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ROEDORES
Terry Pratchett
[1]
CAPÍTULO 1
Un día, cuando era travieso, el Sr. Conejín miró por encima del seto
del campo del Granjero Fred y estaba lleno de verdes lechugas. El Sr.
Conejín, sin embargo, no estaba lleno de lechugas. Esto no parecía justo.
[2]
- De El Sr. Conejín Tiene Una Aventura
¡Ratas!
Perseguían a los perros y mordían a los gatos, ellas...[3]
Pero había más que eso. Como decía el asombroso Maurice, era sólo
una historia sobre personas y ratas. Y la parte difícil era decidir quiénes eran
las personas, y quiénes eran las ratas.
Pero Malicia Grim dijo que era una historia sobre historias.
Empezó —parte de ella empezó— en el coche de correo que venía
cruzando las montañas desde las distantes ciudades de la llanura.
Ésta era la parte del viaje que no le gustaba al conductor. La ruta
serpenteaba por bosques y alrededor de montañas por caminos destrozados.
Había sombras profundas entre los árboles. A veces creía que unas cosas
seguían al coche, manteniéndose fuera de la vista. Se le erizaban los pelos.
Y sobre este viaje, lo realmente espeluznante era que podía escuchar
voces. Estaba seguro de eso. Venían desde atrás de él, del techo del coche,
y no había nada ahí excepto los grandes sacos de correo de hule y el
equipaje del pasajero. Ciertamente, no había nada lo bastante grande para
que una persona se escondiera adentro. Pero ocasionalmente estaba seguro
de oír voces agudas susurrando.
Había solamente un pasajero en este momento. Era un joven rubio,
sentado completamente a solas dentro del coche que se mecía, leyendo un
libro. Leía despacio, y en voz alta, moviendo su dedo sobre las palabras.
—Ubberwald —dijo en voz alta.
—Es ‘Überwald’ —dijo una voz pequeña y aguda pero muy clara—. Los
puntos le dan una especie de sonido ‘ooo’ largo. Pero lo estás haciendo bien.
—¿Ooooooberwald?
—Hay cosas tales como demasiada pronunciación, chico —dijo otra voz,
que parecía medio adormilada—. ¿Pero sabes lo mejor de Uberwald? Está
muy, muy lejos de Sto Lat. Está muy lejos de Pseudopolis. Está muy lejos de
cualquier lugar donde el Comandante de la Guardia dice que nos hará hervir
si alguna vez nos ve otra vez. Y no es muy moderno. Carreteras malas.
Muchas montañas en el camino. Las personas no se mueven mucho aquí. Así
que las noticias no viajan muy rápido, ¿lo ves? Y no tienen policías. ¡Chico,
podemos hacer una fortuna aquí!
—¿Maurice? —dijo el muchacho, cuidadosamente.
—¿Sí, chico?
—No piensas que lo que estamos haciendo es, ya sabes... deshonesto,
¿verdad?
Hubo una pausa allí antes de que la voz respondiera.
—¿Qué quieres decir, deshonesto?
—Bien... tomamos su dinero, Maurice. —El coche se meció y rebotó
sobre un bache.
—Muy bien —dijo el invisible Maurice—, pero lo que tienes que
preguntarte es: ¿de quién tomamos el dinero, en realidad?
—Bien... generalmente del alcalde, o del consejo de la ciudad, o de
alguien así.
—Correcto. Y eso quiere decir que es... ¿qué? Te he dicho esta parte
antes.
—Er...
—Es dinero del go-bier-no, chico —dijo Maurice pacientemente—. ¿Dilo?
Dinero del go-bier-no.
—Dinero del go-bier-no —dijo el muchacho obedientemente.
—¡Correcto! ¿Y qué hacen los gobiernos con el dinero?
—Er, ellos...
—Pagan a los soldados —dijo Maurice—. Tienen guerras. A decir verdad,
probablemente hemos evitado muchas guerras tomando el dinero y
poniéndolo donde no puede hacer daño. Nos construirían estatuas, si lo
pensaran.
—Algunas de esas ciudades parecían muy pobres, Maurice —dijo el
muchacho poco convencido.
—Hey, exactamente la clase de lugares que no necesitan guerras,
entonces.
—Porotos Peligrosos dice que es... —El muchacho se concentró, y sus
labios se movieron antes de decir la palabra, como si le estuviera probando
la pronunciación—, ... no-é-ti-co.
—Eso es correcto, Maurice —dijo la voz aguda—. Porotos Peligrosos dice
que no debemos vivir del engaño.
—Escucha, Melocotones, los humanos están todos en el engaño —dijo la
voz de Maurice—. Están tan ansiosos por engañarse unos a otros todo el
tiempo que eligen gobiernos para que lo hagan por ellos. Nosotros les damos
valor por dinero. Ellos tienen una horrible plaga de ratas, pagan a un
flautista de ratas, las ratas siguen al chico fuera de la ciudad, upa-y-salto,
final de la plaga, todos están felices de que ya nadie esté pishando en la
harina, el gobierno logra ser re-electo por una población agradecida,
celebración general por todas partes. Dinero bien gastado, en mi opinión.
—Pero sólo hay una plaga porque les hacemos pensar que la hay —dijo
la voz de Melocotones.
—Bien, mi querida, otra cosa en la que todos esos pequeños gobiernos
gastan su dinero es en cazadores de ratas, ¿lo ves? No sé por qué me
preocupo por todos ustedes, realmente.
—Sí, pero nosotros...
Se dieron cuenta de que el coche había parado. Fuera, en la lluvia, se
escuchaba el tintineo de arneses. Entonces el coche se meció un poco, y se
escuchó el sonido de pies que corrían.
Una voz desde la oscuridad dijo:
—¿Hay algún mago ahí adentro?
Los ocupantes se miraron unos a otros, perplejos.
—¿No? —dijo el muchacho, esa clase de ‘no’ que significa ‘por qué está
preguntando’.
—¿Y qué me dice de alguna bruja? —dijo la voz.
—No, ninguna bruja —dijo el muchacho.
—Correcto. ¿Hay trolls pesadamente armados empleados por la
compañía del coche-correo ahí adentro?
—Lo dudo —dijo Maurice.
Hubo un momento de silencio, lleno del sonido de la lluvia.
—De acuerdo, ¿y qué me dice de lobizones? —dijo la voz al final.
—¿Cómo se ven? —preguntó el muchacho.
—Ah, bien, se ven perfectamente normales justo hasta el momento
cuando les crece todo, bueno, pelo, dientes, garras gigantes, y le saltan a
través de la ventana —dijo la voz. Sonaba como si estuviera leyendo de una
lista.
—Todos nosotros tenemos pelo y dientes —dijo el muchacho.
—¿Así que ustedes son lobizones, entonces?
—No.
—Bien, bien. —Hubo otra pausa llena de lluvia—. De acuerdo, vampiros
—dijo la voz—. Es una noche lluviosa, ustedes no querrían volar con un
clima como éste. ¿Algún vampiro ahí adentro?
—¡No! —dijo el muchacho—. ¡Somos todos perfectamente inofensivos!
—Oh caramba —farfulló Maurice y gateó bajo el asiento.
—Es un alivio —dijo la voz—. No se puede tener demasiado cuidado en
estos días. Hay muchas personas raras por allí. —Una ballesta fue empujada
a través de la ventana, y la voz dijo—: Su dinero y su vida. Son dos-por-
uno, ¿lo ve?
—El dinero está en la caja sobre el techo —dijo la voz de Maurice, desde
el nivel del piso.
El salteador de caminos miró el oscuro interior del coche.
—¿Quién dijo eso? —preguntó.
—Er, yo —dijo el muchacho.
—¡No te vi mover los labios, chico!
—El dinero está sobre el techo. En la caja. Pero si yo fuera usted no lo
haría...
—Ja, sospecho que no lo harías —dijo el salteador de caminos. Su cara
enmascarada desapareció de la ventana.
El muchacho recogió la flauta que estaba sobre el asiento junto a él. Era
del tipo todavía conocido como flautín, aunque nadie podía recordar cuándo
alguna vez había costado solamente un penique.1
—Toca ‘Robo con Violencia’, chico —dijo Maurice, tranquilamente.
—¿No podríamos sólo darle dinero? —dijo la voz de Melocotones. Era
una pequeña voz.
—El dinero es para que las personas nos lo den —dijo Maurice, con
seriedad.
Encima de ellos, escucharon el ruido de la caja sobre el techo del coche
mientras el salteador de caminos la arrastraba.
El muchacho recogió la flauta obedientemente y tocó algunas notas.
Ahora se escucharon varios sonidos. Hubo un crujido, un ruido sordo, una
especie de forcejeo y luego un grito muy breve.
Cuando volvió el silencio, Maurice trepó de nuevo en el asiento y sacó
su cabeza fuera del coche, a la noche oscura y lluviosa.
—Buen hombre —dijo—. Sea sensato. Cuanto más forcejee, más duro le
morderán. ¿Probablemente la piel no está lastimada aún? Bien. Córrase un
poco así yo puedo verlo. Pero con cuidado, ¿eh? No queremos que nadie
entre en pánico, ¿verdad?
El salteador de caminos reapareció a la luz de las lámparas del coche.
Estaba caminando muy despacio y con cuidado, las piernas separadas. Y
gemía suavemente.
—Ah, allí está usted —dijo Maurice, alegremente—. Se le subieron
directo por las perneras, ¿verdad? Típico truco de rata. Sólo mueva la
cabeza, porque no queremos provocarlas. No le puedo decir dónde podrían
1
Flautín, en inglés penny whistle, silbato de un penique. (Nota del traductor)
terminar.
El salteador de caminos asintió muy despacio. Entonces sus ojos se
estrecharon.
—¿Eres un gato? —farfulló. Entonces sus ojos se cruzaron y jadeó.
—¿Le dije que hablara? —dijo Maurice—. Creo que no le dije que
hablara, ¿verdad? ¿El cochero escapó o usted lo mató? —La cara del hombre
se quedó sin expresión—. Ah, aprende rápido, me gusta eso en un salteador
de caminos —dijo Maurice—. Puede responder a esa pregunta.
—Escapó —dijo el salteador de caminos roncamente.
Maurice volvió a meter la cabeza dentro del coche.
—¿Qué piensan? —dijo—. Coche, cuatro caballos, probablemente
algunos objetos de valor en los sacos del correo... puede ser, oh, mil dólares
o más. El chico podría conducirlo. ¿Vale la pena un intento?
—Eso es robar, Maurice —dijo Melocotones. Ella estaba sentada sobre el
asiento al lado del muchacho. Era una rata.
—No tanto como robar —dijo Maurice—. Más bien... encontrar. El
cochero escapó, de modo que es como... salvamento. Hey, eso está bien,
podíamos devolverlo por la recompensa. Eso está mucho mejor. Legal,
también. ¿Lo haremos?
—Las personas harían demasiadas preguntas —dijo Melocotones.
—Si sólo lo dejamos, alguien yawlp lo robará —protestó Maurice—.
¡Algún ladrón se lo llevará! Mucho mejor si lo tomamos, ¿eh? Nosotros no
somos ladrones.
—Lo dejaremos, Maurice —dijo Melocotones.
—En ese caso, robemos el caballo del salteador de caminos —dijo
Maurice, como si la noche no estuviera apropiadamente terminada a menos
que robaron algo—. Robar a un ladrón no es robar, porque se cancela.
—No podemos quedarnos aquí toda la noche —dijo el muchacho a
Melocotones—. Él tiene un punto.
—¡Eso es correcto! —dijo el salteador de caminos urgentemente—.
¡Ustedes no pueden quedarse aquí toda la noche!
—Eso es correcto —dijo un coro de voces desde sus pantalones—, ¡no
podemos quedarnos aquí toda la noche!
Maurice suspiró, y sacó la cabeza afuera de la ventana otra vez.
—Está bien —dijo—. Esto es lo que vamos a hacer. Usted se va a parar
muy quieto mirando derecho hacia adelante, y no intentará ningún truco
porque si usted lo hace sólo tengo que decir la palabra...
—¡No diga la palabra! —dijo el salteador de caminos aun más
urgentemente.
—Correcto —dijo Maurice—, y nosotros tomaremos su caballo como
castigo y usted puede tomar el coche porque eso sería robar y sólo se
permite robar a los ladrones. ¿De acuerdo?
—¡Lo que usted diga! —dijo el salteador de caminos, entonces lo pensó
y añadió apresuradamente—: ¡Pero por favor no diga nada! —Continuó
mirando derecho hacia adelante. Vio que el muchacho y el gato salían del
coche. Escuchó varios sonidos detrás de él mientras tomaban su caballo. Y
pensó en su espada. Muy bien, iba a quedarse con todo un vagón del correo
por este trato, pero había una cosa llamada orgullo profesional.
—Muy bien —dijo la voz del gato después de un rato—. Todos vamos a
partir ahora, y usted tiene que prometer no moverse hasta que nos
hayamos ido. ¿Promete?
—Usted tiene mi palabra como ladrón —dijo el salteador de caminos,
bajando una mano despacio hasta su espada.
—Correcto. Ciertamente confiamos en usted —dijo la voz del gato.
El hombre sintió que sus pantalones se aligeraban mientras las ratas
salían y se alejaban corriendo, y escuchó el tintineo de arneses. Esperó un
momento, entonces dio media vuelta, desenvainó la espada y se lanzó hacia
adelante.
Levemente hacia adelante, en todo caso. No habría golpeado el suelo
tan duro si alguien no le hubiera atado los cordones, juntos.
2
En inglés, malo es Bad. También suena parecido a Bath, baño. El pueblo tiene surgentes termales, como se verá
en la historia, más adelante. (Nota del traductor)
pero sólo por un momento—, porque tienen un baño, ¿lo ves? Un lugar muy
poco desarrollado, éste. No muchos baños por aquí. Pero tienen uno, y están
muy orgullosos de él, así que quieren que todos lo sepan. Probablemente
tengas que comprar boletos para incluso echarle una mirada.
—¿Es eso verdad, Maurice? —dijo Porotos Peligrosos. Hizo la pregunta
muy cortésmente, pero estaba claro que lo que realmente estaba diciendo
era ‘No creo que sea verdad, Maurice’.
Ah, sí... Porotos Peligrosos. Porotos Peligrosos era difícil de tratar.
Realmente, no debería serlo. Antiguamente, pensó Maurice, ni siquiera
habría comido una rata tan pequeña y pálida, y generalmente de aspecto
enfermo. Miró a la pequeña rata albina, con su piel blanca nieve y ojos
rosados. Porotos Peligrosos no le devolvió la mirada, porque era miope. Por
supuesto, ser casi ciego no era demasiada desventaja para una especie que
pasaba la mayor parte de su tiempo en la oscuridad y que tenía un sentido
del olfato que era, hasta donde Maurice podía comprender, casi tan bueno
como la visión, el oído y la palabra, todos juntos. Por ejemplo, la rata
siempre se volvía para mirar hacia Maurice y lo miraba directamente cuando
hablaba. Era misterioso. Maurice había conocido a un gato ciego que
tropezaba mucho con las puertas, pero Porotos Peligrosos nunca lo hacía.
Porotos Peligrosos no era la rata líder. Ése era el trabajo de Jamón de
Puerco. Jamón de Puerco era grande, feroz y un poco costroso, y no le
gustaba mucho tener un cerebro novedoso e indudablemente no le gustaba
hablar con un gato. Era ya muy viejo cuando las ratas Cambiaron, como lo
llamaban, y dijo que era demasiado viejo para cambiar. Dejó el asunto de
conversar-con-Maurice a Porotos Peligrosos, que había nacido justo después
del Cambio. Y esa pequeña rata era inteligente. Increíblemente inteligente.
Demasiado inteligente. Maurice necesitaba de todos sus trucos cuando
estaba tratando con Porotos Peligrosos.
—Asombroso, las cosas que sé —dijo Maurice, parpadeando despacio—.
De todos modos, es un pueblo atractivo. Me parece rico. Ahora, lo que
haremos es...
—Ejem...
Maurice odiaba ese sonido. Si había un sonido peor que el de Porotos
Peligrosos haciendo una de sus pequeñas preguntas raras, era Melocotones
aclarándose la garganta. Quería decir que iba a decir algo, muy
tranquilamente, que iba a molestarlo.
—¿Sí? —dijo con aspereza.
—¿Realmente necesitamos seguir haciendo esto? —dijo.
—Bien, por supuesto, no —dijo Maurice—. No tengo que estar aquí en
absoluto. Soy un gato, ¿correcto? ¿Un gato con mis talentos? ¡Ja! Podría
haber conseguido un trabajo muy cómodo con un mago. O un ventrílocuo,
tal vez. No hay fin para las cosas que podría estar haciendo, correcto,
porque a las personas les gustan los gatos. Pero, debido a que soy
increíblemente, ya sabes, estúpido y bondadoso, decidí ayudar a un grupo
de roedores que no son exactamente, y seamos francos aquí, favoritos
número uno de los humanos. Ahora, algunos de ustedes —y aquí lanzó un
ojo amarillo hacia Porotos Peligrosos—, tienen alguna idea de ir a alguna isla
en algún lugar y empezar una especie de civilización-rata propia, que yo
pienso que es muy, ya saben, admirable, pero para eso necesitan... ¿qué les
dije que necesitan?
—Dinero, Maurice —dijo Porotos Peligrosos—, pero...
—Dinero. Eso es correcto, porque, ¿qué pueden conseguir con dinero?
—Miró a las ratas—. Empieza con una B —apuntó.
—Botes, Maurice, pero...
—Y entonces están todas las herramientas que necesitarán, y comida,
por supuesto...
—Hay cocos —dijo el muchacho de aspecto estúpido, que estaba
lustrando su flauta.
—Oh, ¿alguien habló? —dijo Maurice—. ¿Qué sabes sobre eso, chico?
—Consigues cocos —dijo el muchacho—. En las islas desiertas. Un
hombre que los vendía me lo dijo.
—¿Cómo? —dijo Maurice. No estaba demasiado seguro sobre los cocos.
—No lo sé. Sólo los consigues.
—Oh, supongo que sólo crecen sobre los árboles, ¿verdad? —dijo
Maurice sarcásticamente—. Shisss, no sé qué harían todos ustedes sin...
alguien. —Miró al grupo—. Empieza con una M.
—Tú, Maurice —dijo Porotos Peligrosos—. Pero, mira, lo que nosotros
pensamos es, realmente...
—¿Sí? —dijo Maurice,
—Ejem —dijo Melocotones. Maurice gimió—. Lo que Porotos Peligrosos
quiere decir —dijo la rata hembra—, es que todo este robar cereales y
queso, y abrir agujeros en paredes con los dientes es, bien... —Clavó la
mirada en los ojos amarillos de Maurice—. No es moralmente correcto.
—¡Pero es lo que las ratas hacen! —dijo Maurice.
—Pero sentimos que no deberíamos hacerlo —dijo Porotos Peligrosos—.
¡Deberíamos estar haciendo nuestro propio camino en el mundo!
—Oh cielos oh cielos oh cielos —dijo Maurice, sacudiendo la cabeza—.
Viva para la isla, ¿eh? ¡El Reino de las Ratas! No es que me esté riendo de
su sueño —añadió apresuradamente—. Todos necesitan sus pequeños
sueños. —Maurice lo dijo realmente, también. Si sabías lo que las personas
real, realmente querían, casi las controlabas.
A veces se preguntaba qué quería el muchacho de aspecto estúpido.
Nada, según lo que Maurice podía entender, a excepción de que se le
permitiera tocar su flauta y ser dejado a solas. Pero... bien, era como ese
asunto con los cocos. Muy a menudo el muchacho vendría con algo que
sugería que había estado escuchando todo el tiempo. Personas así son
difíciles de manejar.
Pero los gatos son buenos en manejar personas. Un maullido aquí, un
ronroneo allí, una pequeña presión suave con una garra... y Maurice nunca
había tenido que pensar en eso antes. Los gatos no tenían que pensar. Sólo
tenían que saber qué querían. Los humanos tenían que pensar. Para eso
estaban.
Maurice pensó en los viejos buenos días, antes de que su cerebro
empezara a zumbar como fuegos artificiales. Aparecería en la puerta de la
cocina de la Universidad con aspecto dulce, y entonces los cocineros
tratarían de averiguar qué quería. ¡Era asombroso! Decían cosas como
‘¿Quieres un tazón de leche, entonces? ¿Quieres un bollo? ¿Quieres estas
bonitas sobras, entonces?’ Y todo lo que Maurice tenía que hacer era esperar
pacientemente hasta que llegaban a un sonido que reconocía, como ‘patas
de pavo’ o ‘cordero picado’.
Pero estaba seguro de nunca haber comido nada mágico. No había nada
semejante a menudillos de pollo encantados, ¿verdad?
Eran las ratas las que habían comido cosas mágicas. El basurero que
llamaban ‘hogar’ y también ‘almuerzo’ estaba en la parte posterior de la
Universidad, y era una universidad para magos, después de todo. El viejo
Maurice no había prestado mucha atención a las personas que no sostenían
tazones, pero sabía bien que los grandes hombres con sombreros
puntiagudos hacían que cosas extrañas ocurrieran.
Y ahora también sabía qué pasaba con las cosas que usaban. La tiraban
por encima de la pared cuando habían terminado. Todos los viejos y
gastados libros de hechizos, los cabos de velas chorreadas, y los restos de
cosas verdes y burbujeantes de los calderos terminaban en el gran basurero,
junto con las latas, cajas viejas y desperdicios de la cocina. Oh, los magos
habían puesto carteles que decían ‘Peligroso’ y ‘Tóxico’, pero en esos días las
ratas no eran capaces de leer y les gustaban los cabos de velas chorreadas.
Maurice nunca había comido nada del basurero. Un buen lema para su
vida era, según creía: No comas nada que brille.
Pero se había vuelto inteligente, también, más o menos al mismo
tiempo que las ratas. Era un misterio.
Desde entonces había hecho lo que los gatos siempre hicieron. Manejar
a las personas. Ahora algunas de las ratas contaban como personas
también, por supuesto. Pero las personas eran personas, incluso si tenían
cuatro patas y se llamaban con nombres como Porotos Peligrosos, que es
esa clase de nombre que uno se da a sí mismo si uno aprende a leer antes
de comprender qué significan realmente todas las palabras, y lee los avisos
y las etiquetas de las viejas latas oxidadas y se da a sí mismo el nombre
porque le gusta el sonido.
El problema con pensar era que, en cuanto empezabas, continuabas
haciéndolo. Y hasta donde Maurice entendía, las ratas estaban pensando
demasiado. Porotos Peligrosos era bastante malo, pero estaba tan ocupado
pensando ideas estúpidas sobre cómo las ratas podían realmente construir
su propio país en algún lugar que Maurice podía manejarlo. La peor era
Melocotones. El truco habitual de Maurice de hablar rápido hasta que las
personas se confundían no funcionaba con ella en absoluto.
—Ejem —empezó otra vez—, pensamos que ésta debe ser la última vez.
Maurice se quedó mirándola fijo. Las otras ratas retrocedieron
levemente, pero Melocotones sólo le devolvió la mirada.
—Ésta debe ser la última vez que hagamos el tonto truco de la ‘plaga de
ratas’ —dijo Melocotones—. Y es definitivo.
—¿Y qué piensa sobre esto Jamón de Puerco? —dijo Maurice. Se volvió
hacia la rata líder, que los había estado mirando. Era siempre una buena
idea apelar a Jamón de Puerco cuando Melocotones estaba dando
problemas, porque no le gustaba mucho.
—¿Qué quieres decir, pensar? —dijo Jamón de Puerco.
—Yo... señor, creo que debemos dejar de hacer este truco —dijo
Melocotones, bajando la cabeza nerviosa.
—Oh, tú piensas también, ¿verdad? —dijo Jamón de Puerco—. Todos
están pensando en estos días. Pienso que hay demasiado de este estar
pensando, eso es lo que yo creo. Nunca pensábamos en pensar cuando era
un muchacho. Nunca tendríamos nada hecho si pensáramos primero.
También lanzó una mirada furiosa a Maurice. A Jamón de Puerco no le
gustaba Maurice. No le gustaba la mayoría de las cosas que habían ocurrido
desde el Cambio. A decir verdad, Maurice se preguntaba cuánto tiempo iba a
durar Jamón de Puerco como líder. No le gustaba pensar. Pertenecía a los
días cuando un líder-rata sólo tenía que ser grande y tener mal genio. El
mundo se estaba moviendo demasiado rápido para él ahora, y eso lo
enfadaba.
Ahora no estaba tanto conduciendo como siendo empujado.
—Yo... Porotos Peligrosos, señor, cree que debemos pensar en
instalarnos, señor —dijo Melocotones.
Maurice frunció el ceño. Jamón de Puerco no escucharía a Melocotones,
y ella lo sabía, pero Porotos Peligrosos era la cosa más cercana a un genio
que las ratas tenían e incluso las ratas grandes le escuchaban.
—Pensaba que íbamos a subirnos a un bote y buscar una isla en algún
lugar —dijo Jamón de Puerco—. Lugares muy ratosos, los botes —añadió,
con aprobación. Entonces continuó, con una mirada ligeramente nerviosa y
enfadada a Porotos Peligrosos—: Y las personas me dicen que necesitamos
este dinero porque ahora que podemos tener todos estos pensamientos
tenemos que ser et... etic...
—Éticos, señor —dijo Porotos Peligrosos.
—Lo que me suena poco ratoso. No es que mi opinión cuente para algo,
parece —dijo Jamón de Puerco.
—Tenemos dinero suficiente, señor —dijo Melocotones—. Ya tenemos
un montón de dinero. Tenemos un montón de dinero, ¿verdad, Maurice? —
No era una pregunta; era una especie de acusación.
—Bien, cuando dices un montón... —empezó Maurice.
—Y a decir verdad tenemos más dinero que el que pensábamos —dijo
Melocotones, todavía en el mismo tono de voz. Era muy educada, pero
continuaba hablando y hacía todas las preguntas equivocadas. Para Maurice,
una pregunta equivocada era una que él no quería que nadie preguntara. Se
escuchó la pequeña tos de Melocotones otra vez—. La razón por la que digo
que tenemos más dinero, Maurice, es que dijiste que ésas llamadas
‘monedas de oro’ eran brillantes como la luna y que ‘monedas de plata’ eran
brillantes como el sol, y que te quedarías con todas las monedas de plata. A
decir verdad, Maurice, eso está equivocado. Las monedas de plata son las
que brillan como la luna.
Maurice pensó una palabra descortés en idioma gato; tenía muchas de
ellas. ¿Qué sentido tenía la educación, pensó, si las personas salían después
y la usaban?
—Así es que pensamos, señor —dijo Porotos Peligrosos a Jamón de
Puerco—, que después de esta última vez debemos dividir el dinero e irnos
por caminos separados. Además, se pone peligroso seguir repitiendo el
mismo truco. Debemos detenernos antes de que sea demasiado tarde. Hay
un río aquí. Deberíamos poder llegar al mar.
—Una isla sin seres humanos ni krllrrt gatos sería un buen lugar —dijo
Jamón de Puerco.
Maurice no dejó que su sonrisa se esfumara, aunque sabía qué quería
decir krllrrt.
—Y no querríamos alejar a Maurice de su maravilloso empleo con el
mago —dijo Melocotones.
Los ojos de Maurice se estrecharon. Por un momento, él llegó cerca de
violar su regla de hierro de no comerse a nadie que pudiera hablar.
—¿Y qué dices tú, chico? —dijo, mirando al muchacho de aspecto
estúpido.
—No me importa —dijo el muchacho.
—¿No te importa qué? —dijo Maurice.
—No me importa nada, realmente —dijo el muchacho—. Mientras nadie
me impida tocar.
—¡Pero tienes que pensar en el futuro! —dijo Maurice.
—Lo hago —dijo el muchacho—. Quiero continuar tocando mi música en
el futuro. No cuesta nada tocar. Pero tal vez las ratas tienen razón. Hemos
tenido un par de escapadas por los pelos, Maurice.
Maurice lanzó al muchacho una mirada aguda para ver si estaba
bromeando, pero nunca antes había hecho esa clase de cosas. Se rindió.
Bien, no exactamente rendirse. Maurice no había llegado donde estaba por
haberse dado por vencido ante los problemas. Sólo los ponía a un lado.
Después de todo, siempre aparecía algo.
—De acuerdo, bien —dijo—. Lo haremos una vez más y dividiremos el
dinero en tres partes. Bien. Ningún problema. Pero si va a ser la última vez,
hagámosla para que la recuerden, ¿eh? —Sonrió.
A las ratas, siendo ratas, no les entusiasmaba ver a un gato sonriente,
pero comprendieron que una difícil decisión había sido tomada. Lanzaron
diminutos suspiros de alivio.
—¿Estás contento con eso, chico? —dijo Maurice.
—¿Puedo continuar tocando mi flauta después? —preguntó el
muchacho.
—Absolutamente.
—De acuerdo —dijo el muchacho.
El dinero, brillante como el sol y brillante como la luna, fue puesto
solemnemente en su bolsa. Las ratas arrastraron la bolsa bajo los arbustos y
la enterraron. Nadie podía enterrar dinero como las ratas, y no convenía
llevar demasiado a los pueblos.
Entonces estaba el caballo. Era un caballo valioso, y Maurice lamentaba
realmente mucho dejarlo suelto. Pero, como Melocotones señaló, era el
caballo de un salteador de caminos, con una silla de montar muy
ornamentada y brida. Tratar de venderlo aquí podía ser peligroso. Las
personas hablarían. Podría atraer la atención del gobierno. No era momento
de tener a la Guardia sobre sus colas.
Maurice caminó hasta el borde de la roca y miró al pueblo, abajo, que
estaba despertándose bajo el amanecer.
—Hagámosla bien grande, entonces, ¿eh? —dijo, cuando las ratas
regresaron—. Quiero ver los máximos chillidos y caras raras en las personas
y pishar las cosas, ¿de acuerdo?
—Pensamos que pishar las cosas no es realmente... —empezó Porotos
Peligrosos.
—Ejem... —dijo Melocotones.
—Oh, supongo, si es la última vez... —terminó Porotos Peligrosos.
—He pishado todo desde que salí del nido —dijo Jamón de Puerco—.
Ahora me dicen que no es correcto. Si eso es lo que significa pensar, me
alegro de no hacerlo.
—Dejémoslos asombrados —dijo Maurice—. ¿Ratas? ¿Piensan que han
visto ratas en ese pueblo? ¡Después de que nos hayan visto, estarán
inventando historias!
CAPÍTULO 2
3
Salón del consejo del pueblo. No solamente en Ankh-Morpork hay un salón de consejo que se llame Rathaus, muy
parecido a ‘casa de ratas’. (Nota del traductor)
—Soy un gato apuesto —dijo Maurice. Aún así, era un poco
sorprendente. Las personas se empujaban y lo señalaban—. Pensarías que
nunca antes han visto a un gato —farfulló, mirando el gran edificio al otro
lado de la calle. Era grande y cuadrado, rodeado por personas, y el cartel
decía: RATHAUS—. Rathaus es sólo la palabra local para... como casa del
consejo, el ayuntamiento —dijo—. No tiene nada que ver con las ratas,
aunque puede sonar divertido.
—Realmente conoces muchas palabras, Maurice —dijo el muchacho, con
admiración.
—Me asombro a mí mismo, a veces —dijo Maurice.
Había una cola de personas enfrente de una inmensa puerta abierta.
Otras personas, que presumiblemente ya habían hecho lo que sea para lo
que habían hecho la cola, salían por otra entrada, solas o en parejas. Todas
llevaban panes.
—¿Formaremos fila también? —dijo el muchacho.
—No lo creo —dijo Maurice, cuidadosamente.
—¿Por qué no?
—¿Ves esos hombres en la puerta? Parecen vigilantes. Tienen grandes
cachiporras. Y todos les muestran un trozo de papel cuando pasan. No me
gusta el aspecto de eso —dijo Maurice—. Eso me parece gobierno.
—No hemos hecho nada malo —dijo el muchacho—. No aquí, de todos
modos.
—Nunca lo sabes, con los gobiernos. Quédate quieto aquí, chico. Echaré
un vistazo.
Las personas miraron a Maurice cuando entró con paso majestuoso en
el edificio, pero parecía que en un pueblo acosado por las ratas un gato era
muy popular. Un hombre trató de recogerlo, pero perdió interés cuando
Maurice se volvió y le clavó las uñas en el dorso de la mano.
La cola serpenteaba en un gran salón y pasaba enfrente de una larga
mesa de caballete. Allí, cada persona mostraba su trozo de papel a dos
mujeres enfrente de una gran bandeja de pan, y recibían uno. Entonces
seguían hasta un hombre con una tinaja de salchichas, y recibían
considerablemente menos salchicha.
Observando todo esto, y diciendo algo ocasionalmente a los servidores
de comida, estaba el Alcalde. Maurice lo reconoció en un instante porque
tenía una cadena de oro alrededor del cuello. Había tropezado con muchos
alcaldes desde que trabajaba con las ratas. Éste era diferente del resto. Era
más pequeño, mucho más preocupado, y tenía una calva que trataba de
cubrir con tres hebras de pelo. También era mucho más delgado que los
otros alcaldes a quienes Maurice había visto. No se veía como si hubiera sido
comprado por toneladas.
Así que... la comida está escasa, pensó Maurice. Tienen que racionarla.
Parece como si necesitaran de un flautista cualquier día desde ahora. Es una
suerte para nosotros haber llegado justo a tiempo...
Se marchó otra vez, pero esta vez un poco más rápido, porque se dio
cuenta de que alguien estaba tocando una flauta. Era, como temía, el
muchacho. Había puesto su gorra en el suelo enfrente de él, e incluso había
acumulado algunas monedas. La cola se había curvado para que las
personas pudieran escucharlo, y uno o dos niños pequeños estaban bailando
en ese momento.
Maurice era solamente experto en cantos de gato, que era pararse a
dos pulgadas enfrente de los otros gatos y gritarles hasta que se rendían. La
música humana siempre le sonaba flaca y aguada. Pero las personas seguían
el ritmo con los pies cuando escuchaban tocar al muchacho. Sonreían
durante un rato.
Maurice esperó hasta que el muchacho terminó la melodía. Mientras la
cola aplaudía, se acercó sigilosamente al muchacho por detrás, lo rozó al
pasar y siseó:
—¡Bien hecho, cerebro-de-pez! ¡Se supone que seamos discretos!
Vamos, vámonos. Oh, agarra ese dinero, también.
Se dirigió a través de la plaza hasta que se detuvo tan repentinamente
que el muchacho casi camina sobre él.
—Whoops, aquí viene algo más de gobierno —dijo—. Y sabemos qué
son éstos, ¿verdad...?
El muchacho lo sabía. Eran cazadores de ratas, dos de ellos. Incluso
aquí, llevaban los largos abrigos polvorientos y los maltratados sombreros
altos y negros de su profesión. Cada uno llevaba un palo sobre el hombro,
del que colgaba una variedad de trampas.
Del otro hombro colgaba una bolsa grande, de la clase que realmente
uno no querría mirar adentro. Y cada hombre tenía un terrier en un cordel.
Eran perros flacos y ladradores; le gruñeron a Maurice mientras eran
arrastrados al pasar.
La cola soltó una aclamación cuando los hombres se acercaron, y
aplaudieron cuando ambos metieron la mano en las bolsas y levantaron un
par de puñados de algo que se veía, según Maurice, como cordel negro.
—¡Doscientas hoy! —gritó uno de los cazadores de ratas.
Uno de los terrier arremetió contra Maurice, tirando de su cordel
desesperadamente. El gato no se movió. Probablemente sólo el muchacho
de aspecto estúpido lo escuchó decir, en voz baja:
—¡Siéntate, saco de pulgas! ¡Perro malo!
La cara del terrier se retorció en la expresión horriblemente preocupada
de un perro que trata de tener dos ideas al mismo tiempo. Sabía que los
gatos no debían hablar, y este gato acababa de hacerlo. Era un problema
terrible. Se sentó torpemente y gimió.
Maurice se lavó. Era un insulto mortal.
El cazador de ratas, fastidiado por el comportamiento tan cobarde de su
perro, tiró de él.
Y dejó caer algunos de los cordeles negros.
—¡Colas de rata! —dijo el muchacho—. ¡Realmente deben tener
problemas aquí!
—Uno más grande del que piensas —dijo Maurice, mirando el racimo de
colas—. Recoge ésas cuando nadie esté mirando, ¿quieres?
El muchacho esperó hasta que las personas no estuvieran mirando
hacia ellos, y extendió la mano hacia abajo. Justo cuando sus dedos tocaban
el enredo de colas una gran bota negra y brillante lo pisó pesadamente.
—Veamos, usted no quiere tocarlas, joven señor —dijo una voz encima
de él—. Puede pescar la plaga, ya sabe, de las ratas. Hace que sus piernas
estallen. —Era uno de los cazadores de ratas. Sonrió al muchacho, pero no
era una sonrisa de buen humor. Olía a cerveza.
—Eso es correcto, joven señor, y luego su cerebro baja por la nariz —
dijo el otro cazador de ratas, acercándose por detrás del muchacho—. No se
atrevería a usar su pañuelo, joven señor, si pesca la plaga.
—Mi socio ha puesto su dedo directo sobre el asunto, como es habitual,
joven señor —dijo el primer cazador de ratas, respirando más cerveza en la
cara del muchacho.
—Que es más de lo que usted sería capaz de hacer, joven señor —dijo
el cazador de ratas 2—, porque cuando pesca la plaga, sus dedos se ponen
todos...
—Sus piernas no han estallado —dijo el muchacho. Maurice gimió.
Nunca era buena idea ser descortés con un olor a cerveza. Pero los
cazadores de ratas estaban en la etapa donde, contra toda probabilidad,
pensaban que eran graciosos.
—Ah, bien dicho, joven señor, pero es porque la lección uno en la
escuela del Gremio de Cazadores de Ratas es no dejar que sus piernas
estallen —dijo el Cazador de Ratas 1.
—Lo cual es bueno porque la segunda lección está en el piso superior —
dijo el Cazador de Ratas 2—. Oh, yo soy un caso, ¿verdad, joven señor?
El otro cazador de ratas recogió el manojo de cordeles negros, y su
sonrisa desapareció mientras miraba al muchacho.
—No te he visto antes, chico —dijo—. Y mi consejo es que mantengas
limpia tu nariz y no digas nada de nada a nadie. Ni una palabra.
¿Comprendes?
El muchacho abrió la boca, y luego la cerró apresuradamente. El
cazador de ratas sonrió atrozmente otra vez.
—Ah. Comprendes rápido, joven señor —dijo—. Quizás te veremos por
allí, ¿eh?
—Apuesto a que te gustaría ser un cazador de ratas cuando crezcas, eh,
joven señor —dijo el Cazador de Ratas 2, palmeando con fuerza la espalda
del muchacho.
El muchacho asintió. Parecía lo mejor para hacer. El Cazador de Ratas 1
se inclinó hacia abajo hasta que su roja nariz con cicatrices de viruela estuvo
a una pulgada de la cara del muchacho.
—Si tú creces, joven señor —dijo.
Los cazadores de ratas se alejaron, arrastrando sus perros con ellos.
Uno de los terrier seguía mirando a Maurice hacia atrás.
—Unos cazadores de ratas muy insólitos tienen por aquí —dijo el gato.
—No he visto antes cazadores de ratas como ellos —dijo el muchacho—.
Parecían peligrosos. Como si lo disfrutaran.
—No he visto cazadores de ratas que han estado muy ocupados pero
que todavía tienen bonitas botas limpias —dijo Maurice.
—Sí, las tenían, ¿verdad? —dijo el muchacho.
—Pero incluso eso no es tan raro como las ratas de por aquí —dijo
Maurice, con la misma voz tranquila, como si estuviera sumando dinero.
—¿Qué tienen de raro esas ratas? —dijo el muchacho.
—Algunas de ellas tienen colas muy extrañas —dijo Maurice.
El muchacho miró la plaza a su alrededor. La cola para el pan era
todavía muy larga, y lo puso nervioso. Pero también el vapor. Unas
pequeñas ráfagas subían desde las rejas y tapas de alcantarilla por todo el
lugar, como si todo el pueblo hubiera sido construido sobre una tetera.
También, tenía la marcada sensación de que alguien lo estaba observando.
—Pienso que debemos buscar a las ratas y seguir adelante —dijo.
—No, esto huele como un pueblo con oportunidades —dijo Maurice—.
Algo está pasando, y cuando algo está pasando, eso quiere decir que alguien
se está enriqueciendo, y cuando alguien se está enriqueciendo, no veo por
qué no debería ser y... nosotros.
—¡Sí, pero no queremos que esas personas maten a Porotos Peligrosos
ni al resto de ellos!
—No se dejarían atrapar —dijo Maurice—. Esos hombres no ganarían
ningún premio por pensar. Incluso Jamón de Puerco podría darles mil
vueltas alrededor. Y a Porotos Peligrosos le sale cerebro por las orejas.
—¡Espero que no!
—Nah, nah —dijo Maurice, que generalmente le decía a las personas lo
que querían escuchar—, quiero decir que nuestras ratas pueden pensar
sumamente humano, ¿de acuerdo? ¿Recuerdas allá en Scrote cuando
Sardinas se metió en esa tetera y le sopló una frambuesa a la anciana
cuando levantó la tapa? Ja, ni siquiera las ratas corrientes pueden pensar
humano. Los humanos piensan eso porque son más grandes, son mejores...
Espera, me callaré, alguien nos está observando...
Un hombre que llevaba una canasta se había detenido al salir del
Rathaus y estaba mirando a Maurice con mucho interés. Entonces levantó la
vista al muchacho y dijo:
—Buen ratero, ¿verdad? Apostaría a que lo es, un gato así de grande.
¿Es tuyo, muchacho?
—Dile que sí —susurró Maurice.
—Algo así, sí —dijo el muchacho. Levantó a Maurice.
—Te daré cinco dólares por él —dijo el hombre.
—Pídele diez —siseó Maurice.
—No está en venta —dijo el muchacho.
—¡Idiota! —ronroneó Maurice.
—Siete dólares, entonces —dijo el hombre—. Mira, te diré lo que haré...
cuatro rebanadas enteras de pan, ¿qué me dices?
—Eso es absurdo. Una rebanada de pan no debe costar más de veinte
peniques —dijo el muchacho.
El hombre le lanzó una mirada extraña.
—Nuevo aquí, ¿verdad? Tienes mucho dinero, ¿verdad?
—Suficiente —dijo el muchacho.
—¿Eso crees? No servirá, de todos modos. Mira, cuatro rebanadas de
pan y un bollo, no puedo ser más justo. Puedo conseguir un terrier por diez
panes y están locos por las ratas... ¿No? Bien, cuando estés hambriento lo
darás por media rebanada de pan y raspada4 y pensarás que has hecho
bien, créeme.
Partió a grandes zancadas. Maurice escapó de los brazos del muchacho
y aterrizó con suavidad sobre los adoquines.
—Honestamente, si sólo fuera buen ventrílocuo podríamos hacer una
fortuna —masculló.
—¿Ventrílocuo? —dijo el muchacho, mirando al hombre que se alejaba.
4
Untar con la mantequilla. Luego, raspar la mantequilla. Luego, comer el pan. (Nota del autor)
—Es cuando tú abres y cierras tu boca y yo hablo —dijo Maurice—. ¿Por
qué no me vendiste? ¡Podría haber regresado en diez minutos! Escuché de
un hombre que hizo una fortuna vendiendo palomas mensajeras, ¡y
solamente tenía una!
—¿No piensas que algo está mal en un pueblo donde la gente pagaría
más de un dólar por una rebanada de pan? —dijo el muchacho—. ¿Y pagan
medio dólar sólo por una cola de rata?
—Mientras les quede suficiente dinero para pagar al flautista —dijo
Maurice—. Es un poco de suerte que ya haya una plaga de ratas aquí, ¿eh?
Rápido, palmea mi cabeza, hay una niña observándonos.
El muchacho levantó la mirada. Había una niña que los observaba. Las
personas pasaban calle arriba y abajo, y algunas caminaban entre el
muchacho y la niña, pero ella permanecía de pie inmóvil y sólo lo miraba. Y
a Maurice. Tenía la misma mirada de clavarte en la pared que asociaba con
Melocotones. Parecía esa clase de persona que hacía preguntas. Y su pelo
era demasiado rojo y su nariz era demasiado larga. Y llevaba un largo
vestido negro con borde de encaje negro. Nada bueno resulta de ese tipo de
cosas.
Cruzó la calle y enfrentó al muchacho.
—Eres nuevo, ¿verdad? Viniste aquí buscando trabajo, ¿verdad?
Probablemente te echaron de tu último trabajo, supongo. Probablemente
porque te quedaste dormido, y las cosas se arruinaron. Probablemente fue
así. O escapaste porque tu amo te golpeó con un gran palo, aunque —
añadió, mientras tenía otra idea—, probablemente te lo merecías por ser
perezoso. Y entonces probablemente robaste el gato, sabiendo cuántas
personas pagarían por un gato aquí. Y debes estar loco de hambre porque
estabas hablándole al gato y todos saben que los gatos no pueden hablar.
—No puede decir una sola palabra —dijo Maurice.
—Y probablemente eres un muchacho misterioso que... —La niña paró y
lanzó a Maurice una mirada perpleja. Él arqueó el lomo y dijo ‘prppt’, que
quiere decir en idioma gato ‘¡bollos!’—. ¿Dijo algo ese gato? —exigió.
—Pensé que todos sabían que los gatos no pueden hablar —dijo el
muchacho.
—Ah, pero tal vez eras aprendiz de un mago —dijo la niña—. Sí, eso
suena mejor. Servirá por ahora. Eras aprendiz de un mago, pero te quedaste
dormido y dejaste hervir de más el caldero de cosa verde burbujeante y él
amenazó con convertirte en un, un, un...
—Jerbo —dijo Maurice, servicial.
—... un jerbo, y robaste su gato mágico porque lo odiabas tanto y...
¿qué es un jerbo? ¿Acaso ese gato acaba de decir ‘jerbo’?
—¡No me mires! —dijo el muchacho—. ¡Yo sólo estoy parado aquí!
—Muy bien, y luego trajiste al gato aquí porque sabías que hay una
terrible hambruna y es por eso que ibas a venderlo y ese hombre te habría
dado diez dólares, ya sabes, si hubieras insistido.
—Diez dólares son demasiado dinero incluso por un buen ratero —dijo
el muchacho.
—¿Ratero? ¡No estaba interesado en atrapar ratas! —dijo niña
pelirroja—. ¡Todos están hambrientos aquí! ¡Sacas al menos dos comidas de
ese gato!
—¿Qué? ¿Ustedes comen gatos aquí? —dijo Maurice con la cola mullida
como un cepillo.
La niña se inclinó hacia Maurice con una terrible sonrisa, exactamente
igual a la que Melocotones pone cuando le ha ganado una discusión, y tocó
su nariz con un dedo.
—¡Te atrapé! —dijo—. ¡Caíste en un truco muy simple! Pienso que es
mejor que ustedes dos vengan conmigo, ¿verdad? O gritaré. ¡Y las personas
me escuchan cuando yo estoy gritando!
CAPÍTULO 3
Muy abajo de las garras de Maurice, las ratas se deslizaban a través del
subsuelo de Bad Blintz. Los pueblos antiguos son así. Las personas
construyen tanto abajo como arriba. Unos sótanos se pegan a otros sótanos,
y algunos quedan olvidados... excepto por criaturas que quieren quedar
fuera de la vista.
En la oscuridad húmeda y espesa una voz dijo:
—Muy bien, ¿quién tiene los fósforos?
—Yo, Porotos Peligrosos. Cuatroporciones.
—Bien hecho, joven rata. ¿Y quién tiene la vela?
—Yo, señor.5 Soy Mordisco.
—Bien. Ponla aquí y Melocotones la encenderá.
Se escucharon muchos movimientos en la oscuridad. No todas las ratas
se habían acostumbrado a la idea de hacer fuego, y algunas se apartaban
del camino.
Se escuchó el ruido de una raspada, y luego el fósforo se encendió.
Sujetando el fósforo con ambas garras delanteras, Melocotones encendió el
cabo de vela. La llama se hinchó por un momento y luego quedó un brillo
constante.
—¿Puedes verla, realmente? —preguntó Jamón de Puerco.
—Sí, señor —dijo Porotos Peligrosos—. No soy totalmente ciego. Puedo
distinguir la diferencia entre luz y oscuridad.
—Sabes —dijo Jamón de Puerco, mirando la llama con desconfianza—,
incluso así, no me gusta en absoluto. La oscuridad era bastante buena para
nuestros padres. Terminará en problemas. Además, ponerle fuego a una
vela es un desperdicio de comida perfectamente buena.
—Tenemos que poder controlar el fuego, señor —dijo Porotos Peligrosos
tranquilamente—. Con la llama hacemos una declaración a la oscuridad.
Decimos: somos distintos. Decimos: no somos exactamente ratas. Decimos:
somos El Clan.
—Jrunf —dijo Jamón de Puerco, que era su respuesta habitual cuando
no comprendía lo que acababa de decirse. Últimamente había estado
5
Es difícil traducir ‘señor’ a idioma-rata. La palabra rata para ‘señor’ no es una palabra; son más bien unas breves
inclinaciones, indicando que, sólo por el momento, la rata que se inclina está preparada para aceptar que la otra es
el líder, pero que él o ella no deben ponerse graciosos sobre el asunto. (Nota del autor)
jrunfiando mucho.
—He oído que las ratas más jóvenes están diciendo que las sombras las
asustan —dijo Melocotones.
—¿Por qué? —dijo Jamón de Puerco—. No tienen miedo de la oscuridad
completa, ¿verdad? ¡La oscuridad es ratosa! ¡Estar en la oscuridad es lo que
define a una rata!
—Es raro —dijo Melocotones—, pero no sabíamos que las sombras
estaban ahí hasta que tuvimos la luz.
Una de las ratas más jóvenes levantó una garra asustada.
—Hum... e incluso cuando la luz se ha ido, sabemos que las sombras
todavía están por aquí —dijo.
Porotos Peligrosos se volvió hacia la rata joven.
—¿Tú eres...? —preguntó.
—Deliciosa —dijo la rata más joven.
—Bien, Deliciosa —dijo Porotos Peligrosos, con voz amable—, tener
miedo de las sombras es todo parte de nosotros al volvernos más
inteligentes, creo. Tu mente está entendiendo que hay un tú, y que también
hay todo lo demás afuera de ti. Así que ahora no tienes miedo de cosas que
puedes ver, escuchar y oler, pero tampoco de las cosas que puedes...
bueno... ver dentro de tu cabeza. Aprender a enfrentar las sombras de
afuera nos ayuda a que luchemos contra las sombras de adentro. Y puedes
controlar toda la oscuridad. Es un gran paso adelante. Bien hecho.
Deliciosa parecía ligeramente orgullosa, pero sumamente nerviosa.
—No veo el punto, yo mismo —dijo Jamón de Puerco—. Solíamos estar
muy bien en el basurero. Nunca tuve temor de nada.
—Éramos presa de cada gato extraviado y perro hambriento, señor —
dijo Porotos Peligrosos.
—Oh, bien, si vamos a hablar de gatos —gruñó Jamón de Puerco.
—Creo que podemos confiar en Maurice, señor —dijo Porotos
Peligrosos—. Quizás no cuando se trata de dinero, lo admito. Pero es muy
bueno al no comer a las personas que hablan, usted lo sabe. Él controla,
todas las veces.
—Puedes confiar en que un gato sea un gato —dijo Jamón de Puerco—.
¡Hable o no!
—Sí, señor. Pero somos diferentes, y también él. Creo que en el fondo
es un gato decente.
—Ejem. Eso tendrá que verse —dijo Melocotones—. Pero ahora que
estamos aquí, organicémonos.
Jamón de Puerco gruñó.
—¿Quién eres para decir ‘organicémonos’? —dijo cortante—. ¿Eres el
líder, joven hembra que se niega a rllk conmigo? ¡No! Yo soy el líder. ¡Es mi
trabajo decir ‘organicémonos’!
—Sí, señor —dijo Melocotones, agachándose mucho—. ¿Cómo le
gustaría que nos organicemos, señor?
Jamón de Puerco la miró. Miró a las ratas que esperaban con sus
paquetes y atados, y entonces a su alrededor en el sótano antiguo, y luego a
Melocotones, todavía inclinada.
—Sólo... organícense —farfulló—. ¡No me molesten con detalles! Soy el
líder. —Y salió con paso airado hacia las sombras.
Cuando se fue, Melocotones y Porotos Peligrosos miraron a su alrededor
en el sótano, que estaba lleno de sombras temblorosas creadas por la luz de
la vela. Un hilo de agua bajaba corriendo por una pared costrosa. Aquí y allá
se habían caído unas piedras, dejando agujeros acogedores. La tierra cubría
el piso, y no se veía ninguna pisada humana.
—Una base ideal —dijo Porotos Peligrosos—. Huele a secreto y seguro.
Un lugar perfecto para ratas.
—Correcto —dijo una voz—. ¿Y sabes qué me está preocupando sobre
eso?
La rata llamada Canela Oscuro caminó hasta la luz de la vela, y se quitó
uno de sus cinturones de herramientas. Muchas de las ratas que observaban
de repente prestaron atención. Las personas escuchaban a Jamón de Puerco
porque era el líder, pero escuchaban a Canela Oscuro porque a menudo les
decía las cosas que real, realmente necesitaban saber si querían seguir
viviendo. Era grande, y flaco, y duro, y pasaba la mayor parte de su tiempo
desarmando trampas para ver cómo trabajaban.
—¿Qué te está preocupando, Canela Oscuro? —preguntó Porotos
Peligrosos.
—No hay ninguna rata aquí. Excepto nosotros. Túneles de rata, sí. Pero
no hemos visto ninguna rata. Ninguna rata en absoluto. Un pueblo así
debería estar lleno.
—Oh, probablemente sienten temor de nosotros —dijo Melocotones.
Canela Oscuro tamborileó el costado de su marcado hocico.
—Tal vez —dijo—. Pero las cosas no huelen bien. Pensar es un gran
invento, pero recibimos narices y conviene escucharlas. Sean muy
cuidadosos. —Se volvió hacia las ratas reunidas y levantó la voz—. ¡De
acuerdo, gente! ¡Conocen las instrucciones! —gritó—. ¡Enfrente de mí, en
sus pelotones, ahora!
No les llevó mucho tiempo a las ratas formar tres grupos. Habían tenido
mucha práctica.
—Muy bien —dijo Canela Oscuro, mientras las últimas se colocaban en
posición—. ¡Correcto! Éste es territorio tramposo, tropas, así que vamos a
tener cuidado...
Canela Oscuro era diferente entre las ratas porque vestía cosas.
Cuando las ratas descubrieron los libros —y toda la idea de libros era
todavía difícil para la mayoría de las más viejas— encontraron, en la librería
que invadían cada noche, el Libro.
Este libro era asombroso.
Incluso antes de que Melocotones y Centro de Rosquilla aprendieran
cómo leer las palabras humanas, quedaron asombrados por las figuras.
Allí había animales que llevaban ropa. Había un conejo que caminaba
sobre sus piernas traseras y llevaba un traje azul. Había una rata con un
sombrero, y llevaba una espada y un gran chaleco rojo, con un reloj en una
cadena. Incluso la serpiente tenía cuello y corbata. Y todos hablaban y
ninguno se comía a ninguno de los otros y todos ellos —y ésta era la parte
increíble— hablaban con los humanos, que los trataban, bien, como
humanos más pequeños. No había trampas, ni venenos. Indudablemente
(de acuerdo con Melocotones, que poco a poco y meticulosamente se abría
camino a través del libro, y a veces leía partes en voz alta), Oleosa la
Serpiente era un poco bribona, pero no ocurría nada realmente malo.
Incluso cuando el conejo se perdió en el Bosque Oscuro sólo tuvo un poco de
susto.
Sí, El Sr. Conejín Tiene Una Aventura era la causa de muchas
discusiones entre los Cambiados. ¿Para qué era? ¿Era, como Porotos
Peligrosos creía, una visión de algún futuro brillante? ¿Había sido hecho por
los humanos? La tienda era para los humanos, cierto, pero seguramente ni
siquiera los humanos harían un libro sobre Ratoso Rupert la rata, que
llevaba un sombrero, y al mismo tiempo envenenar ratas bajo las tablas del
piso. ¿Lo habrían hecho? ¿Qué tan locos tendrían que estar para pensar así?
Algunas de las ratas más jóvenes habían sugerido que quizás la ropa
era más importante que lo que todos pensaban. Habían tratado de usar
chalecos, pero había sido muy difícil recortarlos del dibujo, no podían
prender los botones y, francamente, las cosas quedaban atrapadas en cada
astilla y era muy difícil correr. Loa sombreros simplemente se caían.
Canela Oscuro pensaba que los humanos eran locos, y también malos.
Pero las imágenes en el libro le habían dado una idea. Lo que usaba no era
tanto un chaleco como una red de anchos cinturones, fáciles de poner y
sacar. En ellos había cosido bolsillos —y ésa había sido una buena idea,
como tener garras adicionales— para llevar todas las cosas que necesitaba,
como varillas de metal y trozos de alambre. Algunos del resto del equipo
también habían adoptado la idea. Nunca sabías qué ibas a necesitar
después, en el Escuadrón de Eliminación de Trampas. Era una vida ratosa y
ardua.
Las varillas y los alambres resonaban mientras Canela Oscuro caminaba
arriba y abajo enfrente de sus escuadrones. Se detuvo delante de un gran
grupo de ratas más jóvenes.
—Muy bien, pelotón Número Tres, están en servicio de pisheo —dijo—.
Vayan y tomen un buen trago.
—Oooh, siempre estamos en pisheo —se quejó una rata.
Canela Oscuro se abalanzó sobre ella y la miró, nariz a nariz, hasta que
retrocedió.
—¡Es porque eres bueno haciéndolo, mi muchacho! ¡Tu madre te crió
para ser un pishador, de modo que te vas y haces lo que te sale
naturalmente! ¡Nada saca tanto de sus casillas a los humanos como ver que
las ratas han estado ahí antes, si captas lo que quiero decir! Y si tienes la
oportunidad, puedes roer un poco también. ¡Y corre de un lado para el otro
bajo las tablas del piso y chilla! Y recuerda, nadie va a entrar hasta que
reciban el aviso de todo-limpio del escuadrón de trampas. ¡Al agua, ahora,
toma el doble! ¡Ap! ¡Ap! ¡Ap! ¡Uno dos, uno dos, uno dos!
El pelotón salió, a toda velocidad.
Canela Oscuro se volvió hacia el pelotón Número Dos. Eran algunas de
las ratas más viejas, marcadas, mordidas y andrajosas, algunas de ellas con
cabos de colas o sin colas en absoluto, algunas de ellas sin una garra, o una
oreja, o un ojo. A decir verdad aunque eran unas veinte, tenían entre todas
sólo las partes suficientes para hacer unas diecisiete ratas completas.
Pero porque eran viejas eran astutas, porque una rata que no es hábil,
furtiva y recelosa no llega a rata vieja. Eran todas mayores cuando llegó la
inteligencia. Estaban más hechas a las antiguas maneras. Jamón de Puerco
siempre decía que le gustaban así. Todavía tenían mucho de ratosidad
básica, esa clase de astucia salvaje que te sacaría de las trampas en las que
la sobreexcitada inteligencia te metería. Pensaban con sus narices. Y no
tenías que decirles dónde pishar.
—Muy bien, gente, ya conocen las instrucciones —dijo Canela Oscuro—.
Quiero ver muchas cosas descaradas. Robar la comida de los tazones de los
gatos, pasteles debajo de las narices de los cocineros...
—... dientes postizos de las bocas de ancianos... —dijo una rata
pequeña, que parecía estar bailando en el sitio mientras estaba parada. Sus
pies se movían constantemente, tipiti-tap sobre el piso del sótano. También
llevaba un sombrero, una maltratada cosa de paja. Era la única rata que
podía hacer que un sombrero se quedara en su lugar, calzando sus orejas a
través de él. Decía que para adelantar, tenías que tener un sombrero.
—Ésa fue una chiripa, Sardinas. Apuesto a que no puedes hacerlo otra
vez —dijo Canela Oscuro, sonriendo—. Y no sigas diciéndole a los niños
cómo fuiste a nadar en la bañera de alguien. Sí, sé que lo hiciste, pero no
quiero perder a nadie que no pueda salir de una bañera resbaladiza. De
todos modos... si no escucho a las damas gritar y salir corriendo de sus
cocinas dentro de diez minutos sabré que ustedes no son las ratas pienso
que son. ¿Bien? ¿Qué están esperando todas? ¡Adelante! Y... ¿Sardinas?
—¿Sí, jefe?
—Tranquilo con el baile tap esta vez, ¿de acuerdo?
—¡Yo sólo tengo estos pies que bailan, jefe!
—¿Y tienes que seguir usando ese estúpido sombrero? —continuó
Canela Oscuro, sonriendo otra vez.
—¡Sí, jefe! —Sardinas era una de las ratas más viejas, pero la mayor
parte del tiempo no lo sabrías. Bailaba y bromeaba, y nunca se metía en
peleas. Había vivido en un teatro y una vez se comió toda una caja de
maquillaje. Parecía habérsele metido en la sangre.
—¡Y nada de ir por delante del escuadrón de trampas! —dijo Canela
Oscuro.
Sardinas sonrió.
—Eh, jefe, ¿no puedo tener ninguna diversión? —Se alejó bailando
detrás del resto, hacia los agujeros en las paredes.
Canela Oscuro se movió hasta el pelotón Número Uno. Era el más
pequeño. Tenías que ser cierto tipo de rata para durar un largo tiempo en el
Escuadrón de Eliminación de Trampas. Tenías que ser lento, y paciente, y
meticuloso. Tenías que tener buena memoria. Tenías que ser cauteloso.
Podías unirte al escuadrón si eras rápido, descuidado y apresurado. Sólo que
no durabas mucho.
Los miró, arriba y abajo, y sonrió. Estaba orgulloso de estas ratas.
—Está bien, gente, ya lo saben todo ahora —dijo—. No necesitan un
largo discurso de mí. Sólo recuerden que éste es un pueblo nuevo así que no
sabemos qué vamos a encontrar. Es posible que haya muchas clases de
trampas nuevas, pero aprendemos rápido, ¿verdad? Venenos, también.
Podrían estar usando cosas con las que nunca hemos tropezado antes, así
que tengan cuidado. Nunca se apuren, nunca corran. No queremos ser como
el primer ratón, ¿eh?
—No, Canela Oscuro —corearon las ratas diligentemente.
—Dije, ¿como qué ratón no queremos ser? —exigió Canela Oscuro.
—¡No queremos ser como el primer ratón! —gritaron las ratas.
—¡Correcto! ¿Como qué ratón queremos ser?
—¡El segundo ratón, Canela Oscuro! —dijeron las ratas, que habían
cenado esta lección muchas veces.
—¡Correcto! ¿Y por qué queremos ser como el segundo ratón?
—¡Porque el segundo ratón toma el queso, Canela Oscuro!
—¡Bien! —dijo Canela Oscuro—. Ensalmuera llevará el escuadrón dos...
¿Mejorante? Estás ascendido, tú llevas el escuadrón tres, y espero que seas
tan bueno como la vieja Granja hasta la vez en que olvidó cómo desconectar
el pestillo de una Trampa Fragmentadora de Ratas y Venenosa Número 5.
¡El exceso de confianza es nuestro enemigo! Así que si ves algo sospechoso,
cualquier pequeña bandeja que no reconoces, cualquier cosa con cables,
resortes y cosas, lo señalas y me envías un corredor, ¿sí?
Una rata joven estaba levantando su garra.
—¿Sí? ¿Cuál es tu nombre... señorita?
—Er... Nutritiva, señor —dijo la rata—. Er... ¿puedo hacer una pregunta,
señor?
—¿Eres nueva en este pelotón, Nutritiva? —dijo Canela Oscuro.
—¡Sí, señor! ¡Transferida de los Pishadores Ligeros, señor!
—Ah, pensaron que serías buena en eliminar trampas, ¿verdad?
Nutritiva parecía inquieta, pero no había marcha atrás ahora.
—Er... no realmente, señor. Dijeron que no podía ser peor que lo que
soy pishando, señor.
Se escuchó una risa general desde las filas.
—¿Cómo puede una rata no ser buena en eso? —dijo Canela Oscuro.
—Es tan... tan... tan vergonzoso, señor —dijo Nutritiva.
Canela Oscuro suspiró para sus adentros. Todo esto nuevo de pensar
estaba produciendo algunas cosas extrañas. Personalmente aprobaba la idea
del Lugar Correcto, pero algunas de las ideas que los chicos tenían eran...
raras.
—Muy bien —dijo—. ¿Cuál era tu pregunta, Nutritiva?
—Er... ¿usted dijo que el segundo ratón toma el queso, señor?
—¡Eso es correcto! Ése es el lema del escuadrón, Nutritiva. ¡Recuérdalo!
¡Es tu amigo!
—Sí, señor. Lo haré, señor. Pero... ¿el primer ratón no toma nada,
señor?
Canela Oscuro se quedó mirando a la joven rata. Le impresionaba
levemente que ella sostuviera su mirada, en lugar de encogerse.
—Puedo ver que serás un agregado valioso al escuadrón, Nutritiva —
dijo. Levantó la voz—. ¡Escuadrón! ¿Qué toma el primer ratón?
El rugido de las voces hizo que del techo cayera polvo.
—¡La Trampa!
—Y no lo olvides —dijo Canela Oscuro—. Sácalos, Ofertaespecial. Estaré
contigo en un minuto.
Una rata más joven se adelantó, y enfrentó a los escuadrones.
—¡Vámonos, ratas! Jap, jap, jap...
Los escuadrones de trampas se alejaron trotando. Canela Oscuro
caminó hasta Porotos Peligrosos.
—Eso ha dado comienzo —dijo—. Si no podemos lograr que los
humanos busquen a un buen cazador de ratas para mañana, no conocemos
nuestro negocio.
—Tenemos que quedarnos más tiempo, aun —dijo Melocotones—.
Algunas de las damas van a tener sus bebés.
—Dije que todavía no sabemos si aquí es seguro —dijo Canela Oscuro.
—¿Quieres ser tú el que se lo diga a Gran Ahorro? —dijo Melocotones,
dulcemente. Gran Ahorro era la vieja hembra líder, ampliamente
considerada por todos por tener la mordida de un hacha de pico y músculos
como roca. También tenía mal genio con los machos. Incluso Jamón de
Puerco se mantenía fuera de su camino cuando estaba de mal humor.
—La naturaleza tiene que seguir su curso, obviamente —dijo Canela
Oscuro, rápidamente—. Pero no hemos explorado. Debe haber otras ratas
aquí.
—Oh, todos los keekees se mantienen lejos de nuestro camino —dijo
Melocotones.
Eso era verdad, tuvo que admitir Canela Oscuro. Las ratas corrientes sí
se mantenían lejos del camino de los Cambiados. Oh, a veces había algunos
problemas, pero los Cambiados eran grandes y sanos y podían pensar la
manera de ganar una pelea. Porotos Peligrosos estaba triste por esto pero,
como decía Jamón de Puerco, eran ellos o nosotros, y cuando lo entendías,
era un mundo de rata-come-rata...
—Voy a reunirme con mi escuadrón —dijo Canela Oscuro, todavía
turbado ante la idea de enfrentarse con Gran Ahorro. Se acercó—. ¿Qué
sucede con Jamón de Puerco?
—Está... pensando en las cosas —dijo Melocotones.
—Pensando —dijo Canela Oscuro, sin comprender—. Oh. Correcto. Bien,
tengo trampas que atender. ¡Te huelo más tarde!
—¿Qué pasa con Jamón de Puerco? —dijo Porotos Peligrosos, cuando él
y Melocotones quedaron solos otra vez.
—Se está poniendo viejo —dijo Melocotones—. Tiene que descansar
mucho. Y creo que está preocupado porque Canela Oscuro o uno de los otros
vayan a desafiarlo.
—¿Lo harán, eso crees?
—Canela Oscuro está concentrado en romper trampas y probar
venenos. Hay cosas más interesantes que hacer ahora que morderse unos a
otros.
—O hacer rllk, según escucho —dijo Porotos Peligrosos.
Melocotones bajó la mirada, recatadamente. Si las ratas pudieran
ruborizarse, lo habría hecho. Era asombroso cómo los ojos rosados que
apenas podían verte, podían mirar directo a través de ti al mismo tiempo.
—Las damas son mucho más exigentes —dijo—. Quieren encontrar
padres que puedan pensar.
—Bien —dijo Porotos Peligrosos—. Debemos tener cuidado. No
necesitamos reproducirnos como ratas. No tenemos que depender de la
cantidad. Somos los Cambiados.
Melocotones lo miró con preocupación. Cuando Porotos Peligrosos
estaba pensando, parecía estar mirando dentro de un mundo que solamente
él podía ver.
—¿Qué es esta vez? —preguntó.
—He estado pensando que no deberíamos matar a otras ratas. Ninguna
rata debe matar a otra rata.
—¿Ni siquiera keekees? —preguntó.
—Son ratas también.
Melocotones se encogió de hombros.
—Bien, hemos tratado de hablarles y no resultó. De todos modos, la
mayor parte se mantiene lejos estos días.
Porotos Peligrosos todavía estaba mirando el mundo invisible.
—Aún así —dijo tranquilamente—, me gustaría que tú lo escribieras.
Melocotones suspiró, pero de todos modos se dirigió a uno de los
paquetes que las ratas habían acarreado y sacó su bolsa. No era nada más
que un rollo de tela con un asa hecha de unos restos de cordel, pero era
suficientemente grande para contener unos pocos fósforos, algunos trozos
de lápiz, una diminuta astilla de una hoja de cuchillo roto para afilar la mina,
y un sucio trozo de papel. Todas cosas importantes.
Era también la portadora oficial de El Sr. Conejín. ‘Portadora’ no era
muy correcto; ‘remolcadora’ era casi más exacto. Pero a Porotos Peligrosos
siempre le gustaba saber dónde estaba y parecía pensar mejor cuando lo
tenía cerca, y le daba algún consuelo, y eso era bastante bueno para
Melocotones.
Alisó el papel sobre un antiguo ladrillo, levantó un trozo de mina y pasó
la mirada por la lista.
El primer Pensamiento había sido: En el Clan está la Fuerza.
Éste había sido uno bastante difícil de traducir, pero había hecho un
esfuerzo. La mayoría de las ratas no podían leer humano. Era demasiado
difícil hacer que las líneas y los garabatos se convirtieran en algo sensato.
Así que Melocotones había trabajado muy duro para crear un idioma que las
ratas pudieran leer.
Había tratado de dibujar una rata grande formada por ratas pequeñas:
La escritura había conducido a problemas con Jamón de Puerco. Las
nuevas ideas necesitaban de un salto a la carrera para meterse en la cabeza
de la vieja rata. Porotos Peligrosos había explicado con su extraña voz
tranquila que escribir las cosas significaría que la sabiduría de una rata
continuaría existiendo incluso cuando la rata se hubiera muerto. Dijo que
todas las ratas podían aprender la sabiduría de Jamón de Puerco. Jamón de
Puerco había dicho: ‘¡Probablemente no!’ ¡Le había llevado años aprender
algunos de los trucos que sabía! ¿Por qué debía entregarlo todo? ¡Eso
querría decir que cualquier rata joven sabría tanto como él!
Porotos Peligrosos había dicho: Cooperamos, o morimos.
CAPÍTULO 4
6
En español en el original. (Nota del traductor)
—Creo que es Keith —dijo el muchacho.
—¡Nunca dijiste que tuvieras un nombre! —dijo Maurice.
—Nadie jamás lo preguntó antes —dijo el muchacho.
—Keith no es un nombre inicialmente ventajoso —dijo Malicia—. No
insinúa misterio. Sólo insinúa Keith. ¿Estás seguro de que es tu nombre
real?
—Es sólo el que me dieron.
—Ah, eso es más parecido. Una leve pista de misterio —dijo Malicia, y
de repente pareció interesada—. Lo suficiente para aumentar el suspenso.
Fuiste robado al nacer, supongo. Eres probablemente el legítimo rey de
algún país, pero ellos encontraron a alguien que se parecía a ti e hicieron un
cambio. En tal caso, tendrás una espada mágica, pero no parecerá mágica,
mira, hasta que sea el momento de manifestar tu destino. Probablemente
fuiste encontrado en un umbral.
—Lo fui, sí —dijo Keith.
—¿Ves? ¡Siempre tengo razón!
Maurice estaba siempre a la expectativa sobre lo que las personas
querían. Y sentía que lo que Malicia quería era una mordaza. Pero nunca
antes había escuchado al muchacho de aspecto estúpido hablar de sí mismo.
—¿Qué estabas haciendo en un umbral? —dijo.
—No lo sé. Gorjear, supongo —dijo Keith.
—Nunca lo dijiste —dijo Maurice, acusador.
—¿Es importante? —dijo Keith.
—Había una espada mágica o una corona en tu canasta,
probablemente. Y tienes un tatuaje misterioso o una marca de nacimiento
de extraña forma, también —dijo Malicia.
—No lo creo. Nunca nadie jamás lo mencionó —dijo Keith—. Estaba sólo
yo y una manta. Y una nota.
—¿Una nota? ¡Pero eso es importante!
—Decía ‘19 pintas y un Yogur de Fresas’ —dijo Keith.
—Ah. No ayuda, entonces —dijo Malicia—. ¿Por qué diecinueve pintas
de leche?
—Era el Gremio de Músicos —dijo Keith—. Un lugar muy grande. No sé
nada sobre el yogur de fresa.
—Huérfano abandonado está bien —dijo Malicia—. Después de todo, un
príncipe sólo puede crecer para ser un rey pero un huérfano misterioso
podría ser cualquiera. ¿Fuiste golpeado, te hicieron pasar hambre, y fuiste
encerrado en un sótano?
—No lo creo —dijo Keith, lanzándole una mirada divertida—. Todos en
el Gremio eran muy amables. Eran mayormente buenas personas. Me
enseñaron mucho.
—Tenemos Gremios aquí —dijo Malicia—. Enseñan a los muchachos a
ser carpinteros y picapedreros y cosas así.
—El Gremio me enseñó música —dijo Keith—. Soy músico. Soy bueno,
también. Me he ganado la vida desde que tenía seis años.
—¡Ajá! Huérfano misterioso, extraño talento, infancia desgraciada...
todo está tomando forma —dijo Malicia—. Probablemente el yogur de fresa
no sea importante. ¿Habría sido tu vida diferente si hubiera tenido sabor a
plátano? ¿Quién puede decirlo? ¿Qué clase de música tocas?
—¿Clase? No hay ninguna clase. Sólo hay música —dijo Keith—.
Siempre hay música, si escuchas.
Malicia miró a Maurice.
—¿Es siempre así? —preguntó.
—Nunca le escuché hablar tanto —dijo el gato.
—Espero que estés ansioso por saber de mí —dijo Malicia—. Espero que
seas bastante educado para preguntar.
—Cielos, sí —dijo Maurice.
—Bien, probablemente no te sorprenderá saber que tengo dos horribles
hermanastras —dijo Malicia—. ¡Y tengo que hacer todas las tareas!
—Cielos, realmente —dijo Maurice, preguntándose si había alguna
cabeza de pescado más y, si había más cabezas de pescado, si valían todo
eso.
—Bien, la mayoría de las tareas —dijo Malicia, como si revelara un
hecho desafortunado—. Algunas de ellas, definitivamente. ¡Tengo que
limpiar mi propia habitación, ya sabes! ¡Y está sumamente desordenada!
—Cielos, realmente.
—Y es casi el dormitorio más pequeño. ¡Prácticamente no hay ninguna
alacena y me estoy quedando sin espacio de estantería!
—Cielos, realmente.
—Y las personas son increíblemente crueles conmigo. Notarás que
estamos aquí en una cocina. Y soy la hija del Alcalde. ¿Se esperaría que la
hija de un Alcalde lavara los platos por lo menos una vez a la semana? ¡Creo
que no!
—Cielos, realmente.
—¿Y quieres mirar esta ropa rota y desaliñada que tengo que usar?
Maurice miró. No era bueno con la ropa. La piel era suficiente para él.
Hasta donde podía decir, el vestido de Malicia era tan bonito como cualquier
otro. Parecía estar todo bien. No tenía ningún agujero, excepto por donde
salían los brazos y la cabeza.
—Aquí, mira aquí —dijo Malicia, señalando un lugar en el dobladillo que,
para Maurice, no se veía diferente del resto del vestido—. Tuve que volver a
coser esa parte yo misma, ¿sabes?
—Cielos, real... —Maurice paró. Desde aquí podía ver los estantes
vacíos. Más importante aun, podía ver a Sardinas bajando con un cordel
desde una grieta en el antiguo techo. Tenía una mochila en la espalda.
—Y encima de esto soy la que tiene que hacer la cola para el pan y las
salchichas todos los días... —continuó Malicia, pero Maurice le estaba
escuchando aún menos que antes.
Tenía que ser Sardinas, pensó. ¡Idiota! ¡Siempre va delante del
escuadrón de trampas! De todas las cocinas de todo el pueblo en que podía
aparecer, había aparecido en ésta.[5] En cualquier momento ella va a dar
media vuelta y gritar.
Sardinas probablemente lo consideraría un aplauso, también. Vivía la
vida como una representación. Otras ratas sólo andaban de un lado para el
otro chillando y desordenando cosas, y eso era bueno para convencer a los
humanos de que había una plaga. Pero, oh, no, Sardinas siempre tenía que
ir más lejos. ¡Sardinas y su acto de canción yowoorll y baile!
—... y las ratas toman todo —estaba diciendo Malicia—. Lo que no
toman, lo arruinan. ¡Ha sido terrible! El concejo ha estado comprando
comida en otros pueblos, pero a nadie le sobra mucho. Tenemos que
comprar maíz y cosas de los comerciantes que navegan río arriba. Es por
eso que el pan es tan caro.
—Caro, ¿eh? —dijo Maurice.
—Hemos probado trampas, perros, gatos y veneno y todavía las ratas
siguen viniendo —dijo la niña—. Han aprendido a ser muy furtivas, también.
Ya casi nunca terminan en nuestras trampas. ¡Huh! Una sola vez recibí 50
peniques por una cola. ¿Qué tiene de bueno que los cazadores de ratas nos
ofrezcan 50 peniques por cola si las ratas son tan astutas? Los cazadores de
ratas tienen que usar trucos de toda clase para atraparlas, dicen. —Detrás
de ella, Sardinas miró cuidadosamente alrededor de la habitación y luego
hizo señas a las ratas en el techo para tirar de la soga.
—¡No crees que éste sería un buen momento de irnos! —dijo Maurice.
—¿Por qué estás haciendo esas caras? —dijo Malicia, y se quedó
mirándolo fijo.
—Oh... bien, ¿conoces esa clase de gato que sonríe todo el tiempo?
¿Escuchaste sobre eso? Bien, yo soy de la clase que hace, ya sabes, caras
raras —dijo Maurice desesperadamente—. Y a veces salgo corriendo y digo
cosas salgan de aquí salgan de aquí, lo ves, lo hice otra vez. Es una
enfermedad. Probablemente necesite el asesoramiento oh no no hagas eso
éste no es el momento de hacer eso whoops, allí voy otra vez...
Sardinas había sacado su sombrero de paja de la mochila. Sujetaba un
pequeño bastón.
Era una buena rutina, incluso Maurice tenía que admitirlo. Algunos
pueblos habían puesto anuncios solicitando un flautista de ratas la primera
vez que lo había hecho. Las personas podían tolerar ratas en la nata, y ratas
en el techo, y ratas en la tetera, pero hacían una línea delante del baile tap.
Si veías ratas que bailaban tap, estabas en grandes problemas. Maurice
calculaba que si tan sólo las ratas también pudieran tocar un acordeón
podrían hacer dos pueblos por día.
Había mirado durante demasiado tiempo. Malicia giró y su boca se abrió
por la conmoción y el horror mientras Sardinas comenzaba su rutina. El gato
la vio extender la mano hacia una cacerola que estaba sobre la mesa. La
lanzó, con mucha exactitud.
Pero Sardinas era un bueno evitando ollas. Las ratas estaban
acostumbradas a que les lanzaran cosas. Ya estaba corriendo cuando la
cacerola llegaba a mitad camino a través de la habitación, y luego saltó a la
silla y luego saltó al piso y luego se escabulló detrás del aparador y luego se
escuchó un agudo, final, y metálico... chasquido.
—¡Ja! —dijo Malicia; Maurice y Keith se quedaron mirando fijo el
aparador—. Eso es una rata menos, de todo caso. Realmente las odio...
—Era Sardinas —dijo Keith.
—No, definitivamente era una rata —dijo Malicia—. Las sardinas casi
nunca invaden una cocina. Supongo que estás pensando en la plaga de
langostas allá en...
—Sólo se llamaba Sardinas porque vio el nombre en una vieja lata
oxidada y pensó que sonaba con estilo —dijo Maurice. Se preguntó si se
atrevería a mirar detrás del aparador.
—Era una buena rata —dijo Keith—. Solía robar libros para mí cuando
me estaban enseñando a leer.
—Excúsame, ¿estás loco? —dijo Malicia—. Era una rata. ¡La única rata
buena es una rata muerta!
—¿Hola? —dijo una voz pequeña. Venía desde atrás del aparador.
—¡No puede estar viva! ¡Es una trampa inmensa! —dijo Malicia—.
¡Tiene dientes!
—¿Hay alguien allí? Es que el bastón se está doblando... —dijo la voz.
El aparador era grande, la madera era tan vieja que el tiempo la había
puesto negra y tan sólida y pesada como piedra.
—Eso no es una rata hablando, ¿verdad? —dijo Malicia—. ¡Por favor
dime que las ratas no pueden hablar!
—De hecho se está doblando un poco ahora —dijo la voz, que llegaba
ligeramente amortiguada.
Maurice espió en el espacio detrás del aparador.
—Puedo verlo —dijo—. ¡Calzó el bastón en las mandíbulas mientras se
cerraban! Te veo, Sardinas, ¿cómo te va yendo?
—Muy bien, jefe —dijo Sardinas, en la penumbra—. Si no fuera por esta
trampa diría que todo estaba perfecto. ¿Mencioné que el bastón se está
doblando?
—Sí, lo dijiste.
—Se ha doblado algo más desde entonces, jefe.
Keith agarró un extremo del aparador y lanzó un gruñido mientras
trataba de moverlo.
—¡Es como una roca! —dijo.
—Está lleno de loza —dijo Malicia, ahora muy perpleja—. Pero las ratas
realmente no hablan, ¿verdad?
—¡Salgan del camino! —gritó Keith. Agarró el borde posterior del
aparador con ambas manos, apoyó un pie contra la pared, y tiró.
Despacio, como un poderoso árbol del bosque, el aparador cayó hacia
adelante. La loza empezó a caer mientras se inclinaba, cada plato
resbalando sobre cada plato como un glorioso reparto caótico de un muy
costoso mazo de naipes. Aún así, algunos sobrevivieron a la caída sobre el
piso, y también algunas de las tazas y platillos mientras el aparador se abría
y aumentaba la diversión, pero no hizo ninguna diferencia porque entonces
el inmenso mueble pesado cayó con estruendo encima de ellos.
Un plato milagrosamente entero rodó más allá de Keith, girando una y
otra vez y apoyándose en el piso con el sonido de groiyuoiyoiyooooinnnnggg
que siempre se escucha en estas angustiosas circunstancias.
Keith extendió la mano hasta la trampa y agarró a Sardinas. Mientras
levantaba a la rata el bastón cedió y la trampa se cerró. Un trozo del bastón
dio vueltas por el aire.
—¿Estás bien? —preguntó Keith.
—Bien, jefe, todo lo que puedo decir es que es una buena idea que las
ratas no usen ropa interior... Gracias, jefe —dijo Sardinas. Era bastante
rollizo para una rata, pero cuando sus pies bailaban podía flotar a través del
piso como un globo.
Se escuchó el sonido de un pie golpeteando.
Malicia, con los brazos cruzados y una expresión de tormenta eléctrica,
miró a Sardinas, luego a Maurice, luego a Keith de aspecto estúpido, y luego
los escombros sobre el piso.
—Er... lamento ese desorden —dijo Keith—. Pero él era...
Ella hizo un gesto desestimando las cosas.
—De acuerdo —dijo, como si hubiera estado pensando profundamente—
. Esto va así, creo. La rata es una rata mágica. Apuesto a que no es la única.
Algo le pasó a él, o a ellos, y ahora son muy pero muy inteligentes, a pesar
del baile tap. Y... son amigos del gato. Así que... ¿por qué serían amigos las
ratas y un gato? Y sigue... hay alguna clase de arreglo, ¿correcto? ¡Lo sé! No
me digan, no me digan...
—¿Huh? —dijo Keith.
—No creo que nadie jamás tenga nada que decirte —dijo Maurice.
—... es algo relacionado con las plagas de ratas, ¿correcto? Todos esos
pueblos de los que hemos escuchado... bien, ustedes escucharon de ellos
también, y así que ustedes se reúnen con este fulano aquí...
—Keith —dijo Keith.
—... sí... y es así que ustedes van de pueblo en pueblo fingiendo ser
una plaga de ratas, y este fulano...
—Keith.
—... sí... finge ser un flautista de ratas y todos ustedes lo siguen.
¿Correcto? Todo es una gran estafa, ¿sí?
Sardinas levantó la vista hacia Maurice.
—Nos tiene bien agarrados, jefe —dijo.
—De modo que ahora ustedes tienen que darme una buena razón para
no hacer intervenir a la Guardia contra ustedes —dijo Malicia triunfalmente.
No tengo que hacerlo, pensó Maurice, porque no lo harás. Cielos, los
humanos son tan fáciles. Se frotó contra las piernas de Malicia y le lanzó una
sonrisa.
—Si lo haces, nunca sabrás cómo termina la historia —dijo.
—Ah, terminará contigo en prisión —dijo Malicia, pero Maurice vio que
miraba a Keith de aspecto estúpido y a Sardinas. Sardinas todavía tenía
puesto su pequeño sombrero de paja. Cuando se trataba de atraer la
atención, ese tipo de cosas cuentan mucho.
Cuando vio que ella fruncía el ceño, Sardinas se quitó su sombrero de
paja apresuradamente y lo sostuvo enfrente de él, por el ala.
—Hay algo que me gustaría preguntar, jefa —dijo—, si estamos
preguntando cosas.
Malicia levantó una ceja.
—¿Bien? —dijo—. ¡Y no me llames jefa!
—Me gustaría preguntar por qué no hay ninguna rata en esta ciudad,
patrona —dijo Sardina. Bailó unos pasos de tap, nervioso. Malicia podía
lanzar mejores miradas furiosas que un gato.
—¿Qué quieres decir con ninguna rata? —dijo—. ¡Hay una plaga de
ratas! ¡Y tú eres una rata, por cierto!
—Hay pistas de rata por todas partes y hay algunas ratas muertas pero
no hemos encontrado ninguna rata viva en ningún lugar, patrona.
Malicia se inclinó hacia abajo.
—Pero tú eres una rata —dijo.
—Sí, patrona. Pero nosotros llegamos apenas esta mañana. —Sardinas
sonrió nervioso mientras Malicia le lanzaba otra larga mirada.
—¿Te gustaría un poco de queso? —dijo—. Me temo que es solamente
del tipo corriente.
—No lo creo, muchas gracias igual —dijo Sardinas, con mucha cautela y
cortesía.
—Es inútil, creo que realmente es tiempo contar la verdad —dijo Keith.
—Nonononononono —dijo Maurice, que odiaba esa clase de cosas—.
Todo es porque...
—Tú tenías razón, señorita —dijo Keith, cansadamente—. Vamos de
pueblo en pueblo con un grupo de ratas y embaucamos a las personas para
que nos den dinero para que nos vayamos. Eso es lo que hacemos. Lamento
haber estado haciéndolo. Ésta iba a ser la última vez. Lo siento mucho.
Compartiste tu comida con nosotros y no tienes mucha, tampoco.
Deberíamos estar avergonzados.
A Maurice le pareció, mientras observaba a Malicia decidiéndose, que su
mente trabajaba de una manera diferente a las mentes de las otras
personas. Comprendía todas las cosas difíciles sin siquiera pensarlas. ¿Ratas
mágicas? Sí, sí. ¿Gatos que hablan? Estuve ahí, lo hice, compré la camiseta.
Eran las cosas simples las que eran difíciles.
Sus labios se estaban moviendo. Estaba, adivinó Maurice, inventando
una historia con todo esto.
—Así que... —dijo—, vienes con tus ratas entrenadas...
—Preferimos ‘roedores educados’, patrona —dijo Sardinas.
—... muy bien, tus roedores educados, y entras en una ciudad, y... ¿qué
pasa con las ratas que ya están ahí?
Sardinas miró a Maurice, impotente. Maurice le hizo un gesto con la
cabeza para que continuara. Todos iban a estar en grandes problemas si
Malicia no inventaba una historia que le gustara.
—Se mantienen lejos de nuestro camino, jefa, quiero decir patrona —
dijo Sardinas.
—¿Pueden hablar también?
—No, patrona.
—Creo que el Clan piensa en sí mismo como en unos pequeños monos
—dijo Keith.
—Yo estaba hablando con Sardinas —dijo Malicia.
—Lo siento —dijo Keith.
—¿Y aquí no hay ninguna otra rata en absoluto? —continuó Malicia.
—No, patrona. Algunos viejos esqueletos y algunas pilas de veneno y
muchas trampas, jefa. Pero ninguna rata, jefa.
—¡Pero los cazadores de ratas clavan un montón de colas de rata todos
los días!
—Hablo como lo veo, jefa. Patrona. Ninguna rata, jefa. Patrona.
Ninguna otra rata en ningún lugar donde hemos estado, jefa patrona.
—¿Alguna vez has visto las colas de rata, señorita? —dijo Maurice.
—¿Qué quieres decir? —dijo Malicia.
—Son falsas —dijo Maurice—. Algunas, de todos modos. Son sólo viejos
cordones de cuero. Vi algunas en la calle.
—¿No eran verdaderas colas? —dijo Keith.
—Soy un gato. ¿Piensas que no sé cómo se ven las colas de rata?
—¡Seguramente las personas lo notarían! —dijo Malicia.
—¿Sí? —dijo Maurice—. ¿Sabes qué es una funda metálica?
—¿Funda metálica? ¿Funda metálica? ¿Qué tiene que ver una funda
metálica con esto? —dijo Malicia bruscamente.
—Son esas pequeñas partes de metal en los extremos de los cordones
—dijo Maurice.
—¿Cómo es que un gato conoce una palabra como ésa? —dijo la niña.
—Todos tienen que saber algo —dijo Maurice—. ¿Alguna vez has mirado
de cerca las colas de rata?
—Por supuesto que no. ¡Puedes pescar la plaga de las ratas! —dijo
Malicia.
—Eso es correcto, tus piernas estallan —dijo Maurice, sonriendo—. Es
por eso que no viste las fundas metálicas. ¿Tu pierna explotó últimamente,
Sardinas?
—No hoy, jefe —dijo Sardinas—. A decir verdad, ni siquiera es hora de
almorzar todavía.
Malicia parecía complacida.
—A-já —dijo, y a Maurice le pareció que el ‘ja’ tenía un tono muy
desagradable.
—Así que... ¿vas a decirle a la Guardia sobre nosotros? —se aventuró,
esperanzadamente.
—¿Qué, que estuve hablando con una rata y un gato? —dijo Malicia—.
Por supuesto que no. Dirán a mi padre que he estado contando historias y
me dejarán fuera de mi habitación otra vez.
—¿Te dejan fuera de tu habitación como castigo? —dijo Maurice.
—Sí. Quiere decir que no puedo tomar ninguno de mis libros. Soy una
persona bastante especial, como pueden haber adivinado —dijo Malicia, con
orgullo—. ¿Han oído hablar de las Hermanas Grim?[6] ¿Agoniza y Eviscera7
Grim? Eran mi abuela y mi tía abuela. Escribieron... cuentos de hadas.
Ah, de modo que aquí estamos temporalmente fuera de problemas,
pensó Maurice. Es mejor que siga hablando.
—No soy un gran lector, como todos los gatos —dijo—. De modo que,
¿qué eran, entonces? ¿Historias sobre pequeñas personas con alas que
hacen tinkle-tinkle?
7
Ambos en español en el original. (Nota del traductor)
—No —dijo Malicia—. No eran buenas en pequeñas personas que
tintinean. Escribieron... verdaderos cuentos de hadas. Con mucha sangre,
huesos, murciélagos y ratas. He heredado el talento de contar historias —
añadió.
—Vaya estilo de pensamiento que tenías —dijo Maurice.
—Y si no hay ninguna rata bajo el pueblo pero los cazadores de ratas
están presentando cordones, algo huele mal —dijo Malicia.
—Lo siento —dijo Sardinas—, creo que fui yo. Estoy un poco nervioso...
Se escucharon sonidos desde la planta alta.
—¡Rápido, salgan a través del patio trasero! —ordenó Malicia—.
¡Métanse en el desván del heno sobre el establo! ¡Les llevaré algo de
comida! ¡Sé exactamente cómo sigue este tipo de cosas!
CAPÍTULO 5
Ratoso Rupert era la rata más valiente que hubo jamás. Lo decían
todos en Fondo Peludo.
8
Medidas rata. Aproximadamente una pulgada. (Nota del autor)
adelante.
—Cuidado, señor —dijo una de las ratas más jóvenes que se apiñaban
en el túnel detrás del Escuadrón de Eliminación de Trampas.
Canela Oscuro lanzó un gruñido, y bajó la vista a los dientes, a una
pulgada de distancia de su nariz. Sacó un corto trozo de madera de uno de
sus cinturones; una astilla diminuta de espejo había sido pegada en un
extremo.
—Todos ustedes muevan la vela un poco hacia este lado —ordenó—. Así
está bien. Así está bien. Veamos, ahora... —Extendió el espejo más allá de
los dientes y lo giró suavemente—. Ah, como lo pensé... es una Pequeña
Trampa Prattle y Johnson, efectivamente. Una de las viejas Mk. Tres, pero
con sujeción segura adicional. Es realmente antigua. De acuerdo. A éstas las
conocemos, ¿verdad? ¡Queso para el té, muchachos!
Se escuchó una risa nerviosa entre los espectadores, pero una voz dijo:
—Oh, son fáciles...
—¿Quién dijo eso? —dijo Canela Oscuro cortante.
Hubo un silencio. Canela Oscuro estiró su cabeza hacia atrás. Las ratas
jóvenes se habían corrido cuidadosamente a un lado, dejando a una
sumamente sola.
—Ah, Nutritiva —dijo Canela Oscuro, regresando al mecanismo de
gatillo de la trampa—. Fácil, ¿verdad? Me alegra escucharte. Puedes
mostrarnos cómo se hace, entonces.
—Er, cuando dije fácil... —comenzó Nutritiva—. Quiero decir,
Ensalmuera me lo mostró sobre la trampa de práctica y dijo...
—No tienes que ser modesta —dijo Canela Oscuro, con una chispa en el
ojo—. Está todo listo. Yo sólo miraré, ¿de acuerdo? Puedes meterte en el
arnés y hacerlo, ¿verdad?
—... pero, pero, pero, no podía ver demasiado bien cuando nos mostró,
ahora me pongo a pensar sobre eso y, y, y...
—Te diré qué —dijo Canela Oscuro—, yo trabajaré en la trampa, ¿de
acuerdo?
Nutritiva parecía muy aliviada.
—Y tú puedes decirme exactamente qué hacer —añadió Canela Oscuro.
—Er... —comenzó Nutritiva. Ahora parecía una rata preparada para
reincorporarse al equipo de pisheo realmente rápido.
—Muy bien —dijo Canela Oscuro. Sacó el espejo cuidadosamente y
extrajo una varilla de metal de su arnés. Empujó la trampa cautelosamente.
Nutritiva vibró ante el sonido de metal contra metal—. Ahora, dónde estaba
yo... oh, sí, he aquí una barra y un pequeño resorte y un cerrojo. ¿Qué haré
ahora, Srta. Nutritiva?
—Er, er, er —tartamudeó Nutritiva.
—Las cosas están crujiendo aquí, Srta. Nutritiva —dijo Canela Oscuro,
desde las profundidades de la trampa.
—Er, er, calce la cosa...
—¿Cuál es la cosa, Srta. Nutritiva? Tómese su tiempo, whoops, este
trozo de metal se está moviendo pero no la apuraré de ninguna manera...
—Calce la, er, la cosa, er, la cosa. Er... —Los ojos de Nutritiva
blanqueaban desenfrenadamente.
—Tal vez sea este gran SNAP argh argh argh...
Nutritiva se desmayó.
Canela Oscuro se deslizó afuera del arnés y cayó sobre la trampa.
—Todo fijado —dijo—. La he sujetado bien, ahora no saltará. Ustedes
muchachos pueden arrastrarla fuera del camino. —Regresó al escuadrón y
dejó caer un trozo de queso peludo sobre el estómago tembloroso de
Nutritiva—. En el negocio de las trampas es muy importante ser preciso, ya
ves. Eres preciso o estás muerto. El segundo ratón toma el queso. —Canela
Oscuro olfateó—. Bien, ningún humano que venga aquí tendría problemas en
pensar que hay ratas por aquí ahora...
Los otros aprendices rieron de la manera nerviosa y disimulada de las
personas que han visto a otra persona atraer la atención del profesor y que
se alegran de no ser ellas.
Canela Oscuro desenrolló unos trozos de papel. Era una rata de acción,
y la idea de que el mundo podía ser atrapado en pequeños signos le
preocupaba un poco. Pero podía ver que era útil. Cuando dibujaba un túnel
el papel recordaba. No se confundía con nuevos olores. Otras ratas, si sabían
leer, podían ver en sus cabezas lo que el autor había visto.
Él había inventado mapas. Era un dibujo del mundo.
—Cosa asombrosa, esta nueva tecnología —dijo—. De modo que... hay
veneno marcado aquí, dos túneles atrás. ¿Lo aseguraste, Ensalmuera?
—Enterrado y pishado —dijo Ensalmuera, su segundo—. Era el veneno
gris Nº 2, además.
—Buena rata —dijo Canela Oscuro—. Es desagradable comerlo.
—Había keekees muertos todo alrededor.
—Apostaría a que sí. No hay antídoto para esa cosa.
—También encontramos bandejas de Nº 1 y Nº 3 —dijo Ensalmuera—.
Muchas de ellas.
—Puedes sobrevivir al veneno Nº 1 si eres sensato —dijo Canela
Oscuro—. Recuérdenlo, todos ustedes. Y si alguna vez comen veneno Nº 3,
tenemos algo que lo solucionará. Quiero decir, vivirán al final, pero habrá
uno o dos días en que desearán estar muertos.
—Hay montones de veneno, Canela Oscuro —dijo Ensalmuera,
nervioso—. Más de lo que jamás haya visto antes. Huesos de ratas por todas
partes.
—Importante consejo de seguridad allí, entonces —dijo Canela Oscuro,
poniéndose en camino a lo largo de un nuevo túnel—. No coman una rata
muerta a menos que sepan de qué murió. De otra manera morirán por el
veneno, también.
—Porotos Peligrosos dice que cree que no debemos comer ratas en
absoluto —dijo Ensalmuera.
—Sí, bien, tal vez —dijo Canela Oscuro—, pero en los túneles tienes que
ser práctico. Nunca permitas que una buena comida se desperdicie. ¡Y que
alguien despierte a Nutritiva!
—Un montón de veneno —dijo Ensalmuera, mientras el equipo seguía
adelante—. Realmente deben odiar a las ratas aquí.
Canela Oscuro no respondió. Podía ver que las ratas ya se estaban
poniendo nerviosas. Había un olor a miedo en las corridas de las ratas.
Nunca antes habían encontrado tanto veneno. Canela Oscuro generalmente
no se preocupaba por nada, y odiaba sentir que, profundo en sus huesos,
comenzaba la preocupación.
Una pequeña rata, sin aliento, se escurrió túnel arriba y se agachó
enfrente de él.
—Riñón, señor, Pishadores Pesados Nº 3 —dijo como en una
explosión—. ¡Encontramos una trampa, señor! ¡No del tipo acostumbrado!
¡Fresco se metió en ella! ¡Por favor venga!
CAPÍTULO 6
—¿Hola? Hola, soy yo. ¡Y voy a hacer la llamada secreta ahora! —Se
escucharon tres golpes en la puerta del establo, y luego la voz de Malicia se
elevó otra vez—. Hola, ¿escucharon la llamada secreta?
—Quizás se vaya si nos quedamos en silencio —dijo Keith, en la paja.
—No lo creo —dijo Maurice. Levantó la voz y gritó—: ¡Estamos aquí
arriba!
—Todavía tienes que hacer la llamada secreta —gritó Malicia.
—Oh, prbllttrrrp —dijo Maurice por lo bajo, y afortunadamente ningún
humano sabe qué mala palabrota era ésa en idioma gato—. Mira, soy yo,
¿de acuerdo? ¿Un gato? ¿Que habla? ¿Cómo me reconocerás? ¿Llevaré un
clavel rojo?
—No creo que seas un gato que hable correctamente, de todos modos
—dijo Malicia, trepando la escalerilla. Todavía vestía de negro, y había
envuelto su pelo en una bufanda negra. También tenía una gran bolsa
colgando del hombro.
—Cielos, lo tienes bien entendido —dijo Maurice.
—Quiero decir, tú no llevas botas, ni una espada, ni tienes un gran
sombrero con una pluma —dijo la niña, trepándose al desván.
Maurice le lanzó una larga mirada.
—¿Botas? —dijo al fin—. ¿Sobre estas garras?
—Oh, estaba en una imagen en un libro que leí —dijo Malicia,
tranquilamente—. Uno tonto para niños. Lleno de animales que se vestían
como humanos.
Cruzó por la mente gatuna de Maurice, y no por primera vez, que si se
movía rápido podía estar fuera de la ciudad en cinco minutos y sobre una
barcaza o algo.
Una vez, cuando no era más que un gatito, había sido llevado a casa
por una pequeña niña que lo había vestido con ropa de muñeca y lo sentó en
una mesa pequeña con un par de muñecas y tres cuartos de osito de
peluche. Había logrado escapar a través de una ventana abierta, pero le
había llevado todo el día salir del vestido. Esa niña podría haber sido Malicia.
Ella pensaba que los animales eran sólo personas que no estaban prestando
suficiente atención.
—No voy con la ropa —dijo. No era una gran frase, pero era
probablemente mejor que decir ‘Creo que estás loca’.
—Podrías verte mejor —dijo Malicia—. Está casi oscuro. ¡Vámonos! ¡Nos
moveremos como gatos!
—Oh, correcto —dijo Maurice—. Supongo que puedo hacer eso.
Aunque, pensó unos minutos después, ningún gato jamás se movió
como Malicia. Obviamente ella pensaba que era inútil verse discreta a menos
que las personas pudieran ver que estabas siendo discreta. Unas personas
en la calle realmente se detuvieron para mirarla mientras se movía
sigilosamente a lo largo de las paredes y se escabullía de una entrada a l
otra. Maurice y Keith caminaban detrás de ella. Nadie les prestó ninguna
atención.
Al final, en una calle angosta, se detuvo en un edificio negro con un
gran cartel de madera colgando sobre la puerta. El cartel mostraba un
montón de ratas, una especie de estrella hecha con ratas, con todas sus
colas atadas juntas en un gran nudo.
—El cartel del antiguo Gremio de Cazadores de Ratas —susurró Malicia,
bajando la bolsa del hombro.
—Lo sé —dijo Keith—. Se ve horrible.
—Forma un diseño interesante, sin embargo —dijo Malicia.
Una de las cosas más significativas sobre la puerta debajo del cartel era
el gran candado que la mantenía cerrada. Raro, pensó Maurice. Si las ratas
hacen que tus piernas estallen, ¿por qué los cazadores de ratas tienen que
tener un gran cerrojo en su cobertizo?
—Afortunadamente, estoy preparada para cada eventualidad —dijo
Malicia, y metió la mano en la bolsa. Se escuchó un sonido como de trozos
de metal y botellas que se movían.
—¿Qué tienes ahí dentro? —preguntó Maurice—. ¿De todo?
—El garfio y la escalerilla de soga ocupan mucho espacio —dijo Malicia,
todavía buscando—. Y también está el equipo grande de medicina, y el
pequeño, y el cuchillo, y el otro cuchillo, y el equipo de coser, y el espejo
para enviar señales y... éstas...
Sacó un pequeño atado de tela negra. Cuando lo desenrolló, Maurice vio
el brillo del metal.
—Ah —dijo—. Punzones de cerradura, ¿correcto? He visto a los ladrones
trabajar...
—Horquillas —dijo Malicia, seleccionando una—. Las horquillas siempre
dan resultado en los libros que he leído. Sólo la empujas en el ojo de la
cerradura y jugueteas. Tengo un surtido de dobladas previamente.
Otra vez, Maurice sintió un escalofrío en la nuca. Dan resultado en las
historias, pensó. Oh cielos.
—¿Y cómo es que sabes tanto sobre forzar cerraduras? —dijo.
—Te dije, me dejan fuera de mi habitación para castigarme —dijo
Malicia, jugueteando.
Maurice había visto trabajar a los ladrones. Los hombres que por la
noche irrumpían por la fuerza en los edificios odiaban ver perros, pero no les
importaban los gatos. Los gatos nunca intentaban destrozarles la garganta.
Y sabía que los ladrones solían tener pequeñas herramientas complicadas
que eran usadas con gran cuidado y precisión. No usaban estúpi...
¡Clic!
—Bien —dijo Malicia con voz satisfecha.
—Eso fue sólo suerte —dijo Maurice mientras el candado se balanceaba,
abierto. Miró a Keith—. También tú piensas que es sólo suerte, ¿eh, chico?
—¿Cómo saberlo? —dijo Keith—. Nunca antes he visto hacer eso.
—Sabía que daría resultado —dijo Malicia—. Así fue en el cuento de
hadas La Séptima Esposa de Barbaverde, donde ella escapó de su Habitación
del Terror y lo apuñaló en el ojo con un arenque congelado.
—Ésa era una ‘historia ligera’9 —dijo Keith.
—Sí —dijo Malicia con orgullo—. Directamente de los Cuentos de Hadas
Horrorosos.
—Tienen algunas hadas malas por estos lares —dijo Maurice,
sacudiendo la cabeza.
Malicia abrió la puerta.
—Oh, no —gimió—. No esperaba esto...
9
Chiste perdido. Juego de palabras entre fairy (de hadas) y airy (ligera). (Nota del traductor)
pero la rata que podía tener los pensamientos menos ratosos era también la
mejor para hablar con los keekees, excepto que hablar no era la palabra
correcta. Nadie, ni siquiera Jamón de Puerco, tenía un olfato como el de
Porotos Peligrosos.
Por cierto, la nueva rata no estaba dando ningún problema. En primer
lugar, estaba rodeada por ratas que eran grandes, bien alimentadas y
recias, de modo que su cuerpo estaba diciendo respetuosamente señor tan
fuerte como podía. Los Cambiados también le habían dado un poco de
comida, que tragaba más que comía.
—Estaba en una caja —dijo Canela Oscuro, que estaba dibujando en el
piso con un palo—. Hay muchas de ellas aquí.
—Una vez fui atrapado en una —dijo Jamón de Puerco—. Entonces llegó
una humana femenina y me lanzó sobre la pared de jardín. No pude
entender el sentido de lo que hizo.
—Creo que algunos humanos lo hacen para ser amables —dijo
Melocotones—. Sacan a las ratas afuera de la casa sin matarlas.
—No le sirvió de nada, de todos modos —dijo Jamón de Puerco, con
satisfacción—. Volví la noche siguiente y pishé sobre el queso.
—Creo que nadie está tratando de ser amable aquí —dijo Canela
Oscuro—. Había otra rata con ella. Por lo menos —añadió—, había parte de
una rata con ella. Creo que la estaba comiendo para mantenerse viva.
—Muy sensato —aprobó Jamón de Puerco.
—Encontramos otra cosa —dijo Canela Oscuro, todavía dibujando
surcos en la tierra—. ¿Puede ver éstos, señor?
Había dibujado líneas y garabatos sobre el piso.
—Jrunf. Puedo verlos, pero no tengo que saber qué son —dijo Jamón de
puerco. Se frotó la nariz—. Nunca he necesitado nada más que esto.
Canela Oscuro lanzó un suspiro paciente.
—Entonces huela, señor, que esto es un... un dibujo de todos los
túneles que hemos explorado hoy. Es... la forma que tengo en mi cabeza.
Hemos explorado mucho del pueblo. Hay un montón... —lanzó un vistazo a
Melocotones—, un montón de trampas amables, principalmente vacías. Hay
veneno por todas partes. Es casi todo muy viejo. Muchas trampas vivas
vacías. Muchas trampas asesinas, todavía instaladas. Y ninguna rata viva.
Ninguna en absoluto, excepto nuestro... nuevo amigo. Sabemos que hay
algo muy raro. Olfateé un poco alrededor del lugar donde la encontré, y olí
ratas. Muchas ratas. Quiero decir montones.
—¿Vivas? —preguntó Porotos Peligrosos.
—Sí.
—¿Todas en un lugar?
—Así huele —dijo Canela Oscuro—. Creo que un escuadrón debería ir y
echar un vistazo.
Porotos Peligrosos se acercó a la rata y la olfateó otra vez. La rata lo
olfateó. Se tocaron las garras. Los Cambiados que observaban estaban
asombrados. Porotos Peligrosos estaba tratando al keekee como a un igual.
—Montones de cosas, montones de cosas —murmuró—. Muchas ratas...
humanos... miedo... mucho miedo... montones de ratas, atestadas...
comida... rata... ¿Dijo que ha estado comiendo rata?
—Es un mundo de rata-come-rata —dijo Jamón de Puerco—. Siempre lo
ha sido, siempre lo será.
Porotos Peligrosos arrugó la nariz.
—Hay algo más. Algo... raro. Extraño... está realmente asustada.
—Ha estado en una trampa —dijo Melocotones—. Y entonces nos
conoció.
—Mucho... peor que eso —dijo Porotos Peligrosos—. Está... está
asustada de nosotros porque somos ratas extrañas pero le huelo alivio de
que no... seamos lo que ella solía...
—¡Humanos! —escupió Canela Oscuro.
—No... lo... creo...
—¿Otras ratas?
—Sí... no... yo... no... es difícil decirlo...
—¿Perros? ¿Gatos?
—No. —Porotos Peligrosos retrocedió—. Algo nuevo.
—¿Qué haremos con ella? —dijo Melocotones.
—Dejarla ir, supongo.
—¡No podemos hacer eso! —dijo Canela Oscuro—. Hemos desactivado
todas las trampas que encontramos pero todavía hay veneno por todo el
lugar. No enviaría a un ratón a ese lote. No ha tratado de atacarnos,
después de todo.
—¿Entonces? —dijo Jamón de Puerco—. ¿Qué es otro keekee muerto?
—Sé lo que quiere decir Canela Oscuro —dijo Melocotones—. No
podemos enviarla a morir.
Gran Ahorro se adelantó y puso una garra alrededor de la joven
hembra, abrazándola protectora. Miró furiosa a Jamón de Puerco. Aunque a
veces podía morderlo si estaba enojada, no discutiría con él. Era demasiado
vieja para hacerlo. Pero su expresión dijo: todos los machos son estúpidos,
tú estúpida rata vieja.
Parecía perdido.
—Hemos matado keekees, ¿verdad? —dijo tristemente—. ¿Por qué
queremos a éste dando vueltas por aquí?
—No podemos enviarla a morir —dijo Melocotones, mirando la
expresión de Porotos Peligrosos otra vez. Tenía esa mirada distante en sus
ojos rosados.
—¿Quieres que ande por allí comiendo nuestra comida y desordenando
las cosas? —dijo Jamón de Puerco—. No puede hablar, no puede pensar...
—¡Ni tampoco nosotros, no hace mucho tiempo! —respondió
Melocotones, con brusquedad—. ¡Todos éramos como ella!
—¡Podemos pensar ahora, joven hembra! —dijo Jamón de Puerco con el
pelo parado.
—Sí —dijo Porotos Peligrosos con calma—. Podemos pensar. Podemos
pensar lo que hacemos. Podemos tener lástima del inocente que no nos
quiere causar ningún daño. Y es por eso que puede quedarse.
La cabeza de Jamón de Puerco giró bruscamente. Porotos Peligrosos
todavía se encontraba cara a cara con el recién llegado. Jamón de Puerco se
encabritó instintivamente, una rata lista para pelear. Pero Porotos Peligrosos
no pudo verlo.
Melocotones observó a la vieja rata con preocupación. Había sido
desafiado, por una pequeña rata enclenque que no duraría un segundo en
una pelea. Y Porotos Peligrosos ni siquiera se había dado cuenta de que
había lanzado el desafío.
Él no piensa de ese modo, se dijo a sí misma Melocotones.
Las otras ratas estaban observando a Jamón de Puerco. Ellas todavía
pensaban de ese modo, y estaban esperando ver lo que haría.
Pero incluso Jamón de Puerco estaba cayendo en la cuenta de que
atacar a la rata blanca sería inimaginable. Sería como cortar su propia cola.
Muy cuidadosamente se relajó.
—Es sólo una rata —farfulló.
—Pero tú, querido Jamón de Puerco, no lo eres —dijo Porotos
Peligrosos—. ¿Irás con el escuadrón de Canela Oscuro a averiguar de dónde
vino? Podía ser peligroso.
Esto hizo que el pelo de Jamón de Puerco se erizara otra vez.
—¡No le tengo miedo al peligro! —bramó.
—Por supuesto que no. Es por eso que debes ir. Ella estaba aterrorizada
—dijo Porotos Peligrosos.
—¡Nunca le he tenido miedo a nada! —gritó Jamón de Puerco.
Ahora Porotos Peligrosos se volvió para encontrarse cara a cara con él.
A la luz de la vela los ojos rosados tenían un brillo. Jamón de Puerco no era
una rata que pasaba mucho tiempo pensando en cosas que no podía ver, ni
oler, ni morder, pero...
Levantó la mirada. La luz de la vela hacía que las grandes sombras de
rata bailaran sobre la pared. Jamón de Puerco había escuchado que las ratas
jóvenes hablaban de sombras y sueños, y de lo que le pasaba a tu sombra
después de que habías muerto. Él no se preocupaba por esas cosas. Las
sombras no podían morderlo. No había nada a qué tenerle miedo en las
sombras. Pero ahora su propia voz en su cabeza le decía Estoy asustado de
lo que esos ojos pueden ver. Miró a Canela Oscuro que estaba rascando algo
en el barro con uno de sus palos.
—Iré, pero dirigiré la expedición —dijo—. ¡Soy la rata mayor aquí!
—Eso no me preocupa —dijo Canela Oscuro—. El Sr. Clicoso va al frente
en todo caso.
—Pensé que se había hecho pedazos la semana pasada —dijo
Melocotones.
—Nos quedan dos —dijo Canela Oscuro—. Entonces tendremos que
atacar otra tienda de mascotas.
—Soy el líder —dijo Jamón de Puerco—. Yo diré qué haremos, Canela
Oscuro.
—Muy bien, señor. Muy bien —dijo Canela Oscuro, todavía dibujando en
el barro—. Y sabe cómo asegurar todas las trampas, ¿verdad?
—¡No, pero puedo decirte que lo hagas!
—Bien. Bien —dijo Canela Oscuro, haciendo más marcas con su palo y
sin mirar al jefe—. Y me dirá qué palancas no tocar y qué partes dejar
abiertas, ¿verdad?
—No tengo que saber sobre trampas —dijo Jamón de Puerco.
—Pero yo sí, señor —dijo Canela Oscuro, con la misma voz calma—. Y le
digo que hay un par de cosas sobre algunas de estas nuevas trampas que no
comprendo, y hasta que las comprenda sugeriría muy respetuosamente que
me deje todo a mí.
—¡Ésa no es manera de hablar a una rata superior!
Canela Oscuro le lanzó una mirada, y Melocotones contuvo la
respiración.
Éste es el enfrentamiento, pensó. Aquí es donde averiguamos quién es
el líder.
Entonces Canela Oscuro dijo:
—Lo siento. La impertinencia no fue intencional.
Melocotones captó el asombro entre los machos más viejos que estaban
mirando. Canela Oscuro. ¡Había cedido! ¡No había saltado!
Pero no se había encogido, tampoco.
El pelo de Jamón de Puerco se asentó. La vieja rata se sentía perdida y
no sabía cómo enfrentarse con esto. Todas las señales estaban confusas.
—Bien, er...
—Obviamente, como líder usted debe dar las órdenes —dijo Canela
Oscuro.
—Sí, er...
—Pero mi consejo, señor, es que lo investiguemos. Las cosas
desconocidas son peligrosas.
—Sí. Indudablemente —dijo Jamón de Puerco—. Sí, efectivamente.
Investigaremos. Por supuesto. Hazte cargo. Soy el líder, y eso es lo que
estoy diciendo.
10
Las ratas habían encontrado uno en la ciudad de Quirm, que era donde tenían los Sres. Clicosos. Estaban sobre
un estante etiquetados como ‘Juguetes para Gatitos’, junto con una caja de ratas de goma que chillaban, llamadas
con la gran imaginación Sr. Chilloso. Las ratas habían tratado de eludir las trampas tocándolas con una rata de
goma en el extremo de un palo, pero cuando la trampa se cerraba el chillido perturbaba a todos. Nadie se
preocupaba por lo que le pasaba a un Sr. Clicoso. (Nota del autor)
ruedas en las mandíbulas. Añadió—: No pude comprender de qué se trataba,
en ese momento. Pero ahora creo que puedo ver lo que quiso decir.
Volvió a mirar a lo largo del túnel hacia donde ardía una llama de vela,
y agarró a una rata que pasaba.
—Melocotones y Porotos Peligrosos deben permanecer atrás,
¿comprendes? —dijo—. No vendrán más lejos.
—¡Correcto, señor! —dijo la rata, y se alejó deprisa.
La expedición se movió hacia adelante, cautelosamente, mientras el
túnel se abría en un gran desagüe antiguo. Tenía un hilo de agua en el
fondo. Había unas cañerías antiguas en el techo. Aquí y allá el vapor salía
siseando. Una débil luz verde provenía de una reja de calle, más lejos en el
desagüe.
El sitio olía a ratas. Olía recientemente a ratas. De hecho había una rata
ahí dentro, mordisqueando en una bandeja de comida sobre un ladrillo
destrozado. Echó un vistazo a los Cambiados y huyó.
—¡Vayan tras ella! —gritó Jamón de Puerco.
—¡No! —gritó Canela Oscuro. Un par de ratas, que habían empezado a
perseguir al keekee vacilaron.
—¡Ésa fue una orden! —bramó Jamón de Puerco, volviéndose hacia
Canela Oscuro. El experto en trampas hizo unas inclinaciones muy breves y
dijo:
—Por supuesto. Pero creo que la opinión de Jamón de Puerco en
posesión de todos los hechos será un poco diferente de la opinión de Jamón
de Puerco que sólo gritó porque vio una rata escapando, ¿hum? ¡Olfatee el
aire!
La nariz de Jamón de Puerco se arrugó.
—¿Veneno?
Canela Oscuro asintió.
—Gris Nº 2 —dijo—. Cosa horrible. Es mejor mantenerse bien lejos.
Jamón de Puerco miró hacia ambos lados a lo largo de la cañería.
Continuaba un largo trecho, y tenía casi la altura para que un humano
pasara gateando. Muchos tubos más pequeños colgaban cerca del techo.
—Está caliente aquí —dijo.
—Sí, señor. Melocotones ha estado leyendo la guía. Unas fuentes
termales de agua salen del suelo aquí y la bombean hasta algunas de las
casas.
—¿Por qué?
—Para bañarse, señor.
—Jrunf. —A Jamón de Puerco no le gustaba esa idea. Muchas de las
ratas jóvenes eran entusiastas por tomar baños.
Canela Oscuro se volvió al escuadrón.
—¡Jamón de Puerco quiere ese veneno enterrado, y pishado, y un
señalador sobre él ahora!
Jamón de Puerco escuchó un sonido metálico a su lado. Giró y vio que
Canela Oscuro había sacado, de su red de herramientas, un delgado trozo de
metal.
—¿Qué es esa krckrck cosa? —preguntó.
Canela Oscuro sacudió la cosa de atrás para adelante.
—Hice que el muchacho de aspecto estúpido lo hiciera para mí —dijo.
Y entonces Jamón de Puerco se dio cuenta de qué se trataba.
—Ésa es una espada —dijo—. ¡Tomaste la idea de El Sr. Conejín Tiene
Una Aventura!
—Eso es correcto.
—Nunca he creído en esas cosas —masculló Jamón de Puerco.
—Pero un pincho es un pincho —dijo Canela Oscuro, tranquilamente—.
Creo que estamos cerca de las otras ratas. Sería buena idea si la mayoría de
nosotros nos quedáramos aquí... señor. —Jamón de Puerco sintió que le
estaba dando órdenes otra vez, pero Canela Oscuro estaba siendo
educado—. Sugiero que algunos de nosotros continuemos adelante para
olfatearlas —continuó Canela Oscuro—. Sardinas sería útil, y yo iré, por
supuesto.
—Y yo —dijo Jamón de Puerco.
Miró con fuerza a Canela Oscuro.
—Por supuesto.
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
Las tres ratas saltaron, pero ya era demasiado tarde. Sólo había un
agujero con la forma de Maurice en el aire. Maurice había cruzado la
habitación y trepaba algunas cajas.
Escuchó chillar por debajo. Saltó a otra caja y vio un lugar en la pared
donde algunos de los ladrillos se habían caído. Apuntó hacia allí, hurgó sobre
el delgado aire mientras más ladrillos se movían bajo sus garras, y se lanzó
a lo desconocido.
Era otro sótano. Y estaba lleno de agua. A decir verdad, no estaba lleno
de agua exactamente. Era algo en lo que el agua se convierte
eventualmente cuando las jaulas de las ratas desaguan en ella, y las zanjas
de arriba desaguan en ella, y ha tenido la oportunidad de asentarse y
burbujear suavemente durante aproximadamente un año. Llamarlo ‘barro’
sería un insulto a los pantanos perfectamente respetables en todo el mundo.
Maurice aterrizó en eso. Hizo ‘glup’.
Chapoteó furiosamente al estilo gato a través de la cosa espesa,
tratando de no respirar, y se arrastró hasta una pila de escombros del otro
lado de la habitación. Una viga caída, resbalosa por el moho, lo condujo al
laberíntico techo de madera ennegrecida por el fuego.
Todavía podía escuchar la temible voz en su cabeza, pero llegaba
amortiguada. Estaba tratando de darle órdenes. ¿Tratando de darle órdenes
a un gato? Era más fácil clavar jalea a una pared. ¿Qué se pensaba que era,
un perro?
El barro hediondo le chorreaba del cuerpo. Incluso sus orejas estaban
llenas de barro. Comenzó a lamerse para limpiarse, y luego se detuvo. Era
una reacción gatuna perfectamente normal, lamerse para limpiarse. Pero
lamer esto probablemente lo mataría...
Hubo un movimiento en la oscuridad. Pudo distinguir algunas formas de
grandes rata que se escurrían por el agujero. Escuchó un par de salpicones.
Algunas de las formas se arrastraban a lo largo de las paredes.
Ah, dijo la voz. ¿Las ves? ¡Obsérvalas venir a por ti, GATO!
Maurice no corrió. Éste no era momento de escuchar a su gato interior.
Su gato interior lo había sacado de la habitación, pero su gato interior era
estúpido. Quería que él atacara cosas bastante pequeñas y que escapara de
todo lo demás. Pero ningún gato podía enfrentar a un grupo de ratas de este
tamaño. Se congeló, y trató de mantener vigiladas a las ratas que
avanzaban. Estaban yendo directamente hacia él.
Espera... espera...
La voz había dicho: Puedes verlas...
¿Cómo lo sabía?
Maurice trató de pensar fuerte: ¿Puedes... Leer... Mi... Mente?
Nada ocurrió.
Maurice tuvo una inspiración repentina. Cerró los ojos.
¡Ábrelos!, llegó la orden de inmediato, y sus párpados temblaron.
No lo haré, pensó Maurice. ¡No puedes escuchar mis ideas!, pensó.
¡Solamente usas mis ojos y mis oídos! Sólo estás adivinando lo que estoy
pensando.
No hubo respuesta. Maurice no esperó. Saltó. La viga inclinada estaba
donde recordaba. Subió clavando las uñas, y esperó. Por lo menos todo lo
que podían hacer era seguirlo. Con un poco de suerte, podría usar sus
garras...
Las ratas se acercaron más. Ahora lo estaban olfateando abajo, e
imaginó estremecidos hocicos en la oscuridad.
Una empezó a trepar la viga, todavía olfateando. Debía estar a unas
pulgadas de la cola de Maurice cuando dio media vuelta y bajó otra vez.
Escuchó que alcanzaban la cima de los escombros. Hubo más olfateo
perplejo y entonces, en la oscuridad, el sonido de las ratas chapoteando a
través del barro.
Maurice, asombrado, arrugó su frente cubierta por el barro. ¿Ratas que
no podían oler a un gato? Y luego cayó en la cuenta. Él no olía a gato,
apestaba a barro, se sentía como barro, en una habitación que apestaba a
barro.
Se sentó, todavía de piedra, hasta que a través de las orejas
embarradas escuchó que las garras se dirigían de regreso al agujero en la
pared. Entonces, sin abrir los ojos, se deslizó cuidadosamente hasta los
escombros otra vez y descubrió que estaban apilados contra una puerta de
madera podrida. Lo que debía haber sido un trozo de tabla, empapado como
una esponja, cayó cuando lo tocó.
Una sensación de aire libre sugería que había otro sótano más allá.
Apestaba a putrefacción y a madera quemada.
¿Sabría la... voz dónde estaba si abría los ojos ahora? ¿Acaso un sótano
no se parecía a otro?
Quizás esta habitación estaba llena de ratas también.
Sus ojos se abrieron de golpe. No había ninguna rata, pero había otra
oxidada tapa de desagüe que se abría en un túnel justo del tamaño para que
él pudiera caminar. Pudo ver una pálida luz.
De modo que éste es el mundo rata, pensó, mientras trataba de sacarse
el barro. Oscuro, embarrado, apestoso y lleno de voces raras. Soy un gato.
Luz de sol y aire fresco, ése es mi estilo. Todo lo que necesito ahora es un
agujero hacia el mundo exterior y no me encontrarán para polvo, o por lo
menos para trocitos de barro seco.
Una voz en su cabeza, que no era la voz misteriosa sino una voz
exactamente como la suya, dijo: ¿Pero qué hay del muchacho de aspecto
estúpido y el resto de ellos? ¡Deberías ayudarlos! Y Maurice pensó: ¿Desde
dónde vienes tú? Te diré algo, tú los ayudas y yo iré a algún lugar cálido,
¿qué me dices?
La luz al final del túnel se puso más brillante. Todavía no era nada como
luz de día, o siquiera luz de luna, pero cualquier cosa era mejor que esta
penumbra.
Al menos, casi cualquier cosa.
Asomó la cabeza por la cañería hacia una mucho más grande, hecha de
ladrillos que estaban legamosos con esa extraña y desagradable cosa
subterránea, y hacia el círculo de luz de vela.
—¿Es... Maurice? —preguntó Melocotones, mirando el barro que
chorreaba de su pelo enmarañado.
—Huele mejor de lo habitual, entonces —dijo Canela Oscuro, sonriendo
de una manera que Maurice consideró poco amistosa.
—Oh ja, ja —dijo Maurice, débilmente. No estaba de humor para
respuestas ingeniosas.
—Ah, sabía que no nos defraudarías, viejo amigo —dijo Porotos
Peligrosos—. Siempre he dicho que podemos confiar en Maurice, al menos.
—Suspiró profundamente.
—Sí —dijo Canela Oscuro, lanzando a Maurice una mirada mucho más
perspicaz—. ¿Confiar en él para hacer qué, sin embargo?
—Oh —dijo Maurice—. Er. Bien. Los encontré a todos ustedes, entonces.
—Sí —dijo Canela Oscuro, con un tono de voz que Maurice consideró
desagradable—. Asombroso, ¿verdad? Espero que hayas estado buscando
por mucho tiempo, también. Te vi salir como un rayo a buscarnos.
—¿Puedes ayudarnos? —dijo Porotos Peligrosos—. Necesitamos un plan.
—Ah, correcto —dijo Maurice—. Sugiero que vayamos arriba en a la
primera oportuni...
—Para rescatar a Jamón de Puerco —dijo Canela Oscuro—. No dejamos
a nuestra gente atrás.
—¿No lo hacemos? —dijo Maurice.
—Nosotros no lo hacemos —dijo Canela Oscuro.
—Y además está el muchacho —dijo Melocotones—. Sardinas dice que
está atado con la hembra en uno de los sótanos.
—Oh, bien, ya sabes, humanos —dijo Maurice, arrugando la cara—.
Humanos y humanos, ya sabes, es un tipo de cosa humana, creo que no
debemos entrometernos, podría malinterpretarse, conozco a los humanos, lo
solucionarán.
—¡No me importa un shrlt de hurón los humanos! —dijo Canela Oscuro
con brusquedad—. ¡Pero esos cazadores de ratas sacaron a Jamón de Puerco
en un saco! ¡Viste esa habitación, gato! ¡Viste las ratas atestadas en jaulas!
¡Son los cazadores de ratas los que están robando la comida! ¡Sardinas dice
que hay sacos y sacos de comida! Y hay algo más...
—Una voz —dijo Maurice, antes de poder detenerse.
Canela Oscuro levantó la vista, con ojos locos.
—¿Tú la escuchaste? —dijo—. ¡Pensé que sólo nosotros!
—Los cazadores de ratas también pueden escucharla —dijo Maurice—.
Pero ellos piensan que son sus propios pensamientos.
—Asustó los otros —masculló Porotos Peligrosos—. Simplemente...
dejaron de pensar... —Parecía completamente abatido. A su lado, abierto,
mugriento de suciedad y marcas de garras, estaba El Sr. Conejín Tiene Una
Aventura—. Incluso Toxie salió corriendo —continuó—. ¡Y él sabe escribir!
¿Cómo puede ocurrir eso?
—Parece afectar a algunos de nosotros más que a otros —dijo Canela
Oscuro, con una voz más práctica—. He enviado a algunos de los más
sensatos a tratar de reunir al resto, pero va a ser un largo trabajo. Corrían
ciegamente. Tenemos que recuperar a Jamón de Puerco. Es el líder. Somos
ratas, después de todo. Un clan. Las ratas seguirán al líder.
—Pero está un poco viejo, y tú eres el fuerte, y él no es exactamente el
cerebro del conjunto —comenzó Maurice.
—¡Se lo llevaron! —dijo Canela Oscuro—. ¡Son cazadores de ratas! ¡Él
es uno de nosotros! ¿Vas a ayudar o no?
Maurice creyó escuchar un ruido de garras en el otro extremo de la
cañería. No podía darse vuelta para verificar, y de repente se sintió muy
expuesto.
—Sí, ayudarlos, sí, sí —dijo apresuradamente.
—Ejem. ¿Quieres decir eso realmente, Maurice? —dijo Melocotones.
—Sí, sí, correcto —dijo Maurice. Salió de la cañería y miró atrás a lo
largo de ella. No había ninguna señal de ratas.
—Sardinas están siguiendo a los cazadores de ratas —dijo Canela
Oscuro—, así averiguaremos a dónde lo están llevando.
—Tengo el mal presentimiento de que ya lo sé —dijo Maurice.
—¿Cómo? —intervino Melocotones.
—Soy un gato, ¿de acuerdo? —dijo Maurice—. Los gatos andan por
muchos lugares. Vemos cosas. Muchos lugares donde no molestan los gatos
que andan, correcto, porque mantenemos lejos las alima... mantenemos las,
er...
—Muy bien, muy bien, sabemos que no comes a nadie que pueda
hablar, siempre nos lo dices —dijo Melocotones—. ¡Sigue así!
—Una vez estuve en un lugar, era un establo, yo estaba en el desván
del heno, donde siempre puedes encontrar un, er...
Melocotones blanqueó los ojos.
—¡Sí, sí, continúa!
—Bien, de todos modos, todos estos hombres entraron y yo no podía
salir porque tenían muchos perros y cerraron las puertas de establo y, er,
levantaron esta especie de, esta especie de gran pared redonda de madera
en medio del piso, y había algunos hombres con cajas de ratas y soltaron a
las ratas en el aro y entonces, y entonces pusieron algunos perros también.
Terrier —añadió, tratando de eludir sus expresiones.
—¿Las ratas lucharon contra los perros? —dijo Canela Oscuro.
—Bien, supongo que podrían haberlo hecho —dijo Maurice—.
Principalmente corrían alrededor. Se llama carrera de ratas. Los cazadores
de ratas traen a las ratas, por supuesto. Vivas.
—Carrera de ratas... —dijo Canela Oscuro—. ¿Cómo es que nunca
hemos oído hablar de eso?
Maurice le parpadeó. Para ser criaturas inteligentes, a veces las ratas
podían ser asombrosamente estúpidas.
—¿Por qué lo sabrían ustedes? —dijo.
—Seguramente una de las ratas que...
—Parece que no comprendes —dijo Maurice—. Las ratas que entran en
el hoyo no salen. Por lo menos, no respirando.
Hubo silencio.
—¿No pueden saltar afuera? —preguntó Melocotones con una voz
pequeña.
—Demasiado alto —dijo Maurice.
—¿Por qué no luchan contra los perros? —dijo Canela Oscuro.
Real, realmente estúpido, pensó Maurice.
—Porque son ratas, Canela Oscuro —dijo Maurice—. Montones de ratas.
Todas apestando miedo y pánico a las otras. Ya sabes cómo ocurre.
—¡Mordí a un perro en la nariz una vez! —dijo Canela Oscuro.
—Correcto, correcto —dijo Maurice con dulzura—. Una rata puede
pensar y ser valiente, correcto. Pero un grupo de ratas es una turba. Un
grupo de ratas es sólo un gran animal con muchas piernas y sin cerebro.
—¡Eso no es verdad! —dijo Melocotones—. ¡Juntos somos fuertes!
—¿Exactamente qué altura? —dijo Canela Oscuro, que miraba la luz de
la vela como si viera imágenes en ella.
—¿Qué? —preguntaron al mismo tiempo Melocotones y Maurice.
—La pared... ¿qué altura, exactamente?
—¿Huh? ¡No lo sé! ¡Alta! ¡Los humanos estaban apoyando los codos
sobre ella! ¿Importa? Es demasiado alta para que una rata la salte, lo sé.
—Todo lo que hemos hecho, lo hemos hecho porque nos mantuvimos
juntos... —empezó Melocotones.
—Rescataremos a Jamón de Puerco juntos, entonces —dijo Canela
Oscuro—. Nosotros... —dio media vuelta al sonido de una rata viniendo a lo
largo del tubo, y luego arrugó la nariz—. Es Sardinas —dijo—. Y... veamos,
huele hembra, joven, nerviosa... ¿Nutritiva?
El miembro más joven del Escuadrón de Eliminación de Trampas venía
detrás de Sardinas. Estaba mojada y abatida.
—Pareces una rata ahogada, señorita —dijo Canela Oscuro.
—Caí en un desagüe roto, señor —dijo Nutritiva.
—Es bueno verte, de todos modos. ¿Qué está ocurriendo, Sardinas?
La rata bailadora hizo algunos pasos nerviosos.
—He trepado más drenajes y caminado más tendederos que lo que es
bueno para mí —dijo—. Y no me pregunte sobre gatos krrkk, jefe, me
gustaría ver al último muerto... perdonando la presencia, por supuesto —
añadió Sardinas, echando un ojo nervioso a Maurice.
—¿Y? —dijo Melocotones.
—Se han ido a una especie de establo justo al borde del pueblo —dijo
Sardinas—. Huele mal. Muchos de perros por allí. Hombres, también.
—Hoyo de rata —dijo Maurice—. Te lo dije. ¡Han estado criando ratas
para el hoyo de rata!
—Correcto —dijo Canela Oscuro—. Vamos a sacar a Jamón de Puerco de
allí. Sardinas, tú me mostrarás el camino. Trataremos de recoger a otros
mientras vamos. El resto debería tratar de encontrar al muchacho.
—¿Por qué estás tú dando órdenes? —dijo Melocotones.
—Porque alguien tiene que hacerlo —dijo Canela Oscuro—. Jamón de
Puerco puede estar un poco costroso y ser reacio en sus ideas pero es el
líder y todos lo huelen y lo necesitamos. ¿Alguna pregunta? Correcto...
—¿Puedo ir, señor? —dijo Nutritiva.
—Ella me ayuda a llevar mi cordel, jefe —explicó Sardinas. Tanto él
como la rata más joven cargaban ovillos de él.
—¿Necesitas todo eso? —dijo Canela Oscuro.
—Nunca debería decir no a un trozo de cordel, jefe —dijo Sardinas
seriamente—. Son asombrosas algunas de las cosas que he encontrado...
—Muy bien, mientras sea útil para algo —dijo Canela Oscuro—. Será
mejor que pueda aguantar el ritmo. ¡Vámonos!
Y entonces sólo quedaron Porotos Peligrosos, Melocotones, y Maurice.
Porotos Peligrosos suspiró.
—Una rata puede ser valiente, ¿pero un grupo de ratas es sólo una
turba? —dijo—. ¿Tienes razón, Maurice?
—No, estaba... mira, había algo allá atrás —dijo Maurice—. Está en un
sótano. No sé qué es. ¡Es la voz que se mete en la cabeza de las personas!
—No de todas —dijo Melocotones—. No te asustó, ¿verdad? O a
nosotros. O a Canela Oscuro. Hizo que Jamón de Puerco se enfadara mucho.
¿Por qué?
Maurice parpadeó. Podía escuchar la voz en su cabeza otra vez. Era
muy apagada, y no eran sus propios pensamientos indudablemente, y decía,
¡Encontraré una manera de entrar, GATO!
—¿Escucharon eso? —dijo.
—No escuché nada —dijo Melocotones.
Tal vez tenías que estar cerca, pensó Maurice. Tal vez, si estabas cerca,
sabía dónde vivía tu cabeza.
Nunca había visto una rata tan miserable como Porotos Peligrosos. La
pequeña rata estaba acurrucada junto a la vela, mirando sin ver El Sr.
Conejín Tiene Una Aventura.
—Esperaba que fuera mejor que esto —dijo Porotos Peligrosos—. Pero
resulta que sólo somos... ratas. Tan pronto como hay problemas, sólo
somos... ratas.
No era muy habitual en Maurice sentir simpatía por alguien que no
fuera Maurice. En un gato, ése es un defecto de carácter muy importante.
Debo estar enfermo, pensó.
—Si te sirve de algo, soy sólo un gato —dijo.
—Oh, pero no lo eres. Eres amable y, muy en el fondo, intuyo que
tienes una naturaleza generosa —dijo Porotos Peligrosos.
Maurice trató de no mirar a Melocotones. Oh chico, pensó.
—Por lo menos les preguntas a las personas antes de comerlas —dijo
Melocotones.
Es mejor que les digas, dijo el pensamiento de Maurice. Vamos, diles.
Te sentirás mejor.
Maurice trató de decirle a su pensamiento que se callara. ¡Qué
momento para tener conciencia! ¿Qué tenía de bueno un gato con una
conciencia? Un gato con una conciencia era un... un hámster, o algo así...
—Hum, he estado queriendo hablarte sobre eso —farfulló.
Vamos, diles, dijo su nueva y brillante conciencia. Déjalo salir.
—¿Sí? —dijo Melocotones.
Maurice se retorció.
—Bien, ya sabes que siempre verifico mi comida en estos días...
—Sí, y te hace gran honor —dijo Porotos Peligrosos.
Ahora Maurice se sentía aun peor.
—Bien, ya sabes que siempre nos hemos preguntado cómo tuve el
Cambio aunque nunca comí ninguna de esas cosas mágicas en el basurero...
—Sí —dijo Melocotones—. Eso siempre me ha desconcertado.
Maurice se movió inquieto.
—Bien, ya sabes... er... ¿alguna vez conociste una rata, muy grande,
sin una oreja, un poco de pelo blanco de un lado, no podía correr demasiado
rápido por una pierna mala?
—Eso suena a Aditivos —dijo Melocotones.
—Oh, sí —dijo Porotos Peligrosos—. Desapareció antes de que te
encontráramos, Maurice. Una buena rata. Tenía poco de dificultad para...
hablar.
—Dificultad para hablar —dijo Maurice tristemente.
—Tartamudeaba —dijo Melocotones, lanzando a Maurice una larga y fría
mirada—. No le salían las palabras muy fácilmente.
—No muy fácilmente —dijo Maurice; su voz ahora sonaba muy hueca.
—Pero estoy seguro de que nunca lo conociste, Maurice —dijo Porotos
Peligrosos—. Lo extraño. Era una rata maravillosa en cuanto comenzaba a
hablar.
—Ejem. ¿Acaso la conociste, Maurice? —dijo Melocotones, y su mirada
lo clavaba a la pared.
La cara de Maurice se movió. Probó varias expresiones una tras otra.
Entonces dijo:
—¡Muy bien! Lo comí, ¿de acuerdo? ¡Todo él! ¡Menos la cola y la parte
verde que tiembla y ese grumo púrpura desagradable, que nadie sabe qué
es! ¡Yo era sólo un gato! ¡No había aprendido a pensar aún! ¡No lo sabía!
¡Estaba hambriento! ¡Los gatos comen ratas, así es la cosa! ¡No fue mi
culpa! ¡Y él había estado comiendo cosas mágicas y lo comí de modo que
luego cambié también! ¿Sabes cómo se siente, viendo la parte verde que
tiembla así? ¡No se siente bien! ¡A veces en las noches oscuras pienso que
puedo escucharlo hablar ahí abajo! ¿De acuerdo? ¿Satisfechos? ¡No sabía
que era alguien! ¡No sabía que era alguien! ¡Lo comí! ¡Él había estado
comiendo cosas en el basurero y lo comí de modo que así fue como cambié!
¡Lo admito! ¡Lo comí! ¡No fue mi cuuulpaaa!
Y entonces hubo silencio. Después de un rato, Melocotones dijo:
—Sí, pero fue hace mucho tiempo, ¿verdad?
—¿Qué? ¿Quieres decir que he comido a alguien últimamente? ¡No!
—¿Estás arrepentido por lo que hiciste? —dijo Porotos Peligrosos.
—¿Arrepentido? ¿Qué piensas tú? A veces tengo pesadillas donde eructo
y él...
—Entonces probablemente está bien —dijo la pequeña rata.
—¿Bien? —dijo Maurice—. ¿Cómo puede estar bien? ¿Y sabes la peor
parte? ¡Soy un gato! ¡Los gatos no van por allí sintiéndose arrepentidos! ¡O
culpables! ¡Nunca lamentamos nada! ¿Sabes cómo se siente, decir ‘Hola
comida, ¿puedes hablar?’ ¡Se supone que un gato no se comporta así!
—Nosotros no nos comportamos como se supone —dijo Porotos
Peligrosos. Y entonces su cara se puso larga otra vez—. Hasta ahora —
suspiró.
—Todos estaban asustados —dijo Melocotones—. El miedo se extiende.
—Esperaba que pudiéramos ser más que ratas —dijo Porotos
Peligrosos—. Pensaba que podíamos ser más que cosas que chillan y se
escurren, sin importar lo que Jamón de Puerco diga. Y ahora... ¿dónde están
todos?
—¿Te leo de El Sr. Conejín? —dijo Melocotones con la voz llena de
preocupación—. Sabes que siempre te alegra cuando estás en uno de tus...
momentos oscuros.
Porotos Peligrosos asintió.
Melocotones tiró del inmenso libro hacia ella y empezó a leer.
—Un día el Sr. Conejín y su amigo Ratoso Rupert la Rata fueron a ver al
Anciano Burro, que vivía junto al río...
—Lee la parte donde hablan con los humanos —dijo Porotos Peligrosos.
Melocotones volvió una página obedientemente.
—‘Hola, Ratoso Rupert —dijo el Granjero Fred—. ¡Qué día tan
encantador, seguro...’
Esto está loco, pensó Maurice, mientras escuchaba una historia sobre
bosques salvajes y frescos arroyos burbujeantes, leída a una rata por otra
rata, sentados junto a un desagüe a lo largo de cuál corría algo que
ciertamente no era fresco. Cualquier cosa menos fresco. Para ser justo, sin
embargo, estaba burbujeando un poco, o al menos haciendo glup.
Todo se está yendo a la basura y tienen esta pequeña imagen de qué
buenas podrían ser las cosas en sus cabezas...
Mira esos pequeños y tristes ojos rosados, dijeron los propios
pensamientos de Maurice en la propia cabeza de Maurice. Mira esas
pequeñas narices arrugadas y temblorosas. Si te fueras y los dejaras aquí,
¿cómo podrías mirar esas pequeñas narices temblorosas en la cara otra vez?
—No tendría que hacerlo —dijo Maurice, en voz alta—. ¡Ése es el punto!
—¿Qué? —dijo Melocotones, levantando la vista del libro.
—Oh, nada... —Maurice hizo una pausa. No tenía sentido. Iba en contra
de todo lo que significaba ser un gato. Esto es lo que pensar hace por ti,
pensó. Te mete en problemas. Incluso cuando sabes que las otras personas
pueden pensar por sí mismas, empiezas a pensar por ellos también. Gimió.
—Será mejor que veamos qué le pasó al muchacho —dijo.
CAPÍTULO 9
—¡Por fin! —dijo Malicia, sacudiéndose las sogas—. De algún modo creía
que las ratas podrían roer más rápido.
—Usaron un cuchillo —dijo Keith—. Y podrías decir gracias, ¿verdad?
—Sí, sí, diles que estoy muy agradecida —dijo Malicia, poniéndose de
pie.
—¡Diles tú misma!
—Lo siento, pero encuentro tan embarazoso... hablar con ratas.
—Supongo que es comprensible —dijo Keith—. Si has sido educada para
odiarlas porque ellas...
—Oh, no es eso —dijo Malicia, caminando hacia la puerta y mirando el
ojo de la cerradura—. Sólo que es tan... infantil. Tan... tinkly-winkly. Tan...
El Sr. Conejín.
—¿El Sr. Conejín? —chilló Melocotones, y realmente fue un chillido, una
palabra que salió como una especie de pequeño alarido.
—¿Y que hay de El Sr. Conejín? —dijo Keith.
Malicia metió la mano en su bolsillo y sacó su paquete de horquillas
dobladas.
—Oh, un libro que escribió alguna tonta mujer —dijo, rebuscando en la
cerradura—. Cosas estúpidas para niños mocosos. Hay una rata, un conejo,
una serpiente, una gallina, y un búho y todos van por allí usando ropa y
hablando con los humanos y todo es tan bonito y acogedor que te pone
absolutamente enfermo. ¿Sabes que mi padre los guarda de cuando era
niño? El Sr. Conejín Tiene Una Aventura, El Día Ocupado Del Sr. Conejín,
Ratoso Rupert Logra El Éxito... Me los leyó todos cuando era pequeña y no
hay ningún homicidio interesante en ningunos de ellos.
—Creo que es mejor que pares —dijo Keith. No se atrevía a bajar la
vista hacia las ratas.
—No hay ningún sub-texto, ningún comentario social... —continuó
Malicia, todavía rebuscando—. Lo más absolutamente interesante que ocurre
es cuando Doris la Pata pierde un zapato —un pato que pierde un zapato,
¿entiendes?— y aparece bajo la cama después de que han pasado la historia
entera buscándolo. ¿Llamas a eso tensión narrativa? Porque yo no. Si las
personas van a inventar estúpidas historias sobre animales que pretenden
ser humanos, por lo menos podría haber un poco de violencia interesante...
—Oh, chico —dijo Maurice, desde detrás de la reja.
Esta vez Keith miró hacia abajo. Melocotones y Porotos Peligrosos se
habían ido.
—Sabes, nunca tuve el corazón para decirles —dijo, a nadie en
particular—. Creían que todo era verdad.
—En la tierra de Fondo Peludo, posiblemente —dijo Malicia, y se
enderezó cuando la cerradura dio un clic final—. Pero no aquí. ¿Puedes
imaginar que alguien realmente inventara ese nombre y no se riera?
Vámonos.
—Los molestaste —dijo Keith.
—Mira, ¿saldremos de aquí antes de que vuelvan los cazadores de
ratas? —dijo Malicia.
La cuestión sobre esta niña, pensó Maurice, era que no era buena en
escuchar la manera en que las personas hablaban. No era muy buena en
escuchar, si venía al caso.
—No —dijo Keith.
—¿No qué?
—No, no voy contigo —dijo Keith—. Aquí hay algo malo, mucho peor
que hombres estúpidos que roban comida.
Maurice los observó discutir otra vez. Humanos, ¿eh? Piensan que son
los señores de la creación. No como nosotros los gatos. Sabemos que lo
somos. ¿Alguna vez vio a un gato que alimentara a un humano? Argumento
demostrado.
Cómo gritan los humanos, siseó una diminuta voz en su cabeza.
¿Es esa mi conciencia?, pensó Maurice. Sus propios pensamientos
dijeron: ¿Qué, yo? No. Pero me siento mucho mejor ahora que les contaste
sobre Aditivos. Se movió inquieto de garra a garra.
—Bien entonces —susurró, mirando su estómago—, ¿eres tú, Aditivos?
Había estado preocupado por eso desde que se dio cuenta de que había
comido a un Cambiado. Tenían voces, ¿correcto? ¿Supón que te comías uno?
¿Supón que su voz te quedó dentro? ¿Supón que el... el sueño de Aditivos
anda por aquí dentro? Ese tipo de cosas podía interferir seriamente con el
tiempo de dormir la siesta de un gato, realmente.
No, dijo la voz, como el sonido del viento entre árboles distantes, soy
yo. Soy... ARAÑA.
—Oh, ¿eres una araña? —susurró el pensamiento de Maurice—. Podría
desafiar a una araña con tres garras atadas a la espalda.
No una araña. ARAÑA.
La palabra realmente dolió. No lo había hecho antes.
Ahora estoy en tu CABEZA, gato. Gatos, gatos, peores que los perros,
peores que las ratas. Estoy en tu CABEZA, y nunca ME IRÉ.
La garra de Maurice se sacudió.
Estaré en tus SUEÑOS.
—Mira, sólo estoy de paso —susurró Maurice desesperadamente—. No
estoy buscando problemas. ¡Soy poco fiable! ¡Soy un gato! Yo no confiaría
en mí mismo, y yo soy yo! ¡Sólo déjame salir al buen aire fresco y estaré
fuera de tus... pelos o patas o partes peludas o lo que sea!
Tú no quieres ESCAPAR.
Eso es correcto, pensó Maurice, no quiero correr... ¡Espera, sí quiero
escapar!
—¡Soy un gato! —masculló—. Ninguna rata va a controlarme. ¡Tú has
tratado!
Sí, llegó la voz de Araña, pero entonces eras FUERTE. Ahora tu pequeña
mente corre en círculos y quiere que otra persona piense por ella. Yo puedo
pensar por ti.
Puedo pensar por TODOS.
Siempre estaré contigo.
La voz se desvaneció.
Correcto, pensó Maurice. Momento de decir adiós, entonces, Bad Blintz.
La fiesta ha terminado. Las ratas tienen montones de otras ratas e incluso
estos dos humanos se tienen el uno al otro, pero yo sólo me tengo a mí y
me gustaría llevarme a algún sitio donde las extrañas voces no hablen
conmigo.
—Excúsenme —dijo, levantando la voz—. ¿Nos vamos o qué?
Los dos humanos se volvieron para mirar la reja.
—¿Qué? —dijo Keith.
—Preferiría irme —dijo Maurice—. Quita esta reja, ¿quieres? Está
completamente oxidada, no debería ser un problema. Buen muchacho. Y
entonces podemos hacer una carrera...
—Han llamado a un flautista de ratas, Maurice —dijo Keith—. Y el Clan
está por todas partes. Llegará aquí por la mañana. Un legítimo flautista de
ratas, Maurice. No uno falso como yo. Tienen flautas mágicas, ya sabes.
¿Quieres ver que eso le pase a nuestras ratas?
Su nueva conciencia le dio a Maurice una buena patada.
—Bien, no exactamente ver —dijo de mala gana—. No tanto como eso,
no.
—Correcto. Así que no vamos a escapar —dijo Keith.
—¿Oh? ¿Y qué vamos a hacer, entonces? —dijo Malicia.
—Vamos a hablar con los cazadores de ratas cuando vuelvan —dijo
Keith. Tenía una mirada pensativa.
—¿Y qué te hace pensar que ellos querrán hablar con nosotros?
—Porque si no hablan con nosotros —dijo Keith—, van a morir.
Los cazadores de ratas llegaron veinte minutos después. La puerta de la
cabaña estaba sin candado, la abrieron, entonces la cerraron de golpe. El
Cazador de Ratas 2 pasó el cerrojo, también.
—¿Sabes, donde dijiste que iba a ser una buena noche? —dijo,
apoyándose contra ella y jadeando—. Dímelo otra vez, porque creo que me
perdí esa parte.
—Cállate —dijo el Cazador de Ratas 1.
—Alguien me dio un puñetazo en el ojo.
—Cállate.
—Y creo que perdí mi billetera. Son veinte dólares que no veré otra vez
en un apuro.
—Cállate.
—¡Y no pude recoger ninguna de las ratas sobrevivientes de la última
pelea!
—Cállate.
—¡Y también dejamos los perros atrás! ¡Podríamos habernos detenido
para desatarlos! Alguien los robará.
—Cállate.
—¿Las ratas zumban a menudo por el aire de esa manera? ¿O ésa es
esa clase de cosas que solamente te enteras cuando eres un cazador de
ratas jexperimentado?
—¿Dije que te callaras?
—Sí.
—Cállate. Muy bien, nos iremos ahora mismo. Tomaremos el dinero y
robaremos un bote abajo, en el espigón, ¿de acuerdo? Dejaremos las cosas
que no hemos vendido y sólo nos iremos.
—¿Sólo así? Johnny Sinmanos y sus muchachos están llegando río
arriba mañana por la noche para recoger la próxima carga y...
—Nos iremos, Bill. Puedo oler que las cosas están saliendo mal.
—¿Sólo así? Nos debe doscientos dóla...
—¡Sí! ¡Exactamente así! ¡Es tiempo de seguir adelante! ¡La puerta está
abierta, el ave voló, y el gato está fuera de la bolsa! El... ¿Dijiste eso?
—¿Decir qué?
—¿Acabas de decir ‘Ojalá lo estuviera’?
—¿Yo? No.
El cazador de ratas miró a su alrededor en el cobertizo. No había nadie
más ahí.
—Muy bien, entonces —dijo—. Ha sido una larga noche. Mira, cuando
las cosas empiezan a salir mal, entonces es el momento de irnos. Nada
elegante. Sólo nos vamos, ¿correcto? No quiero estar aquí cuando las
personas vengan a buscarnos. Y no quiero encontrarme con ningún flautista
de ratas. Son hombres sagaces. Se entrometen por todas partes. Y cuestan
mucho dinero. Las personas van a hacer preguntas, y la única pregunta que
quiero que hagan es ‘¿Adónde se fueron los cazadores de ratas?’
¿Comprendes? Un buen hombre es el que sabe cuándo irse. ¿Qué hay en la
ap...? ¿Qué dijiste?
—¿Qué, yo? Nada. ¿Una taza de té? Siempre te sientes mejor después
de una taza de té.
—¿No dijiste ‘apuesta tú mismo’? —preguntó el Cazador de Ratas 1.
—¡Sólo pregunté si querías una taza de té! ¡Honestamente! ¿Estás
bien?
El Cazador de Ratas 1 se quedó mirando fijo a su amigo, como si
tratara de ver una mentira en su cara. Entonces dijo:
—Sí, sí. Estoy bien. Tres de azúcar, entonces.
—Eso es correcto —dijo el Cazador de Ratas 2, sirviéndola—. Mantén el
azúcar en la sangre. Tienes que cuidar de ti mismo.
El Cazador de Ratas 1 tomó el jarro, sorbió el té, y miró la superficie
que giraba.
—¿Cómo nos metimos en esto? —dijo—. Quiero decir, ¡todo esto!
¿Sabes? A veces me despierto en la noche y pienso, es estúpido, esto, y
luego vengo a trabajar y todo parece, bien, sensato. Quiero decir, robar
cosas y culpar a las ratas, sí, y criar ratas grandes y fuertes para los hoyos
de rata y traer las que sobreviven de modo que podamos criar ratas incluso
más grandes, sí, pero... no lo sé... Yo no solía ser esa clase de tipo que ata a
niños...
—Hemos hecho un gran fajo de efectivo, sin embargo.
—Sí. —El Cazador de Ratas 1 revolvió el té en su jarro y tomó otro
trago—. Está eso, supongo. ¿Es éste un nuevo té?
—No, es sólo Lord Green, tipo corriente.
—Sabe un poco diferente. —El Cazador de Ratas 1 vació el jarro y lo
puso sobre el banco—. De acuerdo, busquemos el...
—Eso ya es suficiente —dijo una voz desde arriba—. Ahora,
permanezcan quietos y escúchenme. Si escapan, morirán. Si hablan
demasiado, morirán. Si esperan demasiado tiempo, morirán. Si piensan que
son listos, morirán. ¿Alguna pregunta?
Algunas volutas de polvo cayeron de las vigas. Los cazadores de ratas
miraron hacia arriba, y vieron que una cara de gato espiaba hacia abajo.
—¡Es el maldito minino de ese muchacho! —dijo el Cazador de Ratas
1—. ¡Te dije que estaba mirándome de una manera rara!
—Si yo fuera usted, no me miraría —dijo Maurice, en tono
conversacional—. Miraría el veneno de ratas.
El Cazador de Ratas 2 se volvió para mirar la mesa.
—Oye, ¿quién robó un poco del veneno? —dijo.
—Oh —dijo el Cazador de Ratas 1, que pensaba mucho más rápido.
—¿Robarlo? —dijo el gato desde arriba—. Nosotros no robamos. Eso es
hurtar. Sólo lo pusimos en algún otro lugar.
—Oh —dijo el Cazador de Ratas 1, sentándose de repente.
—¡Ésas son cosas peligrosas! —dijo el Cazador de Ratas 2, buscando
algo para lanzar—. ¡No tienes ningún derecho a tocarlo! ¡Me dices dónde
está ahora mismo!
Se escuchó un ruido sordo mientras la trampilla en el piso se abría de
golpe. Keith asomó la cabeza, y luego subió la escalerilla mientras los
cazadores de ratas observaban asombrados.
Sujetaba una bolsa de papel arrugada.
—Oh cielos —dijo el Cazador de Ratas 1.
—¿Qué has hecho con el veneno? —exigió el Cazador de Ratas 2.
—Bien —dijo Keith—, ahora que usted lo menciona, pienso que puse la
mayor parte de él en el azúcar...
Un viejo edificio está lleno de lugares donde una rata puede pisar. Nadie
se fijó en ellas mientras subían del comedero a la silla de montar, del arnés
al soporte del heno. Además, nadie las estaba buscando. Algunas de las
otras ratas habían tomado la ruta de Jacko hacia la libertad, y los perros
estaban enloquecidos buscándolas y se peleaban. También los hombres.
Canela Oscuro conocía un poco sobre cerveza, ya que llevaba a cabo
sus asuntos bajo bares y cervecerías, y las ratas se habían preguntado a
menudo por qué a los humanos les gustaba a veces desconectar sus
cerebros. Para las ratas, viviendo en el centro de una telaraña de sonido, luz
y olor, no tenía sentido en absoluto.
A Canela Oscuro, ahora, no le parecía tan malo. La idea de que, durante
un tiempo, podías olvidar cosas y no tener la cabeza zumbando con ideas
problemáticas... bien, parecía bastante atractivo.
No podía recordar mucho de la vida antes de haber Cambiado, pero
estaba seguro de que no había sido tan complicada. Oh, habían ocurrido
cosas malas, porque la vida en el basurero había sido muy dura. Pero
cuando se terminaban, se terminaban, y mañana era un nuevo día.
Las ratas no pensaban en el mañana. Sólo tenían una pálida sensación
de que ocurrirían más cosas. No era pensamiento. Y no había ‘bien’, y ‘mal’,
y ‘correcto’, e ‘incorrecto’. Ésas eran ideas nuevas.
¡Ideas! ¡Ése era su mundo ahora! Grandes preguntas grandes y grandes
respuestas, sobre la vida, y cómo tenías que vivirla, y qué eras. Las nuevas
ideas se volcaron en la cansada cabeza de Canela Oscuro.
Y entre las ideas, en el medio de su cabeza, vio la pequeña figura de
Porotos Peligrosos.
Canela Oscuro nunca había hablado mucho con la pequeña rata blanca
o con la pequeña hembra que corría detrás de él y que hacía dibujos de las
cosas en las que él había estado pensando. A Canela Oscuro le gustaban las
personas que eran prácticas.
Pero ahora pensó: ¡es un buscador de trampas! ¡Exactamente como yo!
Va delante de nosotros, encuentra las ideas peligrosas, piensa en ellas, las
atrapa con palabras, las hace seguras, y nos muestra el camino para
pasarlas.
Lo necesitamos... lo necesitamos ahora. De otra manera, todos estamos
corriendo en círculos como ratas en un barril...
Mucho después, cuando Nutritiva ya era vieja y tenía gris alrededor del
hocico, y olía un poco raro, le dictó la historia de la escalada y de cómo
había escuchado a Canela Oscuro hablar entre dientes. El Canela Oscuro que
había sacado de la trampa era una rata diferente, dijo. Era como si sus
pensamientos hubieran disminuido la velocidad pero que se hubieran hecho
más grandes.
La parte más extraña, decía, fue cuando llegaron a la viga. Canela
Oscuro se aseguró de que Jamón de Puerco estuviera bien, y luego recogió
el fósforo que había mostrado a Nutritiva.
—Lo raspó contra un viejo trozo de hierro —dijo Nutritiva—, y luego se
alejó a lo largo de la viga con el fósforo encendido, y abajo podía ver a toda
la multitud, los soportes del heno y la paja por todas partes, y las personas
que se arremolinaban, exactamente como, ja, exactamente como ratas... y
pensé, si deja caer eso, señor, el sitio se llenará de humo en unos segundos,
y han cerrado las puertas, y para cuando se den cuenta de que están
atrapados como, ja, sí, como ratas en un barril, nosotros estaremos lejos a
lo largo de los canalones.
»Pero sólo se quedó allí de pie, mirando hacia abajo, hasta que el
fósforo se apagó. Entonces lo soltó y nos ayudó con Jamón de Puerco, y
nunca dijo una palabra sobre el asunto. Le pregunté sobre él más tarde,
después de toda la cuestión con el flautista y todo eso, y me dijo: ‘Sí. Ratas
en un barril’. Y eso fue todo lo que dijo.
CAPÍTULO 11
11
Chiste perdido. Last, en inglés, significa tanto último como horma (de zapatero). (Nota del traductor)
—Síseñor —dijo el Cabo Knopf.
—Asombroso —dijo el flautista. Levantó la vista hacia el Alcalde—. Y
usted es...
—Soy el Alcalde de este pueblo, y...
El flautista alzó una mano, y luego hizo un gesto con la cabeza hacia el
anciano que estaba sentado en su carro, sonriendo.
—Mi agente tratará con usted —dijo. Arrojó la salchicha, levantó los
pies sobre el otro extremo del banco, se puso el sombrero sobre los ojos y
se acostó.
El Alcalde se puso rojo. El Sargento Doppelpunkt se inclinó hacia él.
—¡Recuerde el tejón, señor! —susurró.
—Ah... sí... —El Alcalde, con la poca dignidad que le quedaba, caminó
hasta el carro—. ¿Creo que los honorarios por librar al pueblo de las ratas
serán trescientos dólares? —preguntó.
—Entonces supongo que usted cree en cualquier cosa —dijo el anciano.
Echó un vistazo a una libreta sobre su rodilla—. Veamos... honorarios por
convocatoria... más gastos especiales porque es Día de San Prodnitz... más
impuesto por flauta... parece un pueblo de tamaño medio, de modo que es
un adicional... desgaste del carro... el viaje cuesta un dólar la milla... gastos
misceláneos, impuestos, recargos... —Levantó la mirada—. Le digo algo,
digamos mil dólares, ¿de acuerdo?
—¡Mil dólares! ¡No tenemos mil dólares! Eso es un ultra...
—¡Tejón, señor! —siseó el Sargento Doppelpunkt.
—¿No puede pagar? —dijo el anciano.
—¡No tenemos tanto dinero! ¡Hemos tenido que gastar mucho en traer
comida!
—¿No tiene nada de dinero? —dijo el anciano.
—¡Nada como esa cantidad, no!
El anciano se rascó la barbilla.
—Hum —dijo—, puedo ver que va a ser un poco difícil, porque...
veamos... —Hizo unos garabatos en su libreta por un momento y luego
levantó la vista—. Usted ya nos debe cuatrocientos sesenta y siete dólares
con diecinueve peniques por la convocatoria, viaje y misceláneos.
—¿Qué? ¡No ha tocado una sola nota!
—Ah, pero está listo para hacerlo —dijo el anciano—. Hemos hecho todo
este camino. ¿No puede pagar? Un poco de lo que llaman me importa un
bledo, entonces. Él tiene que llevarse algo del pueblo, mire. De otro modo
las noticias rodarán y nadie le mostrará ningún respeto, y si usted no recibe
respeto, ¿qué tiene? Si un flautista no tiene respeto, es...
—... basura —dijo una voz—. Pienso que es basura.
El flautista levantó el ala de su sombrero.
La multitud delante de Keith se abrió aprisa.
—¿Sí? —dijo el flautista.
—No creo que pueda atraer con la flauta ni siquiera a una rata —dijo
Keith—. Es sólo un fraude y un bravucón. Huh, apuesto a que puedo atraer
más ratas con la flauta que él.
Algunas de las personas en la multitud empezaron alejarse de él. Nadie
quería estar cerca cuando el flautista de ratas perdiera la paciencia.
El flautista balanceó sus botas hasta el suelo y volvió a poner el
sombrero en su cabeza.
—¿Eres un flautista de ratas, chico? —dijo suavemente.
Keith sacó su barbilla desafiante.
—Sí. Y no me llame chico... anciano.
El flautista sonrió.
—Ah —dijo—. Sabía que me iba a gustar este lugar. Y puedes hacer
bailar a una rata, ¿verdad, chico?
—Más que usted, flautista.
—A mí me suena como un desafío —dijo el flautista.
—El flautista no acepta desafíos de... —comenzó el anciano en el carro,
pero el flautista de ratas le hizo señas de que se callara.
—Sabes, chico —dijo—, no es la primera vez que algún chico lo ha
intentado. Voy caminando por la calle y alguien grita, ‘¡Busque su flautín,
señor!’, y me doy vuelta, y siempre es un chico como tú con una cara de
aspecto estúpido. Mira, no quiero que alguien diga que soy un hombre
injusto, chico, así que si no te importa disculparte podrías alejarte de aquí
con la misma cantidad de piernas con las que llegaste.
—Usted está asustado. —Malicia hizo un paso fuera de la multitud.
El flautista le sonrió.
—¿Sí? —dijo.
—Sí, porque todos saben qué ocurre en momentos como éstos.
Permítame preguntarle a este chico de aspecto estúpido, a quien nunca he
visto antes: ¿eres huérfano?
—Sí —dijo Keith.
—¿No conoces nada en absoluto sobre tus antepasados?
—No.
—¡Ajá! —dijo Malicia—. ¡Eso lo prueba! Todos sabemos qué ocurre
cuando aparece un huérfano misterioso y desafía a alguien grande y
poderoso, ¿verdad? Es como ser el tercero y más joven de los hijos de un
rey. ¡No puede evitar ganar!
Miró a la multitud triunfalmente. Pero la multitud parecía indecisa. No
habían leído tantas historias como Malicia, y estaban más apegados a la
experiencia de la vida real, la cual es que cuando alguien pequeño y justo
desafía a alguien grande y desagradable, es pan asado, muy rápidamente.
Sin embargo, alguien en el fondo gritó:
—¡Dele una oportunidad al chico de aspecto estúpido! ¡Por lo menos él
será más barato! —Y otra persona gritó:
—¡Sí, eso es correcto! —Y otra persona gritó:
—¡Coincido con las otras dos! —Y nadie pareció notar que todas las
voces venían de cerca del nivel del suelo o que estaban relacionadas con el
avance alrededor de la multitud de un gato de aspecto desaliñado y que le
faltaba la mitad del pelo. En cambio, se escuchó un murmullo general, no
palabras reales, nada que metiera en problemas a alguien si el flautista se
ponía desagradable, pero un mascullar que indicaba, en un sentido general,
sin desear causar resentimiento, y considerando el punto de vista de todos,
y sin tomar una cosa por otra, y si todo sigue igual, que a esa gente le
gustaría ver que el chico tuviera una oportunidad, si está bien para usted,
sin ofender.
El flautista se encogió de hombros.
—Muy bien —dijo—. Será algo de lo que se hablará. Y cuando gane,
¿qué tomaré?
El Alcalde tosió.
—¿Es la mano de una hija en matrimonio lo acostumbrado en estas
circunstancias? —dijo—. Tiene muy buenos dientes, y sería a una buena...
una esposa para cualquiera con mucho espacio de pared libre...
—¡Padre! —dijo Malicia.
—Más adelante, más adelante, obviamente —dijo el Alcalde—. Él es
desagradable, pero es rico.
—No, sólo tomaré mi paga —dijo el flautista—. De una manera u otra.
—¡Y le dije que no podemos costearla! —dijo el Alcalde.
—Y le dije de una manera u otra —dijo el flautista—. ¿Y tú, chico?
—Su flauta de ratas —dijo Keith.
—No. Es mágica, chico.
—Entonces, ¿por qué tiene miedo de apostarla?
El flautista estrechó los ojos.
—De acuerdo, entonces —dijo.
—Y el pueblo debe permitirme solucionar el problema de las ratas —dijo
Keith.
—¿Y cuánto cobrarás tú? —dijo el Alcalde.
—¡Treinta piezas de oro! Treinta piezas de oro. ¡Vamos, dilo! —gritó una
voz al fondo de la multitud.
—No, no le costará nada —dijo Keith.
—¡Idiota! —gritó la voz en la multitud. Las personas miraban a su
alrededor, perplejas.
—¿Nada en absoluto? —dijo el Alcalde.
—No, nada.
—Er... la cuestión de la mano en matrimonio está todavía propuesta, si
tú...
—¡Padre!
—No, eso solamente ocurre en las historias —dijo Keith—. Y también
devolveré mucha de la comida que robaron las ratas.
—¡La comieron! —dijo el Alcalde—. ¿Qué vas a hacer, meterles los
dedos en sus gargantas?
—Dije que solucionaré su problema de las ratas —dijo Keith—. ¿De
acuerdo, Sr. Alcalde?
—Bien, si no estás cobrando...
—Pero primero, necesitaré que me presten una flauta —continuó Keith.
—¿Tú no tienes una? —dijo el Alcalde.
—Se rompió.
El Cabo Knopf codeó al Alcalde.
—Tengo un trombón de cuando estaba en el ejército —dijo—. No
tardaré un momento en correr a buscarlo.
El flautista de ratas se echó a reír.
—¿Eso no cuenta? —dijo el Alcalde, mientras el Cabo Knopf salía
deprisa.
—¿Qué? ¿Un trombón para ratas encantadas? No, no, deje que lo
intente. No puede culpar a un chico por intentarlo. Bueno con el trombón,
¿verdad?
—No lo sé —dijo Keith.
—¿Qué quieres decir, que no lo sabes?
—Quiero decir que nunca he tocado uno. Estaría mucho más contento
con una flauta, trompeta, flautín o gaita de Lancre, pero he visto a personas
que tocaban el trombón y no parece demasiado difícil. Es sólo una trompeta
súper desarrollada, realmente.
—¡Ja! —dijo el flautista.
El vigilante regresó corriendo, frotando un maltratado trombón con la
manga y por lo tanto dejándolo sólo un poco más mugriento. Keith lo tomó,
limpió la boquilla, la puso en su boca, presionó las teclas unas pocas veces y
luego sopló una larga nota.
—Parece funcionar —dijo—. Supongo que podré aprender mientras
toco. —Lanzó una breve sonrisa al flautista de ratas—. ¿Quiere hacerlo
primero?
—Tú no encantarás ni a una rata con esa cosa, chico —dijo el flautista—
, pero me alegra estar aquí para ver cómo lo intentas.
Keith le sonrió otra vez, respiró hondo, y tocó.
Había una melodía ahí. El instrumento chillaba y jadeaba, porque el
Cabo Knopf ocasionalmente había usado la cosa como martillo, pero había
una melodía, muy rápida, casi desenfadada. Se podía seguir con los pies.
Alguien la seguía con los pies.
Sardinas salió de una grieta en una pared cercana, diciendo
‘júndostrescuat’ por lo bajo. La multitud la vio bailar ferozmente a través de
los adoquines hasta que desapareció en un desagüe. Entonces comenzaron a
aplaudir.
El flautista miró a Keith.
—¿Tenía un sombrero? —dijo.
—No lo noté —dijo Keith—. Su turno.
El flautista sacó un corto trozo de flauta del interior de su chaqueta.
Tomó otro del bolsillo, y lo ajustó en su lugar sobre el primero. Hizo clic, de
una manera militar.
Todavía observando a Keith, y todavía sonriendo, el flautista tomó una
boquilla del bolsillo superior, y la enroscó al resto de la flauta con otro, muy
final, clic.
Entonces la puso en su boca y tocó.
De su puesto de vigilancia sobre un techo Gran Ahorro gritó hacia abajo
por un caño de desagüe.
—¡Ahora! —Entonces se puso dos bolas de algodón en las orejas.
Al fondo del caño, Ensalmuera gritó dentro de un desagüe:
—¡Ahora! —Y entonces también se colocó sus tapones.
... ora, ora, ora hizo ecos por los caños...
—... ¡Ahora! —gritó Canela Oscuro en la habitación de las jaulas.
Remetió un poco de paja en el caño de desagüe—. ¡Todos a taparse las
orejas!
Habían hecho todo lo posible con las jaulas de ratas. Malicia había
traído mantas, y las ratas habían pasado una hora febril atascando agujeros
con barro. Habían hecho todo lo posible para alimentar a las prisioneras
apropiadamente también, y aunque eran solamente keekees era desgarrador
verlas acurrucarse tan desesperadamente.
Canela Oscuro se volvió hacia Nutritiva.
—¿Tienes las orejas tapadas? —preguntó.
—¿Perdón?
—¡Bien! —Canela Oscuro tomó dos bolas de algodón—. Será mejor que
la niña tonta tenga razón sobre esto —dijo—. Creo que a muchos de
nosotros no nos quedan fuerzas para correr.
El flautista sopló otra vez, y luego miró su flauta.
—Sólo una rata —dijo Keith—. Cualquier rata que quiera.
El flautista le miró furioso, y sopló otra vez.
—No puedo escuchar nada —dijo el Alcalde.
—Los humanos no pueden —farfulló el flautista.
—Quizás está rota —dijo Keith servicial.
El flautista lo intentó otra vez. Se escuchaba el murmullo de la multitud.
—Tú has hecho algo —siseó.
—¿Oh sí? —dijo Malicia, en voz alta—. ¿Qué pudo haber hecho? ¿Decirle
a las ratas que se queden bajo tierra con las orejas tapadas?
El murmullo se convirtió en risa amortiguada.
El flautista trató una vez más. Keith sentía que los pelos de su nuca
estaban erizados.
Una rata apareció. Se movió lentamente a través de los adoquines,
rebotando de un lado al otro, hasta que llegó a los pies del flautista, donde
cayó y empezó a zumbar.
Las bocas de las personas se abrieron. Era un Sr. Clicoso.
El flautista lo empujó con su pie. La rata a cuerda rodó unas pocas
veces y luego su resorte, como resultado de meses de ser castigado en las
trampas, se rindió. Se escuchó un poiyonngggg, y hubo una breve lluvia de
rueditas dentadas.
La multitud se echó a reír.
—Hum —dijo el flautista, y esta vez la mirada que lanzó a Keith tenía
una sombra de admiración resentida—. De acuerdo, chico —dijo—.
¿Hablamos tú y yo un poco? ¿De flautista a flautista? ¿Allá junto a la fuente?
—Siempre que las personas puedan vernos —dijo Keith.
—¿No confías en mí, chico?
—Por supuesto que no.
El flautista sonrió.
—Bien. Tienes madera de flautista, puedo verlo.
Allá junto a la fuente, se sentó con las piernas enfrente de él, y sujetó
la flauta adelante. Era de bronce, con un dibujo de ratas en relieve de latón
sobre ella, y brillaba bajo la luz del sol.
—Toma —dijo el flautista—. Tómala. Es una buena. Tengo muchas
otras. Vamos, tómala. Me gustaría escuchar que la tocas.
Keith la miró, inseguro.
—Todo es engaño, chico —dijo el flautista, mientras la flauta brillaba
como un rayo de sol—. ¿Ves la pequeña corredera allí? La mueves para
abajo y la flauta toca una nota especial que los humanos no pueden
escuchar. Las ratas sí. Las pone locas. Salen aprisa del suelo y tú las
conduces al río, exactamente como un perro ovejero.
—¿Es eso todo lo que hay? —preguntó Keith.
—¿Estabas esperando algo más?
—Bien, sí. Dicen que usted convierte a las personas en tejones y que
conduce a los niños a cuevas mágicas y...
El flautista se inclinó hacia adelante con gesto cómplice.
—Siempre conviene hacer publicidad, chico. A veces estos pequeños
pueblos pueden ser muy lentos a la hora de deshacerse del efectivo. Porque
la cuestión sobre convertir a las personas en tejones y todo lo demás es
esto: Nunca ocurre por aquí cerca. La mayoría de las personas de por aquí
nunca se alejan más de millas en sus vidas. Creerán en casi cualquier cosa
que ocurra a cincuenta millas. En cuanto la historia empieza a rodar, hace el
trabajo para ti. Yo ni siquiera inventé la mitad de las cosas que las personas
dicen que he hecho.
—Dígame —dijo Keith—, ¿alguna vez conoció a alguien llamado
Maurice?
—¿Maurice? ¿Maurice? No lo creo.
—Asombroso —dijo Keith. Tomó la flauta, y lanzó al flautista una larga
y lenta mirada—. Y ahora, flautista —dijo—, creo que va a guiar a las ratas
fuera de la ciudad. Va a ser el trabajo más impresionante que alguna vez
haya hecho.
—¿Hey? ¿Qué? Ganaste, chico.
—Usted conducirá a las ratas afuera porque así es como debe ser —dijo
Keith, lustrando la flauta sobre la manga—. ¿Por qué cobra tanto?
—Porque les doy un espectáculo —dijo el flautista—. La ropa elegante,
la intimidación... cobrar mucho es parte de toda la cosa. Tienes que darles
magia, chico. Permíteles pensar que eres exactamente un elegante cazador
de ratas y tendrás la suerte de recibir un almuerzo de queso y un apretón de
manos afectuoso.
—Lo haremos juntos, y las ratas nos seguirán, realmente nos seguirán
hasta el río. No se preocupe por la nota con truco, esto será aun mejor.
Será... será una gran... historia —dijo Keith—. Y usted recibirá su dinero.
Trescientos dólares, ¿verdad? Pero usted se conformará con la mitad,
porque lo estoy ayudando.
—¿A qué estás jugando, chico? Te lo dije, ganaste.
—Todos ganan. Confíe en mí. Ellos lo llamaron. Deberían pagar al
flautista. Además... —Keith sonrió—. No quiero que las personas piensen
que no deben pagar a los flautistas, ¿verdad?
—Y pensé que sólo eras un chico de aspecto estúpido —dijo el
flautista—. ¿Qué clase de trato tienes con las ratas?
—No lo creería, flautista. Usted no lo creería.
Ensalmuera se escurrió por los túneles, escarbó a través del barro y la
paja que habían utilizado para bloquear el último, y saltó a la habitación de
las jaulas. Las ratas del Clan se destaparon las orejas cuando lo vieron.
—¿Lo está haciendo? —preguntó Canela Oscuro.
—¡Síseñor! ¡Ahora mismo!
Canela Oscuro miró las jaulas. Los keekees estaban más apaciguados,
ahora que la rata rey estaba muerta y habían sido alimentados. Pero por el
olor, estaban desesperados por dejar este lugar. Y las ratas con pánico
seguirán a otras ratas...
—De acuerdo —dijo—. ¡Corredores, alistarse! ¡Abran las jaulas!
¡Asegúrense de que los estén siguiendo! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
Y éste fue casi el final de la historia.
Cómo gritó la multitud cuando las ratas brotaron de cada agujero y
desagüe. Cómo aclamaron cuando ambos flautistas bailaron hacia afuera del
pueblo, con las ratas corriendo detrás de ellos. Cómo silbaron cuando las
ratas cayeron del puente al río.
No notaron que algunas de las ratas se quedaban sobre el puente,
espoleando a las otras con gritos de ‘Recuerden, fuertes brazadas
regulares!’, y ‘¡Hay una buena playa corriente abajo!’, y ‘¡Caigan al agua los
pies adelante, no dolerá tanto!’
Incluso si se hubieran dado cuenta, probablemente no habrían dicho
nada. Detalles así no encajan.
Y el flautista salió bailando sobre las colinas y nunca volvió.
Se escuchó un aplauso general. Había sido un buen espectáculo, todos
coincidieron, incluso si había sido caro. Era definitivamente algo para
contarle a sus hijos.
El muchacho de aspecto estúpido, el que se había batido a duelo con el
flautista, volvió a la plaza. También recibió una ronda de aplausos. Estaba
resultando ser un buen día por todas partes. Las personas se preguntaban si
deberían tener más hijos para hacer sitio a todas las historias.
Pero se dieron cuenta de que tendrían suficiente para los nietos cuando
llegaron las otras ratas.
De repente estaban ahí, saliendo a raudales de desagües, zanjas y
grietas. No chillaban, y no corrían. Se sentaron allí, observándolos a todos.
—¡Oye, flautista! —gritó el Alcalde—. ¡Te dejaste algunas!
—No. No somos las ratas que siguen a los flautistas —dijo una voz—.
Somos las ratas con las que usted tiene que tratar.
El Alcalde bajó la vista. Una rata estaba de pie junto a sus botas,
mirándolo. Parecía que sujetaba una espada.
—Padre —dijo Malicia detrás de él—, sería una buena idea escuchar a
esta rata.
—¡Pero es una rata!
—Lo sabe, papá. Y sabe cómo devolverte el dinero y mucha de la
comida, y dónde encontrar a algunas de las personas que nos han estado
robando comida a todos.
—¡Pero es una rata!
—Sí, Padre. Pero si le hablas apropiadamente, puede ayudarnos.
El Alcalde miró las ordenadas filas del Clan.
—¿Debemos hablar con las ratas? —preguntó.
—Sería una muy buena idea, Padre.
—¡Pero son ratas! —El Alcalde parecía estar tratando de sujetarse a
esta idea como si fuera un chaleco salvavidas en un mar tempestuoso, y
donde se ahogaría si lo soltara.
—Excúseme, excúseme —dijo una voz a su lado. Bajó la vista hasta un
gato sucio, medio quemado, que le sonreía.
—¿Ese gato acaba de hablar? —dijo el Alcalde.
Maurice miró a su alrededor.
—¿Cuál? —dijo.
—¡Tú! ¿Tú acabas de hablar?
—¿Se sentiría mejor si le dijera que no? —dijo Maurice.
—¡Pero los gatos no pueden hablar!
—Bien, no puedo prometerle que podría darle, ya sabe, un largo
discurso a los postres, y no me pida que haga un monólogo cómico —dijo
Maurice—, y no puedo pronunciar palabras difíciles como ‘mermelada’ y
‘lumbago’. Pero estoy muy feliz con las básicas agudezas y la saludable y
simple conversación. Hablando como un gato, me gustaría saber qué tiene la
rata que decir.
—¿Sr. Alcalde? —dijo Keith, acercándose y haciendo girar la nueva
flauta de ratas entre los dedos—. ¿No cree que es el momento en que
solucione su problema de ratas de una vez por todas?
—¿Solucionarlo? Pero...
—Todo lo que tiene que hacer es hablar con ellas. Reúna al concejo del
pueblo y hábleles. Es su decisión, Sr. Alcalde. Puede aullar y gritar y llamar
a los perros, y las personas pueden correr de un lado para el otro y azotar a
las ratas con escobas y, sí, escaparán. Pero no irán lejos. Y volverán. —
Mientras estaba de pie junto al hombre perplejo se inclinó hacia él y
susurró—: Y viven bajo las tablas de su piso, señor. Saben cómo usar el
fuego. Conocen todo sobre venenos. Oh, sí. De modo que... escuche a esta
rata.
—¿Está amenazándonos? —dijo el Alcalde, bajando la vista hacia Canela
Oscuro.
—No, Sr. Alcalde —dijo Canela Oscuro—, le estoy ofreciendo... —Echó
un vistazo a Maurice, que asintió— ... una maravillosa oportunidad.
—¿Realmente puede hablar? ¿Puede pensar? —dijo el Alcalde.
Canela Oscuro lo miró. Había sido una larga noche. No quería recordar
nada de ella. Y ahora iba a ser un día más largo y más difícil. Respiró hondo.
—He aquí lo que sugiero —dijo—. Usted finge que las ratas pueden
pensar, y prometo fingir que los humanos pueden pensar también.
CAPÍTULO 12
Keith rió.
—¿Qué es gracioso? —dijo Malicia.
—Está en alfabeto Rata —dijo Keith—. Dice Agua+Rápida+Piedras. Las
calles tienen adoquines, ¿correcto? Las ratas los ven como piedras. Quiere
decir Calle del Río.
—Ambos idiomas en los carteles de las calles. Cláusula 193 —dijo
Malicia—. Eso es rápido. Apenas llegaron al acuerdo hace dos horas.
¿Supongo que quiere decir que habrá diminutos carteles en idioma humano
en los túneles de rata?
—Espero que no —dijo Keith.
—¿Por qué no?
—Porque las ratas principalmente marcan sus túneles pishando en ellos.
Estaba impresionado por la manera en que la expresión de Malicia no
cambió nada.
—Puedo ver que todos vamos a tener que hacer algunos ajustes
mentales importantes —dijo, pensativa—. Fue raro lo de Maurice, sin
embargo, después de que mi padre le dijo había muchas ancianas amables
en el pueblo que estarían felices de darle un hogar.
—¿Quieres decir cuando dijo que no sería nada divertido, conseguirlo de
ese modo? —dijo Keith.
—Sí. ¿Sabes qué quiso decir?
—Algo así. Quiso decir que es Maurice —dijo Keith—. Creo que tenía el
momento de su vida, pavoneándose arriba y abajo sobre la mesa
ordenándole a todos. ¡Incluso dijo que las ratas podían quedarse con el
dinero! ¡Dijo que una pequeña voz en su cabeza le dijo que realmente era
suyo!
Malicia pareció pensar en las cosas durante un rato, y luego, como si no
fuera realmente muy importante, dijo:
—¿Y, er... te estás quedando, sí?
—Cláusula 9, Flautista de Ratas Residente —dijo Keith—. Tengo un traje
oficial que no tengo que compartir con nadie, un sombrero con una pluma y
una paga por flauta.
—Eso será... muy satisfactorio —dijo Malicia—. Er...
—¿Sí?
—Cuando te dije que tenía dos hermanas, er, no fue completamente
verdad —dijo—. Er... no fue una mentira, por supuesto, pero estuvo sólo...
un poco aumentado.
—Sí.
—Quiero decir que sería más literalmente verdad decir que no tengo, de
hecho, ninguna hermana en absoluto.
—Ah —dijo Keith.
—Pero tengo millones de amigos, por supuesto —continuó Malicia. Keith
pensó que se veía completamente abatida.
—Eso es asombroso —dijo—. La mayoría de las personas sólo tienen
unas docenas.
—Millones —dijo Malicia—. Obviamente, siempre hay espacio para otro.
—Bien —dijo Keith.
—Y, er, está la Cláusula 5 —dijo Malicia, todavía un poco nerviosa.
—Oh, sí —dijo Keith—. Desconcertó a todos. ‘Una comilona de té con
bollos de crema y una medalla’, ¿correcto?
—Sí —dijo Malicia—. De otro modo, no terminaría apropiadamente.
¿Me, er, acompañas?
Keith asintió. Miró el pueblo a su alrededor. Parecía un buen lugar.
Justo el tamaño correcto. Un hombre podía encontrar un futuro aquí...
—Sólo una pregunta... —dijo.
—¿Sí? —dijo Malicia, mansamente.
—¿Cuánto tiempo necesitas para convertirte en Alcalde?
FIN
Nota del autor
Pienso que he leído, en los últimos meses, más sobre ratas que lo que
es bueno para mí. La mayor parte de las cosas ciertas —o, por lo menos, las
cosas que las personas dicen que son ciertas—, son tan increíbles que no las
incluí en caso de que los lectores pensaran que las he inventado.
Se sabe que las ratas han escapado de un hoyo de rata usando el
mismo método que usó Canela Oscuro con el pobre Jacko. Si no lo cree, esto
fue presenciado por Viejo Alf, Jimma y Tío Bob. Lo sé de buena fuente.
Las ratas rey realmente existen. Cómo aparecen es un misterio; en este
libro Malicia menciona un par de teorías. Estoy en deuda con el Dr. Jack
Cohen por una explicación más moderna y deprimente, que es que atrás en
los tiempos algunas personas crueles e ingeniosas tuvieron demasiado
tiempo en sus manos.
T. Pratchett
Notas al final
[1]
El Asombroso Maurice presenta un nuevo enfoque sobre el viejo
cuento de hadas de El Flautista de Hamelin.
[2]
Las aventuras del Sr. Conejín son una parodia de las historias
infantiles de Pedro el Conejo, de Beatrix Potter, la mayoría de las cuales
tratan de animales esponjosos comportándose amablemente unos con otros.
[3]
Una alusión a la conocida versión de 1842 de El Flautista de Hamelin,
de Robert Browning:
¡Ratas!
Luchaban contra los perros y mataban a los gatos,
Y mordían a los bebés en las cunas,
Y comían los quesos de las tinas,
Y lamían la sopa de los propios cucharones de los cocineros,
Abrían los barriles de espadines salados,
Hacían nidos los sombreros domingueros de los hombres,
E incluso estropeaban las charlas de las mujeres
Ahogando su oratoria
Con alaridos y chillidos
En cincuenta agudos y bemoles diferentes.
[4]
En lógica formal, una de las maneras posibles de indicar la negación
de una proposición ‘P’ (por ejemplo, convertirla en la proposición opuesta
‘No-P’) es efectivamente escribir ‘P’ con una barra horizontal encima.
[5]
Referencia a Casablanca. Una famosa línea de Humphrey Bogart: ‘De
todos los antros de todas las ciudades del mundo, ella entra en el mío’.
[6]
La versión Mundodisco de nuestros Hermanos Grimm.
[7]
Una referencia a las historias de Enid Blyton, Cinco Famosos.
[8]
Note que "Tomate" está tan cerca de ‘Tomás’ como se puede llegar
(el proverbial ‘Incrédulo Tomás’) cuando se elige nombre de las etiquetas de
comida.
[9]
Dick Livingstone es una amalgama entre Dick Whittington y Ken
Livingstone.
Dick Whittington es un personaje de la pantomima británica, libremente
basada en la vida real de Richard Whittington. Dick es un niño de una familia
pobre que se va a Londres para hacer fortuna, acompañado por su gato. En
un momento se desanima y se vuelve para regresar a casa, pero entonces
escucha sonar las campanas de Londres, diciendo: ‘Vuelve otra vez, Dick
Whittington, tres veces Señor Alcalde de Londres’. El verdadero Richard
Whittington fue Alcalde de Londres bajo Richard II a fines del siglo XIV.
Uno de los primeros actos de Ken Livingstone como nuevo Alcalde de
Londres, después de ser votado en el 2000, fue librarse de las famosas
palomas de Trafalgar Square. No hizo que su gato las comiera (al menos no
que se sepa), sino que retiró de allí a los vendedores callejeros que vendían
a los turistas bolsas de alimento para aves —si las palomas no tienen
ilimitado alimento, las bandadas se van de un lugar.
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En alemán, ‘Doppelpunkt’ significa ‘Coma’ (signo de puntuación, no
de comer, ni la anulación de la conciencia). El Cabo Knopf tiene un nombre
que se traduce como ‘Pomo’ (Knob, en inglés). Aquí estamos tratando con
los equivalentes del Sargento Colon y el Cabo Nobbs en Uberwald.