa mirada cabizbaja
El calvario penitente
De una madre abnegada

Candelaria, madre
Quien te escribiera
En noches de penumbra
Dando luz por bandera.

Concentra el escenario
A cuantos devotos lloraron
Predicaron y pidieron
En una plegaria lo cantaron

Para iluminar a la gente, dijo


San Lucas en su extracto
De ahí viene tu pureza
Serenidad y plateado.

Presides la Isla
Y tu aquí te has quedado.
Esperando en San Nicolás
A cada Martes Santo

Actitud
Semana Santa, cofradías, hermandades… Palabras que
brotan en cada conversación durante estos cuarenta días de
espera; que nos inquietan a la vez que nos alegra y crea
nostalgia. Palabras que llevamos escuchando toda una
vida, desde que nuestro nombre aparece por primera vez
en la solicitud de hermano. Hermanos. Palabra fácil de
adjudicar, pero que en el fondo muy pocos saben el
verdadero significado, o mejor dicho, muy pocos saben su
forma exacta de utilización. Teóricamente puede resultar
facilísimo de aprender. Lo complicado viene cuando el
arrepentimiento nos invade y queremos llevarlas a la
práctica. Mejor tarde que nunca, ¿no?
Lo que para un cofrade y creyente debería ser la palabra
hermandad: composición de gente que se reúne entorno a
algo o alguien. No hablamos de una organización, ni de
equipos de fútbol que compiten para ver quien es el mejor.
Siempre, en cada uno de los casos, seguimos a los
mismos, a Jesús y a su madre.

Nos hacemos cofrades, mayoritariamente por tradición


familiar. Es normal que la devoción por los titulares nazca
del seno materno o paterno, cuando desde el vientre
escuchamos sus nombres o incluso, llevamos el de alguno.
Nos introducimos en nuestras hermandades y supongo que
queremos siempre el bien por nuestros demás hermanos,
¿no es así? Y que al ser un grupo cristiano debemos llevar
los dogmas del cristianismo por bandera, ¿me equivoco?
Nos toca mover ficha a nosotros, asignarnos que tipo de
personas nos han dejado ser, o teniendo más
responsabilidad, que tipo de persona queremos ser.
Tallas de madera…
¿Preferimos ser cofrades de madera? ¿Pensando solo en
los titulares y olvidándonos de la dura vida real? Creo que
no. No sería actitud cristiana. Llegar al templo el día de
nuestra salida y rezarle a Dios. ¿De qué sirvió? Si
preferimos ser la talla de Judas Iscariote de Redención, y
entregar a nuestro amigo por unas monedas, que la entrega
se haga crítica y sirva del eco de la noticia; si nos lavamos
las manos en la palangana del egoísmo, como hace Pilato,
sin importarnos la opinión de nuestro amigo; y cuando
pasó por malos momentos lo dejamos cargar con todo el
peso de sus problemas, en forma de cruz, como lo hace el
cristo de Pasión en el Salvador. También podremos tirar
de él a caballo, dejándolo caer tres veces, como sucede en
Triana.
Pero a veces no todo lo malo, sigue siendo tan tremendo.
Seremos soldado arrepentido en el Cerro, cirineo en San
Roque y podremos llegar a ser madre en San Andrés. Así
evitaremos en la Trinidad recogerlo muerto, teniendo esa
esperanza, y como bien he dicho antes, la actitud de un
cristiano, creyente y cofrade.
Sanaremos su Quinta Angustia del dolor allá en la
Magdalena, y la Soledad en San Lorenzo. Y pisaremos
juntos a la muerte, como Jesús hace en el Plantinar.
¿Qué preferimos ser? ¿A quién preferimos seguir? ¿A
Dios hecho hombre o al rencor, al odio y al egoísmo?
Nosotros decidimos que papel desempeñaremos en nuestra
vida.

Él
Es el más importante, el que desprende más sabiduría. Es
el que nos ilumina cuando todo parece oscuridad. Una
palabra, solo una. Salud. Bella, para un bello hombre.
Siempre nos empeñamos en entretenernos en la esclavitud
que por desgracia aun tenemos, de una forma distinta.
Pero él está ahí, él no hecha cuentas de eso, porque
desprende una sencillez incalculable, y este mismo
término es el que a su vez le hace ser el más grande. El
Señor de la Salud es una imagen de talla completa. No
porta ropajes de telas que se perciben. Su vestidura no es
más que él mismo. No guarda secretos. No quiso hacerlo.
Se conformó con llevar a rastras el peso de los pecadores,
el peso de su cruz. Una cruz de madera que acaricia con
cuidado. Su mirada de dolor derrocha fe, la que a todos
nos falta.

Él es padre, aparte de hijo. Algún día se apoderará de


nosotros el diablo maldito. Entonces, aparecerá. La luz
más intensa que tiene San Nicolás. Pero ahí estará. Porque
al final, queda siempre el amor de un padre, que no deja a
sus hijos. Al hijo pródigo que vuelve.
Jesús dijo a Pedro: “Me negarás tres veces antes de que el
gallo cante.”
Nosotros le negamos siete.
A pesar de todo, perdurará, cuantas veces neguemos de él.
Renegaremos y olvidaremos el verdadero sentido de la
Semana grande. Y seremos cofrades de maderas, a los que
solo nos importará como vayan vestidos los titulares, si es
más bonita esta virgen que la otra. O si esta talla es
demasiado pequeña. Que importará, si al terminar todo, él
presidirá cada año el altar. Porque es el padre y es el hijo.
Porque nos acogerá como pecadores y nos ayudará a
superar los malos momentos.
Su oración nos servirá de consuelo para una época
perdedora, de la que todos somos culpables.
Pena de aquellos que se entretienen en observar las cosas
grandes. No saben que el verdadero sentido del amor está
en los pequeños detalles. El amor, está en él.
Y no se darán cuenta de que todo lo que comienza, tiene
su fin. El problema está en ver que todo esto, la cuaresma
y la Semana Santa, debería acabar y empezar para un
cofrade en el mismo lugar: Dios. Y para un candelario,
nuestro Dios de la Salud.

Tengo en la mente y nunca se me olvidará el día en el que


la niña de mis ojos se hizo cristiana y candelaria a los pies
del Padre. Un sábado invernal pero con un calor poco
soportable, llevaba en mis brazos al bebé, cuyo nombre
reflejaba que una parte del ángel que subió al cielo con
nuestro bendito Señor de la Salud, se ha quedado con
nosotros en la Tierra, y nos manda el recado que Dios
impone: la vida.
Por eso, padre, eres la imagen del cielo que cubre el
mundo. Eres esa salud que tantas personas necesitan.
Encomendémonos a él, porque Manuela ya lo ha hecho y
solo tiene cuatro meses.

Solidaridad

Y sonó “Amor de Madre”. Retumbó por todo el lugar. Se


nos heló la sangre…
Dos semanas antes de la salida procesional de las
cofradías, habituales conciertos y pasacalles de bandas de
música. Pero aquel no era un concierto normal. No estaban
en ninguna céntrica calle, tocando detrás de un paso, ni tan
siquiera en el interior de una iglesia. Ese escenario se
encontraba repleto de gente a pesar de ser de los sitios más
escalofriantes y menos deseado.
La banda, Presentación al Pueblo de Dos Hermanas,
comenzó a andar por todo el recinto hospitalario, mientras
tocaban diversas marchas. Se adentraron en la zona
infantil de oncología. Apenas cabíamos. Y sonó ‘’Amor de
Madre’’. Retumbó por todo el lugar. Se nos heló la
sangre…
Cada nota musical escrita e interpretada por aquellos
músicos reflejaba el momento que estaban viviendo las
personitas con sus respectivos familiares hallados en el
interior de aquel fantasmagórico edifico.
Me di cuenta pues, que la Semana Santa no era solo
procesionar con nuestras imágenes y vestirlas de atuendos
caros. Saber que el verdadero nazareno, acólito, costalero,
capataz, músico de la banda, es el que le preocupa, al
menos, la sociedad de su entorno.

Los que sufren


Los necesitados,
Los que están solos,
Los no amados.

El deber del cristiano,


Sin lucro expedientado,
Es ayudar al que no tiene nada
Y al que necesita tu mano.

Macarena
En muchas familias existen tradiciones, que cada año se
repiten como si del comer se tratara. Tradiciones
insistentes que perduran y pasan de padres a hijos, de
abuelos a nietos, de tíos a sobrinos… En la mía tenemos
una que espero con impaciencia los 365 días del año.
Todos los Viernes Santo por la mañana temprano, a eso de
las 7, mi madre y yo emprendemos una caminata hacia el
que sería el lugar donde asenté mi vida por primera vez:
entre el barrio de la Macarena y de San Julián. Una vez
allí, solo tenemos en mente un destino: ver la cofradía de
la hermandad que lleva su mismo nombre. Allá por Feria,
o por Parra; porque el sitio es lo de menos, lo importante
en ese día es solo verla a ella.
Primera fila, pie parado, nazareno por nazareno.
Mucho tiempo para hablar mi madre y yo, para discutir
sobre el tiempo que tardará este año, por si llevará mucha
gente detrás, por que marcha le tocarán; pero añadiendo al
final de cada frase un: “Eso no importa, ¡total, ella viene
guapa siempre!”
Y que verdad más grande.
Para mi, es de los momentos a lo largo del año más
bonitos. Verme entre dos madres, la madre del cielo y la
madre de la tierra.
Tanta es la espera, que siempre sale el mismo tema de
conversación: su nombre, mi nombre. Macarena. Es obvio,
ella me lo dejo. Son sus manos las que después de haber
abrazado a su hijo recién nacido y amortajarlo, nos
acarician para ser besadas cada 18 de diciembre.
Y cuando se ve venir, desbordando la elegante esperanza a
todos los que estamos presentes. Como reza el saetero:
“Quiero cantarte madre, para aliviarte toitas tus penas...
Gritándote Dios te salve, Esperanza Macarena...y que tu
llanto a ti se te calme...
Quiero quitarte la pena, Dios te salve Macarena...”

Larga, muy larga la espera, pero eso da igual, si con esos


segundos de tu paso por mi vera es suficiente para que el
nudo de mi garganta me inunde por dentro. Está delante la
Madre de Dios, aguardada por los angelitos que muchos
dicen, la bajaron del mismo cielo.

No sé quien te tallara,
Si un hombre o una mujer.
No sé quien te nombrara,
Para poderte retener.

No sé quien te llevara,
Un viernes al amanecer,
Quien bordara tu manto,
O te viera parecer.

Madre del color verde,


Reina de la azucena.
¿Quién fuera esmeralda de tu pecho,
Para ver mi Sevilla entera?

Candela que alumbra San Gil


Alrededor de las murallas de piedra,
Que la piedra se hace añil
Al verte tu cara morena.

Muchos me preguntan
Que porque cuando te veo
Lloro con tanta pena
Y yo les contesto con lágrimas
¡No puedo mirar a los ojos,
a la Esperanza Macarena!

Promesas

Promesas… cuantas imágenes esculpidas llevan en su


interior historias, corazones gastados de tanta vida y malos
recuerdos, promesas cargadas de buenas voluntades. Son
tantas y tantas las personas que a lo largo de los días se
recorren templos para rezar delante de una talla, aunque
siempre se ve más allá de la madera, observando a cristo
reencarnado en clavos, o a la misma María advocada en
cualquier nombre. Seguirán pasando los años y ellos
aguardarán esperando la llegada de alguien que necesite,
simplemente, ser escuchado. Promesas que se siguen
realizando al murmullo acallado de un triste consuelo.
Esas que perviven en las iglesias, presidiendo cuadros con
fotos, papeles y hasta un mismísimo mechón de cabello…
Él sabe bastante de lo que estoy hablando. Él espera con
impaciencia en su basílica, enmudeciendo al que roza su
talón para pedir. La salud es su diplomatura, ejerciendo
como un médico, en la lejanía del hospital, que, con la
mezcla del coraje, las fuerzas y la dulzura de un padre
ayuda estés donde estés. Cercana queda, la promesa que
más rozo, la que me inspiró para dedicar mi texto a todas
las personas que tras una mala situación se apoyan en
Dios y prometen ir a visitar el templo donde reside su
creencia; en mi caso, el señor de Sevilla, el Gran Poder.

Con un pañuelo blanco,


Que un día por él le pasarán,
Fue suficiente medicina
Para que te reinventaras.

Maldita pesadez,
Que el tiempo ya congelara,
Quiso hacer de ti,
La vida que tu un día me daras.

Pero el Poder del Gran cristo,


Escuchó tu llamada
Desbocando tú fe en Dios,
En los tiempos que pasaban.

Siendo madre, siendo hija,


Siendo tía y hermana,
Sobrina, prima,
Siendo compañera lejana.
Siendo amiga y cofrade
de Sevilla y de su casa,
Siendo cristiana y creyente,
Siendo hermana candelaria.

Martes Santo
Pocos son los años que no me visto con mi túnica blanca
impecable, que no calzo las sandalias marrones, ni me
coloco el capirote el segundo día de la Semana. Pocos los
años que los miro a los ojos desde otra perspectiva, los que
pido salud mientras de fondo se oyen tambores que no
interrumpen mi rezo. La Semana Santa de hace tres años
fue así. A veces, no solo se disfruta y se quiere salir de
nazareno. A mi también me gusta ver a mi hermandad por
la calle. Y eso fue lo que hice. Mi madre, mi abuela Mª
Carmen y yo. Me situé en la esquina de Candilejo y
Cabeza del Rey Don Pedro.
Llegó la cruz de guía y con ella el río de capirotes blancos
que cubría la estrecha calle. Pensé que cualquiera de
aquellos nazarenos podría ser yo otro Martes Santo; que
serían en el anonimato algún conocido de la hermandad.
A continuación se apreciaron los ciriales que anunciaban
el paso del Señor. Estaba cerca. Una bocanada de aire
llegaba en la lejanía mientras el olor a incienso inundaba a
los presentes. Todos callaban, las trompetas sonaban, y el
nudo en la garganta se creaba después de mirarlo a los
ojos y ver en su cara esa señal de dolor. Era él. El que
tantas plegarias había estado escuchando a lo largo del año
acogido a su cruz en el duro invierno de una Sevilla triste.
Mis lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas
cuando una nube de recuerdos rondó por mi cabeza. Me
hubiese gustado ser el angelito que lleva de cirineo mi
señor de la Salud para saber cuanto pesan los pecados.
Versos de poesía se deslumbraban por sus manos y entre
líneas se dibujaban recuerdos de lo vivido tiempo atrás.

El hombre que aguanta,


enfrente está parado
aquel que sigue los pasos
del Dios aclamado.

Señor que amas


Que sufres callado
Con suspiros al cielo
Tres caídas has dado.

En Alfalfa
La primera ha sonado,
La segunda en San Fernando
Cristo se ha derramado.

Y la tercera en un cuadro
de Murillos pintado
con escenario en San José
entre sollozos de llanto.

¿Quién es el hombre
que en el suelo está tirado?
Es nuestro Dios,
Nuestro padre candelario.

Pasaron los minutos y sentí que todo se acababa. De fondo


me la imaginaba radiante andando con la elegancia que la
señora de San Nicolás trae consigo cada martes Santo. La
luz se acercaba. De repente sonó la saeta y todo el mundo
enmudeció. Los primeros varales se mecían. Las
bambalinas de su sereno palio caían sobre ellos. Luz de
San Nicolás, Candelaria hermosa. Su rosario se movía al
compás de su paso. Sus lágrimas emocionaban a todos.
Era el centro de nuestras miradas. Candelaria, madre. Poco
a poco se fue alejando. Dicen que es bonito ver la marcha
de un paso de palio por detrás, pero más bonito es si se
trata de la Candelaria.

Semana Grande

Domingo de Ramos,
Llega impaciente
Mientras nuestra Sevilla de siempre,
Emociona con palmas en manos.
Un borrico que enfila Cuna,
Con Dios subido aclamado,
Un Despojo más,
Que la Paz ha alcanzado.

Al rey de reyes,
Con su cruz alzado,
Un sevillano de a pie,
De cirineo, lo ha ayudado.

Con la Amargura que suena,


Por Sierpes, llorando,
Llega María elegante,
En silencio pero gritando.

Que el lunes, sobre las tres,


Un beso le han dado,
Al hijo que a las seis,
Lo llevan en sábanas tumbado.
Y visitaremos al final,
Al Dios crucificado,
El de la plaza del Museo
El que antes ha espirado.

Al martes por la mañana,


Lo llamo el día esperado,
Colocando un escudito
A aquel que la puerta ha cruzado.

Sobre las seis, por San Nicolás saldrá


El señor más candelario,
Que con Salud recorrerá,
Sevilla entre aclamo.

Por los Jardines miraré al cielo,


Y sabré que en otro lado,
El mismo cristo que llevo delante,
A Sevilla lo han presentado.

Pero el miércoles,
otro señor recorrerá,
llevando Salud entre clavos,
y enfrente lo pondrán.

De la luz con más candela


Que San Nicolás tendrá,
Que con pena mira a su hijo,
esperando otro año más.

Y el santo jueves,
Una cofradía trianera
Pasará por donde hace siglos,
Lo hacia Carmen “La cigarrera”

La noche llega a la ciudad,


Sevilla, Jerusalén,
Sale Dios de San Lorenzo,
Con su paso con los pies.

Al nazareno más flamenco,


La saeta le han cantao’
Una gitana morena.
Por Verónica ha llegao

La luna llena llora,


Cuando la madruga ha pasado,
Porque quiere volver a ver,
A su marinera bajo palio.

Viernes por la noche,


Suena Margot entonado,
Mientras en la otra esquina de Sevilla,
El muñidor ha tocado.

Anuncia la muerte del hombre,


Que en Triana han matado,
En el puente de los inmortales,
¡A ti Cachorro desolado!

Y en el entierro más sevillano,


En el momento deseado,
Bustos Tavera enmudece,
Al paso del racheo acallado.

Pero Dios no puede morir,


Subsiste en el corazón apenado,
De una Sevilla tranquila,
Con su costal ya colgado.

El sentimiento áspero,
De que solo queda completado,
La Esperanza inquietante,
Del año que ha pasado.

Y recordaremos, entonces,
Aquel Domingo de Ramos,
Que extendía la primavera,
Con cíngulos y espartos.

Memorias de una madre,


Que ha acariciado,
Recaredo y Caballerizas.
La primera Esperanza bajo palio.

El recuerdo de una niña,


Con ojos cabizbajos,
Vivirá en la mente cofrade,
Que resurgirá el próximo año.

Final

Muchas noches he soñado con subirme al atril y leer lo


que hoy aquí os he dicho. Muchas noches en mi
subsconciente se ha reproducido lo que está noche ha
pasado. Y cuando me despertaba le contaba a mi madre la
pesadilla más cruel que cualquier compositor de texto
podrías tener.
“Otra vez he vuelto a soñar que llegaba el día del pregón y
no lo tenía terminado”
Así me pasé todas las semanas desde que mi antecesor me
dejó el lugar que ahora ocupo. Pero no ha sucedido. Esta
noche mi pesadilla se ha hecho trocitos de palabras para
representar mi pregón.

Entregué mi cirio y me quité el capirote. Entonces lo miré


a los ojos. Había dejado su casa para llevarle salud a todo
el que sintiera sus pasos por Sevilla. Nuestro padre
requería de compartir el perdón con nosotros los
pecadores. Me santigüé y recé el Padre Nuestro más
amargo del año, el que ponía punto y final a un martes
Santo cargado de sentimientos y emociones que se me
acechaban en mi garganta. “Cantaré tu plegaria con cada
rezo. Sé que me acompañarás en todo momento.”
Después comencé a pensar cuando podría ser el año
siguiente martes Santo, y esperé a que ella llegara. Y
llegó. Con la marcha que lleva su bendito nombre. Estaba
claro que unas notas tan bien ordenadas y complementadas
tenían que llevar como título Candelaria. Su manto
cargado de promesas e ilusiones de muchas vidas
atravesaba el dintel de la puerta que, haría cuestión de casi
10 horas, lo atravesó de nuevo para asomarse a Sevilla. Se
acabó.
El punto y coma de un año de trabajo, de ilusión, de
esperanza, porque como una vez se dijo: la Semana Santa
no termina nunca. Ahora solo nos quedaba la fe.

El Señor de la Salud
la aguarda en San Nicolás
esperando su última chicotá
la que hará a su madre entrar.

Dicen que es bonito


Ver un palio por detrás
Yo creo que es más bonito
Ver tu palio en San Nicolás.

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