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A derrumbar el modelo neoliberal.

Del “Consenso de Washington” al “Consenso Bolivariano”.

A mi pana full, José Carlos Nazario, que está preocupado por estos temas.

Por H. Galván
Email: triunfaremos@gmail.com
15 de enero de 2007

Chávez, Correa y Evo, en la ceremonia indígena de toma de posesión de Correa.

En el Quito de Atahualpa, justamente hoy, está tomando posesión Rafael Correa, el nuevo
Presidente de la República del Ecuador, cuya principal promesa ha sido la de oponerse al
neoliberalismo. Hace pocos días, había tomado posesión también Daniel Ortega en Nicaragua,
y un día antes, el Presidente reelecto (con 63%) de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías.

Correa, (quien por cierto tuvo el gesto de visitarnos en la Cumbre Social por la Integración
de los Pueblos de Cochabamba en diciembre pasado) es un joven economista, PHD, con
estudios en Illinois y Lovaina, con un discurso fresco y con propuestas revolucionarias, llega
flamante para consolidar lo que Heinz Dietrich (que también estuvo en la cumbre en
Cochabamba) llama el Bloque Regional de Poder, aunque lo que sucedió en esta semana, va
un poco más allá.

La llegada al poder de un Rafael Correa, claramente en contra de los TLC´s, que propone la
dignificación indígena, que lucha contra la partidocracia, que está puesto a las privatizaciones,
y que se inclina por el ideal bolivariano, significa la consolidación del proceso de renovación
del liderazgo político que se viene produciendo en el continente con el cambio de siglo (y
antes). Esta renovación del liderazgo (que en algunos países significa también recuperación de
lo perdido) incluye un cambio de visión del poder, y cambios profundos en el quehacer y la
práctica política. Lo que sucede actualmente en el continente es una lenta, pero segura,
revolución política y social. Esa revolución, también tendrá que cambiar el modelo económico,
después, el modo de producción.

Para la transición, los gobiernos popularmente electos, deberán proponerse eliminar las bases
de sustentación del antiguo régimen, no sólo las físicas, sino también las ideológicas. Para
destruir el sistema capitalista, la falsa democracia, la dependencia, deberemos derrumbar uno
por uno sus pilares; hay que derribar uno de sus más importantes: el modelo neoliberal.

Este modelo de política económica (que recupera determinados postulados fundamentales del
liberalismo) se vino consolidando en el mundo, y en nuestro continente, desde mediados y
finales de los 80´s, teniendo su clímax hacia los años 90´s con las llamadas reformas de
segunda generación.

Y es que hacia mediado de los años 70´s las condiciones que sustentaron el régimen comercial
y económico vigente, que permitió la implementación de políticas de sustitución de
importaciones en nuestro continente, habían cambiado. Por una parte, la competencia
intercoporativa se había intensificado, empujando a las grandes empresas a presionar para la
expansión de sus mercados y a reubicar geográficamente parte de sus operaciones y procesos
productivos hacia zonas de menor costo (deslocalización). Esto implicaba la necesidad de
generar nuevos escenarios que las beneficiasen. Así, los países subdesarrollados debieron
adaptarse a las nuevas reglas, reduciendo sus aranceles al comercio y flexibilizando sus reglas
de inversión extranjera. Cuando se inició la competencia entre cual país reducía mucho más el
costo de sus salarios, o cual eliminaba mejor sus reglas a la inversión, entonces empezó la
lucha fraticida hacia el deterioro de las condiciones de vida de toda la población.

Dicha necesidad llevó a las corporaciones a impulsar, a través de sus gobiernos, una nueva
agenda comercial global que estipulaba liberalización económica, financiera y comercial. Un
modelo de políticas públicas fue elaborado e impuesto.

Según la teorización, los problemas económicos de nuestros países se asociaban a la


“excesiva” intervención estatal en los mercados y las decisiones de sus agentes, esta situación
generaba ineficiencia en la asignación y utilización de los recursos. Elevados aranceles
protegían industrias ineficientes; elevados impuestos y normas estrictas alejaban la inversión;
mientras, que la propiedad estatal sobre las empresas generaba a su vez ineficiencia,
burocracia y corrupción. (¿Obligatoriamente?)

Las universidades se plagaron de dichas teorías, los pensum cambiaron, se arrojó a la basura
la teoría estructuralista, la marxista, y los aportes keynesianos, la teoría del desarrollo, por su
parte, fue profundamente marginada. El discurso único, en torno a los beneficios del nuevo
modelo, nos impregnó a todos a través de la televisión y las editoriales pagadas. Los
politiqueros del patio, consistentes con lo dictado por Washington, asumieron el discurso y
pensamiento único y se convirtieron, fieles, a la nueva religión.

Ya había sucedido antes, las grandes empresas transnacionales utilizaron a sus gobiernos para
imponer sus reglas durante finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, y continuaban
haciéndolo en América latina. La United Fruit Company, la Creole Petroleum Corporation, la
Coca Cola, la Dole, la South Puerto Rico Corporation, la Standard Oil, la ESSO, la TEXACO,
entre otras, que tantas tropelías habían cometido a nombre del mercado, sirvieron de
referente para que a finales del siglo XX, otras multinacionales con otros nombres como
FENOSA, Nestlé, ENRON, Coca Cola, Shell, Telefónica, Verizon, General Motors, IBM, Exxon,
Microsoft, REPSOL, AT&T, Merck, Philip Morris, British Petroleum, Mobil, Bayer, MCdonals,
Levís, Niké, Burger King, el Banco Santander Central Hispano, el Banco Bilbao Vizcaya
Argentaria, entre otras, quisieran replicar con creces las temibles hazañas de sus
predecesoras.

La propuesta de políticas públicas de las multinacionales constituía fundamentalmente en la


liberalización del comercio exterior, la privatización de las empresas estatales, la reducción de
los impuestos, la disminución del Estado, y la desregulación económica en general,
especialmente las reglas laborales, de inversión y ambientales. Aquel, fue el “Consenso”, la
orden: “dígase y hágase”.

Entonces se vinieron las “reformas” por montones, promovidas e impuestas por los
organismos financieros internacionales que sirvieron de instrumento ciego a las ideas
neoliberales y a los intereses del capital.
Fue una contraofensiva del capital contra el trabajo. Los capitalistas locales e internacionales
se ensancharon con el Estado de Bienestar, y con el proteccionismo de los países pobres. Se
privatizó, se extranjerizó, se des-regularon mercados financieros y laborales, se eliminó la
capacidad de los estados para intervenir en los mercados, particularmente en los precios, el
crédito y en el fomento productivo. Se eliminó la capacidad estatal de proveer servicios
sociales y con ello, se acentuaba la pobreza y la excusión.

La globalización neoliberal había hecho trizas y se había impuesto sobre el modelo


desarrollista y parecía indetenible. ¡Hasta hace poco tiempo!

Chiapas, Seattle, Davos, Porto Alegre, Cancún, los indígenas y cocaleros de Bolivia, Ecuador y
Perú, los desocupados de Argentina, los trabajadores sin tierra del Brasil, los guerrilleros de
Colombia, han demostrado lo contrario.

“Todo aquello que fue privatizado, nacionalícese.”

Así se expresó el Presidente de Venezuela el pasado lunes 8 de enero cuando anunció la


nacionalización de importantes empresas eléctricas y de telecomunicaciones del país que
habían sido privatizadas, iniciando así el desmonte del neoliberalismo.

En un discurso ante sus nuevos ministros, Chávez, hizo especial mención de la Compañía
Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela (CANTV), que fue privatizada en 1991 de la que
dijo: "La CANTV nacionalícese. La nación debe recuperar la propiedad de los medios
estratégicos de soberanía, seguridad y defensa". Y también se refirió a la compañía de energía
Electricidad De Caracas (EDC) y a la refinación de crudo en la Faja Petrolífera del Orinoco, las
cuales tendrán igual suerte.

Poco después, el temor corría. El fantasma de la manipulación mediática se hizo presente con
todas las voces defensoras de la injusticia, que han salido para expresar su pavor. Gritos de
alerta y angustia, lloriqueos y presiones, todas apuntando equivocadamente a regresar a un
pasado que parece terminarse de morir, retumban por la opinión pública internacional.

Sin embargo, el nuevo paso anunciado por el Gobierno Bolivariano parece ser el primer
movimiento trascendente para saldar una verdadera deuda pendiente: el desmoste del
neoliberalismo en la región. Ese modelo, fraguado en las mesas de las grandes
multinacionales y sus universidades, y que tanto sufrimiento y pesar ha conllevado para las
grandes mayorías del continente y del mundo, parece iniciar su desplome.

Ya para finales del siglo XX, el modelo neoliberal había comenzado a dar muestras de
agotamiento y empieza a cuestionarse, el Nóbel Joseph Stiglitz en su articulo “El consenso
después del consenso” plantea que: “Sólo hay consenso respecto de que el Consenso de
Washington no brindo respuestas. Sus recetas no eran necesarias ni suficientes para un
crecimiento exitoso…”. El modelo se ha agotado dado había hecho acumular una enorme
deuda social que se traduce en el empobrecimiento colectivo de la sociedad; cuestionamientos
no han faltado.

El nuevo paso de Venezuela, de desprivatizar aquello privatizado, sumado a la


“Nacionalización” boliviana, y a los cambios en los paradigmas del pensamiento y del discurso
en todo el continente, es el paso más significativo para iniciar el desmonte total del modelo
neoliberal en la región.

Y es que, pese a que América Latina desarrolla un profundo proceso de renovación política, y
han triunfado en los países más importantes gobiernos llamados “progresistas”, todavía el
modelo neoliberal seguía predominando en sus acciones.

Bien lo planteaba el amigo Aurelio Suárez Montoya, (Presidente de Unidad Cafetera de


Colombia y director ejecutivo de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria) allá en
Cochabamba, mientras que yo le respondía sobre la necesidad de teorizar y avanzar en ese
sentido. Desmontar el modelo neoliberal, plantear un modelo de desarrollo alternativo, es
clave en el proceso de transformación continental que apenas se inicia.

El Consenso Bolivariano

Pero pensemos un poco en como convendrá que sea el modelo sustitutivo. Pienso primero que
este nuevo modelo económico latinoamericano deberá recuperar aquello recuperable de las
propuestas de políticas estructuralistas y desarrollistas del siglo pasado; deberá reasignar su
rol protagónico al Estado como promotor de la actividad económica y de la justicia social,
resignificándolo. No se deberá volver al estatismo burocrático ni a una planificación total de la
actividad económica. Al contrario, en la economía como en la humanidad, es clave la
imaginación, la innovación, la libertad, y la iniciativa privada. Como también son claves las
regulaciones, las normas y los limites, que corrijan lo que eufemísticamente se hace llamar
“fallas del mercado”

En el nuevo modelo para la transición deberá primar la propiedad colectiva sobre los medios y
recursos fundamentales de producción. Recursos naturales, empresas de servicios públicos,
empresas estratégicas, deberán ser administradas por la sociedad bajo diversas formas de
propiedad. La propiedad social deberá estar por encima de la propiedad privada, aunque
deberán coexistir diversas formas de las mismas. Las empresas privada, colectiva y estatal
deberán cumplir con normas de seguridad, éticas, de responsabilidad social, de dignificación
laboral, de distribución, para que todas ellas contribuyan a expandir el bienestar de la
población.

¿Hacia donde es la transición? Sin duda alguna, que no es el retorno hacia el estatismo, el
burocratismo, sino más bien, hacia el establecimiento de un modo de producción que supere
las relaciones de explotación capitalista. Un nuevo proyecto de sociedad como lo han discutido
intelectuales de la talla de Narciso Isa Conde en su libro “En el Siglo XXI ¿Cuál democracia?
¿Cuál Socialismo?.”, puesto a circular el año pasado.

En el nuevo modelo la propiedad estatal deberá asimismo ser participativa, estar socialmente
auditada, ser descentralizada, y manejada con amplios criterios de eficiencia para que no se
convierta en un instrumento burocrático, corrupto e ineficiente.

El Estado deberá fomentar la actividad productiva, especialmente aquella de interés


estratégico para garantizar soberanía alimentaría y bienestar a la población. Se deberán crear
las bases para un desarrollo de concepción alternativa, que impulse el desarrollo de las fuerzas
productivas y la distribución de la renta creada. Deberá prestar mayor atención a los
emprendedores y a mejorar la competencia para reducir los poderes monopólicos. Es preciso
también que fomentar el desarrollo rural y garantizar acceso la propiedad, en otras palabras,
distribuir la propiedad entre los desposeídos.

Por otra parte el Estado, la iniciativa privada y la colectiva, deberán fomentar actividades
productivas cada vez más sustentables y de mayor valor agregado, más limpias y más
eficientes.

El nuevo modelo deberá garantizar la provisión de los servicios públicos fundamentales a toda
la población; los derechos humanos, los derechos económicos, los derechos ambientales,
deberán estar por encima de todo lo demás y garantizados a la población.

El nuevo modelo económico para la transición debe aprovechar también todos los elementos
recuperables de la teoría neoclásica, especialmente en los estudios microeconómicos y en la
idea de generar las condiciones para mejorar la eficiencia a través de la competitividad y la
gestión eficiente de la actividad económica. Pero sobretodo, las ideas neoclásicas pueden
contribuir para hacer equilibrios y combinaciones novedosas, que confirmen que en economía,
no hay ni puede haber pensamiento único, ni dogma.
El nuevo modelo económico deberá basarse también en otros principios como la justicia social,
la solidaridad, la complementariedad y la cooperación.

El nuevo modelo deberá impulsar una profunda integración económica, política y social del
continente. La integración no deberá ser únicamente comercial. El Estado deberá reasumir la
política comercial vinculada a los objetivos del desarrollo, considerando al comercio
únicamente como un medio hacia el desarrollo. La integración alternativa, desde los pueblos,
deberá dar paso a la unificación, a la unidad latinoamericana como una única estructura
política, social, pruliétnica, progresista, multicultural, como lo planteaba Bolívar.

El nuevo modelo económico deberá ser liberador, deberá ser participativo, deberá ofrecer
oportunidades para la enorme masa excluida latinoamericana que no cuenta en las políticas
del Estado neoliberal. El modelo económico para la transición deberá ser consistente con el
nuevo modelo de profunda y verdadera democracia necesaria, una democracia participativa y
protagónica. El modelo que supere al neoliberalismo deberá asimismo democratizar la
economía.

El modelo económico para la transición, ese nuevo consenso: “el consenso bolivariano” que
se forja y consolida aceleradamente en la región, deberá establecerse sobre una sólida base
popular y soberana. Habrá que dejar en el pasado las nefastas recomendaciones de los
organismos transnacionales, al tiempo que hay que priorizar las alianzas estratégicas y las
relaciones sur-sur. La visita reciente del Presidente Ahmadineyad a Nicaragua, Venezuela y
Ecuador, augura la consolidación de un potente frente del sur que permitirá avanzar en la
complementariedad y fortalecer a los países subdesarrollados frente a injerencias no
deseadas. Experiencia exitosa ha sido la alianza estratégica de países como Brasil e India en el
G-22 para hacer valer los intereses de nuestros países en el marco de la Organización Mundial
del Comercio.

En definitiva, el proceso de transformaciones sociales por las que atraviesa América Latina
requiere irremediablemente de un nuevo modelo económico que permita la transición hacia
otro modo de producción alejado del capitalismo. Este nuevo modelo económico deberá
iniciarse con la superación o el desmonte pleno del neoliberalismo vigente, y ese debería ser el
reto fundamental de los llamados Gobiernos progresistas actuales, con cumplir este objetivo
(aunque fuese únicamente), ya estarían contribuyendo significativamente a la historia.

Y este es, precisamente, el año para empezar.

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