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Comunicación violenta en el vínculo matrimonial

Publicado en la revista nº006

Autor: Vidal, Raquel

Resumen

Se plantean algunas consideraciones sobre el potencial del vínculo matrimonial,en relación al par subjetivación –
desubjetivación y pertenencia – despertenencia.

Se destaca el sistema narcisista yo – otro, sujeto – conjunto social, como regulador de la identidad de cada yo de un
vínculo, en tanto predomine el narcisismo erótico o el narcisismo tanático.

Se propone el eje endogamia-exogamia operando sobre el conflicto otro representado- otro real, como dial del par
encuentro –desencuentro de los yoes de un vínculo.

Se subraya la disparidad entre funcionamiento vincular y estructuras psíquicas individuales.

Se consideran algunos conceptos del psicoanálisis, de la teoría de la comunicación y de la antropología estructural


en torno al intercambio entre individuos en relación.

Se distinguen dos modos de violencia: en el decir y en el recibir y la correlación con modos de reproche a predominio
reivindicativo o retaliativo.

Se puntualizan algunos indicadores semiológicos de violencia en la comunicación, derivados de la aplicación del


movimiento violento sobre los yoes o sobre los mensajes.

Estar en pareja hace a la identidad. No es sólo el ser y tener, también es el pertenecer. S. Freud utiliza el
término identidad ligado a la noción de pertenencia, en el comunicado a los miembros de la Sociedad
B’nai B’rith en 1926 (10a, págs. 263-264). En él intenta una explicación de su relación con lo judío y
expresa: “...volvían irresistible la atracción del judaísmo y de los judíos, muchos poderes de oscuro
sentimiento...así como la clara conciencia de la identidad íntima, de la familiaridad en una misma
construcción anímica”.

La idea de identidad en su dimensión más propiamente psíquica (en el sentido en que J. Bleger (8)
concibe el área de la mente) la refiere articulada a identificaciones del yo y sus relaciones con el ideal del
yo, en cuanto a como quien el yo debe ser, en su doble dimensión de prescripción y prohibición, de la
que deriva el hacer posible y el prohibido. Así la organización del Complejo de Edipo formulada por Freud
en 1923 (10b, págs. 35 y 36) incluye las dimensiones de ser, hacer y tener.

La relación entre identidad y pertenencia es propuesta por numerosos autores en dispares niveles de
equivalencia entre los dos conceptos: I. Berenstein (4a) agrega a las 3 facetas clásicas del Complejo de
Edipo referidas por Freud, otras 2: parecer y pertenecer. R. Kaës (16a) concibe la necesidad de
pertenencia a un grupo, en tanto el grupo brinda al sujeto el apoyo necesario para superar el desamparo
y la “angustia de no asignación “ . Así mismo (16b), partiendo de la idea freudiana de apuntalamiento de
la pulsión sexual en la necesidad biológica, desarrolla el concepto de “apuntalamiento” en relación al
propio cuerpo y al propio psiquismo, a los vínculos y a la cultura. Concibe la construcción del psiquismo
sobre la base de múltiples apuntalamientos que operan como puentes uniendo y separando a la vez.
Sostiene que la pertenencia es productora de subjetividad, en tanto vínculos y grupos proveen de formas
específicas de “apuntalamiento”. L. y R. Grinberg (15, pág. 155) estudian la incidencia de la migración y
el exilio en el sentimiento de identidad y pertenencia y se interrogan sobre los efectos del desarraigo
diciendo: ”¿cuál es el límite del cambio tolerable sin que la identidad se dañe irreparablemente?”

Consideramos que la identidad de cada miembro de un vínculo matrimonial es sostenida con y por el otro
cuando el intercambio vincular es productor de subjetividad y complejidad. A la inversa, puede ser
jaqueada hasta los límites de la devastación psíquica y en ciertos extremos hasta la muerte real, cuando
las condiciones de producción de subjetividad se perturban. El valor de los vínculos y en particular del
vínculo temprano en la constitución de un sujeto, es acentuado por S. Freud (10c) en su concepción del
estado de desamparo (hilflosigkeit) del recién nacido, que lo ubica como dependiente total de otro que
realice las acciones específicas capaces de contrarrestar dicho estado.

En “Más allá del principio del placer” (1920) atiende el lugar de la agresión y la muerte en la constitución
de la subjetividad y la dinámica de la repetición en la búsqueda de lo perdido, que posibilita el acceso a la
simbolización en tanto la misma requiere de la ausencia como condición.

Otros autores aportan sobre el valor de los vínculos y en particular el del vínculo temprano en la
constitución de la subjetividad. Entre los psicoanalistas se destacan: M. Klein (17) que subraya la calidad
de la relación introyectada por el lactante de su relación con el pecho y con la madre; D. Winnicott (29)
que postula la necesidad de una “madre suficientemente buena”, capaz de “holding” y distingue la madre
ambiente de la madre de la pulsión y W. Bion (7) que describe la función “reverie” de la madre. Los
autores antes señalados enfocan el vínculo, pero el acento está puesto en lo intrapsíquico.

J. Lacan (18b) hace un giro importante en la visión psicoanalítica de la subjetividad al concebir la función
paterna como algo que la misma madre debe introducir en la organización intersubjetiva que implica a la
madre, al niño y al padre, como condición para la separación madre – niño. La función paterna es la
separación madre – niño, en el ternario estructural. P. Aulagnier (1) concibe también desde lo
intersubjetivo la constitución del sujeto y discrimina las funciones maternas de las paternas. La madre,
“sombra hablada” y “portavoz” del conjunto social, ejerce sobre el bebé la “violencia primaria”, en la que
el universo simbólico hace anclaje. El padre se ofrece al niño como objeto de seducción y de odio,
habilitando así la inscripción del hijo en el suceder de las generaciones, que implica la sustitución del
antecesor por el descendiente.

E. Pichon Rivière (21) se refiere al vínculo en una doble dimensión, intra e intersubjetiva. Las relaciones
intersubjetivas se establecen sobre el registro de la necesidad, enlazado a la fantasía inconsciente, e
implican un circuito comunicacional que conforma el modo específico de cada vínculo. Así, cuando un
conjunto de personas se articulan a partir de su ”mutua representación interna”, se puede hablar de
grupo y los vínculos internos son la resultante de la internalización de las relaciones externas.

R. Kaës (16a) da otro giro en la concepción de la subjetividad al proponer que intersubjetividad es aquello
que se intercambia entre los sujetos de un vínculo, de un grupo, por exigencias mutuas. Descarta la
hipótesis de un inconsciente de conjunto y sostiene que ciertas formaciones del inconsciente pueden
deber parte de sus contenidos y destinos, al hecho de estar constituidas dentro del conjunto y ser
constitutivas de éste.

M. Bernard (6) sostiene que los sujetos de un vínculo producen fantasías inconscientes en ocasión de
ese vínculo, fantasías que organizan el vínculo y producen efectos en los protagonistas. Establecer
vínculos en los que se sostenga un nivel intersubjetivo (mutuas representaciones internas del conjunto
que constituyen) requiere para este autor, que sus participantes sean capaces de reconocer al otro en su
alteridad.

J. Puget y I. Berenstein (22a) proponen un modelo del aparato psíquico conformado por 3 espacios, cada
uno con un tipo propio de representación mental que el yo establece: con su propio cuerpo
(intrapsíquico), con cada uno o varios otros(intersubjetivo) y con el mundo circundante (transubjetivo). El
espacio intersubjetivo se caracteriza por la bidireccionalidad, en tanto el sentido va a provenir de la
relación con los otros y no desde el mundo interno hacia los otros. Intersubjetivo implica el pasaje de la
noción de objeto interno a la relación con otro externo.

La idea de complejidad de la subjetividad, es pensada por J. Bleger (8, pág. 79) en relación con la
plasticidad o la rigidez repetitiva, la regresión o la progresión y sus consecuencias en la diferenciación de
nuevas estructuras, funciones e integraciones a efectos de elaborar los conflictos y las situaciones
traumáticas. J. Gedo y A. Goldberg (11, pág. 77) siguiendo la idea de variables múltiples, proponen un
modelo de la vida psíquica “capaz de describir de manera explícita las posibilidades simultáneas de un
funcionamiento progresivo o regresivo”. Las ideas de producción de subjetividad y complejidad son
provechosas para pensar los funcionamientos vinculares (pareja, familia, grupo).
El modo de funcionamiento de cada vínculo permite distinguir el potencial de lo vincular en la
subjetividad, tanto en un sentido constructivo como destructivo.

El vínculo conyugal, efecto y causa de operaciones intersubjetivas, es fuente de estabilidad o


inestabilidad emocional, en tanto revive siempre algo de la paradoja constitutiva del sujeto, que sólo
deviene tal en relación con otro. Revive dado que el otro significativo impone un cierto exceso de
estímulos sexuales y narcisistas exteriores al yo, que hace atadura metafórica con el tiempo del
nacimiento subjetivo según lo concibe J. Laplanche (19), como tiempo de exceso de lo pulsional
desligado, en simultáneo con una oferta de ligadura, que tiene en el narcisismo su sostén.

En su teoría de la seducción originaria dicho autor pone el acento en la doble actividad de la madre sobre
el lactante, como inoculadora de lo sexual desligado vehiculizado en los “mensajes enigmáticos”, de
efectos traumáticos fundantes de la sexualidad y del inconsciente vía represión originaria y de la acción
unificante por vía del narcisismo, que al aportar cuidados y soporte, posibilita la actividad ligadora,
totalizante. La concepción de Laplanche sobre el papel del otro en la fundación de la subjetividad
desplaza lo pulsional de lo intrasubjetivo a lo intersubjetivo y puede por tanto ser provechosa para pensar
los vínculos. La impronta de la trama intersubjetiva constituyente de un sujeto, es clave principal en su
elección erótica. Cada sujeto del vínculo matrimonial aporta al vínculo el sello de esa impronta marcada
por los destinos de lo pulsional, que puede encontrar en ese vínculo, una oportunidad para nuevas
formulaciones. Pero no sólo cada sujeto es proponente de modos de armado vincular; el propio vínculo
una vez constituido hace sus ofertas. Laplanche formula lo pulsional, en términos de pulsión sexual de
vida, de actividad ligadora hacia la síntesis y estabilidad, acorde al yo y con objeto - fuente total,
narcisizado, subjetivado y pulsión sexual de muerte, de actividad desligadora, hacia la descarga, hostil al
yo y con objeto - fuente parcial, no investido por el narcisismo, no subjetivado. Dice (19, págs. 146,147):
”...la pulsión de vida, es decir, la sexualidad ligada a un objeto total, aquella que deviene amor, sea amor
del otro o, de una manera correlativa y fundamental, amor de sí mismo, es decir narcisismo". Agrega:
”...aquello mucho menos idílico, mucho menos narcisista también, que había en la sexualidad desde su
comienzo, es decir, sus aspectos más desestructurantes, los más fragmentados” que “...había constituido
siempre la esencia conflictual, opuesta al yo,<incociliable>, de la sexualidad". Más adelante señala: “La
pulsión sexual llamada <de vida> corresponde a un objeto total y totalizante...”, “...más volcada al
desplazamiento metafórico..” y “Por el contrario, la pulsión de muerte corresponde al objeto parcial, que
apenas si es un objeto porque es – también en Klein – inestable, informe, fragmentado; más volcado a la
metonimia que a la metáfora”.

Apoyada en esta conceptualización, entiendo lo amoroso y el deseo, como expresiones, efectos,


ensamblajes, de la actividad ligadora de la pulsión sexual de vida, capaz de trabajo de simbolización
mediante transcripciones. Los elementos traumáticos, resistentes a toda simbolización, “metábola” (en el
decir de Laplanche) quedan a la deriva, a merced de la pulsión sexual de muerte, que tiende a descargar.
Según se articulen en el intercambio vincular, lo amoroso, el deseo y lo pulsional desligado, será efecto
vincular el reconocimiento subjetivante de cada yo para sí y para el otro, si predominan el amor y el
deseo, o se pugnará por la reducción de uno ó ambos yoes a un casi puro objeto, si predomina lo
pulsional desligado. Los yoes constituyentes del vínculo adoptan modos específicos de intercambio en
relación al deseo, al amor y a aquello desligado, según regulaciones inconscientes. Conforman una
combinatoria que implica y supera los aportes de cada yo, articulando las constelaciones objetales
individuales.

Distinguir las nociones de sujeto y de yo y con ellas las de sujeto de un vínculo y yo de un vínculo, tiene
consecuencias teóricas en general y más especialmente para conceptualizar psicoanalíticamente a los
vínculos.

El concepto de yo, adquiere diferentes alcances dentro de la teoría psicoanalítica, que implican variantes
en cuanto a su génesis. En la obra freudiana hay 2 niveles de conceptualización:

a) el yo como instancia, a cargo de la articulación entre instancias, concepción representada en varios


textos, entre los que destaco ”El yo y el ello” de 1923 (10b) y a cargo de los mecanismos de defensa
respondiendo a la señal de angustia, concepción también representada en varios trabajos, entre los que
destaco “Inhibición, síntoma y angustia” de 1926 (10e).

b) el yo representación, definido según un “nuevo acto psíquico”, como una unidad totalizadora,
cohesionante de la fragmentación corporal, el yo del narcisismo, vinculado al papel de otro como soporte,
formulado en “Introducción del narcisismo” en 1914 (10c).

En el mismo trabajo se perfilan las 2 modalidades de elección de objeto: la elección de objeto, donde el
objeto es diferente del yo y la elección narcisista, donde el objeto remite al propio yo. Ambas
modalidades definirán los modos vinculares, según sea el tipo de elección predominante. Un año
después, en “Pulsiones y destinos de pulsión” (10f) Freud perfila las etapas evolutivas del yo como
representación según : el yo primitivo real que deslinda un interior de un exterior, el yo placer sostenido
en el juicio atributivo regido por el principio del placer y el yo real definitivo apoyado en un juicio de
existencia y regulado por el principio de realidad.

J. Puget y I. Berenstein (22b, pág. 33) definen el vínculo como una organización inconsciente, constituido
por 2 yoes desde un observador y por un yo y otro, visto desde el vínculo, unidos por un conector o
intermediario que dará cuenta de la particular manera de ligar a ambos. El uso del término yo y no el de
sujeto en la definición, parece responder a ciertas cualidades del nivel yo representación que son
provechosas para pensar los vínculos desde el psicoanálisis.

Yo, alude mejor que el término sujeto a un conjunto de conceptos claves para pensar lo intrapsíquico y lo
intersubjetivo. Remite a las nociones de: cuerpo y pulsiones, adentro-afuera, yo-objeto, yo-otro, yo ideal-
ideal del yo, identificaciones, narcisismo.

A. Green (14, págs. 59-60) se refiere a las relaciones de los conceptos yo y sujeto en la bibliografía
psicoanalítica y dice: ”Se ha completado el concepto freudiano del yo por medio de las variantes léxicas
del sujeto”. Destaca la preferencia por la expresión “el sí mismo” por una mayoría, aunque su alcance
varíe según los autores (Hartmann, Kohut, Winnicott), la preferencia de algunos otros, por diferenciar el
Moi y el Je (Lacan, Aulagnier), la idea de Laplanche del yo como metáfora del organismo, la idea de
individuación (Mahler), de identidad (Lichtenstein), y por último la propia:”...se trata de un sistema auto –
referente, ...en lo que está envuelta la problemática narcisista”.

Todo vínculo constituye un armado, una singular red para los recorridos pulsionales. Hay caminos
facilitados y bloqueados, transitables e intransitables, abiertos y cerrados, conocidos e ignorados. Hay
por tanto una oferta específica para los destinos de la pulsión, que es determinante de las vicisitudes del
vínculo y de los yoes que lo constituyen, según el predominio de operaciones de ligadura ó desligadura.
A. Green (14, pág. 38) destaca el papel del narcisismo en la organización de la subjetividad y se
distingue de J. Laplanche, en la manera de concebir el narcisismo y su relación con la dualidad de las
pulsiones. Concibe la existencia del narcisismo primario, que divide en narcisismo de vida (positivo) y
narcisismo de muerte (negativo). El narcisismo positivo refiere a : “La organización de las pulsiones
parciales del yo en una investidura libidinal unitaria del yo”. El narcisismo negativo refiere a: “El
narcisismo primario absoluto como expresión de la tendencia a la reducción de las investiduras al nivel
cero”. Se organice el yo en una investidura unitaria o tienda a alcanzar el cero absoluto, el efecto es en
ambos casos intentar garantir con él mismo su suficiencia para satisfacerse. El lugar que este autor
otorga al yo como fuente de energía para las investiduras de objeto en tanto el yo ha relevado en parte al
ello, no es obstáculo para considerar al yo como reservorio de las investiduras narcisistas que debe
garantir prioritariamente.

Así, el yo va a intervenir en las investiduras de objeto que dependen del ello, de modo que éstas no
comprometan en demasía la investidura narcisista por la que el yo vela. Esta valoración del papel del yo
como el garante del narcisismo a costa, si fuese necesario, del cercenamiento de los investimentos
objetales, es útil para comprender la función del narcisismo como dique del desborde pulsional y los
efectos de esa barrera en los intercambios en un vínculo.

Si aceptamos que el narcisismo del yo en tanto su función totalizante, es dique del desborde pulsional,
puede proponerse como lo hace H. Garbarino (12a, págs. 66-67) que el predominio del narcisismo
trófico, libidinal, sobre el narcisismo tanático, en el interjuego narcisismo – organización dualista de las
pulsiones, es condición necesaria para la actividad representacional del yo. Digo narcisismo del yo, en
tanto el propio Freud pensó en un narcisismo del ello vinculado a los sentimientos de elación y de
expansión como efectos de una autopercepción del ello, idea que Garbarino retoma en sus desarrollos
sobre la “instancia del ser”, a la que le adscribe un narcisismo que denomina narcisismo del ser (12b).

La actividad representacional implica las representaciones del yo sobre sí mismo y sobre el otro y puede
reactivar en diferentes grados los modos representacionales de los que se sirvió el aparato anímico
durante su constitución y evolución. El reconocimiento del otro como diferente del yo, es a un tiempo
afirmación de la mismidad del yo y amenaza de su integridad . Si predomina la vivencia del otro como
peligro para el yo, los mecanismos de defensa apuntarán a la atenuación o incluso a la eliminación de
todo lo que indique que el otro es otro.

Entendemos que la comunicación de una pareja es violenta, cuando el discurso vincular (lo dicho y lo no
dicho) construye seudodiálogos, tendientes a borrar la singularidad, la subjetividad, las capacidades de
representar y de simbolizar de uno o ambos yoes del vínculo. Los seudodiálogos resultan de la relación
entre los discursos de cada yo, que expresan un juego económico, dinámico y tópico, intrasubjetivo e
intersubjetivo.

P. Aulagnier (1) concibe 2 tipos de violencia psíquica al definir violencia primaria y violencia secundaria.
Dice de la violencia primaria “..discurso que se anticipa a todo posible entendimiento, violencia que es,
empero necesaria para permitir el acceso del sujeto al orden de lo humano.” (pág. 117). La violencia
secundaria que se abre paso apoyándose en su predecesora, “...se origina en un exceso cuyos efectos,
negativos para el Yo, se expresarán en la psicopatología del que los sufre”. (pág. 137).

M.C. Rojas (24) apoyada en las ideas de violencia primaria y secundaria caracteriza la violencia en los
vínculos, en la familia, como:” ...al ejercicio absoluto del poder de uno o más sujetos sobre otro, que
queda ubicado en un lugar de desconocimiento..” y señala: “...consideramos a la violencia por su eficacia,
la de anular al otro como sujeto diferenciado, sumiéndolo en una pérdida de identidad y singularidad que
señala el lugar de la angustia.”

Todo intercambio comunicativo plantea una cierta incógnita en cuanto a qué y cómo cada yo entiende del
otro, de sí y de ambos. La intolerancia de cierto nivel de incógnita sobre el otro y también sobre el propio
yo, expresa la pasión narcisista por lo homólogo y la certeza que sostiene el discurso representante del
narcisismo funcionando en su dimensión yo ideal.

H. Bleichmar (9, págs. 76-80) propone:”... dejar de analizar al yo ideal y al ideal del yo como
representaciones en sí mismas y hacerlo sobre la base de las propiedades del tipo de discurso que las
crea”. Así, caracteriza al discurso que produce y mantiene al yo ideal como un “discurso autosostenido”,
“...en que todo está decidido de antemano”, “totalizante” y regulado desde el principio del placer, en tanto
“... corrobora y desarrolla una tesis que es grata a la afectividad del sujeto”.

S. Gomel (13, pág. 67) distingue dos tipos de discurso familiar “...uno guiado por el principio del placer y
otro por el de realidad”. Al primero le llama discurso del yo ideal y al segundo discurso del ideal del yo.

Considero que las parejas tienen como las familias 2 tipos básicos de discurso, que se combinan en
dispares predominios. Cuando el discurso de la pareja adopta una modalidad yo ideal, la multivalencia de
la significación tiende a ser sustituida por significados únicos que se pretenden verdades indiscutibles.
Las significaciones son excluyentes, rígidas, incuestionables. Lo diferente del yo, el otro real, es fuente
de violencia que intentará en mayor o menor grado, reducir lo dispar a lo igual al yo, ubicado como yo
ideal. Valga señalar que la intolerancia narcisista en términos intrapsíquicos no es una suerte de esencia
del narcisismo; ontológica, estereotipada, homogénea y ajena a las cualidades de la realidad de los
objetos. La intolerancia narcisista dependerá también, de las relaciones entre la organización
narcisista(que incluye la tensión yo ideal – ideal del yo) y los objetos internos. Así mismo, en la
intersubjetividad no todo otro posee el mismo potencial violentante. En términos intersubjetivos, la noción
de otro, adquiere dispares alcances entre los autores psicoanalíticos. Los desarrollos de J. Puget y I.
Berenstein (22a, pág. 21), llevan a distinguir ciertas cualidades como específicas y definitorias del
concepto de otro. Otro alude a un real externo, extraterritorial en relación al yo, radicalmente ajeno al yo y
por tal inasimilable por el yo. Otro excede al concepto de objeto, en tanto posee una ajenidad irreductible
a todo intento de asimilación por el yo. Quizás pudiera decirse que el otro, es portador de objetos, a los
que excede. Los vínculos tienen modalidades específicas de derivación de lo pulsional, que no son
superponibles a las de los yoes que los constituyen. E. Berflein y S. Moscona (5) trabajan la noción de
circuito pulsional al que definen como: “Modo en que la pulsión opera en los vínculos de pareja y familia”.

Propongo considerar el circuito comunicacional observable en una pareja como expresión manifiesta del
circuito pulsional de la misma. Así diremos que, el monto de violencia que se genera en la comunicación
de una pareja, está en relación con el predominio del componente tanático sobre el componente erótico
del circuito pulsional de la misma. La clínica vincular nos muestra a cada paso, el poder de un vínculo en
la producción de subjetividad tanto en sentido constructivo como destructivo. Vínculos “locos” armados
por sujetos “cuerdos” interrogan la teoría. Vínculos con funcionamientos perversos ó psicóticos, armados
por sujetos que no son perversos ni psicóticos. Vínculos cargados de violencia, de desborde, de modos
de descarga estereotipados que tienden a objetalizar al otro, constituidos por sujetos que fuera del
ensamblaje de ese vínculo, pueden ser capaces de funcionamientos flexibles que los habilitan para la
actividad de pensar, el humor, la sublimación.

J. Laplanche (19, pág. 161)cuestiona la idea de que la represión originaria fija al inconsciente
definitivamente, y se refiere al potencial de ciertas situaciones, para incidir sobre la misma, cuando
formula el concepto de transferencia en lleno y transferencia en hueco. Dice:” ...la transferencia en hueco
es un hueco que viene a alojarse en otro hueco. Así se vuelven a poner en juego, en interrogación, y en
elaboración, mensajes enigmáticos de la infancia, y esto gracias a la situación misma, que favorece ese
retorno y esta reelaboración de lo enigmático”. Esta apertura de lo originario que hace espacio a su
interrogación y elaboración, es gracias a la “situación misma”. Es entonces el VINCULO analítico el que
habilita dicha apertura. Subrayo lo de vínculo, con la intención de destacar el potencial de lo vincular
como productor en ciertas condiciones, de funcionamientos mentales, ya sean éstos regresivos ó
progresivos, luego, muy luego, de la constitución del aparato anímico.

J. Puget y I. Berenstein (22b) proponen una tipología del vínculo de pareja en la que describen entre
otros, la “complementariedad enloquecedora” y el “funcionamiento pervertidor – pervertido”. Es un
observable, que algunas parejas instalan funcionamientos violentos, pasado el tiempo del
enamoramiento. ¿Cuál es el conflicto que encierra la desilusión del fin del enamoramiento? ¿Cuál es el
traumatismo que no puede ser elaborado? Y ¿Qué caracteres cuantitativos y cualitativos lo hacen
refractario a la actividad ligadora? J. Puget (23) tomando las ideas de P. Aulagnier piensa el conflicto
derivado del fin del enamoramiento, como efecto del desencuentro entre el otro “pensado” y el otro real.

En lo personal prefiero ubicar ese conflicto entre el otro “representado” y el otro real , en tanto la noción
representado, permite incluir los 3 modos de representación del aparato psíquico que propone P.
Aulagnier (1). Así mismo, aún siendo predominante el nivel ideico, los otros niveles conservan una cierta
eficacia potencial, y/o actual, según los requerimientos que los vínculos impongan al psiquismo de los
yoes que los constituyen. El otro representado es un objeto interno articulado con las representaciones
del yo, configurando representaciones vinculares propias de cada modo funcional. La representación de
lo originario es el pictograma, que excluye la existencia de dos espacios y es regulada según el
“autoengendramiento”. La representación fantasmática correspondiente al funcionamiento de lo primario,
incluye dos espacios, acepta un afuera del yo, pero es regulada por el omnipoder del deseo de uno solo,
según el principio del placer. La representación ideica, de lo secundario, regulada por el principio de
realidad, incluye la existencia de dos deseos. Así, 3 modalidades vinculares se representan, según los 3
modos operativos del aparato psíquico. En el enamoramiento el otro representado, es especialmente
reactivado en sus niveles pictográficos y primarios, que dan cuenta de las vivencias de fusión y
completud propias de los enamorados.

A. Ruffiot (25) sostiene que la vivencia de “nuevo nacimiento” que se genera en el enamoramiento,
proviene de lo que denomina “actividad pictográfica constante”.

En “El yo y el ello”(10b, pág. 35) Freud señala que los objetos madre y padre, retenidos como objetos
internos, sostienen la dimensión de tener, que junto a las dimensiones de ser y hacer sostenidas en las
identificaciones, configuran el Complejo de Edipo. Es propio del vínculo conyugal, la inclusión de
relaciones sexuales, inclusión que porta el mandato cultural de exogamia.

I. Berenstein (4b) apoyado en la antropología estructural de Lévi Strauss desarrolla la idea de estructura
familiar inconsciente que funciona como mediadora entre el sujeto y la cultura y cambia la nominación de
relación de alianza, por la de vínculo de alianza, en un viraje conceptual que le permite concebirlo
psicoanalíticamente. Luego, junto con J. Puget (22b) describen cuatro parámetros definitorios que
sostienen el vínculo de alianza: cotidianeidad, proyecto vital compartido, relaciones sexuales y tendencia
monogámica. La sexualidad queda clasificada en torno a lo prescrito y lo prohibido por el orden cultural,
en tanto que la transubjetividad atraviesa los vínculos y las subjetividades.
Considero provechoso en el sentido de incorporar las ideas de endogamia y exogamia para el
psicoanálisis, la denominación objetos endogámicos para los objetos madre y padre, e incluyéndolos a
ambos, nominarlos objeto endogámico. Incorporando dichas nociones digo que el otro representado,
contiene un resto de objeto endogámico en tanto pervivencia de los investimentos de los progenitores
(investimentos endogámicos) que no mudaron en identificaciones. Propongo pensar el conflicto que
emerge en la caída de la ilusión del enamoramiento, como un conflicto entre un otro representado en el
yo, es decir interno, que contiene un resto de objeto endogámico y un otro real, externo, que contiene un
inicio de objeto exogámico. Durante el enamoramiento los yoes sostienen la ilusión de coincidencia entre
el otro representado que es interno del yo y el otro real, externo. El otro representado y el otro real, están
condenados al desencuentro en todo vínculo. Fragmentada la ilusión del enamoramiento, la coincidencia
del otro representado con el otro real cae y se instala el conflicto entre ambos. El otro real adquiere la
cualidad de frustrador del yo que contiene como objeto interno al otro representado. La frustración del yo,
activa la ambivalencia existente en relación a todo objeto interno del yo, como destaca S. Freud (10f,
pág. 126) al considerar las relaciones entre mudanza pulsional y monto de la pulsión. La pérdida de la
coincidencia ilusoria entre el otro representado y el otro real exige al vínculo y a los yoes que lo
constituyen, un trabajo de duelo, elaboración y simbolización, que implica desligaduras y nuevas
ligaduras. El duelo por la ilusión perdida, requiere una modificación de los investimentos que implica un
cierto desinvestimento del otro representado de cada yo, en favor del cada otro real. Desinvestimento en
especial, de las representaciones del funcionamiento originario y primario (en el sentido de P. Aulagnier),
dado que la representación ideica puede prestar apoyo en la aceptación de lo discontinuo y lo diferente.
La imposibilidad de un vínculo para realizar el trabajo de recombinatoria de investiduras y de gestación
de nuevas ligaduras, pone a ese vínculo prisionero de la repetición. La repetición como destino tanático
instaura una dinámica vincular destructiva.

El otro real frustra pero no es abandonado en tanto la ilusión del enamoramiento es relevada por otra, la
ilusión de recuperarlo y con él la vivencia de coincidencia entre el otro representado y el otro real. Los
movimientos anímicos en procura de reinstalar la coincidencia, pulsan en una dinámica especular
repetitiva. Como el otro representado es un objeto interno del yo, el displacer es ubicado como
proveniente de su exterior. Es el otro real, externo, el que frustra al yo y en tanto atacante tiene que ser
contrarrestado .La estrategia defensiva del yo se despliega en 2 direcciones:


modificar al otro real


anular o eliminar al otro real

En ambos casos, un nuevo tipo de placer sustituto vicariante del placer perdido, puede obtenerse ahora
de la agresión. El circuito pulsional vincular impregnado de pulsión de muerte, oferta a cada yo una
coartada especular : retener para sí el narcisismo erógeno y derivar hacia el otro la pulsión de muerte.
Este darse vida en darse muerte, es expresado en la queja ”no podemos vivir juntos ni separados”, que
oímos con frecuencia en las parejas de operativa violenta. En el enamoramiento el narcisismo libidinal
inviste a los yoes y al vínculo, impregnando el circuito pulsional vincular de pulsión sexual de vida. La
pulsión sexual de muerte no contrarrestada por Eros tiende a ser expulsada del vínculo y/o pasa a
integrar lo negativo vincular.
El concepto de lo negativo entra en el psicoanálisis luego de los años 80, especialmente en Francia. R.
Kaës desarrolla la idea de “pacto denegativo” (16c), especialmente provechosa para pensar los vínculos
en tanto concepto específicamente vincular. Dice: ”Llamo pacto de negación a la formación intermediaria
genérica que, en todo (pareja, grupo, familia, institución), condena al destino de la represión, la
renegación o el repudio que mantiene en lo irrepresentado y en lo imperceptible aquello que vendría a
poner en cuestión la formación y el mantenimiento de ese vínculo y de las cargas de que es objeto”. El
pacto denegativo es un tipo de acuerdo inconsciente entre las partes, que tiende a negar la negatividad
radical y a ligar la negatividad relativa y de obligación, en procura de restablecer el imposible de ser uno
o de ser juntos de los orígenes. La negatividad radical corresponde a lo que no está en el espacio
psíquico, aquello que no es, la no experiencia, el no vínculo, lo imposible de pensar y en este sentido no
ligable. La negatividad relativa corresponde a lo que ha quedado en suspenso, como potencial para la
constitución de subjetividad. La negatividad de obligación corresponde a la necesidad del aparato
psíquico de rechazar, negar, desmentir, ciertos contenidos, para preservar su organización y la
organización psíquica de los otros con quienes se vincula. Kaës sostiene que el pacto denegativo
satisface a un tiempo la economía del sujeto singular y la formación e intercambios de los vínculos,
articulando lo intrapsíquico con lo intersubjetivo. Afirma así mismo que el pacto denegativo que se funda
sobre lo negativo, es el reverso y el complemento del “contrato narcisista” de P. Aulagnier que se funda
sobre lo positivo. Constituir y constituirse en un vínculo implica entonces acuerdos y pactos sobre lo que
es, es decir lo positivo vincular y sobre lo que no es, es decir lo negativo vincular.

P. Aulagnier formula la idea del contrato narcisista como estipulación entre el sujeto y el conjunto social,
que funda el vínculo del sujeto con el conjunto. Dice: “La definición dada del contrato narcisista implica su
universalidad; pero, si bien es cierto que todo sujeto es efectivamente consignatario; la parte de la libido
narcisista que se catectiza en él varía de uno a otro sujeto, de una a otra pareja y entre los dos
elementos de la pareja” (1, pág. 165). Estar en pareja es un modo de relación del sujeto con el conjunto
social fuertemente valorizado por el discurso (ideológico siempre) de nuestra cultura.

Quiero destacar que un vínculo de pareja puede ser destructivo de la identidad de uno o ambos
integrantes y apuntalarla a su vez, en tanto aporta aún bajo el signo del sufrimiento el sostén de
pertenencia. Las operaciones de equiparación del otro al yo, dependerán de qué y cuánto del yo quiera
ser garantizado en su pervivencia. No es igual buscar prueba de que se es, que de quien se es o de
cuanto se vale. En el entramado subjetivo el tipo de interrogante narcisista sobre el ser, hace efecto
dispar en el ensamblaje con el tener. El objeto endogámico (tal como lo proponemos) investido siempre
ambivalentemente, está incluido en el otro representado interior al yo, que se ilusiona reencontrado en el
enamoramiento en sus cualidades productoras de placer. Los investimentos libidinales exaltados de los
enamorados, subsumen los investimentos hostiles que permanecen prestos a retornar. Así el odio que el
otro real desata al frustrar al yo tiene en la hostilidad antigua hacia el objeto endogámico una poderosa
fuente. El vínculo matrimonial exogámico (prescrito) efecto de una renuncia a la endogamia (prohibida)
nace bajo su sombra. Es trabajo vincular sostener la renuncia, a cambio claro está, de una cierta prima
de placer. Si la renuncia al objeto endogámico incluido en el otro representado es imposible, la
homologación del otro real al yo que retiene el objeto endogámico en sus cualidades libidinales, se
instala como único camino para preservarlo de las cualidades hostiles que se activan en la frustración del
yo por el otro real. Los caminos en el intento homologador apuntan a variables puntos de llegada,
haciendo palanca a predominio del enunciante o del enunciado y dicho de otro modo, a predominio del
emisor y el receptor(los yoes del vínculo) o del mensaje.

Los términos enunciado y enunciante remiten al cuerpo teórico del psicoanàlisis.

Lacan (18a) distingue un sujeto de la enunciación y un sujeto del enunciado, que guardan entre sí una
relación de ruptura, como efecto de lo inconsciente. Hay algo del hablante, que queda prisionero en el
enunciado, dejando por siempre una distancia insoslayable entre la enunciación y el enunciado.

Los términos emisor y receptor pertenecen a la biología y a la teoría de la comunicación.

La teoría de la comunicación (2a, 2b, 28) sostiene 5 afirmaciones fundamentales a las que denomina
axiomas generales de la comunicación. Ellos son:


Es imposible no comunicarse.


Todo mensaje incluye siempre un nivel de contenido y un nivel relacional de modo que el segundo nivel
clasifica al primero. Dicho de otra manera, cuando dos comunicantes intercambian información, la misma
refiere al tema del que hablan y a la naturaleza de la relación entre ellos que opera como metamensaje,
es decir un mensaje sobre el mensaje.


En toda secuencia comunicacional cada comunicante intenta una cierta puntuación de la misma,
“puntuación de secuencias” (28,a) que procura definir el punto de partida de la interacción comunicativa,
es decir definir que es causa y que es efecto.


Las secuencias comunicacionales al definir una naturaleza relacional, definen las relaciones de modo
simétrico o de modo complementario.


Toda comunicación acontece en un cierto contexto que provee de indicaciones sobre sí mismo,
”marcadores contextuales” (2b) que significan la secuencia comunicacional desde un nivel lógico superior
(en el sentido de la Teoría de los Tipos Lógicos de B. Russel) que opera como metamensaje clasificador.

Así, el circuito comunicacional es un sistema abierto constituido por al menos un emisor y un receptor, un
mensaje y un código, en relación con un cierto contexto. El acto del lenguaje implica además del texto de
lo dicho, el acompañamiento paraverbal adherido, el posicionamiento de los comunicantes en relación al
poder y el contexto sobre el que los hablantes tienen sus creencias. Esta visión sistémica tiene entre sus
ventajas, valorizar el papel del receptor en la significación del acto comunicacional en tanto parte de las
interdeterminaciones. El blanco de la interrogación de la teoría está en lo INTER, no tanto en el emisor y
el receptor, sino en lo que acontece entre ellos.

El término mensaje es tomado por la antropología estructural de Lévi Strauss (20) en relación a los
intercambios sociales. Dicho autor diferencia tres niveles de la comunicación social definidos en función
del intercambio de mensajes, mujeres y bienes. Sostiene que el intercambio de mensajes corresponde al
campo lingüístico y por ende, tiene poder de significación primaria simbólica. El intercambio de mujeres y
bienes es extralingüístico, la acción del intercambio no es signo en sí mismo. Está allí como un objeto
real, que puede ser signo de otra cosa, sólo de modo secundario. El intercambio de mujeres efecto de la
prohibición del incesto es fundante del orden cultural, a partir de este principio de intercambio. La alianza
matrimonial, hecho de la cultura, configura “la más simple estructura de parentesco que pueda
concebirse”.

Voy a considerar los términos enunciado y mensaje como equiparables en tanto unidades del campo
lingüístico. Equiparables, no iguales, dado que mensaje puede incluir mejor la dimensión pragmática de
la lingüística y admite ser remitido a una economía de lo pulsional (psicoanálisis) y/o a una economía de
la información (teoría de la comunicación). En términos de la teoría de la comunicación, en un circuito
comunicacional, emisor y receptor son intercambiables. Son significados como partes del sistema que
constituyen y la comunicación que establecen es concebida como efecto de las interinfluencias
recíprocas. El foco de la teoría está en el espacio “entre” en el nivel de lo observable, en tanto no
conceptualiza un orden inconsciente. El interés está puesto más en el conflicto entre niveles lógicos que
entre afectos, más en los mensajes que en las pulsiones, más en los efectos que en las intenciones.

En términos psicoanalíticos, en el circuito pulsional de un vínculo, los yoes no son intercambiables, en


tanto para el psicoanálisis el sujeto está subordinado a una estructura que lo determina y es sujeto de
historia construida desde el “a posteriori”. La subjetividad como lo propio del sujeto singular, es concebida
por el psicoanálisis subordinada a un orden inconsciente en articulación y ruptura con la consciencia y la
razón. Dijimos antes que las operaciones violentas perseguidoras de lo especular, pueden apuntar
predominantemente a los yoes o a los mensajes.

Las disparidades en cuanto a la meta de la operación violenta, tienen valor semiológico. Cuando el
movimiento violento homologador alcanza a los yoes, se instala una dinámica vincular sometedor-
sometido que puede oscilar en sus expresiones máximas desde la aniquilación del otro, hasta la
autodisolución como diferente, para garantir bajo el sometimiento por lo menos la supervivencia del yo y
del vínculo. Cuando el movimiento igualador toma como meta el enunciado, las variantes de las
operaciones con el mensaje oscilan en un espectro polarizado, entre una especie de hiperpresencia del
decir (subir el tono, gritar, argumentar sin respiro) y una suerte de hipersilencio (no responder, susurrar,
abandonar el “diálogo”). En ambas estrategias, el instrumental bélico es del orden de la descalificación o
desconfirmación si utilizamos la teoría de la comunicación. Descalificación implica incongruencia y
devaluación y es definida por P. Watzlavick y colaboradores (28b) como: “...comunicarse de modo tal que
su propia comunicación o la del otro queden invalidadas”. Desconfirmación es definida (28c) así: “...si en
lógica formal se identificaran la confirmación y el rechazo del self del otro con los conceptos de verdad y
falsedad, respectivamente, entonces la desconfirmación correspondería al concepto de indeterminación,
que como se sabe, pertenece a un orden lógico distinto”. Y: “no cabe duda que tal situación llevaría a una
pérdida de la –mismidad-, que no es más que una traducción del término alienación”. La idea de
descalificación o desconfirmación corresponde a una teoría ajena al psicoanálisis, pertenencia que
vuelve imposible una traducción de la misma al cuerpo teórico del psicoanálisis. Tal vez es posible,
intentar pensar psicoanalíticamente la idea de desconfirmación, en tanto fenómeno comunicacional.

Considero que las operaciones de descalificación, pueden ser pensadas psicoanalíticamente como
expresiones observables de los mecanismos de rechazo, repudio y desmentida como destinos, en el
sentido del pacto denegativo tal como R. Kaës lo propone.

G. Bateson y D. Jackson (3) definen en la comunicación humana dos códigos de información: digital y
analógico que conviven en todo lenguaje.

Digital: alude a las palabras y a los números, como representantes simbólicos de los objetos ausentes
mediante una operación de sustitución arbitraria, en tanto el signo no guarda semejanza con lo
representado y según una función discreta, de cortadura de la continuidad mediante unidades (las
palabras, los dígitos).


Analógica: refiere a los signos que representan por similitud o semejanza con lo representado, de valor
autoexplicativo según una función continua (fotografía, gestos, tono, expresión facial, postura). Excluye el
no, el “y”, el “o”, por lo que no es clasificable en tipos lógicos.

G. Bateson (2b) subraya el valor de la comunicación que denomina ostensiva y muy en particular la
modalidad de “la parte por el todo” que considera fundamental en los fenómenos de aprendizaje y en los
malentendidos.

Watzlavick, Beavin y Jackson (28d) equiparan digital a verbal y analógico a no verbal.

E. Veron (26) con quien concordamos, disiente de la igualdad analógico = no verbal. Este autor se ocupa
de los niveles sintácticos, semánticos y pragmáticos de la semiótica y ordena las reglas de decodificación
según cuatro ejes: sustitución, continuidad, arbitrariedad y semejanza. Agrega a los códigos antedichos
los signos metafórico y metonímico. Define el signo metafórico como el signo que sustituye en todo, algo
de lo que no fue parte y al metonímico como el signo que es o fue parte experimentalmente del todo al
que refiere.

Quiero proponer algunos mecanismos que considero con valor de indicación en cuanto al tipo de
violencia. Obviamente, no dan cuenta de la extensión ni de la complejidad de las variantes discursivas y
sus soportes. Pretendo apoyada en lo fenoménico y por tal observable e inabarcable, un ejercicio de
semiología para la clínica vincular.

Tomo algunos aportes antes referidos de la semiótica y de la teoría de la comunicación, disciplinas que
tienen especialmente en la semiología su terreno más fértil.

Agruparé los indicadores según dos ejes (27):


Violencia en el decir o violencia del emisor


Violencia en la recepción o violencia del receptor

Ambos modos de violencia se presentan más o menos imbricados, el perfil está en el registro de
predominancia.
VIOLENCIA EN EL DECIR

Toma como meta predominantemente a los yoes, al propio yo o al otro. Se sirve más de la palabra que
del acto, pero la palabra tiene cualidades de acto. La carga digital es significativa y el signo metafórico
más frecuente que el signo metonímico.Reseñaré las modalidades principales de meta en los yoes.

A. Por asignación al otro

La operación violenta procura borrar la opacidad del otro y volverlo transparente. Se sirve de la atribución
al modo de la violencia secundaria, tal como P. Aulagnier(1) la conceptualiza. Así mismo, la
inmovilización del tiempo y la imposición de una semantización única, conceptualizadas por Puget J. y
Berenstein I. (22b) como disfunción temporal y semántica que vinculan al concepto de “objeto único”,
están presentes.

La violencia se manifiesta como:


descalificación de las afirmaciones – consiste en la atribución de contenidos mentales y pragmáticos al
otro, que desestiman la afirmación que el otro hace sobre sí.


descalificación de la percepción – no viste eso, no oíste eso


descalificación del pensamiento – no piensas eso


descalificación del afecto – no sientes eso


descalificación de la conducta – no hiciste eso


inoculación de significación – consiste en atribuir al otro un porqué y un para qué.

dices eso porque eres egoísta


haces eso para asustarme


anticipación inoculatoria – consiste en atribuir por anticipado contenidos mentales y/o pragmáticos al otro,
que implican el sostenimiento de un como siempre, según una temporalidad congelada.

vas a pensar

vas a decir

vas a hacer

B. Por asignación al yo

Operación de autoasignación del lugar de verdad o de saber. Se sirve de diferentes “pruebas” de la


verdad del yo.


Por capacidades:

morales : yo no miento


intelectuales: soy más inteligente para los negocios

emocionales: sé querer de verdad


Por “objetividad” : yo hablo de hechos.


Por convocatoria a opinión de testigos “neutrales” (los hijos, los amigos, el terapeuta individual).

VIOLENCIA EN EL RECIBIR

Toma como meta predominantemente al mensaje del propio yo y del otro. Incluye también la
autoasignación y la asignación al otro como han sido señaladas. Se sirve más del acto que de la palabra,
que suele ser descalificada. La carga analógica es alta y el signo metonímico frecuente.

Reseñaré 3 modos de descalificación del mensaje :


Bloqueo del mensaje como producto

Eso está fuera de tema (mensaje inadecuado)

Eso ya lo dijiste o de eso ya hablé (mensaje inútil)

Eso no agrega nada (mensaje sobrante)



Descalificación de la enunciación como proceso de producción

No me interesa oír

No me importa lo que digas

Irse cuando el otro habla

Ironizar: ¡qué interesante oír tus opiniones!


Distorsión del mensaje

Literalización - mensaje: me estás hiriendo

respuesta: no veo sangre

Repreguntar - mensaje: ¿no ves que me hieres?


respuesta: ¿con arma blanca o de fuego?

Destemporalización - mensaje: no me gustó lo que dijiste hoy sobre mamá

respuesta: nunca te gusta lo que digo

Descontextualización - mensaje: me criticaste delante de los chicos

respuesta: importa lo que digo y no quienes estén

Modificación del modo indicativo

de interrogación a afirmación

mensaje: ¿quieres venir conmigo al viaje?

respuesta: no quieres que vaya

o
de afirmación ? interrogación

mensaje: ven conmigo

respuesta: ¿quieres que vaya?

Vaciamiento parcial

mensaje: me gustaría ir al cine ¿vamos?

respuesta: ¿a dónde?

Llenado parcial

mensaje: mira que lindas lámparas

respuesta: ¿desde cuándo eres decorador?

Los sujetos constituyentes de vínculos violentos acumulan reproches en general en relación al otro, que
cultivan a voces o en secreto. Los modos de violencia hacen a la cualidad del reproche y a su
presentación a predominio reivindicativo o retaliativo. La ambivalencia respecto de los objetos de amor,
es destacada por Freud en sus consideraciones sobre el autorreproche sobre todo en “Duelo y
melancolía” (10g). En “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” se refiere más
a la ambivalencia expresada como reproche a otro. Dice: ”...el encono de tantas hijas contra su madre
tiene por raíz última el reproche de haberlas traído al mundo como mujeres y no como varones (10h, pág.
322).
E. Veron (26, capítulo 7) destaca el valor del eje actividad – pasividad en los intercambios entre un yo y
otro en la organización y significación del relato en la neurosis. Sostiene que en el relato histérico
predomina el no “yo” (sí “mi”) y el sí de otros que le hacen al yo; en el relato obsesivo el yo hago, yo me
hago y en el relato fóbico el yo hago y a mí me hacen. Tomando dicho eje, es posible describir la
organización semántica del reproche reivindicativo y retaliativo.

La modalidad reivindicativa es más propia de la violencia del decir, en tanto que la retaliativa se asocia
más a la violencia en el recibir. El reproche reivindicativo compele al otro a que no frustre al yo. El yo
herido le reclama al otro ser reparado. La operatoria de la significación, se apoya en el no me hagas. El
otro le hace al yo. Reivindicar implica una cierta expectativa. Expresa en lo manifiesto la ilusión
inconsciente de que el otro real, se mude en el otro representado. La reivindicación presta también
servicios a la expresión del odio del yo frustrado.

En la retaliación no se espera del otro, el protagonista es el yo. El yo se defiende del otro si lo anula o lo
liquida.

En el reproche retaliativo tipo ley del talión, la operatoria de la significación se apoya en el te voy a. Se le
va a hacer al otro. El yo herido quiere infringirle al otro el dolor padecido por el yo. Tanto la violencia
reivindicativa como retaliativa y sus operaciones pueden ser o no, percibidas por la conciencia. En
ocasiones lo son y quien la ejerce siente que lo ampara la razón que se autoconcede y de la que no
duda. Otras veces la violencia permanece inconsciente, no hay percatación de que se la ejerce. Pero en
todos los casos, la ilusión de lo igual y el anhelo de certeza de la significación están adscritos a un nivel
inconsciente.

Vuelvo a señalar que la violencia vincular expresión de lo pulsional desligado, puede presentarse en
vínculos donde uno de los yoes o incluso ambos, tienen una organización predominantemente neurótica.
Es pues algo de lo vincular, algo del armado de ese vínculo como oferta para lo pulsional, lo que propicia
un tipo de funcionamiento enloquecedor.

El vínculo genera algo inédito, que no con poca frecuencia asombra a quienes lo constituyen.
Comentarios como: “ nunca he vivido algo como esto”, o “nadie que nos conozca podría imaginarse lo
que nos pasa “, son de cierta frecuencia en la clínica vincular.

Los dos modos de violencia que he señalado presentes en diferentes grados, impregnan el intercambio
comunicacional de ansiedades persecutorias y confusionales de efectos enloquecedores. El psicoanálisis
de una pareja consiste en buena medida en el desciframiento de los reproches enloquecedores, como
expresiones del conflicto entre el otro representado y el otro real, conflicto que incluye la tensión
endogamia - exogamia. La discriminación entre ambos, es precondición para el trabajo de renuncia al
objeto endogámico, renuncia necesaria, para el encuentro de un objeto exogámico capaz de dar placer,
en el otro real.

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