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EL ASOMBROSO MAURICE Y SUS EDUCADOS

ROEDORES

Terry Pratchett
[1]

CAPÍTULO 1

Un día, cuando era travieso, el Sr. Conejín miró por encima del seto
del campo del Granjero Fred y estaba lleno de verdes lechugas. El Sr.
Conejín, sin embargo, no estaba lleno de lechugas. Esto no parecía justo.
[2]
- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

¡Ratas!
Perseguían a los perros y mordían a los gatos, ellas...[3]
Pero había más que eso. Como decía el asombroso Maurice, era sólo
una historia sobre personas y ratas. Y la parte difícil era decidir quiénes eran
las personas, y quiénes eran las ratas.
Pero Malicia Grim dijo que era una historia sobre historias.
Empezó —parte de ella empezó— en el coche de correo que venía
cruzando las montañas desde las distantes ciudades de la llanura.
Ésta era la parte del viaje que no le gustaba al conductor. La ruta
serpenteaba por bosques y alrededor de montañas por caminos destrozados.
Había sombras profundas entre los árboles. A veces creía que unas cosas
seguían al coche, manteniéndose fuera de la vista. Se le erizaban los pelos.
Y sobre este viaje, lo realmente espeluznante era que podía escuchar
voces. Estaba seguro de eso. Venían desde atrás de él, del techo del coche,
y no había nada ahí excepto los grandes sacos de correo de hule y el
equipaje del pasajero. Ciertamente, no había nada lo bastante grande para
que una persona se escondiera adentro. Pero ocasionalmente estaba seguro
de oír voces agudas susurrando.
Había solamente un pasajero en este momento. Era un joven rubio,
sentado completamente a solas dentro del coche que se mecía, leyendo un
libro. Leía despacio, y en voz alta, moviendo su dedo sobre las palabras.
—Ubberwald —dijo en voz alta.
—Es ‘Überwald’ —dijo una voz pequeña y aguda pero muy clara—. Los
puntos le dan una especie de sonido ‘ooo’ largo. Pero lo estás haciendo bien.
—¿Ooooooberwald?
—Hay cosas tales como demasiada pronunciación, chico —dijo otra voz,
que parecía medio adormilada—. ¿Pero sabes lo mejor de Uberwald? Está
muy, muy lejos de Sto Lat. Está muy lejos de Pseudopolis. Está muy lejos de
cualquier lugar donde el Comandante de la Guardia dice que nos hará hervir
si alguna vez nos ve otra vez. Y no es muy moderno. Carreteras malas.
Muchas montañas en el camino. Las personas no se mueven mucho aquí. Así
que las noticias no viajan muy rápido, ¿lo ves? Y no tienen policías. ¡Chico,
podemos hacer una fortuna aquí!
—¿Maurice? —dijo el muchacho, cuidadosamente.
—¿Sí, chico?
—No piensas que lo que estamos haciendo es, ya sabes... deshonesto,
¿verdad?
Hubo una pausa allí antes de que la voz respondiera.
—¿Qué quieres decir, deshonesto?
—Bien... tomamos su dinero, Maurice. —El coche se meció y rebotó
sobre un bache.
—Muy bien —dijo el invisible Maurice—, pero lo que tienes que
preguntarte es: ¿de quién tomamos el dinero, en realidad?
—Bien... generalmente del alcalde, o del consejo de la ciudad, o de
alguien así.
—Correcto. Y eso quiere decir que es... ¿qué? Te he dicho esta parte
antes.
—Er...
—Es dinero del go-bier-no, chico —dijo Maurice pacientemente—. ¿Dilo?
Dinero del go-bier-no.
—Dinero del go-bier-no —dijo el muchacho obedientemente.
—¡Correcto! ¿Y qué hacen los gobiernos con el dinero?
—Er, ellos...
—Pagan a los soldados —dijo Maurice—. Tienen guerras. A decir verdad,
probablemente hemos evitado muchas guerras tomando el dinero y
poniéndolo donde no puede hacer daño. Nos construirían estatuas, si lo
pensaran.
—Algunas de esas ciudades parecían muy pobres, Maurice —dijo el
muchacho poco convencido.
—Hey, exactamente la clase de lugares que no necesitan guerras,
entonces.
—Porotos Peligrosos dice que es... —El muchacho se concentró, y sus
labios se movieron antes de decir la palabra, como si le estuviera probando
la pronunciación—, ... no-é-ti-co.
—Eso es correcto, Maurice —dijo la voz aguda—. Porotos Peligrosos dice
que no debemos vivir del engaño.
—Escucha, Melocotones, los humanos están todos en el engaño —dijo la
voz de Maurice—. Están tan ansiosos por engañarse unos a otros todo el
tiempo que eligen gobiernos para que lo hagan por ellos. Nosotros les damos
valor por dinero. Ellos tienen una horrible plaga de ratas, pagan a un
flautista de ratas, las ratas siguen al chico fuera de la ciudad, upa-y-salto,
final de la plaga, todos están felices de que ya nadie esté pishando en la
harina, el gobierno logra ser re-electo por una población agradecida,
celebración general por todas partes. Dinero bien gastado, en mi opinión.
—Pero sólo hay una plaga porque les hacemos pensar que la hay —dijo
la voz de Melocotones.
—Bien, mi querida, otra cosa en la que todos esos pequeños gobiernos
gastan su dinero es en cazadores de ratas, ¿lo ves? No sé por qué me
preocupo por todos ustedes, realmente.
—Sí, pero nosotros...
Se dieron cuenta de que el coche había parado. Fuera, en la lluvia, se
escuchaba el tintineo de arneses. Entonces el coche se meció un poco, y se
escuchó el sonido de pies que corrían.
Una voz desde la oscuridad dijo:
—¿Hay algún mago ahí adentro?
Los ocupantes se miraron unos a otros, perplejos.
—¿No? —dijo el muchacho, esa clase de ‘no’ que significa ‘por qué está
preguntando’.
—¿Y qué me dice de alguna bruja? —dijo la voz.
—No, ninguna bruja —dijo el muchacho.
—Correcto. ¿Hay trolls pesadamente armados empleados por la
compañía del coche-correo ahí adentro?
—Lo dudo —dijo Maurice.
Hubo un momento de silencio, lleno del sonido de la lluvia.
—De acuerdo, ¿y qué me dice de lobizones? —dijo la voz al final.
—¿Cómo se ven? —preguntó el muchacho.
—Ah, bien, se ven perfectamente normales justo hasta el momento
cuando les crece todo, bueno, pelo, dientes, garras gigantes, y le saltan a
través de la ventana —dijo la voz. Sonaba como si estuviera leyendo de una
lista.
—Todos nosotros tenemos pelo y dientes —dijo el muchacho.
—¿Así que ustedes son lobizones, entonces?
—No.
—Bien, bien. —Hubo otra pausa llena de lluvia—. De acuerdo, vampiros
—dijo la voz—. Es una noche lluviosa, ustedes no querrían volar con un
clima como éste. ¿Algún vampiro ahí adentro?
—¡No! —dijo el muchacho—. ¡Somos todos perfectamente inofensivos!
—Oh caramba —farfulló Maurice y gateó bajo el asiento.
—Es un alivio —dijo la voz—. No se puede tener demasiado cuidado en
estos días. Hay muchas personas raras por allí. —Una ballesta fue empujada
a través de la ventana, y la voz dijo—: Su dinero y su vida. Son dos-por-
uno, ¿lo ve?
—El dinero está en la caja sobre el techo —dijo la voz de Maurice, desde
el nivel del piso.
El salteador de caminos miró el oscuro interior del coche.
—¿Quién dijo eso? —preguntó.
—Er, yo —dijo el muchacho.
—¡No te vi mover los labios, chico!
—El dinero está sobre el techo. En la caja. Pero si yo fuera usted no lo
haría...
—Ja, sospecho que no lo harías —dijo el salteador de caminos. Su cara
enmascarada desapareció de la ventana.
El muchacho recogió la flauta que estaba sobre el asiento junto a él. Era
del tipo todavía conocido como flautín, aunque nadie podía recordar cuándo
alguna vez había costado solamente un penique.1
—Toca ‘Robo con Violencia’, chico —dijo Maurice, tranquilamente.
—¿No podríamos sólo darle dinero? —dijo la voz de Melocotones. Era
una pequeña voz.
—El dinero es para que las personas nos lo den —dijo Maurice, con
seriedad.
Encima de ellos, escucharon el ruido de la caja sobre el techo del coche
mientras el salteador de caminos la arrastraba.
El muchacho recogió la flauta obedientemente y tocó algunas notas.
Ahora se escucharon varios sonidos. Hubo un crujido, un ruido sordo, una
especie de forcejeo y luego un grito muy breve.
Cuando volvió el silencio, Maurice trepó de nuevo en el asiento y sacó
su cabeza fuera del coche, a la noche oscura y lluviosa.
—Buen hombre —dijo—. Sea sensato. Cuanto más forcejee, más duro le
morderán. ¿Probablemente la piel no está lastimada aún? Bien. Córrase un
poco así yo puedo verlo. Pero con cuidado, ¿eh? No queremos que nadie
entre en pánico, ¿verdad?
El salteador de caminos reapareció a la luz de las lámparas del coche.
Estaba caminando muy despacio y con cuidado, las piernas separadas. Y
gemía suavemente.
—Ah, allí está usted —dijo Maurice, alegremente—. Se le subieron
directo por las perneras, ¿verdad? Típico truco de rata. Sólo mueva la
cabeza, porque no queremos provocarlas. No le puedo decir dónde podrían

1
Flautín, en inglés penny whistle, silbato de un penique. (Nota del traductor)
terminar.
El salteador de caminos asintió muy despacio. Entonces sus ojos se
estrecharon.
—¿Eres un gato? —farfulló. Entonces sus ojos se cruzaron y jadeó.
—¿Le dije que hablara? —dijo Maurice—. Creo que no le dije que
hablara, ¿verdad? ¿El cochero escapó o usted lo mató? —La cara del hombre
se quedó sin expresión—. Ah, aprende rápido, me gusta eso en un salteador
de caminos —dijo Maurice—. Puede responder a esa pregunta.
—Escapó —dijo el salteador de caminos roncamente.
Maurice volvió a meter la cabeza dentro del coche.
—¿Qué piensan? —dijo—. Coche, cuatro caballos, probablemente
algunos objetos de valor en los sacos del correo... puede ser, oh, mil dólares
o más. El chico podría conducirlo. ¿Vale la pena un intento?
—Eso es robar, Maurice —dijo Melocotones. Ella estaba sentada sobre el
asiento al lado del muchacho. Era una rata.
—No tanto como robar —dijo Maurice—. Más bien... encontrar. El
cochero escapó, de modo que es como... salvamento. Hey, eso está bien,
podíamos devolverlo por la recompensa. Eso está mucho mejor. Legal,
también. ¿Lo haremos?
—Las personas harían demasiadas preguntas —dijo Melocotones.
—Si sólo lo dejamos, alguien yawlp lo robará —protestó Maurice—.
¡Algún ladrón se lo llevará! Mucho mejor si lo tomamos, ¿eh? Nosotros no
somos ladrones.
—Lo dejaremos, Maurice —dijo Melocotones.
—En ese caso, robemos el caballo del salteador de caminos —dijo
Maurice, como si la noche no estuviera apropiadamente terminada a menos
que robaron algo—. Robar a un ladrón no es robar, porque se cancela.
—No podemos quedarnos aquí toda la noche —dijo el muchacho a
Melocotones—. Él tiene un punto.
—¡Eso es correcto! —dijo el salteador de caminos urgentemente—.
¡Ustedes no pueden quedarse aquí toda la noche!
—Eso es correcto —dijo un coro de voces desde sus pantalones—, ¡no
podemos quedarnos aquí toda la noche!
Maurice suspiró, y sacó la cabeza afuera de la ventana otra vez.
—Está bien —dijo—. Esto es lo que vamos a hacer. Usted se va a parar
muy quieto mirando derecho hacia adelante, y no intentará ningún truco
porque si usted lo hace sólo tengo que decir la palabra...
—¡No diga la palabra! —dijo el salteador de caminos aun más
urgentemente.
—Correcto —dijo Maurice—, y nosotros tomaremos su caballo como
castigo y usted puede tomar el coche porque eso sería robar y sólo se
permite robar a los ladrones. ¿De acuerdo?
—¡Lo que usted diga! —dijo el salteador de caminos, entonces lo pensó
y añadió apresuradamente—: ¡Pero por favor no diga nada! —Continuó
mirando derecho hacia adelante. Vio que el muchacho y el gato salían del
coche. Escuchó varios sonidos detrás de él mientras tomaban su caballo. Y
pensó en su espada. Muy bien, iba a quedarse con todo un vagón del correo
por este trato, pero había una cosa llamada orgullo profesional.
—Muy bien —dijo la voz del gato después de un rato—. Todos vamos a
partir ahora, y usted tiene que prometer no moverse hasta que nos
hayamos ido. ¿Promete?
—Usted tiene mi palabra como ladrón —dijo el salteador de caminos,
bajando una mano despacio hasta su espada.
—Correcto. Ciertamente confiamos en usted —dijo la voz del gato.
El hombre sintió que sus pantalones se aligeraban mientras las ratas
salían y se alejaban corriendo, y escuchó el tintineo de arneses. Esperó un
momento, entonces dio media vuelta, desenvainó la espada y se lanzó hacia
adelante.
Levemente hacia adelante, en todo caso. No habría golpeado el suelo
tan duro si alguien no le hubiera atado los cordones, juntos.

Decían que era asombroso. El Asombroso Maurice, decían. Nunca había


querido ser asombroso. Sólo sucedió.
Aquel día se dio cuenta de que algo estaba raro, justo después del
almuerzo, cuando miró un reflejo en un charco y pensó ‘ése soy yo’. Nunca
antes había sido consciente de sí mismo. Por supuesto, era difícil recordar
cómo había pensado antes de volverse asombroso. Le parecía que su mente
sólo era una especie de sopa.
Y entonces estaban las ratas, que vivían bajo la pila de basura en una
esquina de su territorio. Se dio cuenta de que había algo educado en las
ratas cuando saltó sobre una que le dijo, ‘¿Podemos hablar sobre esto?’, y
parte de su nuevo cerebro asombroso le dijo que no podía comer a alguien
que podía hablar. Por lo menos, no hasta que hubiera escuchado qué tenía
que decir.
La rata había sido Melocotones. Ella no era como las otras ratas. Ni
tampoco lo eran Porotos Peligrosos, Centro de Rosquilla, Canela Oscuro,
Jamón de Puerco, Gran Ahorro, Toxie y todo el resto de ellas. Pero,
entonces, Maurice ya no era como los otros gatos.
Los otros gatos eran, de repente, estúpidos. En cambio, Maurice
empezó andar con las ratas. Eran personas con quienes hablar. Se sentía
tan bien que recordaba no comer a nadie que ellos conocieran.
Las ratas pasaron mucho tiempo preocupándose por saber por qué ellas
eran repentinamente tan inteligentes. Maurice consideraba que era una
pérdida de tiempo. Las cosas sucedían. Pero las ratas continuaban pensando
si era algo que habían comido en la pila de basura, e incluso Maurice podía
ver que eso no explicaría cómo había cambiado él, porque nunca había
comido basura. Y ciertamente no comería basura de esa pila, viendo de
dónde venía...
Francamente, consideraba que las ratas eran tontas. Inteligentes, de
acuerdo, pero tontas. Maurice había vivido en las calles durante cuatro años
y apenas le quedaba alguna oreja y tenía cicatrices por todo el hocico, y era
listo. Se pavoneaba tanto cuando caminaba que si no lo hacía lentamente se
caía. Cuando mullía su cola las personas tenían que caminar alrededor. Creía
que tenías que ser listo para vivir cuatro años en esas calles, especialmente
con todas las manadas de perros y peleteros independientes. Un mal
movimiento y eras almuerzo y un par de guantes. Sí, tenías que ser listo.
También tenías que ser rico. Necesitó darles algunas explicaciones a las
ratas; Maurice había vagado por la ciudad y aprendió cómo funcionaban las
cosas y el dinero, decía, era la clave de todo.
Y entonces un día había visto al chico de aspecto estúpido tocando la
flauta con la gorra enfrente de él, por peniques, y había tenido una idea.
Una idea asombrosa. Sólo apareció, bang, de repente. Ratas, flauta, chico
de aspecto estúpido...
Y había dicho:
—¡Hey, chico de aspecto estúpido! Te gustaría hacer tu fortu-nah,
chico, yo estoy aquí abajo...

El amanecer estaba rayando cuando el caballo del salteador de caminos


salió de los bosques, sobre un paso, y fue detenido convenientemente.
El valle del río se extendía hacia abajo, con un pueblo acurrucado
contra los riscos.
Maurice saltó afuera de la alforja, y se estiró. El muchacho de aspecto
estúpido ayudó a las ratas a salir de la otra bolsa. Habían pasado el viaje
apiñadas sobre el dinero, aunque eran demasiado educadas para decir que
era porque nadie quería dormir en la misma bolsa que un gato.
—¿Cuál es el nombre del pueblo, chico? —dijo Maurice, sentándose
sobre una roca y mirando hacia allí. Detrás de ellos, las ratas contaban el
dinero otra vez, colocándolo en pilas junto a la bolsa de cuero. Lo hacían
todos los días. Aunque no tenía ningún bolsillo, en Maurice había algo que
hacía que todos quisieran controlar el cambio tan a menudo como fuera
posible.
—Se llama Bad Blintz —dijo el muchacho, consultando la guía.
—Ejem... ¿deberíamos ir allí, si es malo? —dijo Melocotones, levantando
la mirada de la cuenta.
—Ja, no se llama Bad porque sea malo —dijo Maurice—. Es la palabra
extranjera para baño, ¿lo ves?2
—¿Así que realmente se llama Baño Blintz? —dijo Centro de Rosquilla.
—Nah, nah, lo llaman Bath porque... —El Asombroso Maurice vaciló,

2
En inglés, malo es Bad. También suena parecido a Bath, baño. El pueblo tiene surgentes termales, como se verá
en la historia, más adelante. (Nota del traductor)
pero sólo por un momento—, porque tienen un baño, ¿lo ves? Un lugar muy
poco desarrollado, éste. No muchos baños por aquí. Pero tienen uno, y están
muy orgullosos de él, así que quieren que todos lo sepan. Probablemente
tengas que comprar boletos para incluso echarle una mirada.
—¿Es eso verdad, Maurice? —dijo Porotos Peligrosos. Hizo la pregunta
muy cortésmente, pero estaba claro que lo que realmente estaba diciendo
era ‘No creo que sea verdad, Maurice’.
Ah, sí... Porotos Peligrosos. Porotos Peligrosos era difícil de tratar.
Realmente, no debería serlo. Antiguamente, pensó Maurice, ni siquiera
habría comido una rata tan pequeña y pálida, y generalmente de aspecto
enfermo. Miró a la pequeña rata albina, con su piel blanca nieve y ojos
rosados. Porotos Peligrosos no le devolvió la mirada, porque era miope. Por
supuesto, ser casi ciego no era demasiada desventaja para una especie que
pasaba la mayor parte de su tiempo en la oscuridad y que tenía un sentido
del olfato que era, hasta donde Maurice podía comprender, casi tan bueno
como la visión, el oído y la palabra, todos juntos. Por ejemplo, la rata
siempre se volvía para mirar hacia Maurice y lo miraba directamente cuando
hablaba. Era misterioso. Maurice había conocido a un gato ciego que
tropezaba mucho con las puertas, pero Porotos Peligrosos nunca lo hacía.
Porotos Peligrosos no era la rata líder. Ése era el trabajo de Jamón de
Puerco. Jamón de Puerco era grande, feroz y un poco costroso, y no le
gustaba mucho tener un cerebro novedoso e indudablemente no le gustaba
hablar con un gato. Era ya muy viejo cuando las ratas Cambiaron, como lo
llamaban, y dijo que era demasiado viejo para cambiar. Dejó el asunto de
conversar-con-Maurice a Porotos Peligrosos, que había nacido justo después
del Cambio. Y esa pequeña rata era inteligente. Increíblemente inteligente.
Demasiado inteligente. Maurice necesitaba de todos sus trucos cuando
estaba tratando con Porotos Peligrosos.
—Asombroso, las cosas que sé —dijo Maurice, parpadeando despacio—.
De todos modos, es un pueblo atractivo. Me parece rico. Ahora, lo que
haremos es...
—Ejem...
Maurice odiaba ese sonido. Si había un sonido peor que el de Porotos
Peligrosos haciendo una de sus pequeñas preguntas raras, era Melocotones
aclarándose la garganta. Quería decir que iba a decir algo, muy
tranquilamente, que iba a molestarlo.
—¿Sí? —dijo con aspereza.
—¿Realmente necesitamos seguir haciendo esto? —dijo.
—Bien, por supuesto, no —dijo Maurice—. No tengo que estar aquí en
absoluto. Soy un gato, ¿correcto? ¿Un gato con mis talentos? ¡Ja! Podría
haber conseguido un trabajo muy cómodo con un mago. O un ventrílocuo,
tal vez. No hay fin para las cosas que podría estar haciendo, correcto,
porque a las personas les gustan los gatos. Pero, debido a que soy
increíblemente, ya sabes, estúpido y bondadoso, decidí ayudar a un grupo
de roedores que no son exactamente, y seamos francos aquí, favoritos
número uno de los humanos. Ahora, algunos de ustedes —y aquí lanzó un
ojo amarillo hacia Porotos Peligrosos—, tienen alguna idea de ir a alguna isla
en algún lugar y empezar una especie de civilización-rata propia, que yo
pienso que es muy, ya saben, admirable, pero para eso necesitan... ¿qué les
dije que necesitan?
—Dinero, Maurice —dijo Porotos Peligrosos—, pero...
—Dinero. Eso es correcto, porque, ¿qué pueden conseguir con dinero?
—Miró a las ratas—. Empieza con una B —apuntó.
—Botes, Maurice, pero...
—Y entonces están todas las herramientas que necesitarán, y comida,
por supuesto...
—Hay cocos —dijo el muchacho de aspecto estúpido, que estaba
lustrando su flauta.
—Oh, ¿alguien habló? —dijo Maurice—. ¿Qué sabes sobre eso, chico?
—Consigues cocos —dijo el muchacho—. En las islas desiertas. Un
hombre que los vendía me lo dijo.
—¿Cómo? —dijo Maurice. No estaba demasiado seguro sobre los cocos.
—No lo sé. Sólo los consigues.
—Oh, supongo que sólo crecen sobre los árboles, ¿verdad? —dijo
Maurice sarcásticamente—. Shisss, no sé qué harían todos ustedes sin...
alguien. —Miró al grupo—. Empieza con una M.
—Tú, Maurice —dijo Porotos Peligrosos—. Pero, mira, lo que nosotros
pensamos es, realmente...
—¿Sí? —dijo Maurice,
—Ejem —dijo Melocotones. Maurice gimió—. Lo que Porotos Peligrosos
quiere decir —dijo la rata hembra—, es que todo este robar cereales y
queso, y abrir agujeros en paredes con los dientes es, bien... —Clavó la
mirada en los ojos amarillos de Maurice—. No es moralmente correcto.
—¡Pero es lo que las ratas hacen! —dijo Maurice.
—Pero sentimos que no deberíamos hacerlo —dijo Porotos Peligrosos—.
¡Deberíamos estar haciendo nuestro propio camino en el mundo!
—Oh cielos oh cielos oh cielos —dijo Maurice, sacudiendo la cabeza—.
Viva para la isla, ¿eh? ¡El Reino de las Ratas! No es que me esté riendo de
su sueño —añadió apresuradamente—. Todos necesitan sus pequeños
sueños. —Maurice lo dijo realmente, también. Si sabías lo que las personas
real, realmente querían, casi las controlabas.
A veces se preguntaba qué quería el muchacho de aspecto estúpido.
Nada, según lo que Maurice podía entender, a excepción de que se le
permitiera tocar su flauta y ser dejado a solas. Pero... bien, era como ese
asunto con los cocos. Muy a menudo el muchacho vendría con algo que
sugería que había estado escuchando todo el tiempo. Personas así son
difíciles de manejar.
Pero los gatos son buenos en manejar personas. Un maullido aquí, un
ronroneo allí, una pequeña presión suave con una garra... y Maurice nunca
había tenido que pensar en eso antes. Los gatos no tenían que pensar. Sólo
tenían que saber qué querían. Los humanos tenían que pensar. Para eso
estaban.
Maurice pensó en los viejos buenos días, antes de que su cerebro
empezara a zumbar como fuegos artificiales. Aparecería en la puerta de la
cocina de la Universidad con aspecto dulce, y entonces los cocineros
tratarían de averiguar qué quería. ¡Era asombroso! Decían cosas como
‘¿Quieres un tazón de leche, entonces? ¿Quieres un bollo? ¿Quieres estas
bonitas sobras, entonces?’ Y todo lo que Maurice tenía que hacer era esperar
pacientemente hasta que llegaban a un sonido que reconocía, como ‘patas
de pavo’ o ‘cordero picado’.
Pero estaba seguro de nunca haber comido nada mágico. No había nada
semejante a menudillos de pollo encantados, ¿verdad?
Eran las ratas las que habían comido cosas mágicas. El basurero que
llamaban ‘hogar’ y también ‘almuerzo’ estaba en la parte posterior de la
Universidad, y era una universidad para magos, después de todo. El viejo
Maurice no había prestado mucha atención a las personas que no sostenían
tazones, pero sabía bien que los grandes hombres con sombreros
puntiagudos hacían que cosas extrañas ocurrieran.
Y ahora también sabía qué pasaba con las cosas que usaban. La tiraban
por encima de la pared cuando habían terminado. Todos los viejos y
gastados libros de hechizos, los cabos de velas chorreadas, y los restos de
cosas verdes y burbujeantes de los calderos terminaban en el gran basurero,
junto con las latas, cajas viejas y desperdicios de la cocina. Oh, los magos
habían puesto carteles que decían ‘Peligroso’ y ‘Tóxico’, pero en esos días las
ratas no eran capaces de leer y les gustaban los cabos de velas chorreadas.
Maurice nunca había comido nada del basurero. Un buen lema para su
vida era, según creía: No comas nada que brille.
Pero se había vuelto inteligente, también, más o menos al mismo
tiempo que las ratas. Era un misterio.
Desde entonces había hecho lo que los gatos siempre hicieron. Manejar
a las personas. Ahora algunas de las ratas contaban como personas
también, por supuesto. Pero las personas eran personas, incluso si tenían
cuatro patas y se llamaban con nombres como Porotos Peligrosos, que es
esa clase de nombre que uno se da a sí mismo si uno aprende a leer antes
de comprender qué significan realmente todas las palabras, y lee los avisos
y las etiquetas de las viejas latas oxidadas y se da a sí mismo el nombre
porque le gusta el sonido.
El problema con pensar era que, en cuanto empezabas, continuabas
haciéndolo. Y hasta donde Maurice entendía, las ratas estaban pensando
demasiado. Porotos Peligrosos era bastante malo, pero estaba tan ocupado
pensando ideas estúpidas sobre cómo las ratas podían realmente construir
su propio país en algún lugar que Maurice podía manejarlo. La peor era
Melocotones. El truco habitual de Maurice de hablar rápido hasta que las
personas se confundían no funcionaba con ella en absoluto.
—Ejem —empezó otra vez—, pensamos que ésta debe ser la última vez.
Maurice se quedó mirándola fijo. Las otras ratas retrocedieron
levemente, pero Melocotones sólo le devolvió la mirada.
—Ésta debe ser la última vez que hagamos el tonto truco de la ‘plaga de
ratas’ —dijo Melocotones—. Y es definitivo.
—¿Y qué piensa sobre esto Jamón de Puerco? —dijo Maurice. Se volvió
hacia la rata líder, que los había estado mirando. Era siempre una buena
idea apelar a Jamón de Puerco cuando Melocotones estaba dando
problemas, porque no le gustaba mucho.
—¿Qué quieres decir, pensar? —dijo Jamón de Puerco.
—Yo... señor, creo que debemos dejar de hacer este truco —dijo
Melocotones, bajando la cabeza nerviosa.
—Oh, tú piensas también, ¿verdad? —dijo Jamón de Puerco—. Todos
están pensando en estos días. Pienso que hay demasiado de este estar
pensando, eso es lo que yo creo. Nunca pensábamos en pensar cuando era
un muchacho. Nunca tendríamos nada hecho si pensáramos primero.
También lanzó una mirada furiosa a Maurice. A Jamón de Puerco no le
gustaba Maurice. No le gustaba la mayoría de las cosas que habían ocurrido
desde el Cambio. A decir verdad, Maurice se preguntaba cuánto tiempo iba a
durar Jamón de Puerco como líder. No le gustaba pensar. Pertenecía a los
días cuando un líder-rata sólo tenía que ser grande y tener mal genio. El
mundo se estaba moviendo demasiado rápido para él ahora, y eso lo
enfadaba.
Ahora no estaba tanto conduciendo como siendo empujado.
—Yo... Porotos Peligrosos, señor, cree que debemos pensar en
instalarnos, señor —dijo Melocotones.
Maurice frunció el ceño. Jamón de Puerco no escucharía a Melocotones,
y ella lo sabía, pero Porotos Peligrosos era la cosa más cercana a un genio
que las ratas tenían e incluso las ratas grandes le escuchaban.
—Pensaba que íbamos a subirnos a un bote y buscar una isla en algún
lugar —dijo Jamón de Puerco—. Lugares muy ratosos, los botes —añadió,
con aprobación. Entonces continuó, con una mirada ligeramente nerviosa y
enfadada a Porotos Peligrosos—: Y las personas me dicen que necesitamos
este dinero porque ahora que podemos tener todos estos pensamientos
tenemos que ser et... etic...
—Éticos, señor —dijo Porotos Peligrosos.
—Lo que me suena poco ratoso. No es que mi opinión cuente para algo,
parece —dijo Jamón de Puerco.
—Tenemos dinero suficiente, señor —dijo Melocotones—. Ya tenemos
un montón de dinero. Tenemos un montón de dinero, ¿verdad, Maurice? —
No era una pregunta; era una especie de acusación.
—Bien, cuando dices un montón... —empezó Maurice.
—Y a decir verdad tenemos más dinero que el que pensábamos —dijo
Melocotones, todavía en el mismo tono de voz. Era muy educada, pero
continuaba hablando y hacía todas las preguntas equivocadas. Para Maurice,
una pregunta equivocada era una que él no quería que nadie preguntara. Se
escuchó la pequeña tos de Melocotones otra vez—. La razón por la que digo
que tenemos más dinero, Maurice, es que dijiste que ésas llamadas
‘monedas de oro’ eran brillantes como la luna y que ‘monedas de plata’ eran
brillantes como el sol, y que te quedarías con todas las monedas de plata. A
decir verdad, Maurice, eso está equivocado. Las monedas de plata son las
que brillan como la luna.
Maurice pensó una palabra descortés en idioma gato; tenía muchas de
ellas. ¿Qué sentido tenía la educación, pensó, si las personas salían después
y la usaban?
—Así es que pensamos, señor —dijo Porotos Peligrosos a Jamón de
Puerco—, que después de esta última vez debemos dividir el dinero e irnos
por caminos separados. Además, se pone peligroso seguir repitiendo el
mismo truco. Debemos detenernos antes de que sea demasiado tarde. Hay
un río aquí. Deberíamos poder llegar al mar.
—Una isla sin seres humanos ni krllrrt gatos sería un buen lugar —dijo
Jamón de Puerco.
Maurice no dejó que su sonrisa se esfumara, aunque sabía qué quería
decir krllrrt.
—Y no querríamos alejar a Maurice de su maravilloso empleo con el
mago —dijo Melocotones.
Los ojos de Maurice se estrecharon. Por un momento, él llegó cerca de
violar su regla de hierro de no comerse a nadie que pudiera hablar.
—¿Y qué dices tú, chico? —dijo, mirando al muchacho de aspecto
estúpido.
—No me importa —dijo el muchacho.
—¿No te importa qué? —dijo Maurice.
—No me importa nada, realmente —dijo el muchacho—. Mientras nadie
me impida tocar.
—¡Pero tienes que pensar en el futuro! —dijo Maurice.
—Lo hago —dijo el muchacho—. Quiero continuar tocando mi música en
el futuro. No cuesta nada tocar. Pero tal vez las ratas tienen razón. Hemos
tenido un par de escapadas por los pelos, Maurice.
Maurice lanzó al muchacho una mirada aguda para ver si estaba
bromeando, pero nunca antes había hecho esa clase de cosas. Se rindió.
Bien, no exactamente rendirse. Maurice no había llegado donde estaba por
haberse dado por vencido ante los problemas. Sólo los ponía a un lado.
Después de todo, siempre aparecía algo.
—De acuerdo, bien —dijo—. Lo haremos una vez más y dividiremos el
dinero en tres partes. Bien. Ningún problema. Pero si va a ser la última vez,
hagámosla para que la recuerden, ¿eh? —Sonrió.
A las ratas, siendo ratas, no les entusiasmaba ver a un gato sonriente,
pero comprendieron que una difícil decisión había sido tomada. Lanzaron
diminutos suspiros de alivio.
—¿Estás contento con eso, chico? —dijo Maurice.
—¿Puedo continuar tocando mi flauta después? —preguntó el
muchacho.
—Absolutamente.
—De acuerdo —dijo el muchacho.
El dinero, brillante como el sol y brillante como la luna, fue puesto
solemnemente en su bolsa. Las ratas arrastraron la bolsa bajo los arbustos y
la enterraron. Nadie podía enterrar dinero como las ratas, y no convenía
llevar demasiado a los pueblos.
Entonces estaba el caballo. Era un caballo valioso, y Maurice lamentaba
realmente mucho dejarlo suelto. Pero, como Melocotones señaló, era el
caballo de un salteador de caminos, con una silla de montar muy
ornamentada y brida. Tratar de venderlo aquí podía ser peligroso. Las
personas hablarían. Podría atraer la atención del gobierno. No era momento
de tener a la Guardia sobre sus colas.
Maurice caminó hasta el borde de la roca y miró al pueblo, abajo, que
estaba despertándose bajo el amanecer.
—Hagámosla bien grande, entonces, ¿eh? —dijo, cuando las ratas
regresaron—. Quiero ver los máximos chillidos y caras raras en las personas
y pishar las cosas, ¿de acuerdo?
—Pensamos que pishar las cosas no es realmente... —empezó Porotos
Peligrosos.
—Ejem... —dijo Melocotones.
—Oh, supongo, si es la última vez... —terminó Porotos Peligrosos.
—He pishado todo desde que salí del nido —dijo Jamón de Puerco—.
Ahora me dicen que no es correcto. Si eso es lo que significa pensar, me
alegro de no hacerlo.
—Dejémoslos asombrados —dijo Maurice—. ¿Ratas? ¿Piensan que han
visto ratas en ese pueblo? ¡Después de que nos hayan visto, estarán
inventando historias!

CAPÍTULO 2

El Sr. Conejín tenía muchos amigos en Fondo Peludo. Pero el Sr.


Conejín era más amigable con la comida que con cualquier otra cosa.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

Éste era el plan.


Y era un buen plan. Incluso las ratas, incluso Melocotones, tenían que
admitir que había resultado.
Todos sabían sobre plagas de ratas. Había historias famosas sobre
flautistas de ratas, que se ganaban el pan yendo de pueblo en pueblo para
librarlos de las plagas de ratas. Por supuesto no sólo había plagas de ratas
—algunas veces había plagas de ejecutantes de acordeón, ladrillos atados
con cordel, o peces— pero todos conocían las de ratas.
Y eso, realmente, era todo. No necesitabas muchas ratas para una
plaga, no si conocían su negocio. Una rata, apareciendo aquí y allá, chillando
fuerte, tomando un baño en la nata fresca y pishando la harina, podía ser
toda una plaga ella sola.
Después de unos pocos días de esto, era asombroso ver cómo se
alegraban las personas cuando el muchacho de aspecto estúpido llegaba con
su mágica flauta de ratas. Y se asombraban cuando las ratas salían a
raudales de cada agujero para seguirlo afuera del pueblo. Estaban tan
asombradas que no se preocupaban mucho por el hecho de que sólo había
unos cientos de ratas.
Se habrían sentido realmente asombradas si alguna vez hubieran
descubierto que las ratas y el flautista se reunían con un gato en algún lugar
en los arbustos fuera del pueblo, y contaban el dinero solemnemente.
Bad Blintz estaba despertando cuando Maurice entró con el muchacho.
Nadie los molestó, aunque Maurice despertó mucho interés. Esto no lo
preocupaba. Sabía que era interesante. Los gatos caminaban como si
poseyeran el sitio de todos modos, y el mundo estaba lleno de muchachos
de aspecto estúpido y las personas no se precipitaban para ver otro más.
Parecía que hoy era día del mercado, pero no había muchos puestos y
vendían principalmente, bien, cachivaches. Cacerolas viejas, ollas, zapatos
usados... la clase de cosas que las personas tienen que vender cuando están
cortos del dinero.
Maurice había visto muchos mercados, en sus viajes por otros pueblos,
y sabía cómo debían verse.
—Debería haber mujeres gordas vendiendo pollos —dijo—. Y personas
vendiendo dulces para los niños, y cintas. Acróbatas y payasos. Incluso
malabaristas de comadreja, si tienes suerte.
—No hay nada como eso. No hay apenas nada para comprar, por lo que
se ve —dijo el muchacho—. Pensé que habías dicho que éste era un pueblo
rico, Maurice.
—Bien, parecía rico —dijo Maurice—. Todos esos campos grandes en el
valle, todos esos botes sobre el río... ¡pensarías que las calles estaban
pavimentadas con oro!
El muchacho levantó la mirada.
—Qué gracioso —dijo.
—¿Qué?
—Las personas parecen pobres —dijo—. Son los edificios los que
parecen ricos.
Y así era. Maurice no era un experto en arquitectura pero los edificios
de madera habían sido cuidadosamente tallados y pintados. Notó otra cosa
también. No tenía nada de cuidadoso el cartel que había sido clavado sobre
la pared más cercana.
Decía:

¡SE BUSCAN RATAS MUERTAS!

¡50 PENIQUES POR COLA!

SE BUSCAN: CAZADORES DE RATAS

OFICINA DE ÓRDENES: EL RATHAUS3

El muchacho lo estaba mirando fijamente.


—Deben querer librarse realmente de sus ratas aquí —dijo Maurice,
alegremente.
—¡Nunca nadie ha ofrecido una recompensa de medio dólar por cola! —
dijo el muchacho.
—Te dije que éste sería el grande —dijo Maurice—. ¡Estaremos sentados
sobre una pila de oro antes de que termine la semana!
—¿Qué es una casa de ratas? —dijo el muchacho, desconfiado—. No
puede ser una casa para las ratas, ¿verdad? ¿Y por qué todos están
mirándote?

3
Salón del consejo del pueblo. No solamente en Ankh-Morpork hay un salón de consejo que se llame Rathaus, muy
parecido a ‘casa de ratas’. (Nota del traductor)
—Soy un gato apuesto —dijo Maurice. Aún así, era un poco
sorprendente. Las personas se empujaban y lo señalaban—. Pensarías que
nunca antes han visto a un gato —farfulló, mirando el gran edificio al otro
lado de la calle. Era grande y cuadrado, rodeado por personas, y el cartel
decía: RATHAUS—. Rathaus es sólo la palabra local para... como casa del
consejo, el ayuntamiento —dijo—. No tiene nada que ver con las ratas,
aunque puede sonar divertido.
—Realmente conoces muchas palabras, Maurice —dijo el muchacho, con
admiración.
—Me asombro a mí mismo, a veces —dijo Maurice.
Había una cola de personas enfrente de una inmensa puerta abierta.
Otras personas, que presumiblemente ya habían hecho lo que sea para lo
que habían hecho la cola, salían por otra entrada, solas o en parejas. Todas
llevaban panes.
—¿Formaremos fila también? —dijo el muchacho.
—No lo creo —dijo Maurice, cuidadosamente.
—¿Por qué no?
—¿Ves esos hombres en la puerta? Parecen vigilantes. Tienen grandes
cachiporras. Y todos les muestran un trozo de papel cuando pasan. No me
gusta el aspecto de eso —dijo Maurice—. Eso me parece gobierno.
—No hemos hecho nada malo —dijo el muchacho—. No aquí, de todos
modos.
—Nunca lo sabes, con los gobiernos. Quédate quieto aquí, chico. Echaré
un vistazo.
Las personas miraron a Maurice cuando entró con paso majestuoso en
el edificio, pero parecía que en un pueblo acosado por las ratas un gato era
muy popular. Un hombre trató de recogerlo, pero perdió interés cuando
Maurice se volvió y le clavó las uñas en el dorso de la mano.
La cola serpenteaba en un gran salón y pasaba enfrente de una larga
mesa de caballete. Allí, cada persona mostraba su trozo de papel a dos
mujeres enfrente de una gran bandeja de pan, y recibían uno. Entonces
seguían hasta un hombre con una tinaja de salchichas, y recibían
considerablemente menos salchicha.
Observando todo esto, y diciendo algo ocasionalmente a los servidores
de comida, estaba el Alcalde. Maurice lo reconoció en un instante porque
tenía una cadena de oro alrededor del cuello. Había tropezado con muchos
alcaldes desde que trabajaba con las ratas. Éste era diferente del resto. Era
más pequeño, mucho más preocupado, y tenía una calva que trataba de
cubrir con tres hebras de pelo. También era mucho más delgado que los
otros alcaldes a quienes Maurice había visto. No se veía como si hubiera sido
comprado por toneladas.
Así que... la comida está escasa, pensó Maurice. Tienen que racionarla.
Parece como si necesitaran de un flautista cualquier día desde ahora. Es una
suerte para nosotros haber llegado justo a tiempo...
Se marchó otra vez, pero esta vez un poco más rápido, porque se dio
cuenta de que alguien estaba tocando una flauta. Era, como temía, el
muchacho. Había puesto su gorra en el suelo enfrente de él, e incluso había
acumulado algunas monedas. La cola se había curvado para que las
personas pudieran escucharlo, y uno o dos niños pequeños estaban bailando
en ese momento.
Maurice era solamente experto en cantos de gato, que era pararse a
dos pulgadas enfrente de los otros gatos y gritarles hasta que se rendían. La
música humana siempre le sonaba flaca y aguada. Pero las personas seguían
el ritmo con los pies cuando escuchaban tocar al muchacho. Sonreían
durante un rato.
Maurice esperó hasta que el muchacho terminó la melodía. Mientras la
cola aplaudía, se acercó sigilosamente al muchacho por detrás, lo rozó al
pasar y siseó:
—¡Bien hecho, cerebro-de-pez! ¡Se supone que seamos discretos!
Vamos, vámonos. Oh, agarra ese dinero, también.
Se dirigió a través de la plaza hasta que se detuvo tan repentinamente
que el muchacho casi camina sobre él.
—Whoops, aquí viene algo más de gobierno —dijo—. Y sabemos qué
son éstos, ¿verdad...?
El muchacho lo sabía. Eran cazadores de ratas, dos de ellos. Incluso
aquí, llevaban los largos abrigos polvorientos y los maltratados sombreros
altos y negros de su profesión. Cada uno llevaba un palo sobre el hombro,
del que colgaba una variedad de trampas.
Del otro hombro colgaba una bolsa grande, de la clase que realmente
uno no querría mirar adentro. Y cada hombre tenía un terrier en un cordel.
Eran perros flacos y ladradores; le gruñeron a Maurice mientras eran
arrastrados al pasar.
La cola soltó una aclamación cuando los hombres se acercaron, y
aplaudieron cuando ambos metieron la mano en las bolsas y levantaron un
par de puñados de algo que se veía, según Maurice, como cordel negro.
—¡Doscientas hoy! —gritó uno de los cazadores de ratas.
Uno de los terrier arremetió contra Maurice, tirando de su cordel
desesperadamente. El gato no se movió. Probablemente sólo el muchacho
de aspecto estúpido lo escuchó decir, en voz baja:
—¡Siéntate, saco de pulgas! ¡Perro malo!
La cara del terrier se retorció en la expresión horriblemente preocupada
de un perro que trata de tener dos ideas al mismo tiempo. Sabía que los
gatos no debían hablar, y este gato acababa de hacerlo. Era un problema
terrible. Se sentó torpemente y gimió.
Maurice se lavó. Era un insulto mortal.
El cazador de ratas, fastidiado por el comportamiento tan cobarde de su
perro, tiró de él.
Y dejó caer algunos de los cordeles negros.
—¡Colas de rata! —dijo el muchacho—. ¡Realmente deben tener
problemas aquí!
—Uno más grande del que piensas —dijo Maurice, mirando el racimo de
colas—. Recoge ésas cuando nadie esté mirando, ¿quieres?
El muchacho esperó hasta que las personas no estuvieran mirando
hacia ellos, y extendió la mano hacia abajo. Justo cuando sus dedos tocaban
el enredo de colas una gran bota negra y brillante lo pisó pesadamente.
—Veamos, usted no quiere tocarlas, joven señor —dijo una voz encima
de él—. Puede pescar la plaga, ya sabe, de las ratas. Hace que sus piernas
estallen. —Era uno de los cazadores de ratas. Sonrió al muchacho, pero no
era una sonrisa de buen humor. Olía a cerveza.
—Eso es correcto, joven señor, y luego su cerebro baja por la nariz —
dijo el otro cazador de ratas, acercándose por detrás del muchacho—. No se
atrevería a usar su pañuelo, joven señor, si pesca la plaga.
—Mi socio ha puesto su dedo directo sobre el asunto, como es habitual,
joven señor —dijo el primer cazador de ratas, respirando más cerveza en la
cara del muchacho.
—Que es más de lo que usted sería capaz de hacer, joven señor —dijo
el cazador de ratas 2—, porque cuando pesca la plaga, sus dedos se ponen
todos...
—Sus piernas no han estallado —dijo el muchacho. Maurice gimió.
Nunca era buena idea ser descortés con un olor a cerveza. Pero los
cazadores de ratas estaban en la etapa donde, contra toda probabilidad,
pensaban que eran graciosos.
—Ah, bien dicho, joven señor, pero es porque la lección uno en la
escuela del Gremio de Cazadores de Ratas es no dejar que sus piernas
estallen —dijo el Cazador de Ratas 1.
—Lo cual es bueno porque la segunda lección está en el piso superior —
dijo el Cazador de Ratas 2—. Oh, yo soy un caso, ¿verdad, joven señor?
El otro cazador de ratas recogió el manojo de cordeles negros, y su
sonrisa desapareció mientras miraba al muchacho.
—No te he visto antes, chico —dijo—. Y mi consejo es que mantengas
limpia tu nariz y no digas nada de nada a nadie. Ni una palabra.
¿Comprendes?
El muchacho abrió la boca, y luego la cerró apresuradamente. El
cazador de ratas sonrió atrozmente otra vez.
—Ah. Comprendes rápido, joven señor —dijo—. Quizás te veremos por
allí, ¿eh?
—Apuesto a que te gustaría ser un cazador de ratas cuando crezcas, eh,
joven señor —dijo el Cazador de Ratas 2, palmeando con fuerza la espalda
del muchacho.
El muchacho asintió. Parecía lo mejor para hacer. El Cazador de Ratas 1
se inclinó hacia abajo hasta que su roja nariz con cicatrices de viruela estuvo
a una pulgada de la cara del muchacho.
—Si tú creces, joven señor —dijo.
Los cazadores de ratas se alejaron, arrastrando sus perros con ellos.
Uno de los terrier seguía mirando a Maurice hacia atrás.
—Unos cazadores de ratas muy insólitos tienen por aquí —dijo el gato.
—No he visto antes cazadores de ratas como ellos —dijo el muchacho—.
Parecían peligrosos. Como si lo disfrutaran.
—No he visto cazadores de ratas que han estado muy ocupados pero
que todavía tienen bonitas botas limpias —dijo Maurice.
—Sí, las tenían, ¿verdad? —dijo el muchacho.
—Pero incluso eso no es tan raro como las ratas de por aquí —dijo
Maurice, con la misma voz tranquila, como si estuviera sumando dinero.
—¿Qué tienen de raro esas ratas? —dijo el muchacho.
—Algunas de ellas tienen colas muy extrañas —dijo Maurice.
El muchacho miró la plaza a su alrededor. La cola para el pan era
todavía muy larga, y lo puso nervioso. Pero también el vapor. Unas
pequeñas ráfagas subían desde las rejas y tapas de alcantarilla por todo el
lugar, como si todo el pueblo hubiera sido construido sobre una tetera.
También, tenía la marcada sensación de que alguien lo estaba observando.
—Pienso que debemos buscar a las ratas y seguir adelante —dijo.
—No, esto huele como un pueblo con oportunidades —dijo Maurice—.
Algo está pasando, y cuando algo está pasando, eso quiere decir que alguien
se está enriqueciendo, y cuando alguien se está enriqueciendo, no veo por
qué no debería ser y... nosotros.
—¡Sí, pero no queremos que esas personas maten a Porotos Peligrosos
ni al resto de ellos!
—No se dejarían atrapar —dijo Maurice—. Esos hombres no ganarían
ningún premio por pensar. Incluso Jamón de Puerco podría darles mil
vueltas alrededor. Y a Porotos Peligrosos le sale cerebro por las orejas.
—¡Espero que no!
—Nah, nah —dijo Maurice, que generalmente le decía a las personas lo
que querían escuchar—, quiero decir que nuestras ratas pueden pensar
sumamente humano, ¿de acuerdo? ¿Recuerdas allá en Scrote cuando
Sardinas se metió en esa tetera y le sopló una frambuesa a la anciana
cuando levantó la tapa? Ja, ni siquiera las ratas corrientes pueden pensar
humano. Los humanos piensan eso porque son más grandes, son mejores...
Espera, me callaré, alguien nos está observando...
Un hombre que llevaba una canasta se había detenido al salir del
Rathaus y estaba mirando a Maurice con mucho interés. Entonces levantó la
vista al muchacho y dijo:
—Buen ratero, ¿verdad? Apostaría a que lo es, un gato así de grande.
¿Es tuyo, muchacho?
—Dile que sí —susurró Maurice.
—Algo así, sí —dijo el muchacho. Levantó a Maurice.
—Te daré cinco dólares por él —dijo el hombre.
—Pídele diez —siseó Maurice.
—No está en venta —dijo el muchacho.
—¡Idiota! —ronroneó Maurice.
—Siete dólares, entonces —dijo el hombre—. Mira, te diré lo que haré...
cuatro rebanadas enteras de pan, ¿qué me dices?
—Eso es absurdo. Una rebanada de pan no debe costar más de veinte
peniques —dijo el muchacho.
El hombre le lanzó una mirada extraña.
—Nuevo aquí, ¿verdad? Tienes mucho dinero, ¿verdad?
—Suficiente —dijo el muchacho.
—¿Eso crees? No servirá, de todos modos. Mira, cuatro rebanadas de
pan y un bollo, no puedo ser más justo. Puedo conseguir un terrier por diez
panes y están locos por las ratas... ¿No? Bien, cuando estés hambriento lo
darás por media rebanada de pan y raspada4 y pensarás que has hecho
bien, créeme.
Partió a grandes zancadas. Maurice escapó de los brazos del muchacho
y aterrizó con suavidad sobre los adoquines.
—Honestamente, si sólo fuera buen ventrílocuo podríamos hacer una
fortuna —masculló.
—¿Ventrílocuo? —dijo el muchacho, mirando al hombre que se alejaba.

4
Untar con la mantequilla. Luego, raspar la mantequilla. Luego, comer el pan. (Nota del autor)
—Es cuando tú abres y cierras tu boca y yo hablo —dijo Maurice—. ¿Por
qué no me vendiste? ¡Podría haber regresado en diez minutos! Escuché de
un hombre que hizo una fortuna vendiendo palomas mensajeras, ¡y
solamente tenía una!
—¿No piensas que algo está mal en un pueblo donde la gente pagaría
más de un dólar por una rebanada de pan? —dijo el muchacho—. ¿Y pagan
medio dólar sólo por una cola de rata?
—Mientras les quede suficiente dinero para pagar al flautista —dijo
Maurice—. Es un poco de suerte que ya haya una plaga de ratas aquí, ¿eh?
Rápido, palmea mi cabeza, hay una niña observándonos.
El muchacho levantó la mirada. Había una niña que los observaba. Las
personas pasaban calle arriba y abajo, y algunas caminaban entre el
muchacho y la niña, pero ella permanecía de pie inmóvil y sólo lo miraba. Y
a Maurice. Tenía la misma mirada de clavarte en la pared que asociaba con
Melocotones. Parecía esa clase de persona que hacía preguntas. Y su pelo
era demasiado rojo y su nariz era demasiado larga. Y llevaba un largo
vestido negro con borde de encaje negro. Nada bueno resulta de ese tipo de
cosas.
Cruzó la calle y enfrentó al muchacho.
—Eres nuevo, ¿verdad? Viniste aquí buscando trabajo, ¿verdad?
Probablemente te echaron de tu último trabajo, supongo. Probablemente
porque te quedaste dormido, y las cosas se arruinaron. Probablemente fue
así. O escapaste porque tu amo te golpeó con un gran palo, aunque —
añadió, mientras tenía otra idea—, probablemente te lo merecías por ser
perezoso. Y entonces probablemente robaste el gato, sabiendo cuántas
personas pagarían por un gato aquí. Y debes estar loco de hambre porque
estabas hablándole al gato y todos saben que los gatos no pueden hablar.
—No puede decir una sola palabra —dijo Maurice.
—Y probablemente eres un muchacho misterioso que... —La niña paró y
lanzó a Maurice una mirada perpleja. Él arqueó el lomo y dijo ‘prppt’, que
quiere decir en idioma gato ‘¡bollos!’—. ¿Dijo algo ese gato? —exigió.
—Pensé que todos sabían que los gatos no pueden hablar —dijo el
muchacho.
—Ah, pero tal vez eras aprendiz de un mago —dijo la niña—. Sí, eso
suena mejor. Servirá por ahora. Eras aprendiz de un mago, pero te quedaste
dormido y dejaste hervir de más el caldero de cosa verde burbujeante y él
amenazó con convertirte en un, un, un...
—Jerbo —dijo Maurice, servicial.
—... un jerbo, y robaste su gato mágico porque lo odiabas tanto y...
¿qué es un jerbo? ¿Acaso ese gato acaba de decir ‘jerbo’?
—¡No me mires! —dijo el muchacho—. ¡Yo sólo estoy parado aquí!
—Muy bien, y luego trajiste al gato aquí porque sabías que hay una
terrible hambruna y es por eso que ibas a venderlo y ese hombre te habría
dado diez dólares, ya sabes, si hubieras insistido.
—Diez dólares son demasiado dinero incluso por un buen ratero —dijo
el muchacho.
—¿Ratero? ¡No estaba interesado en atrapar ratas! —dijo niña
pelirroja—. ¡Todos están hambrientos aquí! ¡Sacas al menos dos comidas de
ese gato!
—¿Qué? ¿Ustedes comen gatos aquí? —dijo Maurice con la cola mullida
como un cepillo.
La niña se inclinó hacia Maurice con una terrible sonrisa, exactamente
igual a la que Melocotones pone cuando le ha ganado una discusión, y tocó
su nariz con un dedo.
—¡Te atrapé! —dijo—. ¡Caíste en un truco muy simple! Pienso que es
mejor que ustedes dos vengan conmigo, ¿verdad? O gritaré. ¡Y las personas
me escuchan cuando yo estoy gritando!

CAPÍTULO 3

—Nunca entres en el Bosque Oscuro, amigo mío —dijo Ratoso Rupert—


. Hay cosas malas ahí.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

Muy abajo de las garras de Maurice, las ratas se deslizaban a través del
subsuelo de Bad Blintz. Los pueblos antiguos son así. Las personas
construyen tanto abajo como arriba. Unos sótanos se pegan a otros sótanos,
y algunos quedan olvidados... excepto por criaturas que quieren quedar
fuera de la vista.
En la oscuridad húmeda y espesa una voz dijo:
—Muy bien, ¿quién tiene los fósforos?
—Yo, Porotos Peligrosos. Cuatroporciones.
—Bien hecho, joven rata. ¿Y quién tiene la vela?
—Yo, señor.5 Soy Mordisco.
—Bien. Ponla aquí y Melocotones la encenderá.
Se escucharon muchos movimientos en la oscuridad. No todas las ratas
se habían acostumbrado a la idea de hacer fuego, y algunas se apartaban
del camino.
Se escuchó el ruido de una raspada, y luego el fósforo se encendió.
Sujetando el fósforo con ambas garras delanteras, Melocotones encendió el
cabo de vela. La llama se hinchó por un momento y luego quedó un brillo
constante.
—¿Puedes verla, realmente? —preguntó Jamón de Puerco.
—Sí, señor —dijo Porotos Peligrosos—. No soy totalmente ciego. Puedo
distinguir la diferencia entre luz y oscuridad.
—Sabes —dijo Jamón de Puerco, mirando la llama con desconfianza—,
incluso así, no me gusta en absoluto. La oscuridad era bastante buena para
nuestros padres. Terminará en problemas. Además, ponerle fuego a una
vela es un desperdicio de comida perfectamente buena.
—Tenemos que poder controlar el fuego, señor —dijo Porotos Peligrosos
tranquilamente—. Con la llama hacemos una declaración a la oscuridad.
Decimos: somos distintos. Decimos: no somos exactamente ratas. Decimos:
somos El Clan.
—Jrunf —dijo Jamón de Puerco, que era su respuesta habitual cuando
no comprendía lo que acababa de decirse. Últimamente había estado

5
Es difícil traducir ‘señor’ a idioma-rata. La palabra rata para ‘señor’ no es una palabra; son más bien unas breves
inclinaciones, indicando que, sólo por el momento, la rata que se inclina está preparada para aceptar que la otra es
el líder, pero que él o ella no deben ponerse graciosos sobre el asunto. (Nota del autor)
jrunfiando mucho.
—He oído que las ratas más jóvenes están diciendo que las sombras las
asustan —dijo Melocotones.
—¿Por qué? —dijo Jamón de Puerco—. No tienen miedo de la oscuridad
completa, ¿verdad? ¡La oscuridad es ratosa! ¡Estar en la oscuridad es lo que
define a una rata!
—Es raro —dijo Melocotones—, pero no sabíamos que las sombras
estaban ahí hasta que tuvimos la luz.
Una de las ratas más jóvenes levantó una garra asustada.
—Hum... e incluso cuando la luz se ha ido, sabemos que las sombras
todavía están por aquí —dijo.
Porotos Peligrosos se volvió hacia la rata joven.
—¿Tú eres...? —preguntó.
—Deliciosa —dijo la rata más joven.
—Bien, Deliciosa —dijo Porotos Peligrosos, con voz amable—, tener
miedo de las sombras es todo parte de nosotros al volvernos más
inteligentes, creo. Tu mente está entendiendo que hay un tú, y que también
hay todo lo demás afuera de ti. Así que ahora no tienes miedo de cosas que
puedes ver, escuchar y oler, pero tampoco de las cosas que puedes...
bueno... ver dentro de tu cabeza. Aprender a enfrentar las sombras de
afuera nos ayuda a que luchemos contra las sombras de adentro. Y puedes
controlar toda la oscuridad. Es un gran paso adelante. Bien hecho.
Deliciosa parecía ligeramente orgullosa, pero sumamente nerviosa.
—No veo el punto, yo mismo —dijo Jamón de Puerco—. Solíamos estar
muy bien en el basurero. Nunca tuve temor de nada.
—Éramos presa de cada gato extraviado y perro hambriento, señor —
dijo Porotos Peligrosos.
—Oh, bien, si vamos a hablar de gatos —gruñó Jamón de Puerco.
—Creo que podemos confiar en Maurice, señor —dijo Porotos
Peligrosos—. Quizás no cuando se trata de dinero, lo admito. Pero es muy
bueno al no comer a las personas que hablan, usted lo sabe. Él controla,
todas las veces.
—Puedes confiar en que un gato sea un gato —dijo Jamón de Puerco—.
¡Hable o no!
—Sí, señor. Pero somos diferentes, y también él. Creo que en el fondo
es un gato decente.
—Ejem. Eso tendrá que verse —dijo Melocotones—. Pero ahora que
estamos aquí, organicémonos.
Jamón de Puerco gruñó.
—¿Quién eres para decir ‘organicémonos’? —dijo cortante—. ¿Eres el
líder, joven hembra que se niega a rllk conmigo? ¡No! Yo soy el líder. ¡Es mi
trabajo decir ‘organicémonos’!
—Sí, señor —dijo Melocotones, agachándose mucho—. ¿Cómo le
gustaría que nos organicemos, señor?
Jamón de Puerco la miró. Miró a las ratas que esperaban con sus
paquetes y atados, y entonces a su alrededor en el sótano antiguo, y luego a
Melocotones, todavía inclinada.
—Sólo... organícense —farfulló—. ¡No me molesten con detalles! Soy el
líder. —Y salió con paso airado hacia las sombras.
Cuando se fue, Melocotones y Porotos Peligrosos miraron a su alrededor
en el sótano, que estaba lleno de sombras temblorosas creadas por la luz de
la vela. Un hilo de agua bajaba corriendo por una pared costrosa. Aquí y allá
se habían caído unas piedras, dejando agujeros acogedores. La tierra cubría
el piso, y no se veía ninguna pisada humana.
—Una base ideal —dijo Porotos Peligrosos—. Huele a secreto y seguro.
Un lugar perfecto para ratas.
—Correcto —dijo una voz—. ¿Y sabes qué me está preocupando sobre
eso?
La rata llamada Canela Oscuro caminó hasta la luz de la vela, y se quitó
uno de sus cinturones de herramientas. Muchas de las ratas que observaban
de repente prestaron atención. Las personas escuchaban a Jamón de Puerco
porque era el líder, pero escuchaban a Canela Oscuro porque a menudo les
decía las cosas que real, realmente necesitaban saber si querían seguir
viviendo. Era grande, y flaco, y duro, y pasaba la mayor parte de su tiempo
desarmando trampas para ver cómo trabajaban.
—¿Qué te está preocupando, Canela Oscuro? —preguntó Porotos
Peligrosos.
—No hay ninguna rata aquí. Excepto nosotros. Túneles de rata, sí. Pero
no hemos visto ninguna rata. Ninguna rata en absoluto. Un pueblo así
debería estar lleno.
—Oh, probablemente sienten temor de nosotros —dijo Melocotones.
Canela Oscuro tamborileó el costado de su marcado hocico.
—Tal vez —dijo—. Pero las cosas no huelen bien. Pensar es un gran
invento, pero recibimos narices y conviene escucharlas. Sean muy
cuidadosos. —Se volvió hacia las ratas reunidas y levantó la voz—. ¡De
acuerdo, gente! ¡Conocen las instrucciones! —gritó—. ¡Enfrente de mí, en
sus pelotones, ahora!
No les llevó mucho tiempo a las ratas formar tres grupos. Habían tenido
mucha práctica.
—Muy bien —dijo Canela Oscuro, mientras las últimas se colocaban en
posición—. ¡Correcto! Éste es territorio tramposo, tropas, así que vamos a
tener cuidado...
Canela Oscuro era diferente entre las ratas porque vestía cosas.
Cuando las ratas descubrieron los libros —y toda la idea de libros era
todavía difícil para la mayoría de las más viejas— encontraron, en la librería
que invadían cada noche, el Libro.
Este libro era asombroso.
Incluso antes de que Melocotones y Centro de Rosquilla aprendieran
cómo leer las palabras humanas, quedaron asombrados por las figuras.
Allí había animales que llevaban ropa. Había un conejo que caminaba
sobre sus piernas traseras y llevaba un traje azul. Había una rata con un
sombrero, y llevaba una espada y un gran chaleco rojo, con un reloj en una
cadena. Incluso la serpiente tenía cuello y corbata. Y todos hablaban y
ninguno se comía a ninguno de los otros y todos ellos —y ésta era la parte
increíble— hablaban con los humanos, que los trataban, bien, como
humanos más pequeños. No había trampas, ni venenos. Indudablemente
(de acuerdo con Melocotones, que poco a poco y meticulosamente se abría
camino a través del libro, y a veces leía partes en voz alta), Oleosa la
Serpiente era un poco bribona, pero no ocurría nada realmente malo.
Incluso cuando el conejo se perdió en el Bosque Oscuro sólo tuvo un poco de
susto.
Sí, El Sr. Conejín Tiene Una Aventura era la causa de muchas
discusiones entre los Cambiados. ¿Para qué era? ¿Era, como Porotos
Peligrosos creía, una visión de algún futuro brillante? ¿Había sido hecho por
los humanos? La tienda era para los humanos, cierto, pero seguramente ni
siquiera los humanos harían un libro sobre Ratoso Rupert la rata, que
llevaba un sombrero, y al mismo tiempo envenenar ratas bajo las tablas del
piso. ¿Lo habrían hecho? ¿Qué tan locos tendrían que estar para pensar así?
Algunas de las ratas más jóvenes habían sugerido que quizás la ropa
era más importante que lo que todos pensaban. Habían tratado de usar
chalecos, pero había sido muy difícil recortarlos del dibujo, no podían
prender los botones y, francamente, las cosas quedaban atrapadas en cada
astilla y era muy difícil correr. Loa sombreros simplemente se caían.
Canela Oscuro pensaba que los humanos eran locos, y también malos.
Pero las imágenes en el libro le habían dado una idea. Lo que usaba no era
tanto un chaleco como una red de anchos cinturones, fáciles de poner y
sacar. En ellos había cosido bolsillos —y ésa había sido una buena idea,
como tener garras adicionales— para llevar todas las cosas que necesitaba,
como varillas de metal y trozos de alambre. Algunos del resto del equipo
también habían adoptado la idea. Nunca sabías qué ibas a necesitar
después, en el Escuadrón de Eliminación de Trampas. Era una vida ratosa y
ardua.
Las varillas y los alambres resonaban mientras Canela Oscuro caminaba
arriba y abajo enfrente de sus escuadrones. Se detuvo delante de un gran
grupo de ratas más jóvenes.
—Muy bien, pelotón Número Tres, están en servicio de pisheo —dijo—.
Vayan y tomen un buen trago.
—Oooh, siempre estamos en pisheo —se quejó una rata.
Canela Oscuro se abalanzó sobre ella y la miró, nariz a nariz, hasta que
retrocedió.
—¡Es porque eres bueno haciéndolo, mi muchacho! ¡Tu madre te crió
para ser un pishador, de modo que te vas y haces lo que te sale
naturalmente! ¡Nada saca tanto de sus casillas a los humanos como ver que
las ratas han estado ahí antes, si captas lo que quiero decir! Y si tienes la
oportunidad, puedes roer un poco también. ¡Y corre de un lado para el otro
bajo las tablas del piso y chilla! Y recuerda, nadie va a entrar hasta que
reciban el aviso de todo-limpio del escuadrón de trampas. ¡Al agua, ahora,
toma el doble! ¡Ap! ¡Ap! ¡Ap! ¡Uno dos, uno dos, uno dos!
El pelotón salió, a toda velocidad.
Canela Oscuro se volvió hacia el pelotón Número Dos. Eran algunas de
las ratas más viejas, marcadas, mordidas y andrajosas, algunas de ellas con
cabos de colas o sin colas en absoluto, algunas de ellas sin una garra, o una
oreja, o un ojo. A decir verdad aunque eran unas veinte, tenían entre todas
sólo las partes suficientes para hacer unas diecisiete ratas completas.
Pero porque eran viejas eran astutas, porque una rata que no es hábil,
furtiva y recelosa no llega a rata vieja. Eran todas mayores cuando llegó la
inteligencia. Estaban más hechas a las antiguas maneras. Jamón de Puerco
siempre decía que le gustaban así. Todavía tenían mucho de ratosidad
básica, esa clase de astucia salvaje que te sacaría de las trampas en las que
la sobreexcitada inteligencia te metería. Pensaban con sus narices. Y no
tenías que decirles dónde pishar.
—Muy bien, gente, ya conocen las instrucciones —dijo Canela Oscuro—.
Quiero ver muchas cosas descaradas. Robar la comida de los tazones de los
gatos, pasteles debajo de las narices de los cocineros...
—... dientes postizos de las bocas de ancianos... —dijo una rata
pequeña, que parecía estar bailando en el sitio mientras estaba parada. Sus
pies se movían constantemente, tipiti-tap sobre el piso del sótano. También
llevaba un sombrero, una maltratada cosa de paja. Era la única rata que
podía hacer que un sombrero se quedara en su lugar, calzando sus orejas a
través de él. Decía que para adelantar, tenías que tener un sombrero.
—Ésa fue una chiripa, Sardinas. Apuesto a que no puedes hacerlo otra
vez —dijo Canela Oscuro, sonriendo—. Y no sigas diciéndole a los niños
cómo fuiste a nadar en la bañera de alguien. Sí, sé que lo hiciste, pero no
quiero perder a nadie que no pueda salir de una bañera resbaladiza. De
todos modos... si no escucho a las damas gritar y salir corriendo de sus
cocinas dentro de diez minutos sabré que ustedes no son las ratas pienso
que son. ¿Bien? ¿Qué están esperando todas? ¡Adelante! Y... ¿Sardinas?
—¿Sí, jefe?
—Tranquilo con el baile tap esta vez, ¿de acuerdo?
—¡Yo sólo tengo estos pies que bailan, jefe!
—¿Y tienes que seguir usando ese estúpido sombrero? —continuó
Canela Oscuro, sonriendo otra vez.
—¡Sí, jefe! —Sardinas era una de las ratas más viejas, pero la mayor
parte del tiempo no lo sabrías. Bailaba y bromeaba, y nunca se metía en
peleas. Había vivido en un teatro y una vez se comió toda una caja de
maquillaje. Parecía habérsele metido en la sangre.
—¡Y nada de ir por delante del escuadrón de trampas! —dijo Canela
Oscuro.
Sardinas sonrió.
—Eh, jefe, ¿no puedo tener ninguna diversión? —Se alejó bailando
detrás del resto, hacia los agujeros en las paredes.
Canela Oscuro se movió hasta el pelotón Número Uno. Era el más
pequeño. Tenías que ser cierto tipo de rata para durar un largo tiempo en el
Escuadrón de Eliminación de Trampas. Tenías que ser lento, y paciente, y
meticuloso. Tenías que tener buena memoria. Tenías que ser cauteloso.
Podías unirte al escuadrón si eras rápido, descuidado y apresurado. Sólo que
no durabas mucho.
Los miró, arriba y abajo, y sonrió. Estaba orgulloso de estas ratas.
—Está bien, gente, ya lo saben todo ahora —dijo—. No necesitan un
largo discurso de mí. Sólo recuerden que éste es un pueblo nuevo así que no
sabemos qué vamos a encontrar. Es posible que haya muchas clases de
trampas nuevas, pero aprendemos rápido, ¿verdad? Venenos, también.
Podrían estar usando cosas con las que nunca hemos tropezado antes, así
que tengan cuidado. Nunca se apuren, nunca corran. No queremos ser como
el primer ratón, ¿eh?
—No, Canela Oscuro —corearon las ratas diligentemente.
—Dije, ¿como qué ratón no queremos ser? —exigió Canela Oscuro.
—¡No queremos ser como el primer ratón! —gritaron las ratas.
—¡Correcto! ¿Como qué ratón queremos ser?
—¡El segundo ratón, Canela Oscuro! —dijeron las ratas, que habían
cenado esta lección muchas veces.
—¡Correcto! ¿Y por qué queremos ser como el segundo ratón?
—¡Porque el segundo ratón toma el queso, Canela Oscuro!
—¡Bien! —dijo Canela Oscuro—. Ensalmuera llevará el escuadrón dos...
¿Mejorante? Estás ascendido, tú llevas el escuadrón tres, y espero que seas
tan bueno como la vieja Granja hasta la vez en que olvidó cómo desconectar
el pestillo de una Trampa Fragmentadora de Ratas y Venenosa Número 5.
¡El exceso de confianza es nuestro enemigo! Así que si ves algo sospechoso,
cualquier pequeña bandeja que no reconoces, cualquier cosa con cables,
resortes y cosas, lo señalas y me envías un corredor, ¿sí?
Una rata joven estaba levantando su garra.
—¿Sí? ¿Cuál es tu nombre... señorita?
—Er... Nutritiva, señor —dijo la rata—. Er... ¿puedo hacer una pregunta,
señor?
—¿Eres nueva en este pelotón, Nutritiva? —dijo Canela Oscuro.
—¡Sí, señor! ¡Transferida de los Pishadores Ligeros, señor!
—Ah, pensaron que serías buena en eliminar trampas, ¿verdad?
Nutritiva parecía inquieta, pero no había marcha atrás ahora.
—Er... no realmente, señor. Dijeron que no podía ser peor que lo que
soy pishando, señor.
Se escuchó una risa general desde las filas.
—¿Cómo puede una rata no ser buena en eso? —dijo Canela Oscuro.
—Es tan... tan... tan vergonzoso, señor —dijo Nutritiva.
Canela Oscuro suspiró para sus adentros. Todo esto nuevo de pensar
estaba produciendo algunas cosas extrañas. Personalmente aprobaba la idea
del Lugar Correcto, pero algunas de las ideas que los chicos tenían eran...
raras.
—Muy bien —dijo—. ¿Cuál era tu pregunta, Nutritiva?
—Er... ¿usted dijo que el segundo ratón toma el queso, señor?
—¡Eso es correcto! Ése es el lema del escuadrón, Nutritiva. ¡Recuérdalo!
¡Es tu amigo!
—Sí, señor. Lo haré, señor. Pero... ¿el primer ratón no toma nada,
señor?
Canela Oscuro se quedó mirando a la joven rata. Le impresionaba
levemente que ella sostuviera su mirada, en lugar de encogerse.
—Puedo ver que serás un agregado valioso al escuadrón, Nutritiva —
dijo. Levantó la voz—. ¡Escuadrón! ¿Qué toma el primer ratón?
El rugido de las voces hizo que del techo cayera polvo.
—¡La Trampa!
—Y no lo olvides —dijo Canela Oscuro—. Sácalos, Ofertaespecial. Estaré
contigo en un minuto.
Una rata más joven se adelantó, y enfrentó a los escuadrones.
—¡Vámonos, ratas! Jap, jap, jap...
Los escuadrones de trampas se alejaron trotando. Canela Oscuro
caminó hasta Porotos Peligrosos.
—Eso ha dado comienzo —dijo—. Si no podemos lograr que los
humanos busquen a un buen cazador de ratas para mañana, no conocemos
nuestro negocio.
—Tenemos que quedarnos más tiempo, aun —dijo Melocotones—.
Algunas de las damas van a tener sus bebés.
—Dije que todavía no sabemos si aquí es seguro —dijo Canela Oscuro.
—¿Quieres ser tú el que se lo diga a Gran Ahorro? —dijo Melocotones,
dulcemente. Gran Ahorro era la vieja hembra líder, ampliamente
considerada por todos por tener la mordida de un hacha de pico y músculos
como roca. También tenía mal genio con los machos. Incluso Jamón de
Puerco se mantenía fuera de su camino cuando estaba de mal humor.
—La naturaleza tiene que seguir su curso, obviamente —dijo Canela
Oscuro, rápidamente—. Pero no hemos explorado. Debe haber otras ratas
aquí.
—Oh, todos los keekees se mantienen lejos de nuestro camino —dijo
Melocotones.
Eso era verdad, tuvo que admitir Canela Oscuro. Las ratas corrientes sí
se mantenían lejos del camino de los Cambiados. Oh, a veces había algunos
problemas, pero los Cambiados eran grandes y sanos y podían pensar la
manera de ganar una pelea. Porotos Peligrosos estaba triste por esto pero,
como decía Jamón de Puerco, eran ellos o nosotros, y cuando lo entendías,
era un mundo de rata-come-rata...
—Voy a reunirme con mi escuadrón —dijo Canela Oscuro, todavía
turbado ante la idea de enfrentarse con Gran Ahorro. Se acercó—. ¿Qué
sucede con Jamón de Puerco?
—Está... pensando en las cosas —dijo Melocotones.
—Pensando —dijo Canela Oscuro, sin comprender—. Oh. Correcto. Bien,
tengo trampas que atender. ¡Te huelo más tarde!
—¿Qué pasa con Jamón de Puerco? —dijo Porotos Peligrosos, cuando él
y Melocotones quedaron solos otra vez.
—Se está poniendo viejo —dijo Melocotones—. Tiene que descansar
mucho. Y creo que está preocupado porque Canela Oscuro o uno de los otros
vayan a desafiarlo.
—¿Lo harán, eso crees?
—Canela Oscuro está concentrado en romper trampas y probar
venenos. Hay cosas más interesantes que hacer ahora que morderse unos a
otros.
—O hacer rllk, según escucho —dijo Porotos Peligrosos.
Melocotones bajó la mirada, recatadamente. Si las ratas pudieran
ruborizarse, lo habría hecho. Era asombroso cómo los ojos rosados que
apenas podían verte, podían mirar directo a través de ti al mismo tiempo.
—Las damas son mucho más exigentes —dijo—. Quieren encontrar
padres que puedan pensar.
—Bien —dijo Porotos Peligrosos—. Debemos tener cuidado. No
necesitamos reproducirnos como ratas. No tenemos que depender de la
cantidad. Somos los Cambiados.
Melocotones lo miró con preocupación. Cuando Porotos Peligrosos
estaba pensando, parecía estar mirando dentro de un mundo que solamente
él podía ver.
—¿Qué es esta vez? —preguntó.
—He estado pensando que no deberíamos matar a otras ratas. Ninguna
rata debe matar a otra rata.
—¿Ni siquiera keekees? —preguntó.
—Son ratas también.
Melocotones se encogió de hombros.
—Bien, hemos tratado de hablarles y no resultó. De todos modos, la
mayor parte se mantiene lejos estos días.
Porotos Peligrosos todavía estaba mirando el mundo invisible.
—Aún así —dijo tranquilamente—, me gustaría que tú lo escribieras.
Melocotones suspiró, pero de todos modos se dirigió a uno de los
paquetes que las ratas habían acarreado y sacó su bolsa. No era nada más
que un rollo de tela con un asa hecha de unos restos de cordel, pero era
suficientemente grande para contener unos pocos fósforos, algunos trozos
de lápiz, una diminuta astilla de una hoja de cuchillo roto para afilar la mina,
y un sucio trozo de papel. Todas cosas importantes.
Era también la portadora oficial de El Sr. Conejín. ‘Portadora’ no era
muy correcto; ‘remolcadora’ era casi más exacto. Pero a Porotos Peligrosos
siempre le gustaba saber dónde estaba y parecía pensar mejor cuando lo
tenía cerca, y le daba algún consuelo, y eso era bastante bueno para
Melocotones.
Alisó el papel sobre un antiguo ladrillo, levantó un trozo de mina y pasó
la mirada por la lista.
El primer Pensamiento había sido: En el Clan está la Fuerza.
Éste había sido uno bastante difícil de traducir, pero había hecho un
esfuerzo. La mayoría de las ratas no podían leer humano. Era demasiado
difícil hacer que las líneas y los garabatos se convirtieran en algo sensato.
Así que Melocotones había trabajado muy duro para crear un idioma que las
ratas pudieran leer.
Había tratado de dibujar una rata grande formada por ratas pequeñas:
La escritura había conducido a problemas con Jamón de Puerco. Las
nuevas ideas necesitaban de un salto a la carrera para meterse en la cabeza
de la vieja rata. Porotos Peligrosos había explicado con su extraña voz
tranquila que escribir las cosas significaría que la sabiduría de una rata
continuaría existiendo incluso cuando la rata se hubiera muerto. Dijo que
todas las ratas podían aprender la sabiduría de Jamón de Puerco. Jamón de
Puerco había dicho: ‘¡Probablemente no!’ ¡Le había llevado años aprender
algunos de los trucos que sabía! ¿Por qué debía entregarlo todo? ¡Eso
querría decir que cualquier rata joven sabría tanto como él!
Porotos Peligrosos había dicho: Cooperamos, o morimos.

Eso se había convertido en el siguiente Pensamiento. ‘Co-operar’ había


sido difícil, pero incluso los keekees a veces llevarían a un compañero ciego
o herido, y eso era indudablemente cooperación. La línea gruesa, donde
había presionado con fuerza, tenía que significar ‘no’. El signo trampa podía
significar ‘morir’ o ‘malo’ o ‘evitar’.[4]
El último Pensamiento sobre el papel era: No Pishar donde Comes. Ése
era muy simple.

Agarró el trozo de mina con ambas garras y dibujó cuidadosamente:


Ninguna Rata Matará a Otra Rata.

Se alejó. Sí... no malo... ‘trampa’ era un buen signo para muerte, y


había añadido una rata muerta para hacerlo más serio.
—¿Pero suponiendo que tengas que hacerlo? —dijo, todavía mirando los
dibujos.
—Entonces tienes que hacerlo —dijo Porotos Peligrosos—. Pero no
deberías.
Melocotones sacudió la cabeza con tristeza. Ella respaldaba a Porotos
Peligrosos porque había... bien, algo en él. No era grande ni rápido y estaba
casi ciego y era muy débil, y a veces se olvidaba de comer porque tenía
ideas que nadie —al menos, nadie que fuera una rata— había pensado
antes. La mayoría de ellas habían molestado enormemente a Jamón de
Puerco, como la vez cuando Porotos Peligrosos había dicho:
—¿Qué es una rata? —y Jamón de Puerco había respondido:
—Dientes. Garras. Cola. Correr. Esconderse. Comer. Eso es una rata.
Porotos Peligrosos había dicho:
—Pero ahora también podemos decir “¿qué es una rata?” —dijo—. Y eso
significa que somos más que eso.
—Somos ratas —argumentó Jamón de Puerco—. Corremos de un lado
para el otro y chillamos y robamos y hacemos más ratas. ¡Para eso estamos
hechos!
—¿Por quién? —había replicado Porotos Peligrosos, y eso había
conducido a otra discusión sobre la teoría de la Gran Rata Profundo Bajo el
Suelo.
Pero incluso Jamón de Puerco seguía a Porotos Peligrosos, y también las
ratas como Canela Oscuro y Centro de Rosquilla, y escuchaban cuando
hablaba.
Melocotones escuchaba cuando ellos hablaban.
—Nos dieron narices —había dicho Canela Oscuro a los escuadrones.
¿Quién les había dado narices? Las ideas de Porotos Peligrosos se abrían
camino en la cabeza de otras personas sin que se dieran cuenta.
A él se le ocurrieron las nuevas maneras de pensar. A él se le ocurrieron
nuevas palabras. A él se le ocurrieron las maneras de comprender las cosas
que les estaban sucediendo. Las ratas grandes, ratas con cicatrices,
escuchaban a la pequeña rata porque el Cambio las había conducido a
territorio oscuro y él parecía ser el único con una idea de hacia dónde
estaban yendo.
Lo dejó sentado al lado de la vela y fue a buscar a Jamón de Puerco.
Estaba sentado junto a una pared. Como la mayoría de las ratas viejas
siempre se mantenía pegado a las paredes, y lejos de espacios abiertos y
con demasiada luz.
Parecía estar temblando.
—¿Te sientes bien? —dijo.
El temblor paró.
—¡Muy bien, muy bien, no hay nada malo conmigo! —respondió
bruscamente Jamón de Puerco—. ¡Sólo algunas punzadas, nada
permanente!
—Sólo que noté que no salías con ninguno de los escuadrones —dijo
Melocotones.
—¡No pasa nada malo conmigo! —gritó la vieja rata.
—Todavía tenemos algunas papas en el equipaje...
—¡No quiero nada de comida! ¡No pasa nada malo conmigo!
... lo que significaba que pasaba. Ésta era la razón por la que no quería
compartir todo lo que sabía. Lo que sabía era todo lo que le quedaba.
Melocotones sabía qué le hacían las ratas tradicionalmente a los jefes que
eran demasiado viejos. Ella había observado la cara de Jamón de Puerco
cuando Canela Oscuro —Canela Oscuro más joven y más fuerte— le hablaba
a sus escuadrones, y sabía que Jamón de Puerco estaba pensando en eso,
también. Oh, estaba bien cuando las personas lo miraban, pero últimamente
había estado descansando más, y merodeando en los rincones.
Las ratas viejas eran expulsadas, a merodear solas por allí, y se ponían
malas y raras en la cabeza. Pronto habría otro jefe.
Melocotones deseaba poder hacerle comprender uno de los
Pensamientos de Porotos Peligrosos, pero a la vieja rata no le gustaba
mucho hablar con las hembras. Había crecido con la idea de que las
hembras no eran para hablar.
El Pensamiento era:
Quería decir: Somos los Cambiados. No Somos Como Otras Ratas.

CAPÍTULO 4

Lo importante sobre las aventuras, pensó el Sr. Conejín, era que no


debían ser demasiado largas para hacerte perder las horas de comer.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

El muchacho, la niña y Maurice estaban en una gran cocina. El


muchacho podía decir que lo era por la enorme cocina de hierro negro en el
pecho de la chimenea, por las cacerolas que colgaban sobre las paredes y la
larga mesa marcada. Lo que parecía no tener era lo que una cocina
tradicionalmente tenía, comida.
La niña fue hasta una caja de metal en la esquina y rebuscó alrededor
de su cuello por un cordel, el cual, como resultó, sujetaba una gran llave.
—No puedes confiar en cualquiera —dijo—. Y las ratas roban cien veces
lo que comen, esos demonios.
—No lo creo —dijo el muchacho—. Diez veces, como mucho.
—¿Conoces todo sobre ratas así de repente? —dijo la niña, abriendo la
caja de metal.
—No así de repente, lo aprendí cuando... ¡Auch! ¡Eso realmente dolió!
—Lamento eso —dijo Maurice—. Accidentalmente te rasguñé, ¿verdad?
—Trató de hacer una cara que dijera No seas un completo imbécil, ¿de
acuerdo?, que es muy difícil de hacer con la cabeza de un gato.
La niña le lanzó una mirada recelosa, y luego regresó a la caja de
metal.
—Hay un poco de leche que no se ha puesto fuerte aún y un par de
cabezas de pescado —dijo, mirando adentro.
—Eso suena bien para mí —dijo Maurice.
—¿Y qué me dices de tu humano?
—¿Él? Comerá cualquier sobra vieja.
—Hay pan y salchicha —dijo la niña, tomando una lata de la alacena de
metal—. Todos desconfiamos mucho de las salchichas. Hay un diminuto
trozo de queso, también, pero es bastante ancestral.
—No creo que debamos comer tu comida si es tan escasa —dijo el
muchacho—. Tenemos dinero.
—Oh, mi padre dice que se reflejaría muy mal en el pueblo si no
fuéramos hospitalarios. Es el Alcalde, ya sabes.
—¿Es el gobierno? —dijo el muchacho.
La niña lo miró.
—Supongo que sí —dijo—. Graciosa manera de decirlo. El concejo del
pueblo hace las leyes, en realidad. Él sólo dirige el sitio y discute con todos.
Y dice que no deberíamos tener más raciones que las otras personas, para
demostrar solidaridad en estas épocas difíciles. Fue bastante malo que los
turistas dejaran de visitar nuestros baños termales, pero las ratas lo han
empeorado. —Tomó un par de platillos del gran aparador de la cocina—. Mi
padre dice que si somos sensatos habrá suficiente para salir adelante —
continuó—. Lo cual creo que es muy loable. Estoy de acuerdo
completamente. Pero creo que ya que has demostrado solidaridad, se
debería permitir que tomes sólo un poquito más. De hecho, creo que
tomamos un poco menos que todos los demás. ¿Puedes imaginar? Por
cierto... de modo que realmente eres un gato mágico, entonces. —terminó,
mientras vertía leche en un platillo. Rezumó más que chorreó, pero Maurice
era un gato de la calle y bebería leche tan podrida que trataría de alejarse
gateando.
—Oh, sí, eso es correcto, mágico —dijo, con un anillo amarillo-blanco
alrededor de la boca. Por dos cabezas de pescado sería cualquier cosa para
cualquiera.
—Probablemente pertenecías a una bruja, supongo, con un nombre
como Griselda o uno de esos nombres —dijo la niña, poniendo las cabezas
de pescado sobre otro platillo.
—Sí, correcto, Griselda, correcto —dijo Maurice, sin levantar la cabeza.
—Que vivía en una cabaña de pan de jengibre en el bosque,
probablemente.
—Sí, correcto —dijo Maurice. Y entonces, porque no sería Maurice si no
pudiera ser un poco ingenioso, añadió—: Sólo que era una cabaña de pan de
salvado, porque estaba adelgazando. Bruja muy sana, Griselda.
La niña pareció perpleja por un momento.
—No es así como debería seguir —dijo.
—Lo lamento, dije una mentira, era pan de jengibre realmente —dijo
Maurice rápidamente. Alguien que te daba comida siempre tenía razón.
—Y tenía grandes verrugas, estoy segura.
—Señorita —dijo Maurice, tratando de parecer sincero—, algunas de
esas verrugas tenían tanta personalidad que solían tener amigos propios.
Er... ¿cuál es tu nombre, señorita?
—¿Prometes no reírte?
—Muy bien. —Después de todo, podía haber más cabezas de pescado.
—Es... Malicia.6
—Oh.
—¿Te estás riendo? —dijo, con voz amenazante.
—No —dijo Maurice, perplejo—. ¿Por qué debería?
—¿No crees que sea un nombre gracioso?
Maurice pensó en los nombres que conocía —Jamón de Puerco, Porotos
Peligrosos, Canela Oscuro, Sardinas...
—Suena como un nombre corriente para mí —dijo.
Malicia le lanzó otra mirada recelosa, pero volvió su atención al
muchacho, que estaba sentado con la habitual sonrisa feliz y distante que
ponía cuando no tenía otra cosa que hacer.
—¿Y tú tienes un nombre? —dijo—. No eres el tercer hijo, el menor, de
un rey, ¿verdad? Si tu nombre empieza con ‘Príncipe’ es una pista positiva.

6
En español en el original. (Nota del traductor)
—Creo que es Keith —dijo el muchacho.
—¡Nunca dijiste que tuvieras un nombre! —dijo Maurice.
—Nadie jamás lo preguntó antes —dijo el muchacho.
—Keith no es un nombre inicialmente ventajoso —dijo Malicia—. No
insinúa misterio. Sólo insinúa Keith. ¿Estás seguro de que es tu nombre
real?
—Es sólo el que me dieron.
—Ah, eso es más parecido. Una leve pista de misterio —dijo Malicia, y
de repente pareció interesada—. Lo suficiente para aumentar el suspenso.
Fuiste robado al nacer, supongo. Eres probablemente el legítimo rey de
algún país, pero ellos encontraron a alguien que se parecía a ti e hicieron un
cambio. En tal caso, tendrás una espada mágica, pero no parecerá mágica,
mira, hasta que sea el momento de manifestar tu destino. Probablemente
fuiste encontrado en un umbral.
—Lo fui, sí —dijo Keith.
—¿Ves? ¡Siempre tengo razón!
Maurice estaba siempre a la expectativa sobre lo que las personas
querían. Y sentía que lo que Malicia quería era una mordaza. Pero nunca
antes había escuchado al muchacho de aspecto estúpido hablar de sí mismo.
—¿Qué estabas haciendo en un umbral? —dijo.
—No lo sé. Gorjear, supongo —dijo Keith.
—Nunca lo dijiste —dijo Maurice, acusador.
—¿Es importante? —dijo Keith.
—Había una espada mágica o una corona en tu canasta,
probablemente. Y tienes un tatuaje misterioso o una marca de nacimiento
de extraña forma, también —dijo Malicia.
—No lo creo. Nunca nadie jamás lo mencionó —dijo Keith—. Estaba sólo
yo y una manta. Y una nota.
—¿Una nota? ¡Pero eso es importante!
—Decía ‘19 pintas y un Yogur de Fresas’ —dijo Keith.
—Ah. No ayuda, entonces —dijo Malicia—. ¿Por qué diecinueve pintas
de leche?
—Era el Gremio de Músicos —dijo Keith—. Un lugar muy grande. No sé
nada sobre el yogur de fresa.
—Huérfano abandonado está bien —dijo Malicia—. Después de todo, un
príncipe sólo puede crecer para ser un rey pero un huérfano misterioso
podría ser cualquiera. ¿Fuiste golpeado, te hicieron pasar hambre, y fuiste
encerrado en un sótano?
—No lo creo —dijo Keith, lanzándole una mirada divertida—. Todos en
el Gremio eran muy amables. Eran mayormente buenas personas. Me
enseñaron mucho.
—Tenemos Gremios aquí —dijo Malicia—. Enseñan a los muchachos a
ser carpinteros y picapedreros y cosas así.
—El Gremio me enseñó música —dijo Keith—. Soy músico. Soy bueno,
también. Me he ganado la vida desde que tenía seis años.
—¡Ajá! Huérfano misterioso, extraño talento, infancia desgraciada...
todo está tomando forma —dijo Malicia—. Probablemente el yogur de fresa
no sea importante. ¿Habría sido tu vida diferente si hubiera tenido sabor a
plátano? ¿Quién puede decirlo? ¿Qué clase de música tocas?
—¿Clase? No hay ninguna clase. Sólo hay música —dijo Keith—.
Siempre hay música, si escuchas.
Malicia miró a Maurice.
—¿Es siempre así? —preguntó.
—Nunca le escuché hablar tanto —dijo el gato.
—Espero que estés ansioso por saber de mí —dijo Malicia—. Espero que
seas bastante educado para preguntar.
—Cielos, sí —dijo Maurice.
—Bien, probablemente no te sorprenderá saber que tengo dos horribles
hermanastras —dijo Malicia—. ¡Y tengo que hacer todas las tareas!
—Cielos, realmente —dijo Maurice, preguntándose si había alguna
cabeza de pescado más y, si había más cabezas de pescado, si valían todo
eso.
—Bien, la mayoría de las tareas —dijo Malicia, como si revelara un
hecho desafortunado—. Algunas de ellas, definitivamente. ¡Tengo que
limpiar mi propia habitación, ya sabes! ¡Y está sumamente desordenada!
—Cielos, realmente.
—Y es casi el dormitorio más pequeño. ¡Prácticamente no hay ninguna
alacena y me estoy quedando sin espacio de estantería!
—Cielos, realmente.
—Y las personas son increíblemente crueles conmigo. Notarás que
estamos aquí en una cocina. Y soy la hija del Alcalde. ¿Se esperaría que la
hija de un Alcalde lavara los platos por lo menos una vez a la semana? ¡Creo
que no!
—Cielos, realmente.
—¿Y quieres mirar esta ropa rota y desaliñada que tengo que usar?
Maurice miró. No era bueno con la ropa. La piel era suficiente para él.
Hasta donde podía decir, el vestido de Malicia era tan bonito como cualquier
otro. Parecía estar todo bien. No tenía ningún agujero, excepto por donde
salían los brazos y la cabeza.
—Aquí, mira aquí —dijo Malicia, señalando un lugar en el dobladillo que,
para Maurice, no se veía diferente del resto del vestido—. Tuve que volver a
coser esa parte yo misma, ¿sabes?
—Cielos, real... —Maurice paró. Desde aquí podía ver los estantes
vacíos. Más importante aun, podía ver a Sardinas bajando con un cordel
desde una grieta en el antiguo techo. Tenía una mochila en la espalda.
—Y encima de esto soy la que tiene que hacer la cola para el pan y las
salchichas todos los días... —continuó Malicia, pero Maurice le estaba
escuchando aún menos que antes.
Tenía que ser Sardinas, pensó. ¡Idiota! ¡Siempre va delante del
escuadrón de trampas! De todas las cocinas de todo el pueblo en que podía
aparecer, había aparecido en ésta.[5] En cualquier momento ella va a dar
media vuelta y gritar.
Sardinas probablemente lo consideraría un aplauso, también. Vivía la
vida como una representación. Otras ratas sólo andaban de un lado para el
otro chillando y desordenando cosas, y eso era bueno para convencer a los
humanos de que había una plaga. Pero, oh, no, Sardinas siempre tenía que
ir más lejos. ¡Sardinas y su acto de canción yowoorll y baile!
—... y las ratas toman todo —estaba diciendo Malicia—. Lo que no
toman, lo arruinan. ¡Ha sido terrible! El concejo ha estado comprando
comida en otros pueblos, pero a nadie le sobra mucho. Tenemos que
comprar maíz y cosas de los comerciantes que navegan río arriba. Es por
eso que el pan es tan caro.
—Caro, ¿eh? —dijo Maurice.
—Hemos probado trampas, perros, gatos y veneno y todavía las ratas
siguen viniendo —dijo la niña—. Han aprendido a ser muy furtivas, también.
Ya casi nunca terminan en nuestras trampas. ¡Huh! Una sola vez recibí 50
peniques por una cola. ¿Qué tiene de bueno que los cazadores de ratas nos
ofrezcan 50 peniques por cola si las ratas son tan astutas? Los cazadores de
ratas tienen que usar trucos de toda clase para atraparlas, dicen. —Detrás
de ella, Sardinas miró cuidadosamente alrededor de la habitación y luego
hizo señas a las ratas en el techo para tirar de la soga.
—¡No crees que éste sería un buen momento de irnos! —dijo Maurice.
—¿Por qué estás haciendo esas caras? —dijo Malicia, y se quedó
mirándolo fijo.
—Oh... bien, ¿conoces esa clase de gato que sonríe todo el tiempo?
¿Escuchaste sobre eso? Bien, yo soy de la clase que hace, ya sabes, caras
raras —dijo Maurice desesperadamente—. Y a veces salgo corriendo y digo
cosas salgan de aquí salgan de aquí, lo ves, lo hice otra vez. Es una
enfermedad. Probablemente necesite el asesoramiento oh no no hagas eso
éste no es el momento de hacer eso whoops, allí voy otra vez...
Sardinas había sacado su sombrero de paja de la mochila. Sujetaba un
pequeño bastón.
Era una buena rutina, incluso Maurice tenía que admitirlo. Algunos
pueblos habían puesto anuncios solicitando un flautista de ratas la primera
vez que lo había hecho. Las personas podían tolerar ratas en la nata, y ratas
en el techo, y ratas en la tetera, pero hacían una línea delante del baile tap.
Si veías ratas que bailaban tap, estabas en grandes problemas. Maurice
calculaba que si tan sólo las ratas también pudieran tocar un acordeón
podrían hacer dos pueblos por día.
Había mirado durante demasiado tiempo. Malicia giró y su boca se abrió
por la conmoción y el horror mientras Sardinas comenzaba su rutina. El gato
la vio extender la mano hacia una cacerola que estaba sobre la mesa. La
lanzó, con mucha exactitud.
Pero Sardinas era un bueno evitando ollas. Las ratas estaban
acostumbradas a que les lanzaran cosas. Ya estaba corriendo cuando la
cacerola llegaba a mitad camino a través de la habitación, y luego saltó a la
silla y luego saltó al piso y luego se escabulló detrás del aparador y luego se
escuchó un agudo, final, y metálico... chasquido.
—¡Ja! —dijo Malicia; Maurice y Keith se quedaron mirando fijo el
aparador—. Eso es una rata menos, de todo caso. Realmente las odio...
—Era Sardinas —dijo Keith.
—No, definitivamente era una rata —dijo Malicia—. Las sardinas casi
nunca invaden una cocina. Supongo que estás pensando en la plaga de
langostas allá en...
—Sólo se llamaba Sardinas porque vio el nombre en una vieja lata
oxidada y pensó que sonaba con estilo —dijo Maurice. Se preguntó si se
atrevería a mirar detrás del aparador.
—Era una buena rata —dijo Keith—. Solía robar libros para mí cuando
me estaban enseñando a leer.
—Excúsame, ¿estás loco? —dijo Malicia—. Era una rata. ¡La única rata
buena es una rata muerta!
—¿Hola? —dijo una voz pequeña. Venía desde atrás del aparador.
—¡No puede estar viva! ¡Es una trampa inmensa! —dijo Malicia—.
¡Tiene dientes!
—¿Hay alguien allí? Es que el bastón se está doblando... —dijo la voz.
El aparador era grande, la madera era tan vieja que el tiempo la había
puesto negra y tan sólida y pesada como piedra.
—Eso no es una rata hablando, ¿verdad? —dijo Malicia—. ¡Por favor
dime que las ratas no pueden hablar!
—De hecho se está doblando un poco ahora —dijo la voz, que llegaba
ligeramente amortiguada.
Maurice espió en el espacio detrás del aparador.
—Puedo verlo —dijo—. ¡Calzó el bastón en las mandíbulas mientras se
cerraban! Te veo, Sardinas, ¿cómo te va yendo?
—Muy bien, jefe —dijo Sardinas, en la penumbra—. Si no fuera por esta
trampa diría que todo estaba perfecto. ¿Mencioné que el bastón se está
doblando?
—Sí, lo dijiste.
—Se ha doblado algo más desde entonces, jefe.
Keith agarró un extremo del aparador y lanzó un gruñido mientras
trataba de moverlo.
—¡Es como una roca! —dijo.
—Está lleno de loza —dijo Malicia, ahora muy perpleja—. Pero las ratas
realmente no hablan, ¿verdad?
—¡Salgan del camino! —gritó Keith. Agarró el borde posterior del
aparador con ambas manos, apoyó un pie contra la pared, y tiró.
Despacio, como un poderoso árbol del bosque, el aparador cayó hacia
adelante. La loza empezó a caer mientras se inclinaba, cada plato
resbalando sobre cada plato como un glorioso reparto caótico de un muy
costoso mazo de naipes. Aún así, algunos sobrevivieron a la caída sobre el
piso, y también algunas de las tazas y platillos mientras el aparador se abría
y aumentaba la diversión, pero no hizo ninguna diferencia porque entonces
el inmenso mueble pesado cayó con estruendo encima de ellos.
Un plato milagrosamente entero rodó más allá de Keith, girando una y
otra vez y apoyándose en el piso con el sonido de groiyuoiyoiyooooinnnnggg
que siempre se escucha en estas angustiosas circunstancias.
Keith extendió la mano hasta la trampa y agarró a Sardinas. Mientras
levantaba a la rata el bastón cedió y la trampa se cerró. Un trozo del bastón
dio vueltas por el aire.
—¿Estás bien? —preguntó Keith.
—Bien, jefe, todo lo que puedo decir es que es una buena idea que las
ratas no usen ropa interior... Gracias, jefe —dijo Sardinas. Era bastante
rollizo para una rata, pero cuando sus pies bailaban podía flotar a través del
piso como un globo.
Se escuchó el sonido de un pie golpeteando.
Malicia, con los brazos cruzados y una expresión de tormenta eléctrica,
miró a Sardinas, luego a Maurice, luego a Keith de aspecto estúpido, y luego
los escombros sobre el piso.
—Er... lamento ese desorden —dijo Keith—. Pero él era...
Ella hizo un gesto desestimando las cosas.
—De acuerdo —dijo, como si hubiera estado pensando profundamente—
. Esto va así, creo. La rata es una rata mágica. Apuesto a que no es la única.
Algo le pasó a él, o a ellos, y ahora son muy pero muy inteligentes, a pesar
del baile tap. Y... son amigos del gato. Así que... ¿por qué serían amigos las
ratas y un gato? Y sigue... hay alguna clase de arreglo, ¿correcto? ¡Lo sé! No
me digan, no me digan...
—¿Huh? —dijo Keith.
—No creo que nadie jamás tenga nada que decirte —dijo Maurice.
—... es algo relacionado con las plagas de ratas, ¿correcto? Todos esos
pueblos de los que hemos escuchado... bien, ustedes escucharon de ellos
también, y así que ustedes se reúnen con este fulano aquí...
—Keith —dijo Keith.
—... sí... y es así que ustedes van de pueblo en pueblo fingiendo ser
una plaga de ratas, y este fulano...
—Keith.
—... sí... finge ser un flautista de ratas y todos ustedes lo siguen.
¿Correcto? Todo es una gran estafa, ¿sí?
Sardinas levantó la vista hacia Maurice.
—Nos tiene bien agarrados, jefe —dijo.
—De modo que ahora ustedes tienen que darme una buena razón para
no hacer intervenir a la Guardia contra ustedes —dijo Malicia triunfalmente.
No tengo que hacerlo, pensó Maurice, porque no lo harás. Cielos, los
humanos son tan fáciles. Se frotó contra las piernas de Malicia y le lanzó una
sonrisa.
—Si lo haces, nunca sabrás cómo termina la historia —dijo.
—Ah, terminará contigo en prisión —dijo Malicia, pero Maurice vio que
miraba a Keith de aspecto estúpido y a Sardinas. Sardinas todavía tenía
puesto su pequeño sombrero de paja. Cuando se trataba de atraer la
atención, ese tipo de cosas cuentan mucho.
Cuando vio que ella fruncía el ceño, Sardinas se quitó su sombrero de
paja apresuradamente y lo sostuvo enfrente de él, por el ala.
—Hay algo que me gustaría preguntar, jefa —dijo—, si estamos
preguntando cosas.
Malicia levantó una ceja.
—¿Bien? —dijo—. ¡Y no me llames jefa!
—Me gustaría preguntar por qué no hay ninguna rata en esta ciudad,
patrona —dijo Sardina. Bailó unos pasos de tap, nervioso. Malicia podía
lanzar mejores miradas furiosas que un gato.
—¿Qué quieres decir con ninguna rata? —dijo—. ¡Hay una plaga de
ratas! ¡Y tú eres una rata, por cierto!
—Hay pistas de rata por todas partes y hay algunas ratas muertas pero
no hemos encontrado ninguna rata viva en ningún lugar, patrona.
Malicia se inclinó hacia abajo.
—Pero tú eres una rata —dijo.
—Sí, patrona. Pero nosotros llegamos apenas esta mañana. —Sardinas
sonrió nervioso mientras Malicia le lanzaba otra larga mirada.
—¿Te gustaría un poco de queso? —dijo—. Me temo que es solamente
del tipo corriente.
—No lo creo, muchas gracias igual —dijo Sardinas, con mucha cautela y
cortesía.
—Es inútil, creo que realmente es tiempo contar la verdad —dijo Keith.
—Nonononononono —dijo Maurice, que odiaba esa clase de cosas—.
Todo es porque...
—Tú tenías razón, señorita —dijo Keith, cansadamente—. Vamos de
pueblo en pueblo con un grupo de ratas y embaucamos a las personas para
que nos den dinero para que nos vayamos. Eso es lo que hacemos. Lamento
haber estado haciéndolo. Ésta iba a ser la última vez. Lo siento mucho.
Compartiste tu comida con nosotros y no tienes mucha, tampoco.
Deberíamos estar avergonzados.
A Maurice le pareció, mientras observaba a Malicia decidiéndose, que su
mente trabajaba de una manera diferente a las mentes de las otras
personas. Comprendía todas las cosas difíciles sin siquiera pensarlas. ¿Ratas
mágicas? Sí, sí. ¿Gatos que hablan? Estuve ahí, lo hice, compré la camiseta.
Eran las cosas simples las que eran difíciles.
Sus labios se estaban moviendo. Estaba, adivinó Maurice, inventando
una historia con todo esto.
—Así que... —dijo—, vienes con tus ratas entrenadas...
—Preferimos ‘roedores educados’, patrona —dijo Sardinas.
—... muy bien, tus roedores educados, y entras en una ciudad, y... ¿qué
pasa con las ratas que ya están ahí?
Sardinas miró a Maurice, impotente. Maurice le hizo un gesto con la
cabeza para que continuara. Todos iban a estar en grandes problemas si
Malicia no inventaba una historia que le gustara.
—Se mantienen lejos de nuestro camino, jefa, quiero decir patrona —
dijo Sardinas.
—¿Pueden hablar también?
—No, patrona.
—Creo que el Clan piensa en sí mismo como en unos pequeños monos
—dijo Keith.
—Yo estaba hablando con Sardinas —dijo Malicia.
—Lo siento —dijo Keith.
—¿Y aquí no hay ninguna otra rata en absoluto? —continuó Malicia.
—No, patrona. Algunos viejos esqueletos y algunas pilas de veneno y
muchas trampas, jefa. Pero ninguna rata, jefa.
—¡Pero los cazadores de ratas clavan un montón de colas de rata todos
los días!
—Hablo como lo veo, jefa. Patrona. Ninguna rata, jefa. Patrona.
Ninguna otra rata en ningún lugar donde hemos estado, jefa patrona.
—¿Alguna vez has visto las colas de rata, señorita? —dijo Maurice.
—¿Qué quieres decir? —dijo Malicia.
—Son falsas —dijo Maurice—. Algunas, de todos modos. Son sólo viejos
cordones de cuero. Vi algunas en la calle.
—¿No eran verdaderas colas? —dijo Keith.
—Soy un gato. ¿Piensas que no sé cómo se ven las colas de rata?
—¡Seguramente las personas lo notarían! —dijo Malicia.
—¿Sí? —dijo Maurice—. ¿Sabes qué es una funda metálica?
—¿Funda metálica? ¿Funda metálica? ¿Qué tiene que ver una funda
metálica con esto? —dijo Malicia bruscamente.
—Son esas pequeñas partes de metal en los extremos de los cordones
—dijo Maurice.
—¿Cómo es que un gato conoce una palabra como ésa? —dijo la niña.
—Todos tienen que saber algo —dijo Maurice—. ¿Alguna vez has mirado
de cerca las colas de rata?
—Por supuesto que no. ¡Puedes pescar la plaga de las ratas! —dijo
Malicia.
—Eso es correcto, tus piernas estallan —dijo Maurice, sonriendo—. Es
por eso que no viste las fundas metálicas. ¿Tu pierna explotó últimamente,
Sardinas?
—No hoy, jefe —dijo Sardinas—. A decir verdad, ni siquiera es hora de
almorzar todavía.
Malicia parecía complacida.
—A-já —dijo, y a Maurice le pareció que el ‘ja’ tenía un tono muy
desagradable.
—Así que... ¿vas a decirle a la Guardia sobre nosotros? —se aventuró,
esperanzadamente.
—¿Qué, que estuve hablando con una rata y un gato? —dijo Malicia—.
Por supuesto que no. Dirán a mi padre que he estado contando historias y
me dejarán fuera de mi habitación otra vez.
—¿Te dejan fuera de tu habitación como castigo? —dijo Maurice.
—Sí. Quiere decir que no puedo tomar ninguno de mis libros. Soy una
persona bastante especial, como pueden haber adivinado —dijo Malicia, con
orgullo—. ¿Han oído hablar de las Hermanas Grim?[6] ¿Agoniza y Eviscera7
Grim? Eran mi abuela y mi tía abuela. Escribieron... cuentos de hadas.
Ah, de modo que aquí estamos temporalmente fuera de problemas,
pensó Maurice. Es mejor que siga hablando.
—No soy un gran lector, como todos los gatos —dijo—. De modo que,
¿qué eran, entonces? ¿Historias sobre pequeñas personas con alas que
hacen tinkle-tinkle?

7
Ambos en español en el original. (Nota del traductor)
—No —dijo Malicia—. No eran buenas en pequeñas personas que
tintinean. Escribieron... verdaderos cuentos de hadas. Con mucha sangre,
huesos, murciélagos y ratas. He heredado el talento de contar historias —
añadió.
—Vaya estilo de pensamiento que tenías —dijo Maurice.
—Y si no hay ninguna rata bajo el pueblo pero los cazadores de ratas
están presentando cordones, algo huele mal —dijo Malicia.
—Lo siento —dijo Sardinas—, creo que fui yo. Estoy un poco nervioso...
Se escucharon sonidos desde la planta alta.
—¡Rápido, salgan a través del patio trasero! —ordenó Malicia—.
¡Métanse en el desván del heno sobre el establo! ¡Les llevaré algo de
comida! ¡Sé exactamente cómo sigue este tipo de cosas!

CAPÍTULO 5

Ratoso Rupert era la rata más valiente que hubo jamás. Lo decían
todos en Fondo Peludo.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

Canela Oscuro estaba en un túnel a algunas calles de allí, colgando de


cuatro trozos de cordel atados a su arnés. Éstos estaban sujetos a un palo
que era balanceado como un subibaja en la espalda de una rata muy gorda;
otras dos estaban sentadas en el otro extremo, y otras varias lo estaban
dirigiendo.
Canela Oscuro estaba colgando justo encima de los dientes de la gran
trampa de acero que llenaba el túnel completamente.
Chilló una señal para parar. El palo vibró un poco bajo su peso.
—Estoy justo sobre el queso —dijo—. Huele como el Lancre de Vena
Azul, Extra Sabroso. Sin tocar. Bastante viejo, también. Muévanme unas dos
garras.8
El palo se balanceó arriba y abajo mientras lo empujaban hacia

8
Medidas rata. Aproximadamente una pulgada. (Nota del autor)
adelante.
—Cuidado, señor —dijo una de las ratas más jóvenes que se apiñaban
en el túnel detrás del Escuadrón de Eliminación de Trampas.
Canela Oscuro lanzó un gruñido, y bajó la vista a los dientes, a una
pulgada de distancia de su nariz. Sacó un corto trozo de madera de uno de
sus cinturones; una astilla diminuta de espejo había sido pegada en un
extremo.
—Todos ustedes muevan la vela un poco hacia este lado —ordenó—. Así
está bien. Así está bien. Veamos, ahora... —Extendió el espejo más allá de
los dientes y lo giró suavemente—. Ah, como lo pensé... es una Pequeña
Trampa Prattle y Johnson, efectivamente. Una de las viejas Mk. Tres, pero
con sujeción segura adicional. Es realmente antigua. De acuerdo. A éstas las
conocemos, ¿verdad? ¡Queso para el té, muchachos!
Se escuchó una risa nerviosa entre los espectadores, pero una voz dijo:
—Oh, son fáciles...
—¿Quién dijo eso? —dijo Canela Oscuro cortante.
Hubo un silencio. Canela Oscuro estiró su cabeza hacia atrás. Las ratas
jóvenes se habían corrido cuidadosamente a un lado, dejando a una
sumamente sola.
—Ah, Nutritiva —dijo Canela Oscuro, regresando al mecanismo de
gatillo de la trampa—. Fácil, ¿verdad? Me alegra escucharte. Puedes
mostrarnos cómo se hace, entonces.
—Er, cuando dije fácil... —comenzó Nutritiva—. Quiero decir,
Ensalmuera me lo mostró sobre la trampa de práctica y dijo...
—No tienes que ser modesta —dijo Canela Oscuro, con una chispa en el
ojo—. Está todo listo. Yo sólo miraré, ¿de acuerdo? Puedes meterte en el
arnés y hacerlo, ¿verdad?
—... pero, pero, pero, no podía ver demasiado bien cuando nos mostró,
ahora me pongo a pensar sobre eso y, y, y...
—Te diré qué —dijo Canela Oscuro—, yo trabajaré en la trampa, ¿de
acuerdo?
Nutritiva parecía muy aliviada.
—Y tú puedes decirme exactamente qué hacer —añadió Canela Oscuro.
—Er... —comenzó Nutritiva. Ahora parecía una rata preparada para
reincorporarse al equipo de pisheo realmente rápido.
—Muy bien —dijo Canela Oscuro. Sacó el espejo cuidadosamente y
extrajo una varilla de metal de su arnés. Empujó la trampa cautelosamente.
Nutritiva vibró ante el sonido de metal contra metal—. Ahora, dónde estaba
yo... oh, sí, he aquí una barra y un pequeño resorte y un cerrojo. ¿Qué haré
ahora, Srta. Nutritiva?
—Er, er, er —tartamudeó Nutritiva.
—Las cosas están crujiendo aquí, Srta. Nutritiva —dijo Canela Oscuro,
desde las profundidades de la trampa.
—Er, er, calce la cosa...
—¿Cuál es la cosa, Srta. Nutritiva? Tómese su tiempo, whoops, este
trozo de metal se está moviendo pero no la apuraré de ninguna manera...
—Calce la, er, la cosa, er, la cosa. Er... —Los ojos de Nutritiva
blanqueaban desenfrenadamente.
—Tal vez sea este gran SNAP argh argh argh...
Nutritiva se desmayó.
Canela Oscuro se deslizó afuera del arnés y cayó sobre la trampa.
—Todo fijado —dijo—. La he sujetado bien, ahora no saltará. Ustedes
muchachos pueden arrastrarla fuera del camino. —Regresó al escuadrón y
dejó caer un trozo de queso peludo sobre el estómago tembloroso de
Nutritiva—. En el negocio de las trampas es muy importante ser preciso, ya
ves. Eres preciso o estás muerto. El segundo ratón toma el queso. —Canela
Oscuro olfateó—. Bien, ningún humano que venga aquí tendría problemas en
pensar que hay ratas por aquí ahora...
Los otros aprendices rieron de la manera nerviosa y disimulada de las
personas que han visto a otra persona atraer la atención del profesor y que
se alegran de no ser ellas.
Canela Oscuro desenrolló unos trozos de papel. Era una rata de acción,
y la idea de que el mundo podía ser atrapado en pequeños signos le
preocupaba un poco. Pero podía ver que era útil. Cuando dibujaba un túnel
el papel recordaba. No se confundía con nuevos olores. Otras ratas, si sabían
leer, podían ver en sus cabezas lo que el autor había visto.
Él había inventado mapas. Era un dibujo del mundo.
—Cosa asombrosa, esta nueva tecnología —dijo—. De modo que... hay
veneno marcado aquí, dos túneles atrás. ¿Lo aseguraste, Ensalmuera?
—Enterrado y pishado —dijo Ensalmuera, su segundo—. Era el veneno
gris Nº 2, además.
—Buena rata —dijo Canela Oscuro—. Es desagradable comerlo.
—Había keekees muertos todo alrededor.
—Apostaría a que sí. No hay antídoto para esa cosa.
—También encontramos bandejas de Nº 1 y Nº 3 —dijo Ensalmuera—.
Muchas de ellas.
—Puedes sobrevivir al veneno Nº 1 si eres sensato —dijo Canela
Oscuro—. Recuérdenlo, todos ustedes. Y si alguna vez comen veneno Nº 3,
tenemos algo que lo solucionará. Quiero decir, vivirán al final, pero habrá
uno o dos días en que desearán estar muertos.
—Hay montones de veneno, Canela Oscuro —dijo Ensalmuera,
nervioso—. Más de lo que jamás haya visto antes. Huesos de ratas por todas
partes.
—Importante consejo de seguridad allí, entonces —dijo Canela Oscuro,
poniéndose en camino a lo largo de un nuevo túnel—. No coman una rata
muerta a menos que sepan de qué murió. De otra manera morirán por el
veneno, también.
—Porotos Peligrosos dice que cree que no debemos comer ratas en
absoluto —dijo Ensalmuera.
—Sí, bien, tal vez —dijo Canela Oscuro—, pero en los túneles tienes que
ser práctico. Nunca permitas que una buena comida se desperdicie. ¡Y que
alguien despierte a Nutritiva!
—Un montón de veneno —dijo Ensalmuera, mientras el equipo seguía
adelante—. Realmente deben odiar a las ratas aquí.
Canela Oscuro no respondió. Podía ver que las ratas ya se estaban
poniendo nerviosas. Había un olor a miedo en las corridas de las ratas.
Nunca antes habían encontrado tanto veneno. Canela Oscuro generalmente
no se preocupaba por nada, y odiaba sentir que, profundo en sus huesos,
comenzaba la preocupación.
Una pequeña rata, sin aliento, se escurrió túnel arriba y se agachó
enfrente de él.
—Riñón, señor, Pishadores Pesados Nº 3 —dijo como en una
explosión—. ¡Encontramos una trampa, señor! ¡No del tipo acostumbrado!
¡Fresco se metió en ella! ¡Por favor venga!

Había mucha paja en el desván sobre el establo, y el calor que subía de


los caballos lo hacían muy cómodo.
Keith estaba echado de espaldas, mirando el techo y a sí mismo.
Maurice estaba observando su almuerzo, que movía nervioso su nariz.
Hasta el momento de saltar, Maurice parecía una elegante máquina
asesina. Todo se arruinó justo antes de que saltara. Su trasero subió, se
meneó más y más rápido de un lado al otro, su cola cortó el aire como una
serpiente, y entonces se lanzó hacia adelante, las garras afuera...
—¡Squeak!
—De acuerdo, he aquí el trato —dijo Maurice a la temblorosa pelota en
sus garras—. Sólo tienes que decir algo. Cualquier cosa. ‘Déjeme ir’, tal vez,
o incluso ‘¡Socorro!’. Squeak no da la talla. Es apenas un ruido. Sólo pídelo,
y te dejaré ir. Nadie puede decir que no soy altamente ético al respecto.
—¡Squeak! —gritó el ratón.
—De acuerdo —dijo Maurice, y lo mató en un instante. Se lo llevó a la
esquina, donde Keith ahora estaba sentado en la paja y terminaba un
emparedado de carne en escabeche.
—No pudo hablar —dijo Maurice, apresuradamente.
—No te pregunté —dijo Keith.
—Quiero decir, le di una oportunidad —dijo Maurice—. Me escuchaste,
¿correcto? Solamente tenía que decir que no quería ser comido.
—Bien.
—Está bien para ti, quiero decir, no es como si tuvieras que hablar con
un emparedado —dijo Maurice, como si todavía estuviera enojado por algo.
—No sabría qué decirle —dijo Keith.
—Y me gustaría señalar que tampoco jugué con él —dijo Maurice—. Un
golpe con la vieja garra y él estaba ‘adiós, eso es todo lo que escribió’,
excepto que obviamente el ratón no escribió nada, por no ser inteligente de
ninguna manera.
—Te creo —dijo Keith.
—Nunca sintió nada —continuó Maurice.
Se escuchó un grito, desde algún sitio en una calle cercana, y luego el
sonido de loza que se rompía. Había habido bastante de eso en la última
media hora.
—Suena como si los muchachos todavía estuvieran trabajando —dijo
Maurice, llevando al ratón muerto detrás de una pila de heno—. Nada logra
un buen grito como Sardinas bailando a través de la mesa.
Las puertas del establo se abrieron. Entró un hombre, enjaezó a dos de
los caballos, y los llevó afuera. Poco después se escuchó el sonido de un
coche saliendo del patio.
Unos segundos después, se escucharon tres fuertes golpes desde abajo.
Se repitieron. Y entonces, otra vez. Finalmente la voz de Malicia dijo:
—Ustedes dos, ¿están allá arriba o no?
Keith gateó fuera del heno y se asomó abajo.
—Sí —dijo.
—¿No escuchaste la llamada secreta? —dijo Malicia, mirándole con
fastidio.
—No sonó como un golpe secreto —dijo Maurice con la boca llena.
—¿Es ésa la voz de Maurice? —dijo Malicia con desconfianza.
—Sí —dijo Keith—. Tendrás que disculparlo, se está comiendo a alguien.
Maurice tragó rápidamente.
—¡No es alguien! —siseó—. ¡No es alguien a menos que pueda hablar!
¡De otra manera es sólo comida!
—¡Es una llamada secreta! —dijo Malicia cortante—. ¡Conozco de estas
cosas! ¡Y se supone que ustedes me responden con la llamada secreta!
—Pero si es sólo alguien que llama a la puerta para entrar, ya sabes,
mucha alegría general, y respondemos, ¿qué va a pensar que hay aquí
arriba? —dijo Maurice—. ¿Un escarabajo sumamente pesado?
Malicia se quedó inusitadamente silenciosa por un momento. Entonces
dijo:
—Buen punto, buen punto. Lo sé, gritaré ‘¡Soy yo, Malicia!’, y luego
haré la llamada secreta; así ustedes sabrán que soy yo y pueden responder
la llamada secreta. ¿De acuerdo?
—¿Por qué no sólo decimos ‘Hola, estamos aquí arriba’? —dijo Keith
inocentemente.
Malicia suspiró.
—¿No tienes ningún sentido de drama? Mira, mi padre se ha marchado
al Rathaus para ver a los otros miembros del concejo. ¡Dijo que lo de la loza
era el colmo!
—¿La loza? —dijo Maurice—. ¿Le contaste sobre Sardinas?
—Tuve que decir que fui asustada por una rata inmensa y que traté de
treparme al aparador para escapar —dijo Malicia.
—¿Mentiste?
—Sólo conté una historia —dijo Malicia tranquilamente—. Era una
buena, también. Era mucho más verdadera que lo que sonaría la verdad.
¿Una rata que baila tap? De todos modos, no estaba muy interesado porque
hoy hubo un montón de quejas. Tus ratas amaestradas realmente están
perturbando a las personas. Me estoy divirtiendo mucho.
—No son nuestras ratas, son sus ratas —dijo Keith.
—Y siempre trabajan rápido —dijo Maurice orgullosamente—. No
pierden el tiempo cuando se trata de... desordenar.
—En un pueblo donde estuvimos el mes pasado, el consejo puso un
anuncio solicitando un flautista de ratas la misma mañana siguiente —dijo
Keith—. Fue el gran día de Sardinas.
—Mi padre gritó mucho y mandó llamar a Blunkett y Spears, también —
dijo Malicia—. ¡Son los cazadores de rata! Y saben qué significa, ¿verdad?
Maurice y Keith se miraron.
—Finjamos que no —dijo Maurice.
—¡Quiere decir que podemos entrar por la fuerza en su cobertizo y
solucionar el misterio de las colas de cordón! —dijo Malicia. Lanzó a Maurice
una mirada crítica—. Por supuesto, sería más... satisfactorio si fuéramos
cuatro niños y un perro, que es el número correcto para una aventura, pero
saldremos del paso con lo que tenemos.[7]
—¡Hey, sólo robamos a los gobiernos! —dijo Maurice.
—Er, solamente a los gobiernos que no son padres de personas,
obviamente —dijo Keith.
—¿Y entonces? —dijo Malicia, lanzando a Keith una mirada rara.
—¡Eso no es lo mismo que ser criminales! —dijo Maurice.
—Ah, pero cuando tengamos la evidencia, podemos llevarla al concejo y
entonces no será criminal en absoluto porque estaremos salvando la
situación —dijo Malicia, con la paciencia cansada—. Por supuesto, puede ser
que el concejo y la Guardia estén confabulados con los cazadores de ratas
así que no debemos confiar en nadie. Realmente, ¿nunca han leído un libro?
Será oscuro pronto; vendré a recogerlos y podemos sacudir la chapuza.
—¿Podemos? —dijo Keith.
—Sí. Con una horquilla —dijo Malicia—. Sé que es posible, porque lo he
leído cientos de veces.
—¿Qué clase de chapuza es? —dijo Maurice.
—Una grande —dijo Malicia—. Eso lo hace más fácil, por supuesto. —Dio
media vuelta repentinamente y salió corriendo del establo.
—¿Maurice? —dijo Keith.
—¿Sí? —dijo el gato.
—¿Qué es una chapuza y cómo la sacudes?
—No lo sé. ¿Una cerradura, tal vez?
—Pero dijiste...
—Sí, pero sólo estaba tratando de que siguiera hablando en caso de que
se pusiera violenta —dijo Maurice—. Está medio loca, si me preguntas. Es
una de esas personas como... los actores. Ya sabes. Actuando todo el
tiempo. No vive en el mundo real en absoluto. Como si todo fuera una gran
historia. Porotos Peligrosos es un poco así. Persona sumamente peligrosa, en
mi opinión.
—¡Es una rata muy amable y atenta!
—Ah, sí, pero el problema es, mira, que piensa que todos los demás son
como él. Personas así son malas noticias, chico. Y nuestra amiga, pequeña
dama, cree que la vida es como un cuento de hadas.
—Bien, eso es inofensivo, ¿verdad? —dijo Keith.
—Sí, pero en los cuentos de hadas, cuando alguien muere... es sólo una
palabra.

El equipo de Pishadores Pesados Nº 3 estaba tomando un descanso, y


se habían quedado sin munición en todo caso. Nadie tenía ganas de ir más
allá de la trampa hasta el hilo de agua que goteaba por la pared. Y a nadie
le gustaba mirar lo que estaba en la trampa.
—Pobre viejo Fresco —dijo una rata—. Era una buena rata.
—Debería haber prestado atención por dónde estaba caminando, sin
embargo —dijo otra rata.
—Creía que él sabía todo —dijo otra rata—. Una rata decente, sin
embargo, aunque un poco hediondo.
—Entonces, saquémoslo de la trampa, ¿de acuerdo? —dijo la primera
rata—. No se ve bien dejarlo ahí de ese modo.
—Sí. Especialmente porque estamos hambrientos.
Una de las ratas dijo:
—Porotos Peligrosos dice que no deberíamos comer ratas en absoluto.
—No, sólo si no sabes de qué murieron —dijo otra rata—, porque
podrían haber muerto envenenadas.
—Y sabemos de qué murió él —dijo otra rata—. Murió apretujado. No
puedes pescar apretujamiento.
Todas miraron al difunto Fresco.
—¿Qué piensan que pasa, después de que estás muerto? —dijo una
rata, lentamente.
—Te comen. O te secas, o te pones mohoso.
—¿Qué, todo completo?
—Bien, la gente generalmente deja los pies.
La rata que había hecho la pregunta dijo:
—¿Pero qué le pasa a la parte de adentro?
Y la rata que había mencionado los pies dijo:
—Oh, ¿la parte verde, esponjosa y que tiembla? No, también tienes que
dejar eso. Sabe horrible.
—No, quise decir la parte de adentro que eres tú. ¿Adónde se va eso?
—Lo siento, me has perdido allí.
—Bien... ya sabes, como... ¿sueños?
Las ratas asintieron. Conocían los sueños. Los sueños habían venido
como una gran conmoción cuando empezaron.
—Bien, entonces, en los sueños, cuando eres perseguido por perros o
estás volando o lo que sea... ¿quién es el que está haciendo eso? No es tu
cuerpo, porque está dormido. Así que debe ser una parte invisible que vive
adentro, ¿sí? Y estar muerto es como estar dormido, ¿verdad?
—No exactamente como dormido —dijo una rata, indecisa, echando un
vistazo a la cosa bastante plana antes conocida como Fresco—. Quiero decir,
no se sale toda la sangre y las partes. Y te despiertas.
—Entonces —dijo la rata que había hecho la pregunta sobre la parte
invisible—, cuando te despiertas, ¿a dónde se va el sueño? Cuando te
mueres, ¿adónde se va esa parte que está dentro?
—¿Cuál, la parte verde que tiembla?
—¡No! ¡La parte que está detrás de tus ojos!
—¿Quiere decir la parte gris rosada?
—¡No, no ésa! ¡La parte invisible!
—¿Cómo podría saberlo? ¡Nunca he visto una parte invisible!
Todas las ratas miraron a Fresco.
—No me gusta esta clase de charla —dijo una de ellas—. Me recuerda
las sombras a la luz de la vela.
—¿Escuchaste de la Rata Huesos? —dijo otro—. Dicen que viene y te
recoge cuando estás muerto.
—Dicen, dicen —farfulló una rata—. Dicen que hay una Gran Rata
Subterránea que lo hizo todo, dicen. ¿También hizo a los humanos?
¡Debemos gustarle realmente mucho, para hacer también a los humanos!
¿Huh?
—¿Cómo lo sé? Tal vez fueron hechos por un Gran Humano.
—Oh, ahora estás siendo tonto —dijo la rata que dudaba, que se
llamaba Tomate.[8]
—Muy bien, muy bien, pero tienes que admitir que todo no podría
haber, bien, sólo aparecido, ¿verdad? Tiene que haber una razón. Y Porotos
Peligrosos dice que hay cosas que debemos hacer porque están bien, bien,
¿quién resuelve lo que está bien? ¿De dónde vienen el ‘bien’ y el ‘mal’?
Dicen, que si has sido una buena rata, tal vez la Gran Rata tenga ese túnel
lleno de buena comida donde te llevará la Rata Huesos.
—Pero Fresco todavía está aquí. ¡Y no he visto una rata huesuda!
—Ah, pero dicen que solamente le ves si viene por ti.
—¿Oh? ¿Oh? —dijo otra rata, nerviosa hasta el punto del sarcasmo—.
Entonces cómo es que ellos la ven, ¿eh? ¡Díganme eso! ¡La vida es bastante
mala como es sin tener que preocuparte por cosas invisibles que no puedes
ver!
—Muy bien, muy bien, ¿qué ha estado ocurriendo?
Las ratas giraron, repentina e increíblemente complacidas de ver a
Canela Oscuro llegar por el túnel.
Canela Oscuro se abrió paso a empujones. Había traído a Nutritiva
consigo. Nunca era demasiado pronto, decía, para que un miembro del
escuadrón supiera qué le pasaba a la gente que hacía mal las cosas.
—Ya veo —dijo, mirando la trampa. Sacudió la cabeza tristemente—.
¿Qué les digo a todos?
—No usar túneles que no hayan sido marcados limpios, señor —dijo
Tomate—. Pero Fresco, bien, no es un... nunca fue un buen oyente. Y le
gustaba seguir así, señor.
Canela Oscuro examinó la trampa, y trató de mantener la cara fija en
una expresión de determinación confiada. Era difícil hacerlo, sin embargo.
Nunca había visto una trampa como ésa. Se veía realmente desagradable,
un estrujador más que un cortador. Había sido puesta donde era seguro que
una rata tropezaría al ir con prisa hacia el agua.
—No va a escuchar nunca más ahora, eso es seguro —dijo—. La cara
me parece familiar. O sea, aparte de los ojos saltones y la lengua colgando.
—Er, usted habló con Fresco en la revista de esta mañana, señor —dijo
una rata—. Le dijo que era ascendido a pishador y que tuviera éxito, señor.
La expresión de Canela Oscuro quedó en blanco. Entonces dijo:
—Tenemos que irnos. Estamos encontrando muchas trampas en todos
lados. Abriremos camino de regreso para ustedes. Nadie irá más allá a lo
largo de ese túnel, ¿comprendido? ¡Todos dicen ‘¡Sí, Canela Oscuro!’
—Sí, Canela Oscuro —corearon las ratas.
—Y uno de ustedes se queda de guardia —dijo Canela Oscuro—. Podría
haber más trampas por ese lado.
—¿Qué haremos con Fresco, señor? —preguntó Tomate.
—No coman la parte verde que tiembla —dijo Canela Oscuro, y salió a
velocidad.
¡Trampas!, pensó. Había demasiadas. Y demasiado veneno. Incluso los
miembros experimentados del escuadrón se estaban poniendo nerviosos
ahora. No le gustaba encontrarse con cosas desconocidas. Descubrías qué
eran las cosas desconocidas cuando te mataban.
Las ratas se estaban dispersando por debajo del pueblo, y no era como
ningún otro pueblo que hubieran encontrado. Todo el lugar era una trampa
de ratas. No habían encontrado un solo keekee vivo. Ni uno. Eso no era
normal. En todos lados había ratas. Donde tenías humanos, tenías ratas.
Y encima de todo lo demás, las ratas jóvenes estaban pasando
demasiado tiempo preocupándose por... cosas. Cosas que no podías ver u
oler. Cosas de sombras. Canela Oscuro sacudió la cabeza. No había lugar en
los túneles para ese tipo de pensamientos. La vida era real, la vida era
práctica, y la vida podía irse realmente rápido si no estabas prestando
atención...
Notó que Nutritiva miraba a su alrededor y olfateaba el aire mientras
trotaban a lo largo de una cañería.
—Eso está correcto —dijo con aprobación—. Nunca puedes tener
demasiado cuidado. Nunca entres corriendo. Incluso la rata enfrente de ti
podría haber tenido suerte y evitado el gatillo.
—Sí, señor.
—No te preocupes demasiado, sin embargo.
—Se veía espantosamente... plano, señor.
—Los tontos entran corriendo, Nutritiva. Los tontos entran corriendo...
Canela Oscuro podía sentir el miedo extendiéndose. Le preocupaba. Si
los Cambiados entraban en pánico, lo harían como ratas. Y los túneles en
esta ciudad no eran ningún lugar para que una rata aterrorizada ande
corriendo. Pero si una rata rompía filas y corría, entonces la mayoría la
seguiría. El olfato prevalecía en los túneles. Cuando las cosas iban bien,
todos se sentían bien. Cuando el miedo llegaba, fluía a través de las líneas
como la crecida. El pánico, en el mundo rata, era una clase de enfermedad
que podía ser pescada demasiado fácilmente.
Las cosas no se pusieron nada mejor cuando alcanzaron al resto del
escuadrón de trampas. Esta vez, habían encontrado un nuevo veneno.
—No se preocupen —dijo Canela Oscuro, que estaba preocupado—.
Hemos encontrado nuevos venenos antes, ¿correcto?
—No por siglos —dijo una rata—. ¿Recuerda ése en Scrote? ¿Con las
partes azules y brillantes? ¿Que quemaba si te llegaba a los pies? ¿Que las
personas tropezaron con él antes de que lo supieran?
—¿Tienen ése aquí?
—Es mejor que venga y vea.
En uno de los túneles había una rata tendida de costado. Sus pies
estaban curvados hacia arriba, tensos como puños. Estaba gimiendo.
Canela Oscuro echó un vistazo y supo que, para esta rata, todo estaba
terminado. Era solamente cuestión de tiempo. Para las ratas allá en Scrote,
había sido una horrible cuestión de tiempo.
—Podría morderla atrás en su cuello —dijo una rata, ofreciéndose—.
Todo terminaría rápidamente.
—Es un pensamiento amable, pero esa cosa se mete en la sangre —dijo
Canela Oscuro—. Busca una trampa cortante que no haya sido asegurada.
Hazlo con cuidado.
—¿Poner a una rata en una trampa, señor? —dijo Nutritiva.
—¡Sí! ¡Es mejor morir rápido que lento!
—Aún así, es... —comenzó a protestar la rata que había ofrecido a
morder.
Los pelos alrededor de la cara de Canela Oscuro se pararon. Se
encabritó y mostró los dientes.
—¡Haz lo que te he dicho o te morderé! —bramó.
La otra rata se encogió.
—Muy bien, Canela Oscuro, muy bien...
—¡Y advierte a todos los otros escuadrones! —bramó Canela Oscuro—.
¡Esto no es atrapar ratas, esto es la guerra! ¡Todos se echan para atrás
rápidamente! ¡Nadie toca nada! Vamos a... ¿Sí? ¿Qué es esta vez?
Una pequeña rata se había deslizado hasta Canela Oscuro. Cuando el
buscador de trampas dio media vuelta, la rata se agachó apresuradamente,
casi rodando de espaldas para demostrar qué pequeña e inofensiva era.
—Por favor, señor... —farfulló.
—¿Sí?
—Esta vez hemos encontrado uno vivo...

CAPÍTULO 6

El Sr. Conejín sabía que había aventuras grandes y aventuras


pequeñas. Nadie te dice de qué tamaño iban a ser antes de empezar. A
veces podías tener una gran aventura incluso cuando permanecías quieto.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

—¿Hola? Hola, soy yo. ¡Y voy a hacer la llamada secreta ahora! —Se
escucharon tres golpes en la puerta del establo, y luego la voz de Malicia se
elevó otra vez—. Hola, ¿escucharon la llamada secreta?
—Quizás se vaya si nos quedamos en silencio —dijo Keith, en la paja.
—No lo creo —dijo Maurice. Levantó la voz y gritó—: ¡Estamos aquí
arriba!
—Todavía tienes que hacer la llamada secreta —gritó Malicia.
—Oh, prbllttrrrp —dijo Maurice por lo bajo, y afortunadamente ningún
humano sabe qué mala palabrota era ésa en idioma gato—. Mira, soy yo,
¿de acuerdo? ¿Un gato? ¿Que habla? ¿Cómo me reconocerás? ¿Llevaré un
clavel rojo?
—No creo que seas un gato que hable correctamente, de todos modos
—dijo Malicia, trepando la escalerilla. Todavía vestía de negro, y había
envuelto su pelo en una bufanda negra. También tenía una gran bolsa
colgando del hombro.
—Cielos, lo tienes bien entendido —dijo Maurice.
—Quiero decir, tú no llevas botas, ni una espada, ni tienes un gran
sombrero con una pluma —dijo la niña, trepándose al desván.
Maurice le lanzó una larga mirada.
—¿Botas? —dijo al fin—. ¿Sobre estas garras?
—Oh, estaba en una imagen en un libro que leí —dijo Malicia,
tranquilamente—. Uno tonto para niños. Lleno de animales que se vestían
como humanos.
Cruzó por la mente gatuna de Maurice, y no por primera vez, que si se
movía rápido podía estar fuera de la ciudad en cinco minutos y sobre una
barcaza o algo.
Una vez, cuando no era más que un gatito, había sido llevado a casa
por una pequeña niña que lo había vestido con ropa de muñeca y lo sentó en
una mesa pequeña con un par de muñecas y tres cuartos de osito de
peluche. Había logrado escapar a través de una ventana abierta, pero le
había llevado todo el día salir del vestido. Esa niña podría haber sido Malicia.
Ella pensaba que los animales eran sólo personas que no estaban prestando
suficiente atención.
—No voy con la ropa —dijo. No era una gran frase, pero era
probablemente mejor que decir ‘Creo que estás loca’.
—Podrías verte mejor —dijo Malicia—. Está casi oscuro. ¡Vámonos! ¡Nos
moveremos como gatos!
—Oh, correcto —dijo Maurice—. Supongo que puedo hacer eso.
Aunque, pensó unos minutos después, ningún gato jamás se movió
como Malicia. Obviamente ella pensaba que era inútil verse discreta a menos
que las personas pudieran ver que estabas siendo discreta. Unas personas
en la calle realmente se detuvieron para mirarla mientras se movía
sigilosamente a lo largo de las paredes y se escabullía de una entrada a l
otra. Maurice y Keith caminaban detrás de ella. Nadie les prestó ninguna
atención.
Al final, en una calle angosta, se detuvo en un edificio negro con un
gran cartel de madera colgando sobre la puerta. El cartel mostraba un
montón de ratas, una especie de estrella hecha con ratas, con todas sus
colas atadas juntas en un gran nudo.
—El cartel del antiguo Gremio de Cazadores de Ratas —susurró Malicia,
bajando la bolsa del hombro.
—Lo sé —dijo Keith—. Se ve horrible.
—Forma un diseño interesante, sin embargo —dijo Malicia.
Una de las cosas más significativas sobre la puerta debajo del cartel era
el gran candado que la mantenía cerrada. Raro, pensó Maurice. Si las ratas
hacen que tus piernas estallen, ¿por qué los cazadores de ratas tienen que
tener un gran cerrojo en su cobertizo?
—Afortunadamente, estoy preparada para cada eventualidad —dijo
Malicia, y metió la mano en la bolsa. Se escuchó un sonido como de trozos
de metal y botellas que se movían.
—¿Qué tienes ahí dentro? —preguntó Maurice—. ¿De todo?
—El garfio y la escalerilla de soga ocupan mucho espacio —dijo Malicia,
todavía buscando—. Y también está el equipo grande de medicina, y el
pequeño, y el cuchillo, y el otro cuchillo, y el equipo de coser, y el espejo
para enviar señales y... éstas...
Sacó un pequeño atado de tela negra. Cuando lo desenrolló, Maurice vio
el brillo del metal.
—Ah —dijo—. Punzones de cerradura, ¿correcto? He visto a los ladrones
trabajar...
—Horquillas —dijo Malicia, seleccionando una—. Las horquillas siempre
dan resultado en los libros que he leído. Sólo la empujas en el ojo de la
cerradura y jugueteas. Tengo un surtido de dobladas previamente.
Otra vez, Maurice sintió un escalofrío en la nuca. Dan resultado en las
historias, pensó. Oh cielos.
—¿Y cómo es que sabes tanto sobre forzar cerraduras? —dijo.
—Te dije, me dejan fuera de mi habitación para castigarme —dijo
Malicia, jugueteando.
Maurice había visto trabajar a los ladrones. Los hombres que por la
noche irrumpían por la fuerza en los edificios odiaban ver perros, pero no les
importaban los gatos. Los gatos nunca intentaban destrozarles la garganta.
Y sabía que los ladrones solían tener pequeñas herramientas complicadas
que eran usadas con gran cuidado y precisión. No usaban estúpi...
¡Clic!
—Bien —dijo Malicia con voz satisfecha.
—Eso fue sólo suerte —dijo Maurice mientras el candado se balanceaba,
abierto. Miró a Keith—. También tú piensas que es sólo suerte, ¿eh, chico?
—¿Cómo saberlo? —dijo Keith—. Nunca antes he visto hacer eso.
—Sabía que daría resultado —dijo Malicia—. Así fue en el cuento de
hadas La Séptima Esposa de Barbaverde, donde ella escapó de su Habitación
del Terror y lo apuñaló en el ojo con un arenque congelado.
—Ésa era una ‘historia ligera’9 —dijo Keith.
—Sí —dijo Malicia con orgullo—. Directamente de los Cuentos de Hadas
Horrorosos.
—Tienen algunas hadas malas por estos lares —dijo Maurice,
sacudiendo la cabeza.
Malicia abrió la puerta.
—Oh, no —gimió—. No esperaba esto...

En algún lugar debajo de las garras de Maurice, y a una calle de


distancia, la única rata local que los Cambiados habían encontrado viva
estaba agazapada enfrente de Porotos Peligrosos. Habían hecho regresar a
los escuadrones. No estaba resultando ser un buen día.
Trampas que no mataban, pensó Canela Oscuro. Las encontrabas a
veces. A veces los humanos querían atrapar ratas vivas.
Canela Oscuro no confiaba en los humanos que querían atrapar ratas
vivas. Las trampas honestas que mataban directamente... bien, eran malas,
pero habitualmente podías evitarlas y por lo menos había algo limpio en
ellas. Las trampas vivas eran como el veneno. Hacían trampas.
Porotos Peligrosos estaba observando al recién llegado. Era extraño,

9
Chiste perdido. Juego de palabras entre fairy (de hadas) y airy (ligera). (Nota del traductor)
pero la rata que podía tener los pensamientos menos ratosos era también la
mejor para hablar con los keekees, excepto que hablar no era la palabra
correcta. Nadie, ni siquiera Jamón de Puerco, tenía un olfato como el de
Porotos Peligrosos.
Por cierto, la nueva rata no estaba dando ningún problema. En primer
lugar, estaba rodeada por ratas que eran grandes, bien alimentadas y
recias, de modo que su cuerpo estaba diciendo respetuosamente señor tan
fuerte como podía. Los Cambiados también le habían dado un poco de
comida, que tragaba más que comía.
—Estaba en una caja —dijo Canela Oscuro, que estaba dibujando en el
piso con un palo—. Hay muchas de ellas aquí.
—Una vez fui atrapado en una —dijo Jamón de Puerco—. Entonces llegó
una humana femenina y me lanzó sobre la pared de jardín. No pude
entender el sentido de lo que hizo.
—Creo que algunos humanos lo hacen para ser amables —dijo
Melocotones—. Sacan a las ratas afuera de la casa sin matarlas.
—No le sirvió de nada, de todos modos —dijo Jamón de Puerco, con
satisfacción—. Volví la noche siguiente y pishé sobre el queso.
—Creo que nadie está tratando de ser amable aquí —dijo Canela
Oscuro—. Había otra rata con ella. Por lo menos —añadió—, había parte de
una rata con ella. Creo que la estaba comiendo para mantenerse viva.
—Muy sensato —aprobó Jamón de Puerco.
—Encontramos otra cosa —dijo Canela Oscuro, todavía dibujando
surcos en la tierra—. ¿Puede ver éstos, señor?
Había dibujado líneas y garabatos sobre el piso.
—Jrunf. Puedo verlos, pero no tengo que saber qué son —dijo Jamón de
puerco. Se frotó la nariz—. Nunca he necesitado nada más que esto.
Canela Oscuro lanzó un suspiro paciente.
—Entonces huela, señor, que esto es un... un dibujo de todos los
túneles que hemos explorado hoy. Es... la forma que tengo en mi cabeza.
Hemos explorado mucho del pueblo. Hay un montón... —lanzó un vistazo a
Melocotones—, un montón de trampas amables, principalmente vacías. Hay
veneno por todas partes. Es casi todo muy viejo. Muchas trampas vivas
vacías. Muchas trampas asesinas, todavía instaladas. Y ninguna rata viva.
Ninguna en absoluto, excepto nuestro... nuevo amigo. Sabemos que hay
algo muy raro. Olfateé un poco alrededor del lugar donde la encontré, y olí
ratas. Muchas ratas. Quiero decir montones.
—¿Vivas? —preguntó Porotos Peligrosos.
—Sí.
—¿Todas en un lugar?
—Así huele —dijo Canela Oscuro—. Creo que un escuadrón debería ir y
echar un vistazo.
Porotos Peligrosos se acercó a la rata y la olfateó otra vez. La rata lo
olfateó. Se tocaron las garras. Los Cambiados que observaban estaban
asombrados. Porotos Peligrosos estaba tratando al keekee como a un igual.
—Montones de cosas, montones de cosas —murmuró—. Muchas ratas...
humanos... miedo... mucho miedo... montones de ratas, atestadas...
comida... rata... ¿Dijo que ha estado comiendo rata?
—Es un mundo de rata-come-rata —dijo Jamón de Puerco—. Siempre lo
ha sido, siempre lo será.
Porotos Peligrosos arrugó la nariz.
—Hay algo más. Algo... raro. Extraño... está realmente asustada.
—Ha estado en una trampa —dijo Melocotones—. Y entonces nos
conoció.
—Mucho... peor que eso —dijo Porotos Peligrosos—. Está... está
asustada de nosotros porque somos ratas extrañas pero le huelo alivio de
que no... seamos lo que ella solía...
—¡Humanos! —escupió Canela Oscuro.
—No... lo... creo...
—¿Otras ratas?
—Sí... no... yo... no... es difícil decirlo...
—¿Perros? ¿Gatos?
—No. —Porotos Peligrosos retrocedió—. Algo nuevo.
—¿Qué haremos con ella? —dijo Melocotones.
—Dejarla ir, supongo.
—¡No podemos hacer eso! —dijo Canela Oscuro—. Hemos desactivado
todas las trampas que encontramos pero todavía hay veneno por todo el
lugar. No enviaría a un ratón a ese lote. No ha tratado de atacarnos,
después de todo.
—¿Entonces? —dijo Jamón de Puerco—. ¿Qué es otro keekee muerto?
—Sé lo que quiere decir Canela Oscuro —dijo Melocotones—. No
podemos enviarla a morir.
Gran Ahorro se adelantó y puso una garra alrededor de la joven
hembra, abrazándola protectora. Miró furiosa a Jamón de Puerco. Aunque a
veces podía morderlo si estaba enojada, no discutiría con él. Era demasiado
vieja para hacerlo. Pero su expresión dijo: todos los machos son estúpidos,
tú estúpida rata vieja.
Parecía perdido.
—Hemos matado keekees, ¿verdad? —dijo tristemente—. ¿Por qué
queremos a éste dando vueltas por aquí?
—No podemos enviarla a morir —dijo Melocotones, mirando la
expresión de Porotos Peligrosos otra vez. Tenía esa mirada distante en sus
ojos rosados.
—¿Quieres que ande por allí comiendo nuestra comida y desordenando
las cosas? —dijo Jamón de Puerco—. No puede hablar, no puede pensar...
—¡Ni tampoco nosotros, no hace mucho tiempo! —respondió
Melocotones, con brusquedad—. ¡Todos éramos como ella!
—¡Podemos pensar ahora, joven hembra! —dijo Jamón de Puerco con el
pelo parado.
—Sí —dijo Porotos Peligrosos con calma—. Podemos pensar. Podemos
pensar lo que hacemos. Podemos tener lástima del inocente que no nos
quiere causar ningún daño. Y es por eso que puede quedarse.
La cabeza de Jamón de Puerco giró bruscamente. Porotos Peligrosos
todavía se encontraba cara a cara con el recién llegado. Jamón de Puerco se
encabritó instintivamente, una rata lista para pelear. Pero Porotos Peligrosos
no pudo verlo.
Melocotones observó a la vieja rata con preocupación. Había sido
desafiado, por una pequeña rata enclenque que no duraría un segundo en
una pelea. Y Porotos Peligrosos ni siquiera se había dado cuenta de que
había lanzado el desafío.
Él no piensa de ese modo, se dijo a sí misma Melocotones.
Las otras ratas estaban observando a Jamón de Puerco. Ellas todavía
pensaban de ese modo, y estaban esperando ver lo que haría.
Pero incluso Jamón de Puerco estaba cayendo en la cuenta de que
atacar a la rata blanca sería inimaginable. Sería como cortar su propia cola.
Muy cuidadosamente se relajó.
—Es sólo una rata —farfulló.
—Pero tú, querido Jamón de Puerco, no lo eres —dijo Porotos
Peligrosos—. ¿Irás con el escuadrón de Canela Oscuro a averiguar de dónde
vino? Podía ser peligroso.
Esto hizo que el pelo de Jamón de Puerco se erizara otra vez.
—¡No le tengo miedo al peligro! —bramó.
—Por supuesto que no. Es por eso que debes ir. Ella estaba aterrorizada
—dijo Porotos Peligrosos.
—¡Nunca le he tenido miedo a nada! —gritó Jamón de Puerco.
Ahora Porotos Peligrosos se volvió para encontrarse cara a cara con él.
A la luz de la vela los ojos rosados tenían un brillo. Jamón de Puerco no era
una rata que pasaba mucho tiempo pensando en cosas que no podía ver, ni
oler, ni morder, pero...
Levantó la mirada. La luz de la vela hacía que las grandes sombras de
rata bailaran sobre la pared. Jamón de Puerco había escuchado que las ratas
jóvenes hablaban de sombras y sueños, y de lo que le pasaba a tu sombra
después de que habías muerto. Él no se preocupaba por esas cosas. Las
sombras no podían morderlo. No había nada a qué tenerle miedo en las
sombras. Pero ahora su propia voz en su cabeza le decía Estoy asustado de
lo que esos ojos pueden ver. Miró a Canela Oscuro que estaba rascando algo
en el barro con uno de sus palos.
—Iré, pero dirigiré la expedición —dijo—. ¡Soy la rata mayor aquí!
—Eso no me preocupa —dijo Canela Oscuro—. El Sr. Clicoso va al frente
en todo caso.
—Pensé que se había hecho pedazos la semana pasada —dijo
Melocotones.
—Nos quedan dos —dijo Canela Oscuro—. Entonces tendremos que
atacar otra tienda de mascotas.
—Soy el líder —dijo Jamón de Puerco—. Yo diré qué haremos, Canela
Oscuro.
—Muy bien, señor. Muy bien —dijo Canela Oscuro, todavía dibujando en
el barro—. Y sabe cómo asegurar todas las trampas, ¿verdad?
—¡No, pero puedo decirte que lo hagas!
—Bien. Bien —dijo Canela Oscuro, haciendo más marcas con su palo y
sin mirar al jefe—. Y me dirá qué palancas no tocar y qué partes dejar
abiertas, ¿verdad?
—No tengo que saber sobre trampas —dijo Jamón de Puerco.
—Pero yo sí, señor —dijo Canela Oscuro, con la misma voz calma—. Y le
digo que hay un par de cosas sobre algunas de estas nuevas trampas que no
comprendo, y hasta que las comprenda sugeriría muy respetuosamente que
me deje todo a mí.
—¡Ésa no es manera de hablar a una rata superior!
Canela Oscuro le lanzó una mirada, y Melocotones contuvo la
respiración.
Éste es el enfrentamiento, pensó. Aquí es donde averiguamos quién es
el líder.
Entonces Canela Oscuro dijo:
—Lo siento. La impertinencia no fue intencional.
Melocotones captó el asombro entre los machos más viejos que estaban
mirando. Canela Oscuro. ¡Había cedido! ¡No había saltado!
Pero no se había encogido, tampoco.
El pelo de Jamón de Puerco se asentó. La vieja rata se sentía perdida y
no sabía cómo enfrentarse con esto. Todas las señales estaban confusas.
—Bien, er...
—Obviamente, como líder usted debe dar las órdenes —dijo Canela
Oscuro.
—Sí, er...
—Pero mi consejo, señor, es que lo investiguemos. Las cosas
desconocidas son peligrosas.
—Sí. Indudablemente —dijo Jamón de Puerco—. Sí, efectivamente.
Investigaremos. Por supuesto. Hazte cargo. Soy el líder, y eso es lo que
estoy diciendo.

Maurice miró a su alrededor en el interior del cobertizo de los cazadores


de ratas.
—Parece un cobertizo de cazadores de ratas —dijo—. Bancos, sillas,
cocina, muchas pieles de rata colgando, pilas de trampas viejas, un par de
bozales de perro, rollos de alambre de malla, considerable evidencia de una
falta total de limpieza. Es lo que yo hubiera esperado que parezca el interior
de una cabaña de cazadores de ratas.
—Estaba esperando algo... horrible y sin embargo interesante —dijo
Malicia—. Alguna pista horrible.
—¿Tiene que haber una pista? —dijo Keith.
—¡Por supuesto! —dijo Malicia, mirando debajo de una silla—. Mira,
gato, hay dos tipos de personas en el mundo. Están los que tienen la trama,
y los que no.
—El mundo no tiene una trama —dijo Maurice—. Las cosas sólo...
ocurren, una tras otra.
—Sólo si piensas en ello así —dijo Malicia, mucho más engreída en
opinión de Maurice—. Siempre hay una trama. Sólo tienes que saber dónde
mirar. —Hizo una pausa de un momento y luego dijo—: ¡Mira! ¡Ésa es la
palabra! ¡Habrá un pasaje secreto, por supuesto! ¡Todos a buscar la entrada
al pasaje secreto!
—Er... ¿cómo sabremos que es la entrada a un pasaje secreto? —dijo
Keith, aun más perplejo que lo normal—. ¿Cómo se ve un pasaje secreto?
—¡No lo parecerá, por supuesto!
—Oh, bien, en tal caso puedo ver docenas de pasajes secretos —dijo
Maurice—. Puertas, ventanas, ese calendario de la Compañía de Venenos
Acme, esa alacena ahí, ese hueco de ratas, ese escritorio, ese...
—Sólo está siendo sarcástico —dijo Malicia, levantando el calendario e
inspeccionando seriamente la pared detrás de él.
—En realidad, sólo estaba siendo impertinente —dijo Maurice—, pero
puedo ser sarcástico si quieres.
Keith miró el largo banco que estaba enfrente de un arcón cubierto con
antiguas redes. Las trampas se apilaban sobre él. Trampas de toda clase. Y
junto a ellas una hilera de viejas latas maltratadas y potes con etiquetas
como ‘¡Peligro: Dióxido de Hidrógeno!, y ‘RatBane’, y ‘FireGut’, y
‘Polyputaketlon: Extrema Precaución’, y ‘¡¡¡RatAway!!!’, y ‘¡Killerat!’, y
‘¡¡¡Esencia de Alambre de Púas: Peligro!!!’, y —se inclinó para leer éste—
‘Azúcar’. Había también un par de jarros y una tetera. Sobre el banco estaba
esparcido un polvo blanco, verde y gris. Incluso había caído un poco en el
piso.
—Podrías tratar de ser de alguna ayuda —dijo Malicia, golpeteando las
paredes.
—No sé cómo buscar algo que no se parece a la cosa que estoy
buscando —dijo Keith—. ¡Y guardan el veneno justo al lado del azúcar! Y
tantos venenos...
Malicia retrocedió y se sacó el pelo de los ojos.
—Esto no está resultando —dijo.
—¿Supongo que podría no haber un pasaje secreto? —dijo Maurice—.
Sé que es una idea algo audaz, pero quizás éste es sólo un cobertizo
corriente.
Incluso Maurice retrocedió un poco ante la fuerza de la mirada de
Malicia.
—Tiene que haber un pasaje secreto —dijo—. De otra manera no tiene
sentido. —Chasqueó los dedos—. ¡Por supuesto! ¡Lo estamos haciendo mal!
¡Todos saben que nunca encuentras el pasaje secreto buscándolo! ¡Es
cuando te das por vencido y te apoyas contra la pared que operas el
interruptor secreto sin querer!
Maurice miró a Keith en busca de ayuda. Él era un humano, después de
todo. Debía saber cómo manejar algo como Malicia. Pero Keith sólo estaba
paseando alrededor del cobertizo, mirando las cosas.
Malicia se inclinó contra la pared con increíble indiferencia. No se
escuchó ningún clic. No se deslizaron paneles en el piso.
—Probablemente el lugar equivocado —dijo—. Apoyaré inocentemente
mi brazo sobre este gancho de ropa. —No ocurrió que se abriera de repente
una puerta en la pared en absoluto—. Por supuesto, ayudaría si hubiera un
candelabro ornamentado —dijo Malicia—. Son siempre una palanca segura
de un pasaje secreto. Todos los aventureros lo saben.
—No hay un candelabro —dijo Maurice.
—Lo sé. Algunas personas no tienen idea en absoluto de cómo diseñar
un correcto pasaje secreto —dijo Malicia. Se apoyó contra otra parte de la
pared, acción que tampoco tuvo ningún efecto.
—No creo que lo encuentres así —dijo Keith, que estaba examinando
cuidadosamente una trampa.
—¿Oh? ¿No? —dijo Malicia—. ¡Bien, por lo menos estoy siendo
constructiva sobre las cosas! ¿Dónde mirarías, ya que eres tan experto?
—¿Por qué hay un agujero de ratas en un cobertizo de cazadores de
ratas? —dijo Keith—. Huele a ratas muertas, perros mojados y a veneno. No
estaría cerca de este lugar si fuera una rata.
Malicia lo miró furiosa. Entonces su cara se envolvió en una expresión
de aguda concentración, como si estuviera probando algunas ideas en su
cabeza.
—S-sí —dijo—. Eso habitualmente resulta, en las historias. A menudo la
persona estúpida tiene una buena idea por accidente. —Se agachó y espió
dentro del agujero—. Hay una especie de pequeña palanca —dijo—. Le daré
un pequeño empujón...
Se escuchó un clonk bajo el piso, parte de él se movió hacia atrás, y
Keith cayó fuera de la vista.
—Oh, sí —dijo Malicia—. Pensé que algo así ocurriría probablemente...

El Sr. Clicoso salió dando tumbos a lo largo del túnel, zumbando.


Las ratas jóvenes habían masticado sus orejas, y la cola de cordel había
sido cortada por una trampa, y otras trampas habían abollado su cuerpo,
pero tenía esta ventaja: las trampas inesperadas no podían matar al Sr.
Clicoso porque no estaba vivo, y no estaba vivo porque era movido por una
cuerda.
Su llave zumbaba dando vueltas. Un cabo de vela ardía en su espalda.
El resto del escuadrón de trampas Nº 1 observaba.
—En cualquier minuto a partir de ahora... —dijo Canela Oscuro.
Se escuchó un chasquido y un sonido mejor descrito como ¡gloink! La
luz se apagó. Entonces una rueda dentada rodó lentamente hacia atrás por
el túnel y cayó enfrente de Jamón de Puerco.
—Pensé que la tierra parecía un poco perturbada allí —dijo Canela
Oscuro con voz satisfecha. Dio media vuelta—. ¡Está bien, muchachos!
¡Suelten al otro Sr. Clicoso, y quiero media docena de ustedes con una soga
para desenterrar esa trampa y arrastrarla fuera del camino!
—Todas estas pruebas de terreno nos están demorando, Canela Oscuro
—dijo Jamón de Puerco.
—Muy bien, señor —dijo Canela Oscuro, mientras el escuadrón los
pasaba a toda velocidad—. Usted va adelante. Ésa sería una buena idea,
porque sólo nos queda un Sr. Clicoso. Espero que este pueblo tenga una
tienda de mascotas.10
—Sólo creo que debemos movernos más rápido —dijo Jamón de Puerco.
—Está bien, entonces usted sale, señor. Trate de gritar dónde está la
siguiente trampa antes de ser atrapado.
—Soy el líder, Canela Oscuro.
—Sí, señor, lo siento. Todos estamos un poco cansados.
—Éste no es un buen lugar, Canela Oscuro —dijo Jamón de Puerco
cansadamente—. He estado en algunos agujeros rprptlt malos, y éste es
peor que cualquiera de ellos.
—Eso es verdad, señor. Este lugar está muerto.
—¿Cuál es esa palabra que Porotos Peligrosos inventó?
—Maldad —dijo Canela Oscuro, observando al escuadrón que arrastraba
la trampa fuera de las paredes del túnel. Podía ver resortes destrozados y

10
Las ratas habían encontrado uno en la ciudad de Quirm, que era donde tenían los Sres. Clicosos. Estaban sobre
un estante etiquetados como ‘Juguetes para Gatitos’, junto con una caja de ratas de goma que chillaban, llamadas
con la gran imaginación Sr. Chilloso. Las ratas habían tratado de eludir las trampas tocándolas con una rata de
goma en el extremo de un palo, pero cuando la trampa se cerraba el chillido perturbaba a todos. Nadie se
preocupaba por lo que le pasaba a un Sr. Clicoso. (Nota del autor)
ruedas en las mandíbulas. Añadió—: No pude comprender de qué se trataba,
en ese momento. Pero ahora creo que puedo ver lo que quiso decir.
Volvió a mirar a lo largo del túnel hacia donde ardía una llama de vela,
y agarró a una rata que pasaba.
—Melocotones y Porotos Peligrosos deben permanecer atrás,
¿comprendes? —dijo—. No vendrán más lejos.
—¡Correcto, señor! —dijo la rata, y se alejó deprisa.
La expedición se movió hacia adelante, cautelosamente, mientras el
túnel se abría en un gran desagüe antiguo. Tenía un hilo de agua en el
fondo. Había unas cañerías antiguas en el techo. Aquí y allá el vapor salía
siseando. Una débil luz verde provenía de una reja de calle, más lejos en el
desagüe.
El sitio olía a ratas. Olía recientemente a ratas. De hecho había una rata
ahí dentro, mordisqueando en una bandeja de comida sobre un ladrillo
destrozado. Echó un vistazo a los Cambiados y huyó.
—¡Vayan tras ella! —gritó Jamón de Puerco.
—¡No! —gritó Canela Oscuro. Un par de ratas, que habían empezado a
perseguir al keekee vacilaron.
—¡Ésa fue una orden! —bramó Jamón de Puerco, volviéndose hacia
Canela Oscuro. El experto en trampas hizo unas inclinaciones muy breves y
dijo:
—Por supuesto. Pero creo que la opinión de Jamón de Puerco en
posesión de todos los hechos será un poco diferente de la opinión de Jamón
de Puerco que sólo gritó porque vio una rata escapando, ¿hum? ¡Olfatee el
aire!
La nariz de Jamón de Puerco se arrugó.
—¿Veneno?
Canela Oscuro asintió.
—Gris Nº 2 —dijo—. Cosa horrible. Es mejor mantenerse bien lejos.
Jamón de Puerco miró hacia ambos lados a lo largo de la cañería.
Continuaba un largo trecho, y tenía casi la altura para que un humano
pasara gateando. Muchos tubos más pequeños colgaban cerca del techo.
—Está caliente aquí —dijo.
—Sí, señor. Melocotones ha estado leyendo la guía. Unas fuentes
termales de agua salen del suelo aquí y la bombean hasta algunas de las
casas.
—¿Por qué?
—Para bañarse, señor.
—Jrunf. —A Jamón de Puerco no le gustaba esa idea. Muchas de las
ratas jóvenes eran entusiastas por tomar baños.
Canela Oscuro se volvió al escuadrón.
—¡Jamón de Puerco quiere ese veneno enterrado, y pishado, y un
señalador sobre él ahora!
Jamón de Puerco escuchó un sonido metálico a su lado. Giró y vio que
Canela Oscuro había sacado, de su red de herramientas, un delgado trozo de
metal.
—¿Qué es esa krckrck cosa? —preguntó.
Canela Oscuro sacudió la cosa de atrás para adelante.
—Hice que el muchacho de aspecto estúpido lo hiciera para mí —dijo.
Y entonces Jamón de Puerco se dio cuenta de qué se trataba.
—Ésa es una espada —dijo—. ¡Tomaste la idea de El Sr. Conejín Tiene
Una Aventura!
—Eso es correcto.
—Nunca he creído en esas cosas —masculló Jamón de Puerco.
—Pero un pincho es un pincho —dijo Canela Oscuro, tranquilamente—.
Creo que estamos cerca de las otras ratas. Sería buena idea si la mayoría de
nosotros nos quedáramos aquí... señor. —Jamón de Puerco sintió que le
estaba dando órdenes otra vez, pero Canela Oscuro estaba siendo
educado—. Sugiero que algunos de nosotros continuemos adelante para
olfatearlas —continuó Canela Oscuro—. Sardinas sería útil, y yo iré, por
supuesto.
—Y yo —dijo Jamón de Puerco.
Miró con fuerza a Canela Oscuro.
—Por supuesto.
CAPÍTULO 7

Y por el truco de Oleosa la Serpiente con el cartel del camino, el Sr.


Conejín no supo que se había perdido. No iba a la fiesta de té de Howard el
Armiño. Estaba dirigiéndose al Bosque Oscuro.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

Malicia miró la trampilla abierta como si estuviera clasificándola de uno


a diez.
—Muy bien escondida —dijo—. No me asombra que no la viéramos.
—No estoy muy lastimado —voceó Keith desde la oscuridad.
—Bien —dijo Malicia, todavía inspeccionando la trampilla—. ¿Qué tan
abajo estás?
—Es alguna clase de sótano. Estoy bien porque aterricé sobre algunos
sacos.
—Muy bien, muy bien, no tienes que continuar con eso; esto no sería
una aventura si no hubiera algún riesgo menor —dijo la niña—. Aquí está el
extremo de una escalerilla. ¿Por qué no la usaste?
—Fui incapaz de hacerlo por pasar cayendo —dijo la voz de Keith.
—¿Te llevo abajo? —dijo Malicia a Maurice.
—¿Te araño los ojos? —respondió Maurice.
La frente de Malicia se arrugó. Siempre parecía enojada cuando no
comprendía algo.
—¿Eso fue sarcasmo? —preguntó.
—Eso fue una sugerencia —dijo Maurice—. No permito que me
‘levanten’ personas desconocidas. Baja tú. Te seguiré.
—¡Pero no tienes las patas para una escalerilla!
—¿Hago comentarios personales sobre tus piernas?
Malicia bajó en la oscuridad. Se escuchó un ruido metálico, y luego se
vio el destello de un fósforo.
—¡Está lleno de sacos! —dijo.
—Lo sé —llegó la voz de Keith—. Aterricé sobre ellos. Te lo dije.
—¡Es cereal! ¡Y... y hay líneas y líneas de salchichas! ¡Hay carne
ahumada! ¡Recipientes con verduras! ¡Está lleno de comida! ¡Aargh! ¡Sal de
mi pelo! ¡Sal! ¡Ese gato acaba de saltar sobre mi cabeza!
Maurice saltó desde ella hasta algunos sacos.
—¡Ja! —dijo Malicia, frotándose la cabeza—. Nos dijeron que las ratas
habían acabado con todo. Ahora veo todo. Los cazadores de ratas se meten
en todas partes, conocen todas las alcantarillas, todos los sótanos... ¡y
pensar que a esos ladrones les pagan de nuestros impuestos!
Maurice miró a su alrededor el sótano iluminado por la parpadeante
linterna en la mano de Malicia. Efectivamente, había mucha comida. Unas
redes que colgaban del techo estaban efectivamente llenas con grandes y
pesadas coles blancas. Las salchichas formaban efectivamente un lazo de
viga a viga. Había efectivamente potes, barriles, sacos y más sacos. Y,
efectivamente, todo eso lo preocupaba.
—Eso es todo, entonces —dijo Malicia—. ¡Qué escondite! Vamos a ir
ahora mismo a la Guardia de la ciudad, informaremos lo que hemos
encontrado, y luego habrá un gran té con crema para todos nosotros y
posiblemente una medalla y entonces...
—Estoy desconfiando —dijo Maurice.
—¿Por qué?
—¡Porque tengo un carácter desconfiado! No confiaría en tus cazadores
de ratas si me dijeran que el cielo es azul. ¿Qué han estado haciendo?
¿Robar la comida y luego decir, ‘Fueron las ratas, honestamente’? ¿Y todos
les creyeron?
—No, estúpido. Las personas encontraron huesos roídos y canastas de
huevos vacías, esa clase de cosas —dijo Malicia—. ¡Y excremento de rata por
todas partes!
—Supongo que podrías rascar los huesos y supongo que los cazadores
de ratas podrían palear un montón de excremento de rata... —admitió
Maurice.
—¡Y están matando todas las ratas verdaderas para que haya más para
ellos! —dijo Malicia triunfalmente—. ¡Muy inteligente!
—Sí, y eso es un poco desconcertante —dijo Maurice—, porque hemos
conocido a tus cazadores de ratas y, francamente, si estuviera lloviendo
albóndigas no podrían encontrar un tenedor.
—He estado pensando en algo —dijo Keith, que había estado tarareando
en voz baja.
—Bien, me alegro de que alguien lo haga —empezó Malicia.
—Es sobre el alambre de malla —dijo Keith—. Había alambre de malla
en el cobertizo.
—¿Es eso importante?
—¿Por qué necesitan rollos de alambre de malla los cazadores de ratas?
—¿Cómo saberlo? ¿Jaulas, tal vez? ¿Acaso importa?
—¿Por qué pondrían las ratas en jaulas los cazadores de ratas? Las
ratas muertas no se escapan, ¿verdad?
Hubo silencio. Maurice podía ver que Malicia no estaba feliz por ese
comentario. Era una complicación innecesaria. Estropeaba la historia.
—Puedo tener aspecto estúpido —añadió Keith—, pero no soy estúpido.
Tengo tiempo de pensar en las cosas porque no estoy hablando todo el
tiempo. Miro las cosas. Escucho. Trato de aprender. Yo...
—¡Yo no hablo todo el tiempo!
Maurice los dejó discutiendo y caminó con paso majestuoso hasta la
esquina del sótano. O sótanos. Parecían seguir un largo trecho. Vio que algo
pasaba como un rayo a través del piso en sombras, y saltó antes de poder
pensar. Su estómago le recordó que había pasado mucho tiempo desde el
ratón, y se conectó directo con sus piernas.
—Muy bien —dijo, mientras la cosa se retorcía en sus garras—, habla
más fuerte o...
Un pequeño bastón lo golpeó muy bruscamente.
—¿Te importa? —dijo Sardinas, luchando por recuperarse.
—¡No hayd nededidad de zed azí! —farfulló Maurice, tratando de
lamerse la nariz que escocía.
—Tengo puesto un rkrklk SOMBRERO, ¿correcto? —dijo Sardinas con
brusquedad—. ¿Alguna vez te molestas en mirar?
—Muy dien, muy dien, lo ziento... ¿por qué estás aquí?
Sardinas se sacudió.
—Buscándote a ti o al muchacho de aspecto estúpido —dijo—. ¡Jamón
de Puerco me envió! ¡Estamos en un aprieto ahora! ¡No creerás lo que
hemos encontrado!
—¿Él me quiere a mí? —dijo Maurice—. ¡Pensé que no le gustaba!
—Bien, dijo que es molesto y malvado así que tú sabrías qué hacer, jefe
—dijo Sardinas, recogiendo su sombrero—. Mira eso, ¿quieres? ¡Tu garra lo
atravesó!
—Pero sí te pregunté si podías hablar, ¿verdad? —dijo Maurice.
—Sí, lo hiciste, pero...
—¡Pregunto siempre!
—Lo sé, por eso...
—¡Estoy muy seguro de preguntar, tú lo sabes!
—Sí, sí, ha hecho tu observación, te creo —dijo Sardinas—. ¡Sólo me
quejé por el sombrero!
—Odiaría que alguien pensara que no pregunto —dijo Maurice.
—No hay ninguna necesidad de continuar más sobre eso —dijo
Sardinas—. ¿Dónde está el muchacho?
—Allí atrás, hablando con la niña —dijo Maurice con mal humor.
—¿Qué, la loca?
—Ésa es ella.
—Es mejor que los busques. Esto es seriamente malvado. Hay una
puerta en el otro extremo de estos sótanos. ¡Me asombra que no puedas
olerlo desde aquí!
—Sólo me gustaría que todos tengan claro que pregunté, eso es todo...
—Jefe —dijo Sardinas—, ¡esto es grave!

Melocotones y Canela Oscuro esperaban la partida de exploración.


Estaban con Toxie, otra joven rata macho, que era bueno en la lectura y
actuaba como una especie de ayudante.
Melocotones también había traído El Sr. Conejín Tiene Una Aventura.
—Se han ido hace mucho tiempo —dijo Toxie.
—Canela Oscuro controla cada paso —dijo Melocotones.
—Algo está mal —dijo Porotos Peligrosos. Su nariz se arrugó.
Una rata se escurrió túnel abajo y los empujó desesperadamente al
pasar.
Porotos Peligrosos olfateó el aire.
—Miedo —dijo.
Tres ratas más pasaron arrastrándose, derribándolo.
—¿Qué está ocurriendo? —dijo Melocotones; giró sobre sí misma
cuando otra rata trataba de pasar. Le chilló y salió a toda velocidad.
—Ésa era Excelente —dijo—. ¿Por qué no dijo nada?
—Más... miedo —dijo Porotos Peligrosos—. Están... asustadas.
Aterrorizadas...
Toxie trató de detener a la siguiente rata. Lo mordió, y siguió corriendo,
chillando.
—Debemos regresar —dijo Melocotones urgentemente—. ¿Qué han
encontrado allá? ¡Tal vez es un hurón!
—¡No puede ser! —dijo Toxie—. ¡Jamón de Puerco mató a un hurón una
vez!
Tres ratas más pasaron corriendo, arrastrando el miedo detrás de ellas.
Una le chilló a Melocotones, farfulló locamente a Porotos Peligrosos y
continuó corriendo.
—Han... olvidado cómo hablar... —susurró Porotos Peligrosos.
—¡Algo terrible debe haberlos asustado! —dijo Melocotones,
arrebatando sus notas.
—¡Nunca habían estado tan asustados! —dijo Toxie—. ¿Recuerdan
cuando ese perro nos encontró? Todos estábamos asustados pero hablamos
y lo atrapamos y Jamón de Puerco lo hizo huir gimiendo...
Para su conmoción, Melocotones vio que Porotos Peligrosos estaba
llorando.
—Han olvidado cómo hablar.
Otra media docena de ratas se abrió camino, chillando. Melocotones
trató de detener a una, pero sólo le chilló y la esquivó.
—¡Ésa era Cuatroporciones! —dijo, volviéndose hacia Toxie—. ¡Estuve
hablando con ella hace apenas una hora! Ella... ¿Toxie?
El pelo de Toxie estaba erizado. Sus ojos, desenfocados. Su boca,
abierta, mostrando los dientes. La miró, o más bien a través de ella, y luego
se volvió y corrió.
Se volvió y puso sus garras alrededor de Porotos Peligrosos, mientras el
miedo los barría.
Había ratas. De pared a pared, de piso a techo, había ratas. Las jaulas
estaban atestadas de ellas; se colgaban del alambre del frente, y de los
techos. La malla estaba combada por el peso. Unos cuerpos brillantes
hervían y daban volteretas, las garras y las narices salían a través de los
agujeros. El aire estaba sólido con chillidos, crujidos y quejidos, y apestaba.
Lo que quedaba de la partida de exploración de Jamón de Puerco estaba
agrupado en medio de la habitación. La mayor parte ya había huido. Si los
olores en esa habitación hubieran sido sonidos, habrían sido gritos y
aullidos, miles de ellos. Llenaban la larga habitación con un extraño tipo de
presión. Incluso Maurice podía sentirlo, tan pronto como Keith derribó la
puerta. Era como un dolor de cabeza fuera de la cabeza, tratando de entrar.
Le daba golpes en las orejas.
Maurice estaba un poco más atrás. No necesitabas ser muy inteligente
para ver que ésta era una mala situación y que uno podría necesitar escapar
de ella en cualquier momento.
Vio, entre sus piernas, a Canela Oscuro y a Jamón de Puerco y algunos
otros Cambiados. Estaban en medio del piso, mirando las jaulas.
Sentía asombro al ver que incluso Jamón de Puerco estaba temblando.
Pero estaba temblando de rabia.
—¡Déjalos salir! —le gritó a Keith—. ¡Déjalos salir a todos! ¡Déjalos salir
a todos ahora!
—¿Otra rata que habla? —dijo Malicia.
—¡Déjalos salir! —gritó Jamón de Puerco.
—Todas estas horribles jaulas... —dijo Malicia, mirándolas.
—Te dije sobre el alambre de malla —dijo Keith—. Mira, puedes ver
dónde ha sido reparado... ¡royeron el alambre para escapar!
—¡Dije que los dejaras salir! —gritó Jamón de Puerco—. ¡Déjalos salir o
te mataré! ¡Maldad! ¡Maldad! ¡Maldad!
—Pero son sólo ratas... —dijo Malicia.
Jamón de Puerco saltó y aterrizó sobre el vestido de la niña. Subió
zumbando hacia su cuello. Ella se quedó paralizada.
—¡Allí adentro hay ratas que se comen unas a las otras! —siseó—. Te
roeré, malvada...
La mano de Keith lo agarró firmemente por la cintura y lo sacó de su
cuello.
Chillando, con el pelo erizado, Jamón de Puerco hundió sus dientes en
el dedo de Keith.
Malicia jadeó. Incluso Maurice hizo una mueca de dolor.
Jamón de Puerco retiró la cabeza, con la sangre goteando de su hocico,
y parpadeó con horror.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Keith. Muy cuidadosamente, bajó a
Jamón de Puerco hasta el piso.
—Es el olor —dijo, calmadamente—. Los trastorna.
—¡Yo... yo creía que dijiste que eran dóciles! —dijo Malicia, por fin
capaz hablar. Recogió un trozo de madera que se estaba apoyada contra las
jaulas.
Keith se la quitó de la mano.
—¡Nunca, nunca amenaces a uno de nosotros!
—¡Él te atacó!
—¡Mira a tu alrededor! ¡Ésta no es una historia! ¡Esto es real! ¿Lo
comprendes? ¡Están extremadamente asustados!
—¡Cómo te atreves a hablarme de ese modo! —gritó Malicia.
—¡Lo haré rrkrkrk!
—Uno de nosotros, ¿eh? ¿Qué fue esa palabrota rata? ¿Incluso dices
palabrotas en Rata, niño rata?
Exactamente como los gatos, pensó Maurice. Te paras cara a cara y te
gritas uno al otro. Sus orejas giraron cuando escuchó otro sonido, a la
distancia. Alguien estaba bajando la escalerilla. Maurice sabía por
experiencia que éste no era momento de hablar con los humanos. Siempre
decían cosas como ‘¿Qué?’, y ‘¡Eso no es correcto!’, o ‘¿Dónde?’
—Salgan de aquí ahora mismo —dijo, mientras pasaba corriendo junto
a Canela Oscuro—. ¡No te pongas humano sobre eso, sólo corre!
Y ése fue bastante heroísmo, decidió. No valía la pena permitir que
otras personas realmente te demoraran.
Había un viejo desagüe oxidado empotrado en la pared. Patinó sobre el
piso legamoso mientras cambiaba de dirección, y, sí, había un agujero del
tamaño de Maurice donde una barra se había salido completamente oxidada.
Con las garras rascando para lograr velocidad, se lanzó a través del agujero
justo cuando los cazadores de ratas entraban en la habitación de las jaulas.
Entonces, seguro en la oscuridad, dio media vuelta y espió afuera.
Era tiempo de verificar. ¿Estaba Maurice seguro? ¿Tenía todas las
patas? ¿Cola? Sí. Bien.
Podía ver a Canela Oscuro tirando de Jamón de Puerco, que parecía
haberse quedado paralizado en el lugar; los otros se escabullían hacia otro
desagüe en la pared opuesta. Se movían inseguros. Eso es lo que ocurre
cuando te dejas llevar, pensó Maurice. Ellos creían que eran educados, pero
una rata acorralada es sólo una rata.
En cambio yo, soy diferente. Un cerebro que funciona perfectamente en
todo momento. Siempre alerta. En la caja y olfateando el fondo.
Las ratas enjauladas estaban haciendo bulla. Keith y la niña que
contaba historias estaban mirando a los cazadores de ratas con asombro.
Los cazadores de ratas tampoco estaban cortos de asombro.
Sobre el piso, Canela Oscuro se dio por vencido de tratar de que Jamón
de Puerco se moviera. Sacó su espada, miró los humanos, vaciló, y luego
corrió hacia el desagüe.
Sí, deja que ellos lo resuelvan. Son todos humanos, pensó Maurice.
Tienen grandes cerebros, pueden hablar, no debería ser ningún problema en
absoluto.
¡Ja! ¡Cuéntales una historia, niña contadora de historias!
El Cazador de Ratas 1 miró a Malicia y a Keith.
—¿Qué está haciendo aquí, señorita? —Dijo, y su voz crujía con la
sospecha.
—¿Jugando a la Mamá y al Papá? —dijo el Cazador de Ratas 2
alegremente.
—Usted irrumpió en nuestro cobertizo —dijo el Cazador de Ratas 1—. ¡O
sea que eso se llama ‘entrar por la fuerza’!
—¡Ustedes han estado robando, sí, robando comida y culpando a las
ratas! —dijo Malicia en voz alta—. ¿Y por qué tienen todas estas ratas
enjauladas aquí? Y qué me dice de las fundas metálicas, ¿eh? Sorprendido,
¿eh? No pensaron que alguien los notaría, ¿eh?
—¿Fundas metálicas? —dijo el Cazador de Ratas 1, arrugando la frente.
—Las pequeñas partes en los extremos de los cordones —masculló
Keith.
El Cazador de Ratas 1 dio media vuelta.
—¡Tú maldito idiota, Bill! ¡Te dije que teníamos suficientes de las
verdaderas! ¡Te dije que alguien se daría cuenta! ¿No te dije que alguien se
daría cuenta? ¡Alguien se ha dado cuenta!
—¡Sí, no piensen que van a irse con algo! —dijo Malicia. Sus ojos
brillaban—. Sé que ustedes son solamente los matones graciosos. Uno gordo
y grande, uno delgado... ¡es obvio! Así que, ¿quién es el gran jefe?
Los ojos del Cazador de Ratas 1 se vidriaron ligeramente, como lo
hacían a menudo cuando Malicia le hablaba a las personas. Él movió un dedo
gordo delante de la niña.
—¿Sabes qué ha hecho tu padre justo ahora? —preguntó.
—¡Ja! ¡Charla de matón gracioso! —dijo Malicia triunfalmente—. ¡Siga!
—¡Ha enviado por el Flautista de Ratas! —dijo el Cazador de Ratas 2—.
¡Cuesta una fortuna! ¡Trescientos dólares por pueblo y si no pagas se pone
muy malo!
Oh cielos, pensó Maurice. Alguien ha enviado por el legítimo...
trescientos dólares. ¿Trescientos dólares? ¿Trescientos dólares? ¡Y nosotros
solamente cobrábamos treinta!
—Eres tú, verdad —dijo el Cazador de Ratas 1, agitando su dedo hacia
Keith—. ¡El muchacho de aspecto estúpido! ¡Tú apareces, y de repente hay
todas estas nuevas ratas por todas partes! ¡Hay algo que no me gusta de ti!
¡Tú y tu gato de aspecto gracioso! ¡Si veo a ese gato de aspecto gracioso
otra vez voy a tener mitones!
En la oscuridad del desagüe, Maurice retrocedió.
—Hur, hur, hur —dijo el Cazador de Ratas 2. Probablemente ha
estudiado para lograr una risa de matón como ésa, pensó Maurice.
—Y no tenemos un jefe —dijo el Cazador de Ratas 1.
—Sí, somos nuestros propios jefes —dijo el Cazador de Ratas 2.
Y entonces la historia se arruinó.
—Y tú, señorita —dijo el Cazador de Ratas 1, volviéndose hacia
Malicia—, eres demasiado descarada. —Lanzó su puño, la levantó de sus
pies y la estrelló contra las jaulas de las ratas. Éstas se volvieron locas y las
jaulas hirvieron de actividad frenética mientras la niña se desplomaba al
suelo.
El cazador de ratas se volvió hacia Keith.
—¿Vas a intentar algo, chico? —dijo—. ¿Vas a intentar algo? Ella era
una niña así que fui bueno y amable pero tú, te pondré en una de las
jaulas...
—¡Sí, y no han sido alimentadas hoy! —dijo el Cazador de Ratas 2,
encantado.
¡Vamos, chico!, pensó Maurice. ¡Haz algo! Pero Keith sólo estaba de pie,
mirando al hombre.
El Cazador de Ratas 1 lo miró de arriba para abajo, con desdén.
—¿Qué es lo que tienes allí, chico? ¿Una flauta? ¡Dámela! —Agarró la
flauta del cinturón de Keith y lo empujó al piso—. ¿Un flautín? Pensé que
eras el flautista de ratas, ¿no lo eres? —El Cazador de Ratas 1 rompió la
flauta en dos y lanzó los pedazos dentro de las jaulas—. Sabes, dicen que
allá en Porkscratchenz el flautista de ratas llevó a todos los niños afuera del
pueblo. ¡Bien, ése era un hombre con buenas ideas!
Keith levantó la mirada. Sus ojos se estrecharon. Se puso de pie.
Aquí viene, pensó Maurice. Va a saltar hacia adelante con fuerza
sobrehumana porque está muy enfadado y ellos van a desear nunca haber
nacido...
Keith saltó hacia adelante con fuerza humana corriente, colocó un
puñetazo sobre el Cazador de Ratas 1 y recibió un tortazo grande, brutal,
como un martillazo, que lo lanzó al piso otra vez.
Muy bien, muy bien, ha sido derribado, pensó Maurice mientras Keith
luchaba por respirar, pero va a levantarse otra vez.
Se escuchó un grito agudo, y Maurice pensó: ¡ajá!
Pero el grito no había venido del jadeante Keith. Una figura gris se
había lanzado desde lo alto de la jaula de las ratas directo hacia la cara del
cazador de ratas. Aterrizó con los dientes adelante, y de la nariz del cazador
salieron chorros de sangre.
¡Ajá!, pensó Maurice otra vez, ¡es Jamón de Puerco al rescate! ¿Qué?
¡Mrillp! ¡Estoy pensando como la niña! ¡Sigo pensando que es una historia!
El cazador de ratas agarró a la rata y la sujetó a la distancia de un
brazo por la cola. Jamón de Puerco se retorció y giró, chillando con rabia. Su
captor se dio unos toquecitos en su nariz con la otra mano, y miró a Jamón
de Puerco mientras de debatía.
—Es un poco luchadora —dijo el Cazador de Ratas 2—. ¿Cómo se
saldría?
—No es una de las nuestras —dijo el Cazador de Ratas 1—. Es una roja.
—¿Roja? ¿Qué tiene de rojo?
—Una rata roja es un tipo de rata gris, como sabrías muy bien si fueras
un ‘jesperimentado’ miembro del Gremio como yo —dijo el cazador de
ratas—. No son locales. Las encuentras abajo, en las llanuras. Es raro
encontrar una aquí. Muy raro. Viejo demonio grasiento, también. Pero listo
como ninguno.
—Tu nariz está toda mocosa.
—Sí. Lo sé. He tenido más mordiscos de rata que tú comidas calientes.
Ya no los siento —dijo el Cazador de Ratas 1, con una voz que sugería que
hacer girar a Jamón de Puerco que gritaba era mucho más interesante que
su colega.
—Solamente como salchicha fría para cenar.
—Allí la tienes, entonces. ¡Qué pequeña luchadora eres, te lo aseguro!
Verdadero pequeño diablillo, ¿eh? Valiente como ninguna.
—Muy amable de su parte decirlo.
—Estaba hablando con la rata, señor. —Empujó a Keith con su bota—.
Ve y ata a estos dos en algún lugar, ¿de acuerdo? Los pondremos en uno de
los otros sótanos por ahora. Uno con una puerta apropiada. Y una cerradura
apropiada. Y ninguna pequeña trampilla a la mano. Y tú me das la llave.
—Es la hija del Alcalde —dijo el Cazador de Ratas 2—. Los Alcaldes
pueden disgustarse mucho por las hijas.
—Entonces hará lo que se le diga, ¿correcto?
—¿Vas a darle a esa rata un buen apretón?
—¿Qué, a una luchadora como ésta? ¿Estás de broma? Pensar así te
mantendrá como ayudante de un cazador de ratas toda tu vida. Tengo una
mucho mejor idea. ¿Cuántas hay en la jaula especial?
Maurice observó que el Cazador de Ratas 2 examinaba una de las otras
jaulas sobre la pared opuesta.
—Sólo quedan dos ratas. Se han comido a las otras cuatro —informó—.
Sólo quedó la piel. Muy pulcro.
—Ah, así que estarán llenas de energía y vinagre. Bien, veremos lo que
ellas le hacen, ¿verdad?
Maurice escuchó que una pequeña puerta de malla se abría y se
cerraba.
Jamón de Puerco estaba viendo rojo. Llenaba su visión. Había estado
enfadado por meses, dentro de sí, enfadado con los humanos, enfadado con
los venenos y las trampas, enfadado por la manera en que ratas más
jóvenes no estaban mostrando respeto, enfadado porque el mundo estaba
cambiando tan rápido, enfadado porque se estaba poniendo viejo... Y ahora
los olores de terror y hambre y violencia se encontraban con la cólera que
venía desde el otro lado y se mezclaban y fluían a través de Jamón de
Puerco en un gran río rojo de rabia. Era una rata acorralada. Pero era una
rata acorralada que podía pensar. Siempre había sido un luchador
despiadado, mucho antes de todo este pensar, y todavía era muy fuerte. Un
par de keekees jóvenes y tontos y fanfarrones, sin táctica, ni experiencia en
enfrentamientos bajos y sucios de sótano, ni buenas piernas, ni ideas
simplemente no eran un desafío. Un tumbo, una torsión y dos mordiscos
sería todo lo que le costaría...
Las ratas enjauladas del otro lado de la habitación se alejaron de la
malla. Incluso ellas podían sentir la furia.
—He aquí un muchacho inteligente —dijo el Cazador de Ratas 1 con
admiración, cuando todo terminó—. Tenemos un uso para ti, mi muchacho.
—¿No el hoyo? —dijo el Cazador de Ratas 2.
—Sí, el hoyo.
—¿Esta noche?
—Sí, porque Elegante Arthur está apostando a que su Jacko matará cien
ratas en menos de un cuarto de hora.
—Apuesto a que él puede, también. Jacko es un buen terrier. Cazó
noventa unos meses atrás y Elegante Arthur lo ha estado entrenando.
Debería ser un buen espectáculo.
—Apostarías a que Jacko lo hará, ¿verdad? —dijo el Cazador de Ratas 1.
—Sí. Todos lo harán.
—¿Incluso con nuestro pequeño amigo aquí entre las ratas? —dijo el
Cazador de Ratas 1—. ¿Lleno de tierno rencor y mordiscos e hirviente bilis?
—Bien, er...
—Sí, correcto. —Cazador de Ratas 1 sonrió.
—No me gusta dejar a esos niños aquí, sin embargo.
—Es ‘ellos niños’, no ‘esos niños’. Dilo bien. ¿Cuántas veces te lo he
dicho? Regla 27 del Gremio: debes parecer estúpido. Las personas
desconfían de los cazadores de ratas que hablan demasiado bien.
—Lo siento.
—Habla tonto, sé inteligente. Ésa es la manera de hacerlo —dijo el
Cazador de Ratas 1.
—Lo siento, lo olvidé.
—Tiendes a hacerlo de la manera opuesta.
—Lo siento. Ellos niños. Es cruel, atar a las personas. Y son solamente
niños, después de todo.
—¿Y entonces?
—Entonces sería mucho más fácil llevarlos por el túnel hasta el río,
golpearlos en la cabeza y tirarlos. Estarán a millas río abajo antes de que
alguien los pesque, y probablemente ni siquiera serán reconocibles para
cuando los peces hayan terminado con ellos.
Maurice escuchó una pausa en la conversación. Entonces el Cazador de
Ratas 1 dijo:
—No sabía que tuvieras un alma tan bondadosa, Bill.
—Correcto, y, lo lamento, y tengo una idea para librarnos de este
flautista, también...
La siguiente voz vino desde todas partes. Sonó como un viento
acelerando y en el corazón del viento, el quejido de algo en agonía. Llenó el
aire.
¡NO! ¡Podemos usar al flautista!
—No, podemos usar al flautista —dijo el Cazador de Ratas 1.
—Tienes razón —dijo el Cazador de Ratas 2—. Justo estaba pensando lo
mismo. Er... ¿cómo podemos usar al flautista?
Una vez más, Maurice escuchó un sonido en su cabeza como de viento
soplando a través de una cueva.
¿No es OBVIO?
—¿No es obvio? —dijo el Cazador de Ratas 1.
—Sí, obvio —farfulló el Cazador de Ratas 2—. Obviamente es obvio.
Er...
Maurice observó que los cazadores de ratas abrían varias jaulas,
agarraban ratas y las dejaban caer en un saco. Vio que Jamón de Puerco
caía en uno, también. Y entonces los cazadores de ratas se fueron,
arrastrando a los otros humanos con ellos, y Maurice se preguntó: ¿dónde,
en este laberinto de sótanos, hay un agujero del tamaño de Maurice?
Los gatos no pueden ver en la oscuridad. Lo que pueden hacer es ver
con muy poca luz. Unos diminutos rayos de luna se filtraban en el espacio
detrás de él. Venían a través de un diminuto hoyo en el techo, apenas de
tamaño suficiente para un ratón e indudablemente no suficiente para un
Maurice incluso si pudiera alcanzarlo.
Iluminaban otro sótano. Por lo que se veía, los cazadores de ratas
también lo usaban; había algunos barriles apilados en una esquina, y pilas
de jaulas rotas. Maurice merodeó entre ellas, buscando otra manera de salir.
Había puertas, pero tenían picaportes, e incluso su poderoso cerebro no
podía descifrar su misterio. Había otra rejilla de drenaje en una pared, sin
embargo. Se metió por ella.
Otro sótano. Y más cajas y sacos. Por lo menos estaba seco, sin
embargo.
Una voz detrás de él dijo: ¿Qué clase de cosa eres tú?
Dio media vuelta. Todo lo que podía distinguir eran sacos de cajas. El
aire todavía apestaba a ratas, y se escuchaba un continuado crujido, y un
ocasional chillido apagado, pero el sitio era un pequeño trozo de cielo
comparado con el infierno de la habitación de jaulas.
La voz había venido desde atrás, ¿verdad? Debía haberla escuchado,
¿verdad? Porque le parecía que sólo tenía algo como el recuerdo de escuchar
una voz, algo que había llegado a su cabeza sin molestarse en pasar a
través de sus orejas andrajosas. Había sido lo mismo con los cazadores de
ratas. Habían hablado como si hubieran escuchado una voz y pensaron que
eran sus propias ideas. La voz no había estado ahí realmente, ¿verdad?
No puedo verte, dijo el recuerdo, No sé qué eres.
No era una buena voz para tenerla en la memoria. Estaba llena de
siseos, y resbalaba en la mente como un cuchillo.
Ven más cerca.
Las garras de Maurice se pusieron tensas. Los músculos de sus patas
empezaron a empujarlo hacia adelante. Extendió las garras, y recuperó su
control. Alguien estaba escondido entre las cajas, pensó. Y probablemente
sería buena idea no decir nada. Las personas podían ponerse raras con los
gatos que hablan. No podías confiar en que todos estén tan locos como la
niña contadora de historias.
Ven MÁS CERCA.
La voz parecía tirar de él. Tendría que decir algo.
—Soy feliz donde estoy, gracias —dijo Maurice.
¿Entonces compartirás nuestro DOLOR?
La última palabra dolió. Pero, ante su sorpresa no dolió mucho. La voz
había sonado hiriente y dramática, como si el propietario estuviera ansioso
por ver que Maurice rodara en agonía. En cambio, le dio un muy breve dolor
de cabeza.
Cuando la voz llegó otra vez, parecía muy desconfiada.
¿Qué clase de criatura eres? Tu mente está MAL.
—Prefiero que diga que es asombrosa —dijo Maurice—. De todos
modos, ¿quién es usted, haciéndome preguntas en la oscuridad?
Todo lo que podía oler era rata. Escuchó un apagado sonido a su
izquierda, y pudo distinguir la forma de una rata muy grande, arrastrándose
hacia él.
Otro sonido hizo que se volviera. Otra rata estaba viniendo desde el
otro lado. Apenas podía distinguirla en la penumbra.
Un crujido delante sugirió que había una rata justo enfrente,
deslizándose silenciosamente en la oscuridad.
Aquí mis ojos pueden ver... ¿QUÉ? ¡GATO! ¡GATO! ¡MATAR!

CAPÍTULO 8

El Sr. Conejín se dio cuenta de que era un conejo gordo en el Bosque


Oscuro y deseó no ser un conejo o, por lo menos, no uno gordo. Pero
Ratoso Rupert estaba en el camino. Supo qué lo estaba esperando a él.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

Las tres ratas saltaron, pero ya era demasiado tarde. Sólo había un
agujero con la forma de Maurice en el aire. Maurice había cruzado la
habitación y trepaba algunas cajas.
Escuchó chillar por debajo. Saltó a otra caja y vio un lugar en la pared
donde algunos de los ladrillos se habían caído. Apuntó hacia allí, hurgó sobre
el delgado aire mientras más ladrillos se movían bajo sus garras, y se lanzó
a lo desconocido.
Era otro sótano. Y estaba lleno de agua. A decir verdad, no estaba lleno
de agua exactamente. Era algo en lo que el agua se convierte
eventualmente cuando las jaulas de las ratas desaguan en ella, y las zanjas
de arriba desaguan en ella, y ha tenido la oportunidad de asentarse y
burbujear suavemente durante aproximadamente un año. Llamarlo ‘barro’
sería un insulto a los pantanos perfectamente respetables en todo el mundo.
Maurice aterrizó en eso. Hizo ‘glup’.
Chapoteó furiosamente al estilo gato a través de la cosa espesa,
tratando de no respirar, y se arrastró hasta una pila de escombros del otro
lado de la habitación. Una viga caída, resbalosa por el moho, lo condujo al
laberíntico techo de madera ennegrecida por el fuego.
Todavía podía escuchar la temible voz en su cabeza, pero llegaba
amortiguada. Estaba tratando de darle órdenes. ¿Tratando de darle órdenes
a un gato? Era más fácil clavar jalea a una pared. ¿Qué se pensaba que era,
un perro?
El barro hediondo le chorreaba del cuerpo. Incluso sus orejas estaban
llenas de barro. Comenzó a lamerse para limpiarse, y luego se detuvo. Era
una reacción gatuna perfectamente normal, lamerse para limpiarse. Pero
lamer esto probablemente lo mataría...
Hubo un movimiento en la oscuridad. Pudo distinguir algunas formas de
grandes rata que se escurrían por el agujero. Escuchó un par de salpicones.
Algunas de las formas se arrastraban a lo largo de las paredes.
Ah, dijo la voz. ¿Las ves? ¡Obsérvalas venir a por ti, GATO!
Maurice no corrió. Éste no era momento de escuchar a su gato interior.
Su gato interior lo había sacado de la habitación, pero su gato interior era
estúpido. Quería que él atacara cosas bastante pequeñas y que escapara de
todo lo demás. Pero ningún gato podía enfrentar a un grupo de ratas de este
tamaño. Se congeló, y trató de mantener vigiladas a las ratas que
avanzaban. Estaban yendo directamente hacia él.
Espera... espera...
La voz había dicho: Puedes verlas...
¿Cómo lo sabía?
Maurice trató de pensar fuerte: ¿Puedes... Leer... Mi... Mente?
Nada ocurrió.
Maurice tuvo una inspiración repentina. Cerró los ojos.
¡Ábrelos!, llegó la orden de inmediato, y sus párpados temblaron.
No lo haré, pensó Maurice. ¡No puedes escuchar mis ideas!, pensó.
¡Solamente usas mis ojos y mis oídos! Sólo estás adivinando lo que estoy
pensando.
No hubo respuesta. Maurice no esperó. Saltó. La viga inclinada estaba
donde recordaba. Subió clavando las uñas, y esperó. Por lo menos todo lo
que podían hacer era seguirlo. Con un poco de suerte, podría usar sus
garras...
Las ratas se acercaron más. Ahora lo estaban olfateando abajo, e
imaginó estremecidos hocicos en la oscuridad.
Una empezó a trepar la viga, todavía olfateando. Debía estar a unas
pulgadas de la cola de Maurice cuando dio media vuelta y bajó otra vez.
Escuchó que alcanzaban la cima de los escombros. Hubo más olfateo
perplejo y entonces, en la oscuridad, el sonido de las ratas chapoteando a
través del barro.
Maurice, asombrado, arrugó su frente cubierta por el barro. ¿Ratas que
no podían oler a un gato? Y luego cayó en la cuenta. Él no olía a gato,
apestaba a barro, se sentía como barro, en una habitación que apestaba a
barro.
Se sentó, todavía de piedra, hasta que a través de las orejas
embarradas escuchó que las garras se dirigían de regreso al agujero en la
pared. Entonces, sin abrir los ojos, se deslizó cuidadosamente hasta los
escombros otra vez y descubrió que estaban apilados contra una puerta de
madera podrida. Lo que debía haber sido un trozo de tabla, empapado como
una esponja, cayó cuando lo tocó.
Una sensación de aire libre sugería que había otro sótano más allá.
Apestaba a putrefacción y a madera quemada.
¿Sabría la... voz dónde estaba si abría los ojos ahora? ¿Acaso un sótano
no se parecía a otro?
Quizás esta habitación estaba llena de ratas también.
Sus ojos se abrieron de golpe. No había ninguna rata, pero había otra
oxidada tapa de desagüe que se abría en un túnel justo del tamaño para que
él pudiera caminar. Pudo ver una pálida luz.
De modo que éste es el mundo rata, pensó, mientras trataba de sacarse
el barro. Oscuro, embarrado, apestoso y lleno de voces raras. Soy un gato.
Luz de sol y aire fresco, ése es mi estilo. Todo lo que necesito ahora es un
agujero hacia el mundo exterior y no me encontrarán para polvo, o por lo
menos para trocitos de barro seco.
Una voz en su cabeza, que no era la voz misteriosa sino una voz
exactamente como la suya, dijo: ¿Pero qué hay del muchacho de aspecto
estúpido y el resto de ellos? ¡Deberías ayudarlos! Y Maurice pensó: ¿Desde
dónde vienes tú? Te diré algo, tú los ayudas y yo iré a algún lugar cálido,
¿qué me dices?
La luz al final del túnel se puso más brillante. Todavía no era nada como
luz de día, o siquiera luz de luna, pero cualquier cosa era mejor que esta
penumbra.
Al menos, casi cualquier cosa.
Asomó la cabeza por la cañería hacia una mucho más grande, hecha de
ladrillos que estaban legamosos con esa extraña y desagradable cosa
subterránea, y hacia el círculo de luz de vela.
—¿Es... Maurice? —preguntó Melocotones, mirando el barro que
chorreaba de su pelo enmarañado.
—Huele mejor de lo habitual, entonces —dijo Canela Oscuro, sonriendo
de una manera que Maurice consideró poco amistosa.
—Oh ja, ja —dijo Maurice, débilmente. No estaba de humor para
respuestas ingeniosas.
—Ah, sabía que no nos defraudarías, viejo amigo —dijo Porotos
Peligrosos—. Siempre he dicho que podemos confiar en Maurice, al menos.
—Suspiró profundamente.
—Sí —dijo Canela Oscuro, lanzando a Maurice una mirada mucho más
perspicaz—. ¿Confiar en él para hacer qué, sin embargo?
—Oh —dijo Maurice—. Er. Bien. Los encontré a todos ustedes, entonces.
—Sí —dijo Canela Oscuro, con un tono de voz que Maurice consideró
desagradable—. Asombroso, ¿verdad? Espero que hayas estado buscando
por mucho tiempo, también. Te vi salir como un rayo a buscarnos.
—¿Puedes ayudarnos? —dijo Porotos Peligrosos—. Necesitamos un plan.
—Ah, correcto —dijo Maurice—. Sugiero que vayamos arriba en a la
primera oportuni...
—Para rescatar a Jamón de Puerco —dijo Canela Oscuro—. No dejamos
a nuestra gente atrás.
—¿No lo hacemos? —dijo Maurice.
—Nosotros no lo hacemos —dijo Canela Oscuro.
—Y además está el muchacho —dijo Melocotones—. Sardinas dice que
está atado con la hembra en uno de los sótanos.
—Oh, bien, ya sabes, humanos —dijo Maurice, arrugando la cara—.
Humanos y humanos, ya sabes, es un tipo de cosa humana, creo que no
debemos entrometernos, podría malinterpretarse, conozco a los humanos, lo
solucionarán.
—¡No me importa un shrlt de hurón los humanos! —dijo Canela Oscuro
con brusquedad—. ¡Pero esos cazadores de ratas sacaron a Jamón de Puerco
en un saco! ¡Viste esa habitación, gato! ¡Viste las ratas atestadas en jaulas!
¡Son los cazadores de ratas los que están robando la comida! ¡Sardinas dice
que hay sacos y sacos de comida! Y hay algo más...
—Una voz —dijo Maurice, antes de poder detenerse.
Canela Oscuro levantó la vista, con ojos locos.
—¿Tú la escuchaste? —dijo—. ¡Pensé que sólo nosotros!
—Los cazadores de ratas también pueden escucharla —dijo Maurice—.
Pero ellos piensan que son sus propios pensamientos.
—Asustó los otros —masculló Porotos Peligrosos—. Simplemente...
dejaron de pensar... —Parecía completamente abatido. A su lado, abierto,
mugriento de suciedad y marcas de garras, estaba El Sr. Conejín Tiene Una
Aventura—. Incluso Toxie salió corriendo —continuó—. ¡Y él sabe escribir!
¿Cómo puede ocurrir eso?
—Parece afectar a algunos de nosotros más que a otros —dijo Canela
Oscuro, con una voz más práctica—. He enviado a algunos de los más
sensatos a tratar de reunir al resto, pero va a ser un largo trabajo. Corrían
ciegamente. Tenemos que recuperar a Jamón de Puerco. Es el líder. Somos
ratas, después de todo. Un clan. Las ratas seguirán al líder.
—Pero está un poco viejo, y tú eres el fuerte, y él no es exactamente el
cerebro del conjunto —comenzó Maurice.
—¡Se lo llevaron! —dijo Canela Oscuro—. ¡Son cazadores de ratas! ¡Él
es uno de nosotros! ¿Vas a ayudar o no?
Maurice creyó escuchar un ruido de garras en el otro extremo de la
cañería. No podía darse vuelta para verificar, y de repente se sintió muy
expuesto.
—Sí, ayudarlos, sí, sí —dijo apresuradamente.
—Ejem. ¿Quieres decir eso realmente, Maurice? —dijo Melocotones.
—Sí, sí, correcto —dijo Maurice. Salió de la cañería y miró atrás a lo
largo de ella. No había ninguna señal de ratas.
—Sardinas están siguiendo a los cazadores de ratas —dijo Canela
Oscuro—, así averiguaremos a dónde lo están llevando.
—Tengo el mal presentimiento de que ya lo sé —dijo Maurice.
—¿Cómo? —intervino Melocotones.
—Soy un gato, ¿de acuerdo? —dijo Maurice—. Los gatos andan por
muchos lugares. Vemos cosas. Muchos lugares donde no molestan los gatos
que andan, correcto, porque mantenemos lejos las alima... mantenemos las,
er...
—Muy bien, muy bien, sabemos que no comes a nadie que pueda
hablar, siempre nos lo dices —dijo Melocotones—. ¡Sigue así!
—Una vez estuve en un lugar, era un establo, yo estaba en el desván
del heno, donde siempre puedes encontrar un, er...
Melocotones blanqueó los ojos.
—¡Sí, sí, continúa!
—Bien, de todos modos, todos estos hombres entraron y yo no podía
salir porque tenían muchos perros y cerraron las puertas de establo y, er,
levantaron esta especie de, esta especie de gran pared redonda de madera
en medio del piso, y había algunos hombres con cajas de ratas y soltaron a
las ratas en el aro y entonces, y entonces pusieron algunos perros también.
Terrier —añadió, tratando de eludir sus expresiones.
—¿Las ratas lucharon contra los perros? —dijo Canela Oscuro.
—Bien, supongo que podrían haberlo hecho —dijo Maurice—.
Principalmente corrían alrededor. Se llama carrera de ratas. Los cazadores
de ratas traen a las ratas, por supuesto. Vivas.
—Carrera de ratas... —dijo Canela Oscuro—. ¿Cómo es que nunca
hemos oído hablar de eso?
Maurice le parpadeó. Para ser criaturas inteligentes, a veces las ratas
podían ser asombrosamente estúpidas.
—¿Por qué lo sabrían ustedes? —dijo.
—Seguramente una de las ratas que...
—Parece que no comprendes —dijo Maurice—. Las ratas que entran en
el hoyo no salen. Por lo menos, no respirando.
Hubo silencio.
—¿No pueden saltar afuera? —preguntó Melocotones con una voz
pequeña.
—Demasiado alto —dijo Maurice.
—¿Por qué no luchan contra los perros? —dijo Canela Oscuro.
Real, realmente estúpido, pensó Maurice.
—Porque son ratas, Canela Oscuro —dijo Maurice—. Montones de ratas.
Todas apestando miedo y pánico a las otras. Ya sabes cómo ocurre.
—¡Mordí a un perro en la nariz una vez! —dijo Canela Oscuro.
—Correcto, correcto —dijo Maurice con dulzura—. Una rata puede
pensar y ser valiente, correcto. Pero un grupo de ratas es una turba. Un
grupo de ratas es sólo un gran animal con muchas piernas y sin cerebro.
—¡Eso no es verdad! —dijo Melocotones—. ¡Juntos somos fuertes!
—¿Exactamente qué altura? —dijo Canela Oscuro, que miraba la luz de
la vela como si viera imágenes en ella.
—¿Qué? —preguntaron al mismo tiempo Melocotones y Maurice.
—La pared... ¿qué altura, exactamente?
—¿Huh? ¡No lo sé! ¡Alta! ¡Los humanos estaban apoyando los codos
sobre ella! ¿Importa? Es demasiado alta para que una rata la salte, lo sé.
—Todo lo que hemos hecho, lo hemos hecho porque nos mantuvimos
juntos... —empezó Melocotones.
—Rescataremos a Jamón de Puerco juntos, entonces —dijo Canela
Oscuro—. Nosotros... —dio media vuelta al sonido de una rata viniendo a lo
largo del tubo, y luego arrugó la nariz—. Es Sardinas —dijo—. Y... veamos,
huele hembra, joven, nerviosa... ¿Nutritiva?
El miembro más joven del Escuadrón de Eliminación de Trampas venía
detrás de Sardinas. Estaba mojada y abatida.
—Pareces una rata ahogada, señorita —dijo Canela Oscuro.
—Caí en un desagüe roto, señor —dijo Nutritiva.
—Es bueno verte, de todos modos. ¿Qué está ocurriendo, Sardinas?
La rata bailadora hizo algunos pasos nerviosos.
—He trepado más drenajes y caminado más tendederos que lo que es
bueno para mí —dijo—. Y no me pregunte sobre gatos krrkk, jefe, me
gustaría ver al último muerto... perdonando la presencia, por supuesto —
añadió Sardinas, echando un ojo nervioso a Maurice.
—¿Y? —dijo Melocotones.
—Se han ido a una especie de establo justo al borde del pueblo —dijo
Sardinas—. Huele mal. Muchos de perros por allí. Hombres, también.
—Hoyo de rata —dijo Maurice—. Te lo dije. ¡Han estado criando ratas
para el hoyo de rata!
—Correcto —dijo Canela Oscuro—. Vamos a sacar a Jamón de Puerco de
allí. Sardinas, tú me mostrarás el camino. Trataremos de recoger a otros
mientras vamos. El resto debería tratar de encontrar al muchacho.
—¿Por qué estás tú dando órdenes? —dijo Melocotones.
—Porque alguien tiene que hacerlo —dijo Canela Oscuro—. Jamón de
Puerco puede estar un poco costroso y ser reacio en sus ideas pero es el
líder y todos lo huelen y lo necesitamos. ¿Alguna pregunta? Correcto...
—¿Puedo ir, señor? —dijo Nutritiva.
—Ella me ayuda a llevar mi cordel, jefe —explicó Sardinas. Tanto él
como la rata más joven cargaban ovillos de él.
—¿Necesitas todo eso? —dijo Canela Oscuro.
—Nunca debería decir no a un trozo de cordel, jefe —dijo Sardinas
seriamente—. Son asombrosas algunas de las cosas que he encontrado...
—Muy bien, mientras sea útil para algo —dijo Canela Oscuro—. Será
mejor que pueda aguantar el ritmo. ¡Vámonos!
Y entonces sólo quedaron Porotos Peligrosos, Melocotones, y Maurice.
Porotos Peligrosos suspiró.
—Una rata puede ser valiente, ¿pero un grupo de ratas es sólo una
turba? —dijo—. ¿Tienes razón, Maurice?
—No, estaba... mira, había algo allá atrás —dijo Maurice—. Está en un
sótano. No sé qué es. ¡Es la voz que se mete en la cabeza de las personas!
—No de todas —dijo Melocotones—. No te asustó, ¿verdad? O a
nosotros. O a Canela Oscuro. Hizo que Jamón de Puerco se enfadara mucho.
¿Por qué?
Maurice parpadeó. Podía escuchar la voz en su cabeza otra vez. Era
muy apagada, y no eran sus propios pensamientos indudablemente, y decía,
¡Encontraré una manera de entrar, GATO!
—¿Escucharon eso? —dijo.
—No escuché nada —dijo Melocotones.
Tal vez tenías que estar cerca, pensó Maurice. Tal vez, si estabas cerca,
sabía dónde vivía tu cabeza.
Nunca había visto una rata tan miserable como Porotos Peligrosos. La
pequeña rata estaba acurrucada junto a la vela, mirando sin ver El Sr.
Conejín Tiene Una Aventura.
—Esperaba que fuera mejor que esto —dijo Porotos Peligrosos—. Pero
resulta que sólo somos... ratas. Tan pronto como hay problemas, sólo
somos... ratas.
No era muy habitual en Maurice sentir simpatía por alguien que no
fuera Maurice. En un gato, ése es un defecto de carácter muy importante.
Debo estar enfermo, pensó.
—Si te sirve de algo, soy sólo un gato —dijo.
—Oh, pero no lo eres. Eres amable y, muy en el fondo, intuyo que
tienes una naturaleza generosa —dijo Porotos Peligrosos.
Maurice trató de no mirar a Melocotones. Oh chico, pensó.
—Por lo menos les preguntas a las personas antes de comerlas —dijo
Melocotones.
Es mejor que les digas, dijo el pensamiento de Maurice. Vamos, diles.
Te sentirás mejor.
Maurice trató de decirle a su pensamiento que se callara. ¡Qué
momento para tener conciencia! ¿Qué tenía de bueno un gato con una
conciencia? Un gato con una conciencia era un... un hámster, o algo así...
—Hum, he estado queriendo hablarte sobre eso —farfulló.
Vamos, diles, dijo su nueva y brillante conciencia. Déjalo salir.
—¿Sí? —dijo Melocotones.
Maurice se retorció.
—Bien, ya sabes que siempre verifico mi comida en estos días...
—Sí, y te hace gran honor —dijo Porotos Peligrosos.
Ahora Maurice se sentía aun peor.
—Bien, ya sabes que siempre nos hemos preguntado cómo tuve el
Cambio aunque nunca comí ninguna de esas cosas mágicas en el basurero...
—Sí —dijo Melocotones—. Eso siempre me ha desconcertado.
Maurice se movió inquieto.
—Bien, ya sabes... er... ¿alguna vez conociste una rata, muy grande,
sin una oreja, un poco de pelo blanco de un lado, no podía correr demasiado
rápido por una pierna mala?
—Eso suena a Aditivos —dijo Melocotones.
—Oh, sí —dijo Porotos Peligrosos—. Desapareció antes de que te
encontráramos, Maurice. Una buena rata. Tenía poco de dificultad para...
hablar.
—Dificultad para hablar —dijo Maurice tristemente.
—Tartamudeaba —dijo Melocotones, lanzando a Maurice una larga y fría
mirada—. No le salían las palabras muy fácilmente.
—No muy fácilmente —dijo Maurice; su voz ahora sonaba muy hueca.
—Pero estoy seguro de que nunca lo conociste, Maurice —dijo Porotos
Peligrosos—. Lo extraño. Era una rata maravillosa en cuanto comenzaba a
hablar.
—Ejem. ¿Acaso la conociste, Maurice? —dijo Melocotones, y su mirada
lo clavaba a la pared.
La cara de Maurice se movió. Probó varias expresiones una tras otra.
Entonces dijo:
—¡Muy bien! Lo comí, ¿de acuerdo? ¡Todo él! ¡Menos la cola y la parte
verde que tiembla y ese grumo púrpura desagradable, que nadie sabe qué
es! ¡Yo era sólo un gato! ¡No había aprendido a pensar aún! ¡No lo sabía!
¡Estaba hambriento! ¡Los gatos comen ratas, así es la cosa! ¡No fue mi
culpa! ¡Y él había estado comiendo cosas mágicas y lo comí de modo que
luego cambié también! ¿Sabes cómo se siente, viendo la parte verde que
tiembla así? ¡No se siente bien! ¡A veces en las noches oscuras pienso que
puedo escucharlo hablar ahí abajo! ¿De acuerdo? ¿Satisfechos? ¡No sabía
que era alguien! ¡No sabía que era alguien! ¡Lo comí! ¡Él había estado
comiendo cosas en el basurero y lo comí de modo que así fue como cambié!
¡Lo admito! ¡Lo comí! ¡No fue mi cuuulpaaa!
Y entonces hubo silencio. Después de un rato, Melocotones dijo:
—Sí, pero fue hace mucho tiempo, ¿verdad?
—¿Qué? ¿Quieres decir que he comido a alguien últimamente? ¡No!
—¿Estás arrepentido por lo que hiciste? —dijo Porotos Peligrosos.
—¿Arrepentido? ¿Qué piensas tú? A veces tengo pesadillas donde eructo
y él...
—Entonces probablemente está bien —dijo la pequeña rata.
—¿Bien? —dijo Maurice—. ¿Cómo puede estar bien? ¿Y sabes la peor
parte? ¡Soy un gato! ¡Los gatos no van por allí sintiéndose arrepentidos! ¡O
culpables! ¡Nunca lamentamos nada! ¿Sabes cómo se siente, decir ‘Hola
comida, ¿puedes hablar?’ ¡Se supone que un gato no se comporta así!
—Nosotros no nos comportamos como se supone —dijo Porotos
Peligrosos. Y entonces su cara se puso larga otra vez—. Hasta ahora —
suspiró.
—Todos estaban asustados —dijo Melocotones—. El miedo se extiende.
—Esperaba que pudiéramos ser más que ratas —dijo Porotos
Peligrosos—. Pensaba que podíamos ser más que cosas que chillan y se
escurren, sin importar lo que Jamón de Puerco diga. Y ahora... ¿dónde están
todos?
—¿Te leo de El Sr. Conejín? —dijo Melocotones con la voz llena de
preocupación—. Sabes que siempre te alegra cuando estás en uno de tus...
momentos oscuros.
Porotos Peligrosos asintió.
Melocotones tiró del inmenso libro hacia ella y empezó a leer.
—Un día el Sr. Conejín y su amigo Ratoso Rupert la Rata fueron a ver al
Anciano Burro, que vivía junto al río...
—Lee la parte donde hablan con los humanos —dijo Porotos Peligrosos.
Melocotones volvió una página obedientemente.
—‘Hola, Ratoso Rupert —dijo el Granjero Fred—. ¡Qué día tan
encantador, seguro...’
Esto está loco, pensó Maurice, mientras escuchaba una historia sobre
bosques salvajes y frescos arroyos burbujeantes, leída a una rata por otra
rata, sentados junto a un desagüe a lo largo de cuál corría algo que
ciertamente no era fresco. Cualquier cosa menos fresco. Para ser justo, sin
embargo, estaba burbujeando un poco, o al menos haciendo glup.
Todo se está yendo a la basura y tienen esta pequeña imagen de qué
buenas podrían ser las cosas en sus cabezas...
Mira esos pequeños y tristes ojos rosados, dijeron los propios
pensamientos de Maurice en la propia cabeza de Maurice. Mira esas
pequeñas narices arrugadas y temblorosas. Si te fueras y los dejaras aquí,
¿cómo podrías mirar esas pequeñas narices temblorosas en la cara otra vez?
—No tendría que hacerlo —dijo Maurice, en voz alta—. ¡Ése es el punto!
—¿Qué? —dijo Melocotones, levantando la vista del libro.
—Oh, nada... —Maurice hizo una pausa. No tenía sentido. Iba en contra
de todo lo que significaba ser un gato. Esto es lo que pensar hace por ti,
pensó. Te mete en problemas. Incluso cuando sabes que las otras personas
pueden pensar por sí mismas, empiezas a pensar por ellos también. Gimió.
—Será mejor que veamos qué le pasó al muchacho —dijo.

Estaba completamente negro en el sótano. Todo lo que había, aparte


del ocasional goteo del agua, eran voces.
—Entonces —dijo la voz de Malicia—, repasemos otra vez, ¿quieres? No
tienes ninguna clase de cuchillo.
—Eso es correcto —dijo Keith.
—¿Ni un fósforo a la mano que pudiera quemar la soga?
—No.
—¿Ni un borde afilado cerca sobre el que pudieras frotar la soga?
—No.
—¿Y tampoco puedes pasar las piernas a través de tus brazos, o algo
así, para tener las manos delante?
—No.
—¿Ni tienes poderes secretos?
—No.
—¿Estás seguro? En cuanto te vi, pensé: tiene algún asombroso poder
que se manifestará probablemente cuando esté en graves problemas.
Pensé: nadie podría ser realmente tan inútil como eso a menos que sea un
disfraz.
—No. Estoy seguro. Mira, soy sólo una persona corriente. Sí, muy bien,
fui un bebé abandonado. No sé por qué. Fue algo que ocurrió. Dicen que
ocurre bastante frecuentemente. No te hace especial. Y no tengo ninguna
marca secreta como si fuera alguna clase de oveja, y no creo ser un héroe
disfrazado y no tengo ninguna clase de asombroso talento del que sea
consciente. Está bien, soy bueno tocando algunos instrumentos musicales.
Practico mucho. Pero soy esa clase de persona que los héroes no son.
Sobrevivo y eso es todo. Hago lo mejor que puedo. ¿Comprendes?
—Oh.
—Deberías haber encontrado a otra persona.
—De hecho, ¿no puedes ser ninguna ayuda en absoluto?
—No.
Hubo silencio durante un rato y luego Malicia dijo:
—Sabes, en muchos sentidos no creo que esta aventura haya sido
organizada apropiadamente.
—Oh, ¿de veras? —dijo Keith.
—No es así como las personas deberían ser atadas.
—Malicia, ¿no comprendes? Ésta no es una historia —dijo Keith, tan
pacientemente como pudo—. Es lo que estoy tratando de decirte. La vida
real no es una historia. No hay ninguna clase de... de magia que te
mantenga segura, que haga que los ladrones miren para otro lado, que no te
golpeen demasiado duro, que te aten cerca de un cuchillo, que no te maten.
¿Lo comprendes?
Hubo un poco más de silencio oscuro.
—Mi abuelita y mi tía abuela eran muy famosas narradoras de cuentos,
sabes —dijo Malicia al final, con una pequeña voz tensa—. Agoniza y
Eviscera Grim.
—Lo dijiste —dijo Keith.
—Mi madre habría sido una buena narradora de cuentos también, pero
a mi padre no le gustan las historias. Es por eso que he cambiado mi
nombre a Grim para propósitos profesionales.
—Realmente...
—Cuando era pequeña solía ser golpeada por contar historias —
continuó Malicia.
—¿Golpeada? —dijo Keith.
—Muy bien, entonces, me pegaban —dijo Malicia—. En la pierna. Pero sí
dolía. Mi padre dice que no puedes dirigir una ciudad con historias. Dice que
tienes que ser práctico.
—Oh.
—¿Estás interesado en algo aparte de la música? ¡Él rompió tu flauta!
—Espero comprar otra.
La voz calma enfurecía a Malicia.
—Bien, te diré algo —dijo—. Si no conviertes tu vida en una historia,
sólo te vuelves una parte de la historia de otra persona.
—¿Y qué sucede si tu historia no resulta?
—Sigues cambiándola hasta que encuentras una que sí.
—Suena tonto.
—Huh, mírate. Eres sólo una cara en el escenario de otra persona. Tú
dejas que un gato tome todas las decisiones.
—Es porque Maurice es...
Una voz dijo:
—¿Les gustaría salir cuando hayan dejado de ser humanos?
—¿Maurice? —dijo Keith—. ¿Dónde estás?
—Estoy en un desagüe y créeme, ésta no ha sido una buena noche.
¿Sabes cuántos viejos sótanos hay aquí? —dijo la voz de Maurice, en la
negrura—. Melocotones está trayendo una vela. Está demasiado oscuro
incluso para mí.
—¿Quién es Melocotones? —susurró Malicia.
—Es otro Cambiado. Una rata pensante —dijo Keith.
—¿Como Sardinas?
—Como Sardinas, sí.
—Ajá —siseó Malicia—. ¿Lo ves? Una historia. Soy petulante, me
regodeo. Las valientes ratas rescatan a nuestros héroes, probablemente
royendo las sogas.
—Oh, estamos de regreso en tu historia, ¿verdad? —dijo Keith—. ¿Y qué
soy en tu historia?
—Sé que no será interés romántico —dijo Malicia—. Y no eres lo
bastante gracioso para la nota cómica. No lo sé. Probablemente sólo...
alguien. Ya sabes, como ‘hombre en la calle’, algo así. —Se escucharon
apagados sonidos en la oscuridad—. ¿Qué están haciendo ahora? —susurró.
—Tratan de encender la vela, creo.
—¿Ratas jugando con fuego? —siseó Malicia.
—No juegan. Porotos Peligrosos piensa que las luces y las sombras son
muy importantes. Siempre tienen una vela encendida en algún lugar en sus
túneles, por lo que ellos...
—¿Porotos Peligrosos? ¿Qué clase de nombre es ése?
—¡Shssh! ¡Aprendieron palabras de viejas latas de comida, carteles y
cosas así! ¡No sabían qué significaban las palabras, sólo las eligieron porque
les gustaban los sonidos!
—Sí, pero... ¿Porotos Peligrosos? Suena como si te lo cometiera.
—Es su nombre. ¡No te burles de él!
—Lo siento, estoy segura —dijo Malicia con arrogancia.
El fósforo ardió. La llama de la vela creció.
Malicia bajó la vista hasta las dos ratas. Una era... bien, sólo una
pequeña, aunque más elegante que la mayoría que había visto. A decir
verdad, la mayoría que había visto estaban muertas, pero incluso las vivas
siempre habían sido... nerviosas, inquietas, olfateando el aire todo el
tiempo. Ésta sólo... observaba. La miraba fijo.
La otra rata era blanca, y aun más pequeña. También la estaba
observando, aunque espiar era una mejor palabra. Tenía los ojos rosados.
Malicia nunca estuvo muy interesada en los sentimientos de otras personas,
ya que siempre consideró que los propios eran mucho más interesantes,
pero había algo triste y preocupante en esa rata.
Arrastraba un pequeño libro, o por lo menos lo que sería un pequeño
libro para un humano; tenía aproximadamente la mitad del tamaño de una
rata. La tapa estaba llena de color, pero Malicia no podía distinguir qué era.
—Melocotones y Porotos Peligrosos —dijo Keith—. Ésta es Malicia. Su
padre es el Alcalde aquí.
—Hola —dijo Porotos Peligrosos.
—¿Alcalde? ¡No es eso como gobierno! —dijo Melocotones—. Maurice
dice que los gobiernos son criminales muy peligrosos y roban el dinero de
las personas.
—¿Cómo les enseñaste a hablar? —dijo Malicia.
—Se enseñaron a sí mismos —dijo Keith—. No son animales
entrenados, sabes.
—Bien, mi padre no le roba a nadie. ¿Quién les enseñó que los
gobiernos son muy...?
—Excúsenme, excúsenme —dijo la voz de Maurice apresuradamente,
desde la puerta del desagüe—. Está bien, estoy aquí. ¿Podemos seguir con
las cosas?
—Nos gustaría que ustedes royan nuestras sogas, por favor —dijo
Keith.
—Tengo un trozo de hoja de cuchillo —dijo Melocotones—. Es para afilar
el lápiz. ¿Sería mejor?
—¿Cuchillo? —dijo Malicia—. ¿Lápiz?
—Te dije que no eran ratas corrientes —dijo Keith.

Nutritiva tenía que correr para mantener el ritmo de Canela Oscuro. Y


Canela Oscuro estaba corriendo porque tenía que correr para mantener el
ritmo de Sardinas. Cuando se trataba de cruzar a velocidad un pueblo,
Sardinas era el campeón del mundo.
Recogieron más ratas en el camino. Nutritiva no pudo evitar notar que
éstas eran principalmente las más jóvenes, que habían huido por el terror
pero no se habían ido lejos. Se pusieron detrás de Canela Oscuro
rápidamente, casi agradecidas de estar haciendo algo con un propósito.
Sardinas bailaba adelante. No podía evitarlo. Y le gustaban los caños de
desagüe, los techos y los canalones. No encontrabas a ningún perro allá
arriba, decía, y no muchos gatos.
Ningún gato podría haber seguido a Sardinas. Las personas de Bad
Blintz habían tendido líneas de lavado entre las antiguas casas y saltó sobre
ellas, colgando cabeza abajo y moviéndose tan rápido como si estuviera
sobre una superficie plana. Subió derecho las paredes, cayó en picada a
través de un techo de paja, bailoteó tap alrededor de unas chimeneas
humeantes, se deslizó abajo sobre unas tejas. Unas palomas posadas
salieron volando mientras las pasaba a toda velocidad, las otras ratas a la
zaga detrás de él.
Unas nubes rodaron sobre la luna.
Sardinas llegó al borde de un techo y saltó, aterrizando en una pared
justo abajo. Corrió a lo largo de ella y desapareció en la grieta entre dos
tablas.
Nutritiva lo siguió hasta una especie de desván. El heno se apilaba en
algunas partes, pero una más grande estaba simplemente abierta hacia el
piso de abajo, y soportado por algunas pesadas vigas que cruzaban el
edificio. Una fuerte luz brillaba desde abajo, y se escuchaba el zumbido de
voces humanas y —se estremeció— el ladrido de perros.
—Esto es un gran establo, jefe —dijo Sardinas—. El hoyo está bajo esa
viga. Vamos...
Se deslizaron sobre la antigua carpintería y espiaron sobre el borde.
Lejos abajo había un círculo de madera, como medio barril gigante.
Nutritiva se dio cuenta de que estaban justo sobre el hoyo; si cayera ahora,
aterrizaría en el medio. Unos hombres se apiñaban alrededor. Unos perros
estaban atados alrededor de las paredes, ladrándose unos a otros y al
universo en general en la manera loca de todos los perros, de voy-a-
hacerlo-para-siempre. Y lejos a un costado estaba la pila de cajas y sacos.
Los sacos se estaban moviendo.
—¡Crtlk! ¿Cómo krrp vamos a encontrar a Jamón de Puerco en este
montón? —dijo Canela Oscuro con los ojos brillantes por la luz de abajo.
—Bien, con el viejo Jamón de Puerco, jefe, creo que sabremos cuándo
aparece —dijo Sardinas.
—¿Podrías caer en el hoyo sobre un cordel?
—Estoy listo para cualquier cosa, jefe —dijo Sardinas, lealmente.
—¿Dentro de un hoyo con un perro adentro, señor? —dijo Nutritiva—.
¿Y la cuerda no te cortará por la mitad?
—Ah, tengo algo que ayuda allí, jefe —dijo Sardinas. Se quitó su grueso
rollo de cordel y lo puso a un lado. Había otro rollo por debajo, brillante y
marrón claro. Tiró de una parte, que regresó con un pálido ‘twang’—.
Bandas de goma —dijo—. Las robé de un escritorio cuando estaba buscando
más cordel. Las he usado antes, jefe. Muy útiles para una larga caída, jefe.
Canela Oscuro retrocedió sobre las tablas. Había una vieja linterna de
vela, tirada de costado, con el vidrio hecho añicos y la vela comida hacía
mucho tiempo.
—Bien —dijo—. Porque tengo una idea. Si puedes dejarte caer abajo...
Abajo se escuchó un rugido. Las ratas miraron sobre la viga otra vez.
El círculo de cabezas se había cerrado alrededor del borde del hoyo. Un
hombre estaba hablando en voz alta. Ocasionalmente escuchaban una
aclamación. Los altos sombreros negros de los cazadores de ratas se movían
a través de la multitud. Vistos desde arriba, eran siniestras gotas negras
entre las gorras grises y marrones.
Uno de los cazadores de ratas vació un saco en el hoyo, y los
espectadores vieron las formas oscuras de las ratas escurriéndose en pánico,
mientras trataban de encontrar, en ese círculo, una esquina donde
esconderse.
La multitud se abrió ligeramente y un hombre caminó hasta el borde del
hoyo, sujetando un terrier. Se escucharon algunos gritos más, una onda de
risas, y el perro fue soltado dentro con las ratas.
Los Cambiados miraron el círculo de muerte, y a los humanos que
aclamaban.
Después de uno o dos minutos Nutritiva sacó la vista. Cuando miró a su
alrededor captó la expresión sobre la cara de Canela Oscuro. Tal vez no era
sólo la luz de la lámpara la que ponía sus ojos llenos de fuego. Lo vio mirar a
lo largo del establo hacia las grandes puertas del extremo opuesto. Estaban
cerradas con barras. Entonces su cabeza se volvió hacia el heno y la paja
apilada en el desván, y a los pesebres y comederos abajo.
Canela Oscuro sacó un trozo de madera de uno de sus cinturones.
Nutritiva olió el azufre en la gota roja del extremo.
Era un fósforo.
Canela Oscuro se volvió y vio que lo miraba. Hizo un gesto con la
cabeza hacia las pilas de heno en el desván.
—Mi plan podría no resultar —dijo—. Si es así, tú te harás cargo del otro
plan.
—¿Yo? —dijo Nutritiva.
—Tú. Porque yo no estaré... por aquí —dijo Canela Oscuro. Sujetó el
fósforo—. Sabes qué hacer —dijo, señalando con la cabeza hacia el
contenedor de heno más cercano.
Nutritiva tragó.
—Sí. Sí, creo que sí. Er... ¿cuándo?
—Cuando llegue el momento. Tú sabrás cuándo —dijo Canela Oscuro y
volvió a mirar la masacre de abajo—. De una u otra manera, quiero que
ellos recuerden esta noche —dijo calmadamente—. Recordarán qué hicieron.
Y recordarán qué hicimos. Todo el tiempo que... vivan.

Jamón de Puerco estaba en su saco. Podía oler a las otras ratas


cercanas, y a los perros, y la sangre. Especialmente la sangre.
Podía escuchar sus propios pensamientos, pero eran como pequeños
chirridos de insectos contra la tormenta de sus sentidos. Trozos de
recuerdos bailaban delante de sus ojos. Jaulas. Pánico. La rata blanca.
Jamón de Puerco. Ése era su propio nombre. Raro. No solía tener nombre.
Sólo solía oler otras ratas. Oscuridad. Oscuridad adentro, detrás de los ojos.
Esa parte era Jamón de Puerco. Todo lo de afuera era todo lo demás.
Jamón de Puerco. Yo. Líder.
La rabia ardiente todavía hervía dentro de él pero ahora tenía una
especie de forma, como la forma que un cañón le da a un río crecido,
estrechándolo, forzándolo a fluir más rápido, dándole dirección.
Ahora podía escuchar voces.
—... sólo suéltalo, nadie lo notará...
—... de acuerdo, lo sacudiré un poco primero para enfadarlo...
El saco fue sacudido. No hizo que Jamón de Puerco se enfadara más de
lo que estaba. No había más lugar para más cólera.
El saco se meneaba mientras era llevado. El rugido de los humanos se
hizo más fuerte, los olores se hicieron más fuertes. Hubo un momento de
silencio, el saco estaba boca abajo, y Jamón de Puerco se deslizó en medio
de un rugido y de una pila de ratas que forcejeaban.
Saltó y clavó las uñas para subir al borde mientras las ratas se
dispersaban, y vio que un perro, gruñendo, era bajado al hoyo. Lanzó una
dentellada a una rata, la agitó enérgicamente, e hizo volar el fláccido
cuerpo.
Las ratas salieron en estampida.
—¡Idiotas! —gritó Jamón de Puerco—. ¡Trabajen juntas! ¡Podrían
desollar a este saco de pulgas hasta los huesos!
La multitud dejó de gritar.
El perro bajó su nariz hasta Jamón de Puerco. Estaba tratando de
pensar. La rata había hablado. Solamente los humanos hablaban. Y no olía
correcto. Las ratas apestaban a pánico. Ésta no.
El silencio sonó como una campana.
Entonces Jacko agarró a la rata, la sacudió, no demasiado duro, y la
dejó caer. Había decidido hacer una especie de prueba; las ratas no
deberían poder hablar como humanos, pero esta rata se veía como una rata
—y matar ratas estaba bien— pero hablaba como un humano —y morder
humanos te merecía una buena paliza. Tenía que saberlo con seguridad. Si
recibía una paliza, esta rata era un humano.
Jamón de Puerco rodó, y logró enderezarse, pero tenía una profunda
herida de dientes en el costado.
Las otras ratas todavía estaban en un hirviente grupo tan lejos del
perro como les era posible, cada una tratando de ser la del fondo.
Jamón de Puerco escupió sangre.
—Muy bien, entonces —gruñó, avanzando sobre el perplejo perro—.
¡Ahora vas a saber cómo muere una verdadera rata!
—¡Jamón de Puerco!
Miró hacia arriba.
El cordel se desenrollaba detrás de Sardinas mientras caía por el aire
lleno de humo hacia el frenético círculo. Se agrandaba más y más justo por
encima de Jamón de Puerco...
... y más y más lentamente...
Se detuvo entre el perro y la rata. Por un momento colgó allí. Levantó
su sombrero, cortésmente, y dijo:
—¡Buenas noches! —Entonces envolvió todas sus cuatro patas alrededor
de Jamón de Puerco.
Y ahora la soga de bandas elásticas, estiradas hasta un punto vibrante,
finalmente saltó hacia atrás. Demasiado tarde, demasiado tarde, Jacko cerró
las quijadas en el aire vacío. Las ratas aceleraban hacia arriba, afuera del
hoyo... y se detuvieron, rebotando en medio del aire, justo fuera de su
alcance.
El perro todavía estaba mirando hacia arriba cuando Canela Oscuro
saltó del otro lado de la viga. Mientras la multitud miraba asombrada, cayó a
plomo hacia el terrier.
Los ojos de Jacko se estrecharon. Unas ratas que desaparecían en el
aire era una cosa, pero unas ratas que caían justo hacia su boca era otra
cosa. Era una rata sobre un plato, era rata en un palo.
Canela Oscuro miró hacia atrás mientras caía. Muy arriba, Nutritiva
estaba anudando y mordiendo frenéticamente. Ahora Canela Oscuro estaba
en el otro extremo del cordel de Sardinas. Pero Sardinas había explicado las
cosas muy cuidadosamente. El solo peso de Canela Oscuro no era suficiente
para subir el peso de otras dos ratas hasta la viga...
De modo que, cuando Canela Oscuro vio que Sardinas y su nada
tranquilo pasajero habían desaparecido a salvo en la penumbra del techo...
... soltó la vieja y grande lámpara de vela que había sujetado para
lograr peso adicional y cortó la soga de un mordisco.
La lámpara cayó pesadamente sobre Jacko y Canela Oscuro aterrizó
sobre la lámpara, rodando hacia el piso.
La multitud estaba silenciosa. Había estado silenciosa desde que Jamón
de Puerco fuera propulsado fuera del hoyo. Alrededor del borde de la pared
que, sí, estaba muy alto para que una rata saltara, Canela Oscuro vio caras.
Eran casi todas rojas. Las bocas estaban casi todas abiertas. El silencio era
el silencio de caras rojas que tomaban aliento listas para comenzar a gritar
en cualquier momento.
Alrededor de Canela Oscuro las ratas sobrevivientes forcejeaban
desordenadamente para subir a la pared. Tontos, pensó. Cuatro o cinco de
ustedes, juntos, podrían hacer que cualquier perro deseara que nunca
hubieran nacido. Pero luchan y entran pánico y serán atrapados de uno a la
vez...
Jacko, ligeramente atontado, parpadeó y miró a Canela Oscuro con un
gruñido creciendo en su garganta.
—Correcto, tú kkrrkk —dijo Canela Oscuro, lo bastante fuerte para que
los espectadores escucharan—. Ahora voy a mostrarte cómo puede vivir una
rata.
Atacó.
Jacko no era un mal perro, de acuerdo con el estilo de los perros. Era
un terrier y le gustaba matar ratas en todo caso, y matar muchas ratas en el
hoyo significaba ser bien alimentado, que lo llamaran buen chico y no ser
pateado muy a menudo. Algunas ratas se defendían y eso no era gran
problema, porque eran más pequeñas que Jacko y él tenía muchos más
dientes. Jacko no era muy inteligente, pero era mucho más listo que una
rata y, en todo caso, su nariz y boca hacían la mayor parte del pensamiento.
Y se sorprendió, por lo tanto, cuando sus mandíbulas se cerraron sobre
esta nueva rata que no estaba ahí.
Canela Oscuro no corría como debía correr una rata. Se agachaba como
un luchador. Mordió a Jacko bajo la barbilla y desapareció. Jacko dio media
vuelta. La rata todavía estaba ahí. Jacko había realizado su carrera en el
mundo del espectáculo mordiendo ratas que trataban de escapar. ¡Unas
ratas que se quedaban realmente cerca era injusto!
Se levantó un rugido desde los espectadores. Alguien gritó:
—¡Diez dólares a la rata! —Y otra persona le dio un puñetazo en la
oreja. Otro hombre empezó a meterse en el hoyo. Alguien le rompió una
botella de cerveza sobre la cabeza.
Bailando de un lado a otro bajo un Jacko que giraba y ladraba, Canela
Oscuro esperaba su momento...
... y lo vio, y arremetió, y mordió duro.
Los ojos de Jacko se cruzaron. Una parte de Jacko, que era muy privada
y solamente del interés de Jacko y de cualquier hembra que él pudiera
conocer, era repentinamente una pequeña pelota de dolor.
Lanzó un aullido. Mordió el aire. Y entonces, en el tumulto, trató de
trepar fuera del hoyo. Sus garras chirriaron desesperadamente mientras se
encabritaba contra el entablado grasiento y suave.
Canela Oscuro saltó sobre su cola, corrió arriba hasta su espalda, corrió
hasta la punta de la nariz de Jacko, y saltó sobre la pared.
Aterrizó entre piernas. Unos hombres trataron pisotearlo, pero eso
significó que otros hombres tenían que darles espacio. Para cuando
terminaron de abrirse camino a los codazos y de pisotear pesadamente las
botas de unos a otros, Canela Oscuro se había ido.
Pero había otros perros. Estaban medio locos por la excitación de todas
formas, y ahora tironeaban de sogas y cadenas y se lanzaban detrás de una
rata que corría. Sabían acerca de perseguir ratas.
Canela Oscuro sabía acerca de correr. Aceleró a través del piso como un
cometa, con una cola de perros que gruñían y ladraban, se dirigió hacia las
sombras, vio un agujero en el entablado y se zambulló en picada hacia la
buena y segura oscuridad...
La trampa hizo clic.

CAPÍTULO 9

El Granjero Fred abrió su puerta y vio a todos los animales de Fondo


Peludo esperándolo.
—¡No podemos encontrar al Sr. Conejín ni a Ratoso Rupert! —gritaron.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

—¡Por fin! —dijo Malicia, sacudiéndose las sogas—. De algún modo creía
que las ratas podrían roer más rápido.
—Usaron un cuchillo —dijo Keith—. Y podrías decir gracias, ¿verdad?
—Sí, sí, diles que estoy muy agradecida —dijo Malicia, poniéndose de
pie.
—¡Diles tú misma!
—Lo siento, pero encuentro tan embarazoso... hablar con ratas.
—Supongo que es comprensible —dijo Keith—. Si has sido educada para
odiarlas porque ellas...
—Oh, no es eso —dijo Malicia, caminando hacia la puerta y mirando el
ojo de la cerradura—. Sólo que es tan... infantil. Tan... tinkly-winkly. Tan...
El Sr. Conejín.
—¿El Sr. Conejín? —chilló Melocotones, y realmente fue un chillido, una
palabra que salió como una especie de pequeño alarido.
—¿Y que hay de El Sr. Conejín? —dijo Keith.
Malicia metió la mano en su bolsillo y sacó su paquete de horquillas
dobladas.
—Oh, un libro que escribió alguna tonta mujer —dijo, rebuscando en la
cerradura—. Cosas estúpidas para niños mocosos. Hay una rata, un conejo,
una serpiente, una gallina, y un búho y todos van por allí usando ropa y
hablando con los humanos y todo es tan bonito y acogedor que te pone
absolutamente enfermo. ¿Sabes que mi padre los guarda de cuando era
niño? El Sr. Conejín Tiene Una Aventura, El Día Ocupado Del Sr. Conejín,
Ratoso Rupert Logra El Éxito... Me los leyó todos cuando era pequeña y no
hay ningún homicidio interesante en ningunos de ellos.
—Creo que es mejor que pares —dijo Keith. No se atrevía a bajar la
vista hacia las ratas.
—No hay ningún sub-texto, ningún comentario social... —continuó
Malicia, todavía rebuscando—. Lo más absolutamente interesante que ocurre
es cuando Doris la Pata pierde un zapato —un pato que pierde un zapato,
¿entiendes?— y aparece bajo la cama después de que han pasado la historia
entera buscándolo. ¿Llamas a eso tensión narrativa? Porque yo no. Si las
personas van a inventar estúpidas historias sobre animales que pretenden
ser humanos, por lo menos podría haber un poco de violencia interesante...
—Oh, chico —dijo Maurice, desde detrás de la reja.
Esta vez Keith miró hacia abajo. Melocotones y Porotos Peligrosos se
habían ido.
—Sabes, nunca tuve el corazón para decirles —dijo, a nadie en
particular—. Creían que todo era verdad.
—En la tierra de Fondo Peludo, posiblemente —dijo Malicia, y se
enderezó cuando la cerradura dio un clic final—. Pero no aquí. ¿Puedes
imaginar que alguien realmente inventara ese nombre y no se riera?
Vámonos.
—Los molestaste —dijo Keith.
—Mira, ¿saldremos de aquí antes de que vuelvan los cazadores de
ratas? —dijo Malicia.
La cuestión sobre esta niña, pensó Maurice, era que no era buena en
escuchar la manera en que las personas hablaban. No era muy buena en
escuchar, si venía al caso.
—No —dijo Keith.
—¿No qué?
—No, no voy contigo —dijo Keith—. Aquí hay algo malo, mucho peor
que hombres estúpidos que roban comida.
Maurice los observó discutir otra vez. Humanos, ¿eh? Piensan que son
los señores de la creación. No como nosotros los gatos. Sabemos que lo
somos. ¿Alguna vez vio a un gato que alimentara a un humano? Argumento
demostrado.
Cómo gritan los humanos, siseó una diminuta voz en su cabeza.
¿Es esa mi conciencia?, pensó Maurice. Sus propios pensamientos
dijeron: ¿Qué, yo? No. Pero me siento mucho mejor ahora que les contaste
sobre Aditivos. Se movió inquieto de garra a garra.
—Bien entonces —susurró, mirando su estómago—, ¿eres tú, Aditivos?
Había estado preocupado por eso desde que se dio cuenta de que había
comido a un Cambiado. Tenían voces, ¿correcto? ¿Supón que te comías uno?
¿Supón que su voz te quedó dentro? ¿Supón que el... el sueño de Aditivos
anda por aquí dentro? Ese tipo de cosas podía interferir seriamente con el
tiempo de dormir la siesta de un gato, realmente.
No, dijo la voz, como el sonido del viento entre árboles distantes, soy
yo. Soy... ARAÑA.
—Oh, ¿eres una araña? —susurró el pensamiento de Maurice—. Podría
desafiar a una araña con tres garras atadas a la espalda.
No una araña. ARAÑA.
La palabra realmente dolió. No lo había hecho antes.
Ahora estoy en tu CABEZA, gato. Gatos, gatos, peores que los perros,
peores que las ratas. Estoy en tu CABEZA, y nunca ME IRÉ.
La garra de Maurice se sacudió.
Estaré en tus SUEÑOS.
—Mira, sólo estoy de paso —susurró Maurice desesperadamente—. No
estoy buscando problemas. ¡Soy poco fiable! ¡Soy un gato! Yo no confiaría
en mí mismo, y yo soy yo! ¡Sólo déjame salir al buen aire fresco y estaré
fuera de tus... pelos o patas o partes peludas o lo que sea!
Tú no quieres ESCAPAR.
Eso es correcto, pensó Maurice, no quiero correr... ¡Espera, sí quiero
escapar!
—¡Soy un gato! —masculló—. Ninguna rata va a controlarme. ¡Tú has
tratado!
Sí, llegó la voz de Araña, pero entonces eras FUERTE. Ahora tu pequeña
mente corre en círculos y quiere que otra persona piense por ella. Yo puedo
pensar por ti.
Puedo pensar por TODOS.
Siempre estaré contigo.
La voz se desvaneció.
Correcto, pensó Maurice. Momento de decir adiós, entonces, Bad Blintz.
La fiesta ha terminado. Las ratas tienen montones de otras ratas e incluso
estos dos humanos se tienen el uno al otro, pero yo sólo me tengo a mí y
me gustaría llevarme a algún sitio donde las extrañas voces no hablen
conmigo.
—Excúsenme —dijo, levantando la voz—. ¿Nos vamos o qué?
Los dos humanos se volvieron para mirar la reja.
—¿Qué? —dijo Keith.
—Preferiría irme —dijo Maurice—. Quita esta reja, ¿quieres? Está
completamente oxidada, no debería ser un problema. Buen muchacho. Y
entonces podemos hacer una carrera...
—Han llamado a un flautista de ratas, Maurice —dijo Keith—. Y el Clan
está por todas partes. Llegará aquí por la mañana. Un legítimo flautista de
ratas, Maurice. No uno falso como yo. Tienen flautas mágicas, ya sabes.
¿Quieres ver que eso le pase a nuestras ratas?
Su nueva conciencia le dio a Maurice una buena patada.
—Bien, no exactamente ver —dijo de mala gana—. No tanto como eso,
no.
—Correcto. Así que no vamos a escapar —dijo Keith.
—¿Oh? ¿Y qué vamos a hacer, entonces? —dijo Malicia.
—Vamos a hablar con los cazadores de ratas cuando vuelvan —dijo
Keith. Tenía una mirada pensativa.
—¿Y qué te hace pensar que ellos querrán hablar con nosotros?
—Porque si no hablan con nosotros —dijo Keith—, van a morir.
Los cazadores de ratas llegaron veinte minutos después. La puerta de la
cabaña estaba sin candado, la abrieron, entonces la cerraron de golpe. El
Cazador de Ratas 2 pasó el cerrojo, también.
—¿Sabes, donde dijiste que iba a ser una buena noche? —dijo,
apoyándose contra ella y jadeando—. Dímelo otra vez, porque creo que me
perdí esa parte.
—Cállate —dijo el Cazador de Ratas 1.
—Alguien me dio un puñetazo en el ojo.
—Cállate.
—Y creo que perdí mi billetera. Son veinte dólares que no veré otra vez
en un apuro.
—Cállate.
—¡Y no pude recoger ninguna de las ratas sobrevivientes de la última
pelea!
—Cállate.
—¡Y también dejamos los perros atrás! ¡Podríamos habernos detenido
para desatarlos! Alguien los robará.
—Cállate.
—¿Las ratas zumban a menudo por el aire de esa manera? ¿O ésa es
esa clase de cosas que solamente te enteras cuando eres un cazador de
ratas jexperimentado?
—¿Dije que te callaras?
—Sí.
—Cállate. Muy bien, nos iremos ahora mismo. Tomaremos el dinero y
robaremos un bote abajo, en el espigón, ¿de acuerdo? Dejaremos las cosas
que no hemos vendido y sólo nos iremos.
—¿Sólo así? Johnny Sinmanos y sus muchachos están llegando río
arriba mañana por la noche para recoger la próxima carga y...
—Nos iremos, Bill. Puedo oler que las cosas están saliendo mal.
—¿Sólo así? Nos debe doscientos dóla...
—¡Sí! ¡Exactamente así! ¡Es tiempo de seguir adelante! ¡La puerta está
abierta, el ave voló, y el gato está fuera de la bolsa! El... ¿Dijiste eso?
—¿Decir qué?
—¿Acabas de decir ‘Ojalá lo estuviera’?
—¿Yo? No.
El cazador de ratas miró a su alrededor en el cobertizo. No había nadie
más ahí.
—Muy bien, entonces —dijo—. Ha sido una larga noche. Mira, cuando
las cosas empiezan a salir mal, entonces es el momento de irnos. Nada
elegante. Sólo nos vamos, ¿correcto? No quiero estar aquí cuando las
personas vengan a buscarnos. Y no quiero encontrarme con ningún flautista
de ratas. Son hombres sagaces. Se entrometen por todas partes. Y cuestan
mucho dinero. Las personas van a hacer preguntas, y la única pregunta que
quiero que hagan es ‘¿Adónde se fueron los cazadores de ratas?’
¿Comprendes? Un buen hombre es el que sabe cuándo irse. ¿Qué hay en la
ap...? ¿Qué dijiste?
—¿Qué, yo? Nada. ¿Una taza de té? Siempre te sientes mejor después
de una taza de té.
—¿No dijiste ‘apuesta tú mismo’? —preguntó el Cazador de Ratas 1.
—¡Sólo pregunté si querías una taza de té! ¡Honestamente! ¿Estás
bien?
El Cazador de Ratas 1 se quedó mirando fijo a su amigo, como si
tratara de ver una mentira en su cara. Entonces dijo:
—Sí, sí. Estoy bien. Tres de azúcar, entonces.
—Eso es correcto —dijo el Cazador de Ratas 2, sirviéndola—. Mantén el
azúcar en la sangre. Tienes que cuidar de ti mismo.
El Cazador de Ratas 1 tomó el jarro, sorbió el té, y miró la superficie
que giraba.
—¿Cómo nos metimos en esto? —dijo—. Quiero decir, ¡todo esto!
¿Sabes? A veces me despierto en la noche y pienso, es estúpido, esto, y
luego vengo a trabajar y todo parece, bien, sensato. Quiero decir, robar
cosas y culpar a las ratas, sí, y criar ratas grandes y fuertes para los hoyos
de rata y traer las que sobreviven de modo que podamos criar ratas incluso
más grandes, sí, pero... no lo sé... Yo no solía ser esa clase de tipo que ata a
niños...
—Hemos hecho un gran fajo de efectivo, sin embargo.
—Sí. —El Cazador de Ratas 1 revolvió el té en su jarro y tomó otro
trago—. Está eso, supongo. ¿Es éste un nuevo té?
—No, es sólo Lord Green, tipo corriente.
—Sabe un poco diferente. —El Cazador de Ratas 1 vació el jarro y lo
puso sobre el banco—. De acuerdo, busquemos el...
—Eso ya es suficiente —dijo una voz desde arriba—. Ahora,
permanezcan quietos y escúchenme. Si escapan, morirán. Si hablan
demasiado, morirán. Si esperan demasiado tiempo, morirán. Si piensan que
son listos, morirán. ¿Alguna pregunta?
Algunas volutas de polvo cayeron de las vigas. Los cazadores de ratas
miraron hacia arriba, y vieron que una cara de gato espiaba hacia abajo.
—¡Es el maldito minino de ese muchacho! —dijo el Cazador de Ratas
1—. ¡Te dije que estaba mirándome de una manera rara!
—Si yo fuera usted, no me miraría —dijo Maurice, en tono
conversacional—. Miraría el veneno de ratas.
El Cazador de Ratas 2 se volvió para mirar la mesa.
—Oye, ¿quién robó un poco del veneno? —dijo.
—Oh —dijo el Cazador de Ratas 1, que pensaba mucho más rápido.
—¿Robarlo? —dijo el gato desde arriba—. Nosotros no robamos. Eso es
hurtar. Sólo lo pusimos en algún otro lugar.
—Oh —dijo el Cazador de Ratas 1, sentándose de repente.
—¡Ésas son cosas peligrosas! —dijo el Cazador de Ratas 2, buscando
algo para lanzar—. ¡No tienes ningún derecho a tocarlo! ¡Me dices dónde
está ahora mismo!
Se escuchó un ruido sordo mientras la trampilla en el piso se abría de
golpe. Keith asomó la cabeza, y luego subió la escalerilla mientras los
cazadores de ratas observaban asombrados.
Sujetaba una bolsa de papel arrugada.
—Oh cielos —dijo el Cazador de Ratas 1.
—¿Qué has hecho con el veneno? —exigió el Cazador de Ratas 2.
—Bien —dijo Keith—, ahora que usted lo menciona, pienso que puse la
mayor parte de él en el azúcar...

Canela Oscuro despertó. Su espalda estaba ardiendo y no podía


respirar. Podía sentir el peso de la mandíbula de la trampa presionándolo, y
el horrible mordisco de los dientes de acero sobre su estómago.
No debería estar vivo, pensó. Ojalá que no...
Trató de levantarse, que lo empeoró. El dolor regresó un poco más
fuerte cuando cayó otra vez.
Atrapado como una rata en una trampa, pensó.
Me pregunto, ¿de qué tipo es?
—¿Canela Oscuro?
La voz estaba un poco más allá. Canela Oscuro trató de hablar, pero
cada diminuto movimiento lo empujaba más en los dientes debajo de él.
—¿Canela Oscuro?
Canela Oscuro logró lanzar un apagado chillido. Las palabras dolían
demasiado.
Unos pies se acercaron rasguñando la seca oscuridad.
—¡Canela Oscuro!
Apestaba a Nutritiva.
—Gnh —logró decir Canela Oscuro, tratando de girar la cabeza.
—¡Está atrapado en una trampa!
Eso fue demasiado para Canela Oscuro, incluso si cada palabra era una
agonía.
—Oh... ¿de veras? —dijo.
—Iré a buscar a S-sardinas, ¿quiere? —tartamudeó Nutritiva.
Canela Oscuro pudo oler que comenzaba el pánico de la rata. Y no había
tiempo para el pánico.
—¡No! Dime... —jadeó—, ¿qué... clase... de... trampa... es?
—Er... er... er... —dijo Nutritiva.
Canela Oscuro aspiró profunda y apasionadamente.
—¡Piensa, tú... miserable pishadora!
—Er, er... está toda oxidada... er... ¡Óxido por todos lados! Parece...
er... podría ser una... Rompespaldas... —Se escuchó un ruido a raspar
detrás de Canela Oscuro—. ¡Sí! ¡Roí el óxido! ¡Dice Rompespaldas Mk. 1 de
Hermanos Nugent, señor!
Canela Oscuro trató de pensar mientras la terrible y constante presión
lo apretaba más. ¿Mk. 1? ¡Antigua! ¡Algo de más allá del amanecer de los
tiempos! ¡La más vieja que alguna vez había visto era una Rompespaldas
Mejorada Mk. 7! Y todo lo que tenía para ayudarlo era Nutritiva, una
completa drrtlt con cuatro pies izquierdos.
—¿Puedes... ver cómo...? —empezó, pero había luces púrpura enfrente
de sus ojos ahora, un gran túnel de luces púrpura. Trató otra vez, mientras
sentía que se deslizaba hacia las luces—. ¿Puedes... ver... cómo... el...
resorte...?
—¡Está todo oxidado, señor! —llegó la voz en pánico—. Se ve como uno
de acción sin-retorno como las Gran Cerrojo de Jenkins y Jenkins, señor,
¡pero no tiene el gancho en el extremo! ¿Qué hace esta parte, señor?
¿Señor? ¿Señor?
Canela Oscuro sintió que el dolor desaparecía. De modo que así es
cómo ocurre, pensó en sueños. Demasiado tarde ahora. Entrará pánico, y
correrá. Eso es lo que hacemos. Cuando estamos en problemas, nos
lanzamos al primer agujero. Pero no importa. Es exactamente como un
sueño, después de todo. Nada por qué preocuparse. Muy bonito, realmente.
Quizás realmente hay una Gran Rata Profundo Bajo el Suelo. Eso sería
bueno.
Derivó con felicidad, en el cálido silencio. Estaban sucediendo cosas
malas, pero estaban muy lejos y ya no importaban...
Creyó escuchar un sonido detrás de él, como de garras de ratas
moviéndose a través de un piso de piedras. Quizás era Nutritiva escapando,
pensó parte de él. Pero otra parte pensó: quizás es la Rata Hueso.
La idea no lo asustó. Nada podía asustarlo aquí. Todo lo malo que podía
ocurrirle ya había ocurrido. Sentía que si giraba la cabeza, vería algo. Pero
era más fácil sólo flotar en este gran espacio cálido.
La luz púrpura se estaba oscureciendo ahora, a un azul profundo y, en
el centro del azul, un círculo negro.
Parecía un túnel de rata.
Y allí es donde vive, pensó Canela Oscuro. Ése es el túnel de la Gran
Rata. ¡Qué simple es todo...!
Un brillante punto blanco apareció en el centro del túnel y rápidamente
se agrandó.
Y aquí viene, pensó Canela Oscuro. Debe saber mucho, la Gran Rata.
¿Me pregunto qué va a decirme?
La luz se hizo más grande, y efectivamente empezó a verse como una
rata.
Qué extraño, pensó Canela Oscuro, mientras la luz azul se esfumaba en
el negro, descubrir que todo es verdad. Allá vamos, entonces, por el tún...
Escuchó un ruido. Llenaba el mundo. Y el dolor terrible, muy terrible,
había regresado. Y la Gran Rata gritó, con la voz de Nutritiva:
—¡Roí a través del resorte, señor! ¡Roí a través del resorte! ¡Era viejo y
débil, señor! ¡Probablemente por eso usted no fue cortado por la mitad,
señor! ¿Puede escucharme, señor? ¿Canela Oscuro? ¿Señor? ¡Roí todo a
través del resorte, señor! ¿Todavía está muerto, señor? ¿Señor?

El Cazador de Ratas 1 saltó de su silla, sus manos cerradas en puños.


Por lo menos, comenzó como un salto. Aproximadamente a medio
camino, se convirtió en un tambaleo. Se sentó pesadamente, agarrándose el
estómago.
—Oh, no. Oh, no. Sabía que el té sabía raro... —masculló.
El Cazador de Ratas 2 se había puesto pálido y verde.
—Tú pequeño desagradable... —empezó.
—Y ni siquiera piensen en atacarnos —dijo Malicia—. De otro modo
nunca se irán de aquí. Y podríamos lastimarnos y olvidar dónde dejamos el
antídoto. Ustedes no tienen tiempo para atacarnos.
El Cazador de Ratas 1 trató pararse otra vez, pero sus piernas no
querían funcionar.
—¿Qué veneno era? —dijo entre dientes.
—Por el olor, es uno que las ratas llaman Número Tres —dijo Keith—.
Estaba en la bolsa etiquetada ¡¡¡Mataunmontón!!!
—¿Las ratas lo llaman Número Tres? —dijo el Cazador de Ratas 2.
—Conocen mucho de venenos —dijo Keith.
—Y te dijeron sobre este antídoto, ¿sí? —dijo el Cazador de Ratas 2.
El Cazador de Ratas 1 le miró furioso.
—Las escuchamos hablar, Bill. En el hoyo, ¿recuerdas? —Miró de nuevo
a Keith, y sacudió la cabeza—. Nah —dijo—. No pareces la clase de
muchacho que envenenaría a un hombre en su cara...
—¿Y qué me dice de mí? —dijo Malicia, inclinándose hacia adelante.
—¡Ella lo haría! ¡Ella lo haría! —dijo el Cazador de Ratas 2, agarrando el
brazo de su colega—. Es rara, ésa. ¡Todos lo dicen! —Se agarró el estómago
otra vez, y se inclinó hacia adelante, gimiendo.
—Dijiste algo de un antídoto —dijo el Cazador de Ratas 1—. Pero no hay
ningún antídoto para el ¡¡¡Mataunmontón!!!
—Y le dije que lo hay —dijo Keith—. Las ratas encontraron uno.
El Cazador de Ratas 2 cayó de rodillas.
—¡Por favor, joven señor! ¡Tenga piedad! ¡Si no por mí, por favor
piense en mi querida esposa y mis cuatro niños amorosos que se quedarán
sin su papá!
—Usted no está casado —dijo Malicia—. ¡Usted no tiene ningún niño!
—¡Podría querer algunos algún día!
—¿Qué le pasó a esa rata que se llevaron? —dijo Keith.
—No lo sé, señor. ¡Una rata con sombrero descendió del techo, lo
agarró, y se fue volando! —barbotó el Cazador de Ratas 2—. ¡Y entonces
descendió otra rata grande en el hoyo, nos gritó a todos, mordió a Jacko en
los impronunciables, saltó directo fuera del hoyo, y escapó!
—Parece que tus ratas están bien —dijo Malicia.
—No he terminado —dijo Keith—. Ustedes les robaron a todos y
culparon a las ratas, ¿verdad?
—¡Sí! ¡Eso es así! ¡Sí! ¡Lo hicimos, lo hicimos!
—Ustedes mataron las ratas —dijo Maurice, tranquilamente.
La cabeza del Cazador de Ratas 1 giró bruscamente. Había un tono en
esa voz que reconocía. La había escuchado en el hoyo. A veces la
encontrabas, en tipos con mucho camino y chalecos elegantes, que viajaban
a través de las montañas ganándose la vida apostando y a veces asesinando
con cuchillos. Tenían una mirada en los ojos y un tono en la voz. Eran
conocidos como ‘caballeros asesinos’. Nunca contrariabas a un caballero
asesino.
—¡Sí, sí, es correcto, lo hicimos! —barbotó el Cazador de Ratas 2.
—Anda con cuidado allí, Bill —dijo el Cazador de Ratas 1, todavía
echando el ojo a Maurice.
—¿Por qué lo hicieron? —dijo Keith.
El Cazador de Ratas 2 miró desde su jefe a Malicia y luego a Keith,
como si tratara de decidir quién le atemorizaba más.
—Bien, Ron dijo que las ratas se comían cosas de todas maneras —
dijo—. Así que... dijo que si nos librábamos de todas las ratas y robábamos
las cosas nosotros mismos, bien, no sería exactamente como robar,
¿verdad? Más como... cambiar cosas de lugar. Hay un tipo que Ron conoce
que viene con una barcaza a vela en medio de la noche y nos paga...
—¡Ésa es una mentira diabólica! —interrumpió el Cazador de Ratas 1, y
luego pareció que iba a vomitar.
—Pero ustedes atraparon ratas vivas y las apiñaron en jaulas sin
comida —continuó Keith—. Sobreviven comiendo ratas, esas ratas. ¿Por qué
hicieron eso?
El Cazador de Ratas 1 se agarró el estómago.
—¡Puedo sentir que me ocurren cosas! —dijo.
—¡Es sólo su imaginación! —escupió Keith.
—¿Lo es?
—Sí. ¿No sabe nada sobre los venenos que usan? Su estómago no
empezará a derretirse hasta dentro de al menos veinte minutos.
—¡Wow! —dijo Malicia.
—Y después de eso —dijo Keith—, si se soplan la nariz, su cerebro,
bien, digamos que sólo necesitarán un pañuelo muy grande.
—¡Esto es grandioso! —dijo Malicia, rebuscando en su bolsa—. ¡Voy a
tomar notas!
—Y entonces, si ustedes... simplemente no van al baño, eso es todo. No
pregunten por qué. No lo hagan. Todo habrá terminado en una hora,
excepto el rezumar.
Malicia estaba haciendo escribiendo rápido.
—¿Se pondrán líquidos? —dijo.
—Mucho —dijo Keith, sin quitar los ojos de los hombres.
—¡Esto es inhumano! —chilló el Cazador de Ratas 2.
—No, es muy humano —dijo Keith—. Es extremadamente humano. No
hay una bestia en el mundo que se lo haría a otra cosa viva, pero sus
venenos se lo hacen a las ratas todos los días. Ahora díganme sobre las
ratas en las jaulas.
El sudor estaba fluyendo a raudales por la cara del ayudante de cazador
de ratas. Parecía como si él también estuviera atrapado en una trampa.
—Mira, los cazadores de ratas siempre han atrapado ratas vivas para
los hoyos de rata —gimió—. Es una extra. ¡No tiene nada de malo! ¡Siempre
lo hicimos! De modo que teníamos que mantener una reserva, así que las
criamos. ¡Teníamos que hacerlo! No es ningún daño darles de comer las
ratas muertas de los hoyos de rata. ¡Todos saben que las ratas comen ratas,
si les quitas la parte verde que tiembla! Y entonces...
—¿Oh? ¿Hay un entonces? —dijo Keith, tranquilamente.
—Ron dijo que si criábamos las ratas que sobrevivían en el pozo, ya
sabes, las que esquivaban a los perros, bien, terminaríamos con mejores
ratas y más grandes, ¿lo ves?
—Eso es científico, o sea —dijo el Cazador de Ratas 1.
—¿Qué sentido tendría? —preguntó Malicia.
—Bien, señorita, nosotros... Ron dijo... pensamos... pensé...
pensábamos que... bien, no es exactamente estafar si pones ratas muy
fuertes entre las otras, mira, especialmente si el perro que está entrando es
un poco inseguro. ¿Dónde está el daño? Nos da una ventaja, mira, cuando
se trata de apuestas. Pensé... él pensó...
—Usted parece un poco confuso sobre quién fue el autor de la idea —
dijo Keith.
—Él —dijeron al mismo tiempo los dos cazadores de ratas.
Yo, dijo una voz en la cabeza de Maurice. Casi cayó de su percha. Lo
que no nos mata nos hace fuertes, dijo la voz de Araña. La raza más fuerte.
—¿Usted quiere decir —dijo Malicia—, que si no hubiera cazadores de
ratas aquí habría menos ratas? —Hizo una pausa, con la cabeza inclinada a
un costado—. No, eso no está bien. No se siente bien. Hay algo más. Algo
que ustedes no nos han dicho. Esas ratas en esas jaulas están... enfermas,
locas...
También lo estaría yo, pensó Maurice, con esta horrible voz en mi
cabeza a toda hora del día.
—Voy a vomitar —dijo el Cazador de Ratas 1—. Voy a, voy a...
—No lo haga —dijo Keith, observando al Cazador de Ratas 2—. No le
gustará. ¿Bien, Sr. Ayudante de Cazador de Rata?
—Pregúntales qué hay en el otro sótano —dijo Maurice. Lo dijo rápido;
podía sentir la voz de Araña que trataba de parar el movimiento de su boca
incluso mientras la frase salía.
—¿Qué hay en el otro sótano entonces? —dijo Keith.
—Oh, sólo más cosas, jaulas viejas, cosas así... —dijo el Cazador de
Ratas 2.
—¿Qué más? —dijo Maurice.
—Sólo el... sólo el... allí es donde... —La boca del cazador de ratas se
abrió y se cerró. Sus ojos se saltaban—. No puedo decirlo —dijo—. Er. No
hay nada. Sí, eso es. No hay nada ahí, sólo las viejas jaulas. Oh, y la plaga.
No vayan allí porque está la plaga. Es por eso que no deberían ir ahí, ¿lo
ven? Por la plaga.
—Está mintiendo —dijo Malicia—. Nada de antídoto para él.
—¡Tuve que hacerlo! —gimió el Cazador de Ratas 2—. ¡Tienes que hacer
uno para ser socio del Gremio!
—¡Ése es un secreto del Gremio! —dijo el Cazador de Ratas 1 con
brusquedad—. No decimos los secretos del Gremio —Se detuvo, y se agarró
el rugiente estómago.
—¿Qué era lo que tenía que hacer? —dijo Keith.
—¡Hacer una rata rey! —explotó el Cazador de Ratas 2.
—¿Una rata rey? —dijo Keith cortante—. ¿Qué es una rata rey?
—Yo... yo... yo... —tartamudeó el hombre—. Basta, yo... yo... no quiero
hacerlo... —Las lágrimas corrían por su cara—. Nosotros... yo hice una rata
rey. Basta, basta, detenlo...
—¿Y todavía está viva? —dijo Malicia.
Keith se volvió hacia ella con asombro.
—¿Tú conoces de estas cosas? —preguntó.
—Por supuesto. Hay muchas historias sobre ellas. Las ratas reyes son
mortalmente malvadas. Ellas...
—Antídoto, antídoto, por favor —gimió el Cazador de Ratas 2—. ¡Mi
estómago se siente como si adentro hubiera ratas corriendo!
—Ustedes hicieron una rata rey —dijo Malicia—. Oh, cielos. Bien,
dejamos el antídoto en ese pequeño sótano donde nos encerraron. Me
apuraría si fuera usted.
Ambos hombres se pusieron de pie tambaleantes. El Cazador de Ratas
1 cayó a través de la trampilla. El otro hombre aterrizó sobre él.
Blasfemando, gimiendo y, tiene que decirse, tirándose pedos
tremendamente, se abrieron paso al sótano.

La vela de Porotos Peligrosos todavía estaba encendida. A su lado había


un grueso mazo de papel retorcido.
La puerta se cerró de golpe detrás de los hombres. Escucharon el
sonido de un trozo de madera al ser calzado contra ella.
—Hay suficiente antídoto para una persona —dijo la voz de Keith,
amortiguada a través de la madera—. Pero estoy seguro de que ustedes
pueden resolverlo... al estilo humano.

Canela Oscuro trataba de recuperar la respiración, pero pensó que


nunca lo conseguiría completamente, incluso si aspiraba durante un año.
Había un anillo de dolor alrededor de su espalda y su pecho.
—¡Es asombroso! —dijo Nutritiva—. ¡Usted estaba muerto en la trampa
y ahora está vivo!
—¿Nutritiva? —dijo Canela Oscuro, cautelosamente.
—¿Sí, señor?
—Estoy muy... agradecido —dijo Canela Oscuro, todavía respirando con
dificultad—, pero no te pongas tonta. El resorte estaba estirado y débil y...
los dientes estaban oxidados y romos. Eso es todo.
—¡Pero usted tiene mordidas por todas partes! ¡Nunca antes nadie ha
salido de una trampa, excepto los Sres. Chillosos, y están hechos de goma!
Canela Oscuro se lamió el estómago. Nutritiva tenía razón. Se veía
perforado.
—Fue sólo suerte —dijo.
—Nunca ninguna rata ha salido viva de una trampa —repitió Nutritiva—.
¿Vio a la Gran Rata?
—¿A la qué?
—¡A la Gran Rata!
—Oh, eso —dijo Canela Oscuro. Iba a añadir ‘No, no voy con esas
tonterías’, pero se detuvo. Podía recordar la luz, y luego la oscuridad delante
de él. No había parecido malo. Casi se lamentaba que Nutritiva lo hubiera
sacado. En la trampa, todo el dolor había sido un largo camino de salida. Y
no había más decisiones difíciles. Se conformó con decir—: ¿Está Jamón de
Puerco bien?
—Más o menos. Quiero decir, no podemos ver ninguna herida que no
vaya a curar. Las ha pasado peores. Pero, bien, estaba muy viejo. Casi tres
años.
—¿Estaba? —dijo Canela Oscuro.
—Es muy viejo, digo, señor. Sardinas me envió a buscarlo porque
necesitaremos que usted nos ayude a recuperarlo, pero... —Nutritiva lanzó
una mirada dudosa a Canela Oscuro.
—Está bien, estoy seguro de que parece peor de lo que es —dijo Canela
Oscuro, haciendo una mueca de dolor—. Nos levantemos ya, ¿quieres?

Un viejo edificio está lleno de lugares donde una rata puede pisar. Nadie
se fijó en ellas mientras subían del comedero a la silla de montar, del arnés
al soporte del heno. Además, nadie las estaba buscando. Algunas de las
otras ratas habían tomado la ruta de Jacko hacia la libertad, y los perros
estaban enloquecidos buscándolas y se peleaban. También los hombres.
Canela Oscuro conocía un poco sobre cerveza, ya que llevaba a cabo
sus asuntos bajo bares y cervecerías, y las ratas se habían preguntado a
menudo por qué a los humanos les gustaba a veces desconectar sus
cerebros. Para las ratas, viviendo en el centro de una telaraña de sonido, luz
y olor, no tenía sentido en absoluto.
A Canela Oscuro, ahora, no le parecía tan malo. La idea de que, durante
un tiempo, podías olvidar cosas y no tener la cabeza zumbando con ideas
problemáticas... bien, parecía bastante atractivo.
No podía recordar mucho de la vida antes de haber Cambiado, pero
estaba seguro de que no había sido tan complicada. Oh, habían ocurrido
cosas malas, porque la vida en el basurero había sido muy dura. Pero
cuando se terminaban, se terminaban, y mañana era un nuevo día.
Las ratas no pensaban en el mañana. Sólo tenían una pálida sensación
de que ocurrirían más cosas. No era pensamiento. Y no había ‘bien’, y ‘mal’,
y ‘correcto’, e ‘incorrecto’. Ésas eran ideas nuevas.
¡Ideas! ¡Ése era su mundo ahora! Grandes preguntas grandes y grandes
respuestas, sobre la vida, y cómo tenías que vivirla, y qué eras. Las nuevas
ideas se volcaron en la cansada cabeza de Canela Oscuro.
Y entre las ideas, en el medio de su cabeza, vio la pequeña figura de
Porotos Peligrosos.
Canela Oscuro nunca había hablado mucho con la pequeña rata blanca
o con la pequeña hembra que corría detrás de él y que hacía dibujos de las
cosas en las que él había estado pensando. A Canela Oscuro le gustaban las
personas que eran prácticas.
Pero ahora pensó: ¡es un buscador de trampas! ¡Exactamente como yo!
Va delante de nosotros, encuentra las ideas peligrosas, piensa en ellas, las
atrapa con palabras, las hace seguras, y nos muestra el camino para
pasarlas.
Lo necesitamos... lo necesitamos ahora. De otra manera, todos estamos
corriendo en círculos como ratas en un barril...

Mucho después, cuando Nutritiva ya era vieja y tenía gris alrededor del
hocico, y olía un poco raro, le dictó la historia de la escalada y de cómo
había escuchado a Canela Oscuro hablar entre dientes. El Canela Oscuro que
había sacado de la trampa era una rata diferente, dijo. Era como si sus
pensamientos hubieran disminuido la velocidad pero que se hubieran hecho
más grandes.
La parte más extraña, decía, fue cuando llegaron a la viga. Canela
Oscuro se aseguró de que Jamón de Puerco estuviera bien, y luego recogió
el fósforo que había mostrado a Nutritiva.
—Lo raspó contra un viejo trozo de hierro —dijo Nutritiva—, y luego se
alejó a lo largo de la viga con el fósforo encendido, y abajo podía ver a toda
la multitud, los soportes del heno y la paja por todas partes, y las personas
que se arremolinaban, exactamente como, ja, exactamente como ratas... y
pensé, si deja caer eso, señor, el sitio se llenará de humo en unos segundos,
y han cerrado las puertas, y para cuando se den cuenta de que están
atrapados como, ja, sí, como ratas en un barril, nosotros estaremos lejos a
lo largo de los canalones.
»Pero sólo se quedó allí de pie, mirando hacia abajo, hasta que el
fósforo se apagó. Entonces lo soltó y nos ayudó con Jamón de Puerco, y
nunca dijo una palabra sobre el asunto. Le pregunté sobre él más tarde,
después de toda la cuestión con el flautista y todo eso, y me dijo: ‘Sí. Ratas
en un barril’. Y eso fue todo lo que dijo.

—¿Qué pusiste realmente en el azúcar? —preguntó Keith, mientras


hacía el camino de regreso a la trampilla.
—Cáscara —dijo Malicia.
—Eso no es un veneno, ¿verdad?
—No, es un laxante.
—¿Qué es eso?
—Te hace... ir.
—¿Ir a dónde?
—No dónde, estúpido. Tú sólo... vas. No quiero hacerte un dibujo
particularmente.
—Oh. Quieres decir... ir.
—Eso es correcto.
—¿Y sólo sucedió que lo tenías contigo?
—Sí. Por supuesto. Estaba en la gran bolsa de medicina.
—¿Quieres decir que sacas algo como eso para algo como esto?
—Por supuesto. Podía ser necesario fácilmente.
—¿Cómo? —dijo Keith, trepando la escalerilla.
—Bien, supón que éramos raptados. Supón que terminábamos en el
mar. Supón que éramos capturados por piratas. Los piratas tienen una dieta
muy monótona, que puede ser la razón por la que están enfadados todo el
tiempo. O supón que escapamos, nadamos a tierra, y terminamos sobre una
isla donde no hay nada más que cocos. Tienen un efecto muy astringente.
—Sí, pero... pero... ¡Puede ocurrir cualquier cosa! Si piensas de ese
modo, ¡terminarías llevando todo por las dudas de cualquier cosa!
—Eso por eso que es una bolsa tan grande —dijo Malicia
tranquilamente, saliendo a través de la trampilla y quitándose el polvo.
Keith suspiró.
—¿Cuánto les diste?
—Montones. Pero deberían estar bien si no toman demasiado del
antídoto.
—¿Qué les diste para antídoto?
—Cáscara.
—Malicia, no eres una buena persona.
—¿De veras? Tú querías envenenarlos con el veneno verdadero, y tú te
estabas poniendo muy imaginativo con todas esas cosas sobre sus
estómagos que se derretían.
—Sí, pero las ratas son mis amigas. Algunos de los venenos realmente
hacen eso. Y... en cierto modo... poner como antídoto más del veneno...
—No es un veneno. Es una medicina. Se sentirán muy bien y limpios
después.
—Muy bien, muy bien. Pero... dársela como antídoto también, eso es un
poco... un poco...
—¿Inteligente? ¿Narrativamente satisfactorio? —dijo Malicia.
—Supongo que sí —admitió Keith de mala gana.
Malicia miró a su alrededor.
—¿Dónde está tu gato? Pensé que nos estaba siguiendo.
—A veces sólo se desvía. Y no es mi gato.
—Sí, tú eres su muchacho. Pero un hombre joven con un gato listo
pueden llegar muy lejos, ya sabes.
—¿Cómo?
—Había Gato con Botas, obviamente —dijo Malicia—, y por supuesto
todos conocen a Dick Livingstone y su gato maravilloso, ¿verdad?[9]
—Yo no —dijo Keith.
—¡Es una historia muy famosa!
—Lo lamento. No he podido leer por mucho tiempo.
—¿De veras? Bien, Dick Livingstone era un niño pobre que se hizo
Señor Alcalde de Ubergurgl porque su gato era muy bueno atrapando... er...
palomas. El pueblo estaba invadido por... palomas, sí, y de hecho más tarde
incluso se casó con la hija de un sultán porque su gato limpió todas las...
palomas del palacio real de su padre...
—Eran ratas realmente, ¿verdad? —dijo Keith, tristemente.
—Lo siento, sí.
—Y era sólo una historia —dijo Keith—. Mira, ¿hay realmente historias
sobre ratas reyes? ¿Las ratas tienen reyes? Nunca lo escuché. ¿Cómo es
eso?
—No de la manera que lo piensas. Se conocen desde hace años.
Realmente existen, sabes. Exactamente como el cartel afuera.
—¿Qué, las ratas con todas sus colas atadas juntas? ¿Cómo lo...?
Se escucharon golpes fuertes y persistentes sobre la puerta. Algunos
sonaban como si fueran hechos con la bota de alguien.
Malicia fue hacia ella y quitó los cerrojos.
—¿Sí? —dijo, fríamente, mientras el aire de la noche entraba a
raudales.
Afuera había un grupo de hombres enfadados. El líder, que parecía ser
sólo el líder porque ocurría que era el que estaba adelante, retrocedió
cuando vio a Malicia.
—Oh... es usted, señorita...
—Sí. Mi padre es el Alcalde, ya sabe —dijo Malicia.
—Er... sí. Todos lo sabemos.
—¿Por todos ustedes tienen palos? —preguntó Malicia.
—Er... queremos hablar con los cazadores de ratas —dijo el portavoz.
Trató de mirar más allá, y ella se hizo a un lado.
—No hay nadie aquí excepto nosotros —dijo—. A menos que ustedes
piensen que hay una trampilla a un laberinto de sótanos subterráneos donde
unos animales desesperados están enjaulados, y donde se acumulan vastos
suministros de comida robada.
El hombre le lanzó otra mirada nerviosa.
—Usted y sus historias, señorita —dijo.
—¿Ha habido algún problema? —preguntó Malicia.
—Pensamos que fueron un... un poco pícaros... —dijo al hombre.
Palideció bajo la mirada que ella le lanzó.
—¿Sí? —dijo.
—¡Nos hicieron trampas en el hoyo de rata! —dijo un hombre detrás de
él, envalentonado porque había otra persona entre él y Malicia—. ¡Deben
haber entrenado a esas ratas! ¡Una de ellas voló alrededor sobre un cordel!
—¡Y una de ellas mordió a mi Jacko en los... en los... en los
innombrables! —dijo alguien más atrás—. ¡Usted no puede decirme que no
estaba entrenado para hacerlo!
—Vi a una con un sombrero esta mañana —dijo Malicia.
—Han habido demasiadas ratas extrañas hoy —dijo otro hombre—. ¡Mi
mamá dijo que vio a una bailando sobre los estantes de la cocina! ¡Y cuando
mi abuelo se levantó y buscó sus dientes postizos, dijo que una rata lo
mordió con ellos! ¡Lo mordió con sus propios dientes!
—¿Qué, puestos? —preguntó Malicia.
—¡No, sólo los cerró en el aire! Y una dama abajo en nuestra calle abrió
la puerta de su despensa y había unas ratas nadando en el tazón de la nata.
¡No exactamente nadando, tampoco! Habían sido entrenadas. ¡Estaban
haciendo una especie de dibujos, y se zambullían y agitaban las patas en el
aire y esas cosas!
—¿Usted quiere decir natación sincronizada? —dijo Malicia—. ¿Quién
está contando historias ahora, eh?
—¿Está segura de que no sabe dónde están esos hombres? —dijo el
líder con desconfianza—. Las personas dicen que se dirigieron hacia este
lugar.
Malicia blanqueó los ojos.
—Muy bien, sí —dijo—. Llegaron aquí y un gato que habla nos ayudó a
que les diéramos de comer veneno y ahora están encerrados en un sótano.
Los hombres la miraron.
—Sí, correcto —dijo el líder, alejándose—. Bien, si realmente los ve, les
dice los estamos buscando, ¿de acuerdo?
Malicia cerró la puerta.
—Es terrible, no ser creída —dijo.
—Ahora cuéntame sobre las ratas reyes —dijo Keith.
CAPÍTULO 10

Y cuando la noche cayó, el Sr. Conejín recordó: hay algo terrible en el


Bosque Oscuro.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

¿Por qué estoy haciendo esto?, se preguntó Maurice, mientras se


retorcía a lo largo de una cañería. ¡Los gatos no están hechos para estas
cosas!
Porque somos personas de corazón amable, dijo su conciencia.
No, yo no lo soy, pensó Maurice.
En realidad, eso es verdad, dijo su conciencia. Pero no se lo queremos
contar a Porotos Peligrosos, ¿verdad? ¿La pequeña nariz temblorosa? ¡Él
cree que somos un héroe!
Bien, no lo soy, pensó Maurice.
Entonces, ¿por qué nos estamos arrastrando bajo tierra tratando de
encontrarlo?
Bien, obviamente porque es el que tiene el gran sueño de encontrar la
isla de las ratas, y sin él las ratas no cooperarán y no me pagarán, dijo
Maurice.
¡Somos un gato! ¿Para qué necesita dinero un gato?
Porque tengo un Plan de Retiro, pensó Maurice. ¡Ya tengo cuatro años!
En cuanto haya hecho una pila, deseo una casa bonita con un gran hogar y
una buena anciana que me dé nata todos los días. Lo tengo todo resuelto,
cada detalle.
¿Por qué debería darnos un hogar? Somos hediondos, tenemos orejas
andrajosas, tenemos algo desagradable y hormigueante en nuestra pierna,
parece que alguien nos pateó en la cara... ¿Por qué nos aceptaría una
anciana en lugar de un pequeño gatito peludo?
¡Ajá! Pero los gatos negros son de buena suerte, pensó Maurice.
¿De veras? Bien, no queremos ser portadores de las malas noticias,
¡pero no somos negros! ¡Somos más bien un atigrado barroso!
Hay cosas tales como tinturas, pensó Maurice. Un par de paquetes de
tintura negra, contener el aliento por un minuto, y decir ‘Hola, nata y
pescado’ por el resto de mis días. Buen plan, ¿eh?
¿Y que hay con la suerte?, dijo la conciencia.
¡Ah! Ésa es la parte inteligente. Un gato negro que trae una moneda de
oro todos los meses o algo así, ¿no dirías que ése es un gato con suerte que
hay que tener?
Su conciencia se quedó muda. Probablemente asombrada ante la
inteligencia del plan, se dijo Maurice.
Tenía que admitir que era más inteligente haciendo planes que
trasladándose por el subsuelo. No estaba exactamente perdido, porque los
gatos nunca se pierden. Simplemente no sabía dónde estaba todo lo demás.
No había mucha tierra bajo el pueblo, eso era seguro. Sótanos, rejas,
cañerías, antiguas criptas y alcantarillas, y partes de edificios olvidados
formaban una especie de panal. Incluso los humanos podían pasar por allí,
pensó Maurice. Indudablemente los cazadores de ratas lo habían hecho.
Podía oler ratas por todos lados. Se había preguntado si convenía llamar
a Porotos Peligrosos, pero decidió no hacerlo. La llamada podría ayudarlo a
encontrar dónde estaba la pequeña rata, pero también alertaría a...
cualquiera sobre dónde estaba Maurice. Esas ratas grandes habían sido,
bien, grandes, y de aspecto desagradable. Incluso un perro idiota tendría
problemas con ellas.
Ahora estaba en un pequeño túnel de sección cuadrada con cañerías de
plomo. Incluso se escuchaba el silbido del vapor que se escapaba, y aquí y
allá el agua caliente goteaba en un canalón que corría hasta el fondo.
Adelante había una reja que conducía hasta la calle. Una luz apagada venía
de allí.
El agua en el canalón parecía limpia. Por lo menos, podías ver a través
de ella. Maurice estaba sediento. Se inclinó con la lengua afuera...
Había una delgada cinta roja y brillante rizándose suavemente en el
agua...

Jamón de Puerco parecía confundido y medio dormido pero sabía lo


suficiente para sujetar la cola de Sardinas mientras las ratas regresaban de
los establos. Era un viaje lento. Sardinas pensó que la vieja rata no podría
cruzar los tendederos. Merodearon a lo largo de zanjas, y a lo largo de
desagües, ocultándose bajo nada más que el manto de la noche.
Algunas ratas se estaban arremolinando en el sótano cuando finalmente
llegaron. Para aquel entonces Canela Oscuro y Sardinas caminaban a ambos
lados de Jamón de Puerco, que apenas movía las patas.
Todavía había una vela ardiendo en el sótano. Canela Oscuro estaba
sorprendido. Pero muchas cosas habían ocurrido en la última hora.
Dejaron que Jamón de Puerco se desplomara sobre el piso, donde
quedó tendido, respirando pesadamente. Su cuerpo se sacudía con cada
respiración.
—¿Veneno, jefe? —susurró Sardinas.
—Pienso que sólo fue demasiado para él —dijo Canela Oscuro—. Sólo
demasiado.
Jamón de Puerco abrió un ojo.
—¿Soy... todavía... el... líder? —dijo.
—Sí, señor —dijo Canela Oscuro.
—Necesito... dormir...
Canela Oscuro miró el círculo a su alrededor. Las ratas se deslizaban
hacia el grupo. Podía verlas susurrar unas a otras. Lo estaban mirando a él.
Pasó su mirada alrededor, tratando de distinguir la pálida figura de Porotos
Peligrosos.
—Nutritiva... me dice... que viste el... túnel... de la... Gran Rata... —
dijo Jamón de Puerco.
Canela Oscuro miró furioso a Nutritiva, que parecía avergonzada.
—Vi... algo —dijo.
—Entonces soñaré con eso y... nunca despertaré —dijo Jamón de
Puerco. Su cabeza cayó otra vez—. Ésta no es... la manera en que una...
una vieja rata debería morir —masculló—. No... así. No... en la luz.
Canela Oscuro hizo un gesto urgente con la cabeza hacia Sardinas, que
apagó la vela con su sombrero. La espesa y húmeda oscuridad subterránea
se cerró.
—Canela Oscuro —susurró Jamón de Puerco—. Tienes que saber esto...
Sardinas esforzó sus orejas para escuchar las últimas palabras del viejo
líder a Canela Oscuro. Entonces, unos segundos después, tembló. Pudo oler
el cambio en el mundo.
Hubo un movimiento en la oscuridad. Un fósforo se encendió y la llama
de la vela creció otra vez, trayendo sombras de regreso al mundo.
Jamón de Puerco yacía muy quieto.
—¿Tenemos que comerlo ahora? —dijo alguien.
—Se ha... ido —dijo Canela Oscuro. De algún modo, la idea de comer a
Jamón de Puerco no se sentía bien—. Entiérrenlo —dijo—. Y señalen el sitio
así sabremos que está ahí.
Hubo un sentimiento de alivio en el grupo. Por mucho que cualquiera
pudiera haber respetado a Jamón de Puerco, todavía estaba un poco sobre
el lado del tufo, incluso para una rata.
Una rata delante de la multitud parecía insegura.
—Er... cuando usted dice ‘señalar el sitio’ —dijo—, ¿usted quiere decir
como señalamos los otros lugares donde enterramos cosas?
—Él quiere saber si pishamos sobre él —dijo la rata junto a él.
Canela Oscuro miró a Sardinas, que se encogió de hombros. Canela
Oscuro tenía una sensación de desazón dentro de sí. Cuando eras el líder,
todos esperaban ver lo que decías. Y todavía no había ninguna señal de la
rata blanca.
Estaba solo.
Pensó intensamente por un momento, y luego asintió.
—Sí —dijo por fin—. A él le gustaría. Eso es muy... ratoso. Pero hagan
esto, también. Dibújenlo en el suelo encima de él.
Raspó una señal en el suelo:
—‘Era una rata de una línea larga de ratas y pensaba sobre las ratas’ —
dijo Sardinas—. Es bueno, jefe.
—¿Y regresará como hizo Canela Oscuro? —dijo alguien más.
—Si lo hace, se pondrá realmente enojado si lo hemos comido —dijo
una voz. Se escucharon algunas risas nerviosas.
—Escuchen, yo no... —empezó Canela Oscuro, pero Sardinas lo codeó.
—¿Palabra en su oreja, patrón? —dijo, levantando su chamuscado
sombrero cortésmente.
—Sí, sí... —Canela Oscuro se estaba preocupando. Nunca había tenido
tantas ratas mirándolo tan atentamente. Siguió a Sardinas fuera del grupo.
—Usted sabe que yo solía andar por el teatro y todo eso —dijo
Sardinas—. Y se pescan cosas en el teatro. Y la cuestión es... mire, lo que
estoy diciendo es, usted es el líder, ¿correcto? Así que tiene que actuar como
si supiera qué está haciendo, ¿de acuerdo? Si el líder no sabe qué está
haciendo, nadie más lo sabe, tampoco.
—Solamente sé lo que estoy haciendo cuando estoy desmontando
trampas —dijo Canela Oscuro.
—Muy bien, piense en el futuro como una trampa muy grande —dijo
Sardinas—. Sin queso.
—¡Eso no es mucha ayuda!
—Y debería dejarlos pensar lo que quieran sobre usted y... esa cicatriz
que tiene —dijo Sardinas—. Ése es mi consejo, patrón.
—¡Pero yo no me morí, Sardinas!
—Algo ocurrió, ¿verdad? Usted iba a ponerle fuego al sitio. Lo observé.
Algo le pasó en la trampa. No me pregunte qué fue, sólo bailo tap. Soy sólo
una pequeña rata. Siempre lo seré, jefe. Pero hay ratas grandes como
Ensalmuera y Vencimiento y un grupo de otros, jefe, y ahora que Jamón de
Puerco está muerto podrían pensar que ellos deberían ser el líder. ¿Me
sigue?
—No.
Sardinas suspiró.
—Creo que sí, jefe. ¿Queremos muchas peleas entre nosotros en
tiempos como éste?
—¡No!
—¡Correcto! Bien, gracias a la pequeña charlatana de Nutritiva usted es
la rata que miró a la Rata Hueso en la cara y volvió, ¿verdad...?
—Sí, pero ella...
—Me parece, jefe, que cualquiera que pueda mirar a la Rata Hueso...
bien, nadie va a querer meterse con él, ¿tengo razón? ¿Una rata que lleva
las marcas de los dientes de la Rata Hueso como un cinturón? Uh-uh, no.
Las ratas seguirán a una rata así. En tiempos como éste, las ratas necesitan
de alguien a quien seguir. Fue algo bueno lo que usted hizo allá atrás, con el
viejo Jamón de Puerco. Enterrarlo, pishar encima, y poner un cartel sobre
él... bien, a las viejas ratas les gusta eso, y también a las jóvenes. Les
muestra que usted está pensando por todos. —Sardinas inclinó la cabeza a
un lado, y mostró una sonrisa preocupada.
—Puedo ver que tendré que observarte, Sardinas —dijo Canela
Oscuro—. Piensas como Maurice.
—No se preocupe por mí, jefe. Soy pequeño. Tengo que bailar. No sería
nada bueno en el liderazgo.
Pensar por todos, pensó Canela Oscuro. La rata blanca...
—¿Dónde está Porotos Peligrosos? —dijo, mirando a su alrededor—. ¿No
está aquí?
—No lo he visto, jefe.
—¿Qué? ¡Lo necesitamos! Tiene el mapa en su cabeza.
—¿Mapa, jefe? —Sardinas parecía interesado—. Pensé que usted
dibujaba mapas en el barro.
—¡No un mapa como un dibujo de túneles y trampas! Un mapa de... de
qué somos y dónde vamos...
—Oh, ¿usted quiere decir como esa isla encantadora? Nunca creí en ella
realmente, jefe.
—No sé nada de ninguna isla, realmente no —dijo Canela Oscuro—.
Pero cuando estuve en ese... lugar, vi... la forma de una idea. ¡Siempre ha
habido una guerra entre humanos y ratas! Tiene que terminar. Y aquí,
ahora, en este lugar, con estas ratas... puedo ver que se puede. Éste podría
ser el único momento y el único lugar donde se pueda. Puedo ver la forma
de una idea en mi cabeza pero no puedo pensar en las palabras para ella,
¿comprendes? Así que necesitamos a la rata blanca, porque conoce el mapa
para pensar. Tenemos que pensar nuestra salida de esto. ¡Correr de un lado
para otro y chillar ya no resultará!
—Lo está haciendo bien hasta ahora, jefe —dijo el bailarín, palmeándole
el hombro.
—Todo está saliendo mal —dijo Canela Oscuro, tratando de mantener
baja la voz—. ¡Lo necesitamos! ¡Lo necesito!
—Reuniré algunos escuadrones, jefe, si me muestra dónde empezar a
mirar —dijo Sardinas mansamente.
—En los desagües, no lejos de las jaulas —dijo Canela Oscuro—.
Maurice estaba con él —añadió.
—¿Eso es bueno o malo, jefe? —preguntó Sardinas—. Usted sabe lo que
siempre decía Jamón de Puerco: ‘Siempre puedes confiar en que un gato...’
—‘... sea un gato’. Sí. Lo sé. Ojalá supiera la respuesta a eso, Sardinas.
Sardinas se acercó.
—¿Puedo hacer una pregunta, patrón?
—Por supuesto.
—¿Qué le susurró Jamón de Puerco justo antes de morir? ¿Sabiduría
especial de líder, eso fue?
—Buen consejo —dijo Canela Oscuro—. Buen consejo.

Maurice parpadeó. Muy despacio, su lengua se enroscó hacia dentro.


Aplanó las orejas y moviendo las patas en silenciosa cámara lenta, se deslizó
junto a la zanja.
Justo debajo de la reja había algo pálido. La cinta roja venía desde más
arriba en la corriente, y se dividía en dos cuando corría alrededor de la cosa,
antes de volverse un hilo retorcido otra vez.
Maurice llegó allí. Eran unos restos de papel enrollados, empapados con
agua y manchados de rojo. Extendió una garra y lo pescó. Cayó sobre el
costado de la zanja y, mientras Maurice separaba suavemente el papel, vio
los borroneados dibujos hechos con lápiz grueso. Sabía qué eran. Los había
visto, un día cuando no tenía nada mejor que hacer. Eran estúpidamente
simples.
—Ninguna Rata... —empezó. Entonces había una porquería húmeda
bajo la parte que decía: ‘No somos como las otras Ratas’.
—Oh, no —dijo. No dejarían caer esto, ¿verdad? Melocotones lo llevaba
como si fuera una cosa enormemente preciada...
¿Los encontraré primero?, dijo una voz extraña en la cabeza de
Maurice. O quizás ya lo hice...
Maurice corrió, patinando sobre la piedra legamosa cuando el túnel se
volvió un recodo.
Qué cosas tan extrañas son, GATO. Ratas que piensan que no son
ratas. ¿Seré como tú? ¿Actuaré como un GATO? ¿Mantendré a uno de ellos
vivo? ¿POR UN RATO?
Maurice aulló por lo bajo. Otros túneles más pequeños se abrían de
ambos lados pero la delgada cinta roja lo conducía derecho hacia adelante y
allí, bajo otra reja, la cosa yacía en el agua, la roja fuga escapando
suavemente de ella.
Maurice flaqueó. Había esperado... ¿qué? Pero esto... esto era... esto
era peor, en cierto sentido. Peor que cualquier cosa.
Empapado en agua, perdiendo la tinta roja del chaleco de Ratoso Rupert
la Rata, estaba El Sr. Conejín Tiene Una Aventura.
Maurice lo enganchó con la punta de la garra, y las páginas de papel
barato cayeron, una a una, y se fueron a la deriva por el agua. Lo habían
dejado caer. ¿Habían estado corriendo? ¿O... lo habían arrojado? ¿Qué había
dicho Porotos Peligrosos? ¿‘No somos nada más que ratas’? Y lo había dicho
en una voz tan triste y vacía...
¿Dónde están ahora, GATO? ¿Puedes encontrarlos? ¿Por dónde ahora?
Puede ver lo que veo, pensó. No puede leer mi mente, pero puede ver
lo que veo y escuchar lo que escucho, y es bueno para suponer qué debo
estar pensando...
Otra vez, cerró sus ojos.
¿En la oscuridad, GATO? ¿Cómo pelearás contra mis ratas? ¿Las que
están DETRÁS DE TI?
Maurice dio media vuelta, los ojos bien abiertos. Había ratas allí,
docenas de ellas, algunas casi la mitad del tamaño de Maurice. Lo
observaban, todas con la misma expresión en blanco.
¡Bien hecho, bien hecho, GATO! ¡Ves a las criaturas que chillan y sin
embargo no saltas! ¿Cómo aprendió un gato a no ser un gato?
Las ratas, como una sola rata, avanzaron. Crujían mientras se movían.
Maurice retrocedió un paso.
Imagínalo, GATO, dijo la voz de Araña. Imagina un millón de ratas
inteligentes. Ratas que no huyen. Ratas que pelean. Ratas que comparten
una mente, una opinión. La MÍA.
—¿Dónde estás? —dijo Maurice, en voz alta.
Pronto me verás. Sigue adelante, minino. Tienes que seguir adelante.
Una palabra mía, el simple centelleo de un pensamiento, y las ratas que ves
te destruirán. Oh, podrías matar a una o dos, pero siempre hay más ratas.
Siempre más ratas.
Maurice se volvió, y avanzó con cautela hacia adelante. Las ratas lo
siguieron. Dio media vuelta. Se detuvieron. Se volvió otra vez, hizo un par
de pasos, miró detrás. Las ratas lo seguían como si estuvieran sobre un
cordel.
Había un olor familiar en el aire aquí, de agua vieja, podrida. Estaba en
algún lugar cerca del sótano inundado. Pero ¿qué tan cerca? Las cosas
apestaban peor que comida enlatada para gatos. Podía estar en cualquier
dirección. Probablemente podría correr más que las ratas en corta distancia.
Unas ratas sanguinarias justo detrás pueden darte alas.
¿Estás planeando correr para ayudar a la rata blanca?, dijo su
conciencia. ¿O estás pensando en hacer una carrera hacia la luz del día?
Maurice tuvo que admitir que la luz del día nunca había le parecido una
mejor idea. No tenía ningún sentido mentirse. Después de todo, las ratas no
vivían mucho tiempo en todo caso, incluso si tenían narices temblorosas...
Están cerca, GATO. ¿Jugamos un juego? A los gatos les gusta jugar.
¿Jugaste con Aditivos? ¿ANTES DE MORDERLE LA CABEZA?
Maurice se paró en seco.
—Vas a morir —dijo suavemente.
Se están acercando a mí, Maurice. Tan cerca ahora. ¿Te digo que el
muchacho de aspecto estúpido y la niña tonta van a morir? ¿Sabes que las
ratas pueden comerse vivo a un humano?

Malicia le pasó el cerrojo a la puerta del cobertizo.


—Las ratas reyes son profundamente misteriosas —dijo—. Una rata rey
es un grupo de ratas con las colas atadas juntas.
—¿Cómo?
—Bien, las historias dicen que sólo... ocurre.
—¿Cómo ocurre?
—Leí en algún lugar que sus colas se atan juntas cuando están en el
nido, por toda la mugre que hay, y se retuercen mientras...
—Las ratas tienen generalmente seis o siete bebés, y tienen colas muy
cortas, y los padres mantienen los nidos muy limpios —dijo Keith—. ¿Las
personas que cuentan estas historias han visto ratas alguna vez?
—No lo sé. Tal vez las ratas sólo se amontonan y sus colas se
retuercen. Hay una rata rey conservada en un gran pote de alcohol en el
museo de pueblo.
—¿Una muerta?
—O muy, pero muy borracha. ¿Qué crees? —dijo Malicia—. Son diez
ratas, como una especie de estrella, con un gran nudo de colas en el medio.
Encontraron muchas otras, también. ¡Una tenía treinta y dos ratas! Hay
cierto folclore sobre ellas.
—Pero ese cazador de ratas dijo que hizo una —dijo Keith con firmeza—
. Dijo que la hizo para entrar en el Gremio. ¿Sabes qué es una obra
maestra?
—Por supuesto. Es algo realmente bueno.
—Quiero decir una verdadera obra maestra —dijo Keith—. Crecí en una
gran ciudad, con gremios por todos lados. Así es como lo sé. Una obra
maestra es algo que hace un aprendiz al final de su entrenamiento para
demostrar a los miembros superiores del Gremio que merece ser un
‘maestro’. Un miembro pleno. ¿Comprendes? Podría ser una grandiosa
sinfonía, o una hermosa pieza de escultura, o un grupo de magníficos
pasteles... su ‘obra maestra’.
—Muy interesante. ¿Entonces?
—¿Entonces qué clase de obra maestra tendrías que hacer para
convertirte en un maestro cazador de ratas? ¿Para mostrar que realmente
puedes controlar a las ratas? ¿Recuerdas el cartel sobre la puerta?
Malicia frunció las cejas con el gesto de alguien confrontado con un
hecho inconveniente.
—Cualquiera podría atar un grupo de colas de rata juntas si quisiera
hacerlo —dijo—. Estoy segura de que yo podría.
—¿Mientras están vivas? Siempre tendrías que atraparlas primero, y
luego tienes trozos resbaladizos de cordel que se están moviendo todo el
tiempo y el otro extremo sigue mordiéndote. ¿Ocho ratas? ¿Veinte ratas?
¿Treinta y dos? ¿Treinta y dos ratas enfadadas?
Malicia miró a su alrededor en el cobertizo desordenado.
—Resulta —dijo—. Sí. Casi tan bueno como una historia. Probablemente
había una o dos ratas reyes verdaderas... muy bien, muy bien, tal vez sólo
una... y las personas lo supieron, y decidieron que debido a que había todo
este interés tratarían de hacer una. Sí. Es exactamente como los círculos en
las plantaciones. No importa cuántos extranjeros confiesen haberlos hecho,
siempre hay algunos intransigentes que creen que los humanos salen con
rollos al jardín en medio de la noche...
—Sólo creo que a algunas personas les gusta ser crueles —dijo Keith—.
¿Cómo cazarías a una rata rey? Todas tirarían en diferentes direcciones.
—Ah, bien, algunas de las historias sobre ratas reyes dicen que pueden
controlar a las otras ratas —dijo Malicia—. Con sus mentes, algo así. Hacen
que ellas les traigan comida y vayan a diferentes lugares, y así. Tienes
razón, las ratas reyes no pueden moverse fácilmente. Así que... aprenden
cómo ver por los ojos de las otras ratas, y escuchar lo que ellas escuchan.
—¿Sólo de las otras ratas? —dijo Keith.
—Bien, una o dos historias dicen que pueden hacerlo de las personas —
dijo Malicia.
—¿Cómo? —dijo Keith—. ¿Alguna vez ha ocurrido, realmente?
—No sería posible, ¿verdad? —dijo Malicia.
Sí.
—Sí, ¿qué? —dijo Malicia.
—No dije nada. Tú acabas de decir ‘sí’ —dijo Keith.
Pequeñas mentes tontas. Tarde o temprano siempre hay una manera
de entrar. ¡El gato resiste mucho mejor! Ustedes me OBEDECERÁN. Dejen
SALIR a las ratas.
—Creo que deberíamos dejar salir a las ratas —dijo Malicia—. Es
demasiado cruel, teniéndolas encerradas en esas jaulas así.
—Justo estaba pensando eso —dijo Keith.
Y olvídense de mí. Soy sólo una historia.
—Personalmente, creo que las ratas reyes son realmente sólo una
historia —dijo Malicia, caminando hasta la trampilla y levantándola—. Ese
cazador de ratas era un pequeño hombre estúpido. Sólo estaba parloteando.
—Me pregunto si deberíamos dejar salir a las ratas —reflexionó Keith—.
Parecían muy hambrientas.
—No pueden ser peores que los cazadores de ratas, ¿verdad? —dijo
Malicia—. De todos modos, pronto el flautista estará aquí. Las conducirá a
todas al río, o algo así...
—Al río... —farfulló Keith.
—Es lo que hace, sí. Todos lo saben.
—Pero las ratas pueden... —empezó Keith.
¡Obedézcanme! ¡No PIENSEN! ¡Sigan la historia!
—¿Las ratas pueden qué?
—Las ratas pueden... las ratas pueden... —tartamudeó Keith—. No
puedo recordar. Algo sobre ratas y ríos. Probablemente nada importante.
Densa, profunda oscuridad. Y, en algún sitio en ella, una pequeña voz.
—Dejé caer a El Sr. Conejín —dijo Melocotones.
—Bien —dijo Porotos Peligrosos—. Era sólo una mentira. Las mentiras
nos hacen fracasar.
—¡Dijiste que era importante!
—¡Era una mentira!
... interminable, goteante oscuridad...
—Y... he perdido las Reglas también.
—¿Entonces? —La voz de Porotos Peligrosos era amarga—. Nadie se
preocupó por ellas.
—¡Eso no es verdad! Las personas lo intentaron. La mayor parte. ¡Y lo
lamentaban cuando no lo hacían!
—Era sólo otra historia, también. Una tonta historia sobre ratas que
pensaban que no eran ratas —dijo Porotos Peligrosos.
—¿Por qué estás hablando de este modo? ¡No es como hablas tú!
—Las viste correr. Corrieron, chillaron y olvidaron cómo hablar. En el
fondo, sólo somos... ratas.
... horrible, apestosa oscuridad...
—Sí, lo somos —dijo Melocotones—. ¿Pero qué somos por encima de
todo? Es lo que solías decir. Vamos, ¿por favor? Volvamos. No estás bien.
—Estaba todo tan claro para mí... —farfulló Porotos Peligrosos.
—Échate. Estás cansado. Me quedan algunos fósforos. Sabes que
siempre te sientes mejor cuando ves una luz...
Preocupada en su corazón, y sintiéndose perdida y muy lejos de casa,
Melocotones encontró una pared que era bastante desigual y sacó un fósforo
de su tosca bolsa. La cabeza roja se encendió y crujió. Levantó el fósforo tan
alto como pudo.
Había ojos por todos lados.
¿Cuál es la peor parte?, pensó con el cuerpo rígido por el miedo. ¿Que
puedo ver los ojos? ¿O que sé que todavía estarán ahí cuando el fósforo se
apague?
—Y sólo tengo dos fósforos más —farfulló por lo bajo.
Los ojos se retiraron a las sombras, silenciosamente. ¿Cómo pueden las
ratas estar tan quietas y tan silenciosas?, pensó.
—Pasa algo malo —dijo Porotos Peligrosos.
—Sí.
—Hay algo aquí —dijo—. Lo olí sobre ese keekee que encontraron en la
trampa. Es una especie de terror. Puedo olerlo sobre ti.
—Sí —dijo Melocotones.
—¿Puedes ver qué deberíamos hacer? —dijo Porotos Peligrosos.
—Sí. —Los ojos enfrente se habían ido, pero Melocotones todavía podía
verlos en cualquier lado.
—¿Qué podemos hacer? —dijo Porotos Peligrosos.
Melocotones tragó.
—Podríamos desear tener más fósforos —dijo.
Y, en la oscuridad detrás de sus ojos, una voz dijo: Y así es que, en su
desesperación, ustedes vienen por fin a mí...

La luz tiene un olor.


En los sótanos fríos y húmedos el áspero hedor sulfuroso del fósforo
voló como un ave amarilla, subiendo en las corrientes de aire, cayendo en
picada a través de las grietas. Era un olor limpio y tenaz que cortaba el
apagado hedor subterráneo como un cuchillo.
Llenó las fosas nasales de Sardinas, que giró su cabeza.
—¡Fósforos, jefe! —gritó.
—¡Dirígete hacia allí! —ordenó Canela Oscuro.
—Viene a través de la habitación de las jaulas, jefe —advirtió Sardinas.
—¿Entonces?
—¿Recuerda lo que ocurrió la última vez, jefe?
Canela Oscuro miró a su alrededor al escuadrón. No era todo lo que
podía haber deseado. Las ratas todavía estaban regresando de sus
escondites, y algunas ratas —buenas y sensatas— se habían precipitado en
las trampas y el veneno por el pánico. Pero había escogido las mejores que
pudo. Había algunas de las más viejas y experimentadas, como Ensalmuera
y Sardinas, pero la mayoría eran jóvenes. Tal vez no era tan malo, pensó.
Fueron las ratas más viejas las que más habían entrado en pánico. No
estaban tan acostumbradas a pensar.
—De acuerdo —dijo—. Ahora, no sabemos a dónde vamos... —empezó,
y captó la mirada de Sardinas. La rata estaba sacudiendo la cabeza
ligeramente.
Oh, sí. No estaba permitido que los líderes no supieran.
Miró las caras jóvenes y preocupadas, respiró hondo y empezó otra vez.
—Hay algo nuevo aquí —dijo, y de repente supo qué decir—. Algo que
nunca antes haya visto nadie. Algo difícil. Algo fuerte. —El escuadrón estaba
casi encogiéndose, excepto Nutritiva, que miraba a Canela Oscuro con los
ojos brillantes.
—Algo terrible. Algo nuevo. Algo repentino —dijo Canela Oscuro,
inclinándose hacia adelante—. Y son ustedes. Todos ustedes. Ratas con
cerebros. Ratas que pueden pensar. Ratas que no giran y corren. Ratas que
no tienen miedo de la oscuridad, ni del fuego, ni de ruidos, ni de trampas, ni
de venenos. Nada puede detener a unas ratas como ustedes, ¿correcto?
Ahora las palabras subían a borbotones.
—¿Escucharon sobre el Bosque Oscuro en el Libro? Bien, estamos en el
Bosque Oscuro ahora. Hay otra cosa ahí abajo. Algo terrible. Se esconde
detrás del miedo. Piensa que pueden detenerlos y está equivocado. ¡Vamos
a encontrarlo, y sacarlo a la rastra, y vamos a hacerlo desear nunca haber
nacido! Y si morimos... bien —y las vio, todas a la vez, mirar la lívida herida
que cruzaba su pecho—, la muerte no es tan mala. ¿Les cuento sobre la
Rata Hueso? Espera a los que se dan por vencidos y corren, a los que se
esconden, a los que se tambalean. Pero si ustedes la miran a los ojos, los
saludará con la cabeza y pasará de largo.
Ahora podía olfatear su excitación. En el mundo detrás de sus ojos eran
las ratas más valientes que jamás hubo. Ahora tenía que clavar esa idea allí.
Sin pensar, se tocó la herida. Estaba curando mal, todavía corría
sangre, e iba a ser una inmensa cicatriz ahí para siempre. Subió la mano,
con su propia sangre, y la idea llegó directamente de sus huesos.
Caminó a lo largo de la hilera, tocando a cada rata justo encima de los
ojos, dejando una marca roja.
—Y después —dijo tranquilamente—, las personas dirán, ‘Fueron allí, y
lo hicieron, y volvieron del Bosque Oscuro, y es así como saben defenderse’.
Miró a Sardinas al otro lado de sus cabezas, quién levantó su sombrero.
Eso rompió el hechizo. Las ratas empezaron a respirar. Pero algo de la
magia todavía estaba ahí, metida en el brillo de un ojo y el tic de una cola.
—¿Listo para morir por el Clan, Sardinas? —gritó Canela Oscuro.
—¡No, jefe! ¡Listo para matar!
—Bien —dijo Canela Oscuro—. Vámonos. ¡Adoramos el Bosque Oscuro!
¡Nos pertenece!

El olor de la luz derivó a lo largo de los túneles y llegó a la cara de


Maurice, que lo olfateó. ¡Melocotones! Era loca por la luz. Era más o menos
todo lo que Porotos Peligrosos podía ver. Siempre llevaba algunos fósforos.
¡Loca! ¡Criaturas que vivían en la oscuridad, llevando fósforos! Bien,
obviamente no loca cuando lo pensabas, pero aún así...
Las ratas atrás lo estaban empujando en esa dirección. Están jugando
conmigo, pensó. Golpeado paso a paso para que Araña pueda escucharme
chillar.
Escuchó la voz de Araña en su cabeza: Y así es que, en su
desesperación, ustedes vienen por fin a mí...
Y escuchó con sus orejas, lejana y apagada, la voz de Porotos
Peligrosos.
—¿Quién es usted?
Soy la Gran Rata Que Vive Bajo Tierra.
—¿Lo es? Realmente. He pensado... mucho en usted.
Había un agujero en la pared aquí y, más allá, el brillo de un fósforo
encendido. Sintiendo la presión de las ratas por detrás, Maurice se deslizó a
través del hueco.
Había grandes ratas por todos lados, sobre el piso, sobre las cajas,
aferradas a las paredes. Y, en el centro, un círculo de luz de un fósforo
medio quemado sostenido por una temblorosa Melocotones. Porotos
Peligrosos estaba de pie un poco más adelante de ella, mirando hacia una
pila de cajas y sacos.
Melocotones dio media vuelta. Mientras lo hacía, la llama del fósforo se
hizo más ancha y más clara. Las ratas más cercanas saltaron lejos,
doblándose como una ola.
—¿Maurice? —dijo.
El gato no se moverá, dijo la voz de Araña.
Maurice trató de hacerlo, y sus garras no le obedecieron.
Quédate quieto, GATO. O le ordenaré a tus pulmones que se detengan.
¿Lo ven, pequeñas ratas? ¡Incluso un gato me obedece!
—Sí. Veo que tiene un poder —dijo Porotos Peligrosos, diminuto en el
círculo de luz.
Rata inteligente. Te he escuchado hablar con los otros. Tú comprendes
la verdad. Tú sabes que enfrentando a la oscuridad nos hacemos fuertes. Tú
conoces de la oscuridad enfrente de nosotros y de la oscuridad detrás de los
ojos. Tú sabes que cooperamos o morimos. ¿Vas a... COOPERAR?
—¿Cooperar? —dijo Maurice. Su nariz se arrugó—. ¿Como estas otras
ratas que huelo aquí? Huelen... fuertes y estúpidas.
Pero el fuerte sobrevive, dijo la voz de Araña. Eluden a los cazadores de
ratas y se abren camino fuera de las jaulas con mordiscos. Y, como tú, son
llamados a mí. En cuanto a sus mentes... puedo pensar por todos.
—Yo, desafortunadamente, no soy fuerte —dijo Porotos Peligrosos, con
cautela.
Tú tienes una mente interesante. Tú, también, esperas con ansia la
dominación de las ratas.
—¿Dominación? —dijo Porotos Peligrosos—. ¿Yo?
Tendrás que entender que en este mundo hay una raza que roba, mata,
esparce enfermedad, y arruina lo que no puede usar, dijo la voz de Araña.
—Sí —dijo Porotos Peligrosos—. Eso es fácil. Se llama humanidad.
Bien hecho. ¿Ves mis buenas ratas? En unas horas el tonto flautista
vendrá y tocará su tonta flauta y, sí, mis ratas correrán detrás de él fuera
del pueblo. ¿Sabes cómo mata las ratas un flautista?
—No.
Las lleva al río donde... ¿me oyes? ... ¡donde todas se ahogan!
—Pero las ratas son buenas nadadoras —dijo Porotos Peligrosos.
¡Sí! ¡Nunca confíes en un cazador de ratas! Se dejarán trabajo para
mañana. ¡Pero a los humanos les gusta creer en piedras! ¡Prefieren creer en
historias en lugar de la verdad! ¡Pero nosotros, nosotros somos RATAS! Y
mis ratas nadarán, créeme. Ratas grandes, ratas diferentes, ratas que
sobreviven, ratas con parte de mi mente en ellas. ¡Y se extenderán de
pueblo en pueblo y luego habrá destrucción como las personas no pueden
imaginar! ¡Les retribuiremos mil veces por cada trampa! Los humanos han
torturado, envenenado y matado, y todo eso ha tomado forma ahora en mí
y habrá VENGANZA.
—Ha tomado forma en usted. Sí, creo que empiezo a comprender —dijo
Porotos Peligrosos.
Se escuchó un chasquido y vio un destello detrás de él. Melocotones
había encendido el segundo fósforo en la llama moribunda y parpadeante del
primero. El anillo de ratas, que se había estado cerrando, retrocedió otra
vez.
Dos fósforos más, dijo Araña. Y entonces, de una u otra manera,
pequeña rata, tú me pertenecerás.
—Quiero ver con quién estoy hablando —dijo Porotos Peligrosos con
firmeza.
Eres ciega, pequeña rata blanca. A través de tus ojos rosados
solamente veo neblina.
—Veo más de lo que usted cree —dijo Porotos Peligrosos—. Y si usted
es, como dice, la Gran Rata... entonces muéstrese. Oler es creer.
Se escuchó un forcejeo, y Araña salió de las sombras.
A Maurice le pareció un manojo de ratas, ratas que corrían a través de
las cajas pero fluían, como si todas las patas estuvieran accionadas por una
criatura. Cuando llegó a la luz, sobre un saco, vio que las colas estaban
enroscadas juntas en un feo nudo inmenso. Y que cada rata era ciega.
Mientras la voz de Araña retumbaba en su cabeza, las ocho ratas se
encabritaron y tiraron del nudo.
Entonces dime la verdad, rata blanca. ¿Me ves? ¡Ven más cerca! Sí, me
ves, en tu neblina. Tú me ves. ¡Los hombres me hicieron por deporte! ¡Ata
las colas de las ratas juntas y observa cómo forcejean! Pero no forcejeé.
¡Juntas somos fuertes! Una mente es tan fuerte como una mente y dos
mentes son tan fuertes como dos mentes, pero tres mentes son cuatro
mentes, y cuatro mentes son ocho mentes y ocho mentes... son una... una
mente más fuerte que ocho. Mi tiempo está cerca. Los estúpidos hombres
permitieron que las ratas pelearan y sobrevive el fuerte, y luego pelean, y
sobrevive el más fuerte de los fuertes... y pronto las jaulas se abrirán, ¡y los
hombres conocerán el significado de la palabra ‘plaga’! ¿Ves al estúpido
gato? Quiere saltar, pero lo sujeto tan fácilmente. Ninguna mente puede
resistirme. Sin embargo tú... tú eres interesante. Tú tienes una mente como
la mía, que piensa por muchas ratas, no sólo una rata. Queremos las
mismas cosas. Tenemos planes. Queremos el triunfo de las ratas. Únete a
nosotras. Juntas seremos... FUERTES.
Hubo una larga pausa. Fue, según Maurice, demasiado larga. Y
entonces:
—Sí, su propuesta es... interesante —dijo Porotos Peligrosos.
Se escuchó el grito entrecortado de Melocotones, pero Porotos
Peligrosos continuó, con una voz pequeña:
—El mundo es grande y peligroso, efectivamente. Y somos débiles, y
estoy cansado. Juntas podemos ser fuertes.
¡Efectivamente!
—¿Pero que hay de los que no son fuertes, por favor?
Los débiles son comida. ¡Siempre ha sido así!
—Ah —dijo Porotos Peligrosos—. Como ha sido siempre. Las cosas se
están aclarando.
—¡No lo escuches! —siseó Melocotones—. ¡Está afectando tu mente!
—No, mi mente está funcionando perfectamente, gracias —dijo Porotos
Peligrosos, todavía con la misma voz calma—. Sí, la propuesta es
cautivadora. Y gobernaríamos el mundo rata juntas, ¿verdad?
Nosotras... cooperaríamos. Y Maurice, al margen, pensó: sí, correcto.
Tú cooperas, ellas gobiernan. ¡Seguramente no puedes tragarte esto!
Pero Porotos Peligrosos dijo:
—Cooperar. Sí. Y juntas podríamos darle a los humanos una guerra que
no creerán. Tentador. Muy tentador. Por supuesto, millones de ratas
morirían...
Mueren de todos modos.
—Mmm, sí. Sí. Sí, eso es verdad. Y esta rata aquí —dijo Porotos
Peligrosos, agitando de repente una garra hacia una de las grandes ratas
que estaban hipnotizadas por la llama—, ¿puede decirme qué piensa ella
sobre esto?
Araña sonó completamente asombrada. ¿Pensar? ¿Por qué debería
pensar en algo? ¡Es una rata!
—Ah —dijo Porotos Peligrosos—. ¡Qué claro está ahora! Pero no
resultaría.
¿No resultaría?
Porotos Peligrosos levantó la cabeza.
—Porque, mire, usted sólo piensa por muchas ratas —dijo—. Pero usted
no piensa en ellas. Ni tampoco es, por todo lo que dice, la Gran Rata. Cada
palabra que usted pronuncia es una mentira. Si hay una Gran Rata, y espero
que la haya, no hablaría de guerra y muerte. Estaría hecha de lo mejor que
podríamos ser, no de lo peor que somos. No, no me uniré a usted, mentirosa
en la oscuridad. Prefiero nuestra manera. Somos tontas y débiles, a veces.
Pero juntas somos fuertes. ¿Tiene planes para las ratas? Bien, yo tengo
sueños para ellas.
Araña se encabritó, estremecido. La voz se desencadenó en la mente de
Maurice.
Oh, ¿así que piensas que eres una buena rata? ¡Pero una buena rata es
la que roba más! ¡Piensas que una buena rata es una rata con chaleco, un
pequeño humano con pelo! ¡Oh sí, conozco el estúpido, estúpido libro!
¡Traidor! ¡Traidor a las ratas! ¿Sentirás mi... DOLOR?
Maurice sí. Fue como una ráfaga de aire al rojo vivo, dejando su cabeza
llena de vapor. Reconoció la sensación. Era como solía sentirse antes de
cambiar. Era como solía sentirse antes de ser Maurice. Sólo era un gato. Un
gato brillante, pero nada más que un gato.
¿Tú me desafías?, gritó Araña a la forma inclinada de Porotos
Peligrosos. ¿Cuando soy todo lo que verdaderamente es RATA? ¡Soy mugre
y oscuridad! ¡Soy el ruido bajo el piso, el crujir en las paredes! ¡Soy la cosa
que socava y arruina! ¡Soy la suma de todo lo que tú niegas! ¡Soy tu
verdadera identidad! ¿Me OBEDECERÁS?
—Nunca —dijo Porotos Peligrosos—. Usted no es nada más que
sombras.
¡Siente mi DOLOR!
Maurice era más que un gato, lo sabía. Sabía que el mundo era grande
y complicado e involucraba mucho más que preguntarse si la siguiente
comida iba a ser escarabajos o patas de pollo. El mundo era inmenso y
difícil, y lleno de cosas asombrosas y...
... la llama al rojo vivo de esa horrible voz estaba dejando de hervir en
su mente. Los recuerdos se estaban desenrollando y girando hacia la
oscuridad. Todas las otras pequeñas voces, no la voz horrible sino las voces
de Maurice, las que lo molestaban y discutían entre sí y le decían que estaba
haciendo mal o que podía ser mejor, se estaban apagando...
Y todavía Porotos Peligrosos estaba allí, de pie, pequeño y tembloroso,
mirando hacia arriba en la oscuridad.
—Sí —dijo Porotos Peligrosos—. Siento el dolor.
No eres nada más que una rata. Una pequeña rata. Y soy la misma
alma del reino de las ratas. Admítelo, pequeña rata ciega, pequeña y ciega
rata mascota.
Porotos Peligrosos se balanceó, y Maurice lo escuchó decir:
—No lo haré. Y no soy tan ciego que no pueda ver la oscuridad.
Maurice olfateó, y se dio cuenta de que Porotos Peligrosos se estaba
pishando de terror. Pero la pequeña rata no se movía, ni aun así.
Oh, sí, susurró la voz de Araña. Y tú puedes controlar la oscuridad, ¿sí?
Se lo dijiste a una pequeña rata. Puedes aprender a controlar la oscuridad.
—Soy una rata —susurró Porotos Peligrosos—. Pero no soy plaga.
¿PLAGA?
—Alguna vez fuimos sólo otro chillido en el bosque —dijo Porotos
Peligrosos—. Y entonces los hombres construyeron establos y despensas
llenas de comida. Por supuesto tomamos lo que pudimos. Y así fue que nos
llamaron plaga, y nos han puesto trampas y nos han cubierto con veneno y,
de algún modo, además de esa desdicha, usted ha venido. Pero usted no es
la respuesta. Es sólo otra cosa mala que hicieron los humanos. No le ofrece
nada a las ratas, excepto más dolor. Tiene un poder que le permite entrar en
la mente de las personas cuando están cansadas, o disgustadas, o son
estúpidas. Y está en la mía ahora.
Sí. ¡Oh, sí!
—Y todavía estoy de pie aquí —dijo Porotos Peligrosos—. Ahora que la
he olfateado, puedo enfrentarla. Aunque mi cuerpo está temblando, puedo
mantener un lugar libre de usted. Puedo sentir que corre dentro de mi
cabeza, mire, pero todas las puertas están cerradas para usted ahora. Puedo
controlar la oscuridad interior, que es donde está toda la oscuridad. Usted
me ha demostrado que soy más que sólo una rata. Si no soy más que una
rata, no soy nada en absoluto.
Las muchas cabezas de Araña giraron a un lado y otro. No quedaba
mucho de la mente de Maurice para pensar ahora, pero parecía como si la
rata rey estuviera tratando de llegar a una conclusión.
Su respuesta llegó en un rugido.
¡ENTONCES SERÁS NADA!

Keith parpadeó. Tenía la mano sobre el cerrojo de una de las jaulas de


ratas.
Las ratas lo observaban. Todas paradas de la misma manera, todas
observando sus dedos. Cientos de ratas. Se veían... hambrientas.
—¿Escuchaste algo? —dijo Malicia.
Keith bajó la mano muy cautelosamente, y retrocedió un par de pasos.
—¿Por qué las estamos dejando salir? —dijo—. Fue como... un sueño...
—No lo sé. Tú eres el niño rata.
—Pero estábamos de acuerdo en dejarlas salir.
—Yo... fue... tuve un sentimiento que...
—Las ratas reyes pueden hablarle a las personas, ¿verdad? —dijo
Keith—. ¿Nos ha estado hablando?
—Pero esto es la vida real —dijo Malicia.
—Pensé que era una aventura —dijo Keith.
—¡Maldición! Lo olvidé —dijo Malicia—. ¿Qué están haciendo?
Era casi como si las ratas se estuvieran derritiendo. Ya no eran estatuas
verticales, atentas. Algo como pánico se estaba extendiendo a través de
ellas otra vez.
Entonces otras ratas salieron a raudales de las paredes, corriendo
locamente sobre el piso. Eran mucho más grandes que las enjauladas. Una
mordió el tobillo de Keith, que la pateó.
—¡Trata de pisotearlas pero no pierdas el equilibrio, sin importar lo que
hagas! —dijo—. ¡Éstas no son amistosas!
—¿Caminar sobre ellas? —dijo Malicia—. ¡Qué asco!
—¿Quieres decir que no tienes nada en tu bolsa para luchar contra las
ratas? ¡Éste es un refugio de cazadores de ratas! ¡Tú tienes un montón de
cosas para piratas y bandidos y ladrones!
—¡Sí, pero nunca hubo un libro sobre tener una aventura en el sótano
de un cazador de ratas! —gritó Malicia—. ¡Ow! ¡Tengo una sobre mi cuello!
¡Tengo una sobre mi cuello! ¡Y otra más! —Se agachó desesperadamente
para sacudirse las ratas y se enderezó mientras una le saltaba a la cara.
Keith agarró su mano.
—¡No te caigas! ¡Se volverán locas si lo haces! ¡Trata de llegar a la
puerta!
—¡Son tan rápidas! —jadeó Malicia—. Ahora tengo otra sobre mi pelo.
—¡Quédate quieta, hembra estúpida! —dijo una voz en su oreja—.
¡Quédate muy quieta o te roeré!
Hubo un escarbar de garras, un silbido y una rata pasó delante de sus
ojos. Entonces otra rata chocó contra su hombro y resbaló.
—¡Correcto! —dijo la voz en su nuca—. ¡Ahora no te muevas, no
pisotees a nadie y mantente fuera del camino!
—¿Qué fue eso? —siseó, mientras sentía que algo resbalaba por su
falda.
—Creo que fue una que llaman Gran Ahorro —dijo Keith—. ¡Aquí viene
el Clan!
Más ratas estaban deslizándose dentro de la habitación, pero éstas se
movían diferente. Se quedaban juntas y se separaban en una línea que
avanzaba lentamente. Cuando una rata enemiga atacaba, la línea se cerraba
sobre ella rápidamente, como un puño, y cuando se abría otra vez esa rata
estaba muerta.
Solamente cuando las ratas sobrevivientes olieron el terror de sus
compañeras y trataron de escapar de la habitación, la línea atacante se
rompió, se convirtió en pares de ratas que, con terrible determinación,
perseguían un enemigo que se escurría tras otro y lo derribaban con un
mordisco.
Y entonces, segundos después de empezar, la guerra estaba terminada.
El chillido de algunos refugiados con suerte se apagaba en las paredes.
Se escuchó una irregular aclamación de las ratas del Clan, la
aclamación que decía ‘¡Todavía estoy viva! ¡Después de todo esto!’
—¿Canela Oscuro? —dijo Keith—. ¿Qué te pasó?
Canela Oscuro se encabritó y apuntó una garra al otro extremo del
sótano, a la puerta.
—¡Si quieres ayudar, abre esa puerta! —gritó—. ¡Muévela! —Entonces
se precipitó dentro de un desagüe con el resto del escuadrón tras él. Uno de
ellos bailaba tap mientras iba.

CAPÍTULO 11

Y allí encontró al Sr. Conejín, enredado en las zarzas y con su abrigo


azul todo roto.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

La rata rey bramó.


Las ratas que miraban se agarraron la cabeza, Melocotones chilló y cayó
de espaldas mientras el último fósforo encendido volaba fuera de su mano.
Pero algo de Maurice sobrevivió a ese rugido, a esa tormenta de
pensamiento. Alguna diminuta parte se escondió detrás de alguna neurona y
se encogió mientras el resto de Maurice era arrastrado. Las ideas se
despegaron y desaparecieron en el vendaval. No más conversación, no más
preguntarse, no más ver el mundo como algo ahí afuera... capas de su
mente pasaron en correntada mientras la explosión desmantelaba todo lo
que había sido pensado como yo, dejando solamente el cerebro de un gato.
Un gato inteligente, pero sin embargo... sólo un gato.
Nada más que un gato. De regreso al bosque y a la cueva, al colmillo y
a la garra...
Sólo un gato.
Y siempre puedes confiar en que un gato sea un gato.
El gato parpadeó. Estaba desorientado y furioso. Sus orejas se
aplanaron. Sus ojos brillaron verde.
No podía pensar. No pensó. Ahora lo movía el instinto, algo que actuaba
justo abajo, a nivel de su sangre que bramaba.
Era un gato y había una cosa que chillaba y temblaba, y a las cosas que
chillan y tiemblan, los gatos les hacen esto: saltarles...
La rata rey se defendió. Unos dientes se cerraron hacia el gato; estaba
enredado con ratas que peleaban, y aulló mientras rodaba a través del piso.
Entraron más ratas, ratas que podían matar a un perro... pero ahora, sólo
por unos segundos, este gato podría haber derribado a un lobo.
No notó la llama que crepitaba mientras el fósforo caído prendía fuego a
un poco de paja. Ignoró a las otras ratas que rompían filas y corrían. No
prestó atención al humo que se espesaba.
Lo que quería hacer era matar cosas.
Algún oscuro río, profundo e interior, había estado contenido durante
por meses. Había pasado demasiado tiempo indefenso y echando humo
mientras las pequeñas personas que chillaban corrían a su alrededor. Había
anhelado saltar, morder, matar. Había anhelado ser un gato correcto. Y
ahora el gato estaba fuera de la bolsa y era tanta la pelea, la rabia y el
salvajismo ancestral que circulaba por las venas de Maurice que echaba
chispas por sus garras.
Y cuando el gato rodó, y luchó, y mordió, una pequeña y débil voz justo
en el fondo de su diminuto cerebro, encogiéndose fuera del camino, la
última diminuta parte de él que todavía era Maurice y no un maniático loco
por la sangre, dijo, ¡Ahora! ¡Muerde aquí!
Dientes y garras se cerraron en un montón formado por ocho colas
nudosas, y lo desarmaron.
La diminuta parte de lo que alguna vez había sido el yo de Maurice
escuchó una idea al pasar disparada.
Noooo... ooo... oo... o...
Y entonces se fue, y la habitación estaba llena de ratas, sólo ratas, nada
más que ratas, luchando para alejarse del camino de un gato furioso y
sanguinario que escupía y gruñía, poniéndose al día con su esencia gatuna.
Clavaba las uñas y mordía y arañaba y saltaba, y se volvió para ver a una
pequeña rata blanca que no se había movido durante toda la pelea. Dejó
caer sus garras...
Porotos Peligrosos gritó.
—¡Maurice!

La puerta sonó, y sonó otra vez mientras la bota de Keith pateaba la


cerradura por segunda vez. Al tercer golpe la madera se partió y se abrió,
reventada.
Había una pared de fuego en el otro extremo del sótano. Las llamas
eran oscuras y malignas, tanto humo espeso como fuego. El Clan estaba
trepando a través de la reja y se dispersaba a ambos lados, mirando
fijamente las llamas.
—¡Oh, no! ¡Vamos, hay baldes aquí junto! —dijo Keith.
—Pero... —empezó Malicia.
—¡Tenemos que hacerlo! ¡Rápido! ¡Éste es un trabajo de personas
grandes!
Las llamas siseaban y saltaban. Por todos lados, ardiendo o en el piso
más allá de las llamas, había ratas muertas. A veces había solamente partes
de ratas muertas.
—¿Qué ocurrió aquí? —dijo Canela Oscuro.
—Parece una guerra, patrón —dijo Sardinas, olfateando los cuerpos.
—¿Podemos rodearlo?
—Demasiado caliente, jefe. Lo siento, pero nosotros... ¿no es ésa
Melocotones?
Estaba tumbada cerca de las llamas, farfullando para sí misma y
cubierta de barro. Canela Oscuro se agachó. Melocotones abrió los ojos
llenos de lágrimas.
—¿Estás bien, Melocotones? ¿Qué le pasó a Porotos Peligrosos?
Sardinas, sin palabras, tocó el hombro de Canela Oscuro, y señaló.
Cruzando el fuego, una sombra...
Caminaba lentamente entre paredes de llamas. Por un momento el aire
agitado lo hizo aparecer inmenso, como algún monstruo saliendo de una
cueva, y luego se volvió... sólo un gato. El humo salía de su pelo. Lo que no
humeaba estaba cubierto de barro. Un ojo estaba cerrado. El gato dejaba un
reguero de sangre y, a cada paso, flaqueaba un poco.
Tenía un pequeño puñado de pelo blanco en la boca.
Llegó hasta Canela Oscuro y pasó de largo, sin una mirada. Gruñía todo
el tiempo, por lo bajo.
—¿Es ése Maurice? —preguntó Sardinas.
—¡Está llevando a Porotos Peligrosos! —gritó Canela Oscuro—. ¡Paren a
ese gato! —Pero Maurice ya se había detenido, se volvió, se acostó con las
garras enfrente, y miró a las ratas con los ojos llorosos.
Entonces dejó caer el manojo sobre el piso suavemente. Lo tocó una o
dos veces, para ver si se movía. Parpadeó despacio cuando no lo hizo.
Parecía perplejo, en una tierra de cámara lenta. Abrió la boca para bostezar,
y salió humo. Entonces bajó la cabeza, y murió.
A Maurice el mundo le parecía estar lleno de la luz fantasmal que hay
antes del amanecer, cuando era lo suficientemente brillante sólo para ver las
cosas pero no para ver los colores.
Se incorporó y se lavó. Había ratas y humanos corriendo alrededor,
muy, pero muy lentamente. No le preocupaban mucho. Sea lo que fuera fue
pensaban que tenían que estar haciendo, lo estaban haciendo. Otras
personas se apresuraban por allí, de una manera silenciosa y fantasmal, y
Maurice no. Esto parecía un muy buen arreglo. Y no le dolía el ojo, tampoco
su piel, y sus garras no estaban desgarradas, que era una gran mejora
sobre cómo estaban recientemente esas cuestiones.
Ahora que se ponía a pensarlo, no estaba muy seguro sobre lo que
había ocurrido recientemente. Algo terriblemente malo, obviamente. Había
algo con la forma de Maurice tendido a su lado, como una sombra
tridimensional. La miró, y luego se volvió cuando en este silencioso mundo
fantasmal escuchó un ruido.
Hubo movimiento cerca de la pared. Una pequeña figura se acercaba a
las zancadas a través del piso hacia el diminuto montón que era Porotos
Peligrosos. Tenía el tamaño de una rata, pero era mucho más sólido que el
resto de las ratas, y a diferencia de cualquier rata que había visto antes,
llevaba una túnica negra.
Una rata con ropa, pensó. Pero ésta no encajaba en un libro de El Sr.
Conejín. Apenas asomando de la capucha de la túnica aparecía el hocico
huesudo de un cráneo de rata. Y llevaba una diminuta guadaña sobre el
hombro.
Las demás ratas y los humanos, que iban y venían de un lado a otro
con baldes, no le prestaron atención. Algunos de ellos caminaron a través de
ella. La rata y Maurice parecían estar en un mundo diferente del suyo.
Es la Rata Hueso, pensó Maurice. Es el Adusto Segador. Ha venido por
Porotos Peligrosos. ¿Después de todo lo que he pasado? ¡Eso no está
ocurriendo! Saltó en el aire y aterrizó sobre la Rata Hueso. La pequeña
guadaña resbaló al otro lado del piso.
—De acuerdo, señor, oigamos lo que usted dice... —empezó Maurice.
—Er... —dijo Maurice, mientras la horrible conciencia del lo que había
hecho llegaba a él.
Una mano lo agarró por la nuca y lo levantó, más alto y más alto, y
luego lo giró. Maurice dejó de luchar inmediatamente.
Era sostenido por otra figura, mucho más alta, del tamaño de un
humano, pero con el mismo estilo negro de vestir, una guadaña mucho más
grande, y una definitiva falta de piel alrededor de la cara. Estrictamente
hablando, había una considerable ausencia de cara sobre la cara también.
Era sólo hueso.
DESISTE DE ATACAR A MI SOCIO, MAURICE, dijo Muerte.
—¡Síseñor, Sr. Muerte, señor! ¡Entendidoseñor! —dijo Maurice
rápidamente—. ¡Nohayproblemaseñor!
NO TE HE VISTO ÚLTIMAMENTE, MAURICE.
—No señor —dijo Maurice, relajándose ligeramente—. He tenido mucho
cuidado, señor. Mirando en ambos sentidos cuando cruzo la calle y todo eso,
señor.
¿Y CUÁNTAS TE QUEDAN AHORA?
—Seis, señor. Seis. Muy definitivamente. Muy definitivamente seis
vidas, señor.
Muerte parecía sorprendido. PERO FUISTE ATROPELLADO POR UN
CARRO APENAS EL MES PASADO, ¿VERDAD?
—¿Eso, señor? Apenas me rozó, señor. Salí con apenas un rasguño,
señor.
¡EXACTAMENTE!
—Oh.
ESO HACE CINCO VIDAS, MAURICE. HASTA LA AVENTURA DE HOY.
EMPEZASTE CON NUEVE.
—De acuerdo, señor. De acuerdo. —Maurice tragó. Oh, bien, también
podía intentarlo—. Entonces digamos que me quedan tres, ¿correcto?
¿TRES? ESTABA POR TOMAR UNA SOLAMENTE. NO PUEDES PERDER
MÁS DE UNA VIDA CADA VEZ, INCLUSO SI ERES UN GATO. ESO TE DEJA
CUATRO, MAURICE.
—Y yo digo que tome dos, señor —dijo Maurice urgentemente—. ¿Dos
de las mías, y estamos a mano?
Muerte y Maurice bajaron la mirada al perfil apagado y sombrío de
Porotos Peligrosos. Algunas otras ratas estaban a su alrededor ahora,
levantándolo.
¿ESTÁS SEGURO?, dijo Muerte. DESPUÉS DE TODO, ES UNA RATA.
—Síseñor. Allí es donde todo se complica, señor.
¿NO PUEDES EXPLICAR?
—Síseñor. No sé por qué, señor. Todo ha sido un poco raro
últimamente, señor.
ESO ES MUY POCO ESTILO GATO DE TI, MAURICE. ESTOY
ASOMBRADO.
—Estoy bastante conmocionado también, señor. Sólo espero que nadie
lo averigüe, señor.
Muerte bajó a Maurice al piso, junto a su cuerpo.
ME DEJAS POCA ELECCIÓN. LA SUMA ES CORRECTA, AUNQUE ES
ASOMBROSA. VINIMOS POR DOS, Y DOS TOMAREMOS... EL BALANCE SE
CONSERVA.
—¿Puedo hacer una pregunta, señor? —dijo Maurice, mientras Muerte
giraba para irse.
PUEDE QUE NO RECIBAS UNA RESPUESTA.
—Supongo que no hay un Gran Gato en el Cielo, ¿verdad?
ME SORPRENDES, MAURICE. POR SUPUESTO NO HAY NINGÚN DIOS
GATO. ESO SE PARECERÍA DEMASIADO A... UN TRABAJO.
Maurice asintió. Algo bueno sobre ser un gato, aparte de las vidas
adicionales, era que la teología era mucho más simple.
—No recordaré todo esto, ¿verdad, señor? —dijo—. Sería demasiado
embarazoso.
POR SUPUESTO QUE NO, MAURICE...
—¿Maurice?
Los colores regresaron al mundo, y Keith lo estaba acariciando. Cada
parte de Maurice picaba o dolía. ¿Cómo podía doler el pelo? Y sus garras le
gritaban, y un ojo se sentía como un trozo de hielo, y sus pulmones estaban
llenos de fuego.
—¡Pensábamos que estabas muerto! —dijo Keith—. ¡Malicia iba a
enterrarte al fondo de su jardín! Dice que ya tiene un velo negro.
—¿Qué, en su bolsa de aventuras?
—Por cierto —dijo Malicia—. Supón que hubiéramos terminado sobre
una balsa en un río lleno de comedores de carne...
—Sí, correcto, gracias —gruñó Maurice. El aire apestaba a madera
quemada y a vapor sucio.
—¿Estás bien? —dijo Keith, todavía con aspecto preocupado—. ¡Eres un
gato negro con suerte ahora!
—Ja ja, sí, ja ja —dijo Maurice tristemente. Se incorporó con dolor—.
¿La pequeña rata está bien? —dijo, tratando de mirar a su alrededor.
—Estaba muerta exactamente como tú, pero cuando trataron de
moverla tosió mucha mugre. No está bien, pero está mejorando.
—Todo está bien lo que termina... —empezó Maurice, y luego hizo una
mueca de dolor—. No puedo girar muy bien mi cabeza —dijo.
—Estás cubierto de mordeduras de rata, es por eso.
—¿Cómo está mi cola?
—Oh, muy bien. Está ahí, casi toda.
—Oh, bien. Todo está bien lo que termina bien, entonces. La aventura
ha terminado, es tiempo para té y bollos, exactamente como dice la niña.
—No —dijo Keith—. Todavía está el flautista.
—¿No pueden sólo darle un dólar por las molestias y decirle que se
vaya?
—No al Flautista de Ratas —dijo Keith—. No le dices esa clase de cosas
al Flautista de Ratas.
—Persona desagradable, ¿verdad?
—No lo sé. Suena así. Pero tenemos un plan.
Maurice gruñó.
—¿Ustedes tienen un plan? —dijo—. ¿Ustedes lo idearon?
—Canela Oscuro, Malicia y yo.
—Cuéntame tu maravilloso plan —suspiró Maurice.
—Vamos a mantener a los keekees enjaulados y ninguna rata saldrá a
seguir al flautista. Así se verá muy tonto, ¿eh? —dijo Malicia.
—¿Eso es todo? ¿Ése es su plan?
—¿Piensas que no resultará? —dijo Keith—. Malicia dice que se sentirá
tan avergonzado que se irá.
—Tú no sabes nada sobre las personas, ¿verdad? —suspiró Maurice.
—¿Qué? ¡Soy una persona! —dijo Malicia.
—¿Entonces? Los gatos conocen a las personas. Tenemos que hacerlo.
Nadie más puede abrir alacenas. Mira, incluso la rata rey tenía un mejor plan
que ése. Un buen plan no es uno donde alguien gana, es uno donde nadie
cree que ha perdido. ¿Comprendes? Esto es lo que tienen que hacer... no,
no resultaría, necesitaríamos mucho algodón...
Malicia balanceó su bolsa con expresión de triunfo.
—A propósito —dijo—, había pensado que si alguna vez era tomada
prisionera en un calamar gigante submarino y tuviera que bloquear...
—Ibas a decir que tienes un montón de algodón, verdad —dijo Maurice,
de plano.
—¡Sí!
—Fui algo tonto al preocuparme, ¿verdad? —dijo Maurice.

Canela Oscuro clavó su espada en el barro. Las ratas mayores se


reunieron a su alrededor, pero la mayoridad había cambiado. Entre las ratas
más viejas había unas más jóvenes, cada una con una oscura marca roja en
la cabeza, y estaban empujando hacia adelante.
Todas estaban parloteando. Podía oler el alivio que vino cuando la Rata
Hueso pasó, sin volverse a un lado...
—¡Silencio! —gritó.
Cayó como un gong. Cada ojo rojo se volvió hacia él. Se sentía
cansado, no podía respirar apropiadamente, y estaba sucio de hollín y
sangre. Algo de la sangre no era suya.
—No está terminado —dijo.
—Pero nosotros acabamos de...
—¡No está terminado! —Canela Oscuro miró alrededor del círculo—. No
atrapamos a todas esas grandes ratas, las verdaderas luchadoras —jadeó—.
Ensalmuera, toma a veinte ratas; vuelve y ayuda a proteger los nidos. Gran
Ahorro y las hembras viejas han regresado allí y partirían a cualquier
atacante por la mitad, pero quiero estar seguro.
Por un momento, Ensalmuera miró furioso a Canela Oscuro.
—No veo por qué tú... —empezó.
—¡Hazlo!
Ensalmuera se agachó apresuradamente, hizo un gesto con la mano a
las ratas detrás de él, y salió presuroso.
Canela Oscuro miró a las otras. Mientras su mirada pasaba a través de
ellas, algunas se reclinaron, como si fuera una llama.
—Formaremos escuadrones —dijo—. Todos los del Clan que podamos
quitar a la guardia formarán escuadrones. ¡Al menos una rata eliminadora
de trampas en cada equipo! ¡Lleven fuego con ustedes! ¡Y algunas de las
ratas jóvenes serán corredoras de modo que puedan mantenerse en
contacto! ¡No vayan cerca de las jaulas, esas pobres criaturas pueden
esperar! ¡Pero trabajarán por todos estos túneles, todos estos sótanos,
todos estos agujeros y todos estos rincones! ¡Y si se encuentran con una
rata extraña y se acobarda, entonces la toman prisionera! ¡Pero si trata de
pelear —y las grandes tratarán de pelear, porque es todo lo que saben—
entonces la matarán! ¡Quémenla o muérdanla! ¡Mátenla bien muerta! ¿Me
oyen?
Hubo un murmullo de acuerdo.
—Pregunté si me oyen.
Esta vez hubo un rugido.
—¡Bien! ¡Y continuaremos hasta que estos túneles sean seguros, de
punta a punta! ¡Entonces lo haremos otra vez! ¡Hasta que estos túneles
sean nuestros! Porque... —Canela Oscuro agarró su espada, pero se apoyó
sobre ella por un momento para recuperar la respiración, y cuando habló
después era casi un susurro—, porque estamos en el corazón del Bosque
Oscuro ahora y hemos encontrado al Bosque Oscuro en nuestros corazones
y... por esta noche... somos algo... terrible. —Aspiró otra vez, y sus
siguientes palabras sólo fueron escuchadas por las ratas más cercanas—: Y
no tenemos ningún otro lugar donde ir.

Era el amanecer. El Sargento Doppelpunkt, que era mitad de la Guardia


oficial de la ciudad (y la mitad más grande), despertó con un bufido en la
diminuta oficina junto a las puertas principales.[10]
Se vistió, un poco inestable, y se lavó la cara en el lavabo de piedra,
espiándose en el trozo de espejo que colgaba sobre la pared.
Paró. Escuchaba un apagado pero desesperado chillido, y luego la
pequeña reja sobre el desagüe fue empujada a un lado y una rata saltó
afuera. Era grande y gris, y se subió a su brazo antes de saltar al piso.
Con el agua goteando de su cara, el Sargento Doppelpunkt miró con
asombro legañoso cuando tres ratas más pequeñas surgieron de la cañería y
la persiguieron. La primera se giró para pelear en medio del piso pero las
ratas pequeñas la golpearon al mismo tiempo, de tres lados a la vez. No era
como una pelea. Parecía más, pensó el Sargento, una ejecución...
Había un viejo agujero de rata en la pared. Dos de las ratas agarraron
la cola y arrastraron el cuerpo dentro del agujero y fuera de la vista. Pero la
tercera rata se detuvo en el agujero y se volvió, parada sobre sus patas
traseras.
El Sargento sintió que lo estaba mirando. No parecía un animal
observando a un humano por ver si era peligroso. No parecía atemorizada,
simplemente curiosa. Tenía una especie de gota roja en la cabeza.
La rata lo saludó. Era definitivamente un saludo, aunque solamente
tomó un segundo. Entonces todas las ratas se fueron.
El Sargento miró el agujero durante algún tiempo, con el agua todavía
goteando de su barbilla.
Y escuchó la canción. Se escurría arriba del agujero del lavabo y
resonaba mucho, como si viniera desde muy lejos, una voz que gritaba y un
coro de voces que respondía:

Luchamos contra perros y perseguimos gatos...


¡... ninguna trampa puede detener a las ratas!
No tenemos plaga y no tenemos pulgas...
¡... bebemos veneno, robamos queso!
Métanse con nosotros y verán...
¡... pondremos veneno en su té’
Aquí peleamos y aquí nos quedaremos...
¡... NUNCA NOS IREMOS!

El sonido se apagó. El Sargento Doppelpunkt parpadeó, y miró la botella


de cerveza que había bebido la noche anterior. Se sentía solo, en guardia
nocturna. Y no era como si alguien fuera a invadir Bad Blintz, después de
todo. No tenían nada para robar.
Pero probablemente sería buena idea no mencionar esto a nadie.
Probablemente no había ocurrido. Probablemente era sólo una mala botella
de cerveza...
La puerta del cuartel se abrió y entró el Cabo Knopf.
—Nos días, Sargento —empezó—. Es eso... ¿qué le pasa a usted?
—¡Nada, Cabo! —dijo Doppelpunkt rápidamente, secándose la cara—.
¡Ciertamente no he visto nada raro en absoluto! ¿Por qué estás parado? ¡Es
tiempo de abrir esas puertas, Cabo!
Los vigilantes salieron, abrieron las puertas de ciudad de par en par y la
luz del sol entró a raudales.
Trajo con ella una larga, larga sombra.
Oh cielos, pensó el Sargento Doppelpunkt. Éste no va a ser un buen día
realmente...
El hombre a caballo los pasó sin una mirada, y se dirigió a la plaza del
pueblo. Los vigilantes corrieron detrás de él. Se supone que las personas no
ignoran a las personas con armas.
—Alto, ¿por qué asunto está aquí? —demandó el Cabo Knopf, pero tuvo
que correr de costado para mantenerse al lado del caballo. El jinete iba
vestido de blanco y negro, como una urraca.
No respondió, pero sonrió levemente.
—Muy bien, tal vez usted no tenga algún asunto en realidad, pero no le
costará nada decir quién es usted, ¿verdad? —dijo el Cabo Knopf, que no
estaba interesado en ningún problema.
El jinete bajó la vista, y luego miró hacia adelante otra vez.
El Sargento Doppelpunkt notó una pequeña carreta que atravesaba las
puertas, tirada por un burro que iba acompañado por un anciano. Él era
Sargento, se dijo, que quería decir que le pagaban más que al Cabo, que
quería decir que pensaba ideas más costosas. Y ésta era una: No tenían que
controlar a todos los que cruzaban la puerta, ¿verdad? Especialmente si
estaban ocupados. Tenían que escoger personas al azar. Y si ibas a escoger
personas al azar, era buena idea escoger a un pequeño anciano que se veía
lo bastante pequeño y viejo para sentirse atemorizado por un uniforme algo
sucio con una malla de cadenas oxidada.
—¡Alto!
—¡Heh, heh! No haga eso —dijo el anciano—. Tenga cuidado con el
burro, puede dar un mordisco desagradable cuando lo provocan. No es que
me preocupe.
—¿Está tratando de mostrar desprecio por la Ley? —exigió el Sargento
Doppelpunkt.
—Bien, no estoy tratando de ocultarlo, señor. Quiere opinar algo, hable
con mi jefe. Está sobre el caballo. El gran caballo.
El desconocido en negro y blanco había desmontado junto a la fuente
en el centro de la plaza, y estaba abriendo sus alforjas.
—Iré y le hablaré, ¿verdad? —dijo el Sargento.
Para cuando llegó al desconocido, caminando tan despacio como pudo,
el hombre había apoyado un pequeño espejo contra la fuente y se estaba
afeitando. El Cabo Knopf lo observaba. Le había dado para que sujetara al
caballo.
—¿Por qué no lo has arrestado? —susurró el Sargento al Cabo.
—¿Qué, por afeitada ilegal? Dígale usted, sarge, hágalo.
El Sargento Doppelpunkt se aclaró la garganta. Algunos pobladores
madrugadores ya lo estaban observando.
—Er... bien, escuche, amigo, estoy seguro de que usted no quiso
decir... —empezó.
El hombre se enderezó, y lanzó a los vigilantes una mirada que hizo que
ambos hombres retrocedieran un paso. Extendió la mano y desató la correa
que sujetaba un grueso rollo de cuero detrás de la silla de montar.
Lo desenrolló. El Cabo Knopf silbó. A todo lo largo del cuero, sujetas en
su lugar por correas, había docenas de flautas. Brillaban bajo el sol naciente.
—Oh, usted es el flautista... —empezó el Sargento, pero el hombre
regresó al espejo y dijo, como si hablara con su reflejo:
—¿Dónde puede un hombre tomar un desayuno por aquí?
—Oh, si es desayuno lo que quiere entonces la Sra. Shover en la Col
Azul lo...
—Salchichas —dijo el flautista, todavía afeitándose—. Quemadas de un
lado. Tres. Aquí. Diez minutos. ¿Dónde está el Alcalde?
—Si usted baja por esa calle y toma la primera a la izquierda...
—Vaya a por él.
—Oiga, usted no puede... —empezó el Sargento, pero el Cabo Knopf lo
agarró de un brazo y lo alejó.
—¡Es el flautista! —siseó—. ¡Uno no se mete con el flautista! ¿No sabe
sobre él? ¡Si sopla la nota correcta en sus flautas, sus piernas se caerán!
—¿Qué, como la plaga?
—¡Dicen que en Porkscratchenz el concejo no le pagó y tocó su flauta
especial y condujo a todos los niños arriba, a las montañas, y nunca fueron
vistos otra vez!
—Bien, ¿piensas que hará eso aquí? El sitio sería mucho más tranquilo.
—¡Ja! ¿Alguna vez escuchó de ese lugar en Klatch? ¡Lo contrataron para
librarse de una plaga de mimos, y cuando no le pagaron hizo que todos los
vigilantes del pueblo bailaran hasta el río y se ahogaran!
—¡No! ¿Eso hizo? ¡El diablo! —dijo el Sargento Doppelpunkt.
—Cobra trescientos dólares, ¿lo sabía?
—¡Trescientos dólares!
—Es por eso que las personas odian pagarle —dijo el Cabo Knopf.
—Espera, espera... ¿cómo se puede tener una plaga de mimos?
—Oh, era terrible, escuché. Las personas no se atrevían en absoluto a
salir a las calles.
—Quieres decir, todas esas caras blancas, todo ese deslizarse por allí...
—Exactamente. Terrible. Sin embargo, cuando desperté había una rata
bailando sobre mi tocador. Tapitty, tapitty, tap.
—Eso es raro —dijo el Sargento Doppelpunkt, lanzándole una mirada
extraña a su Cabo.
—Y estaba cantando No Hay Negocio Como El Negocio Del Espectáculo.
¡Llamo eso más que sólo ‘raro’!
—No, quise decir que es raro que tengas un tocador. Quiero decir, ni
siquiera estás casado.
—Deje de tontear, sarge.
—¿Tiene un espejo?
—Vamos, sarge. Usted trae las salchichas, sarge, yo traigo al Alcalde.
—No, Knopf. Tú traes las salchichas y yo traigo al Alcalde, porque el
Alcalde es gratis y la Sra. Shover pedirá que le paguen.
El Alcalde ya estaba levantado cuando el Sargento llegó, y vagaba
alrededor de la casa con una expresión preocupada.
Pareció más preocupado cuando llegó el Sargento.
—¿Qué ha hecho esta vez? —dijo.
—¿Señor? —dijo el vigilante—. Señor —dijo en el tono que significaba
‘¿de qué está hablando usted?’
—Malicia no ha estado en casa en toda la noche —dijo el Alcalde.
—¿Piensa que puede haberle pasado algo, señor?
—¡No, pienso que ella puede haberle pasado a alguien, hombre!
¿Recuerda el mes pasado? ¿Cuando estuvo tras la pista del Misterioso Jinete
sin Cabeza?
—Bien, debe admitir que era un jinete, señor.
—Es verdad. Pero también era un hombre bajo con un cuello muy largo.
Y era el jefe recaudador de impuestos de Mintz. ¡Todavía estoy recibiendo
cartas oficiales sobre el asunto! ¡Como regla, a los recaudadores de
impuestos no les gusta que unas damas jóvenes los dejen caer de los
árboles! Y luego en septiembre hubo ese asunto sobre el, el...
—El Misterio del Molino del Contrabandista, señor —dijo el Sargento,
blanqueando los ojos.
—Que resultó ser el Sr. Vogel, secretario del ayuntamiento, y la Sra.
Schuman, esposa del zapatero, que sucedía que estaban ahí simplemente
porque compartían el interés en el estudio de los hábitos de los búhos de
establo...
—... y el Sr. Vogel no tenía puestos los pantalones porque los había roto
con un clavo... —dijo el Sargento, sin mirar al Alcalde.
—... que la Sra. Schuman, muy amable, reparaba para él —dijo el
Alcalde.
—A la luz de la luna —dijo el Sargento.
—¡Ocurre que ella tiene muy buena vista! —respondió el Alcalde
rápidamente—. Y no merecía ser atada y amordazada junto con el Sr. Vogel,
¡que como consecuencia pescó un buen resfriado! Recibí quejas de él y de
ella, y de la Sra. Vogel y del Sr. Schuman y del Sr. Vogel contra el Sr.
Schuman que fue a su casa y lo golpeó con una horma, y de la Sra.
Schuman contra la Sra. Vogel que la llamó una...
—¿Un último qué, señor?11
—¿Qué?
—¿Que le golpeó con un último qué?
—¡Una horma, hombre! ¡Es una especie de zapato de madera que los
zapateros usan cuando están haciendo zapatos! ¡El cielo sabe qué está
haciendo Malicia esta vez!
—Supongo que lo sabrá cuando escuchemos la explosión, señor.
—¿Y para qué me quería, Sargento?
—El flautista de ratas está aquí, señor.
El Alcalde se puso pálido.
—¿Ya? —dijo.
—Síseñor. Se está dando una afeitada en la fuente.
—¿Dónde está mi cadena oficial? ¿Mi túnica oficial? ¿Mi sombrero
oficial? ¡Rápido, hombre, ayúdame!
—Parece que se afeita muy lento, señor —dijo el Sargento, corriendo
tras el Alcalde que salía de la habitación.
—¡Allá en Klotz el Alcalde mantuvo esperando al flautista demasiado
tiempo y tocó su flauta y lo convirtió en un tejón! —dijo el Alcalde, abriendo
una alacena—. Ah, aquí están... ayúdeme con ellos, ¿quiere?
Cuando llegaron a la plaza del pueblo, sin aliento, el flautista estaba
sentado sobre un banco, rodeado por una multitud muy grande a una
distancia segura. Estaba examinando media docena de salchichas en el
extremo de un tenedor. El Cabo Knopf estaba de pie junto a él como un
escolar que acaba de entregar un trabajo malo y está esperando que le
digan que tan malo es exactamente.
—¿Y a esto le llaman una...? —decía el flautista.
—Una salchicha, señor —farfulló el Cabo Knopf.
—Esto es lo que usted piensa que es una salchicha aquí, ¿verdad? —Se
escuchó un grito entrecortado desde la multitud. Bad Blintz estaba muy
orgulloso de sus tradicionales salchichas de campañol-y-cerdo.

11
Chiste perdido. Last, en inglés, significa tanto último como horma (de zapatero). (Nota del traductor)
—Síseñor —dijo el Cabo Knopf.
—Asombroso —dijo el flautista. Levantó la vista hacia el Alcalde—. Y
usted es...
—Soy el Alcalde de este pueblo, y...
El flautista alzó una mano, y luego hizo un gesto con la cabeza hacia el
anciano que estaba sentado en su carro, sonriendo.
—Mi agente tratará con usted —dijo. Arrojó la salchicha, levantó los
pies sobre el otro extremo del banco, se puso el sombrero sobre los ojos y
se acostó.
El Alcalde se puso rojo. El Sargento Doppelpunkt se inclinó hacia él.
—¡Recuerde el tejón, señor! —susurró.
—Ah... sí... —El Alcalde, con la poca dignidad que le quedaba, caminó
hasta el carro—. ¿Creo que los honorarios por librar al pueblo de las ratas
serán trescientos dólares? —preguntó.
—Entonces supongo que usted cree en cualquier cosa —dijo el anciano.
Echó un vistazo a una libreta sobre su rodilla—. Veamos... honorarios por
convocatoria... más gastos especiales porque es Día de San Prodnitz... más
impuesto por flauta... parece un pueblo de tamaño medio, de modo que es
un adicional... desgaste del carro... el viaje cuesta un dólar la milla... gastos
misceláneos, impuestos, recargos... —Levantó la mirada—. Le digo algo,
digamos mil dólares, ¿de acuerdo?
—¡Mil dólares! ¡No tenemos mil dólares! Eso es un ultra...
—¡Tejón, señor! —siseó el Sargento Doppelpunkt.
—¿No puede pagar? —dijo el anciano.
—¡No tenemos tanto dinero! ¡Hemos tenido que gastar mucho en traer
comida!
—¿No tiene nada de dinero? —dijo el anciano.
—¡Nada como esa cantidad, no!
El anciano se rascó la barbilla.
—Hum —dijo—, puedo ver que va a ser un poco difícil, porque...
veamos... —Hizo unos garabatos en su libreta por un momento y luego
levantó la vista—. Usted ya nos debe cuatrocientos sesenta y siete dólares
con diecinueve peniques por la convocatoria, viaje y misceláneos.
—¿Qué? ¡No ha tocado una sola nota!
—Ah, pero está listo para hacerlo —dijo el anciano—. Hemos hecho todo
este camino. ¿No puede pagar? Un poco de lo que llaman me importa un
bledo, entonces. Él tiene que llevarse algo del pueblo, mire. De otro modo
las noticias rodarán y nadie le mostrará ningún respeto, y si usted no recibe
respeto, ¿qué tiene? Si un flautista no tiene respeto, es...
—... basura —dijo una voz—. Pienso que es basura.
El flautista levantó el ala de su sombrero.
La multitud delante de Keith se abrió aprisa.
—¿Sí? —dijo el flautista.
—No creo que pueda atraer con la flauta ni siquiera a una rata —dijo
Keith—. Es sólo un fraude y un bravucón. Huh, apuesto a que puedo atraer
más ratas con la flauta que él.
Algunas de las personas en la multitud empezaron alejarse de él. Nadie
quería estar cerca cuando el flautista de ratas perdiera la paciencia.
El flautista balanceó sus botas hasta el suelo y volvió a poner el
sombrero en su cabeza.
—¿Eres un flautista de ratas, chico? —dijo suavemente.
Keith sacó su barbilla desafiante.
—Sí. Y no me llame chico... anciano.
El flautista sonrió.
—Ah —dijo—. Sabía que me iba a gustar este lugar. Y puedes hacer
bailar a una rata, ¿verdad, chico?
—Más que usted, flautista.
—A mí me suena como un desafío —dijo el flautista.
—El flautista no acepta desafíos de... —comenzó el anciano en el carro,
pero el flautista de ratas le hizo señas de que se callara.
—Sabes, chico —dijo—, no es la primera vez que algún chico lo ha
intentado. Voy caminando por la calle y alguien grita, ‘¡Busque su flautín,
señor!’, y me doy vuelta, y siempre es un chico como tú con una cara de
aspecto estúpido. Mira, no quiero que alguien diga que soy un hombre
injusto, chico, así que si no te importa disculparte podrías alejarte de aquí
con la misma cantidad de piernas con las que llegaste.
—Usted está asustado. —Malicia hizo un paso fuera de la multitud.
El flautista le sonrió.
—¿Sí? —dijo.
—Sí, porque todos saben qué ocurre en momentos como éstos.
Permítame preguntarle a este chico de aspecto estúpido, a quien nunca he
visto antes: ¿eres huérfano?
—Sí —dijo Keith.
—¿No conoces nada en absoluto sobre tus antepasados?
—No.
—¡Ajá! —dijo Malicia—. ¡Eso lo prueba! Todos sabemos qué ocurre
cuando aparece un huérfano misterioso y desafía a alguien grande y
poderoso, ¿verdad? Es como ser el tercero y más joven de los hijos de un
rey. ¡No puede evitar ganar!
Miró a la multitud triunfalmente. Pero la multitud parecía indecisa. No
habían leído tantas historias como Malicia, y estaban más apegados a la
experiencia de la vida real, la cual es que cuando alguien pequeño y justo
desafía a alguien grande y desagradable, es pan asado, muy rápidamente.
Sin embargo, alguien en el fondo gritó:
—¡Dele una oportunidad al chico de aspecto estúpido! ¡Por lo menos él
será más barato! —Y otra persona gritó:
—¡Sí, eso es correcto! —Y otra persona gritó:
—¡Coincido con las otras dos! —Y nadie pareció notar que todas las
voces venían de cerca del nivel del suelo o que estaban relacionadas con el
avance alrededor de la multitud de un gato de aspecto desaliñado y que le
faltaba la mitad del pelo. En cambio, se escuchó un murmullo general, no
palabras reales, nada que metiera en problemas a alguien si el flautista se
ponía desagradable, pero un mascullar que indicaba, en un sentido general,
sin desear causar resentimiento, y considerando el punto de vista de todos,
y sin tomar una cosa por otra, y si todo sigue igual, que a esa gente le
gustaría ver que el chico tuviera una oportunidad, si está bien para usted,
sin ofender.
El flautista se encogió de hombros.
—Muy bien —dijo—. Será algo de lo que se hablará. Y cuando gane,
¿qué tomaré?
El Alcalde tosió.
—¿Es la mano de una hija en matrimonio lo acostumbrado en estas
circunstancias? —dijo—. Tiene muy buenos dientes, y sería a una buena...
una esposa para cualquiera con mucho espacio de pared libre...
—¡Padre! —dijo Malicia.
—Más adelante, más adelante, obviamente —dijo el Alcalde—. Él es
desagradable, pero es rico.
—No, sólo tomaré mi paga —dijo el flautista—. De una manera u otra.
—¡Y le dije que no podemos costearla! —dijo el Alcalde.
—Y le dije de una manera u otra —dijo el flautista—. ¿Y tú, chico?
—Su flauta de ratas —dijo Keith.
—No. Es mágica, chico.
—Entonces, ¿por qué tiene miedo de apostarla?
El flautista estrechó los ojos.
—De acuerdo, entonces —dijo.
—Y el pueblo debe permitirme solucionar el problema de las ratas —dijo
Keith.
—¿Y cuánto cobrarás tú? —dijo el Alcalde.
—¡Treinta piezas de oro! Treinta piezas de oro. ¡Vamos, dilo! —gritó una
voz al fondo de la multitud.
—No, no le costará nada —dijo Keith.
—¡Idiota! —gritó la voz en la multitud. Las personas miraban a su
alrededor, perplejas.
—¿Nada en absoluto? —dijo el Alcalde.
—No, nada.
—Er... la cuestión de la mano en matrimonio está todavía propuesta, si
tú...
—¡Padre!
—No, eso solamente ocurre en las historias —dijo Keith—. Y también
devolveré mucha de la comida que robaron las ratas.
—¡La comieron! —dijo el Alcalde—. ¿Qué vas a hacer, meterles los
dedos en sus gargantas?
—Dije que solucionaré su problema de las ratas —dijo Keith—. ¿De
acuerdo, Sr. Alcalde?
—Bien, si no estás cobrando...
—Pero primero, necesitaré que me presten una flauta —continuó Keith.
—¿Tú no tienes una? —dijo el Alcalde.
—Se rompió.
El Cabo Knopf codeó al Alcalde.
—Tengo un trombón de cuando estaba en el ejército —dijo—. No
tardaré un momento en correr a buscarlo.
El flautista de ratas se echó a reír.
—¿Eso no cuenta? —dijo el Alcalde, mientras el Cabo Knopf salía
deprisa.
—¿Qué? ¿Un trombón para ratas encantadas? No, no, deje que lo
intente. No puede culpar a un chico por intentarlo. Bueno con el trombón,
¿verdad?
—No lo sé —dijo Keith.
—¿Qué quieres decir, que no lo sabes?
—Quiero decir que nunca he tocado uno. Estaría mucho más contento
con una flauta, trompeta, flautín o gaita de Lancre, pero he visto a personas
que tocaban el trombón y no parece demasiado difícil. Es sólo una trompeta
súper desarrollada, realmente.
—¡Ja! —dijo el flautista.
El vigilante regresó corriendo, frotando un maltratado trombón con la
manga y por lo tanto dejándolo sólo un poco más mugriento. Keith lo tomó,
limpió la boquilla, la puso en su boca, presionó las teclas unas pocas veces y
luego sopló una larga nota.
—Parece funcionar —dijo—. Supongo que podré aprender mientras
toco. —Lanzó una breve sonrisa al flautista de ratas—. ¿Quiere hacerlo
primero?
—Tú no encantarás ni a una rata con esa cosa, chico —dijo el flautista—
, pero me alegra estar aquí para ver cómo lo intentas.
Keith le sonrió otra vez, respiró hondo, y tocó.
Había una melodía ahí. El instrumento chillaba y jadeaba, porque el
Cabo Knopf ocasionalmente había usado la cosa como martillo, pero había
una melodía, muy rápida, casi desenfadada. Se podía seguir con los pies.
Alguien la seguía con los pies.
Sardinas salió de una grieta en una pared cercana, diciendo
‘júndostrescuat’ por lo bajo. La multitud la vio bailar ferozmente a través de
los adoquines hasta que desapareció en un desagüe. Entonces comenzaron a
aplaudir.
El flautista miró a Keith.
—¿Tenía un sombrero? —dijo.
—No lo noté —dijo Keith—. Su turno.
El flautista sacó un corto trozo de flauta del interior de su chaqueta.
Tomó otro del bolsillo, y lo ajustó en su lugar sobre el primero. Hizo clic, de
una manera militar.
Todavía observando a Keith, y todavía sonriendo, el flautista tomó una
boquilla del bolsillo superior, y la enroscó al resto de la flauta con otro, muy
final, clic.
Entonces la puso en su boca y tocó.
De su puesto de vigilancia sobre un techo Gran Ahorro gritó hacia abajo
por un caño de desagüe.
—¡Ahora! —Entonces se puso dos bolas de algodón en las orejas.
Al fondo del caño, Ensalmuera gritó dentro de un desagüe:
—¡Ahora! —Y entonces también se colocó sus tapones.
... ora, ora, ora hizo ecos por los caños...
—... ¡Ahora! —gritó Canela Oscuro en la habitación de las jaulas.
Remetió un poco de paja en el caño de desagüe—. ¡Todos a taparse las
orejas!
Habían hecho todo lo posible con las jaulas de ratas. Malicia había
traído mantas, y las ratas habían pasado una hora febril atascando agujeros
con barro. Habían hecho todo lo posible para alimentar a las prisioneras
apropiadamente también, y aunque eran solamente keekees era desgarrador
verlas acurrucarse tan desesperadamente.
Canela Oscuro se volvió hacia Nutritiva.
—¿Tienes las orejas tapadas? —preguntó.
—¿Perdón?
—¡Bien! —Canela Oscuro tomó dos bolas de algodón—. Será mejor que
la niña tonta tenga razón sobre esto —dijo—. Creo que a muchos de
nosotros no nos quedan fuerzas para correr.
El flautista sopló otra vez, y luego miró su flauta.
—Sólo una rata —dijo Keith—. Cualquier rata que quiera.
El flautista le miró furioso, y sopló otra vez.
—No puedo escuchar nada —dijo el Alcalde.
—Los humanos no pueden —farfulló el flautista.
—Quizás está rota —dijo Keith servicial.
El flautista lo intentó otra vez. Se escuchaba el murmullo de la multitud.
—Tú has hecho algo —siseó.
—¿Oh sí? —dijo Malicia, en voz alta—. ¿Qué pudo haber hecho? ¿Decirle
a las ratas que se queden bajo tierra con las orejas tapadas?
El murmullo se convirtió en risa amortiguada.
El flautista trató una vez más. Keith sentía que los pelos de su nuca
estaban erizados.
Una rata apareció. Se movió lentamente a través de los adoquines,
rebotando de un lado al otro, hasta que llegó a los pies del flautista, donde
cayó y empezó a zumbar.
Las bocas de las personas se abrieron. Era un Sr. Clicoso.
El flautista lo empujó con su pie. La rata a cuerda rodó unas pocas
veces y luego su resorte, como resultado de meses de ser castigado en las
trampas, se rindió. Se escuchó un poiyonngggg, y hubo una breve lluvia de
rueditas dentadas.
La multitud se echó a reír.
—Hum —dijo el flautista, y esta vez la mirada que lanzó a Keith tenía
una sombra de admiración resentida—. De acuerdo, chico —dijo—.
¿Hablamos tú y yo un poco? ¿De flautista a flautista? ¿Allá junto a la fuente?
—Siempre que las personas puedan vernos —dijo Keith.
—¿No confías en mí, chico?
—Por supuesto que no.
El flautista sonrió.
—Bien. Tienes madera de flautista, puedo verlo.
Allá junto a la fuente, se sentó con las piernas enfrente de él, y sujetó
la flauta adelante. Era de bronce, con un dibujo de ratas en relieve de latón
sobre ella, y brillaba bajo la luz del sol.
—Toma —dijo el flautista—. Tómala. Es una buena. Tengo muchas
otras. Vamos, tómala. Me gustaría escuchar que la tocas.
Keith la miró, inseguro.
—Todo es engaño, chico —dijo el flautista, mientras la flauta brillaba
como un rayo de sol—. ¿Ves la pequeña corredera allí? La mueves para
abajo y la flauta toca una nota especial que los humanos no pueden
escuchar. Las ratas sí. Las pone locas. Salen aprisa del suelo y tú las
conduces al río, exactamente como un perro ovejero.
—¿Es eso todo lo que hay? —preguntó Keith.
—¿Estabas esperando algo más?
—Bien, sí. Dicen que usted convierte a las personas en tejones y que
conduce a los niños a cuevas mágicas y...
El flautista se inclinó hacia adelante con gesto cómplice.
—Siempre conviene hacer publicidad, chico. A veces estos pequeños
pueblos pueden ser muy lentos a la hora de deshacerse del efectivo. Porque
la cuestión sobre convertir a las personas en tejones y todo lo demás es
esto: Nunca ocurre por aquí cerca. La mayoría de las personas de por aquí
nunca se alejan más de millas en sus vidas. Creerán en casi cualquier cosa
que ocurra a cincuenta millas. En cuanto la historia empieza a rodar, hace el
trabajo para ti. Yo ni siquiera inventé la mitad de las cosas que las personas
dicen que he hecho.
—Dígame —dijo Keith—, ¿alguna vez conoció a alguien llamado
Maurice?
—¿Maurice? ¿Maurice? No lo creo.
—Asombroso —dijo Keith. Tomó la flauta, y lanzó al flautista una larga
y lenta mirada—. Y ahora, flautista —dijo—, creo que va a guiar a las ratas
fuera de la ciudad. Va a ser el trabajo más impresionante que alguna vez
haya hecho.
—¿Hey? ¿Qué? Ganaste, chico.
—Usted conducirá a las ratas afuera porque así es como debe ser —dijo
Keith, lustrando la flauta sobre la manga—. ¿Por qué cobra tanto?
—Porque les doy un espectáculo —dijo el flautista—. La ropa elegante,
la intimidación... cobrar mucho es parte de toda la cosa. Tienes que darles
magia, chico. Permíteles pensar que eres exactamente un elegante cazador
de ratas y tendrás la suerte de recibir un almuerzo de queso y un apretón de
manos afectuoso.
—Lo haremos juntos, y las ratas nos seguirán, realmente nos seguirán
hasta el río. No se preocupe por la nota con truco, esto será aun mejor.
Será... será una gran... historia —dijo Keith—. Y usted recibirá su dinero.
Trescientos dólares, ¿verdad? Pero usted se conformará con la mitad,
porque lo estoy ayudando.
—¿A qué estás jugando, chico? Te lo dije, ganaste.
—Todos ganan. Confíe en mí. Ellos lo llamaron. Deberían pagar al
flautista. Además... —Keith sonrió—. No quiero que las personas piensen
que no deben pagar a los flautistas, ¿verdad?
—Y pensé que sólo eras un chico de aspecto estúpido —dijo el
flautista—. ¿Qué clase de trato tienes con las ratas?
—No lo creería, flautista. Usted no lo creería.
Ensalmuera se escurrió por los túneles, escarbó a través del barro y la
paja que habían utilizado para bloquear el último, y saltó a la habitación de
las jaulas. Las ratas del Clan se destaparon las orejas cuando lo vieron.
—¿Lo está haciendo? —preguntó Canela Oscuro.
—¡Síseñor! ¡Ahora mismo!
Canela Oscuro miró las jaulas. Los keekees estaban más apaciguados,
ahora que la rata rey estaba muerta y habían sido alimentados. Pero por el
olor, estaban desesperados por dejar este lugar. Y las ratas con pánico
seguirán a otras ratas...
—De acuerdo —dijo—. ¡Corredores, alistarse! ¡Abran las jaulas!
¡Asegúrense de que los estén siguiendo! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
Y éste fue casi el final de la historia.
Cómo gritó la multitud cuando las ratas brotaron de cada agujero y
desagüe. Cómo aclamaron cuando ambos flautistas bailaron hacia afuera del
pueblo, con las ratas corriendo detrás de ellos. Cómo silbaron cuando las
ratas cayeron del puente al río.
No notaron que algunas de las ratas se quedaban sobre el puente,
espoleando a las otras con gritos de ‘Recuerden, fuertes brazadas
regulares!’, y ‘¡Hay una buena playa corriente abajo!’, y ‘¡Caigan al agua los
pies adelante, no dolerá tanto!’
Incluso si se hubieran dado cuenta, probablemente no habrían dicho
nada. Detalles así no encajan.
Y el flautista salió bailando sobre las colinas y nunca volvió.
Se escuchó un aplauso general. Había sido un buen espectáculo, todos
coincidieron, incluso si había sido caro. Era definitivamente algo para
contarle a sus hijos.
El muchacho de aspecto estúpido, el que se había batido a duelo con el
flautista, volvió a la plaza. También recibió una ronda de aplausos. Estaba
resultando ser un buen día por todas partes. Las personas se preguntaban si
deberían tener más hijos para hacer sitio a todas las historias.
Pero se dieron cuenta de que tendrían suficiente para los nietos cuando
llegaron las otras ratas.
De repente estaban ahí, saliendo a raudales de desagües, zanjas y
grietas. No chillaban, y no corrían. Se sentaron allí, observándolos a todos.
—¡Oye, flautista! —gritó el Alcalde—. ¡Te dejaste algunas!
—No. No somos las ratas que siguen a los flautistas —dijo una voz—.
Somos las ratas con las que usted tiene que tratar.
El Alcalde bajó la vista. Una rata estaba de pie junto a sus botas,
mirándolo. Parecía que sujetaba una espada.
—Padre —dijo Malicia detrás de él—, sería una buena idea escuchar a
esta rata.
—¡Pero es una rata!
—Lo sabe, papá. Y sabe cómo devolverte el dinero y mucha de la
comida, y dónde encontrar a algunas de las personas que nos han estado
robando comida a todos.
—¡Pero es una rata!
—Sí, Padre. Pero si le hablas apropiadamente, puede ayudarnos.
El Alcalde miró las ordenadas filas del Clan.
—¿Debemos hablar con las ratas? —preguntó.
—Sería una muy buena idea, Padre.
—¡Pero son ratas! —El Alcalde parecía estar tratando de sujetarse a
esta idea como si fuera un chaleco salvavidas en un mar tempestuoso, y
donde se ahogaría si lo soltara.
—Excúseme, excúseme —dijo una voz a su lado. Bajó la vista hasta un
gato sucio, medio quemado, que le sonreía.
—¿Ese gato acaba de hablar? —dijo el Alcalde.
Maurice miró a su alrededor.
—¿Cuál? —dijo.
—¡Tú! ¿Tú acabas de hablar?
—¿Se sentiría mejor si le dijera que no? —dijo Maurice.
—¡Pero los gatos no pueden hablar!
—Bien, no puedo prometerle que podría darle, ya sabe, un largo
discurso a los postres, y no me pida que haga un monólogo cómico —dijo
Maurice—, y no puedo pronunciar palabras difíciles como ‘mermelada’ y
‘lumbago’. Pero estoy muy feliz con las básicas agudezas y la saludable y
simple conversación. Hablando como un gato, me gustaría saber qué tiene la
rata que decir.
—¿Sr. Alcalde? —dijo Keith, acercándose y haciendo girar la nueva
flauta de ratas entre los dedos—. ¿No cree que es el momento en que
solucione su problema de ratas de una vez por todas?
—¿Solucionarlo? Pero...
—Todo lo que tiene que hacer es hablar con ellas. Reúna al concejo del
pueblo y hábleles. Es su decisión, Sr. Alcalde. Puede aullar y gritar y llamar
a los perros, y las personas pueden correr de un lado para el otro y azotar a
las ratas con escobas y, sí, escaparán. Pero no irán lejos. Y volverán. —
Mientras estaba de pie junto al hombre perplejo se inclinó hacia él y
susurró—: Y viven bajo las tablas de su piso, señor. Saben cómo usar el
fuego. Conocen todo sobre venenos. Oh, sí. De modo que... escuche a esta
rata.
—¿Está amenazándonos? —dijo el Alcalde, bajando la vista hacia Canela
Oscuro.
—No, Sr. Alcalde —dijo Canela Oscuro—, le estoy ofreciendo... —Echó
un vistazo a Maurice, que asintió— ... una maravillosa oportunidad.
—¿Realmente puede hablar? ¿Puede pensar? —dijo el Alcalde.
Canela Oscuro lo miró. Había sido una larga noche. No quería recordar
nada de ella. Y ahora iba a ser un día más largo y más difícil. Respiró hondo.
—He aquí lo que sugiero —dijo—. Usted finge que las ratas pueden
pensar, y prometo fingir que los humanos pueden pensar también.

CAPÍTULO 12

—¡Bien hecho, Ratoso Rupert! —gritaron los animales de Fondo


Peludo.

- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura

La multitud se apiñaba en el salón Rathaus del concejo. La mayor parte


tuvo que quedarse fuera, estirando el cuello sobre las cabezas de las otras
personas para ver qué estaba ocurriendo.
Es concejo del pueblo estaba reunido alrededor de un extremo de su
larga mesa. Más o menos una docena de las ratas mayores estaban
acuclilladas en el otro.
Y, en el medio, estaba Maurice. Apareció ahí de repente, saltando desde
el piso.
Hopwick el relojero miró furioso a los otros miembros del concejo.
—¡Estamos hablando con ratas! —dijo con brusquedad, tratando de
hacerse escuchar por encima del barullo—. ¡Seremos motivo de risas si esto
se sabe! ‘El Pueblo Que Habla Con Sus Ratas’. ¿Pueden verlo?
—Las ratas no están para que les hablemos —dijo Raufman el
fabricante de botas, pinchando al Alcalde con un dedo—. ¡Un Alcalde que
conoce su negocio mandaría llamar a los cazadores de ratas!
—De acuerdo con mi hija, están encerrados en un sótano —dijo el
Alcalde. Miró fijo el dedo.
—¿Encerrados por sus ratas que hablan? —preguntó Raufman.
—Encerrados por mi hija —dijo el Alcalde, tranquilamente—. Saque su
dedo, Sr. Raufman. Ella ha llevado a los vigilantes ahí abajo. Está haciendo
acusaciones muy serias, Sr. Raufman. Dice que hay mucha comida guardada
bajo el cobertizo. Dice que han estado robándola y vendiéndola a los
comerciantes del río. El cazador de ratas jefe es su cuñado, ¿verdad, Sr.
Raufman? Recuerdo que estaba muy ansioso de ver que lo nombraran, ¿eh?
Había una conmoción afuera. El Sargento Doppelpunkt se abrió camino,
sonriendo ampliamente, y colocó una gran salchicha sobre la mesa.
—Una salchicha ni siquiera es robar —dijo Raufman.
Hubo bastante más conmoción en la multitud, que se abrió para revelar
algo que, estrictamente hablando, era el Cabo Knopf moviéndose muy
lentamente. Sin embargo este hecho sólo salió a la luz cuando fue
descargado de tres bolsas de cereal, ocho líneas de salchichas, un barril de
remolachas en escabeche y quince coles.
El Sargento Doppelpunkt saludó elegantemente, al sonido de
amortiguadas maldiciones y coles que caían.
—¡Pido permiso para tomar a seis hombres para ayudarnos a subir el
resto de las cosas, señor! —dijo, sonriendo con felicidad.
—¿Dónde están los cazadores de ratas? —preguntó el Alcalde.
—En serios... problemas, señor —dijo el Sargento—. Les pregunté si
querían salir, pero dijeron que les gustaría quedarse ahí un poco de tiempo,
gracias igual, aunque les gustaría un poco de agua y unos pantalones
limpios.
—¿Eso fue todo lo que dijeron?
El Sargento Doppelpunkt sacó su libreta.
—No, señor, dijeron bastante. Estaban llorando, en realidad. Dijeron
que confesarían todo a cambio de los pantalones limpios. También, señor,
había esto.
El Sargento salió y volvió con una pesada caja, que dejó sobre la mesa
lustrada.
—Actuando sobre la información recibida de una rata, señor, echamos
una mirada bajo las tablas del piso. Debe haber más de doscientos dólares
adentro. Beneficios mal habidos, señor.
—¿Recibió información de una rata?
El Sargento sacó a Sardinas de su bolsillo. La rata estaba comiendo un
bollo, pero levantó su sombrero cortésmente.
—¿No es eso un poco... antihigiénico? —dijo el Alcalde.
—No, patrón, se ha lavado las manos —dijo Sardinas.
—¡Estaba hablando con el Sargento!
—No, señor. Buen tipo el pequeño, señor. Muy limpio. Me recuerda a un
hámster que solía tener cuando era un muchacho, señor.
—Bien, gracias, Sargento, bien hecho, por favor vaya y...
—Su nombre era Horace —añadió el Sargento servicial.
—Gracias, Sargento, y ahora...
—Me hace bien ver las pequeñas mejillas hinchadas con la comida otra
vez, señor.
—¡Gracias, Sargento!
Cuando el Sargento se fue, el Alcalde se volvió y miró fijo al Sr.
Raufman. El hombre tuvo la gracia de verse avergonzado.
—Apenas conozco al hombre —dijo—. ¡Es sólo alguien con quien mi
hermana se casó, eso es todo! ¡Casi nunca lo veo!
—Ya comprendo —dijo el Alcalde—. Y no tengo ninguna intención de
pedirle al Sargento que vaya y registre su despensa —Lanzó otra pequeña
sonrisa, sorbió, y añadió—, todavía. Ahora, ¿dónde estábamos?
—Yo estaba a punto de contarles una historia —dijo Maurice.
El concejo del pueblo lo miró.
—¿Y tu nombre es...? —dijo el Alcalde, que se sentía de bastante buen
humor ahora.
—Maurice —dijo Maurice—. Soy un negociador independiente, algo así.
Puedo ver que es difícil para ustedes hablar con las ratas, pero a los
humanos les gusta hablar con los gatos, ¿correcto?
—¿Como en Dick Livingstone? —dijo Hopwick.
—Sí, correcto, él sí, y... —empezó Maurice.
—¿Y Gato con Botas? —dijo el Cabo Knopf.
—Sí, correcto, libros —dijo Maurice, frunciendo el ceño—. De todos
modos... los gatos pueden hablar con las ratas, ¿de acuerdo? Y voy a
contarles una historia. Pero primero, voy a decirles que mis clientes, las
ratas, todas dejarán este pueblo si ustedes lo desean, y no volverán. Nunca.
Los humanos lo miraron. También las ratas.
—¿Lo haremos? —dijo Canela Oscuro.
—¿Lo harán? —dijo el Alcalde.
—Sí —dijo Maurice—. Y ahora, voy a contarles una historia sobre el
pueblo con suerte. Todavía no sé su nombre. Supongan que mis clientes
salen de aquí y bajan al río, ¿correcto? Hay muchos pueblos sobre este río,
estoy seguro. Y en algún lugar hay un pueblo que dirá, vaya, podemos hacer
un trato con las ratas. Y ése será un pueblo con mucha suerte, porque
entonces habrá reglas, ¿lo ven?
—No exactamente, no —dijo el Alcalde.
—Bien, en este pueblo con suerte, correcto, una dama que hace, como
podría ser, una bandeja de pasteles, bien, todo lo que necesitará hacer es
gritar por el agujero de rata más cercano y decir, ‘Buen día, ratas, hay un
pastel para ustedes, estaré muy agradecida si no tocan el resto de ellos’, y
las ratas dirán ‘De acuerdo, señora, no hay problema en absoluto’. Y
entonces...
—¿Estás diciendo que debemos sobornar a las ratas? —dijo el Alcalde.
—Más barato que los flautistas. Más barato que los cazadores de ratas
—dijo Maurice—. De todos modos, será sueldos. ¿Sueldos para qué, lo
escucho gritar?
—¿Acaso grité eso? —dijo el Alcalde.
—Iba a hacerlo —dijo Maurice—. Y yo iba a decirle que serían sueldos
para... para controlar la plaga.
—¿Qué? Pero las ratas son pla...
—¡No lo diga! —dijo Canela Oscuro.
—Plagas como cucarachas —dijo Maurice, suavemente—. Puedo ver que
tienen muchas de ellas aquí.
—¿Pueden hablar? —dijo el Alcalde. Ahora tenía la expresión
ligeramente acorralada de alguien que ha sido hablado por Maurice durante
algún tiempo. Decía ‘Voy donde no quiero ir, pero no sé cómo salirme’.
—No —dijo Maurice—. Tampoco los ratones, y ni las corrie... las otras
ratas. Bien, la plaga será cosa del pasado en ese pueblo con suerte, porque
sus nuevas ratas serán como una fuerza policial. Vaya, el Clan vigilará sus
despensas... lo siento, quiero decir las despensas de ese pueblo. No será
necesario ningún cazador de ratas. Piense en el ahorro. Pero eso será el
principio solamente. La voluntad será ser más ricos, también, en el pueblo
con suerte.
—¿Cómo? —dijo Hauptmann el tallador de madera, ásperamente.
—Porque las ratas estarán trabajando para ellos —dijo Maurice—.
Tienen que roer todo el tiempo para desgastar sus dientes, así que bien
podrían estar haciendo relojes cucú. Y los relojeros tendrán éxito, también.
—¿Por qué? —dijo Hopwick el relojero.
—Pequeñas garras diminutas, muy buenas con pequeños resortes y
esas cosas —dijo Maurice—. Y entonces...
—¿Harían sólo relojes cucú, o podían hacer otras cosas? —dijo
Hauptmann.
—... y entonces está todo el aspecto del turismo —dijo Maurice—. Por
ejemplo, el Reloj Rata. ¿Conoce ese reloj que tienen en Bonk? ¿En la plaza
del pueblo? ¿Las pequeñas figuras salen cada cuarto de hora y golpean las
campanas? ¿Cling bong bang, bing clong bong? Muy popular, puede comprar
postales y todo. Gran atracción. Las personas llegan desde lejos sólo para
pararse allí y esperar. ¡Bien, el pueblo con suerte tendrá ratas que golpean
las campanas!
—¿De modo que lo que estás diciendo —dijo el relojero—, es que si
nosotros, o sea, si el pueblo con suerte tuviera un gran reloj especial, con
ratas, la gente podría venir a verlo?
—Y andar por allí mientras esperan el cuarto de hora —dijo alguien.
—Un momento perfecto para comprar pequeños modelos del reloj —dijo
el relojero.
Las personas empezaron a pensarlo.
—Jarros con ratas —dijo un alfarero.
—Recuerdos de madera, tazas y platos roídos a mano —dijo
Hauptmann.
—¡Encantadoras ratas de juguete!
—¡Ratas-sobre-un-palillo!
Canela Oscuro respiró hondo. Maurice dijo, rápidamente:
—Buena idea. Hechas de caramelo, naturalmente. —Echó un vistazo
hacia Keith—. Y espero que el pueblo quiera dar trabajo a su propio flautista
de ratas, también. Ya saben. Para propósitos ceremoniales. ‘Tenga su dibujo
con el Flautista Oficial de Ratas y sus Ratas’, ese tipo de cosas.
—¿Alguna posibilidad de un pequeño teatro? —dijo una voz pequeña.
Canela Oscuro se dio vuelta.
—¡Sardinas! —dijo.
—Bien, patrón, pensé que si todos estaban entrando en el acto... —
protestó Sardinas.
—Maurice, deberíamos hablar de esto —dijo Porotos Peligrosos,
tironeando la pierna del gato.
—Excúsenme un momento —dijo Maurice, lanzando una rápida sonrisa
al Alcalde—, tengo que consultar con mis clientes. Por supuesto —añadió—,
estoy hablando del pueblo con suerte. Que no sería éste porque, por
supuesto, cuando mis clientes se vayan algunas nuevas ratas vendrán.
Siempre hay más ratas. Y ésas no hablarán, y ésas no tendrán reglas, y
pisharán en la nata y tendrán que buscar nuevos cazadores de ratas, unos
en los que puedan confiar, y no tendrán tanto dinero porque todos se irán al
otro pueblo. Sólo una idea.
Caminó hasta el extremo de la mesa y se volvió hacia las ratas.
—¡Lo estaba haciendo tan bien! —dijo—. Podrían ganar el diez por
ciento, ¿saben? ¡Sus caras sobre los jarros, todo!
—¿Y es para esto que luchamos toda la noche? —escupió Canela
Oscuro—. ¿Para ser mascotas?
—Maurice, esto no está bien —dijo Porotos Peligrosos—. Seguramente
es mejor apelar al compromiso común entre especies inteligentes que...
—No sé sobre especies inteligentes. Estamos tratando con humanos
aquí —dijo Maurice—. ¿Sabes de las guerras? Muy populares entre los
humanos. Luchan contra otros humanos. No enormemente amantes del
compromiso común.
—Sí, pero no somos...
—Ahora escuchen —dijo Maurice—. Hace diez minutos estas personas
pensaban que ustedes eran una plaga. Ahora piensan que son... útiles.
¿Quién sabe qué puedo hacerles pensar en media hora?
—¿Quieres que trabajemos para ellos? —dijo Canela Oscuro—. ¡Nos
hemos ganado nuestro lugar aquí!
—Estarán trabajando para ustedes mismos —dijo Maurice—. Miren,
estas personas no son filósofos. Son sólo... gente de todos los días. No
conocen los túneles. Éste es un pueblo de mercado. Tienes que abordarlos
de la manera correcta. De todos modos, ustedes mantendrán lejos a las
otras ratas, y no irán por allí pishando la mermelada, de modo que bien
podrían agradecérselos. —Trató otra vez—. Habrá muchos gritos, correcto,
sí. Y entonces tarde o temprano tienes que hablar. —Vio que la perplejidad
todavía brillaba en sus ojos, y se volvió hacia Sardinas, desesperado—.
Ayúdame —dijo.
—Tiene razón, jefe. Tiene que darles un espectáculo —dijo Sardinas,
bailando algunos pasos nerviosos.
—¡Se reirán de nosotros! —dijo Canela Oscuro.
—Mejor reír que llorar, jefe. Es un comienzo. Tiene que bailar, jefe.
Puede pensar y puede pelear, pero el mundo siempre se mueve, y si quiere
quedar adelante usted tiene que bailar. —Levantó su sombrero e hizo girar
su bastón. Del otro lado de la habitación, un par de humanos lo vieron y
rieron—. ¿Lo ve? —dijo.
—Había deseado que hubiera una isla en algún lugar —dijo Porotos
Peligrosos—. Un lugar donde las ratas podían ser realmente ratas.
—Y hemos visto adónde conduce eso —dijo Canela Oscuro—. Y, sabes,
no creo que haya ninguna isla maravillosa en la distancia para personas
como nosotros. No para nosotros. —Suspiró—. Si hay una isla maravillosa en
algún lugar, está aquí. Pero no estoy pensando en bailar.
—Figura retórica, jefe, figura retórica —dijo Sardinas, saltando de un
pie al otro.
Se escuchó un ruido sordo desde el otro extremo de la mesa. El Alcalde
la había golpeado con su puño.
—¡Tenemos que ser prácticos! —estaba diciendo—. ¿Cuánto peor
podemos estar? Pueden hablar. No voy a pasar por todo esto otra vez,
¿comprenden? Tenemos comida, hemos recuperado mucho del dinero,
sobrevivimos al flautista... éstas son ratas de la suerte...
Las figuras de Keith y Malicia surgieron sobre las ratas.
—Suena como si mi padre estuviera aceptando la idea —dijo Malicia—.
¿Y que me dices de ti?
—Continúan las discusiones —dijo Maurice.
—Yo... er... lo siento... er... mira, Maurice me dijo dónde mirar y
encontré esto en el túnel —dijo Malicia. Las páginas estaban pegoteadas, y
todas manchados, y habían sido cosidas por una persona muy impaciente,
pero todavía era identificable como El Sr. Conejín Tiene Una Aventura—.
Tuve que levantar muchas rejas de desagüe para encontrar todas las
páginas —dijo.
Las ratas lo miraron. Entonces miraron a Porotos Peligrosos.
—Es El Sr. Bunn... —comenzó Melocotones.
—Lo sé. Puedo olerlo —dijo Porotos Peligrosos.
Todas las ratas miraron otra vez lo que quedaba del libro.
—Es una mentira —dijo Melocotones.
—Tal vez es sólo una historia bonita —dijo Sardinas.
—Sí —dijo Porotos Peligrosos—. Sí. —Giró sus llorosos ojos rosados
hacia Canela Oscuro, que tuvo que evitar agazaparse, y añadió—: Quizás
sea un mapa.
Si fuera una historia, y no la vida real, entonces humanos y ratas se
hubieran dado la mano y caminado hacia un nuevo futuro brillante.
Pero ya que era la vida real, tenía que haber un contrato. Una guerra
que había estado sucediendo desde la primera vez que las personas vivieron
en casas no podía terminar simplemente con una sonrisa feliz. Y tenía que
haber un comité. Había tanto detalle a discutir. El concejo del pueblo estaba
sobre ello, y la mayor parte de las ratas mayores, y Maurice caminaba arriba
y abajo sobre la mesa, participando.
Canela Oscuro se sentó en un extremo. Realmente quería dormir. Le
dolía la herida y los dientes, y no había comido por siglos. Durante horas la
discusión fluyó de atrás para adelante sobre su cabeza, que se caía. No
prestaba atención al que estaba hablando. La mayor parte del tiempo,
parecían ser todos.
—Siguiente artículo: campanillas obligatorias sobre todos los gatos.
¿Acordado?
—¿Podemos regresar a la cláusula treinta, er, Sr. Maurice? ¿Decía que
matar a una rata sería asesinato?
—Sí. Por supuesto.
—Pero es sólo...
—¡Hable a la garra, señor, porque los bigotes no lo quieren saber!
—El gato tiene razón —dijo el Alcalde—. ¡Está fuera de orden, Sr.
Raufman! Ya hemos pasado esto.
—Entonces, ¿qué pasa si una rata me roba?
—Ejem. Entonces será robo, y la rata tendrá que ir ante los jueces.
—¿Oh, joven...? —dijo Raufman.
—Melocotones. Soy una rata, señor.
—Y... er... y los oficiales de la Guardia podrán bajar a los túneles de las
ratas, ¿verdad?
—¡Sí! Porque habrá oficiales-rata en la Guardia. Tendrá que haberlos —
dijo Maurice—. ¡No es problema!
—¿De veras? ¿Y qué piensa el Sargento Doppelpunkt sobre eso?
¿Sargento Doppelpunkt?
—Er... no lo sé, señor. Podría estar bien, supongo. Sé que yo no podría
bajar por un agujero de rata. Tendremos que hacer insignias más pequeñas,
por supuesto.
—¿Pero seguramente usted no sugerirá que se permita que un oficial de
rata arreste a un humano?
—Oh, sí, señor —dijo el Sargento.
—¿Qué?
—Bien, si su rata es un correcto vigilante que juró... quiero decir, un
vigilante-rata... entonces usted no puede ir por allí diciendo que no se le
permite arrestar a nadie más grande que usted, ¿verdad? Podría ser útil, un
vigilante-rata. Entiendo que tienen este truco donde se suben por la
pernera...
—Caballeros, debemos seguir adelante. Sugiero que esto vaya al
subcomité.
—¿A cuál, señor? ¡Ya tenemos diecisiete!
Se escuchó un bufido desde uno de los concejales. Era el Sr.
Schlummer, que tenía 95 y que había dormido tranquilamente toda la
mañana. El bufido quería decir que estaba despertando.
Miró el otro extremo de la mesa. Sus bigotes se movieron.
—¡Hay una rata ahí! —dijo, señalando—. ¡Miren, mm, tan fresca! ¡Una
rata! ¡Con sombrero!
—Sí, señor. Es una reunión para hablar con las ratas, señor —dijo la
persona a su lado.
Bajó la vista y buscó a tientas sus gafas.
—¿Quéfueso? —dijo. Miró más cerca—. Oiga, —dijo— ¿eres, mm, una
rata, también?
—Sí, señor. De nombre Nutritiva, señor. Estamos aquí para hablar con
los humanos. Para detener todos los problemas.
El Sr. Schlummer miró a la rata. Entonces, al otro lado de la mesa, a
Sardinas, quien levantó su sombrero. Entonces miró al Alcalde, quien
asintió. Miró a todos otra vez, moviendo los labios mientras trataba de
comprender.
—¿Todos ustedes están hablando? —dijo, por fin.
—Sí, señor —dijo Nutritiva.
—De modo que... ¿quién está escuchando? —dijo.
—Estamos llegando cerca —dijo Maurice.
El Sr. Schlummer le miró alelado.
—¿Eres un gato? —preguntó.
—Sí, señor —dijo Maurice.
El Sr. Schlummer lentamente digirió este punto también.
—Pensé que solíamos matar a las ratas —dijo, como si ya no estuviera
muy seguro.
—Sí, pero, mire, señor, éste es el futuro —dijo Maurice.
—¿Lo es? —dijo el Sr. Schlummer—. ¿De veras? Siempre me pregunté
cuándo iba a ocurrir. Oh, bien. ¿Los gatos ahora también hablan? ¡Bien
hecho! Tienes que moverte con las, mm, las... cosas que se mueven,
obviamente. Despiértame cuando traigan el, mm, té, ¿quieres, minino?
—Er... no está permitido llamar ‘minino’ a los gatos si tiene más de diez
años, señor —dijo Nutritiva.
—Cláusula 19b —dijo Maurice, con firmeza—. ‘Nadie llamará a los gatos
con los nombres absurdos a menos que piense darle una comida inmediata’.
Ésa es mi cláusula —añadió, orgullosamente.
—¿De veras? —dijo el Sr. Schlummer—. Caramba, el futuro es extraño.
Sin embargo, me atrevo a decir que todo necesita ser ordenado...
Se acomodó otra vez en su silla, y después de un rato empezó a roncar.
A su alrededor las discusiones empezaron otra vez, y continuaron.
Muchas personas hablaron. Algunas personas escucharon. Ocasionalmente,
estuvieron de acuerdo... y continuaron... y discutieron. Pero las pilas de
papel sobre la mesa se hicieron más grandes, y se veían más y más
oficiales.
Canela Oscuro se esforzó por mantenerse despierto otra vez, y se dio
cuenta de que alguien lo estaba mirando. En el otro extremo de la mesa, el
Alcalde le lanzaba una larga mirada pensativa.
Mientras miraba, el hombre se reclinó y dijo algo a un secretario, que
asintió y caminó alrededor de la mesa, más allá de las personas que
discutían, hasta Canela Oscuro.
Se inclinó.
—¿Puede... usted... en-ten-der-me? —dijo, pronunciando cada palabra
muy cuidadosamente.
—Sí... por-que... no... soy... es-tú-pi-do —dijo Canela Oscuro.
—Oh, er... el Alcalde se pregunta si puede verle en su oficina privada —
dijo el secretario—. La puerta de ahí. Podría ayudarlo, si quiere.
—Podría morderle el dedo, si quiere —dijo Canela Oscuro. El Alcalde ya
se estaba alejando de la mesa.
Canela Oscuro se deslizó hacia abajo y lo siguió. Nadie les prestó
ninguna atención.
El Alcalde esperó hasta que la cola de Canela Oscuro había pasado y
cerró la puerta cuidadosamente.
La habitación era pequeña y estaba desordenada. El papel ocupaba la
mayoría de las superficies planas. Unos libreros llenaban varias de las
paredes; más libros y más papeles estaban apretados entre la parte alta de
los libros y los estantes.
El Alcalde, moviéndose con exagerada delicadeza, fue y se sentó en una
gran silla giratoria algo descuidada, y miró a Canela Oscuro.
—Voy a equivocarme —dijo—. Pensé que debíamos tener una...
pequeña charla. ¿Puedo recogerlo? Quiero decir, sería más fácil hablarle si
usted estuviera sobre mi escritorio...
—No —dijo Canela Oscuro—. Y sería más fácil hablarle si usted
estuviera tendido horizontal sobre el piso. —Suspiró. Estaba demasiado
cansado para juegos—. Si pone su mano sobre el piso me pararé sobre ella y
usted puede levantarla a la altura del escritorio —dijo—, pero si intenta algo
desagradable, le arrancaré el pulgar con los dientes.
El Alcalde lo levantó, con extrema precaución. Canela Oscuro saltó
sobre la masa de papeles, tazas de té vacías, y plumas viejas que cubría la
superficie del cuero maltratado, y se paró mirando al embarazoso hombre.
—Er... ¿tiene que hacer mucho papeleo en su trabajo? —dijo el Alcalde.
—Melocotones anota cosas —dijo Canela Oscuro, sin rodeos.
—Ésa es la pequeña rata hembra que tose antes de hablar, ¿verdad? —
dijo el Alcalde.
—Eso es correcto.
—Ella es muy... segura, ¿verdad? —dijo el Alcalde, y Canela Oscuro
pudo ver que estaba sudando—. Está asustando bastante a algunos de los
concejales, ja ja.
—Ja ja —dijo Canela Oscuro.
El Alcalde se veía abatido. Parecía estar buscando algo que decir.
—¿Se siente, er, bien? —dijo.
—Pasé parte de la noche pasada luchando contra un perro en un hoyo
de rata, y luego creo que quedé atrapado por un rato en una trampa de
ratas —dijo Canela Oscuro con una voz de hielo—. Y entonces hubo un poco
de guerra. Aparte de eso, no puedo quejarme.
El Alcalde le lanzó una mirada preocupada. Según Canela Oscuro podía
recordar, era la primera vez que se sentía apenado por un humano. El
muchacho de aspecto estúpido había sido diferente. El Alcalde parecía estar
tan cansado como Canela Oscuro.
—Mire —dijo—, creo que podría resultar, si eso es lo que quiere
preguntarme.
El Alcalde se animó.
—¿Lo cree? —dijo—. Hay muchas discusiones.
—Es por eso que creo que podría resultar —dijo Canela Oscuro—.
Hombres y ratas discutiendo. Usted no está envenenando nuestro queso, y
no estamos pishando su mermelada. No va a ser fácil, pero es un comienzo.
—Pero hay algo que tengo que saber —dijo el Alcalde.
—¿Sí?
—Ustedes podrían haber contaminado nuestros pozos. Ustedes podrían
haber prendido fuego a nuestras casas. Mi hija me dice que son muy...
avanzados. No nos deben nada. ¿Por qué no lo hicieron?
—¿Para qué? ¿Qué habríamos hecho después? —dijo Canela Oscuro—.
¿Irnos a otro pueblo? ¿Pasar por todo esto otra vez? Si los matábamos,
¿habría mejorado algo para nosotros? Tarde o temprano tendríamos que
hablar con los humanos. Bien podían ser ustedes.
—¡Me alegro de que les gustemos! —dijo el Alcalde.
Canela Oscuro abrió la boca para decir: ¿Que nos gustan? No, sólo no
los odiamos lo bastante. No somos amigos.
Pero...
No habría más hoyos de rata. No más trampas, no más venenos. Es
cierto, iba a tener que explicar al Clan qué era un policía, y por qué los
vigilantes-rata podrían perseguir a las ratas que violaran las nuevas Reglas.
No les iba a gustar. No les iba a gustar en absoluto. Incluso una rata con las
marcas de los dientes de la Rata Hueso iba a tener dificultades con eso. Pero
como Maurice había dicho: harán esto, tú harás eso. Nadie perderá mucho y
todos ganarán mucho. El pueblo prosperará, los niños de todos crecerán, y
de repente, todo será normal.
Y a todos les gusta que las cosas sean normales. No les gusta ver que
las cosas normales cambien. Debe valer un intento, pensó Canela Oscuro.
—Ahora quiero hacerle una pregunta —dijo—. Usted ha sido el líder...
¿por cuánto tiempo?
—Diez años —dijo el Alcalde.
—¿No es difícil?
—Oh, sí. Oh, sí. Todos discuten conmigo todo el tiempo —dijo el
Alcalde—. Aunque debo decir que espero un poco menos de discusiones si
todo esto resulta. Pero no es un trabajo fácil.
—Es ridículo tener que gritar todo el tiempo sólo para lograr que las
cosas sean hechas —dijo Canela Oscuro.
—Eso es correcto —dijo el Alcalde.
—Y todos esperan que uno decida las cosas —dijo Canela Oscuro.
—Es verdad.
—El último líder me dio algún consejo justo antes de morir, ¿y sabe
usted qué fue? ‘¡No comas la parte verde que tiembla!’
—¿Buen consejo? —preguntó el Alcalde.
—Sí —dijo—. Pero todo lo que él tenía que hacer era ser grande y duro
y luchar contra todas las otras ratas que querían ser líderes.
—Es un poco así con el concejo —dijo el Alcalde.
—¿Qué? —preguntó Canela Oscuro—. ¿Los muerde en el cuello?
—No todavía —dijo el Alcalde—. Pero es una idea, debo decir.
—¡Es todo mucho más complicado de lo que alguna vez pensé que
sería! —dijo Canela Oscuro, desconcertado—. ¡Porque después de que uno
ha aprendido a gritar uno tiene que aprender a no hacerlo!
—Correcto otra vez —dijo el Alcalde—. Así es como funciona. —Puso la
mano sobre el escritorio, la palma arriba—. ¿Puedo? —dijo.
Canela Oscuro subió a bordo, y mantuvo el equilibrio mientras el
Alcalde lo llevaba a la ventana y lo bajaba sobre el alféizar.
—¿Ve el río? —dijo el Alcalde—. ¿Ve las casas? ¿Ve a las personas en
las calles? Tengo que hacer que todo eso funcione. Bien, no el río,
obviamente, trabaja por sí mismo. Y todos los años resulta que no he
molestado a suficientes personas para que elijan a otro Alcalde. Así que
tengo que hacerlo otra vez. Es mucho más complicado que lo que alguna vez
pensé que sería.
—¿Qué, para usted, también? ¡Pero usted es un humano! —dijo Canela
Oscuro con asombro.
—¡Ja! ¿Piensa que eso lo hace más fácil? ¡Yo creía que las ratas eran
salvajes y libres!
—¡Ja! —dijo Canela Oscuro.
Ambos miraron fuera de la ventana. Abajo, en la plaza, podían ver a
Keith y a Malicia caminando, sumergidos en una conversación.
—Si lo desea —dijo el Alcalde, después de un rato—, podría tener un
pequeño escritorio aquí en mi oficina...
—Viviré bajo tierra, gracias igual —dijo Canela Oscuro, calmándose—.
Los pequeños escritorios son un poco demasiado Sr. Conejín.
El Alcalde suspiró.
—Supongo que sí. Er... —Parecía como si estuviera a punto de
compartir algún secreto culpable y, en cierto modo, lo era—. Me gustaban
esos libros cuando era niño, sin embargo. Por supuesto sabía que todo era
tontería pero, a pesar de eso, era bonito pensar que...
—Sí, sí —dijo Canela Oscuro—. Pero el conejo era estúpido. ¿Quién
escuchó alguna vez que un conejo hablara?
—Oh, sí. Nunca me gustó el conejo. Los personajes menores les
gustaban a todos. Ratoso Rupert y Phil el Faisán y Oleoso la Serpiente...
—Oh, vamos —dijo Canela Oscuro—. ¡Tenía cuello y corbata!
—¿Bien?
—Bien, ¿cómo se le quedaba? ¡Una serpiente tiene forma de tubo!
—Sabe, nunca pensé en ello de ese modo —dijo el Alcalde—. Tonto,
realmente. Se le resbalaría, ¿verdad?
—Y los chalecos en las ratas no resultan.
—¿No?
—No —dijo Canela Oscuro—. Lo probé. Los cinturones de herramientas
están bien, pero chalecos. Porotos Peligrosos se molestó bastante por eso.
Pero le dije, tienes que ser práctico.
—Es exactamente como le digo siempre a mi hija —dijo el hombre—.
Las historias son sólo historias. La vida es bastante complicada como es.
Tenemos que hacer planes para el mundo real. No hay espacio para lo
fantástico.
—Exactamente —dijo la rata.
Y hombre y rata hablaron, mientras la larga luz se convertía en noche.

Un hombre estaba pintando, muy cuidadosamente, un pequeño dibujo


debajo del cartel de la calle que decía ‘Calle del Río’. Estaba mucho más
abajo, apenas más alto que el pavimento, y tenía que arrodillarse.
Consultaba una y otra vez un pequeño trozo de papel en la mano.
La figura se veía:

Keith rió.
—¿Qué es gracioso? —dijo Malicia.
—Está en alfabeto Rata —dijo Keith—. Dice Agua+Rápida+Piedras. Las
calles tienen adoquines, ¿correcto? Las ratas los ven como piedras. Quiere
decir Calle del Río.
—Ambos idiomas en los carteles de las calles. Cláusula 193 —dijo
Malicia—. Eso es rápido. Apenas llegaron al acuerdo hace dos horas.
¿Supongo que quiere decir que habrá diminutos carteles en idioma humano
en los túneles de rata?
—Espero que no —dijo Keith.
—¿Por qué no?
—Porque las ratas principalmente marcan sus túneles pishando en ellos.
Estaba impresionado por la manera en que la expresión de Malicia no
cambió nada.
—Puedo ver que todos vamos a tener que hacer algunos ajustes
mentales importantes —dijo, pensativa—. Fue raro lo de Maurice, sin
embargo, después de que mi padre le dijo había muchas ancianas amables
en el pueblo que estarían felices de darle un hogar.
—¿Quieres decir cuando dijo que no sería nada divertido, conseguirlo de
ese modo? —dijo Keith.
—Sí. ¿Sabes qué quiso decir?
—Algo así. Quiso decir que es Maurice —dijo Keith—. Creo que tenía el
momento de su vida, pavoneándose arriba y abajo sobre la mesa
ordenándole a todos. ¡Incluso dijo que las ratas podían quedarse con el
dinero! ¡Dijo que una pequeña voz en su cabeza le dijo que realmente era
suyo!
Malicia pareció pensar en las cosas durante un rato, y luego, como si no
fuera realmente muy importante, dijo:
—¿Y, er... te estás quedando, sí?
—Cláusula 9, Flautista de Ratas Residente —dijo Keith—. Tengo un traje
oficial que no tengo que compartir con nadie, un sombrero con una pluma y
una paga por flauta.
—Eso será... muy satisfactorio —dijo Malicia—. Er...
—¿Sí?
—Cuando te dije que tenía dos hermanas, er, no fue completamente
verdad —dijo—. Er... no fue una mentira, por supuesto, pero estuvo sólo...
un poco aumentado.
—Sí.
—Quiero decir que sería más literalmente verdad decir que no tengo, de
hecho, ninguna hermana en absoluto.
—Ah —dijo Keith.
—Pero tengo millones de amigos, por supuesto —continuó Malicia. Keith
pensó que se veía completamente abatida.
—Eso es asombroso —dijo—. La mayoría de las personas sólo tienen
unas docenas.
—Millones —dijo Malicia—. Obviamente, siempre hay espacio para otro.
—Bien —dijo Keith.
—Y, er, está la Cláusula 5 —dijo Malicia, todavía un poco nerviosa.
—Oh, sí —dijo Keith—. Desconcertó a todos. ‘Una comilona de té con
bollos de crema y una medalla’, ¿correcto?
—Sí —dijo Malicia—. De otro modo, no terminaría apropiadamente.
¿Me, er, acompañas?
Keith asintió. Miró el pueblo a su alrededor. Parecía un buen lugar.
Justo el tamaño correcto. Un hombre podía encontrar un futuro aquí...
—Sólo una pregunta... —dijo.
—¿Sí? —dijo Malicia, mansamente.
—¿Cuánto tiempo necesitas para convertirte en Alcalde?

Hay un pueblo en Uberwald donde, cada vez que el reloj marca un


cuarto de hora, las ratas salen y golpean las campanas.
Y las personas observan, y aclaman, y compran de recuerdo platos y
jarros roídos, y cucharas, y relojes, y otras cosas que no tienen ninguna
utilidad excepto la de ser compradas y llevadas a casa. Y van al Museo Rata,
y comen Rata-Burguesas (Sin Rata Garantizado), y compran Orejas de Rata
que uno puede ponerse, y compran libros de poesía Rata en idioma Rata, y
dicen ‘qué raro’ cuando ven los carteles de las calles en Rata, y se
maravillan al ver cómo todo el lugar parece tan limpio...
Y una vez al día el Flautista de Ratas del pueblo, que es algo joven, toca
sus flautas y las ratas bailan al son de la música, generalmente en estilo
conga. Es muy popular (en días especiales, una pequeña rata que baila tap
organiza inmensos espectáculos de baile, con cientos de ratas con
lentejuelas, y ballet de agua en las fuentes, y cuadros esmerados).
Y hay conferencias sobre el Impuesto Rata y cómo funciona todo el
sistema, y cómo las ratas tienen su propio pueblo bajo el pueblo humano, y
uso libre de la biblioteca, e incluso algunas veces envían a sus ratas jóvenes
a la escuela. Y todos dicen: ¡Qué perfecto, qué bien organizado, qué
asombroso!
Y entonces la mayoría de ellos regresan a sus propios pueblos, y ponen
sus trampas, y ponen sus venenos, porque no puedes cambiar algunas
mentes ni siquiera con un hacha. Pero algunos ven el mundo como un lugar
diferente.
No es perfecto, pero funciona. La cuestión con las historias es que
tienes que escoger una que dure.
Y lejos, aguas abajo, un apuesto gato, con apenas unos parches
desnudos todavía en su pelo, saltó de una barcaza, se paseó a lo largo del
muelle, y entró en un pueblo grande y próspero. Pasó algunos días
golpeando a los gatos locales y captando la sensación del sitio y, sobre todo,
sentado y observando.
Finalmente, vio lo que quería. Siguió a un muchacho fuera de la ciudad.
Llevaba un palo sobre la espalda, en cuyo extremo había un pañuelo
anudado de la clase que usan las personas en circunstancias de la historia
para llevar todos sus bienes mundanos. El gato se sonrió. Si conocías sus
sueños, podías manejar a las personas.
El gato siguió al muchacho hasta el primer mojón a lo largo del camino,
donde se detuvo para descansar. Y escuchó:
—Hey, chico de aspecto estúpido. ¿Quieres ser Señor Alcalde? Nah, aquí
abajo, chico...
Porque algunas historias terminan, pero las viejas historias continúan, y
tienes que bailar al son de la música si quiere quedar adelante.

FIN
Nota del autor

Pienso que he leído, en los últimos meses, más sobre ratas que lo que
es bueno para mí. La mayor parte de las cosas ciertas —o, por lo menos, las
cosas que las personas dicen que son ciertas—, son tan increíbles que no las
incluí en caso de que los lectores pensaran que las he inventado.
Se sabe que las ratas han escapado de un hoyo de rata usando el
mismo método que usó Canela Oscuro con el pobre Jacko. Si no lo cree, esto
fue presenciado por Viejo Alf, Jimma y Tío Bob. Lo sé de buena fuente.
Las ratas rey realmente existen. Cómo aparecen es un misterio; en este
libro Malicia menciona un par de teorías. Estoy en deuda con el Dr. Jack
Cohen por una explicación más moderna y deprimente, que es que atrás en
los tiempos algunas personas crueles e ingeniosas tuvieron demasiado
tiempo en sus manos.
T. Pratchett
Notas al final
[1]
El Asombroso Maurice presenta un nuevo enfoque sobre el viejo
cuento de hadas de El Flautista de Hamelin.
[2]
Las aventuras del Sr. Conejín son una parodia de las historias
infantiles de Pedro el Conejo, de Beatrix Potter, la mayoría de las cuales
tratan de animales esponjosos comportándose amablemente unos con otros.
[3]
Una alusión a la conocida versión de 1842 de El Flautista de Hamelin,
de Robert Browning:

¡Ratas!
Luchaban contra los perros y mataban a los gatos,
Y mordían a los bebés en las cunas,
Y comían los quesos de las tinas,
Y lamían la sopa de los propios cucharones de los cocineros,
Abrían los barriles de espadines salados,
Hacían nidos los sombreros domingueros de los hombres,
E incluso estropeaban las charlas de las mujeres
Ahogando su oratoria
Con alaridos y chillidos
En cincuenta agudos y bemoles diferentes.
[4]
En lógica formal, una de las maneras posibles de indicar la negación
de una proposición ‘P’ (por ejemplo, convertirla en la proposición opuesta
‘No-P’) es efectivamente escribir ‘P’ con una barra horizontal encima.
[5]
Referencia a Casablanca. Una famosa línea de Humphrey Bogart: ‘De
todos los antros de todas las ciudades del mundo, ella entra en el mío’.
[6]
La versión Mundodisco de nuestros Hermanos Grimm.
[7]
Una referencia a las historias de Enid Blyton, Cinco Famosos.
[8]
Note que "Tomate" está tan cerca de ‘Tomás’ como se puede llegar
(el proverbial ‘Incrédulo Tomás’) cuando se elige nombre de las etiquetas de
comida.
[9]
Dick Livingstone es una amalgama entre Dick Whittington y Ken
Livingstone.
Dick Whittington es un personaje de la pantomima británica, libremente
basada en la vida real de Richard Whittington. Dick es un niño de una familia
pobre que se va a Londres para hacer fortuna, acompañado por su gato. En
un momento se desanima y se vuelve para regresar a casa, pero entonces
escucha sonar las campanas de Londres, diciendo: ‘Vuelve otra vez, Dick
Whittington, tres veces Señor Alcalde de Londres’. El verdadero Richard
Whittington fue Alcalde de Londres bajo Richard II a fines del siglo XIV.
Uno de los primeros actos de Ken Livingstone como nuevo Alcalde de
Londres, después de ser votado en el 2000, fue librarse de las famosas
palomas de Trafalgar Square. No hizo que su gato las comiera (al menos no
que se sepa), sino que retiró de allí a los vendedores callejeros que vendían
a los turistas bolsas de alimento para aves —si las palomas no tienen
ilimitado alimento, las bandadas se van de un lugar.
[10]
En alemán, ‘Doppelpunkt’ significa ‘Coma’ (signo de puntuación, no
de comer, ni la anulación de la conciencia). El Cabo Knopf tiene un nombre
que se traduce como ‘Pomo’ (Knob, en inglés). Aquí estamos tratando con
los equivalentes del Sargento Colon y el Cabo Nobbs en Uberwald.

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