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El esclavo es visto por Bonnassie según los textos de las Monarquías Bárbaras
como una bestia parlante a la que puede castigársele y sobre el que caen
prohibiciones y prescripciones de todo tipo; no es humano ni puede tener
propiedades ni derechos sobre sus hijos. Todo el control es ejercido bajo el
poder de sus dueños.
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Bonnassie entiende y acepta que la guerra es un factor determinante no para
el fin de la esclavitud sino para su consolidación. En su análisis distingue dos
periodos: el de los Reyes Barbaros y el de el Imperio Carolingio. Destaca que un
proceso natural se llevo a cabo en Occidente durante esta etapa, la de
mantener sistemáticamente la empresa esclavista, que en contra de lo que se
sostiene durante la Temprana Edad Media (V-VIII) hubo un incremento en la
captura de prisioneros de guerra. En todo caso, para Bonnassie hay un cambio
en la fuente de extracción de estos esclavos, que ya no son extraídos de
lugares lejanos como pasaba durante el Imperio Romano sino más bien de las
cercanías. En la época carolingia lo que sucede es que baja la captura de
esclavos y se traslada a las fronteras del Imperio.
Un tema interesante que el autor destaca es que a la esclavitud no solo se
llega a través de la guerra sino que también existen factores como la miseria;
las deudas económicas; las condenas jurídicas o bien la auto-venta por
necesidad para que una persona pueda caer en sumisión.
En conclusión, para Bonnassie este factor no es preponderante si lo que
queremos es encontrar la “causa” del fin de la esclavitud. Lo que si le parece
es que este agente también aporta una nueva visión al esclavo porque ya no
solo deja ser visto como ganado sino que tampoco es considerado un
extranjero dado que su origen puede provenir de un pueblo vecino o hasta
puede ser el pariente de algún que otro hombre libre.
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Claro que para esto se debe entender el análisis de documentos e
investigaciones regionales; la tarea de comparar diferentes formas de
servidumbre que se fueron desarrollando en lugares ajenos unos de otros y a
partir de este salpicado elaborar una situación estructural.
El autor encara el tema desde una posición continuista, claro que desde el
marxismo pero criticando la idea evolucionista: el salto de un modo de
producción hacia otro, tratando de evitar el eurocentrismo determinante que
termina aislando a Oriente del proceso histórico mediante el MP Asiático.
De alguna manera intenta unificar el MP Antiguo y el MP Feudal como partes de
un mismo proceso continuo, en el que la tributación ocupa un lugar central.
Situándose en épocas del Estado Dioclesiano, hace una salvedad respecto a lo
que Roma había sido en una etapa anterior no expansionista (Modo de
Producción Antiguo No Explotador) y lo que fue a partir de los s. II y I (a.C) con
la preferencia por la esclavitud y la explotación (Expansionismo Imperialista).
En ese momento de cambio/pasaje, la riqueza de las ciudades provenía del
campo y de los tributos que los propietarios debían realizar, así como también
de las ciudades sometidas a su poder. Esto lo llama Tributación en Red
(Relación urbano-rural)
La crisis del Estado Romano en el s. II había acabado con las grandes haciendas
esclavistas si bien seguían permaneciendo algunas pero en formas de tenentes
y tenentes libres (Coloni) capaces de controlar la tierra y el propio proceso de
producción; acá aparece un indicio de MP Feudal pero que no dominaba la
formación económica y social; en el Bajo Imperio no era la renta sino el
impuesto el que controlaba las riendas.
Con Dioclesiano se reestructura el Estado durante el periodo 284-305 (d.C) que
se mantiene bajo formas absolutistas, alternando su manutención entre la
renta de los campesino libres y el impuesto (independiente de la relación
propietario-tenente) que era la base de la recaudación estatal destinada a
mantener el ejercito y la burocracia (aprovisionamiento de las provincias; obras
y reservas). Este impuesto aparecía tanto a la tierra como al comercio de larga
distancia que, dicho sea paso, también controlaba el Estado mediante el
derecho de transito/aduana.
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Al perder poderío económico, el Estado se siente en inferioridad frente a la
importancia que los señores comienzan a tener por aumentar la propiedad
privada de los mismos. La caída del Imperio cambia las disposiciones, ya no se
necesitaba del impuesto para proveerse de un ejército; los nuevos reinos
tenían ejércitos que se basaban en la propiedad de la tierra. Al suprimir un
gasto importante se pasa del impuesto a la renta, profundizando más las
formas feudales de producción.
El cambio ideológico sobre los impuestos les resta aquel peso político que hubo
de tener en el Estado romano; si bien los reinos y su administración carecían de
una organización como la de este, se alcanzaba un nivel capaz de solventar las
economías. Wickham hace una descripción de cómo los impuestos pasaron a
tener un peso negativo durante el periodo merovingio para hacerse de
objetivos políticos mientras que en la etapa carolingia se volvió a poner énfasis
en la tributación aunque de una forma resignificada.
Lo que trata de demostrar el autor es que esta etapa no es solo un pasaje o
reemplazo de un MP a otro sino que entre los s. IV y VIII hay una coexistencia.
La caída del Imperio Carolingio puso fin a los gobiernos de vastos territorios
bajo el absolutismo; las unidades políticas creadas por ese entonces eran
pequeñas con mucha ideología hegemónica pero dependiente del poder feudal.
El campesinado había sido favorecido al dejar los impuestos por las rentas pero
con Carlo Magno, las relaciones feudales se extendieron de manera tal que
sometieron y explotaron a los siervos; se habían quitado las formas de
esclavitud antiguas y establecido prestaciones de trabajo. Wickham, en este
sentido, piensa que la transición entre una forma y otra se dio de manera
marginal y no como característica principal del periodo en cuestión.
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El autor propone no ceder a la tentación de considerar al siglo V como el siglo
de la gran ruptura (social y política), propiciada por la instalación de los
germanos en Occidente, sino que sugiere considerar el período comprendido
entre los siglos III y IX en términos de evolución social lenta.
Actualmente hay individualidades y escuelas que siguen pensando la historia
de la Alta Edad Media en términos de continuidad o al menos de lenta
evolución (Bonnassie, Lauranson-Rosaz, Bois).
LA TESIS FISCALISTA
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A continuación, Salrach hace un somero análisis de las bases materiales del
poder del Estado en la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media.
EL BAJO IMPERIO
Durante el Alto Imperio, todas las tierras pagaban el tributum soli y todos los
hombres, menos los ciudadanos romanos, el tributum capitis, y parece que
esta dualidad impositiva se mantuvo en el Bajo Imperio a pesar de los edictos y
constituciones que extendían la ciudadanía romana a todos los hombres libres
del Imperio. Un jugum era probablemente el equivalente fiscal de una
explotación campesina-media con un par de bueyes y, en la Galia, unas 10 ha
de tierras de labor. En este sentido, el número de juga de cada contribuyente
es un índice de su capacidad contributiva.
Respecto al impuesto personal, como en el caso del capital inmueble, la
materia imponible (las personas libres no indigentes) era reducida a unidades
abstractas de cálculo denominado capita: un hombre valía o pagaba por un
caput (palabra que se utiliza también en el sentido de contribuyente) y una
mujer por medio caput; y el cálculo de capita debidos por una unidad familiar
era una operación que se llamaba capitatio humana, expresión que, según
Goffart, también tenía el sentido de sujeción al impuesto.
Juga y capita eran pues unidades fiscales en base a las cuales se calculaba
cada año el montante del impuesto (territorial y personal) debido por cada
contribuyente. Para el fisco, aunque el importante era el impuesto territorial
(jugatio), lo decisivo es que reposaba sobre las espaldas de un contribuyente
(de un caput), de ahí que a veces se utilice la palabra capitatio, caput o capita
para designar al conjunto.
Puesto que el 80% de la riqueza nacional debía proceder de la tierra, dice
Durliat, así también los recursos públicos. Pero las ciudades, donde debía vivir
entre el 10 y el 20% de la población total, también eran gravadas; sus
habitantes eran censados y sometidos a capitación. Los senadores habían de
satisfacer un impuesto anual denominado collatio glebalis, cuyo montante
dependía de la fortuna de cada cual. Las ciudades organizaban también la
recaudación del impuesto llamado collatio lustralis, como la lustralis collatio o
chrysargyre que gravaba las actividades productivas no agrícolas, para lo cual
se utilizaba la infraestructura de las corporaciones.
En todo el Imperio se percibían impuestos sobre el tráfico de personas y bienes.
La recaudación se efectuaba en las aduanas u oficinas en los límites exteriores
del Imperio, las provincias, los términos municipales, las puertas de las
ciudades y los mercados.
El Estado poseía también tierras y otros bienes públicos, que proporcionaban
ingresos diversos, o bien porque eran explotados directamente, o bien porque
eran cedidos en arrendamiento. Estos bienes estaban repartidos entre los
bienes a disposición directa del soberano, denominados de la res privata,
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bienes de los templos (paganos) y de las Iglesias (cristianos) y bienes de las
ciudades.
El gasto público
El gasto público del Bajo imperio puede agruparte en tres capítulos: el coste de
las administraciones municipales, la administración central (gastos civiles y
militares) y el culto.
Los gastos municipales eran enormes y de muy distinta naturaleza. Las
ciudades, generalmente capitales de territoria muy extensos, financiaban las
obras públicas, espectáculos y distribuciones gratuitas de alimentos. Para
cubrir todos estos gastos eran necesarios grandes ingresos. Aunque la ciudad
tenía recursos propios (magistraturas pagadas, rentas de tierras municipales),
es dudoso que estas fuentes de financiación fueran relevantes en las finanzas
municipales. La partida de ingresos más importante procedía del presupuesto
del Estado, que asignaba un tercio de sus recursos a las ciudades. De todo el
impuesto recaudado en los territorios de las ciudades del Imperio, éstas tenían
derecho a quedarse con un tercio para satisfacer sus necesidades y debían
liberar los dos tercios restantes a la administración central. ¿Qué hacía el
Estado con ellos?
Según diversos estudios, otros tercio de los ingresos del Estado
aproximadamente debía asignarse al mantenimiento del Ejército
(reclutamiento, equipamiento, alojamiento, manutención, transporte,
soldadas). Obtenían los recursos necesarios por intermediarios: mediante
pagos a su favor que efectuaban los recaudadores, mediante el
aprovisionamiento en almacenes públicos, etc.
En cuanto a los gastos civiles de la administración central, Durliat distingue
fundamentalmente cuatro partidas: el mantenimiento de las grandes capitales
del Imperio (Roma, Constantinopla, Milán, Ravena), que en gran parte vivían de
las munificencia imperial; la ayuda a muchas otras ciudades, sobre todo
cuando atravesaban dificultades; el pago de los salarios de los grandes
funcionarios; y el financiamiento de diversos servicios públicos.
Respecto al culto, que absorbe una importante parte del presupuesto, la tesis
de Durliat es que las Iglesias y el Estado son realidades moderadamente
autónomas pero no separables. En la medida en que el cristianismo sustituyó al
paganismo como religión de Estado, como marco ideológico global, también
heredó sus funciones ideológicas e institucionales, y obtuvo en contrapartida,
las asignaciones presupuestarias o dotaciones (tierras o impuestos sobre
tierras) correspondientes al mantenimiento del culto. Desde este punto de
vista, los bienes de la Iglesia, aunque gestionados autónomamente, no son
separables o distintos de los bienes del Estado.
El emperador cristiano, que consideraba la Iglesia como un servicio público y
las iglesias como edificios públicos, se sabía con derecho a llevar la dirección
administrativa de la institución, a pilotar la nave cristiana y a imponerse como
árbitro de las querellas conciliares.
Los recursos de la Iglesia del Bajo Imperio eran de origen diverso, pero, según
Durliat, en contra del parecer de Gaudemet, los procedentes de la caridad
privada apenas cuentan al lado de los bienes y rentas del Estado asignados al
culto por el emperador y sus colaboradores. Estos bienes y rentas del Estado
asignados al culto procedían de dotaciones efectuadas sobre recursos de las
res privata y las tierras municipales, de las confiscaciones efectuadas a los
templos paganos, etc.
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La gestión de las finanzas
El gasto público
Es lógico preguntarse si los métodos de gestión eran los mismos que los del
Bajo Imperio o habían cambiado.
Está en primer lugar el tema de los asentamientos o bases de percepción fiscal.
El fundus (terminología utilizada por los legisladores romanos), según Durliat,
sigue siendo lo que era: un territorio sobre el cual un possesor tiene derechos
fiscales delegados. La novedad es que los documentos, generalmente
escrituras de venta de tierra, sitúan los bienes inmuebles que se venden in
villa. ¿Qué eran las villae? Escrituras de venta o donación de villae sugieren
que lo eran todo: tierras, casas, aguas, bosques, molinos, hombres. Podrían ser
grandes dominios si no fuera que incluyen las aguas que es bien público, y que
los campesinos que habitan en ellas venden, compran, heredan y donan en
plena propiedad tierras situadas in villa, y ya se sabe, no es posible que haya
propiedades dentro de propiedades.
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También la ciudad, aunque menos brillante que antes, y ahora subdividido su
término en pagi, seguía siendo el intermediario necesario entre la
administración central y los possesores.
La villae y fundi, que los partidarios de la tesis fiscalista consideran bases de
recaudación, eran objeto de compra-venta entre possesores lo cual parece
indicar que la ostión del impuesto era rentable. Para Durliat es claro que la
clase dirigente de la época germánica obtenía la parte más sustanciosa de sus
ingresos no de sus grandes propiedades sino de la gestión de las finanzas
públicas.
Como dice Durliat, los palacios de los reyes germánicos tenían que ser algo
más que un lugar de reunión de guerreros y cortesanos: desde el punto de
vista de la fiscalidad tenían que tener algo de oficina central del Tesoro.
Finalmente se llega al último eslabón, el de los contribuyentes (tribuytarii).
Para la tesis fiscalista, eran los colonos descendientes de los coloni del Bajo
Imperio y de los esclavos manumitidos. Al final de esta historia, serían los
pequeños propietarios libres del Valle del Duero y del reino asturleonés de que
tanto hablaba Sánchez Albornoz y los pequeños alodiarios que afloraban por
todas partes en la documentación catalana de la época carolingia. El problema
es el número. Durliat y Magnou-Nortier piensan que son predominantes puesto
que, a su entender, eran la principal fuente de ingresos o de confiscación de
excedente (por la vía del impuesto territorial y personal) de las monarquías
germánicas. Su teoría se refuerza reduciendo el papel de los esclavos al
servicio doméstico, y considerando a los servi rurales simplemente como una
variante de los coloni. Durliat coloca dentro del grupo de los coloni a los accola,
ingenui, liberti, servi y mancipia, que serían campesinos sometidos a cargas
fiscales de distinta modalidad, al margen de que pudieran estar sujetos a
dependencias privadas.
BALANCE
Esta línea de interpretación nos sitúa ante la hipótesis de que las sociedades
del Occidente europeo antes del año mil, y al menos desde el Bajo Imperio,
funcionaban dinamizadas por la modalidad tributaria de explotación del
trabajo. Modalidad que sería el motor principal del sistema social (totalidad
coherente de estructuras) antiguo cuya vigencia los hombres habrían
mantenido hasta mucho más allá de la caída del Imperio romano de Occidente.
Claro está, para aceptar este supuesto hay que aceptar los supuestos previos
en que se basa la tesis fiscalista: el servís no sería ni un esclavo ni un
dependiente sino un contribuyente sometido al servilium; colonus no
significaría arrendatario sino campesino, generalmente propietario; censum
nunca sería sinónimo de renta sino de impuesto; polyptyci serían registros
públicos; possessio y fundus no serían propiedades sino demarcaciones
fiscales; el possesor no sería el propietario sino un señor privado depositario de
una delegación de poder público; las villae y los mansi no serían, al menos
únicamente, pueblos y explotaciones sino formas de encuadramiento y cálculo
fiscal, etc.
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El autor intenta individualizar las grandes fases de las relaciones entre Roma y
los longobardos, ordenando los hechos dentro de esquemas interpretativos
generales.
Para el período comprendido entre finales del siglo VI e inicios del VII, se debe
hablar de una estirpe bárbara extraña al país invadido, Italia, naturalmente
entendiendo con esta consideración no un pueblo comprendido como unidad
racial cerrada, portadora de una cultura étnica bien individualizada, sino como
un grupo humano abierto a distintas influencias, sobretodo de cultura. Para el
período posterior se debe no solamente hablar, como se hace habitualmente,
de un pueblo abierto ahora a modelos culturales y religiosos de matriz romano-
mediterránea en vía de fusión con los romanos de Italia. Esto puede ser válido
para una hipotética fase intermedia, de difícil ubicación cronológica. Pero para
la fase que se inicia con el siglo VIII, hay que tener presente que en las fuentes
contemporáneas –además de aquellas de época carolingia y postcarolingia- con
el término “longobardo” se entiende prácticamente todo habitante de
condición libre del reino y, ciertamente, todos aquellos de condición económica
incluso modesta que desempeñaban, al menos en teoría, tareas públicas,
judiciales y militares principalmente.
Evidenciar estas diferencias macroscópicas entre lo que se entiende bajo el
término “longobardos” en el siglo VI y en el siglo VIII no es una observación
banal, en cuanto que la operación que nos proponen las fuentes de parte papal
–el Liber Pontificalis, el Codex Carolinus- es precisamente opuesta y tiende a
uniformar la imagen de la época más antigua y aquella de época más reciente.
Que se trata de una toma de posición ideológica, de propaganda política, es
bien conocido, pero tomar consciencia de ello no debe inducir a retener que los
propios protagonistas de aquel período hubieran tenido en sus relaciones con
los longobardos siempre el mismo comportamiento de neta repulsa. Es
precisamente esta concepción la que el autor rechaza.
El Imperio romano materialmente representado por Bizancio permaneció,
durante toda la historia del reino longobardo independiente, un punto de
referencia ideal de cualquier manifestación del poder regio que se quisiese
expresar en el sentido de una realeza madura, territorial, de sello católico. Bajo
este punto de vista es lícito pensar que el verdadero interés de los longobardos
más que hacia Roma fuera dirigido hacia Ravena, la capital de la Italia
bizantina.
Los longobardos pudieron haber conocido la ciudad de Roma tal vez ya durante
la guerra gótica, en la que algunos habían tomado parte aunque fuese
brevemente.
Tras los posteriores ataques de la época de Agilulfo (rey lombardo entre 590 y
616), los longobardos se desinteresaron de Roma durante un siglo
aproximadamente. Los longobardos desaparecen de las páginas del Liber
Pontificalis tan bruscamente como habían entrado.
Cuando reaparecieron en el horizonte de Roma, en los primerísimos años del
siglo VIII, lo hicieron de dos modos diversos. Dos maneras diversas, una
belicosa, la otra pacífica de relacionarse con Roma, pero las dos tienen en
común el hecho de que en primer plano se encuentra ahora el papado.
La extrema fragilidad de las relaciones entre Roma y los longobardos desde
finales del siglo VI y a lo largo del siglo VII explica porqué quien se ocupa de
este tema se concentra generalmente en el pleno siglo VIII.
La fuerza del arrianismo longobardo, que suponen autores como Bognetti,
explicaría la preocupación papal y las misiones en el corazón del reino.
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El siglo VII marcaría por tanto la fase “misionera” de las relaciones entre Roma
y los longobardos, intermedia entre el impacto inicial –puramente bélico- con
una estirpe bárbara carente, a ojos romanos, de características dignas de
mención y de jefes, y cuyo único lenguaje era el botín, y la fase “política” del
siglo VIII.
Las evidencias del arrianismo de los longobardos son extremadamente
escasas. Reyes arrianos fueron con seguridad sólo Autari, Arioaldo y Rotari.
En cuanto a los misioneros orientales que en la segunda mitad del siglo VII
habían actuado en el seno del reino longobardo, tanto Bognetti como Bertolini
admiten no tener ninguna prueba de la implicación papal en la obra de
conversión que supuestamente habrían llevado a cabo estos misioneros.
Sostener el escaso relieve del arrianismo en el reino longobardo durante la
segunda mitad del siglo VII significa restar plausibilidad a la existencia, en este
período, de un esfuerzo misionero de parte del papado hacia los longobardos.
O es que sea imposible suponerlo, ciertamente, pero si existió no fue de gran
importancia y no tal, en cualquier caso, para determinar el tono de las
relaciones entre el reino y el papado.
Es realmente poco. El dato a tener en cuenta es que el reino longobardo,
durante estos decenios, está ocupado en un difícil proceso de organización
política, marcado por duras luchas internas por el poder y muy ocasionalmente
se asoma al sur de los Apeninos, y cuando lo hace, se vuelve hacia las tierras
longobardas de Spoleto y Benevento, mientras que el papado, a su vez, está
implicado en ásperas luchas religiosas con Bizancio. Los objetivos privilegiados
por ambos protagonistas –reino t papado- durante estos casi ochenta años eran
por tanto radicalmente divergentes y se debieron encontrar raramente.
En realidad, el vacío de las relaciones romano-longobardas en el siglo VII es
sólo aparente, o mejor, lo es sólo a nivel político. Si en Roma se producían
objetos que eran también símbolos de rango y que circulaban en las tierras
longobardas, la idea de las insuperables barreras –étnicas, culturales,
religiosas- entre estos diversos ámbitos territoriales, pierde todo su contenido.
El siglo VIII marca un giro tanto en las relaciones entre papas y longobardos
como en la atención que las fuentes prestan a estas relaciones. Particular
relieve tiene la época de Liutprando para la que disponemos
contemporáneamente de la Historia Langobardorum que finaliza con la muerte
de Liutprando y del Liber Pontificalis que había ignorado prácticamente a los
soberanos precedentes.
En las páginas del Liber el rey longobardo es protagonista de largas y
atormentadas relaciones con tres papas, Gregorio II, Gregorio II y Zacarías,
relaciones resaltadas por encuentros militares pero sobre todo por encuentros,
algunos de ellos dramáticos.
Con Zacarías los encuentros fueron dos, el primero en el 742 en Terni, para
obtener restituciones territoriales relativas al ducado romano; el segundo, el
año sucesivo, que tenía el objetivo de recuperar territorios del Exarcado
ocupados y de detener el ulterior avance de Liutprando en aquella región. En
este último caso Zacarías acudió nada menos que hasta Pavía. Fue un evento
absolutamente clamoroso, marcado por un ritual muy complejo.
La narración de los dos encuentros entre Zacarías y Liutprando, realizada por el
biógrafo del Papa, es la de un testimonio ocular o la de uno que tenía
informaciones de una persona que había estado presente en los hechos. Aparte
de esto, sin embargo, es fundamental el hecho de que el biógrafo hay querido
contar detalladamente los hechos, expresando ciertamente el punto de vista y
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los intereses del Papa y de su círculo, pero al mismo tiempo dando a los dos
encuentros un relieve inusitado.
El hecho de que Zacarías celebrase la misa en el día de San Pedro en la capital
longobarda en presencia del rey, en una iglesia fundada por él es un acto de
enorme valor simbólico; al igual que lo había sido la ordenación papal de
obispo sienés, siempre en presencia del rey.
Los encuentros entre Zacarías y Liutprando son los primeros encuentros
solemnes entre un Papa y un soberano de los reinos occidentales. En ellos,
Liutprando ostenta un papel de gran dignidad, de superioridad, podríamos
decir: en ambos casos el rey espera al Papa, no le va al encuentro como hacen
el exarca en Rabean y Pipino en Ponthion; naturalmente mientras para el
exarca esto era un signo de debilidad evidente, en el caso de Pipino su
sumisión formaba parte de la manifestación ideológica del nuevo poder regio
de los francos. Por otra parte es interesante el hecho que, tras el reinado de
Liutprando, nuevos encuentros no hayan dado pie a otras descripciones. Ya
para el encuentro entre el mismo Zacarías y Ratchis en Perugia en el 749 se
vuelve a una descripción abreviada y de género. Ciertamente puede ser debido
a que a este punto el ceremonial estaba ya suficientemente ensayado o que
faltó un testimonio ocular.
Después de Ratchis y Zacarías, con los reinos de Astolfo y Desiderio y los
pontificados de Esteban II, Pablo, Esteban III y Adriano I, entramos en cambio
en una fase que podríamos definir como de “deslegitimación política”.
De Astolfo a Desiderio, la línea de comportamiento papal en sus relaciones con
los monarcas longobardos aparece lineal en su total hostilidad y constante
retrato negativo de los soberanos: como Astolfo, Desiderio es protervus,
animado por un malignum ingenium y por una maligna saevitia.
Pero en la realidad, y dejando de lado la propaganda, existía una consolidada
trama de relaciones entre el papado y el reino longobardo a través ciertamente
de los obispos.
No existía ningún rechazo a priori, por parte romana, a la realidad representada
por el reino longobardo y a sus supuestas tradiciones germánicas y
particularidades, todo lo contrario, una realidad con la cual se producían
normales y, durante el siglo VIII al menos, frecuentes relaciones a todos los
niveles.
Análogamente, por parte longobarda se puede encontrar la misma normalidad
de comportamiento. Colaboraciones y relaciones que se desarrollaban
paralelamente a la difícil situación política y militar y que de vez en cuando se
determinaban pero que nunca se interrumpían. En estas condiciones paree
difícil poder sostener todavía la existencia de una presunta persistente
“extrañeza cultural” de los longobardos respecto a la Iglesia de Roma: de esta
extrañeza no existe traza alguna en las fuentes. Así como tampoco existe traza
alguna de otro de los temas predilectos de la historiografía: el drama de los
longobardos, y del clero del reino en particular, en el momento en que tuvieron
que enfrentarse con los francos que apoyaban al Papa.
Desnudas de todas estas lecturas no adherentes a la evidencia proporcionada
por las fuentes, las atormentadas relaciones entre el reino longobardo y la
iglesia de Roma en el siglo VIII, nos son restituidas en toda su realidad, hecha
de estrechos lazos recíprocos y, al máximo nivel, aquel de rey y pontífice, de
un complejo juego político, construido sin embargo siempre a partir del
reconocimiento, por parte longobarda, del papel papal de caput ecclesiarum
dei. Todo esto da fe de un constante diálogo con Roma de los vértices políticos
y religiosos del reino longobardo.
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5. PATLAGEAN - EL RENACIMIENTO EN EL ESTE (MEDIADOS DEL SIGLO
IX - MEDIADOS DEL SIGLO X)
Con la toma del poder por Basilio I en 867, tras la muerte de Miguel II, conviene
comenzar un nuevo capítulo. En efecto, hoy se sabe que este cambio
inauguraba una época de apogeo del Imperio, o mejor dicho, daba el último
toque al modelo que debía quedar en la historia general como el ejemplo y la
herencia de Bizancio. Los textos e imágenes que constituyen nuestra
documentación sobre la historia de estos tres reinados y del de Romano I son
en gran parte el producto de una elaboración deliberada, en la que los
emperadores tomaron parte personalmente.
Dos datos hay que tener en cuenta, el primero relacionado con la reactivación
urbana, acentuada precisamente a partir de Basilio I y a lo largo del siglo X, y
un equilibrio demográfico renovado.
Solidez de la aldea
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Los bienes militares, soporte del servicio armado en los themas, constituyen
igualmente, una categoría estatutariamente inmune. Las aldeas
independientes y los dominios proporcionan reclutas a manera de impuestos.
La historia más evidente de Bizancio entre 886 y 959 se nos presenta, una vez
más, a pesar de todo, centrada en el palacio. El palacio no es sólo el escenario
de la pompa soberana, se convierte también, a lo largo de diversas
generaciones, en un organismo de gobierno y administración. De esto se
desprende que el palacio es un centro de decisión política de impulso
ideológico.
El palacio es por definición el punto de mira del relato historiográfico, sea cual
sea. El palacio como lugar político es también el punto de mira de las biografías
patriarcales.
Los verdaderos resortes del poder en este tiempo se encuentran, por un lado
entre los hombres cultos, como prueba el hecho de que León VI y Constantino
VII se cuenten entre ellos: pues les incumbe la justificación histórica, jurídica y
cristiana del poder soberano. Por el otro, la importancia de la guerra, pues de
allí proceden los principales papeles de la historia política y de los linajes.
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Los poderosos linajes
A mediados del siglo X Bizancio Goza de excelente salud, si es cierto que para
una sociedad que vive en torno al año 1000 la guerra y el comercio a gran
escala son síntomas de salud. Como toda sociedad sana desarrolla una
actividad cultural a través de la que expresa su presente.
Se hizo alusión hasta aquí a los resortes culturales de la historia política de
Bizancio entre Basilio y Constantino VII. Pero también debe tenerse en cuenta
que desde Teófilo, el propio poder imperial fundaba sus derechos sobre la
reivindicación de continuidad ininterrumpida de la cultura clásica legada por la
Antigüedad y acabada, de hecho, después de la segunda iconoclasta, a través
de una teoría completa y definitiva de la imagen.
La cultura dominante supone también, como se recordará, el ininterrumpido
ennoblecimiento del emperador por el retórico del palacio, el
perfeccionamiento administrativo imperial y patriarcal y la victoria de la
ortodoxia.
La cultura dominante es, en fin, el discurso figurativo de las imágenes. Pero, no
obstante, cabe preguntarse sobre sus límites sociales, provinciales, incluso
nacionales, se puede decir, en el interior del inmenso imperio.
La primera certidumbre es que su lengua está desde ahora, y ya
irreversiblemente, alejada de la lengua hablada por todos, comprendida la élite
política. El renacimiento clásico de los siglos IX y X, que vuelve a ensalzar los
tratados de retórica antigua, acentúa el corte, tanto político como cultural,
entre los dos niveles de la lengua, que desempeña en Bizancio el mismo papel
que el uso del latín y de las lenguas vernáculas en la cristiandad medieval de
Occidente.
Por otra parte, qué duda cabe que la propia cultura dominante no es
impermeable y sufre influencias periféricas.
Los judíos, que hemos vuelto a encontrar en la Italia meridional, nos
proporcionan otro ejemplo, situados como estaban, con una cultura propia y
floreciente en la intersección entre Bizancio, el Islam y la latinidad. No ocurre lo
mismo en el caso de la minoría judía en el Imperio, arrinconada por el rigor de
la identificación en curso entre la romanizad y la cristiandad ortodoxa, y por
añadidura asociada, con o sin razón, como se recordará, a los movimientos
iconoclastas. La minoría judía no fue, pues, aniquilada en Bizancio, ni entonces
ni más tarde, aunque no encontró el terreno adecuado para una floración
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comparable a la que se observa entonces en Italia, Renania o en tierras del
Islam.
Respecto a la cultura de la mayoría, termino ambiguo para la autora, se
observa una uniformidad del repertorio iconográfico religioso y, por tanto, del
sistema de representaciones y creencias. El vulgo sólo ocupa en los relatos, en
el mejor de los casos, un segundo lugar indiferenciado.
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En el Mediterráneo la situación es diferente a causa tanto de los aliados como
de las posturas enfrentadas. En Sicilia e Italia meridional el cuadro está
dominado por los progresos árabes, y modificado, respecto al modelo
justinianeo, por el hecho carolingio y por la existencia de los principados
lombardos en el sur.
La historia de las incursiones árabes en las costas griegas e italianas y la de las
campañas marítimas en la Italia meridional tienen una alcance diferente. Un
Bizancio marítimo se extiende de Sicilia a la Abulia y de Calabria a Tesalónica y
el Egeo, donde la gama de contactos con el Islam es comparable en cierta
medida a las del Bizancio continental en el este. Por ello, ese Bizancio de las
islas y las costas está en relación incluso con el Asia Menor, a decir verdad, por
el envite chipriota, y por las ofensivas marítimas de los emires de Tarso.
La política imperial apunta, pues, a dos objetivos, la reconquista de las rutas
marítimas y la de Italia. El primero apenas será cumplido antes de la segunda
mitad del siglo X.
La extensión de Bizancio en la Italia meridional no resuelve el problema general
de las comunicaciones marítimas. A lo largo del siglo X los árabes acaban, por
el contrario, de cercar Sicilia, desde donde amenazan Calabria y donde, sin
embargo, sobrevive el helenismo. Las claves del mar están de hecho en Creta y
Chipre, y Bizancio fracasa allí, en 904 en Tesalónica. Sin embargo, la segunda
mitad del siglo IX es testigo de una importante reorganización de la marina
bizantina.
Alrededor de 950, Bizancio es, pues, al este de la cristiandad, un modelo
imperial, una moneda, una cultura dominante, y su periferia, pero también una
sociedad de guerreros y clérigos, de ciudadanos y campesinos, que hay que
comparar con el Occidente contemporáneo. Pero, sin duda, no es una sociedad
sin agitaciones.
Los economistas.
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Para Pirenne a comienzo del VIII la conquista musulmana (Y no las invasiones
germánicas V-VI) habría interrumpido la economía de intercambio e inaugurado
la economía exclusivamente rural de la Alta Edad Media, pues se quebró el eje
mediterráneo de intercambios entre Oriente y Occidente. El imperio franco tuvo
que replegarse sobre si mismo adoptando en teoría, una economía de
subsistencia.
Fuentes: Polípticos.
EL SISTEMA CURTENSE.
Amplitud de los dominios.
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El sistema curtense se caracteriza por curtes muy alejadas unas de otras y de
extensión muy variable, desde un manso hasta la existencia de más de 3000
en un solo dominio. La curtes en verdad aparece como un realidad móvil,
constantemente sometida a procesos de concentración y fragmentación, sobre
todo a partir de IX se multiplicaron las tenencias campesinas por desmonte,
parcelación de las reservas y drenado, consecuencia de un incremento
demográfico. Asimismo se dieron donaciones piadosas en las tierras
eclesiásticas o concesiones en beneficios en los dominios fiscales que dieron
lugar a amputación de curtes para crear nuevas. De esta forma la realidad
domanial es propia de un organismo dinámico sometido a procesos de
constante remodelación.
El masserizio.
Estructuras de intercambio.
El tributo en las curtis no solo era agrícola, las fuentes hacen mención a
productos de uso industrial: Mineros, metales, armas, sal, útiles de hierro y
piezas de tela. De esta forma no hay que minimizar el papel del artesanado en
el marco del dominio. Se denota también una tendencia de la política domanial
a adquirir bienes raíces alejados del centro del dominio, que permitían el
acceso a determinados recursos. La producción artesanal se lograba de dos
formas: mediante talleres domaniales (gineceos) aunque no aparece en todos
los dominios, y la producción artesanal al interior del masserizio, nuevamente
aparece la lógica de privilegiar la explotación indirecta. Por tanto el gran
dominio ha concentrado excedentes producidos por el trabajo diversificado de
dependientes campesinos.
La curtis funciona como un organismo centralizado que asegura la
transferencia hacia la corte domanial de mano de obra y productos agrícolas y
artesanales provenientes del masserizio. La documentación nos da cuenta de
la transferencia de excedentes de una curtis a otra dentro del mismo complejo
domanial, como así también de una curtis a un mercado local o regional.
Algunos autores sostienen que el dominio preveía el uso de algunos
excedentes para venderlos, aunque esto está limitado por obstáculos técnicos
y económicos (Medios de transporte). Aparece como altamente probable el
transporte de vinos, aceite y otros idóneos para la conservación como la miel,
la cera y los quesos, todos ellos eran objetos de transferencias regulares. En las
fuentes se recomienda que las curtes alejadas adopten una autonomía de
gestión que les permita vender in situ los excedentes de la cosecha, puesto
que el transporte al centro domanial resultaría poco rentable. En las regiones
marcadas por el surgimiento comercial y urbano los grandes propietarios
terratenientes han ramificado sus circuitos de intercambios en los centros
urbanos. No debemos pensar que los grandes propietarios hayan logrado
edificar una economía de mercado altamente diferenciada alrededor de la
ciudad, más bien estaban presente en los mercados urbanos pues allí podían
hallar los productos del comercio internacional.
En el VIII se produce el abandono de la moneda de oro en provecho de la de
plata (Denario), dando lugar a un monometalismo que durara hasta el XIII. La
redes comerciales están en dominadas por señores que poseen flotas
domaniales de navíos, instalaciones portuarias y mercados de actividad
regulada y corveas de transporte. Los últimos estudios respecto a dichas redes
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han destacado el papel de los monasterios y de la economía domanial en la
animación de los mercados, intercambios regionales y vida urbana del IX y X.
En este contexto cobra sentido la concesión imperial de derecho de acuñar
monedas a señores (abadía de Prum)
La proliferación de los mercados locales esta comprobada a partir del IX,
organizados por los grandes propietarios que consiguen exacciones sobre el
intercambio y complementan así la exacción a la producción campesina. Hay
que negar la existencia de dos niveles comerciales antagónicos: El de la
campaña y el de las ciudades, donde en la primera existirían mercados
domaniales y en la otra mercados dedicados al gran comercio. El comercio
internacional utilizaba la infraestructura que le ofrecían las redes de comercio
interior (vías de intercambio, nudos de intercambio).
Durante el imperio carolingio hubo varias intervenciones del poder para definir
la moneda en circulación y sostener su contenido metálico que estaba en
decadencia. La caída del valor intrínseco del denario es el corolario del
crecimiento económico bajo dos aspectos: aumento de los precios mínimos y
demanda creciente de instrumentos de pago. Esto niega la idea de economía
natural basada en una moneda primitiva que caracterizaría el periodo entre
VIII-X. Pronto ocurrió la transformación de las rentas en renta dinero, que
aunque no fue generalizado, da cuenta de la multiplicación de las tenencias
respecto a las reservas y del aumento de disponibilidad de numerario en una
sociedad campesina cada vez más integrada a los circuitos de intercambio. El
denario fue expandiéndose en uso y permitió tres cosas: Ahorro, concentración
de valor y medio de cambio en las redes comerciales.
A. Causas
B. Modalidades
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de los poderes sobre bases nuevas. Son para el autor, los constituyentes
esenciales del proceso de feudalización.
A. Militarización de la sociedad
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1. Relación económica social expresada a través del control de la tierra, que
se transforma en feudal cuando el esclavo se emancipa
2. caída de las estructuras tributarias de Roma permite que la política se
base más en la tierra
Imperio carolingio:
• organización política apoyada en lazos personales
• Penetración, hacia el siglo X, de los lazos personales en el ámbito
público: En este plano de encuentro entre el tejido clientelar y el señorial
es en donde se levantó la realidad feudal
Cinco elementos en dicha reunión entre los tejidos clientelar y señorial
1. patrimonialización del poder público: Surgimiento de circunscripciones
nuevas e informales en torno a Iglesias y castillos
2. (Relacionado con el anterior) Incremento de las relaciones privadas entre
los hombres de los linajes superiores
3. El grupo militar:
a. desde 950 es más fácil individualizar los grupos sociales nuevos, de
notables locales y militarizados.
b. A partir del siglo XI en Italia se puede empezar a hablar de una
clara estratificación social entre linaje aristocrático y militar y la
población civil, campesina, etc.
4. Apropiación de los derechos señoriales como parte integrante del poder
local del linaje militar sobre los campesinos:
a. Mezcla de elementos de origen diverso y no cristalizados de
manera inmediata.
b. No se combinaron juntos en la estructura legal del señorío
territorial.
c. Desarrollo (el señorío territorial) que fue capital para la
territorialización y la privatización del poder
5. Ciudad:
a. No es novedad del siglo XI, pero es esencial en la singularidad
italiana
b. Equivalente urbano a la concesión de derechos señoriales:
tribunales ciudadanos concedidos por el Rey
c. Centros mercantiles de cierta consistencia
d. Centros principales de la política
e. Similitud de Italia al resto de Europa por la dominación de la elite
militar sobre las ciudades
Definiciones y estructuras
Italia
Espacio occitano
Existen parecidos con Italia: No hay un Estado con prestigio universal, existe un
fuerte tejido urbano y contacto directo con el mar, el Islam, el oro y la plata.
- Continuidad: Entre el VIII y IX se rompe con la continuidad por el empuje
sarraceno que desarmó hasta el armazón episcopal, encontramos sedes
sin titular hasta fines del X. Los dos elementos de importancia en el
despertar urbano (Clero y alta aristocracia territorial, apoyados en
miles) se interpenetran, se superponen y se produce una confusión
entre funciones profanas y militares de los vizcondes y las
responsabilidades espirituales de los obispos, encontramos sedes en
manos de parientes de condes y vizcondes.
- Instalación de contingentes armados: Se trata de miles castri del
vizconde, del obispo o de aloders. Encontramos casas de caballeros,
torres y murallas.
- Reanudación de los intercambios: Es de importancia primordial para la
reactivación de la ciudad y se produce básicamente por mercaderes
judíos que transportan cueros, telas y esclavos (Fines del X y principios
XI) y de esta forma inyectan sangre nueva en la ciudad. Esta
reanudación de los intercambios da lugar a la creación de itinerarios
nuevos adaptados a las necesidades urbanas.
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- Doble movimiento de control: Nace de la renovación de los poderes
episcopales y de la incautación de las instituciones de paz por un poder
condal fuerte, después del 1100. Los príncipes territoriales recuperan
control sobre unidades mucho más amplias después del 1150 como el
conde de Barcelona en Provenza. Paralelamente se desarrolla el
consulado sin concesión de un acta condal sino por el acuerdo entre
comerciantes, caballeros y autoridad local. Se trata de una institución
que administra la ciudad. Esto contrasta con Italia, donde el poder
imperial solo arrancaba a los municipios regalías, mientras que en el
espacio occitano hay un control más directo del espacio urbano.
- Estructura interna: Encontramos cuatro grupos. Los señores (príncipe, su
familia, el prelado, etc.) que tienen los hornos, la alta justicia y la plaza
central de la ciudad. Cobran tasas (talla, presta, etc.) y en la medida
que el conde este más presenta obtendrá mayores ventajas
(exacciones). En caso de encontrarse alejado y ejercer menos poder, el
grupo superior es más débil y debe repartirse los poderes. Los nobles,
milites y caballeros y por otro lado los burgueses y curiales (curiales que
surgen por la implantación del sistema consular), aprovecharan estas
circunstancias formando consulados y logrando exenciones fiscales.
Mientras que algunas ciudades permanecieron en manos del conde y los
caballeros del palacio, otras conocieron la penetración progresiva del
elemento burgués apoyado por el conde. Por último los cives, hombres
de silencio y labor que van a crear gremios.
Mundo ibérico
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conde, cada figura aparece en ciudades distintas, pero la autoridad no
rebasa los limites del terreno construido.
- Presión militar: Encontramos al castrum como un elemento importante de
la región. En cada castillo reside una guarnición de milites. Estas
construcciones no escapan al control del príncipe.
- Inmigración rural: El castrum no constituye una ciudad de por sí, le hizo
falta la aparición de núcleos de hábitats nutridos principalmente de
inmigrantes rurales. Al lado de los castrum se instalaron suburbios,
dentro o fuera de la muralla, estos eran núcleos principalmente de
actividad campesina. Encontramos en los suburbios la presencia de un
mercado (forum in vico), prueba de intercambio, aunque solo de
productos locales.
- Comerciantes: Encontramos el florecimiento de barrios (portus, burgus,
wik) comerciales especializados, producto de encuentro de vendedores
locales con extranjeros. Estos lugares son objeto de derechos fiscales y
aranceles de peaje y no solo se dedican a vender productos de países
lejanos sino también intercambios de productos corrientes.
- Estructura interna: La estructura es trinuclear: El castrum (Autoridad
condal, dispone de la justicia, el ejercito y la moneda), el vicus (Poblado
de familiares y ministeriales de los poderosos junto a campesinos
emigrados) y el burgue (Grupo de extranjeros y gente local que
controlan los intercambios).
El imperio germano
Las aglomeraciones eslavas surgen en la tierra que habita el jefe del clan y sus
familiares, a la que llegan vendedores de metales y tejido y campesinos que
buscan vender sus excedentes agrícolas. Estos a mediados del X se
establecerán al pie del lugar fortificado dando lugar a las aglomeraciones
modestas (suburbium) ligadas a la residencia de la sociedad noble. Entre fines
del XI y principios del XII se producir una incautación de tierras por la nobleza
local y un replegamiento hacia la ciudad, por la fuerza, de numerosos
campesinos. Aparece una especialización por barrios: Herreros, vidrieros,
alfareros y taberneros.
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de volumen de compras y ventas del campo vecino y siguen
manteniendo su fortaleza militar.
• La ciudad, lejos de reabsorberse en el tejido rural, gana terreno sobre el
mundo agrícola. Pero hasta el 1200 no parece constituirse como un
elemento social y económico de primer orden frente al señorío.
El estudio de las palabras debe ser siempre contextualizado, sobre todo porque
en el latín medieval las palabras no tienen un sentido unívoco. Al mismo tiempo
la formación de la ciudad ocurrió sobre la base de acontecimientos de índole
demográfica y de evoluciones en el área rural que no pueden captarse a través
de la terminología. La curva demográfica es ascendente desde el VII y más
notablemente entre el XI y principios del XIV y es lo que permitió la
concentración de los asentamientos, las roturaciones y el florecimiento urbanos
con mercados y comunicaciones. Se trata de acontecimientos que son el telón
de fondo de la terminología.
El trabajo se centra en el territorio del viejo imperio alemán. Según Duby el
asentamiento que deviene en ciudad es la residencia señorial fortificada a la
que se agrega un asentamiento caracterizado por la actividad artesanal o
comercial junto a resabios de instalaciones rurales. Sus habitantes son de
procedencia y condición jurídica variada (Ministeriales, mercaderes
profesionales, artesanos, inmigrantes de las inmediaciones, comerciantes
extranjeros). De estos habitantes no todos eran ciudadanos, como por ejemplo
los mendigos.
Para el estudio terminológico hay que tener en cuenta quienes redactan los
textos, bajo que contexto, en que momento y en que lugar. La investigación de
Ennen estudia términos como: Municipium, urbs, villa, civitas, burgensis,
castrum, oppidum (aldea), etc. El juego de estos distintos términos y como van
apareciendo cronológicamente tienen estrecha relación con el resurgimiento
urbano del XII y con la necesidad de los contemporáneos de asignarle un
concepto a esa nueva realidad, que en verdad se asentaba en estructuras ya
existentes, es decir no aparece ex nihilo.
La ciudad aparece siempre con un elemento religioso muy importante
(Autoridad que recae en obispos, importancia de los edificios religiosos y
santos patrones de las ciudades), con una actividad mercantil intensa y
también actividad artesanal.
En conclusión el análisis terminológico es un trabajo necesario para el
historiador, pero que siempre debe estar sustentado por el contexto de
escritura.
Asociaciones estructuradas
Grupos inorgánicos
Alianzas exteriores
Signos exteriores
Muchas veces se utilizaron nombres que referían a algún aspecto exterior que
llama la atención. Por ejemplo el lugar de localización en la ciudad (pars
superior y pars inferior, los de la ciudad nueva y los de la ciudad vieja), o
nombre de animales fetiches pintados en estandartes o colores (blanco y
negro).
Todo esto demuestra que el partido es de un origen y una naturaleza muy
compleja.
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16. WOOD – EL SISTEMA MERCANTIL
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Flujo circular de la riqueza
Se ha sostenido que un poema del siglo XIV (Winner and Waster) era una
versión primitiva del “flujo circular” de la riqueza. Esta idea plantea que la
economía es un todo orgánico donde las transacciones económicas están
interrelacionadas, de modo que los diferentes flujos debían llegar a un
equilibrio de modo que la misma cantidad de dinero este siempre en
circulación. Se trata de un hombre llamado Winner, comerciante, que acumula
bienes mientras otro, Waster, gasta en exceso. Los dos impiden el flujo circular
de la riqueza al quitar bienes del conjunto nacional sin remplazarlos: Uno
acumulándolos y otros en un despilfarro improductivo.
Metales preciosos
Conclusión
Dobb – Sweezy
Brenner – Wallerstein
Brenner toma como central el conflicto de clases pero desde un punto de vista
demasiado legal-institucional pasando por alto las contradicciones económicas
especificas del feudalismo (desarrollo demográfico y relaciones de mercado).
No comparte la opinión de Dobb de que las relaciones capitalistas surgieron en
la esfera de la pequeña producción. Se trata más bien de la aparición de la
pequeña propiedad campesina y la retención del extenso control de la
propiedad rural por parte de los terratenientes que dieron lugar al crecimiento
de una relación productiva entre terrateniente y agricultor capitalista. Ocurrió
la expropiación de los pequeños productores agrarios y su reducción a la
condición de asalariados, dando lugar a un desarrollo agrario-capitalista basado
en la inversión de capital y el incremento de la productividad. Esto ocurre en
Inglaterra y contrasta con Francia, donde la abolición de la servidumbre llevó al
fortalecimiento de los derechos de propiedad de los campesinos sumado al
fenómeno del Estado absolutista que mediante su exacción fiscal del
excedente campesino obstruyo el desarrollo de relaciones terrateniente-
campesino, bloqueando el proceso de acumulación y reproducción. Incluso
donde hubo un incremento de la producción no se produjo por un aumento de
la eficiencia de la unidad de input de trabajo, sino a través de la intensificación
del trabajo (no se produce aumento de productividad). Brenner no ve la
posibilidad de una vía campesina hacia el capitalismo.
Para Wallerstein existe una única transición al capitalismo, pues el entiende el
desarrollo como consecuencia de una relación económica mundial unificada en
la división del trabajo y el intercambio de mercancías. El capitalismo nacería
entre 1450 y 1640. Este sacó fuerzas de la división extraregional de trabajo
mediante el intercambio desigual: por un lado las zonas esenciales de
acumulación capitalista en el noroeste de Europa y la explotación y
subdesarrollo en zonas periféricas (América latina y Europa oriental), existiendo
también áreas semiperifericas (España, Portugal e Italia). El comercio madre
basado en el intercambio de cereales de Europa oriental por manufacturas e
importaciones de ultramar de Europa occidental habría ocurrido con poca
agresividad. Pero en el XVI surgió un sistema mundial de comercio e
intercambio en el que entró en juego el oro, la plata y los esclavos. Wallerstein
ve la economía mundial dividida en zonas de producción geográficas definidas
y especializadas que son interdependientes, complementarias y divergentes.
Divergentes tanto en la producción como en el control del trabajo, con la
esclavitud (África), trabajo forzado (encomiendas en América) y segunda
servidumbre (Europa oriental) en áreas subdesarrolladas.
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El levantamiento en los condados del sudeste de Inglaterra empezó a fines de
1381 y fue sofocado antes de junio por el rey y la clase terrateniente.
Aparentemente fue repentino y su organización espontánea y carente de plan,
pero en comparación con otros movimientos la dirección parece tener un
programa racional y coherente. La masa parece responder con violencia
cuidadosamente dirigida, a los objetivos expresados por sus líderes. Fue en
verdad un movimiento popular más que exclusivamente campesino.
Las poblaciones afectadas tenían un carácter social especial: estaban
influenciadas por Londres, importante mercado de productos agrícolas y
manufacturas, residencia de personas dependientes del comercio y la industria
pero también de la corte, la burocracia, los juristas y la nobleza, quienes salían
de vez en cuando a sus manors próximos a la ciudad. Los condados afectados
eran los más industrializados y urbanizados, la principal industria era la lanera.
El artesanado textil recibía las materias primas de los comerciantes de tejido
que comercializaban el producto terminado. El levantamiento se inició con un
impuesto de capitación que buscaba imponerse en ese año. El movimiento se
componía de campesinos, artesanos textiles, trabajadores en ocupaciones
como suministro de alimento, vestido y construcción (elemento no agrícola en
el campo aunque pudieran llegar a poseer alguna parcela), algunos
ciudadanos, pobres y tratos medios de Londres y también elementos de
burguesía mercantil que trataron de usar a los rebeldes para sus propios fines.
Se denota en casos como Albans donde la burguesía busco manipular al
campesinado para eliminar la jurisdicción e influencia del señor eclesiástico
que gobernaba. En verdad los ciudadanos compartían pocos objetivos sociales
de los rebeldes, pero estaban interesados en el establecimiento de privilegios
urbanos corporativos. En base a las listas de propiedades y bienes confiscadas
encontramos la presencia del campesinado rico (alodieros y productores para
el mercado con beneficios) que estuvieron en las posiciones dirigentes. Se
encuentra también miembros de la pequeña nobleza, de la clase caballeresca o
la gentry, que se identificaron con la causa campesina pero por razones que
parecen ser más personales que sociales. La gentry como conjunto permaneció
fiel a los intereses de la corona y la alta nobleza.
Durante fines del XII, XIII y XIV los conflictos entre señores y campesinos se
hicieron cada vez más frecuentes, la documentación muestra que los
campesinos actuaban colectivamente y esto no es extraño puesto que tenían
que actuar de ese modo en distintos asuntos: Gestión de derechos comunes
(como el pasto), dirección de a rotación, siembre y cosecha, etc. Las tensiones
se acentuaron tras la Peste Negra (1349) por dos razones. Por un lado, la
escasez de dependientes respecto a la tierra disponible llevó a una tendencia
decreciente de las rentas, por lo cual los señores utilizaron métodos coactivos
para conseguir sus dependientes y forzar los servicios. Donde pudieron
aumentaron las rentas y por lo tanto las tensiones. Por otra parte, la escasez
de mano de obra que llevo la competencia entre señores y campesinos ricos
para hacerse de esa mano de obra disponible. Al mismo tiempo que los
dependientes buscaban abandonar sus tierras para aprovechar los empleos
bien pagos. Frente a esto el Parlamento reacciona implementando un estatuto
que establece precios máximos de salario y limita el movimiento de mano de
obra.
La exigencia más fuerte de los rebeldes de 1381 era la abolición de la
servidumbre. Los campesinos eran privados de su libertad para ser explotados
pero recibían a cambio protección frente a las bandas organizadas por la
misma aristocracia militar. El Ethos de la libertad se desarrollo entre los
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campesinos gracias a la enseñanza de predicadores radicales (John Ball), los
conceptos legales aprendidos de los juristas comunes y las lecciones de la
lucha práctica. Frente al aumento de las rentas y servicios los campesinos
reaccionaron defendiendo su libertad, puesto que a los dependientes libres no
se les podía incrementar arbitrariamente los servicios, o argumentando que
eran antiguos dependientes de la corona, puesto que de este modo
conservaban sus antiguas condiciones de servicio aunque el rey hubiera dado o
vendido la propiedad. El ser libre (villeins) no implicaba a comienzos del XII que
su tenencia no estuviera sujeta a cargas. De hecho el campesinado no se
ajustaba a un molde social homogéneo. El proceso de industrialización rural en
el XIV incremento el componente libre de la población y en ese marco los
intentos de frenar los incrementos de rentas y servicios se vieron estimulados
por las condiciones económicas favorables. La libertad resaltaba económica y
socialmente ventajosa sobre todo para los campesinos que deseaban producir
para el mercado. Cuando los campesinos se metían en conflictos en torno a su
condición estaban obligados a discutir sus reivindicaciones de libertad en los
tribunales del rey y por lo tanto necesitaba contratar a un abogado que los
defendiera, para lo cual sacaban dinero de una bolsa común. Aunque no
presenciaban el pleito estaban al tanto de lo que se defendía en su nombre. El
jurista se identificaba temporalmente con la demanda de sus clientes,
expresando sus deseos de forma tan universal como los de los predicadores
(“en el comienzo todo hombre en el mundo era libre”, se encuentra esta frase
en un documento de demanda).
Los dirigentes de los rebeldes eran claramente radicales, no se limitaba a la
demanda de la libertad sino también al fin de lo homenajes y servicios entre
señores, la distribución de los señoríos entre todos (excepto el del rey), la
creación de una policía popular, el fin del control del trabajo, la división de los
bienes de la iglesia (que el clero tuviera lo necesario para su subsistencia, no
más), la abolición de la jerarquía eclesiástica y una marcada hostilidad hacia la
ley vigente manifiesta en ataques a juristas y jueces. Estas manifestaciones
iban en contra de la teoría dominante de la sociedad, la teoría de los tres
órdenes donde existía una división tripartita (los que oran, los que luchan y los
que trabaja) de origen divino y por tanto inmodificable. Cada hombre debía
permanecer en su profesión. Esta teoría es en verdad de origen indoeuropeo.
La crónica de la abadía de Albans supone la difusión de la doctrina de Wycliffe
como causa del levantamiento, pero esto es erróneo porque su difusión fue
más tardía y su doctrina muy tradicional como para inspirar a los rebeldes. Si
parece caberle más responsabilidad a John Ball, sacerdote y capellán, que inicio
una gira de predicaciones en cementerios iglesias y plazas de mercado
atacando al papa, los arzobispos y al obispo. Actuó fundamentalmente en áreas
rurales.
La cuestión importante es saber si todos los estratos sociales que componían el
movimiento apoyaban los diferentes elementos del programa de sus dirigentes.
Incluso los campesinos más ricos habrían dado el visto bueno a la abolición del
señorío, la reducción de las rentas, la libertad y el fin de la servidumbre. En
cuanto al programa de desposesión de la Iglesia este estaba respaldado por el
clero académico como Wycliffe, el clero parroquial (hostilidad al patrimonio del
clero regular) y los terratenientes que buscaban una mejor utilización de las
dotaciones de tierra. Respecto a los campesinos, ellos mantenían una religión
popular que se componía de prácticas precristianas que se habían adaptado a
la religión ortodoxa. Las baladas de Robin Hood eran populares en tiempo del
levantamiento y dan cuenta de la relación de los granjeros, compañeros de
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Robin Hood, con sus enemigos (obispos, arzobispos, condes, barones, abades).
La poesía satírica del XIV tiene como objetivo los monjes ricos y lujuriosos. De
esta forma se supone que la población rural habría aceptado la expropiación de
los ricos. Lo que no se observa es que los líderes hayan sido herejes en cuanto
a lo teológico.
Epílogo
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captar el variadísimo paisaje espiritual de su región y envolverlo en una red
sutilísima de palabras cristianas.
Y en efecto, eso era importante para Gregorio. Realmente, da la impresión de
vivir en una región plenamente cristiana. Lo que a él le importaba
particularmente era la facilidad con la que surgían versiones alternativas de
cristianismo en cuanto los obispos católicos como él bajaban un poco la
guardia.
Los estallidos imprevistos de cristianismo “vernáculo” cuya fuerza sólo puede
calibrarse por la desazón que producían en individuos como Gregorio,
provocaban a los obispos de la Galia del siglo VI e incluso de épocas
posteriores más angustia que las propias reminiscencias de paganismo. En
parte sus obras fueron escritas como un intento de poner coto a un
cristianismo alternativo que estaba alcanzando una preponderancia
inquietante. Debe tenerse en cuenta que la devoción a los santos, en su
modalidad católica correcta, afectaba a todos los aspectos de la vida rural en
Galia, pues era la base de todas las leyendas locales y permitía explicar
cualquier manifestación benéfica de los sagrado.
Así pues, el mundo de la naturaleza recuperó gran parte de su magia. Gregorio
lo presentaba naturalmente no ya dotado de un pálpito de vida espiritual
propia, sino como un pesado velo de seda, cuya resbaladiza superficie
traicionaba la presencia oculta de los infinitos santos de la Galia.
El incansable ritmo de raconteur de Gregorio suele fascinar hasta hacer creer
que ha contado todo lo que había que saber de la Galia de los francos. Pero no
es así. Sus intereses tenían un carácter estrictamente regional. Su mirada
escudriña el pasado más remoto de las pequeñas ciudades romanas del sur de
la Galia, pero cuenta mucho menos de lo que podría saberse de las zonas
rurales que circundaban las ciudades.
64/
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Mientras que el punto de vista papal sostenía que lo temporal no tenia vida
propia, es decir que era un medio para un fin, la salvación final (no existiendo
distinción entre los temporal y lo espiritual), el punto de vista de Federico era
completamente distinto: EL hombre al estar compuesto de cuerpo y alma
necesita una dirección doble. Nuevamente hay una inconsistencia en el
pensamiento de Federico, la dicotomía entre las dos formas no se ajusta a la
perspectiva medieval tradicional ¿cómo deben funcionar los dos gobiernos?
Federico solo empeoró la situación al aceptar los decretos papales en asuntos
espirituales y rehusar aceptar cualquier imposición temporal. Al mismo tiempo
Federico evita el término de “Coronatio” es decir el acto que hacia del rey de
los romanos un emperador, porque sin la imposición papal de la corona no
había posibilidad de convertirse en emperador. Federico probablemente creía
que la coronación era un mero formalismo litúrgico.
Lo que demuestra el pensamiento de Federico es que la disputa fue causada
por la falta de algún mecanismo constitucional que hubiera evitado las
acciones injustificadas del papado., que lo despojara de su plenitudo potestatis.
Las acciones y juicios el papa aparecían a Federico como pura arbitrariedad.
Aunque haya perdido la batalla no debe minimizarse el sentido histórico de su
posición. En el marco de la estructura del gobierno teocrático ningún control
del monarca papal era posible, por ello era poco plausible la sugerencia de
Federico de un concilio general como un tribunal que juzgara las iniquidades
del papa. El pensamiento de Federico se enmarcaba en la creencia de que la
Iglesia universal era la portador de todos los poderes y derechos y por
consecuencia el pontífice era responsable ante ella.
Discusión
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Manselli: Respecto al conocimiento de las Escrituras por los herejes, añadiría
que es un hecho típico de la herejía medieval el conocimiento de los textos
sagrados, aún entre los ignorantes.
Grundmann: Es necesario distinguir entre herejías y desviaciones pero es
imposible para el historiador aplicar un concepto de hería que no sea el de la
Iglesia. Tenemos que entender como herejía lo que la Iglesia ha juzgado como
tal; en otras palabras: en el plano histórico la herejía se presenta tal como la
Iglesia la define. Esto no impide que no haya interacciones: en este sentido, por
ejemplo, las herejías han contribuido a precisar dogmas, como ocurrió en el
concilio de Letrán en 1215. Allí, el dogma se definió en función de los herejes.
Ahora bien, la herejía no es más que una divergencia en la interpretación y en
la observación de una fuente bíblica común. Es una oposición a la Iglesia y a su
interpretación del Evangelio. Además, sin conocimiento de la Biblia no existe la
herejía. El verdadero hereje es aquel que propone una nueva interpretación de
la Biblia o de la tradición dogmática. En resumen, hay que distinguir entre un
fenómeno social (el de las condiciones de la aparición y la influencia de las
sectas) y el de la herejía, fenómeno religioso e intelectual.
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70