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Ciencia Política

Documento de Cátedra

Estado Moderno y Sociedad Civil


María Soledad Méndez Parnes

El Estado moderno se caracteriza por su doble carácter. Por un lado, es conceptualizado como una
instancia de articulación de relaciones sociales; y por otro lado, constituye un aparato institucional que lo
convierte en un actor social diferenciado poseedor de una racionalidad sustantiva orientada por metas y
el logro efectivo de objetivos políticos sucesivos (Etkin, J., 2000).

Desde su surgimiento en los albores de la modernidad, distintas concepciones y teorías deontológicas,


sociológicas, jurídicas y políticas se han esforzado por construir un concepto de Estado moderno
definiendo sus atributos y alcance. Desde la perspectiva politológica, el Estado se define a partir de una
característica fundamental: el dominio. Este último, se manifiesta a través de la titularidad y del ejercicio
del poder de tomar decisiones colectivas y vinculantes para toda la sociedad y de imponerlas por medio
de la fuerza legítima.

La teoría weberiana y las diversas escuelas de la modernización han considerado al Estado como un
indicador de modernización política 1 . Para el autor alemán Max Weber, el Estado moderno es una
asociación de dominación, con formato de instituto político que pretende para sí la monopolización de la
aplicación de la violencia legítima al interior de un territorio, contando para ello con personal político y
burocrático profesional. Racionalidad y legalidad son los atributos, a partir de los cuales el Estado
despliega un conjunto de capacidades y funciones de penetración e integración de la sociedad civil,
empleando para eso diversas estrategias desde la cooptación a la represión.

A partir de ello, el Estado a través de las instituciones de gobierno tiene la tarea – a priori indelegable –
de definir prioridades, armonizar intereses de los distintos sectores sociales en escenarios concretos y
arbitrar los conflictos sociales en el ámbito de la ley. Para lograr sus cometidos, el Estado desarrolla un
abanico amplio de actividades que descansan en la adopción e implementación de políticas públicas. En
ellas se resumen todas las variantes empíricas de programas de acción encomendadas a las burocracias
públicas para su ejecución, incluyéndose desde una ley, decreto, resolución a programas o proyectos
concretos (Mayntz, R., 1979). Este concepto amplio de políticas públicas, conlleva a definirlas como las
iniciativas y/o respuestas que brinda el Estado para hacer frente a las demandas, contradicciones y
conflictos sociales. En este sentido, el proceso de toma de decisiones que se cristaliza en la formulación e
implementación de políticas es la esencia de la actividad estatal y supone la expansión e intervención del
Estado en ámbitos sociales diferenciados que constituyen el ámbito del No Estado (Bobbio, N., 1989), en
términos más clásicos, el ámbito de la sociedad civil.

Pocos temas han causado tanto debate como la relación Estado – sociedad civil. Parte de la discusión gira
en torno a la necesidad de delimitar el alcance y ámbito de actuación de ambos sujetos. Otras posturas,
en cambio, se inclinan por examinar los procesos políticos y sociales que producen la incierta pero valiosa
distinción entre Estado y sociedad (Mitchell, T, 1991). En esta misma línea se ubica Norberto Bobbio al
sostener que el Estado y el No Estado son realidades distintas pero que se presentan históricamente
como inseparables. Preguntarse por la relación Estado – sociedad conduce necesariamente a ahondar en
la relación entre gobernantes y gobernados. Así, queda planteado uno de los grandes problemas de la

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Para la escuela de la modernización, los indicadores de modernización política son: matriz monocéntrica en el
procesos de toma de decisiones, racionalidad de la acción política, la noción extendida jurídica y socialmente del
ciudadano como reemplazo del súbdito, la expansión progresiva de derechos políticos y la diferenciación
estructural vía la especificidad funcional.

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filosofía y de la ciencia política: cómo se concibe y se construye la relación Estado – No Estado. Por
ejemplo, en la Antigüedad se entendía que el hombre estaba al servicio del Estado, pero en la
Modernidad, a partir de los aportes del iusnaturalismo, se invierte la mencionada ecuación. Es el Estado
el que debe estar al servicio del individuo, puesto que sus cimientos descansan en el reconocimiento de
ciertos derechos fundamentales de carácter individual, en especial la libertad frente a la opresión política.

En consecuencia, el liberalismo político ha defendido la necesidad de institucionalizar límites claros a la


actividad estatal en beneficio de la libertad de los hombres. En este sentido, John Locke, el Barón de
Montesquieu, Madison y Benjamin Constant, entre otros, definieron al liberalismo como gobierno de la ley
(rule of law), distinguiéndolo del librecambismo, en tanto sistema económico. El Estado moderno devino
en Estado liberal, el cual no debería ser caracterizado por su dimensión o por la cantidad de cosas que
hace o no hace; sino por su estructura de base constitucional y garantista de derechos (Sartori, G.
1992).

Posteriormente, en el siglo XIX, desde posturas teóricas e ideológicas divergentes como el anarquismo, el
socialismo y el liberalismo más ortodoxo, se defendió la tesis según la cual el devenir histórico avanzaba
de la esfera Estado hacia el No Estado, como resultado de la atenuación del primero (teorías sobre el
Estado mínimo), lo cual podría conducir incluso a su desaparición o extinción. No obstante, el Estado no
sólo prolongó su existencia, sino que consolidó su posición como la identidad primaria que la mayoría de
los hombres han elegido en el siglo XX. Así el Estado moderno, territorialmente definido, pasó a reclamar
derechos sobre todos sus habitantes. Al respecto, en una conferencia del año 1993, el historiador Eric
Hobsbawn sostuvo: “[...] Si esa persona es un ciudadano, el Estado reclama el derecho a disponer de su
lealtad por encima de los otros demandantes, [...] y, en tiempos de guerra, de su propia vida [...]”.
(Hobsbaum, E. 1993)

Precisamente, tras la crisis del 29, y en parte como solución a los problemas que ella puso al descubierto,
el Estado debió intervenir de manera innovadora en ámbitos como la política fiscal, la política monetaria,
la producción, la inversión y la distribución de recursos de valor social. El surgimiento de los distintos
tipos de Estado intervencionista (de Bienestar, keynesiano, populista, entre otros) es un indicador de
ello. Desde la academia como desde la ideología, se han multiplicado los debates y justificaciones sobre
los límites de hecho y de derecho, condiciones, recursos, capacidades y objetivos de la creciente
expansión de la actuación estatal.

Otros análisis se enfocan en el problema de la legitimidad de la intervención del Estado. Las respuestas
se dividen entre las posturas que, por un lado, respetando la tradición weberiana, consideran que la base
de legitimidad del Estado y sus acciones descansa en la aceptación por parte de los gobernados de las
razones que dan los gobernantes para justificar su acceso a puestos de dominación como sus posteriores
decisiones. En cambio, por otro lado, los que sostienen que el Estado basa su legitimidad en los
resultados y rendimiento de sus propias actuaciones.

En síntesis, como bien señala Bobbio, la relación Estado - No Estado depende en gran parte del grado de
expansión y penetración del primero sobre el segundo. Ello abre la puerta a un conjunto variado de tipos
de Estado, siendo que la materialización histórica de cada uno de ellos responde a un tipo particular de
estructuración de la relación Estado – sociedad. En los extremos, suelen ubicarse tipos de Estado de nula
concreción real en términos absolutos. En un extremo, el Estado total que cubre en su totalidad al No
Estado y en el otro, el Estado completamente neutral que se abstiene de intervenir y regular,
permitiendo la expansión casi absoluta del No Estado.

Lejos de estar resuelto este problema, el escenario planteado por la crisis de los Estados de Bienestar, la
globalización y los cambios productivos y tecnológicos de las últimas décadas, incrementa su interés. En
este contexto, se suele bucear en la hipótesis de la supuesta erosión de las capacidades de los Estados
en tantos actores políticos soberanos y autónomos, lo cual podría conducir, progresivamente, a la
superación del “estadocentrismo” o “Estado magnificado”. En este sentido, Daniel Bell, Samuel
Huntington y Samuel Brittan, desde una perspectiva ortodoxa, consideran que el Estado habría perdido

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su capacidad de hegemonía como consecuencia lógica de las consecuencias perniciosas del


intervencionismo estatal (Bell, D., 1976.Brittan, S.,1975). Asimismo, interpretan la superación de la
cultura de la estadolatría como un nuevo avance hacia desestatización de la vida pública en pos de la
consecución de la libertad económica y política.

Desde una visión más heterodoxa, y sin negar el repliegue del Estado, se indagan nuevas estrategias de
fortalecimiento de los atributos de estatidad. En esta línea de interpretación se ubican autores como
Renate Maynst (1999) y Geoffrey Garrett (2000) quienes insisten en que aunque el nuevo escenario
impone limitaciones a las opciones a las capacidades estatales, genera un conjunto de incertidumbres y
consecuencias sociales cuyos costos tenderían hacer mucho más gravosos que la intervención del Estado
para mitigarlos.

En síntesis, estos autores defienden la hipótesis según la cual, el Estado cuenta aún con un conjunto de
recursos y capacidades intransferibles que despliegan a partir de diversas estrategias de intervención en
materia macroeconómica y social que generan beneficios que pueden ser calificados como atractivos
(Garret, G., 1999). Posiblemente, los mecanismos de intervención utilizados años atrás ya no sirvan, y en
este punto radica el desafío que deben enfrentar aquellos que se dedican a la administración pública.

Bibliografía de referencia

BELL, D. (1976). The cultural contradictions of capitalism. New York.

Brittan, S.(1975). The economic contradictions of democracy. British Journal de Political Science. Nº5.

CERNY, P.G. (1997). Paradozes of the competition state: the dynamics of political globalization. Revista
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ETKIN, J. (2000). Política, Gobierno y Gerencia de las Organizaciones. Acuerdos, dualidades y


divergencias. Buenos Aires: Prentice Hall.

FERNÁNDEZ SANTILLÁN, J. (1996). Norberto Bobbio: el filósofo y la política (Antología). México: Fondo de
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GARRETT, G. (1999). Mercados globales y política nacional: ¿colisión inevitable o círculo virtuoso?
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HOBSBAUM, E. (1993, septiembre 27-29). Nación, Estado, etnicidad y religión: transformaciones de la


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Presente. Santiago de Compostela. REvista Anuario. Nº16. Universidad Nacional de Rosario.

MAYNTZ, R. (1979). Public burocracies and policy implementation, International Social Science Journal
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MITCHELL, T. (1991). The limits of the State: Beyond statist approaches and their critics, American Political
Science Review Nº1. (vol. 85, 85-96).

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para su estudio. Estudios CEDES. Nº3 (vol.). Buenos Aires.

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SARTORI, G. (1992). Elementos de Teoría Política. Madrid: Alianza Singular.

SKOCPOL, T. (1996). El Estado regresa al primer plano: estrategia de análisis en la investigación actual.
Revista Zona Abierta. España.

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