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JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS, NACIÓN

Y ESPACIO PÚBLICO EN ARGENTINA

Verónica Giménez Béliveau

Las relaciones entre el poder eclesiástico y el poder político en Argen-


tina se han caracterizado por la estrechez en sus vínculos. La escena
pública ha visto, en los sucesivos momentos históricos, a la Iglesia ca-
tólica entablando un diálogo privilegiado con el Estado, esforzándose
por ocupar parte de las estructuras estatales para extender desde allí
los principios de su doctrina al conjunto de la sociedad. Las ofensivas
de “catolización” sobre el Estado y la sociedad civil procuraron im-
pregnar con valores religiosos todos los ámbitos de la vida social y con-
vertir a la Argentina en una nación católica.
La reflexión sobre las articulaciones entre el campo político y el
campo religioso remite directamente a la problemática de la moderni-
dad en América Latina, y a la construcción del espacio público mo-
derno. Para intentar comprender el proceso de desarrollo de esta mo-
dernidad “a la latinoamericana”, que ha sido llamada incompleta,
inacabada, dependiente, es indispensable pensar en los roles de ciertos
aactores que desempeñaron papeles fundamentales en la construcción
de las identidades y las instituciones de la región.
El proceso de diferenciación de las esferas de acción social, que ca-
racteriza el desarrollo de la modernidad occidental, sólo se realiza par-
cialmente en Latinoamérica, dando lugar a una modernidad comple-
ja, en el seno de la cual coexisten formaciones sociales premodernas,
modernas, posmodernas.1 Entre los espacios político y religioso se es-
tablecen relaciones de competencia y complementariedad, y en la in-

1 Pierre Sanchís, “O campo religioso contemporâneo no Brasil”, en Ari Pedro Oro

y Carlos Alberto Steil (coords.), Globalizaçao e religião, Petrópolis, Vozes, 1997.

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tersección de los dos campos nace la idea de nación: la construcción


del mito de la nación holista y orgánica, identificada con el catolicis-
mo y sostenida por el ejército, reemplaza a la idea de nación liberal y
cosmopolita de los últimos decenios del siglo .
Me propongo aquí realizar un breve recorrido histórico y tipológi-
co de las relaciones entre las jerarquías eclesiásticas y el poder político,
identificando tres momentos típico-ideales: el periodo de confronta-
ción con las élites liberales en el poder en los primeros años del Estado
nacional argentino (que podríamos ubicar entre los años 1880 y
1930), el momento de identidad entre Iglesia y Estado (que situamos
entre 1930 y 1970), y un último momento de vigilancia de la Iglesia
sobre el Estado, que intenta acercarse a los nuevos desafíos que plan-
tea a la Iglesia la recomposición luego de la fuerte crisis interna de los
años 1970.
Es indispensable dejar sentado que cuando se hace alusión al com-
portamiento de la Iglesia católica, me refiero en primer lugar a su con-
ducción, dejando a un lado las concepciones y prácticas de otros acto-
res dentro del catolicismo que tuvieron en los diferentes periodos
menor protagonismo. Este abordaje responde a un criterio analítico
pero no contradice la existencia de varios catolicismos o de un catoli-
cismo en plural, como fuera definido por el sociólogo Émile Poulat:2
la presencia del catolicismo en la sociedad argentina se hace evidente
no sólo mediante las autoridades investidas por la institución, sino
que es una presencia cultural constante que tiene su origen en el desa-
rrollo institucional de la Iglesia paralelo e imbricado con el del Estado
nacional, y en la constitución (a partir de los años treinta del siglo pa-
sado) de la catolicidad como uno de los componentes inescindibles de
la nacionalidad argentina. El catolicismo es considerado aquí un lugar
social que negocia los límites del consenso en cada configuración his-
tórica.

2 Émile Poulat, Église contre bourgeoisie. Introduction au devenir du catholicisme ac-

tuel, París, Casterman, 1977.

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JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS, NACIÓN Y ESPACIO PÚBLICO EN ARGENTINA 

 : 

Durante el curso del siglo  se forma el Estado argentino, intentan-


do imponer una centralización política, militar y económica contra
las fuerzas centrífugas que actúan en las unidades político-territoria-
les heredadas de la colonia. Las estructuras sociopolíticas coloniales,
marcadas por su situación periférica respecto de los centros de domi-
nio español en América, son frágiles y resisten mal los embates de las
luchas independentistas: el territorio del antiguo virreinato del Río
de la Plata no conoce continuidad del aparato institucional colonial
de la manera en que se dio en México o en Brasil. El nacimiento del
Estado argentino está signado por la experiencia de la desintegración
del Estado colonial: “los constructores del Estado argentino […] no
buscaron formar una unidad política mayor o más fuerte, sino evitar
la disgregación de la existente, y producir una transición estable de
un Estado colonial a un Estado nacional […] Indudablemente, la
unidad nacional argentina durante las primeras décadas de vida in-
dependiente se asentó más en elementos expresivos y simbólicos que
en vínculos materiales plenamente desarrollados”.3 A la debilidad de
la integración territorial, debemos agregar la precariedad de la cons-
titución de los mercados regionales, que no logran instalarse como
centros organizadores de relaciones económicas y sociales nacionales.
El Estado nacional se constituye produciendo a su vez las condicio-
nes de su desarrollo, es decir, un mercado nacional unificado. El Es-
tado “se convirtió en eje para la consolidación de nuevas modalidades
de dominación política y económica […] Es el sentido de la simbió-
tica constitución de estado y sociedad como que esferas distinguibles
de un único y nuevo orden social capitalista […] A través de la inver-
sión directa, el crédito oficial, la legislación y la creación de unidades
administración de bienes, regulaciones y servicios […], el Estado fa-
cilitó las condiciones para el establecimiento de un mercado interno,
extendió los beneficios de la educación y la preservación de salud y
contribuyó a poblar el territorio y a suministrar medios de coacción

3 Oscar Oszlak, La formación del Estado argentino, Buenos Aires, Editorial Belgra-

no, 1990, pp. 238-239.

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 VERÓNICA GIMÉNEZ BÉLIVEAU

extra-económica para asegurar el empleo de una fuerza de trabajo a


menudo escasa”.4
Luego de medio siglo de luchas internas, el territorio se organiza
mediante una modernización capitalista con fuerte preponderancia es-
tatal, que impone un orden, regularizando las relaciones sociales. Este
proceso se realiza en función del desarrollo de una serie de atributos:5
—en el plano de las relaciones interestatales, el nuevo Estado es re-
conocido en tanto que unidad soberana;
—en el plano interno, la entidad logra asegurar los medios organi-
zados de coacción y la capacidad de crear instituciones profesionaliza-
das, con un grado de legitimidad que le permiten extraer recursos de
la sociedad civil y centralizar el control sobre estas instituciones y acti-
vidades;
—en el plano simbólico, el Estado internaliza una identidad colec-
tiva, reforzando los sentimientos de pertenencia y de solidaridad, con
el fin de garantizar el control ideológico.
La constitución de una unidad política permanente, y la definición
definitiva de las fronteras, se termina hacia el final del siglo , bajo el
signo de un modelo de Estado liberal en lo económico —libre merca-
do, oposición al proteccionismo, apertura de las fronteras—, y en lo
político —establecimiento de una democracia restringida, con el ejer-
cicio del voto universal y secreto para los hombres a partir de 1912—.
Los grupos dirigentes y las élites intelectuales de Buenos Aires organi-
zan el país según el modelo agroexportador, orientado hacia la pro-
ducción de materias primas destinadas a los países europeos (especial-
mente Gran Bretaña). Estos grupos hegemónicos, en contacto con las
corrientes de pensamiento europeas, adoptan el liberalismo y buscan
nuevas fuentes de legitimidad. El cientificismo y el positivismo se
convierten en el credo a seguir, y el discurso religioso público es rela-
cionado con el legado español, que es necesario superar para integrar-
se definitivamente a la modernidad.
La asunción de la ideología liberal por parte de las élites dirigentes
conduce a una dinámica de desplazamiento de lo religioso y de la ins-

4 Ibid., pp. 28-29.


5 Ibid., p. 13.

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JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS, NACIÓN Y ESPACIO PÚBLICO EN ARGENTINA 

titución eclesiástica del centro a la periferia del poder, combinando la


separación formal de la Iglesia y el Estado —nunca llevada hasta sus
últimas consecuencias en el caso argentino—, y la creación de regula-
ciones estatales para la vida civil, con la reubicación de lo religioso en
la esfera de la vida privada. El proyecto liberal se completa con la crea-
ción de una “religión civil y una moral laica”,6 basada en el desarrollo
de un sistema institucional de alcance nacional, cuyos ejes son la es-
cuela pública y el servicio militar obligatorio. El Estado implementa
un sistema de control de la población, ocupando espacios antes orde-
nados por la institución eclesiástica: el registro público de nacimientos
y muertes, el matrimonio civil, la secularización de los cementerios.
El periodo de la hegemonía de las élites liberales es también el mo-
mento de la superación definitiva de la estructura social heredada de
la colonia: asistimos a un crecimiento demográfico inédito, y a la di-
versificación de la sociedad gracias al aporte de la inmigración masiva.
Sólo en la ciudad-puerto de Buenos Aires, en 1900, los extranjeros
constituyen la mitad de los habitantes, y entre 60 y 70% de la pobla-
ción ocupada.7
La magnitud del proceso inmigratorio plantea al nuevo Estado el
desafío de la cuestión nacional. El país recibe una población plural,
que huye de situaciones de desamparo económico o de persecución
política, y que llega a constituir en algunas regiones un número bas-
tante superior a la población local. El paisaje humano se transforma:
las sociedades definitivamente se vuelven más complejas, aparecen
nuevos grupos sociales, sobre todo en las regiones más urbanizadas.
Frente a esta sociedad modificada y heterogénea, la acción de las insti-
tuciones nacionales se centra en la construcción y en la imposición de
un sentimiento colectivo que se cumple con una celeridad inédita: se
puede considerar que en el curso de dos generaciones el proceso de
nacionalización está cerrado, y no hay persistencia importante de gru-
pos étnico-nacionales con características propias y diferenciadas. La
6 Fortunato Mallimaci, “Catholicisme et libéralisme”, en Pierre Bastian (coord.),

La modernité religieuse en perspective comparée, Europe latine-Amérique latine, Clame-


cy, Karthala, 2001, p. 63.
7 Emma Cibotti, “Del habitante al ciudadano: la condición del inmigrante”, en

Mirta Lobato (ed.), Nueva historia argentina, t. , Buenos Aires, Sudamericana, p. 378.

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contribución de la Iglesia no es desdeñable en este dispositivo institu-


cional instrumentado por el Estado, dado que la institución no re-
nuncia nunca a considerarse uno de los elementos fundadores de la
nacionalidad.
Sin embargo, y aunque las élites liberales en Argentina nunca han
sido francamente anticatólicas, las relaciones entre Iglesia y Estado en
este periodo están marcadas por la confrontación. Las élites en el po-
der se enorgullecen de haber creado un país moderno, bajo el signo del
cosmopolitismo y de la apertura al extranjero. Estos grupos dominan-
tes son poco favorables a conciliar con el catolicismo, considerado un
bastión del pasado destinado a desaparecer, sumergido por la ola del
progreso. A la dominación en el plano del discurso de la ideología libe-
ral, debemos agregar la debilidad organizacional de la Iglesia católica.
En efecto, el periodo se caracteriza por la existencia de una Iglesia
débil, pero que se recompone rápidamente. La reorganización institu-
cional es puesta en marcha por una jerarquía eclesiástica que se apoya
en una visión centralista de la Iglesia, para enfrentar las tendencias lai-
cistas del Estado y de la sociedad. Tres procesos convergen en la re-
construcción eclesiástica: por un lado, la romanización, una política de
expansión y de centralización de la Iglesia romana, basada en la for-
mación de dirigentes con una percepción uniforme y “romanizada” de
la realidad. Uno de los instrumentos fundamentales de esta política, el
Colegio Pío Latinoamericano, centro de preparación del alto clero del
subcontinente, es fundado en Roma en 1859. De esta institución “salió
buena parte de la nueva jerarquía, ya sin trazas de galicanismo y de pro-
yectos de iglesias ‘nacionales’, afinada con las directivas de la Santa Sede
y reticente, cuando no abiertamente hostil, a las políticas religiosas de
los Estados nacionales”.8 Esta concepción romana de la Iglesia se ex-
pandió muy rápidamente, gracias a la influencia de las congregaciones
europeas instaladas en el país a partir de 1870, que protagonizaron una
nueva ola de misiones. La inmigración masiva de personal eclesiástico
es el actor principal del segundo proceso, la clericalización. El clero lati-
noamericano, siempre escaso a los ojos de los obispos para satisfacer las

8 José Oscar Beozzo, “La Iglesia frente a los Estados liberales (1880-1930)”, en

Enrique Dussel, Resistencia y esperanza, San José de Costa Rica, DEI, 1995, p. 189.

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JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS, NACIÓN Y ESPACIO PÚBLICO EN ARGENTINA 

necesidades espirituales de una sociedad cada vez más secularizada, cre-


ció considerablemente debido a la llegada de nuevas órdenes misione-
ras, portadoras de una concepción centralista y “romanizada” de la ta-
rea evangelizadora. El tercer proceso de afirmación institucional de la
Iglesia católica argentina es la estrategia de reorganización interna dise-
ñada por el episcopado, que asume la conducción centralizada de la
institución “absorbiendo las instituciones laicas existentes”.9 Las re-
uniones de los obispos se vuelven más regulares, las posiciones disiden-
tes son atenuadas, el cuerpo se vuelve orgánico.
Pero más allá de este proceso de reorganización, hay aún una dis-
tancia considerable entre las jerarquías eclesiásticas, asociadas a los
sectores sociales altos, entre los que la institución concentra sus activi-
dades y sus organizaciones, y las manifestaciones de un catolicismo
popular poco regulado, que escapa a los controles institucionales.
Ahora bien, ¿cuáles son los principales puntos de enfrentamiento
entre el Estado y la Iglesia? En principio es necesario subrayar que en
Argentina las élites liberales no son anticatólicas, se oponen por dife-
rentes motivos al aparato católico, cada vez más sometido al poder del
Vaticano. La clase dirigente liberal busca destruir el poder clerical para
construir sociedades más pluralistas, lo que no implica la desaparición
de la Iglesia católica, sino su reubicación en tanto que institución civi-
lizadora, al lado de otras instituciones nacionales, como el ejército y la
escuela, en la imposición de valores cívicos (y también cristianos). La
Iglesia, sin embargo, tolera muy mal las pretensiones de autonomía
del Estado, que se define neutro en materia religiosa, autoriza la entra-
da al país de grupos protestantes y propone la laicización. Las jerar-
quías eclesiásticas perciben a la institución en términos de debilidad
extrema respecto de una edad de oro situada en el periodo colonial. La
ofensiva del Estado liberal y la falta de personal hacen aparecer a la
Iglesia como una “ciudadela asediada”, una Iglesia perseguida por los
“males” de la modernidad triunfante.
La afirmación de la autoridad estatal en el campo de la regulación
de la vida cotidiana desencadena uno de los conflictos más resonantes

9 Jorge A. Soneira, Las estrategias institucionales de la Iglesia católica.  (1880-

1976), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1989, p. 80.

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entre las dos instituciones, que se resuelve con la secularización defini-


tiva del control de los registros de la población. Entre 1881 y 1888 se
sancionan en Argentina las leyes laicas: matrimonio civil, registro es-
tatal de nacimientos y muertes, secularización de los cementerios, tri-
bunales civiles, educación pública. Las nuevas leyes no completaron la
laicización en el sentido pretendido por los sectores masónicos y libe-
rales integristas: no se proclama “una Iglesia libre en un Estado libre”,
el divorcio no es sancionado. La secularización en Argentina es, según
algunos autores,10 incompleta y corta.
La educación es otro de los campos en que las relaciones conflicti-
vas entre la Iglesia y el Estado se perciben con claridad. De hecho, la
ley de “enseñanza laica, pública y gratuita” sanciona el fin de la obliga-
toriedad de la enseñanza religiosa en escuelas públicas, pero no la ex-
cluye, y no se toca la amplia red de escuelas católicas que siguen insta-
lándose a lo largo de todo el territorio. Pero lo que la Iglesia se resiste a
aceptar es la legitimidad laica de la nueva escuela pública, que no re-
conoce ya en el catolicismo los fundamentos de la formación de las
nuevas generaciones. Frente al avance de la secularización educativa,
“la pastoral de 1902 formula todo un programa de recuperación de la
influencia religiosa en el terreno educativo, que incluye desde la intro-
ducción de contenidos religiosos en los planes de la escuela pública,
hasta la creación de escuelas propias. Allí se propone también la crea-
ción de una Universidad Católica”.11 Esta ofensiva católica en el pla-
no educacional comenzará a fructificar a partir de los años 1930.
La ocupación simbólica del espacio y el tiempo es uno de los desa-
fíos mayores del Estado liberal. Las élites gobernantes reducen las fes-
tividades católicas del calendario oficial y se celebran fechas que re-
cuerdan al progreso: en los momentos de enfrentamiento más agudo
(durante la presidencia de Roca), el gobierno conmemora el aniversa-
rio de la muerte de Charles Darwin como fiesta nacional.12 A pesar de
10 Roberto di Stefano y Loris Zanatta, Historia de la Iglesia argentina, Buenos

Aires, Grijalbo-Mondadori, 2000.


11 Héctor Recalde, Matrimonio civil y divorcio, Buenos Aires, Centro Editor de

América Latina, 1986, p. 21.


12 Jean Meyer, Historia de los cristianos en América Latina. Siglos XIX y XX, México,

Vuelta, 1989, p. 205.

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JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS, NACIÓN Y ESPACIO PÚBLICO EN ARGENTINA 

los reclamos de la Iglesia en cuanto a sus dificultades organizativas, los


gobiernos de signo liberal acceden sólo a la creación de un número re-
ducido de diócesis, unidades territoriales necesarias para garantizar la
ocupación eclesiástica del territorio.
El enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado es, en suma, una lucha
por definir la ocupación de los espacios sociales. Ninguna de las dos ins-
tituciones renuncia a la facultad de imponer las reglas de funcionamien-
to al nuevo país, y los modelos de nación que sostienen se distancian en
muchos puntos. Las élites iluminadas piensan una nación cosmopolita
y abierta, concebida como unidad política fundada en un contrato,
crisol de razas, mientras que las jerarquías eclesiásticas conciben una
nación basada en los principios del catolicismo, orgullosa de sus raíces
hispánicas y católicas. Estas dos maneras opuestas de representarse la
nación articulan una tensión presente durante todo el periodo, que
tiende a atenuarse paulatinamente con la alianza naciente entre las éli-
tes gobernantes y la Iglesia. Efectivamente, los grupos liberales toman
prestada la cosmovisión esencialista de la Iglesia para sostener un dis-
curso coherente y simplificador contra la expansión de las ideas anar-
quistas y socialistas, arraigadas entre los trabajadores extranjeros. Las
élites en el poder comienzan a renunciar al discurso liberal más extre-
mo y articulan puntos de acuerdo con una Iglesia que empieza a desa-
rrollar una ofensiva sobre la sociedad civil y sobre las estructuras del
Estado.

 : 

El segundo periodo, que he llamado de identidad, encuentra sus raíces


en el proceso de reconstrucción institucional que se desarrolla en el
seno de la Iglesia desde principios del siglo xx. Tomando como eje una
visión centralista de la institución, y apoyándose en la inmigración de
personal eclesiástico, la Iglesia se recompone a partir de la reorganiza-
ción interna, liderada por un episcopado activo y emprendedor. A esta
renovación se suma Acción Católica, un dispositivo de encuadra-
miento del laicado de alcance nacional y masivo, que se expande en
los nuevos sectores medios de los hijos de inmigrantes, funcionando

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 VERÓNICA GIMÉNEZ BÉLIVEAU

como un instrumento a la vez de eclesificación y de nacionalización.


La fundación de Acción Católica representa un esfuerzo de alcance
continental y mundial con el objetivo de unificar el espíritu y la ac-
ción del laicado, superando las particularidades de los intentos de or-
ganización precedentes.13 Acción Católica forma parte de la Iglesia
concebida como un cuerpo: a los obispos y a los sacerdotes se suma
este movimiento de laicos que se transforma en “el brazo largo de la
jerarquía”, otro de los instrumentos de la estructura organizativa de la
institución para la catolización de la sociedad.
Una nueva concepción del catolicismo se desarrolla: frente a una
idea de religiosidad recluida en el espacio de la vida privada, se propo-
ne un catolicismo triunfante, combativo, que sale de las iglesias para
ganar la escena pública. Esto es posible gracias al modelo de extensión
territorial, que además de asegurar una presencia masiva de los miem-
bros del movimiento en las parroquias, convierte a Acción Católica en
una eficaz formadora de militantes que ocuparán los espacios públi-
cos. “En Argentina la Acción Católica se convierte en un lugar de dis-
cusión, de reflexión y de compromiso político”.14 Otro elemento es
central en la expansión de Acción Católica: la transformación global
de un catolicismo “de notables”, ligado a los sectores sociales altos, a
un catolicismo de “militantes”, que trabaja en los sectores medios y
populares, para el cual la cuestión social se vuelve uno de los principa-
les ejes de acción. Se trata de hecho de un catolicismo “de acción”, que
pretende erigirse en una referencia axial para la construcción del orden
social en su totalidad. La sociedad es concebida como una unidad
compuesta por clases sociales entre las que deben reinar la armonía y la
cooperación. Ahora bien, la cuestión obrera, presente en la agenda del
catolicismo desde principios de siglo, se vuelve cada vez más impor-
tante, debido a la transformación de la estructura productiva de Argen-
tina, y amenaza los ideales de concordancia entre las clases soñados por
los jóvenes católicos. Los esfuerzos de catolización de toda la sociedad
alcanzan también a los sectores más pobres, y la preocupación por la
13 Fortunato Mallimaci, “Movimientos laicales y sociedad en el periodo de entre-

guerras. La experiencia de la Acción Católica en Argentina”, Cristianismo y Sociedad,


núm. 108, 1991, p. 39.
14 Ibid., p. 65.

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JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS, NACIÓN Y ESPACIO PÚBLICO EN ARGENTINA 

situación social se convierte en uno de los ejes de trabajo de Acción


Católica: “nadie se salva solo” es el lema. La presencia autónoma en el
campo social se lleva a cabo en principio por medio de la acción de
base parroquial, y más tarde con la creación de las ramas de Acción Ca-
tólica especializadas: la Juventud Obrera Católica (), la Juventud
Estudiantil Católica (), la Juventud Universitaria Católica ().
Acción Católica se difunde en el medio de los hijos de inmigrantes
que constituyen los nuevos sectores medios. Frente a una estructura
social definitivamente cada vez más compleja y plural por el aporte de
la inmigración masiva, el movimiento funciona como uno de los indi-
cadores de nacionalización. La Iglesia desempeña un rol importante
en el proceso de constitución de una identidad nacional, contribu-
yendo a la creación de marcos de contención para las masas de mi-
grantes. Preocupada por retener a sus adeptos frente a la competencia
de otros sistemas de sentido, la Iglesia pasa de la contención ritual en
los idiomas de origen de las comunidades, a la adopción de un molde
nacionalizador. La imposición de la veneración de la virgen de Luján,
patrona de Argentina desde 1887, sobre la adoración de los santos y
de las vírgenes de las localidades de origen de los migrantes es un ejem-
plo del proceso de unificación de las devociones. Así, “la Iglesia católi-
ca reconquista la sociedad, construye a través de la Acción Católica
una verdadera contrasociedad: sindicatos, partidos, escuelas, prensa,
movimientos de la juventud. Marcada por la doctrina social de Roma,
modernizada por el padre Lebret, rompe con las antiguas oligarquías,
se alía con las nuevas élites, ligadas a la industrialización, con el Estado
[…], con los partidos o movimientos de carácter populista y naciona-
lista. Arraiga en las clases medias que se desarrollan con las ciuda-
des”.15
Este proceso de nacionalización y de expansión entre los sectores
sociales medios se cumple también en el plano de las jerarquías ecle-
siásticas: el episcopado cambia y renueva progresivamente su compo-
sición social. Caracterizados antes por sus lazos con las familias patri-
cias de la sociedad tradicional, en este periodo, obispos surgidos de la
pequeña burguesía producto de la inmigración ocupan más espacios

15 J. Meyer, op. cit., p. 208.

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 VERÓNICA GIMÉNEZ BÉLIVEAU

en el episcopado.16 Esta nueva generación de obispos, menos conci-


liadores con la modernidad, formados en las universidades vaticanas,
son los portadores de una visión romanizada de la Iglesia. Este grupo
promueve la organización del laicado, la expansión del catolicismo de
acción y la centralización jerárquica de las tropas católicas.
El nuevo modelo de acción de la institución eclesiástica, con firmes
bases en la sociedad, contempla el avance sobre las Fuerzas Armadas
para la conquista del Estado: se da de hecho un fuerte proceso de in-
terpenetración de la Iglesia y el Ejército, de trabajo conjunto en pos de
un nuevo modelo de Estado. Los militares toman del catolicismo la
legitimidad para actuar contra los gobiernos democráticos y los cua-
dros formados en el dispositivo de Acción Católica para integrar el
funcionariado de las dictaduras; la Iglesia a su vez utiliza los golpes de
Estado sucesivos para difundir su cosmovisión a partir de las estructu-
ras del Estado ocupadas por las Fuerzas Armadas.
La alianza entre las Fuerzas Armadas y la Iglesia se concreta por la vía
de la militarización del cuerpo de capellanes; de la intensificación de
los lazos entre la red educativa católica y los institutos de formación
militar, y de la mediación de Acción Católica.17 La defensa de la cris-
tiandad se convierte en una cuestión de seguridad nacional, dado que
se ubica en el centro de la esencia de la argentinidad. El proyecto del ca-
tolicismo integral y de las Fuerzas Armadas se construye como la única
forma de ser argentino, y los que son identificados como enemigos de
ese proyecto son excluidos de la comunidad nacional: los protestantes,
los comunistas, los socialistas, los judíos. Las fiestas patrióticas dejan de
lado su carácter civil y se vuelven fiestas religiosas y militares,18 con un
actor nuevo: el pueblo, cuya presencia masiva servirá de legitimación
para la intervención de los militares y de la Iglesia en la escena pública.
Siguiendo a uno de los historiadores más perspicaces del periodo, “la
reedición de la alianza entre la cruz y la espada […] prefiguraba más
bien la génesis de un nuevo bloque ideológico, fundado en la aversión
16
R. di Stefano y L. Zanatta, op. cit., p. 416.
17
Loris Zanatta, Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y Ejército en los oríge-
nes del peronismo. 1930-1943, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes,
1996, p. 148.
18 Ibid., p. 141.

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JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS, NACIÓN Y ESPACIO PÚBLICO EN ARGENTINA 

eclesiástica al sistema parlamentario y a la democracia liberal y sobre la


identificación de la Iglesia y el Ejército con la nación”.19 Se trata de
construir un orden nuevo, que promueve la unión entre el Estado y el
“pueblo católico”; entre las instituciones sociales y políticas, por un
lado, y la nación, por el otro. Este nuevo orden programa la ocupación
de las estructuras administrativas del Estado por los cuadros católicos:
es la solución por el Estado.
Un formidable trabajo de reinterpretación confesional de la histo-
ria nacional se realiza en este periodo: los héroes son catolizados, la
época de dominio liberal es borrada de los manuales escolares, se ins-
taura una historia oficial, legitimadora del nuevo orden. Las dos insti-
tuciones protagonizan un proceso de refundación de la idea de nacio-
nalidad, borrando los años de hegemonía liberal: la nación católica
postula una continuidad directa, y jamás interrumpida, entre la época
de la cristiandad colonial y el Estado. Ejército e Iglesia recrean una
memoria común, expandida muy rápidamente gracias a la extensión
de la presencia pública católica en el territorio mediante la red de pa-
rroquias y escuelas confesionales. Esta red, marcada por la presencia
eclesiástica y militar, es una fuente inagotable de funcionarios, presen-
tes en la mayoría de los espacios sociales: los partidos políticos, los sin-
dicatos, la función pública; las asociaciones buscan a los militantes
formados por la Iglesia.
Este nuevo orden, basado en el mito de la nación católica, se sostie-
ne en una tercera columna, la del pueblo. En una sociedad en proceso
de industrialización, en la cual los sectores obreros comienzan a apare-
cer en la escena pública, la cuestión social se convierte en uno de los
puntos centrales del trabajo de la coalición eclesiástico-militar, tanto
en las administraciones de signo conservador como en los gobiernos
populistas. Según los organizadores del modelo, “las virtudes de la in-
tervención estatal en el campo social, inspirada naturalmente en la
doctrina social católica, habrían en suma introducido condiciones de
mayor justicia al prevenir el desorden y la agitación clasista”.20

19
Ibid., p. 85.
20
Loris Zanatta, Perón y el mito de la nación católica, Buenos Aires, Sudamericana,
1999, p. 21.

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 VERÓNICA GIMÉNEZ BÉLIVEAU

Este paisaje social renovado, cuyos tres vértices son la Iglesia, las
Fuerzas Armadas y el pueblo, conoce su ascenso a partir de la crisis
del Estado liberal, alrededor del año 1930. A la crisis de agotamiento
del modelo agroexportador dependiente de los centros económicos
mundiales, se agrega la crisis de legitimidad social causada a las pro-
fundas transformaciones demográficas y societales. El Estado liberal
no ofrece marcos de contención y de incorporación a la vida pública
de nuevos sectores sociales salidos de la inmigración masiva. Las ins-
tituciones políticas de la democracia restringida sufren un importan-
te descrédito, incapaces de responder a los requerimientos de una so-
ciedad compleja: “a partir de 1934, el poder político se sostuvo casi
exclusivamente sobre las bases de fuentes de legitimación externas al
sistema institucional representativo, como el Congreso y los partidos
políticos”.21
Se construye un nuevo tipo de Estado, militarizado, con la autono-
mía restringida por la influencia eclesiástica.22 La base del consenso
no es ya la utopía liberal y democrática, sino la utopía de la restaura-
ción cristiana de la sociedad, que es ahora posible gracias al descrédito
de las instituciones políticas. El catolicismo se convierte en uno de los
pilares de la identidad nacional, y el “partido militar” la vía de acceso
privilegiado de la Iglesia a los espacios de poder. “El Estado otorga a la
Iglesia facilidades para desarrollar su trabajo pastoral con la condición
que ésta consolide un estado de ánimo de clase media y evite la con-
frontación entre las clases sociales”.23 Durante este tiempo, el lugar
social ocupado por la simbología cristiana sigue aumentando: la cleri-
calización del espacio público es explicitada con la colocación de imá-
genes religiosas en las escuelas públicas (Jesús crucificado preside las
aulas), en las comisarías de policía, en las plazas públicas.
Este nuevo tipo de Estado, presente tanto en regímenes conserva-
dores como populistas, tiene su arraigo en la idea de nación forjada en
el molde de la Iglesia y el Ejército. El imaginario de la nación orgánica,
concebida como un cuerpo, portadora de una raza, una lengua, una

21 L. Zanatta, Del Estado liberal…, op. cit., p. 161.


22 Ibid., p. 180.
23 F. Mallimaci, “Catholicisme et libéralisme”, op. cit., p. 69.

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JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS, NACIÓN Y ESPACIO PÚBLICO EN ARGENTINA 

religión nacional gana el espacio público. La idea orgánica de nación


toma sus raíces en la necesidad de construir matrices identitarias po-
tentes para enfrentar la amenaza de disgregación, representada por la
pluralidad de grupos étnicos y culturales diferentes característicos de
un país de inmigrantes. La constitución de un dispositivo nacionali-
zador conformado por la escuela y el servicio militar obligatorio, in-
centiva el desarrollo de una identidad nacional holista que encuentra
en el catolicismo su eje unificador.24 La pertenencia al catolicismo se
asocia así a la identificación nacional, proceso que se cumple en otros
países de Latinoamérica,25 y encuentra su símbolo más claro en la
adopción de imágenes de vírgenes particulares como prenda de unión
nacional (virgen de Luján en Argentina, de la Aparecida en Brasil, de
Guadalupe en México). Según Bertoni,26 debido a “la heterogeneidad
nacional de su población […], la nacionalización se convertía en un
paso ineludible para la afirmación de la nación, a la que tendieron a
concebir, más allá de su organización constitucional y jurídica, con un
catácter esencial que era la expresión de una singularidad cultural. La
existencia de una lengua nacional, un arte nacional, una raza nacio-
nal, propia y una a la vez, se convirtió […] en la evidencia de la nacio-
nalidad y en la legitimación de la existencia de la nación argentina”.
Esta concepción orgánica marca también el sistema político, y la re-
ferencia a la patria es utilizada como fuente de legitimación frente a
concepciones pluralistas de la sociedad: el hombre patriótico se opone
al ciudadano que participa en un partido, el todo se impone a las par-
tes.27 No hay construcción de identidades partidarias, sino de identi-
dades globales ligadas a esta concepción de la nacionalidad. En este
modelo de Estado, la forma de acceso privilegiado al poder de los cua-
dros formados por la Iglesia no es la competencia a partir de un parti-
do político católico, sino la ocupación de espacios públicos mediante
la influencia en los golpes de Estado militares. Pero esta lógica de fun-
24 R. di Stefano y L. Zanatta, op. cit., p. 348.
25 J. Meyer, op. cit., p. 208.
26 Lilia Ana Bertoni, “La hora de la confraternidad. Los inmigrantes y la Argenti-

na en conflicto, 1895-1901”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, año , núm. 32,


1996, p. 63.
27 L. Zanatta, Perón y el mito…, op. cit., p. 20.

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 VERÓNICA GIMÉNEZ BÉLIVEAU

cionamiento característica del catolicismo integral28 crea una tensión


entre los cuadros militantes católicos, que deben adaptarse a las parti-
cularidades de los espacios de compromiso político, y el cuerpo epis-
copal, que pretende tener acceso a contactos directos con el Estado y
la sociedad política, sin intermediaciones. Los conflictos y las con-
frontaciones entre laicos y jerarquías respecto de la forma de actuar en
el mundo cuestionan el modelo de nación católica, y producen trans-
formaciones en las relaciones entre las jerarquías eclesiásticas y el po-
der político.

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El modelo de nación católica es cuestionado durante los años sesenta


y setenta, a partir del problema de la intervención social de los católi-
cos que, llevados por la lógica del catolicismo de acción, se compro-
meten en los distintos medios sociales y asumen frecuentemente posi-
ciones opuestas a las adoptadas por las jerarquías eclesiásticas. El
ejemplo de Acción Católica es muy claro: el trabajo en los medios
obrero, estudiantil y campesino lleva a los militantes a sobrepasar los
límites del compromiso social admitido por las jerarquías y a deslizar-
se en el terreno del compromiso político. Las afinidades electivas entre
los sectores católicos y los sectores de la izquierda nacionalizada ga-
rantizan el pasaje, y la Iglesia pierde una buena parte de sus cuadros
mejor formados. Frente a esta politización de los sectores de jóvenes
militantes católicos, los sectores más conservadores de la institución
se vuelven cada vez más intransigentes. La lógica política se impone a
la lógica eclesiástica, y la sombra de la ruptura interna amenaza la ins-
titución. La Iglesia nunca había enfrentado una tensión interna tan
fuerte y tan poco manejable para las jerarquías, superadas por esta dis-
puta que apunta al centro del mito de la indivisibilidad católica y na-
cional. El horror de las dictaduras militares (1966-1973 y 1976-1983)
profundiza esta fractura, puesto que tanto los movimientos sociales
como las Fuerzas Armadas que ocupan el Estado reivindican el catoli-

28 F. Mallimaci, “Movimientos laicales…”, op. cit., p. 66.

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JERARQUÍAS ECLESIÁSTICAS, NACIÓN Y ESPACIO PÚBLICO EN ARGENTINA 

cismo como una fuente de inspiración de la acción. El compromiso


de ciertos miembros del episcopado en el sostén activo de la dictadura
genera un fuerte descrédito de la institución en la sociedad.
La unidad institucional y la reconquista del consenso se transfor-
man en los ejes prioritarios de la Iglesia luego de la traumática crisis de
los años setenta, y estas preocupaciones incluyen el renunciamiento a
la implicación directa en la escena política pública. Se instala en el
episcopado una nueva hegemonía, por medio del paulatino reempla-
zo de los obispos comprometidos con las Fuerzas Armadas por otros
políticamente más moderados, más fieles a las directivas del Vaticano.
Estas transformaciones en el seno del episcopado traen aparejada una
redefinición del discurso público de las jerarquías eclesiásticas. La
adopción de posiciones éticas sostenidas por Juan Pablo II lleva a los
miembros del episcopado argentino a incentivar la oposición al neoli-
beralismo, en nombre de los valores cristianos. La crítica a los efectos
del capitalismo salvaje, la lucha por el no pago de la deuda externa en
los países subdesarrollados, se efectúan en el marco de la afirmación
de los ejes de la cristiandad: la familia centro de la sociedad, una moral
sexual rígida, la lucha contra la modernidad. Este movimiento es con-
cebido como “la reacción sana de la espiritualidad frente al fracaso del
materialismo y del cientificismo”.29 La identidad católica se presenta
como la solución a los problemas de un mundo demasiado materialis-
ta, “la condena del capitalismo neoliberal es tanto socioeconómica
como cultural, y ofrece de nuevo la identidad católica como portado-
ra de una solución al ‘mal liberal’ ”.30
Así, la Iglesia adopta un rol de “guardiana ético-moral” de la políti-
ca a partir de una matriz neointegral, que le permite garantizar la co-
hesión hacia el interior de la institución. El episcopado no es, por su-
puesto, un cuerpo homogéneo, pero en los últimos años se verifica un
lento declinar de los obispos progresistas y un renovado auge de los
obispos neointegrales, que consideran que “la solución de las crisis so-
ciales depende de la armonización de los intereses entre los pobres y
29 María Laura Lenci, “¿Qué nación quiere el episcopado? Fortalecimiento ecle-

siástico en medio de la crisis”, Le Monde Diplomatique, , 27, Buenos Aires, septiem-
bre de 2001, p. 12.
30 F. Mallimaci, “Catholicisme et libéralisme…”, op. cit., p. 75.

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 VERÓNICA GIMÉNEZ BÉLIVEAU

los ricos, arbitrados por la Iglesia”.31 Ganando legitimidad frente al


descrédito que afecta a los políticos y a la política, la Iglesia se apoya
sobre este consenso para mantener espacios en los campos de la moral
familiar y la educación.
Este catolicismo debe, sin embargo, enfrentar el desafío que le im-
pone una sociedad plural cada vez más alejada de las regulaciones insti-
tucionales y profundamente influida por otras opciones comunitarias
que proponen pertenencias nuevas en el seno de un mercado religioso
diversificado. La unidad entre pueblo y catolicismo es hoy fuertemente
cuestionada por el crecimiento de grupos protestantes pentecostales,32
y las “sectas” dibujan un paisaje complicado, de desafío para la pastoral
católica.
Las jerarquías católicas enfrentan también el desafío de la privatiza-
ción de la sociedad: una Iglesia que se ha desarrollado fuertemente ligada
al Estado-nación, como fuente de legitimidad, tiene que recomponerse
cuando el Estado abandona su rol de dador de sentido, de estructurador
del lazo social. Aparentemente, las jerarquías católicas han decidido se-
guir pensándose como eje de la nacionalidad, pero se han retirado de la
confrontación política directa, y aspiran a desempeñar un papel de me-
diadoras de los conflictos, imponiendo una regulación ética externa.
Frente al agudo desprestigio de los sectores políticos, la Iglesia no renun-
cia a ocupar espacios sociales, pero adapta sus estrategias en una sociedad
fragmentada y poco dispuesta a someterse a regulaciones institucionales.

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31 M.L. Lenci, op. cit., p. 13.


32 F. Mallimaci, “Catholicisme et libéralisme…”, op. cit., p. 75.

8. V. Giménez Béliveau 219-23236 236 2/7/08 9:59:43 AM


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