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Introducción

LA PROMOCIÓN DE OCCIDENTE

Si se suprimiera de los libros de historia los términos contrastados –


inexactamente- “Edad Media” y “Renacimiento” , nuestra
comprensión del periodo, que se extiende entre Felipe el Hermoso y
Enrique IV, sería más facilmente comprensible [ 1300 a 1415 aprox.
Hay que tener en cuenta la nacionalidad del autor que se rige por la
cronología de los reyes franceses]. Se abandonaría así una abundante
cantidad de prejuicios; e dejaría de lado sobre todo la idea de que una
ruptura brutal separó un tiempo de oscuridad de una época de luz.
La noción de que la resurrección de las artes y de las letras fue
debida al reencuentro con la Antigüedad, fue creada por los
humanistas italianos, retomada por Vasari, y tomada como verdad
absoluta durante siglos. Significaba juventud, dinamismo, voluntad de
renovación. Pero el término “Renacimiento”, limitado a la literatura y
a las artes plásticas parece insuficiente. Deja la impresión de que las
creaciones, sólidas y misteriosas, del arte románico y del gótico
presentaran características de una época primitiva. Pero de esta
manera resulta imposible ubicar, por ejemplo, a un autor como Dante,
o a la pintura flamenca del siglo XV. Esta impresión de la barbarie
medieval y de la resurrección de la Antigüedad y de que el
Renacimiento fue sobre todo un acontecimiento artístico, fue
ampliamente desarrollada por los historiadores del Romanticismo.
Pero, si se toman los datos de la economía y de los progresos
técnicos, nada tiene que ver la Antigüedad clásica con el invento de
la imprenta y del reloj, con el perfeccionamiento de la artillería o con
la creación de los bancos.
¿Cómo definir y caracterizar entonces al Renacimiento?
Fue una evolución en la que la cultura occidental se lanzó hacia la
ciencia, hacia el ansia de conocimiento, hacia el camino del dominio
de la Naturaleza más que a la búsqueda de la belleza.
En la época de las Cruzadas, la cultura y la técnica de los árabes y de
la China estaba muy por encima de las europeas. Pero en el
Renacimiento, la cultura occidental se convirtió en la más
desarrollada de la historia de la humanidad y así pudo imponerse al
mundo entero.
El tema de la periodización de la historia que va desde la época
feudal a la de Descartes sido siempre la pesadilla de los historiadores.
En mi tarea he buscado no atenerme a cortes artificiales. Concibo una
época que va desde el fin del siglo XIII hasta principio del siglo XVIII;
desde el punto de vista geográfico, la cultura de este periodo se
extendió desde España a Rusia.
La energía, que es la característica principal del Renacimiento fue
algo propio de toda Europa y no sólo de Italia. El dinamismo y las
innovaciones que produjo, no se dieron sólo en las artes plásticas.
Son igualmente importantes los descubrimientos en química, las
invenciones de la física, el desarrollo nunca visto de la navegación.
Fue un momento de creación de ideas totalmente nuevas en la

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historia de la humanidad, tales como la concepción de Erasmo de la
necesidad absoluta de la paz entre los pueblos y los trabajos de Picco
de la Mirandola en favor de la tolerancia entre todas las religiones.
Estas ideas nada tienen que ver con un retorno a la Antigüedad.
Sí es verdad que Italia, por el trabajo de sus humanistas, por sus
artistas, por sus hombres de negocios, por sus ingenieros y por sus
matemáticos, fue el país de vanguardia, principal responsable de este
desarrollo.

Fue sorprendente el dinamismo manifestado por Occidente durante


periodo que abarca el actual estudio: la pesadez de las estructuras y
de las técnicas rurales, el conservadurismo de las corporaciones, la
esclerosis de las tradiciones escolásticas, no consiguieron retrasar la
potencia manifestada por esta nueva energía.
¿De dónde provino esta energía? Los legados de la civilización greco
romana, el aporte fecundo del cristianismo, el mejoramiento del
clima, la fertilidad del suelo y tantos otros factores favorecieron a la
población europea.
Sin embargo no faltaron las dificultades: algunas naturales como la
Peste Negra, otras provocadas por las ambiciones políticas,
económicas o religiosas. Una conjunción de desgracias se abatió
sobre Europa entre 1320 y 1450: hambrunas, epidemias, guerras, un
ascenso brutal de la mortalidad, escasez en la producción de los
metales preciosos, avance de los turcos. Dificultades que fueron
encaradas con coraje y genialidad. La historia del Renacimiento es la
de este desafío y de la respuesta a él. La puesta en tela de juicio del
pensamiento clerical de la Edad Media, el aumento demográfico, los
progresos técnicos, la aventura marítima, una nueva estética, un
cristianismo repensado y rejuvenecido fueron los principales
elementos de la respuesta de Occidente a estas dificultades de todo
orden que se habían acumulado en su camino. “Desafío y respuesta”,
así se puede definir el fenómeno del Renacimiento.
Vista globalmente y a grandes líneas, la historia de la humanidad en
general y en particular de Occidente, en los últimos 1000 años
aparece, no tanto como una sucesión de enfrentamientos y de
desuniones, que como una marcha hacia delante; sin duda que con
regresiones y retrocesos, pero que en definitiva fueron provisorios.
Por supuesto que hubo porciones de la humanidad que fracasaron,
pero la humanidad tomada globalmente no ha cesado de progresar
de siglo en siglo a pesar de periodos y crisis desfavorables.
Por eso en este libro, aunque trata especialmente de la época del
Renacimiento, he insistido sobre las modificaciones materiales y
mentales que permitieron a la civilización de Occidente, avanzar,
entre el siglo XIII y el XVII, por un camino de grandeza.

Identificar una ruta no implica que se la encontrará siempre bella o


que no hubiera habido otra posible. El historiador debe comprender
más que juzgar; por eso no he buscado preguntarme si el periodo del
Renacimiento fue mejor que la Edad Media o la época de la
Ilustración. ¿Qué sentido tiene esta frecuente “distribución de

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premios”? No presento un Renacimiento donde todo fue éxito y
belleza. La lucidez implica al contrario, ver que durante los siglos XV y
XVI se acrecentó el oscurantismo: los alquimistas, los astrólogos, las
brujas y los cazadores de brujas. Hoy se continúa viendo como
característicos del Renacimiento a tipos de hombres sanguinarios,
como los condottieri, o a sentimientos como la venganza. Fueron
tiempos de odios, de luchas terribles, de procesos insensatos, de
masacres como la de América y de autos de fe. En el Renacimiento
comenzó la deportación de esclavos de Africa a América y en Europa
se profundizó la brecha entre los privilegiados y los pobres.
En muy pocos momentos de la historia lo mejor estuvo tan cerca de lo
peor: el Renacimiento aparece como un océano de contradicciones,
un concierto de aspiraciones divergentes donde convivieron el ansia
de poder con una ciencia que comenzaba a avanzar, el deseo de
belleza con el gusto por lo horrible, una mezcla de simplicidad y de
complicaciones, de pureza y sensualidad, de caridad y de odio.
Por eso me niego a mutilar el Renacimiento mirando sólo su
dimensión positiva o su dimensión negativa. Fue lo uno y lo otro y en
eso reside su carácter desconcertante, su complejidad y su enorme
riqueza.

Para el hombre del Renacimiento su vuelta a la Antigüedad como la


fuente de la belleza, del conocimiento y de la religión en realidad fue
un medio para progresar. Los templos de Atenas y de Roma fueron
desmantelados para adornar los de Francia, España e Inglaterra.
Colón descubrió América gracias a los errores de cálculo de Tolomeo.
Lutero y Calvino, queriendo volver a la Iglesia de los orígenes dieron
al cristianismo un rostro renovado. El Renacimiento esconde su
originalidad en su declaración de la vuelta a la Antigüedad, una falsa
imagen del retorno al pasado. Soñando con paraísos mitológicos o
con utopías imposibles, realizó un enorme avance. Ninguna
civilización le había dado tanto lugar a la pintura y a la música, ni
construido edificios de esa complejidad, ni llevado a la alta literatura
tantas lenguas nacionales en un pequeño lapso de tiempo.
El Renacimiento fue ante todo un avance en los progresos técnicos y
eso le dio a Europa capacidad de empresa en un mundo mejor
conocido. Pudo atravesar los océanos, servirse de armas de fuego,
imprimir, usar documentación bancaria y tener compañías de
seguros. Al mismo tiempo su progreso espiritual estuvo de acuerdo
con el material: fomentó la liberación del individuo frente al
anonimato medieval y comenzó a desligarlo de los contratos
colectivos.
El nacimiento del hombre moderno fue doloroso. Estuvo acompañado
de un sentimiento de soledad y pequeñez. Las personas se vieron
pecadoras y frágiles, amenazadas por el diablo y las estrellas. Hubo
un sentimiento generalizado de melancolía. Sin embargo fue esta
época la que descubrió el valor de la fragilidad y la delicadeza del
niño; fue menos antifeminista y partidaria del amor en el hogar.
El cristianismo se encontró frente a una mentalidad nueva y
compleja, que temía la condenación, necesitaba la piedad personal,

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con aspiración a una cultura más laica y el deseo de integrar la vida y
la belleza dentro de la religión. La anarquía religiosa de los siglo XIV y
XV desembocó en la ruptura de la Reforma pero también en un
cristianismo rejuvenecido, menos estructurado, más abierto a las
realidades cotidianas, más vivible para los laicos, más sensible a la
belleza del cuerpo y del mundo. Es cierta la sensualidad del
Renacimiento y muchas veces optó por una filosofía materialista. Pero
su paganismo, más aparente que real, muchas veces engañó quienes
buscaban en él lo anecdótico y escandaloso. Maravillado por la
belleza del cuerpo logró devolverle su lugar legítimo en el arte y en la
vida. Pero no aspiraba a romper con el cristianismo. La mayoría de los
pintores representaron con igual convicción las escenas bíblicas y los
desnudos mitológicos sin sentirlos de ninguna manera como una
contradicción; para ellos el cristianismo no significaba ascetismo. La
laicización y la humanización de la religión no constituyeron una
descritianización.

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