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La Modernidad

Por Claudio Alvarez Terán

El marco cultural en el que se desarrolla el aspecto económico del viejo paradigma, el


capitalismo industrial avanzado, y su escenario político, el mundo bipolar, es el que toma
el nombre de Modernidad.
Si bien la Modernidad no es un invento de mediados del siglo XX, como sí lo es la Guerra
Fría o el Estado de Bienestar del modelo fordista, puede decirse que la modernidad es la
escenografía cultural del viejo paradigma.
El pensamiento moderno hace su aparición durante el Renacimiento (siglo XV), cuando el
Hombre vuelve a pensarse como centro del mundo y se aleja de los preceptos religiosos
que comandaban la vida en el medioevo.
La Modernidad que nace con pensadores como Maquiavello y artistas como Miguel Angel,
afirma la voluntad humana por sobre todas las cosas, quebrando el espinazo del
pensamiento mítico, mágico y religioso que había prevalecido desde los inicios de la
historia humana.
A partir del siglo XV comenzará a tomar forma un pensamiento afincado en la razón
humana sin intervención de factores míticos o religiosos, y esta vertiente alcanzará su
concreción en los pensadores iluministas del siglo XVII-XVIII.
Hobbes, Hume, Locke, Rousseau, entre otros, intentaban iluminar con su razón la
realidad humana y comenzaron a reflexionar sobre las formas racionales de la asociación
humana, las formas racionales de la organización de las sociedades, construyendo el
primer modelo ideológico moderno: el liberalismo.
La clase en ascenso por aquel entonces, siglo XVIII, era la burguesía que luchaba por
perforar los privilegios de los alicaídos nobles aún en el poder.
Y la burguesía impulsaba además un modelo económico irrefrenable constituido por el
incipiente capitalismo industrial evidenciado en la Primera Revolución Industrial.
De tal modo el pensamiento moderno del liberalismo se enlazaba íntimamente con el
modelo económico capitalista a través del eslabón de la burguesía.
Corría el siglo XIX cuando se produjo el triunfo final de este sector burgués liberal-
capitalista dando forma a una cultura universal, la modernidad.
Esa cultura de la modernidad continuó su derrotero hasta mediados del siglo XX para
entroncarse con el viejo paradigma industrial capitalista avanzado, pero, paradójicamente,
llega a este punto debilitada, anémica.
Por eso este aspecto del viejo paradigma, el cultural, será el primero en comenzar a
cambiar, el más temprano en desvanecerse.
Mientras la estructura económica y social del capitalismo industrial avanzado recién
entrará en decadencia a partir de los años 70 y el marco político de la Guerra Fría en los
años 80, el elemento cultural del viejo paradigma ya mostrará signos de agotamiento a
partir de los años 50 del siglo XX.
¿Cuáles eran los pilares de la cultura de la modernidad?
Fundamentalmente la confianza en la razón y el progreso.
Confiar en la razón era suprimir toda otra pauta de comportamiento para hacer frente a los
problemas. No era ni la fe ni el deseo lo que pondrían al Hombre en camino de su
realización, sino la férrea voluntad de la razón.
El Iluminismo alumbraría dos teorías básicas que aspiraban a ordenar la realidad humana
desde la razón. Una el liberalismo, otra el marxismo, la primera tuvo su nacimiento oficial
con la Revolución Francesa de 1793, la segunda con la publicación del Manifiesto
Comunista en 1848.

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Ambas teorías, ambos grandes relatos como les llamará la cultura posmoderna, son hijos
de una misma madre: La Razón y ambas doctrinas son hijas de un mismo padre: El
Iluminismo, y ambas doctrinas levantan la misma fe: el Progreso.
Y como cuerpos de ideas hermanados en el origen se desarrollarán de forma paralela y
pasarán a disputar el protagonismo histórico durante un siglo, especialmente en la etapa
política de la Guerra Fría.
De este modo el aspecto político del viejo paradigma se entronca con su materia cultural.
Básicamente la disputa entre liberalismo y marxismo es la disputa entre dos verdades, y
ya se sabe que la razón (como la fe) solo admite una verdad.
Si el pensamiento racional tiene como objeto acceder a la verdad científica, una de las
dos doctrinas, liberalismo o marxismo, debía sobreponerse a la otra para justificar su
origen racional.
Y en esa disputa discurrió el quehacer intelectual durante la vigencia del viejo paradigma.
Así como un poder político bipolar se repartía el mundo, una bipolaridad intelectual se
repartía el universo de las ideas. No había lugar para lo gris o lo relativo: o se estaba de
un lado o se estaba del otro.
Por ello esta sociedad era una sociedad disciplinaria, una sociedad en la que las
voluntades se encolumnaban detrás de las ideas, donde las normas establecían las
funciones y roles de cada agente social, en la que existían guías, y los mapas para
recorrerla eran claros y persistentes.
Normas traducidas en fuertes instituciones, como el Estado, la familia, la fábrica; dentro
de las cuales los ciudadanos tenían un perfecto conocimiento de su papel. La vida misma,
la vida diaria, respondía a este molde disciplinario donde cada quien sabía qué era lo que
tenía que hacer. Una normatividad social por todos aceptada que dejaba en claro la
diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Una normatividad social
respetada como esencia de la solidez de los lazos sociales que unifican la comunidad, el
Pacto Social. Una normatividad social que privilegia el interés común por encima de los
intereses individuales, en la búsqueda de la totalidad.
No estamos hablando aquí de autoritarismo sino de disciplina social, lo cual puede
reflejarse claramente en lo que se dio en llamar la ética del trabajo.
Era una verdad que el Hombre se realizaba por su trabajo, una verdad asumida tanto por
el liberalismo como por el marxismo, y el trabajo era un verdadero credo. Y el sistema del
viejo paradigma así lo reflejaba mediante su organización laboral vertical (disciplinaria) y
su tendencia a reducir al mínimo los niveles de desempleo.
Aquí es donde la realidad cultural del viejo paradigma toma contacto con su aspecto
económico.
Porque otra de las características que asume la Verdad es que resulta Universal. Es decir,
la Verdad es aplicable a todos. Así como no puede haber muchas verdades, no puede
haber verdades para algunos.
La cultura de la modernidad supone una verdad universal. La Libertad es una verdad
universal, la Igualdad es otra verdad universal. Liberalismo y marxismo disputarán sobre
qué interpretan cada uno de la palabra Libertad y de la palabra Igualdad, pero ni
liberalismo ni marxismo dejan de reconocer a ambos conceptos como verdades.
La modernidad no aspira a la diferencia sino a un destino común para todos, un destino
de progreso, el camino de la utopía.
Y es el progreso el otro elemento esencial dentro de la cultura de la modernidad.
El Progreso se entiende como el destino ineludible que le espera a la Historia Humana,
significa que la Historia del Hombre siempre sigue una línea en dirección hacia delante y
hacia arriba, una flecha lanzada en diagonal hacia el cielo sería la figura exacta de lo que
le espera al futuro humano, y esa palabra, Futuro, es la que se relaciona íntimamente con

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el Progreso, un progreso siempre fogoneado por la acción de la Razón expresada en la
ciencia.
Si el Progreso es el destino ineludible del Hombre, como pensaba el viejo paradigma
cultural, al Hombre le espera un Futuro mejor y ese futuro llegará, no como un regalo de
Dios sino como efecto de la razón humana expuesta en su voluntad y acción.
Por eso el Hombre de la modernidad proyecta, piensa en su futuro, realiza sus actos con
ese objetivo, incluso resigna el presente en pos de ese futuro mejor que le espera,
pospone, no se entrega al deseo.
Y en esa búsqueda de Futuro, el hombre de la modernidad rescata el Pasado como
escalón esencial de la escalera del Progreso, porque para subir hacia el mañana es
necesario asentarse firmemente en el escalón previó del ayer. En ese tránsito el hoy es
simplemente un momento de paso. La Historia es en la Modernidad la ciencia social
básica para analizar el presente.
Pero la modernidad tiene un costado rebelde y transgresor, y ese costado rebelde se
observa tanto en el liberalismo como en el marxismo.
La modernidad no es una época de tranquilidad, sino un tiempo de efervescencia, de
lucha, de revolución.
Si la modernidad apunta al progreso para asegurar el mejor destino de la humanidad, a lo
que apunta es al cambio y la transformación.
Y el ícono fundamental del cambio es la Revolución.
La revolución política entendida por los marxistas como la voluntad racional de los
pueblos que puede llevarlos al poder mediante la acción liberadora de las armas.
La lucha armada es una realidad durante el viejo paradigma, porque la lucha armada lo
que hace es resignar el presente en busca del futuro.
Pero no solo en el marxismo la palabra revolución resulta un factor esencial, sino también
en el liberalismo.
El economista liberal Joseph Schumpeter acuñó el término “destrucción creativa” para
explicar de qué manera el capitalismo avanzaba, progresaba, destruyendo en su camino
parte de lo que había construido previamente.
Schumpeter hablaba de una “incesante revolución de la estructura económica desde
dentro” por parte del sistema capitalista.
De este modo la idea del cambio forma parte esencial del viejo paradigma, pero a
diferencia de la concepción del cambio que veremos adopta el nuevo paradigma, el
cambio de la modernidad es siempre un cambio hacia delante, un cambio hacia el
Progreso.
Finalmente, el viejo paradigma cultural de la modernidad se afincaba en la primacía de la
Idea.
Como decíamos anteriormente, la Razón construía doctrinas y esas doctrinas guiaban las
acciones humanas porque eran verdades asumidas.
Lo que guía entonces la acción durante la vigencia del viejo paradigma es la Ideología, y
este factor nos afirma la preponderancia de lo político (como aplicación de las Ideas en la
organización social) sobre todo otro aspecto incluido el económico. La idea por delante de
la realidad, incluso la idea desafiando a la realidad. Es decir, la política construyendo la
realidad.
Y esto se verifica en el Estado de Bienestar que rige al viejo paradigma del capitalismo
industrial avanzado.
El Estado (la política) se encuentra por sobre los otros factores de poder, el Capital y el
Trabajo, los domina y los dirige. Es la Política, son las ideas, las que rigen el mundo.
Ya veremos como en el nuevo paradigma esta posición rectora cambia para dejar paso al
reinado de lo económico. A la realidad más prosaica imponiéndose sobre las ideas. A la
incertidumbre del mercado sustituyendo la certeza normativa.

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Pero como decíamos, el viejo paradigma cultural de la modernidad se comienza a morir a
partir de los años 50 en las artes, para acompañar un cambio sustancial de la sociedad a
partir de los años 70 y 80 configurando entonces un cambio diametral del comportamiento
de las sociedades y las personas derivando en lo que hoy se conoce como Cultura
Posmoderna, o sea, el factor cultural del nuevo paradigma.

Crisis de la Modernidad
La modernidad fue el primer segmento del viejo paradigma en entrar en crisis, y esto
sucedió a partir de los terribles momentos históricos vividos en la primera parte del siglo
XX con las carnicerías de la Primera Guerra Mundial, la brutal crisis económica de 1930,
el Holocausto judío y la detonación de la Bomba Atómica, todo ello llevó al Hombre a
cuestionar el destino de progreso al que le prometía conducirlo el racionalismo iluminista.
El ídolo de la Razón y la fe en el Progreso estaban pues fuertemente cuestionados a
mediados del siglo XX.
Pero otra columna vertebral de lo racional, la ciencia, también fue puesta en tela de juicio.
La ciencia producto del movimiento de la razón auguraba el logro de verdades. La ciencia
física clásica consideraba la materia como impenetrable, hasta que a comienzos del siglo
XX se descubre que eso que se consideraba sólido no es más que energía, el átomo no
era una cosa en su sentido material, sino un conjunto de fuerzas.
No había pues nada sólido, todo era proceso y movimiento.
Las ciencias físicas comenzaron a virar de su concepción material a una nueva teoría, la
Teoría del Caos y de la Incertidumbre.
Allí donde la modernidad buscaba verdades últimas, la nueva ciencia solo ofrece
posibilidades.
No hay una realidad fija y cognocible sino realidades individuales, el mundo no se
conforma de verdades sino de opciones y posibilidades.
El mundo comienza a buscar soluciones biográficas a lo que son problemáticas sociales.1
Todos los problemas parecen anclar en las particularidades de cada individuo, aún la
pobreza o la marginación. Cada persona debe ser responsable de su suerte.
Donde la modernidad veía un único sentido apuntalado por una sólida ideología, la
posmodernidad comienza a ver un abanico de pensamientos, juegos del lenguaje.
No hay ya un orden racional sino solo espontaneidad, y se desvanece el interés por la
Historia pues ya no constituye una herramienta válida para construir el futuro, un futuro
que pierde todo sentido frente al imponente presente.
Los tiempos se someten al presente hipertrofiado, el futuro es una gran desilusión y el
pasado una profunda frustración, y como sostiene el historiador Jacques Revel, al no
proyectarnos hacia el futuro el pasado se vuelve opaco, difícil de descubrir.
Así se cierran los caminos de la modernidad derribadas las columnas de la Razón y del
Progreso.
El viejo paradigma se queda pues sin su soporte cultural y el nuevo paradigma se afinca
en un nuevo sustrato cultural, la posmodernidad.
Caída la razón se entroniza el Deseo, disuelto el Progreso se erige el Presente.
La satisfacción del deseo aquí y ahora será la base cultural del nuevo paradigma. El
resultado: una sociedad de consumidores.
No más doctrinas que “dicen” verdades, ahora solo juegos de lenguaje que son verdades
relativas todas diversas y todas válidas.
No más ordenamiento disciplinado y racional, ahora espontaneidad flexible, libertad
personal.

1
Ulrich Beck, citado por Zygmunt Bauman, En busca de la política.

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No más disciplina social sino libre aceptación de una multiplicidad de comportamientos
basados en valores todos válidos.
No más progreso lineal, sostenido y en avance perpetuo, ahora un desarrollo dentro del
sistema, que prevé avances y retrocesos, caídas y estancamientos.
No más abordar la realidad críticamente para transformarla, ahora abordar la realidad
para reconocerla y adaptarse a ella.
No más ciudadanos activos en sociedades de ideales comunes, ahora una suma de
consumidores en busca de la satisfacción infinita de deseos individuales persiguiendo el
objetivo anhelado de la felicidad personal.

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