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Ana María Harcha (Pitrufquén, 1976) actriz titulada en la Escuela de Teatro de la Universidad
Católica de Chile, ya en sus años de estudiantes fue indagando en la escritura asistiendo a los
talleres de dramaturgia de Marco Antonio de la Parra, de Benjamín Galemiri, Juan Radrigán y
Rodrigo García. Ha alternado la escritura con la dirección teatral y la investigación, que luego hizo
confluir en un perfeccionamiento en España siguiendo el programa de Doctorado en Teatro y
Literatura Española, Latinoamericana y Portuguesa y Teoría Literaria, de la Universidad de
Valencia.
TEATRO
Tango (1998)
Perro! (1999)
Lulú (2004)
Asado (2004)
Atravieso la ciudad montado sobre mi bicicleta porque no aguanto las bromas ni las broncas de
mis parientes (2006).
ANA HARCHA: JUEGOS, RITOS Y VOCES
Andrea Jeftanovic
Ana Harcha es una de las precursoras de una nueva oleada que podríamos llamar de dramaturgas
del siglo XXI. A fines de los noventa emergen voces de dramaturgas jóvenes que son parte de la
nueva orientación que va tomando el teatro chileno y que lo va a revitalizar, principalmente
gracias a las compañías independientes. Hay varios nombres entre los que destacan, Manuela
Infante, Francisca Bernardi, Manuela Oyarzún, Lucía de la Maza, Andrea Moro, Daniela Lillo, María
José Galleguillos, Flavia Radrigán. Las más jóvenes de este grupo han formado parte de la
agrupación ADN (Asociación de Dramaturgos Nacionales) y algunas han publicado sus textos en la
Editorial Cierto Pez, dirigida por Marco Antonio Coloma, o en Cuarto Propio. Mención aparte
merece la dramaturgista Soledad Lagos, que siguiendo la definición de Brecht, se dedica más que
a la escritura personal a ensamblar diversos materiales, entre ellos obras de autores consagrados,
informes, datos, testimonios, que entregan un contenido y una perspectiva a la compañía y al
director. El dramaturgista, además de hacer la investigación del tema, compartir sus hallazgos con
los actores y atender las reflexiones que surjan en los ensayos, introduce lecturas, realiza o
corrige las traducciones, mantiene registros de la improvisación y los ensayos. La mayoría de estas
autoras ha continuado su formación en el exterior, en pasantías o posgrados en España, Alemania,
Francia. Tanto ellas como sus piezas circulan por festivales y conferencias hispanoamericanas y
europeas1. Este conjunto es, sin lugar a dudas, el puntal de una re-generación de las letras y la
dirección de la dramaturgia. Son dramaturgas formadas en la universidad, influenciadas en
algunos casos por las escuelas (Católica, Chile, Finis Terrae) y algunos profesores como Ramón
Griffero, Marco Antonio De la Parra, Benjamín Galemiri, Alfredo Castro y Rodrigo Pérez. Algunas
de estas dramaturgas también trabajan como actrices y directoras. No tienen una estética común
que permita hablar de una “generación” con rasgos propios ni una mirada femenina específica,
pero sí comparten una especial devoción por el trabajo teatral, una voluntad autoral, una
capacidad de autogestionar integralmente sus proyectos (se preocupan de la música, diseño,
coreografías; todo apunta al mismo concepto).
La escritura de Harcha es ágil, fresca, inédita, urgente. Sus textos fluyen al ritmo de zapping
televisivo o en cascada. Escribe a la velocidad de la música, es rockera, punk, jazzista; improvisa
melodías con frases cortas. Es una velocidad rabiosa, a borbotones, impulsiva; acelera y retrocede.
En sus obras hay juegos, la historia se instala en el andamiaje lúdico para hacer correr ejercicios
traviesos y no tan traviesos que tratan de la soledad urbana, la ruptura, el amor, la identidad, la
pertenencia. Y el juego dentro de la representación teatral repiensa la puesta en escena que es
otra simulación, otro “como si”, unas reglas que siguen o se rompen, una propuesta que desafía o
llama a competir, que motiva a la acción. Harcha ha manifestado que ha seguido la línea de
Rodrigo García, que dictó talleres en Chile, de reciclar juegos y convertirlos en acciones más
violentas, consciente que eso es también parte de lo escénico, de un juego que está en el teatro.
Juego y reciclaje, juego y rituales, el juego comprendido como espacio posibilitador de nuevos
sentidos, de transgresiones y discursos. En sus palabras, su visión del el rol en el teatro sería la de
herramienta estratégica: “haces referencia a un juego que todo el mundo conoce y lo convierto
quizás en otra cosa, de contarte de ahí, hay un reconocimiento que tiene que ver con lo corporal
también, con la experiencia de la memoria del cuerpo de las personas, más allá de la historia que
1 Este tema se profundiza en el artículo UN ESCENARIO PROPIO: EL PAPEL DE LAS DRAMATURGAS EN EL TEATRO
NACIONAL.
estás contando”2. En ese sentido, se usa el juego en cuanto simulación, como valor transversal y
universal, como estructura para hablar indirectamente de algo más, utilizando su potencial
representacional y perfomático. Harcha lo dice de la siguiente forma: “En el juego no hay juego
inocente, por más que, cuando se apaga el lazo si te enredas, perdiste. Te sales fuera del juego... El
juego siempre es un lugar al que ir, como gestualidad digamos, como acción corporal, es buscar
como una investigación de algo que pueda pasar en escena”3.
Harcha escribe sobre su generación, hace de antropóloga de la juventud chilena de los noventa, de
esa generación llamada “los hijos de Pinochet”, para quienes el toque de queda, la enseñanza
fiscal, la represión callejera, el crimen clandestino, los exiliados y la censura eran parte de
cotidianeidad. Harcha escribe sobre las repercusiones de eso años en la vida íntima de los niños y
jóvenes. También escribe sobre las relaciones de pareja, las tensiones de género, la tecnología y la
afectividad en los presentes tiempos. Sus textos en cierta forma son ejercicios de memoria
generacional a partir de diversos tipos de juego (canciones, rimas, sketches, preguntas,
confesiones, recetas de cocina, dispositivos de información, etc.) Hay una reflexión acerca de
nuevas formas de representación con una estructura fragmentaria, una estética que se hace cargo
de los medio de comunicación, promueve la imagen visual como también un lenguaje procaz, una
espontánea oralidad, desafiando las convenciones gramaticales y la corrección de la lengua escrita
(uso de minúsculas, signos acríticos incompletos).
Cuando uno lee sus textos advierte la falta de acotaciones que tiene relación con una visión
ideológica del teatro y una forma de trabajar la obra con la compañía. Por lo mismo no hay
referencias a los espacios y los tiempo, no hay un lugar reconocible ni una fecha. Harcha dice
“jamás he tratado de resolver una obra en el papel. Por eso no hay acotaciones, por eso no hay
nada apuntado de cómo tiene que hacerse. Hay que descubrirlo en el ensayo.” También es
consciente de ese carácter abierto, libre del texto en el caso que la lleven a escena otras personas,
y es así como Lulú se ha montado con un personaje, o bien con tres mujeres y un hombre. A
Harcha le interesa la identidad móvil de un texto porque ha hilvanado un discurso fijo y fino en él.
Si uno lee su producción percibe que la autora entiende el teatro como una forma de archivo, no
una práctica teatral efímera, sino que un repertorio que se performatiza y transmite a partir de la
repetición, frases que se corean una y otra vez proponiendo una melodía que se puntualiza.
Sus obras se caracterizan por no tener personajes con nombre sino voces individuales y voces
colectivas, no hay interlocutor claro ni personajes tradicionales con nombre y características, sino
más bien enunciados dichos por varios actores. Sus personajes son letras o arquetipos o pistas de
sonido que declaran un parlamento más allá de su subjetividad. Las escenas se construyen a partir
de múltiples frecuencias que narran una experiencia, relatos corales que se ensamblan en una
confesión delirante e intensa. Desfilan en el escenario traumas, alegrías, recuerdos, dolores,
frustraciones. Algo se dice pero de a poco, entrecortadamente, a retazos, entre varios personajes
se restituyen los fragmentos difuminados, y es solo en la conjunción de todos que se arma un
posible relato de esa memoria o de esa experiencia.
En Lulú, la obra seleccionada para esta antología, la protagonista o hablante principal ordena su
cerebro en racks simulando la ingeniería del CD de música. Parte una pista de sonido y se mezcla
con otra, “Ella, habla (ella puede ser la Surfista o Lady with a monkey o Lulú y más exactamente La
2 Jeftanovic, Andrea: Entrevista a Ana Harcha, material sin publicar (enero, 2009)
3 Idem.
Hablante”). No hay nombre fijo (Lulú, Amelia, o rack) sino capacidad de habla, actos de habla que
se asemejan a un reproductor de sonidos. La hablante despliega diecinueve bandas sonoras que
“cantan” su condición de mujer, su relaciones amorosas insatisfactorias, su incomodidad en la
ciudad, su pertenencia a un pueblo dejado a lo lejos, una obsesiva relación con la comida, los
sueños frustrados de la modernidad, la tentación por el suicidio, la familia disfuncional, el deseo
erótico, todo tipo de apetitos; en especial, el de la comunión con otros y la necesidad de ser
alguien y no saber cómo se es alguien definido.
Bibliografía
www.archivodramaturgia.cl/analisis.php?IdAutor=35&IdTexto=46
-------: Entrevista Ana Harcha (sin publicar) realizada en enero del 2009.