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Haydee es una mujer muy amable que alquila las cabañas de Mina Clavero y que
no tiene tonada, lo cual agrega valor a mi descanso porque me libera del odio interno
que le tengo al cantito cordobés, por artificial y separatista. Una vez me contaron o soñé
una profecía que asegura que en 2012 todo el territorio argentino se va a inundar y que
sólo va a sobrevivir Córdoba. Desde ese día me imagino a los cordobeses con fusiles en
los botes pidiendo tonada a quien quiera ir por un espacio libre de agua. Supongo ahora,
más tranquilo, que gente como Haydee, que es cordobesa, puede ser el bug que nos
franquee el paso a los podamos subirnos a los lanchones. Haydee tiene 60 y algo de
años bien llevados. Pelo rubio abundante y corto, estatura promedio nacional femenina
de uno sesenta y dos. Habla mucho y a una velocidad que contrasta con el poco apuro
del ambiente. Se instaló en Mina Clavero hace siete años cuando su marido dejó de
recorrer el país vendiendo cosechadoras y tiene tres cabañas, pero necesita, dice, dos
más para que el negocio sea rentable. En los 20 minutos que crucé palabras con ella me
habló mal de Kirchner, de su esposa, de Moyano, que la quiere toda para él, me dijo,
sin aclarar si hablaba de plata o de Cristina o de los dos, me preguntó cómo era salir de
mi casa en Buenos Aires sin saber si iba a volver, aunque ya debes estar acostumbrado,
se contestó sin darme la chance de decirle que ella, que vos, Haydee, te podés morir en
este instante, también, me dijo, como me dicen todos cuando lleno la tarjeta de huésped
ah sos periodista y me preguntó si conozco a un productor de Cadena 3 que cubre la
temporada del pueblo en el verano y yo que no, que no lo conozco, que hay sequía, que
mejor venir en febrero acá porque en enero los pibes andan mamaos, atención con el
término para cuando los botes, que en su época la juventud no tomaba tanto, y que vaya
a comer a Lo de Jorge, que diga que voy de parte de ella, una recomendación a primera
vista amable pero al que le puso tanta pasión que me hizo sospechar de su arreglo para
que ella y su marido cosechen con mi desembolso una cenita gratis y está bien, pensé,
todos buscamos acomodarnos, y pensé en no ir pero pensé, después, que voy a ir pero
para hacerle la guerra, a pedirle más pan y más hielo, esas cosas que perturban tanto al
gremio, voy a pedir que le bajen a la tele, que me prendan el aire, la clave del wi fi, y
voy a volver, y voy contar todo para que ustedes no vayan a Lo de Jorge, para que no
caigan en la trampa de esta señora amorosa y calculadora que si viviera en Venado
Tuerto iría esta noche al segundo encuentro de mujeres radicales.
Me perdí con el auto por un camino de ripio que baja la montaña. Encontré un
arroyo con pasto a los costados y sombra de árboles. Me bajé con la computadora y una
manzana y me senté a escribir. Al rato pasó una camioneta blanca con turistas. Frenó y
el guía me gritó, sin bajarse, ¿que estás leyendo? Estoy escribiendo, le contesté. Miró
hacia el fondo de la combi y ajustó mi declaración para conformar a sus guiados, que
venían apostando desde que me vieron desde lo alto del camino: dice que está jugando.
No estaría mal como interpretación, si no fuera esta una manera de calmar la desgracia y
el privilegio de tener para todos, para vos también, Clavero Travel, que sabés el nombre
de todos los cerros, los picos y las paredes de Traslasierra pero que nunca viste una
montaña como esta que ves ahora, yo, que con mi MSI U100 si quiero te ilumino y si
quiero te hago nieve eterna, que tengo para vos también esta mirada de pasajero
intranquilo, y que puedo escribir, si quiero, y quiero, que sólo en una provincia fabulera
como Córdoba un puñado de sierras pueden llamarse Altas Cumbres, porque si traes un
mendocino acá se descompone, cordobés, en serio, no podés chapear mil doscientos
metros sobre el nivel del mar cuando a trescientos kilómetros tenemos la montaña más
alta de América. Es como si un guaso del departamento de Guaymallén viniera a
contarles cuentos que leyó en La Hortensia. Mal no les salió, igual, porque sus sierras se
llaman Altas Cumbres en los manuales de geografía, y los mendocinos, que son
mansitos, se quedaron con la mentira de la ruta del vino cuando todos sabemos que los
mejores tintos de la zona son los chilenos, y que los cambios de temperatura están
arruinando los viñedos de Mendoza y que el futuro del vino argentino está en Neuquén,
que nunca fue radical, como ustedes, como los cordobeses.
Trepo ahora el camino de las Altas Cumbres. Altas, las cumbres. Si pudiera
transformar estas líneas en algo visible, si pudiera ponerle 3D a mis palabras, las querría
así, toscas, magníficas. Un mojón a trepar. Una amenaza de sombra. Yo quiero eso para
mí, quiero tener prestigio, ser reconocido. Escribo para eso, para que admiren mi
inmensidad aún cuando haya montañas más altas que nunca voy a alcanzar. Ser, con
todas mis limitaciones, mi alta cumbre. Nunca me destaqué en nada pero amasé, en todo
caso, en secreto, una mirada sensible sobre las incertidumbres que me rodean. Ahora
que me animo a ponerlo en palabras, quiero ser objeto de deseo intelectual. Quiero ser
parte de una corriente, no, mejor, quiero inaugurar una corriente de escritores que
representen no sé qué búsqueda ideológica de mi generación para que cuando me
pregunten cómo me siento con eso yo les pueda decir que no, que yo no soy parte de
nada, que escribo pensando en mí, para calmar las voces que escucho, que no soy
deudor de nadie y menos de mi generación, porque yo, cuando escribía y no era nadie,
estaba sentado en mi sillón rojo y estaba solo y las voces me hablaban a mí y a nadie
más. Que no sé que es una generación, eso quiero decir. Quiero que la academia me
desprecie, que le pregunten a Alan Pauls por mi obra y que diga que no me conoce, pero
que me conozca, y si puede ser, que me odie un poco. Quiero ser una molestia. Quiero
ser un cronista de época, uno bueno. Que digan de mí, una molestia de época. Y yo
decirles que no, que no sé de lo que me hablan, y ser sincero. Que me den, en los
cócteles de la editorial, el abrazo del campeón, qué hacés campeón, pero yo saber que
no gané nada, porque escribir es perder, si escribis es porque perdiste. Perdiste, es
hermoso, disfrutalo. Pero ellos no lo saben, no lo van a saber. Me van a admirar. Y si no
pasa nada de esto, es una posibilidad, habrá otras devoluciones que compensen la
derrota. La vida, en el mejor de los casos, es un empate largo.
Ahora me tengo que ir, tengo que volver a casa. Veo un cóndor muy arriba mío.
No es nada Estebitan, es un ave que atrae porque vuela solo y porque tiene esa cosa
morbosa de que si te resbalas y te rompes la cabeza es el que te limpia los huesos. No
pasa nada Esteban, en serio. Es un pájaro que vuelta alto porque quiere que lo miren.