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Título del trabajo:

Proyecto ético político, trabajo social y políticas criminales. Rompiendo las


cadenas...

Eje temático:

Lo ético, lo político y lo ideológico en el ejercicio profesional

Datos del autor o autores:

Apellido y nombres: Anatilde Senatore

Título que posee: Licenciada en Trabaja Social

Institución en que se desempeña: Fac. de Trabajo Social, UN de La Plata

Cargo: Docente

anatildesenatore@yahoo.com.ar

tel: 0221-4563969

Apellido y nombres: Laurini Gabriela Mariana

Título que posee: Licenciada en Trabaja Social

Institución en que se desempeña: Fac. de Trabajo Social, UN de La Plata

Cargo: Docente

marianalaurini@hotmail.com

tel: 0221-4502725
Proyecto ético político, trabajo social y políticas criminales. Rompiendo las
cadenas...

Presentación
¡Pequeños controles, éstos, los penales,
que sólo sirven para castigar a los pequeños!
Lolita Aniyar de Castro
En el presente trabajo se propone revisar la intervención profesional a la luz de las
dimensiones que la conforman1, procurando situarla en las coordenadas que el sistema
sociohistórico construye, en un sostenido esfuerzo por delinear estrategias que aporten a
un proyecto societal emancipador, a partir de comprender que los proyectos
profesionales son indisociables de los proyectos societarios que le proporcionan
matrices y valores (Iamamoto, 2.005, 15)
Para ello resulta imprescindible explicitar que entendemos las lecturas sobre la realidad
como construcciones histórico-concretas que están consciente o inconscientemente
sobredeterminadas por la ideología (Gruner, 2.006: 108), cuya función objetiva central
es la de aportar a la construcción de hegemonía desde un particular modo de pensar el
mundo, producto y productor de un tipo de relaciones sociales, las relaciones sociales
inherentes al modo de producción capitalista.
En este sentido, teniendo el ámbito de la cuestión penal como escenario, nos planteamos
algunas líneas de discusión a partir de identificar qué elementos configuran la
legitimidad social (Montaño, 2.000: 48) del profesional cuyo espacio socio ocupacional
se liga directamente con políticas criminales, mismas que operan flagrantemente como
mecanismos de penalización de la pobreza, en escenarios de democracias formales, en
los cuales se advierte la consolidación de una matriz mercado céntrica2 donde la
pobreza resultante del modo de producción capitalista en la fase
actual se lee en términos de problema sectorial cuya relación con el
conjunto de la sociedad es analizado en los siguientes términos: "si
no pueden mejorar su nivel de vida (los pobres) no pueden contribuir
al crecimiento nacional"3.

1
Iamamoto, M As dimensões ético-políticas e teórico-metodológicas no Serviço Social contemporâneo.
Trajetória e desafios.
2
Cavarozzi, m. Autoritarismo y Democracia, “La transición del estado al mercado en la Argentina”, Bs.
As. Ariel, 1.997
3
Expresiones del Guillermo Perry, Jefe para Latinoamérica del Banco mundial, citadas en
www.eleconomista.es
Según Anmesty Internacional4 en el S. XX se asesinaron más de 80 millones de
personas (armenios, ucranianos, judíos, gitanos, eslavos, rusos, chinos, ibos, bengalíes,
camboyanos, indonesios, sudaneses, ruandeses, norcoreanos, guatemaltecos, kosovares)
sin contar con los saldos de las guerras de Afganistán e Irak, las desapariciones y
torturas, producidas en países latinoamericanos. El siglo XXI no presenta visos de
mejorar, las cifras del terrorismo superan las 3.000 víctimas (Nueva York, Washington,
Pennsylvania, Djerba Mombasa, Bali Estambul, Casablanca, Ryad, Madrid, Sinai, Hilla
(Irak), Londres, Sharm el Sheikh, sin contabilizar las gigantescas cifras de la guerra de
baja intensidad entre Israel y la intifada palestina. Frente a este panorama desolador, la
criminología centra la atención en el reducido espacio de los delitos individuales, los
abusos del poder político y económico carecen de centralidad, toda vez que el
andamiaje jurídico normativo ubica como su objeto de estudio e intervención las
expresiones que enuncian-denuncian el agravamiento de las tensiones sociales.
A partir de considerar que la profesión adquiere una existencia propia en virtud de la
división del trabajo (Marx, 1972: 25), recuperamos aquí relación inmanente entre la
criminología y el trabajo social, las cuales anudan las estrategias de consenso y coerción
como marca de fuego, reproducidas en intervenciones sustantivas en torno a las diversas
expresiones de la cuestión social -entendida como las múltiples expresiones de la
contradicción entre el capital y el trabajo.
Es posible identificar, a lo largo del recorrido histórico de ambas disciplinas, las
transformaciones que las diversas fases del desarrollo del capital ha demandado,
visualizando cómo a las diversas conceptualizaciones que el discurso del orden impone
sobre el problema de la criminalidad le siguen políticas públicas que enfocan una arista
del mismo, introduciendo nuevas demandas a la profesión. Dichas políticas procuran
establecer un cierto equilibrio entre los sectores en pugna: desde el garantismo a la
tolerancia cero, las corrientes criminológicas centran el debate en el derecho,
encriptando en un lenguaje técnico definiciones que resultan eminentemente políticas.
El trabajo social, en tanto trabajador asalariado, sumido en demandas administrativistas,
con condiciones de trabajo precarias, con un escaso reconocimiento institucional hacia
sus competencias profesionales, no ha logrado aún debatir colectivamente acerca de un
problema que, entendemos, enmascara los procesos de criminalización primaria y

4
Datos citados por Aniyar de Castro en su artículo Derechos humanos: delincuentes y víctimas, todos
víctimas. temas para investigar en la criminología crítica latinoamericana de los próximos años. En
Revista Electrónica del Centro de Investigaciones Criminológicas de la USMP-PERÚ- 2da Edición
secundaria y fortalece el traspaso de una lógica de construcción del hommo criminalis
hacia una lógica del hommo penalis, mediante una lectura intencionada sobre los
procesos de repetición de hechos legalmente reprochables, reducidos a porcentuales de
reincidencia o reiterancia y de revocación de beneficios -tal como se denomina a las
medidas alternativas y/o morigeratorias del encierro- fortaleciendo de este modo la
premisa según la cual se puede predecir eficazmente las poblaciones de riesgo y por
tanto, punibles -hommo penalis-(Pavarini, 1995: 22).
Simultáneamente y en una dirección ideológica, ética y política contraria, las medidas
alternativas al encierro acrecientan su relevancia, toda vez que –en el mundo- más de 8
millones de hombres y mujeres se hallan privados de su libertad.
En este nudo de tensiones, la tarea asignada al trabajo social se desenvuelve entre lo
predictivo (del diagnóstico al pronóstico) y lo terapéutico (el tratamiento de la
desviación, la terapéutica de la reintegración5).
Entendemos que aportar al debate disciplinar sobre los mecanismos de criminalización-
penalización de la pobreza es un desafío pendiente para fortalecer la tarea profesional
apostando así a un proyecto societal cuyos valores centrales sean la libertad, autonomía
y emancipación de la clase

Cuestión penal-cuestión social, una relación inmanente


El pícaro, el sinvergüenza, el parado, el
hombre de trabajo hambriento, miserable, y
delincuente son figuras que no existen para ella,
(la economía política)sino solamente para otros
ojos; para los ojos del médico, del juez, del
sepulturero, del alguacil de pobres, etc. Son
fantasmas que quedan fuera de su reino. K. Marx

La teoría criminológica aparece en la configuración del sistema capitalista como


institucionalización del orden, legitimando un arsenal punitivo que, en aras del contrato
social, oculta su matriz clasista con el fin manifiesto de impartir justicia y garantizar la
seguridad en una sociedad de hombres libres, negando la necesaria contradicción entre
lo enunciado y la posibilidad de concreción, al negar una premisa constitutiva: la
relación entre los dueños de los medios de producción y quienes solo tienen como
5
Podemos sustituir este término con cualquiera de sus acepciones: re educación, inserción, socialización,
habilitación, etc. Hemos seleccionado el de reintegración, en consonancia con la propuesta de Baratta,
quien plantea que esta función debe ser primordial no a partir del encierro sino a pesar del mismo
capital su fuerza de trabajo no se dará jamás entre iguales. Esta seguridad no es otra
cosa que el “concepto supremo de la sociedad civil… el concepto de policía, toda la
ciudad existe solo para garantizar a cada uno de sus miembros la conservación de su
persona, de sus derechos y de sus propiedades”6, en tanto la igualdad remite al “hombre
replegado sobre sí”, el hombre como identidad imposible, igual a sí mismo, en una
sociedad donde la identidad se configura en la alteridad, en tanto se promulga una
igualdad del objeto y no del sujeto, es decir, lo que permanece igual es la ley ante todos
los hombres, como si todos los hombres fueran iguales. El concepto de ciudadanía,
central para opacar esta desigualdad inicial de los hombres en el sistema capitalista,
proporciona un pilar nodal en la construcción del plexo normativo, que ahondando en la
normatización de la vida cotidiana imprime los parámetros del deber ser burgués.
Si bien excede el propósito de este trabajo, es necesario destacar la necesaria correlación
que adquiere, en este plano, el proceso que claramente analiza Montaño (Montaño,
2.000: 13) como el pasaje de la lógica del estado a la lógica de la sociedad civil, con la
consecuente “des-economizacion”, la “des-socializacion” y la “des-politizacion” de
una realidad segmentada.

El derecho positivo ha encontrado en la psiquiatría, la biología y la sociología el


sustrato argumental que permite congelar los procesos vitales en cuyo devenir tiene
lugar la acción punible, como en una foto instantánea, donde el eje es el hecho, que
asépticamente enunciado dará lugar a la intervención de las agencias punitivas,
deshistorizando hasta lo inconcebible un suceso que es sólo el emergente de situaciones
cuya génesis es siempre social.

Podemos afirmar categóricamente que no existe hecho punible que no sea producto de
relaciones sociales determinantes. Los valores mismos con que se mensura qué es
punible y qué no lo es, son construidos en una sociedad donde el ritmo de los
requerimientos de la acumulación impone sus categorías. Los ejemplos son vastos. Sólo
por mencionar alguno, citaremos la reconfiguración de la categoría trabajo, como
asignador de capacidades y virtudes, como eje de múltiples disciplinas con un arsenal
de intervenciones en función de producir, adiestrar, sostener, reconvertir, silenciar a la
masa obrera.

6
Marx, k. La cuestión judía, ed. NEED, 1998
Desentrañar la cuestión penal permite visualizar cómo se fue perpetrando el fenomenal
andamiaje jurídico-normativo desde la constitución misma del estado nación en nuestro
país, al ritmo de la inserción de Argentina como agroexportador en la división
internacional del trabajo, al tiempo que posibilita desentrañar la centralidad de la
relación capital-trabajo en la misma.
En esta relación, el estado adquiere un protagonismo inherente al desarrollo mismo del
sistema, que se acentúa en economías subsidiarias como la nuestra. La superestructura
que se erige como mecanismo de legitimación y en un interjuego dialéctico se torna, a
su vez, condición misma de existencia del propio sistema, establece una serie de
agencias punitivas que promueven valores, los valores burgueses, que producen y
reproducen mitos y creencias en un sistema de representaciones sociales que convierten
a las instituciones de socialización primaria en las primeras agencias de penalización
(Baratta, 2004:174). La familia, en aras de un marcado deber ser, fundará los cimientos
de un sistema de premios y castigos, de roles y premisas que de ningún modo pueden
ser desvinculados de la posición que ocupan en la división social del trabajo, aún
cuando su imbricación llegue a niveles muy profundos. Esta tarea se continuará con
eficacia en la escuela y será acompañada tenazmente por los medios masivos de
comunicación., cercando así al sujeto en el corset de la socialización primaria.
Así, la acción del estado podrá recaer eficazmente sobre una población ya seleccionada
y aleccionada en la rutina de violación de sus derechos y en la fragilización de sus
potencialidades.
Las profundas transformaciones producidas en las manifestaciones de la cuestión social
y las estrategias implementadas para su control han solidificado y ampliado
exponencialmente este planteo inicial sobre la cuestión penal, constituida como uno de
los repliegues más encriptados de la cuestión social, en tanto los marcos axiológicos
formales sancionan invariable e indiscutidamente ciertas conductas, invisibilizando en
el mismo proceso, otros procederes reprochables7.
La estrategia por excelencia que amalgama esta relación inmanente entre cuestión social
y cuestión penal, resulta, claramente, en las diversas expresiones que adquiere la
penalización de la pobreza: judicialización de la vida cotidiana, criminalización de la
protesta social, exacerbación extrema de los controles punitivos.

7
El debate acerca del derecho de l. Patti a asumir la banca para la cual fuera elegido es un claro ejemplo
de estos ocultamientos
Trabajo social y criminología
Los trabajadores sociales son aceite en la
maquinaria, una especie de consejo de
seguridad. ¿Podemos funcionar sin ellos?
¿Estarían la víctima y el agresor en peor
situación? Christie, N.
.
Devenir clase obrera es aceptar la lógica del trabajo asalariado por la cual el obrero cede
al patrón un día, una semana o un mes de trabajo en espera del salario, reconociendo la
disciplina de la fábrica como algo natural. La acumulación de riqueza y la creación del
ejército industrial de reserva se produce mediante procesos diversos y contrapuestos.
Las estrategias conjugadas de eliminación física, política y territorial implementadas
mediante políticas de terror en los siglos XVII y XVIII8 van cediendo paso a una nueva
tecnología disciplinar que articula procesos convergentes: el proceso de acumulación de
riquezas necesariamente engarzado al proceso de acumulación de hombres útiles9, útiles
en tanto fuerza de trabajo. Nuevas categorías poblacionales surgen de esta
conformación: entre quienes cuentan con la propiedad de su fuerza de trabajo y asumen
la condición de proletarios y quienes no lo hacen.
De esta segmentación primera, surge una segunda, entre quienes no trabajan porque no
pueden y quienes no lo hacen porque no quieren, retomaremos este encasillado
embrionario cuya complejización se evidencia en una próxima transformación de la
división del trabajo. Por el momento, se verifica la implementación de una primera e
incipiente política: el internamiento. Toda vez que la libertad medida en su valor de uso
de transforma en fuerza de trabajo y por tanto, en valor de cambio, la privación de la
misma será privación de la única pertenencia que el trabajador posee. Prueba de esta
realidad es la característica que las instituciones de confinamiento van adquiriendo
como casas de trabajo.
Así se produce la primera inversión central en la lógica que primó durante la edad
medieval: la cárcel ya no es el lugar donde esperar la pena el menor tiempo y donde el
veredicto debía ser tan inmediato como sea posible.
Este será el trayecto inicial hacia las primeras formas de conocimiento criminológicas y
la estrategia penitenciaria será consolidada en el pasaje hacia la edad de los monopolios,

8
op. cit.
9
Pavarini, M., Control y dominación, ED SIGLO XXI, Bs. As. 2.003
en la cual el criminal será el sujeto de intervención y conocimiento. El desafío político
de estos tiempos será conciliar autonomía particular con sometimiento de las masas.
Aparece con fuerza el contrato: en tanto la clase trabajadora debe resolver sus
necesidades, careciendo de los medios para ello, no hay vínculo jurídico que “obligue al
sometimiento”, sólo la necesidad de satisfacer las demandas de la producción y
reproducción cotidiana llevarán a las masas expropiadas a vender contractualmente su
fuerza de trabajo. El contrato se establece así entre personas libres e iguales.
El tema contractual resulta ser: cómo educar a los no propietarios para que acepten
como natural su estado de proletarios, como disciplinar a las masas para que no atenten
contra la propiedad y garantizar la libertad y la autonomía para que el mercado se
autorregule.
El primer paso será la reforma penal y procesal; el eje será el contrato fundamentado en
el pacto social por el que el estado se erige en propietario del poder represivo; será el
Estado quien determine qué es lícito y qué no lo es; su voluntad se expresará en la ley.
Se consolida así el cuestionamiento a la pena de muerte: si el poder del príncipe (el
estado) viene del ciudadano es con el objeto de garantizar la paz social que no puede ser
obtenida a cambio de un bien superior como lo es la vida.
El criterio de la sanción penal será retributivo: un sufrimiento que equivalga a la
ofensa. Aparece, entonces, la codificación para ordenar. El fin último sigue siendo
establecer reglas de juego claras que permitan el desarrollo del mercado.
Podemos sintetizar este momento de la siguiente manera:
• Teoría del contrato social articulada con una ética utilitarista: los hombres son
egoístas por naturaleza y el contrato aleja el peligro de una guerra de todos
contra todos, así el delito es el ejercicio de una libertad a la que se había
renunciado contractualmente
• Relaciones sociales de propiedad: se recompensan actividades útiles y se
condenan las dañosas sobre aceptación apriorística de una desigual distribución
de la riqueza, definitiva e inmutable. El principio de igualdad entre hombres no
se extenderá a la crítica sobre la distribución clasista de oportunidades.
• La ley penal definirá por decantación las formas lícitas de satisfacer necesidades.
La acción imputable queda entonces en un plano formal. No se consideran las
condiciones del hombre para establecer la pena porque significaría asumir la
diferencia clasista de oportunidades.
• Si la violación a la norma es una forma propia de la condición de los no
propietarios se puede entonces definir al criminal como irracional, primitivo,
peligroso. Esto fundamenta el corrimiento de sentido hacia el trabajador,
homologado como delincuente potencial y, por tanto, irracional, primitivo y
peligroso.
Se enmascara la contradicción originaria, el principio de igualdad jurídica basado en un
principio de expropiación económica.

Mencionamos que se produce una primera compartimentación entre quienes no pueden


trabajar y quienes no quieren hacerlo. Para los primeros, las sociedades de
beneficencia10 implementaban respuestas partiendo de la caridad y la filantropía; para
los segundos, la labor del trabajador social implica una pronta detección de los factores
de riesgo que propendan a incurrir en acciones lesivas, a partir de las definiciones
elaboradas por el saber criminológico.
Para ambos, la mirada de inspección y control. Una muy bien intencionada Mary
Richmond dirá: “El problema de saber si el aspecto repulsivo de María B. y sus robos
eran debidos a causas innatas e individuales o a un medio desfavorable, se presentó
inmediatamente... lo logramos ...gracias a la ayuda de médicos y psiquiatras expertos...
la asistente social contemporánea es mucho más apta para descubrir con rapidez y
exactitud que cualquier otra persona perteneciente a otra profesión.”11
Con mecanismos de coerción, con estrategias de contención, como agente de asignación
de recursos institucionales, como veedor del nivel de acatamiento a la norma y
observador de la magnitud de internalización de la ley, se desarrolla la categoría
profesional, respondiendo a la demanda de la burguesía de “ampliar las bases de la
práctica asistencial, otorgándole nuevos patrones de eficacia, eficiencia y
racionalidad...”12
El pasaje del capitalismo competitivo hacia el monopólico requirió el despliegue de
estrategias centradas en la construcción de una sociedad de iguales; estas dinámicas
convergentes requirieron del trabajo social y la criminología –entre otras disciplinas-
para garantizar el ordenamiento que permitiera la maximización de los lucros con la
menor resistencia posible.

10
Se reconoce como una de las funciones de la Jefa de Personal de la casa de la Misericordia para Pobres
Vergonzantes San José (sito en San Nicolás de los Arroyos) el atender a proveedores, familiares y
asistentes sociales
11
Richmond, M., Caso social individual, MIMEO CETS, 2.004
12
Martinelli, M. Servicio social, identidad y alienación, Cortez Editora, San Pablo, 1.997
Al desandar el proceso histórico social que liga íntimamente al trabajo social con la
criminología observamos cómo se gesta, desde sus matrices, un perfil de trabajador
social que, respondiendo desde la inmediatez, resulta funcional a los requerimientos del
desarrollo del capital “ ... porque es sobre la psicologización de las relaciones sociales
que avanzará la auto representación de la sociedad burguesa en la etapa imperialista”13.

A partir de considerar que la profesión adquiere una existencia propia en virtud de la


división del trabajo (Marx, 1972: 25), recuperamos aquí relación inmanente entre la
criminología y el trabajo social, las cuales anudan las estrategias de consenso y coerción
como marca de fuego, reproducidas en intervenciones sustantivas en torno a las diversas
expresiones de la cuestión social -entendida como las múltiples expresiones de la
contradicción entre el capital y el trabajo.
Es posible identificar –desde esta perspectiva y a lo largo del recorrido histórico de
ambas disciplinas- las transformaciones que las diversas fases del desarrollo del capital
ha demandado, visualizando cómo a las diversas conceptualizaciones que el discurso del
orden impone sobre el problema de la criminalidad le siguen políticas públicas que
enfocan una arista del mismo, introduciendo nuevas demandas a las profesiones.

Identificamos en la actualidad cómo los discursos sobre el orden y su alteración (el


delito) se contraponen y coexisten generando controversias tan profundas como la que
se halla aún en el escenario público sobre el aborto. Del mismo modo, comprobamos
cómo se confrontan y conviven posiciones antagónicas acerca de la profesión. Para
quienes trabajamos en el ámbito penal, el entrecruzamiento de ambos campos en disputa
necesariamente llevan a confusiones y perplejidades. Los debates son de tal magnitud y
complejidad y las condiciones de trabajo tan difíciles –por simplificar al máximo la
definición de las mismas- que resulta una tarea titánica su abordaje. Para entorpecer este
contexto, la concepción positivista sobre las disciplinas y su ilusoria especificidad
abonan la parcelación de los saberes, dejando para la abogacía la primacía sobre el
derecho, extendido excepcionalmente a otros profesionales especializados:
antropólogos, psicólogos, sociólogos, psiquiatras forenses o criminólogos. Además, los
debates sobre las corrientes criminológicas y los discursos del orden requieren de una
formación que el trabajador social no ha desarrollado aún.

El trabajo social y el conflicto con la ley penal

13
op. cit.
hay que conocer por dentro los desafíos
que se colocan a la sociedad, a la “clase que
tiene en el trabajo su medio de vida” (y también
aquella que vive del excedente del trabajo). Sin
la consideración de que el ejercicio profesional
está atravesado por las mediaciones particulares
de las sociedades, cualquier intento de pensar en
los rumbos de la profesión, no pasa de
futurología. Guerra, Y
En este punto, presentamos algunos puntos para aportar al indispensable debate
disciplinar acerca de la intervención en el ámbito de la cuestión penal.

 Una primera reflexión acerca del modo en que nombramos el espacio


sociocupacional en el cual intervenimos da cuenta de que solemos caratular los ámbitos
del ejercicio profesional por temáticas (salud, educación, justicia), por problemáticas
(violencia familiar, adicciones) o por la población destinataria de las políticas sociales
que enmarcan la tarea (vejez, adolescencia, niñez).

En el caso que nos ocupa –justicia- la etiqueta virtual que sostenemos fortalece el
enmascaramiento de la vitalidad que adquiere en el entramado de la reproducción de las
relaciones sociales capitalistas. Nombrar las cosas es apenas un primer y paso para
afrontar el necesario proceso de desnaturalización de las estructuras que someten
cotidianamente a una creciente porción de la sociedad. Es desde aquí que sostenemos
que el ámbito de intervención debe necesariamente reconocerse como el de la cuestión
penal.

 El segundo aspecto que presentamos para el debate es acerca del carácter de las
políticas que enmarcan nuestra intervención. Según Carlos Montaño, la política social
se entiende como un instrumento del Estado que atribuye legitimidad y funcionalidad a
nuestra profesión. Como profesionales del trabajo social, somos los encargados de su
implementación e instrumentalización. Sin embargo, el desempeño profesional en el
ámbito de la cuestión penal nos interpela en varios sentidos: trabajamos en el marco de
políticas criminales, ¿podemos pensar en estas políticas como un área diferenciada de
las políticas sociales? O ¿estamos frente a un tipo de política pública que complementa
las estrategias de legitimación del orden burgués? El evidente correlato entre ambas es
un indicio a analizar detenidamente para sustentar un debate que necesariamente
debemos dar.
Identificando que los determinantes de las acciones reprochables se vinculan con el
carácter clasista de la cuestión social, la disputa por la ampliación del capital social de la
población se presenta como un objetivo central en las estrategias de intervención, en el
sentido de establecer mecanismos de inclusión y acceso a bienes materiales y
simbólicos que tiendan a reducir los indicadores de vulnerabilidad.

 Una tercera cuestión reside en la necesaria conceptualización de la demanda.


Asumiendo el complejo carácter de esta categoría, cuyo análisis nos excede,
proponemos para el debate algunas aproximaciones acerca del fundamento que
la misma adquiere, entendiendo con Montaño que aquí recae, pues, la base de
sustentación funcional-laboral del Servicio Social: un profesional que surge
dentro de un proyecto político, en el marco de las luchas de clases
desarrolladas en el contexto del capitalismo monopolista clásico, cuyo medio
fundamental de empleo se encuentra en la órbita del Estado, este último
contratándolo para desempeñar la función de participar en la fase final de la
operacionalización de las políticas sociales. Allí radica su funcionalidad y, por
lo tanto, su legitimidad14

Planteamos que al trabajador social en el ámbito de la cuestión penal se le exige una


demanda que puede definirse en dos dimensiones yuxtapuestas y complementarias. La
primera de ellas impone una acción de corte predictivo toda vez que se afirma que
resulta ser los ojos del juez15, proporcionando una imagen acabada de una situación
singular cuyas dimensiones serán elementos de juicio para la decisión final. El eje de
esta demanda es el informe como la intervención, no como producto que da cuenta de la
intervención. Sobre esta instantánea del profesional se definirá la abstracción de un
recorte que, en mejor de los casos recupere la historicidad de esta situación, congelando
los procesos dinámicos que se verifican en la vida de los hombres para, a partir de allí
determinara si una acción disvaliosa volverá a producirse, indagando en variables
contextuales: si la persona modificó o al menos reconoce sus conductas desviadas, si
volverá a convivir con su grupo de origen, si se acepta de buen grado la indagatoria 16, si
14
Montaño, C. El servicio social frente al neoliberalismo, cambios en su base de sustentación funcional-
laboral, artículo publicado en Serviço Social & Sociedade nº 53 (São Paulo, Cortez), 1997
15
Frase que se reitera en cada espacio de formación e intervención para transmitir la relevancia de
nuestra intervención.
16
Para que el servicio penitenciario recomiende que un interno acceda a un beneficio, se lo expone a una
Junta de selección, conformada por los jefes de todas las secciones del penal (de 6 a 8 personas) que, de
manera simultánea indagan lo que a cada uno les parece adecuado, se destaca que no existen requisitos de
idoneidad para desempeñar esta tarea.
se incluyen variables contextuales ampliadas es en referencia a la pobreza de la que
proviene y a la cual vuelve, lo cual solo sirve para impugnar el posible beneficio, ante la
presunta situación de riesgo.

La segunda es de carácter terapéutico, en consonancia con el mito que recorre la acción


punitiva, la idea de la cárcel como medio de encauzamiento perdura pese a las
contundentes críticas sobre su condición iatrogénica: “El fin último de la presente Ley
es la adecuada inserción social de los procesados y condenados a través de la
asistencia o tratamiento y control”17. “El tratamiento será personalizado y directo,
tendiendo a evitar la reiteración y la reincidencia, y se instrumentará a través de
programas formativos, educativos y cuya ejecución deberá contemplar el debido ajuste
al medio familiar, laboral y social”18. Mediante una multiplicidad de acciones definidas
como tratamentales, se cristaliza la deseconomización del problema del delito, se
fortalece la psicologización de los problemas sociales deshistorizándolos y se reduce la
intervención profesional a una manipulación de variables empíricas que legitiman, al
decir de Netto, las líneas de análisis lógicos formal-abstracto y los procedimientos
técnicos.
Para responder a ambas cuestiones, el discurso criminológico proveerá los argumentos
explicativos que fundamenten sus apreciaciones. Para legitimar las respuestas, la
tradición conservadora recupera el ideario normativo, esgrimiendo un arsenal de
categorías explicativas que, aún siendo críticas no logran traspasar la apariencia y, en
ocasiones, la sedimentan. Desde las posiciones más reaccionarias que excusan el
carácter netamente policíaco de su tarea en un deber de resguardo hacia la comunidad
(el mentado bien común) hasta las más vanguardistas que refutan la tarea de control a
partir de la condición legal de la persona bajo supervisión, desde la inclusión acrítica en
programas de asistencia hasta las derivaciones hacia instancias de tratamiento, sin poner
en cuestión el contenido que se le otorga a tal función
En el mejor de los casos, se puede verificar una actitud indagatoria responsable que
procura desentrañar las lógicas institucionales y aún comprender críticamente las
normativas que encuadran su intervención. Pero esta criticidad no logra trascender la
apariencia fenoménica, en tanto no traspasa las líneas argumentativas recuperando la
matriz contradictoria del problema en su íntima ligazón con el sistema capitalista y los
modos en que se perpetúa.
17
Ley de Ejecución Penal, art. 4°, sobre servicio penitenciario
18
Ley de ejecución penal, art. 168
Reflexiones finales19

Esas paredes, que los funcionarios dicen


que nos pertenecen a todos, a la sociedad que
somos. Yo no acepto mi cuota de pared ni de
sociedad. No admito siquiera cascotes de ese
hormigón para arrojárselos contra la puerta. No
quiero añicos de ese lugar donde los sueños de
las reclusas mastican veredicto. Algún día nos
volveremos a ver en un espacio inmaterial,
donde no funden cárceles. Entonces, ¿cómo voy
a hacer para pedirles perdón? Ferreira, S

La ideología del enemigo pervive a todo desarrollo teórico: “Si la clase baja con
habilidades cognitivas reducidas y voluntad débil, crece en número, y con tal índice de
inteligencia tienen numerosos niños, el país cae inevitablemente en la decadencia”
afirma Charles Murray, autor de “La Curva de Bell. La inteligencia y la estructura de
clases en la vida norteamericana”, teórico del Manhattan Institute, cuna de la corriente
definida como tolerancia cero. Tras los hechos aciagos del 11 de septiembre de 2.001,
las filosofías punitivas occidentales han mostrado un endurecimiento en las penas y una
progresiva criminalización para comportamientos que van desde violencias intra
familiares hasta actos terroristas. La creciente criminalización de la protesta social
responde a estos lineamientos. Todos ellos encarados desde la alarma social y el terror.

Como parte del colectivo profesional, asumimos que las siguientes premisas vertebran
una intervención profesional que aspire a aportar a un proyecto ético político:
 no es posible plantear una adecuada estrategia de intervención sin aprehender las
coordenadas históricas comprendidas en los términos de la totalidad concreta, cuyos
componentes interrelacionados interactúan de modo complejo y dinámico.
 no es posible pensar en salidas omnipotentes y endogenistas que abonen la
perspectiva de un enfoque disciplinar específico del problema.
 no es posible incidir sobre un asunto tan complejo y encriptado solo desde los
parámetros de la intervención profesional.
Entonces... ¿qué es posible? ¿Cuáles son las líneas de fuga que presenta el sistema?

19
Estas reflexiones condicen con las planteadas por este equipo en artículos precedentes, en tanto
entendemos que vertebran la propuesta que sostenemos.
Mota20 afirma que “...una acción profesional puede reconstruir metodológicamente el
camino entre una demanda objetivada y las relaciones sociales que la determinan. Es
este movimiento el que garantiza, en la particularidad de cada acción profesional, la
reconstrucción de sus objetos de intervención y de sus estrategias de acción, siguiendo,
también la vieja lección de que teníamos que voltear y hacer el viaje de modo inverso
para llegar al punto de partida, pero esta vez no con una representación caótica del
todo, sino con una rica totalidad de determinaciones y relaciones diversas”

Siguiendo a Barroco pensamos que toda intervención profesional interfiere en la


realidad (re)produciendo valores sociales y políticamente direccionados. En nuestra
doble inscripción de docentes y profesionales insertos en el ámbito de la cuestión penal,
apostamos a una profunda revisión de las instancias y condiciones de formación del
colectivo profesional y a la organización política del colectivo, pilares constitutivos para
la creación de alternativas, reafirmando la relación entre competencias teórico
metodológicas y compromisos ético políticos.

Es en este sentido, recuperando la necesaria perspectiva de clase del enfoque crítico,


que puede pensarse en acciones transformadoras, incluidas en un proyecto societario
cuyas coordenadas se construyan en un profundo compromiso con la libertad, entendido
como la plena e ilimitada autorrealización del hombre en su ser genérico.

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